El éxito y la
competitividad son la sal del sistema y en base a este brutal supuesto se
calibran las relaciones interpersonales, que se manipulan según lo que sea más
ventajoso.
Narcisismo y neocapitalismo
Angela Fais
El Viejo Topo
12 febrero, 2025
El éxito y la
competitividad son la sal del sistema y en base a este brutal supuesto se
calibran las relaciones interpersonales, que se manipulan según lo que sea más
ventajoso.
Los valores que
caracterizaron el glorioso siglo americano revelan la crisis clara y ahora
irreversible que afecta a Occidente. Y, a la inversa, también escriben la
historia de la salud mental y el bienestar de todos aquellos que han sido
impactados por este paradigma tan poderoso.
De hecho, cada
época desarrolla sus propias formas peculiares de patología. Según muchos
médicos, desde la segunda mitad del siglo XX hemos asistido a una transición
significativa en los problemas que se analizan. Si en el siglo XX la histeria y
la neurosis obsesiva, tratadas por Freud y Charcot, eran las patologías
prevalentes y representativas de la organización capitalista en la fase inicial
de su desarrollo, en la fase neocapitalista hubo en cambio un aumento
considerable de pacientes con problemas de carácter, predominantemente
narcisistas. Pacientes que se quejan de insatisfacción con su vida, percibida
como inútil y sin sentido. Ya no se produce parálisis histérica porque es
el ser psíquico el que se ha entumecido. Anestesiados por el consumo
compulsivo, exigimos una gratificación inmediata, desencadenando una espiral de
insatisfacción perpetua. El problema ya no es la austera moral de la clase
burguesa, extremadamente intransigente en la esfera sexual e igualmente rígida
en su relación con su propio cuerpo. Aquí los impulsos infantiles no son reprimidos
sino estimulados y pervertidos en ausencia de prohibiciones. La ética
protestante, que siempre ha sido una de las piedras angulares de la cultura
estadounidense, ha sido suplantada gradualmente por lo que caracteriza las
fases posteriores de la sociedad capitalista. Se promueve y enfatiza la mejora
personal. Con el neocapitalismo se impone el mito americano del “self-made
man” y se construye el “mito del éxito” mientras el énfasis se desplaza hacia
el consumo. El elemento competitivo, descuidado por el culto al éxito del siglo
XIX donde los resultados no se evaluaban en comparación con los de los demás y
por una sociedad disciplinaria aún vigente, se convierte ahora en la piedra
angular de la promoción individual. Tienes que competir con tus compañeros para
ganar la aprobación de tus superiores y surgen rivalidades internas. El mobbing
puede ser tanto horizontal (entre compañeros) como vertical. Se habla incluso
de ‘mobbing estratégico’: acciones de acoso implementadas intencionadamente por
la dirección de la empresa hacia el empleado. La competitividad es brutal y
está arraigada en todos los aspectos de la existencia, convirtiendo la nuestra
en una sociedad de rendimiento. “La retórica de los resultados” invade también
las actividades recreativas sujetas a estándares antes reservados al mundo del
trabajo.
Ya no es juego
libre sino rendimiento. Hoy en día, el performance predomina indiscutiblemente
también en el ámbito sexual. La envidia se establece como el sentimiento
impulsor de las relaciones sociales. El otro es precisamente el ‘invisus’, un
obstáculo para el éxito personal. No es de extrañar, pues, que, teniendo en
cuenta este panorama, los trastornos narcisistas se registren con mayor
frecuencia en la terapia. El narcisismo se convierte en el trastorno electivo
de la sociedad neocapitalista. Es la respuesta casi fisiológica para gestionar
la ansiedad y la tensión. La familia, que es el factor determinante en la
formación de la personalidad de un individuo, ha sido transformada por estos
cambios sociales.
La crianza de los hijos con la idea de que tienen una posición de privilegio y
una supremacía indiscutible dentro de ella, ayudada por la decadencia de la
figura paterna y la nefasta teoría del padre amigo, unido a la creencia de que
esta sociedad no tiene futuro y que no habrá otro tiempo que el nuestro,
constituye una excelente base para la formación de una personalidad narcisista.
Aunque la percepción del mundo como un lugar peligroso también corresponde a
una visión realista, hay que decir que es fruto de la incapacidad narcisista de
identificarnos con la generación a la que dejaremos nuestro lugar, así como de
una profunda incapacidad de reconocer la presencia del bien incluso en el Otro.
Toda esta proliferación de coaches que venden cursos de crecimiento personal y
de gurús a los que “se sigue para madurar conciencias” unido a toda la
tendencia new age, representan el naufragio absoluto de cualquier solución
política; y dar testimonio de la fe ciega de aquellos que no confían en su
prójimo. La comunidad y la solidaridad desaparecen. Prevalece el culto a las
relaciones personales; donde ‘culto’ se entiende en su sentido participio: los
otros son cultivados desde una perspectiva utilitarista. “Invertimos” en el
otro, las relaciones personales se cultivan en vista de lo que podrían
“producir”. El Otro ‘se gestiona a sí mismo’. Toda esta terminología,
tomada del lenguaje del mundo económico, es reveladora del gran eclipse del
Otro que estamos viviendo hoy. Nos dedicamos a nuestro propio ego. Allí donde
la individualidad reina suprema, al Otro se le da una bienvenida condicional,
ligada a la confirmación del propio ego. De lo contrario, el Otro es percibido
como una presencia peligrosa, en el contexto de una simplificación feroz de las
relaciones que se suprimen de manera egoísta. Cómplices son las dinámicas de
las redes sociales que, con un gesto extremo y perturbador, se trasladan a la
vida real.
El éxito y la
competitividad son la sal del sistema y en base a este brutal supuesto se
calibran las relaciones interpersonales, que se manipulan según lo que sea más
ventajoso. En este escenario, la empatía no tiene cabida. Una sociedad incapaz
de sentir empatía es una sociedad destinada al colapso. Colocarse fuera de la
dimensión empática significa definir la propia vida únicamente en primera
persona del singular, incapaz de conocer la pluralidad del Nosotros. No saber
escuchar al Otro significa también encontrarnos sin herramientas y recursos
para reconocer nuestro propio malestar. Paradójicamente, es precisamente allí donde
echan raíces la ideología del optimismo y las psicologías del bienestar y la
felicidad; que funcionan como verdaderos dispositivos neoliberales destinados a
desactivar cualquier descontento. No es fácil identificar “un antídoto”. Quizás
un proyecto donde se dé prioridad no sólo a las cosas ‘útiles’ y convenientes,
sino también a las auténticas. Construir una escala de valores que actúe como
contrapunto a la inautenticidad que estructura nuestro ego hoy.
Fuente: l’AntiDiplomatico
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