sábado, 14 de octubre de 2017

BANDERA NACIONAL, NEGOCIO PATRIO Y QUE CREO QUE EL CARRO DE MANOLO ESCOBAR SE LO ROBARON UN DÍA QUE CONSTRUÍA



Lo que la bandera más grande de España oculta sobre los negocios con el nazismo   
         
   
La bandera de Valdebebas. (EFE)© EFE La bandera de Valdebebas. (EFE) 
 
Valdebebas, uno de los últimos barrios construidos en Madrid, se ha convertido en noticia de alcance nacional gracias a la bandera de España más grande de la historia, colgada en un edificio por el dueño histórico del suelo de Valdebebas, César Cort (y familia), presidente de la Junta de Compensación de Valdebebas y de la promotora inmobiliaria Valenor. El ‘banderazo’ tiene algo de fascinante obra de arte conceptual que resume el espíritu de su tiempo: 1) Es casi imposible dejar de mirar el edificio cubierto por la enseña nacional, como cuando Christo cubrió el Reichstag con unas telas. 2) Hay pocas cosas tan estratégicamente españolas como un bloque de viviendas. 3) El 'banderón' de Valdebebas funciona como espejo del 'modus operandi' de cierto urbanismo madrileño del último siglo. ¿Quién da más?
El verdadero protagonista de esta historia se llama César Cort Botí (abuelo del César Cort que ha colgado la bandera), nombre relevante del urbanismo madrileño del siglo XX. Cort Botí fue el primer catedrático de urbanismo de la Escuela de Arquitectura de Madrid en un momento clave (I Guerra Mundial) en el que las principales urbes españolas estaban en expansión y, por tanto, necesitaban repensar su modelo.

“La llegada de Cort a la docencia del urbanismo significó la voluntad por teorizar y normalizar el proceso de producción de suelo urbano, de definir el modo y los mecanismos por los cuales el suelo podría entenderse y valorarse como mercancía”, razona Carlos Sambricio, catedrático de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo en la ETS de Arquitectura de Madrid , en este artículo.

A principios de los años veinte, en plena discusión sobre cómo debían planificarse las ciudades, Cort critica el concepto de “ciudad jardín” y apuesta por “la casa de pisos”, en palabras del propio urbanista, que pretendía “incentivar la construcción en un momento en el que –tras el crecimiento de 1914-1918– se produce una recesión económica”, recuerda Sambricio.

El pionero urbanístico

El catedrático Cort, ya entonces propietario de suelo, tenía en mente una ciudad con capacidad para crecer y generar negocio vía construcción masiva de bloques de pisos en ensanches y extrarradios. Es entonces cuando trasciende los límites de su cátedra para influir en las políticas urbanas y municipales del Directorio Militar de Primo de Rivera desde un "enfoque liberal/conservador": “Integrado en el círculo político de Romanones, participa activamente en la política sobre alquileres, criticando el decreto sobre estos y señalando de qué forma la congelación de alquileres –contraria a los intereses de los propietarios– tenía como resultado (comentaba) disminuir gradualmente la construcción y, en consecuencia,'incrementar el paro'”, escribe Sambricio.

Nuestro hombre fue elegido concejal en Madrid por el partido monárquico en las primeras elecciones municipales de la II República. Cort destacó como opositor tanto por su defensa del patrimonio arquitectónico como por sus críticas a la “política de vivienda social” de la técnica municipal, según Sambricio. Cort sobrevivió a la Guerra Civil, encarcelamiento incluido. Dado su prestigio profesional y su cercanía al bando ganador, todo apuntaba a que su momento político había llegado, pero no fue así: lo que había llegado era la hora de dar el gran pelotazo inmobiliario

Bandera de España en Valdebebas. (EFE)© Proporcionado por El Confidencial Bandera de España en Valdebebas. (EFE) 
 
Hombre de “carácter complejo”, Cort mantuvo relaciones entre tirantes y tensas con los prohombres de la arquitectura y el urbanismo del primer franquismo –del arquitecto falangista Pedro Muguruza, primer director general de Arquitectura y autor de El Valle de los Caídos, a Pedro Bigador, urbanista responsable de la Oficina Técnica de la Junta de Reconstrucción de Madrid–. “Uno de los problemas que deberá solucionar Pedro Bidagor desde 1941 es el de los urbanistas y especuladores que se niegan a aceptar las nuevas directrices. Sabemos, en ese sentido, que César Cort adquiere un importante número de terrenos en las proximidades de la carretera de Barcelona, sin duda con la intención de poder realizar posteriormente operaciones inmobiliarias”, cuenta Carlos Sambricio en ‘Madrid, vivienda y urbanismo: 1900-1960’.

La visión urbanística de Cort –comprar terrenos en las afueras del Madrid destruido de 1940 tras intuir que la urbe crecería mucho más de lo que la mayoría podía imaginar– se adelantó a su tiempo y le hizo rico (a él y a varias generaciones de su familia). Eso sí, todo esto podía haber sido diferente si no hubiera tenido un golpe de suerte empresarial: la aparición del oro negro nazi del wolframio.

El petróleo gallego

Su gran fuente de riqueza fue un metal llamado wolframio, cuya demanda se disparó durante la II Guerra Mundial: los nazis utilizaron el wolframio, que no se funde hasta los 3400 grados, para reforzar el acero de sus tanques, cañones y proyectiles. Convertido en el nuevo oro negro, el wolframio protagonizó una batalla estratégica cuyo centro era España, donde estaban buena parte de las reservas mundiales, a las que los nazis querían acceder para horror de los aliados. El precio del wolframio, en definitiva, llegó a multiplicarse por cien: con los nazis comprando todo lo que podían y los aliados pagándolo a precio de beluga en el mercado libre simplemente para que los nazis no se hicieran con él. Y en esas llegó César Cort…

El catedrático de urbanismo se hizo en 1940 con la propiedad de las minas de Fontao (Pontevedra), cuya gerencia había estado en manos de su hermano Fernando, ingeniero de minas, durante la Guerra Civil. Fontao era una antigua mina de estaño (Minas de Estaño de Silleda) propiedad de una empresa francesa (Societé des Étains de Silleda) desde los años veinte. Cort aprovechó las nuevas leyes franquistas –pronacionalizadoras– para hacerse con el control de la mina, que pasó a llamarse Wolfram Hispania SA y llegó a tener más de 4000 trabajadores (muchos de ellos presos políticos republicanos).

En otras palabras: Cort se iba a forrar a base de bien con el wolframio. “Un nuevo empresariado –puesto que grupos bajo control de capital extranjero, como el de Fontao, habían cambiado de manos una vez finalizada la guerra española–, se apresta a extraer el máximo beneficio de la necesidad alemana de abastecerse de wolframio a cualquier precio y de la disposición aliada, y británica en particular, a impedir su compra presionando, en este caso, sus precios fuertemente al alza”, según una investigación de los profesores María Xosé Rodríguez Galdo (Universidad de Santiago de Compostela) y Abel Losada Álvarez (Universidad de Vigo) sobre el wolframio gallego y la mina de Fontao, “la más significativa del sector por la conjunción de tamaño y tradición”.

“En 1942 y 1943 el wolframio se convierte en el primer producto minero de España, incluso por encima del hierro... Su papel en la economía exterior española de los años centrales de la II Guerra Mundial es bien conocido, representando en el conjunto de las materias primas exportadas por España en torno al 50% del valor total en los años 1943 y 1944”, añaden los académicos.

La mina de Fontao produjo 129.257 toneladas de wolframio solo en 1942, año en el que facturó 11,6 millones de pesetas de la época (más de 100 millones de euros al cambio actual), según los libros de la empresa consultados por Rodríguez y Losada. La empresa minera echaría el cierre en 1963 tras un segundo 'boom' en los años cincuenta (Guerra de Corea).

Para entonces hacía ya mucho tiempo que Cort había invertido sus ganancias en comprar suelo en las afueras de Madrid, especialmente en el norte y en el nordeste, donde ahora cuelga la mayor bandera de España de todos los tiempos en un bloque de pisos en obras. Los caminos del milagro inmobiliario español son inescrutables…

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