sábado, 1 de octubre de 2022

Una Nueva Modernidad con características chinas

 

¿Sobre qué legado histórico se han desarrollado los éxitos de la República Popular China? El autor caracteriza los pilares fundamentales del sistema político chino y plantea la posibilidad de que la nación asiática principie una modernidad alternativa.


Una Nueva Modernidad con características chinas


Javier Alonso Monseco

El Viejo Topo

1 octubre, 2022 


¿Sobre qué legado histórico se han desarrollado los éxitos de la República Popular China? El autor caracteriza los pilares fundamentales del sistema político chino y plantea la posibilidad de que la nación asiática principie una modernidad alternativa.


Cuando en Occidente se habla de China, no se discuten las capacidades con que actualmente cuenta el país asiático. Sin embargo, eso no se traduce en ganas de poder aprender del proceso por el cual ha transitado ese gigante, que se encontraba dormido según Napoleón, hasta lograr despertar. ¿Qué ha hecho China para, siendo un país de arados hace 70 años, se haya consolidado como una potencia económica, tecnológica, científica… que, por cierto, ha logrado sacar a 100 millones de personas de la pobreza en los últimos ocho años? ¿Por qué en Occidente no nos interesamos por esos logros, en mayor medida cuando seguimos un proceso inverso de acentuación de la pobreza? 

Cierto es que pervive una imagen del chino que tiende a ser (des)dibujada bajo la figura de un hombre asiático carente del don de la gracia, un pequeño autómata que detrás de su templanza esconde venganza e ira. Asimismo, el sistema político chino, aquello que podríamos denominar “socialismo con características chinas”, suele ser presentado como un “capitalismo de Estado” en que se fomenta el control y la subyugación sobre la población, lo cual se lograría por medio de una serie de dispositivos altamente tecnologizados cuyo único fin es despersonificar al individuo y convertirlo, sino en un adepto del régimen, en alguien que sea dócil para el poder. 

Esta composición de lo que es actualmente China, que suele ser difundida por los medios de comunicación que actúan de portavoces del poder occidental, también ha sido adoptada por una parte considerable de la “intelectualidad izquierdista”, quienes asumen una imagen de China relativamente similar a la descrita en el párrafo superior. Es el caso, por ejemplo, del famoso Slavoj Žižek, quien, moviéndose sobre una síntesis de Lacan con un marxismo de influencia posestructuralista, aseguró que el futuro de la economía capitalista estaba en China y que los chinos se habían convertido en los mejores gestores del capitalismo, así como los mayores enemigos de la clase trabajadora. 

Afortunadamente, frente a las acusaciones de Žižek, nos encontramos con algunas excepciones. Algunos marxistas de bastante peso han cuestionado el relato vulgar y reduccionista dentro del cual, también en la “nueva izquierda”, se suele ubicar al país asiático. En su lugar, hay quienes observan que el llamativo desarrollo chino es un fenómeno que tener en consideración, digno de ser estudiado y del que poder sacar conclusiones más positivas, aunque sin por ello negar sus contradicciones. En esta línea se encuentran algunos nombres destacables del marxismo, como los recién fallecidos Samir Amin y Domenico Losurdo, pero también Rémy Herrera, Zhiming Long, Perry Anderson o Lin Chun, entre otros. 

Lo que pretendemos con este texto es adherirnos a esa crítica desacomplejada del desarrollo chino producido en los últimos cincuenta años, reconociendo que amplios aspectos son positivos y que no podemos limitarnos a zanjar la discusión apelando al “capitalismo de Estado”. Para lo cual, debemos evitar las apariencias y las formas, en beneficio de un análisis en mayor medida exhaustivo, un análisis que se haga cargo del carácter poliédrico del país asiático. De hecho, para poder entender China es necesario tener en cuenta su larga y compleja historia, lo que se refleja en su actual idiosincrasia cultural. La China del presente requiere de una mirada amplia que ponga el acento en varios aspectos, de los cuales podemos destacar principalmente tres: su influencia confuciana, el papel del Partido Comunista de China (PCCh), y el advenimiento de una “nueva modernidad”. 

La larga sombra de Confucio

Intentar comprender a China supone navegar en un mar de ambigüedades. China es un país repleto de peculiaridades que, a lo largo de su milenaria historia, ha sufrido distintos periodos de convulsión social y política. La disputa interna de China orbitó alrededor de un dilema: la unidad o la fragmentación. Durante más de 2000 mil años, la historia de China se ha dividido entre estos dos polos opuestos; su unidad imperial como Estado, o su fragmentación en reinos y pequeños feudos en manos de caciques y señores de la guerra. 

Tras el fin de la dinastía Zhou (1046-256 a.C.), se sucedieron dos periodos históricos que han sido denominados el Periodo de las primaveras y el otoño (770-476 a.C.) y el Periodo de los Reinos Combatientes (476-221 a.C.). En estos dos periodos, China conoció uno de sus rasgos históricos más comunes: la fragmentación política. Después de varios años de crisis, estos dos periodos de fragmentación nacional tocaron su fin con la llegada de la dinastía Qin (221-206 a.C.). Bajo su mandato, los Quin no solo lograron la unidad imperial de China, también consiguieron expandir su territorio hasta los límites geográficos con los que grosso modo el país asiático se delimita en la actualidad. Tras el fin de la dinastía Qin, el relevo vino a ser tomado por la dinastía Han (206-220 d.C.), y con ella la civilización china tomó lugar y forma en la Historia. 

Desde entonces, el ideal de la unidad imperial se mantuvo vivo en todas las dinastías reinantes; sin embargo, a pesar de ello, los viejos fantasmas de la disgregación y la ruptura imperial no se alejaron de la historia de China. Aunque su unidad imperial se mantuvo durante el mandato de la dinastía Qing (1644-1912), las pulsiones internas de la división y fragmentación nacional mantuvieron su latido. Y así entramos en el siglo XIX, conocido como el “siglo de la gran humillación”: los inicios prematuros de la modernidad en China se dieron en este siglo, en el que la nación asiática volverá a ser dividida al antojo de las potencias imperialistas emergentes durante los siglos XVIII y XIX.

El recorrido histórico de China parece evidente; se trata de una lucha entre contrarios, una coyuntura dialéctica en donde una premisa viene a ser negada por otra: la unidad imperial por la no-unidad (fragmentación). Sin embargo, para poder comprender con profundidad a China, no basta con mirar tan solo a su historia política, pues debe considerarse otro factor, imprescindible a nuestro juicio, que suele ignorarse en los distintos debates que la izquierda tiene al respecto de China: nos referimos al confucianismo y su influencia histórica. 

Tras la muerte del maestro Kong Qufu o Confucio (como suele ser conocido) el 479 a.C., sus en enseñanzas y predicaciones fueron recopiladas por varios de sus discípulos. Gracias a labor iniciada por sus éstos, surgirá posteriormente toda una escuela de pensamiento y de valores que serán institucionalizados durante la dinastía Han. Definir el confucianismo no es un asunto sencillo; muchos lo han calificado como una religión, aunque sin embargo no encontramos en él los suficientes elementos característicamente religiosos. Cierto es que cuenta con prácticas animistas y/o religiosas como el culto a los antepasados o la veneración al cielo (Tian), pero carece de un clero propio, así como de doctrinas religiosas bien definidas. Por consiguiente, definiríamos al confucianismo como un sistema de valores éticos, filosóficos, culturales, aunque también religiosos, que han acabado constituyendo la estructura histórica del estado imperial chino. 

El confucianismo aboga por la búsqueda de la armonía en medio de un mundo que se halla en constante cambio. La labor de los sabios ha de ser la de buscar un equilibrio con la naturaleza, unir el mandato del cielo celeste con la humanidad (Tian-Ren). Para Confucio, la humanidad (ren) adquiere dos dimensiones: por un lado, una dimensión meramente antrópica, el hombre como tal; por otro lado, su dimensión ética y moral, es decir la bondad y la virtud. No solo la humanidad adquiere una gran trascendencia en el confucianismo, el ritual (li) es otro principio que tener en cuenta, pues a través de él se buscará un modelo o pauta de comportamiento a seguir, orientado siempre hacia el respeto de los mayores, la ayuda a los demás y la devoción por la familia. En la tradición china la familia es percibida como el mejor ejemplo del buen gobierno: el hombre que ejerza sus funciones correctamente en su familia será un hombre virtuoso que pueda servir y aporta al resto de la comunidad. Del mismo modo, los gobernantes han de gobernar el Estado de la misma manera que se ha de mantener la buena virtud en la familia. Finalmente, entra en juego un último ideal que remite a la persona elevada (junzi): a través de la educación se formará a una aristocracia selecta que posea el don de la virtud para poder guiar a su pueblo.

Con la llegada de la dinastía Han en el siglo II a. C., el confucianismo pasó a ser por excelencia la filosofía imperial del Estado. Su énfasis en la unidad del gobierno y la fidelidad hacia los mayores han sido elementos en donde los emperadores de las distintas dinastías chinas se han apoyado para justificar su poder. El confucianismo consiguió enredar todo un esquema institucional del Estado, la aristocracia destinada a gobernar asumió los valores confucianos en los que el estudio era una actividad preminente. Un buen ejemplo de ello es la formación de un “funcionariado culto”, con su correspondiente sistema de oposiciones y exámenes de acceso.

Sin embargo, todo este sistema y esquema imperial confuciano entró en crisis durante el “siglo de la gran humillación”. En este siglo el confucionismo quedó relegado a un segundo plano. Posteriormente, con la llegada del maoísmo llegó a caer en desgracia, pero eso no impidió que Confucio se volviese a proyectar sobre el potencial político de la China contemporánea. Porque, de hecho, Confucio siempre ha estado presente en China, incluso en la China de Mao que tanto empeño puso en combatirlo durante la Revolución Cultural. El surgimiento de la modernidad en China durante los siglos XIX y XX obedeció a un fenómeno histórico de ruptura y, al mismo tiempo, de continuidad, y ello debe observarse a partir de un ciclo temporal largo. En otras palabras: la Historia presenta ciertos altibajos, giros de guion y momentos de inflexión política, pero ello no le impidió a China readaptar su ascendencia histórica dentro de los estándares de la modernidad.

La llegada de los comunistas al poder

Con la victoria de los comunistas en 1949, la sociedad china experimentó cambios sociales de gran magnitud: el fin del dominio patriarcal en la familia, la abolición de la educación privada para las élites, la repartición de tierras y pequeñas propiedades entre el campesinado, etc. Sin embargo, no nos detendremos en contar lo que sucedió tras la proclamación de la República Popular China. En su lugar, nos centraremos en reflexionar sobre algunos sucesos determinantes de su historia reciente que, sin embargo, han tendido a ser malinterpretados desde Occidente. 

Uno de ellos tiene que ver con las reformas iniciadas por Deng Xiaoping, dando lugar a una supuesta “política de apertura” que a menudo se suele concebir como una ruptura con respecto al periodo maoísta. Según este razonamiento, Deng habría asentado las bases para que posteriormente China acabase por integrarse plenamente al sistema capitalista, abandonando como tal sus pretensiones socialistas. Ciertamente, nadie niega la existencia de capitalistas en China, ni siquiera el propio Partido Comunista. Sin embargo, conviene no hacer conclusiones demasiado precipitadas. En primer lugar, la reformas de la era de Deng Xiaoping no fueron las que iniciaron los primeros procesos de apertura al mercado exterior. Ya durante los últimos años de Mao, China dio sus primeros pasos de acercamiento a la comunidad internacional (ejemplo de ello fueron las visitas de Henry Kissenger y Richard Nixon en 1972, o la admisión de China como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas). 

Si acaso la política de Deng Xiaoping rompió en algo con la de su antecesor, ésta fue en sus distintos procesos de descentralización y entrada muy limitada (por no decir bastante restringida) de capitales extranjeros en las llamadas Zonas Económicas Especiales. A raíz de estas reformas, se suele opinar con bastante gratitud que China habría conocido las “beneficencias” del capitalismo, y que desde entonces la riqueza en China no habría parado de fluir en el país asiático. Pero este tipo de argumentación resulta tendenciosa en sus motivaciones y sesgada en sus conclusiones. Convendría recordar que el PIB en China ya venía conociendo un ligero aumento desde el periodo maoísta, aunque no será hasta inicios del siglo XXI cuando China empiece a exportar capitales al exterior. Tampoco está de más señalar lo que algunos economistas marxistas como Remy Herrera y Zhimming Long han apuntado en torno a la “transición” capitalista de China: de no haber sido por el fuerte control de los aparatos socialistas del Estado, la inserción de China en el sistema capitalista habría llevado al colapso de su economía nacional, y ante la duda no hay más que comprobar otros procesos de transición producidos en los antiguos países del “bloque socialista”.

La convivencia dada entre el capitalismo y el PCCh podría hacer pensar a más de uno que el Partido Comunista Chino ha abandonado sus iniciales marxistas para pasar a convertirse en el Partido Capitalista de China. Si bien no deja de ser cierto que durante los últimos lustros una burguesía nacional en auge ha ido acaparando bastante riqueza e influencia, no es menos cierto que no controla el Partido ni cuenta con el poder suficiente para poder implantar políticamente sus intereses particulares de clase. Así opinan varias figuras de gran peso dentro del marxismo contemporáneo como Domenico Losurdo, quien nos recuerda que el papel de la economía estatalizada y nacional sigue siendo el predominante en China, además de que cada empresa privada ha de contar con un comité del Partido en su dirección, de tal manera que el Partido pasa a ser un planificador más de la empresa. Al margen de la opinión de Losurdo, debemos reconocer que, si bien los cambios experimentados en la economía china durante los últimos años no son necesariamente contradictorios con el desarrollo de una economía capitalista, tampoco sería desajustado decir lo mismo respecto del socialismo. 

A menudo el debate respecto a China incurre en el error de considerar al socialismo, en tanto que fase de transición hacia un nuevo modelo de sociedad, como si se tratase de una escalinata de pasos a seguir, y en donde cualquier desviación o retracción implicaría caer en un vicio “revisionista”. Bien, pues si tomásemos en consideración esta perspectiva, la cual tiende a vislumbrar el socialismo como un proceso lineal y mecánico, no se explicaría entonces la vigencia del socialismo en la actualidad. Hemos de tener en cuenta que el socialismo no deja de ser un proceso dinámico y plural, abierto a las circunstancias históricas de su tiempo; y hasta que no se dé su “plena realización” puede experimentar distintas vías, entre ellas la convivencia del capital con distintas formas de socialización (como ocurrió en la URSS con la política de la NEP). 

Finalmente convendría poner el foco en otro aspecto fundamental de la economía china: la propiedad de la tierra, hasta la fecha sin privatizar y en manos del Estado. En los últimos cincuenta años el trabajo agrícola ha experimentado varios cambios, ya sea la organización y distribución del trabajo bajo la formación de comunas en los años setenta, o las pequeñas unidades de producción familiar durante los años ochenta. Esto es de vital importancia si se tiene en cuenta que la población rural supera los 500 millones de habitantes (aproximadamente el 40% del total de la población china). El estatus jurídico de la propiedad no se ha discutido, sigue perteneciendo en su totalidad al Estado; y eso es algo que contradice la lógica inmersa en el capitalismo, que en su pretensión por acumular capitales se esfuerza en privatizar los medios de subsistencia. Según Samir Amin, una tierra no mercantilizable no estaría dentro de los marcos ontológicos a partir de los cuales el capitalismo opera.

China en la Nueva Modernidad

Pese a que la República Popular China se levantó sobre planteamientos marxistas-leninistas, la influencia de Confucio sigue presente en el “socialismo con características chinas” actual. Y, de alguna manera, el Partido Comunista se presenta a sí mismo como continuador del papel histórico que hasta entonces jugaban las dinastías imperiales. Es un partido político con un cuerpo de funcionarios brillante, y una burocracia eficaz y dinámica (algo que dista bastante con respecto a la extinta Unión Soviética). La República Popular China ha diseñado un modelo educativo que destaca por su eficacia, valora la creatividad y las distintas habilidades de las futuras generaciones chinas. Su objetivo es claro: China ha de contar con un proletariado bien formado, así como un funcionariado que obedezca a las necesidades del pueblo. A partir de ahora, es el Partido, y no el emperador, el que reencarna el ideal de la persona elevada: el gobernante con el don de la virtud (junzi). 

El balance que podemos hacer del desarrollo chino en los últimos cincuenta años no puede dejar indiferente a nadie. Sus logros, ya sea que se atribuyan al socialismo o al capitalismo, son más que destacables, y su población parece tenerlo presente. Esto último hace ridículo cualquier pretensión de creer que la sociedad china va a “plantearse” un “nuevo régimen de libertades y democracia”. El presidente Xi Jinping denomina “prosperidad común” al proyecto en el que se ha embarcado el país; y eso, prosperidad común, y no libertades individuales, es lo que ha permitido elevar el bienestar material de la población. China se ha labrado su propio camino, lo ha hecho por sí misma mediante un balance adecuado de aquellos mecanismos que permiten que las naciones prosperen, y actuando en consonancia con sus particularidades históricas. Y las consecuencias de su progreso tecnológico pueden repercutir sobre la humanidad: el país asiático cuenta con un proyecto de investigación (conocido como “sol artificial”) cuyo propósito es generar energía limpia prácticamente ilimitada.

Teniendo esto en cuenta, China se postula para construir una modernidad alternativa. Lejos de recaer en una retórica chovinista y sinocentrista, el gigante asiático se reivindica ante los demás países como una potencia capaz de reordenar el mundo de manera benigna para otras naciones. Sus dimensiones industriales y su peso demográfico comportan que China genere una alta demanda de materias primas ubicadas fuera de sus fronteras, pero éstos son retribuidos adecuadamente, sin necesidad de injerencias políticas en las cuestiones internas de los países proveedores. Desde esta óptica se entiende que el pasado mes de agosto el gobierno chino anunciase que condonaba la deuda (correspondiente a préstamos sin intereses) a 17 países africanos.

Su propuesta se orienta hacia un nuevo orden multipolar que, por otra parte, no estaría exento de contradicciones y posibles encontronazos, pero en el que China, a diferencia del resto de potencias surgidas durante los más de quinientos años de modernidad, no pretende buscar una dominación imperial del globo terrestre. Por el contrario, China estaría dispuesta a buscar una soberanía compartida entre los principales bloques geoestratégicos del mundo, siempre y cuando se acuerden unos mínimos fundamentos legales y espacios de influencia geopolítica.

Conclusiones

Este artículo no pretende negar las distintas contradicciones existentes en China entre unas persistentes dinámicas capitalistas y un supuesto itinerario socialista. La “izquierda política” es consciente de que los intereses de la clase capitalista friccionan con los de la clase trabajadora, ya sea urbana o rural. Y esto es algo que se presupone que ocurre en China, aunque la dirección política del PCCh permita vertebrar social, económica y culturalmente el país. Sirviéndose de Confucio sin desentenderse de Marx, el pragmatismo de China ya quedó expuesto en aquella frase de Deng Xiaoping: “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.

¿Significa lo anterior que la construcción del socialismo queda supeditada a las circunstancias coyunturales? El avance socialista de China dependerá de la dialéctica que se de en dos planos distintos, aunque relacionados: el plano nacional (la capacidad de la clase obrera china para que sus intereses se impongan en la cúpula del Partido) y el internacional (la influencia de posibles movimientos revolucionarios, o cuando menos populares, sobre gobiernos llamados a liderar un nuevo orden internacional). A nosotros nos corresponde construir una izquierda que rechace cualquier tipo de reduccionismo, y aproveche el frente que se abre en esta (no tan nueva) Guerra Fría. Se avecinan tiempos interesantes, y tan solo una clase trabajadora organizada a nivel nacional, y con una proyección geopolítica internacional, podrá dar un giro de tuerca a los últimos cuarenta años vividos. 

Artículo publicado en el número 417 – Octubre de 2022 de El Viejo Topo.

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