lunes, 28 de julio de 2025

Bulgaria se une a la zona euro

 

Bulgaria llevaba tiempo dándole vueltas sobre si entrar o no en la Eurozona. Su parlamento ha decidido entrar, pero gran parte de la población está en desacuerdo, temiendo un aumento de precios y una mayor pérdida de soberanía.


Bulgaria se une a la zona euro

 

Megi Popova

El Viejo Topo

28 julio, 2025 


El 8 de julio, el Parlamento Europeo aprobó por amplia mayoría la entrada de Bulgaria en la eurozona. Con esta votación, Bulgaria, un país de seis millones y medio de habitantes situado en Europa del este, comenzará a utilizar el euro como moneda a partir del 1 de enero de 2026. ¿Cuál es la situación que ha llevado a esta votación y cuál es el futuro de Bulgaria dentro de la zona euro?

Desde 1997, Bulgaria ha funcionado con un sistema de caja de conversión, que vinculó inicialmente su moneda, el lev, al marco alemán. Tras la sustitución del marco por el euro, el lev se vinculó a este último. Este sistema ha limitado la independencia monetaria de Bulgaria al eliminar herramientas de control como la devaluación. Como consecuencia, muchos han argumentado que el uso del lev aporta pocos beneficios y solo costes a Bulgaria. Los defensores de la soberanía búlgara sostienen que el sistema de caja de conversión debería desmantelarse. Sin embargo, existe un amplio consenso político en que es una salvaguardia contra la irresponsabilidad fiscal y la inflación.

Para la coalición de centro-derecha en el poder y para la mayoría de los representantes políticos de la Asamblea Nacional, la adhesión a la zona del euro es la culminación de la plena integración de Bulgaria en la familia europea. El año pasado, Bulgaria se adhirió al Schengen, el acuerdo que permite la circulación sin visados dentro de Europa (firmado originalmente en Schengen, Luxemburgo, en 1995, Bulgaria se adhirió en 2005, pero solo comenzó su aplicación en 2024). La opinión mayoritaria en el Parlamento búlgaro y en el poder ejecutivo es que la adhesión a la zona del euro supone un hito histórico para Bulgaria. Sin embargo, esta opinión no es compartida por la mayoría de los ciudadanos búlgaros. Una parte significativa de la población cree que la adhesión a la zona del euro ha sido un gran éxito, mientras que un número considerable de críticos argumenta que, a pesar de los beneficios económicos, la entrada ha sofocado la voluntad de los ciudadanos búlgaros, que no votan directamente sus políticas.

Hace dos años, el partido populista proruso Vazrazhdane tomó medidas para celebrar un referéndum sobre la adhesión de Bulgaria. Sin embargo, el Parlamento y el Tribunal Constitucional consideraron que sería inconstitucional. El 9 de mayo de 2025, el presidente de la República de Bulgaria, Rumen Radev, anunció que propondría un referéndum sobre la entrada de Bulgaria en la zona euro. Radev, presidente desde 2017, antiguo comandante de la Fuerza Aérea Búlgara que había servido en el mando de la OTAN como general de división, es a menudo acusado de lealtad insuficiente a la Unión Europea y a la OTAN debido a sus críticas al envío de armas europeas a Ucrania y a la continuación de la guerra. La propuesta del presidente Radev para el referéndum fue rechazada por el Parlamento búlgaro.

Todas estas acciones catalizaron una ola de descontento entre gran parte de la ciudadanía búlgara. Según una encuesta realizada por la agencia sociológica Myara el 14 de mayo de 2025, el 54,9% de los encuestados afirmó que, si tuviera la oportunidad de participar en un referéndum, respondería “No estoy de acuerdo con que Bulgaria adopte el euro en 2026”; el 34,4% respondería “Estoy de acuerdo en que Bulgaria adopte el euro en 2026”. En la misma encuesta, el 63,3% de los encuestados se mostró a favor de celebrar un referéndum, mientras que el 35,3% no lo apoyaba. Otras encuestas también muestran resultados similares.

Al mismo tiempo, la mayoría de los búlgaros apoya la adhesión de Bulgaria a la Unión Europea, que goza de un nivel de confianza muy alto entre los ciudadanos en comparación con otros países europeos. El escepticismo de la mayoría de los búlgaros hacia el euro no se debe al euroescepticismo, sino que tiene una explicación mucho más pragmática y social. Mientras que los ideólogos del euroescepticismo, que suelen situarse en la derecha populista, esgrimen argumentos económicos en contra de la adhesión a la zona del euro, la mayoría de los ciudadanos se muestran preocupados por el aumento de los precios, en particular de los alimentos y de los servicios, y no por la naturaleza de la zona euro o de la moneda en sí, sino por la transición que, inevitablemente, creará condiciones propicias para la especulación, el aumento de los precios y la inflación. Estas preocupaciones no son infundadas, y el ejemplo más reciente y cercano es el de Croacia, país en el que el Gobierno tuvo que imponer un límite máximo a los precios de determinados productos.

 

En Bulgaria no ha habido un debate real sobre el euro, ni siquiera uno terapéutico, y este hecho puede dejar otra herida en una democracia tan frágil. En los últimos años, la participación electoral en Bulgaria ha disminuido de forma constante, y la historia de los referéndums en el país es lamentable: los ciudadanos tienen la sensación persistente de que no tienen voz, lo que es extremadamente perjudicial para la democracia.

 

Esto apunta a una cuestión más amplia: la ausencia de un debate público significativo sobre la adopción del euro revela un déficit democrático más profundo. Cuando los ciudadanos se sienten ignorados, las decisiones políticas parecen impuestas desde arriba, alejadas de la realidad que viven. Esta desconexión fomenta la desconfianza, alimenta los discursos populistas y genera desinterés cívico. Es en este contexto en el que debemos entender las protestas emergentes contra el euro, no como actos aislados, sino como expresiones de un malestar democrático creciente.

Los medios de comunicación y el Gobierno tienden a asumir el papel de “informar” a los ciudadanos sobre la logística de la adhesión y a luchar, quizás de forma superficial, contra los aumentos “injustificados” de los precios y la especulación durante el período de transición. En un país en el que más de 800.000 ciudadanos están clasificados como trabajadores pobres, la preocupación por el aumento del coste de productos básicos como el pan, la electricidad y el transporte no es una preocupación macroeconómica abstracta, sino una preocupación existencial. En ausencia de salvaguardias eficaces contra la especulación, la regulación de los precios de los productos básicos o una política de ingresos coherente, los temores a la inflación no solo son comprensibles, sino racionales.

Fuente: Globetrotter

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Las páginas amarillas de la derecha extrema [España]

 


Las páginas amarillas de la derecha extrema

Iñaki Urdanibia

Kaosenlared

28 de julio de 2025 


Vaya por delante que estamos ante un libro realmente importante, y hasta necesario; fue tal el éxito de la versión on line que los editores decidieron publicar la versión impresa (https://rosalux.es/2021/06/de-los-neocon-a-los-neonazis/).

Con respecto al título que he elegido para este artículo, cuadraría tal vez mejor el color pardo, si bien a la representación más destacada de la derecha extrema hispana, la de Vox, le mola más el verde, benemérito, que con tanto orgullo lucen sus líderes, los de la “España que madruga”. Otros colores tampoco desentonarían con algunos de los grupos que asoman en el panorama peninsular: el azul falangista, por ejemplo.

Se lee en el Prólogo, escrito por Amelia Martínez Lobo: «Esta publicación trata de aportar no sólo claves para el análisis, sino una descripción minuciosa de todo el cosmos de la extrema derecha en el Estado español, desde sus expresiones institucionales, con Vox a la cabeza, hasta sus tentáculos en el fútbol, las redes sociales, los influencers y los espacios de generación de pensamiento como fundaciones o lobbies», mostrando el deseo de que el libro «se convierta en un lugar de referencia y un manual de consulta», y ciertamente lo consigue y con creces, ya que estamos ante una mirada detallada a la génesis y desarrollo, e implantación, de la extrema derecha en la sufrida piel de toro; un mapa, un árbol y también un rizoma que hace que se muestre la galaxia ultra, sus ramificaciones y sus medios de comunicación y otros. El volumen es un verdadero ladrillo de más de casi setecientas páginas y de cerca de un kilo de peso, y si lo califico de ladrillo no lo hago con tono despectivo sino que lo hago en referencia a la contundencia que supone en el rostro de las organizaciones aludidas, y me inspiro en aquel misterioso ser que respondía, entre otros, al nombre de B. Traven / Ret Mahut, que publicaba en su momento una revista con el nombre de Der Ziegelbrenner (el ladrillero…fabricar ladrillos para un nuevo mundo y para enfrentarse al viejo); en esta ocasión la Oficina de enlace Madrid de Rosa Luxemburg Stiftung* se alza con radicalidad frente al ascenso de las posturas fascistas, neo, ofreciendo un potente ladrillo antifascista…con su «De los neocón a los neonazis. La derecha radical en el Estado español», Informe coordinado por Miguel Ramos, y que cuenta con diferentes colaboradores como Nora Rodríguez, Jordi Borrás, Román Cuesta, Julián Macías, Pep Anton Ginestà, Adrián Juste y Juan Francisco Albert Guerrero de Al Descubierto, Proyecto UNA, Nuria Alabao y Carles Viñas.

El comienzo hurga en la denominada transición con su amnistía, que de hecho fue un decreto de punto final que eximía de responsabilidades a los franquistas, y los primeros pinitos por erigir un partido de derecha radical, plasmado en Fuerza Nueva de Blas Piñar; otros intentos asomaron como los grupos organizados por Ruiz-Mateos, Mario Conde o Jesús Gil, si bien al final fue la Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne la organización que aglutinaba en su seno a franjas de extremistas de derechas, y que más tarde se bautizaría como PP; éste se mostró más prudente con respecto a la hora de traspasar ciertas líneas rojas, que le acercaran a extremas derechas europeas; esto no quita para que algunos miembros de dicho partido, como Xavier García-Albiol o Javier Maroto sostuvieran posturas combativas contra la inmigración. A partir de ahí, las páginas derivan hacia el contexto internacional, y sus expresiones en el Estado español que se centran en luchar contras las leyes de Memoria histórica, la legalización del aborto, recalcando la unidad de España y la consiguiente lucha contra el independentismo, irrumpiendo la vena conspiranoíca como fue el caso del atentado de Atocha…el 11M supuso la puesta en marcha de una defensa de Occidente frente al islam y sus expresiones terroristas, lo que llevó a la intervención en Iraq propiciada por el trío de las Azores; en dicho trío aparecía José Marías Aznar, que más tarde pondría en marcha la FAES. La Iglesia jugó, y juega un papel esencial en la embestida contra ciertas leyes como la del aborto, la educación para la ciudadanía, o la del matrimonio homosexual…en la misma onda no se puede ignorar el florecimientos de otras fogosas organizaciones como Hazte Oír, la AVT, la Asociación Nacional por la Libertad Lingüística…coreados por diversas páginas webs y medios de comunicación como la COPE, Intereconomía, Libertad Digital, la Gaceta, y ciertas organizaciones religiosas, como la mentada Conferencia Episcopal, los Kikos o el Opus Dei. Dos cosas se han de destacar: una, que muchas de estas organizaciones nombradas son escisiones del tronco común, el PP, dándose , por otra parte, situaciones de doble militancia; y la otra es que en la medida en que Vox y su troglodita ideario amplía su presencia, el PP entra en el juego de competir con el partido de Abascal, lo que supone una mayor radicalización del partido encabezado por Núñez Feijó, en temas como la unidad patria, el irredento combate contra el independentismo, las lenguas cooficiales, o la inmigración.

A partir de ahí el libro expone pormenorizadamente el surgimientos de Vox, su ideario antifeminista, contra la inmigración, encarnizadamente españoles y opuestos a las lenguas cooficiales adoptando una óptica falaz de victimismo, negacionistas con respecto al cambio climático, al maltrato a las mujeres; se exponen igualmente su programa económico de un radical neoliberalismo, y sus fuentes de financiación, sus relaciones internacionales y sus órganos sindicales, culturales-Disenso (por cierto, pasmado me quedé al conocer un número que dedicaban a Gilles Deleuze, viendo entre los firmantes al otrora convencido marxista-leninista, y althusseriano, Gabriel Albiac, etc.). Se analiza también la fantasmal moción de censura…

El despliegue de la obra se extiende a la presentación de partidos extra-parlamentarios y organizaciones de extrema derecha. Capítulo aparte merece Catalunya, y las organizaciones españolistas que allá combaten, y las expresiones independentistas de extrema derecha. El exhaustivo repaso a las organizaciones fundamentalistas religiosas, la lucha en las redes, internet y las mentiras por doquier que expanden…la luchas contras las leyes progresistas del gobierno, y el combate en la época de la pandemia, y…muchas cosas más, por no decir todas aquellas que tienen relación con la extrema derecha, sus ramificaciones, apoyada en datos, listas de personajes y personajillos, y de las organizaciones a las que pertenecen, sin olvidar las certeras ilustraciones en la que se pueden ver a significativos miembros de tales grupos en posición de predicar las virtudes de sus idearios, manifestaciones, árboles genealógicos de algunas organizaciones, o un amplio muestrario de logotipos, o bandas de derechistas en actitud de combate … y no seguiré porque todo no se puede decir, sobre todo cuando lo que dice la obra de la que presento es tanto….acerca de este fantasma que recorre Europa, y el mundo, el posfascismo, en palabras de Enzo Traverso,…fantasma cuya presencia, para más inri, es notable en ciertas instituciones del Estado español.

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* ) «ROSA-LUXEMBURG-STIFTUNG. La Rosa-Luxemburg-Stiftung es una organización internacional de izquierdas sin fines de lucro que proporciona educación política. Asociada al partido alemán “Die Linke”, la fundación es un foro de diálogo político que pretende fomentar la investigación, la participación, la auto-organización y el pensamiento crítico tanto en Alemania como en el resto del mundo…», así se presentan ellos mismos en las última páginas de la obra

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

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domingo, 27 de julio de 2025

INESPERADA MANIOBRA RUSA AL NORTE DE POKROVSK CREA PÁNICO EN UCRANIA.IMP...

Auge y caída del trabajador del conocimiento

 

Auge y caída del trabajador del conocimiento

 

Vinit RavishankarMostafa Abdou

Rebelion

26/07/2025


Fuentes: Jacobin [Imagen: Un antiguo minero del carbón trabaja en una estación informática en la oficina de Bit Source LLC en Pikeville, Kentucky, el 1 de febrero de 2016. (Sam Owens / Bloomberg / Jim Ratliff vía Getty Images)]


En teoría, los trabajadores del conocimiento iban a ser los beneficiarios del neoliberalismo y la globalización. Sin embargo, la IA generativa y un mercado laboral hipercompetitivo están empobreciéndolos también a ellos.

En una reciente reunión de líderes empresariales y funcionarios del Gobierno estadounidense organizada por la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, el vicepresidente J. D. Vance presentó un sorprendente y  sincero análisis de los últimos cincuenta años de política económica estadounidense. «La idea», afirmó, «era que los países ricos ascenderían en la cadena de valor, mientras que los países más pobres se encargarían de las tareas más sencillas».

Lo que quería decir con esto es que, desde la década de 1970, los defensores de la globalización asumieron que, aunque algunos trabajadores de lugares como Estados Unidos podrían perder sus empleos en la industria manufacturera, la mayoría se adaptaría. Lo harían, por usar una frase que se convirtió en un meme en la década de 2010, «aprendiendo a programar». Al cambiar las minas de carbón por los ordenadores portátiles, los trabajadores de Estados Unidos, donde se concentrarían los empleos de alto valor, ocuparían una posición más alta en la cadena de valor mundial que sus homólogos del Sur Global. En cambio, lamentó Vance, lo que ocurrió fue que «a medida que mejoraban en el extremo inferior, también empezaron a ponerse al día en el extremo superior».

La descripción que hace Vance de esta tendencia es, en cierto sentido, más honesta que lo que el mundo ha llegado a esperar de los políticos estadounidenses. Desde la Guerra Fría, los líderes estadounidenses han vendido la globalización con expresiones ingeniosas como «progreso», «integración» y «modernización», una forma de economía de goteo para los Estados-nación que enriquecería aún más a los ricos y elevaría a los «subdesarrollados». Y aunque es cierto que el nivel de vida ha aumentado desde entonces, sobre todo en Asia Oriental, la realidad del resto del mundo ha sido un crecimiento mediocre, acompañado del desastroso colapso de las instituciones estatales y de bienestar.

Criticando los males de la globalización, Vance postula un mundo moldeado por una carrera de suma cero por la supremacía entre los Estados-nación. Sin embargo, en este relato falta —o se omite convenientemente— un análisis serio de las clases, a pesar de que son el eje principal que determina quién se beneficia de la globalización. Bajo el nombre de nación se agrupan los explotadores y los explotados, los que buscan sin piedad maximizar sus beneficios en todos los sectores y geografías, y los que soportan el peso de este insaciable afán de acumulación.

Presentándose como defensores de la clase trabajadora estadounidense, Vance y otros políticos como él desvían la atención de sus patrocinadores multimillonarios hacia los trabajadores extranjeros y una élite urbana liberal vagamente definida, aprovechando en gran medida la división entre los trabajadores manuales y los trabajadores de cuello blanco.

Fordismo y posfordismo

El sistema económico por el que Vance y otros miembros de la derecha populista sienten nostalgia es lo que a menudo se denomina la era fordista del capitalismo. Durante su apogeo, la llamada edad de oro del capitalismo, aproximadamente uno de cada seis trabajadores estadounidenses estaba empleado, directa o indirectamente, en la industria automovilística; hoy en día, la cifra es de poco menos del 3%.

El fordismo se caracterizaba por el consumo masivo en toda la sociedad y la producción en masa en fábricas organizadas según los principios tayloristas de hiperestandarización de los métodos de trabajo, las herramientas y los equipos para maximizar la eficiencia. Representó un período particularmente exitoso del crecimiento capitalista. En Estados Unidos, por ejemplo, entre 1947 y 1979, el salario medio de los trabajadores sin funciones de supervisión aumentó un 2% anual, mientras que el PIB real creció un 7,3%. En comparación, a partir de 1979, los salarios solo crecieron un 0,3% anual, mientras que el PIB real creció apenas un 4,9%.

La desaparición del fordismo, que comenzó en la década de 1970, fue provocada por la intensificación de la competencia internacional. Otros países capitalistas avanzados, como Alemania Occidental y Japón, comenzaron a producir bienes similares a los de Estados Unidos. Los salarios más bajos en esos países, combinados con la duplicación de la capacidad productiva, acabaron ejerciendo una presión a la baja sobre los precios y, en última instancia, sobre los beneficios.

Los efectos de este colapso se manifestaron en cambios tanto en la producción de bienes como en los patrones de consumo de los estadounidenses. Las fábricas ajustadas, coordinadas por cadenas de suministro globalizadas cada vez más complejas, sustituyeron a la fabricación nacional masiva de productos estandarizados. Los avances en la automatización, la informática y las tecnologías de la comunicación facilitaron esta transición al permitir la gestión de una mano de obra más flexible y distribuida geográficamente.

Los patrones de consumo de la población también cambiaron: los estadounidenses de a pie obtuvieron acceso a una amplia gama de productos cada vez más individualizados a precios más baratos, desde prendas de ropa diversas adaptadas a las subculturas emergentes hasta Funko Pops infinitamente personalizables. Este modo de consumo pronto se convirtió en la norma aspiracional de las clases medias de todo el mundo.

Pero el declive del fordismo también provocó la erosión del movimiento obrero en la mayor parte del Norte Global. La causa inmediata fue la deslocalización de las fábricas y los despidos masivos de trabajadores sindicalizados. A medida que estos trabajadores fueron desplazados a espacios de trabajo más pequeños y dispersos que exigía el sector servicios, su capacidad de organización se vio más limitada.

Este periodo acabó provocando derrotas aplastantes para el movimiento sindical, y los antiguos centros productivos —el Rust Belt estadounidense, el norte de Inglaterra, el norte de Francia— sufrieron una rápida desindustrialización a medida que las fábricas se trasladaban al extranjero, ayudadas por los contenedores de transporte estandarizados, los inventarios informatizados, las redes de comunicación más rápidas y otras innovaciones tecnológicas.

Esto creó una división cartesiana dentro de la economía mundial entre una mente del Norte, donde se realizaba el trabajo intelectual, creativo y directivo, y un cuerpo del Sur, responsable de la producción de bienes físicos. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, firmado en 1994, y la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 exacerbaron estas tendencias. La producción se trasladó en su mayor parte a Asia, inicialmente a Corea del Sur y Taiwán, y finalmente a China continental.

Allí, las naciones con grandes poblaciones campesinas y formas innovadoras de gobernanza práctica ofrecían tanto mano de obra siempre disponible como una disciplina laboral rígida. China, por ejemplo, con diferencia el mayor ejemplo de este tipo de centro de fabricación, introdujo lo que se ha dado en llamar el «régimen de trabajo dormitorio», que agrupaba a los trabajadores en alojamientos densos en su lugar de trabajo, lo que permitía a la dirección de las fábricas un control sin precedentes sobre la rutina diaria de sus empleados.

Mientras que un pequeño grupo de países subdesarrollados de Asia oriental pudo beneficiarse de la globalización, la gran mayoría de los países que se integraron en estas redes —desde Egipto hasta Sudáfrica e Indonesia— sufrieron el deterioro tanto de la capacidad del Estado como del bienestar bajo la disciplina del capital financiero, y quedaron atrapados en servicios de bajo valor y en la producción de productos básicos.

El auge de la economía del conocimiento

Al mismo tiempo, los rápidos avances en las tecnologías de la informática y las comunicaciones contribuyeron al nacimiento de una nueva clase de trabajadores del conocimiento: modeladores de datos, desarrolladores de software, diseñadores de sistemas, analistas financieros e ingenieros de redes. Esta nueva clase sirvió de intermediario para los flujos cada vez más desagregados de capital, recursos, información y materias primas. Los miembros de esta clase disfrutaban de una relativa estabilidad al recibir una mayor parte de los beneficios de las empresas, ya fuera directamente a través de salarios más altos o mediante la propiedad de acciones. Este subconjunto de la mano de obra se convirtió en los gestores y facilitadores del capitalismo posfordista y vio cómo su nivel de vida y su capacidad de consumo aumentaban cómodamente.

En la mente de los defensores de la globalización, estos nuevos puestos de trabajo debían compensar las pérdidas resultantes de la desindustrialización. Sin embargo, las ganancias distribuidas por estos empleos fueron muy desiguales, y un pequeño sector de hogares con ingresos altos se llevó la mayor parte de los beneficios: el índice de Gini de desigualdad de ingresos en Estados Unidos, por ejemplo, pasó de 0,45 en 1971 a 0,59 en 2023, un nivel que solo se había visto antes de la Segunda Guerra Mundial.

En Estados Unidos, esta élite de trabajadores se llevó la mayor parte de los beneficios de la globalización; en Europa, la mayor fiscalidad mitigó en cierta medida esta divergencia, redistribuyendo parte de las ganancias obtenidas por las nuevas clases medias a una clase más amplia de trabajadores a través de lo que quedaba del Estado de bienestar. Pero, en realidad, ambos modelos estaban bastante desconectados de donde se generaba una gran parte de los beneficios: en las fábricas de China y México y en las textiles de Bangladesh y Vietnam.

Emblemático de esta nueva economía es el minorista de moda sueco H&M. En 2024, la empresa registró un beneficio operativo de 1800 millones de dólares. Pagó un tipo impositivo medio del 24,9%, prácticamente nada en Bangladesh, donde se produce alrededor del 20% de sus prendas. Un diseñador de ropa en H&M puede ganar hasta 100.000 dólares al año, mientras que el salario mínimo mensual de un trabajador textil en Bangladesh solo se ha aumentado recientemente a 113 dólares: unos míseros 1356 dólares al año.

La IA generativa y el giro hacia el interior del capital

En los últimos años, el pequeño grupo de trabajadores que se ha beneficiado de la economía globalizada ha empezado a sentir la presión. El auge de la IA generativa y la ansiedad generalizada sobre sus efectos pueden interpretarse desde esta perspectiva. Desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022, cada vez es más evidente que innumerables formas de trabajo —el diseño gráfico, la redacción publicitaria, la programación— están siendo rápidamente sometidas a la misma lógica disciplinaria que antes se centraba en la fábrica.

Aunque la IA generativa ha sido objeto de un entusiasmo injustificado y la tecnología dista mucho de ser perfecta, su capacidad para escribir código informático o generar diseños de productos e imágenes de marketing está mejorando rápidamente. Ya no es del todo descabellado concluir que algo parecido a un proceso de proletarización industrial podría llegar gradualmente a formas de trabajo informativo y creativo que hasta ahora habían sido inmunes a estos cambios.

Incluso si no aceptamos las fantásticas nociones de inteligencia artificial general (una IA que podría superar la inteligencia humana) o las grandilocuentes declaraciones sobre una cuarta revolución industrial, en su forma actual los modelos de IA generativa son capaces de ayudar a los capitalistas a imponer disciplina salarial a una amplia gama de trabajadores del conocimiento. Su capacidad para buscar y procesar de manera eficiente grandes volúmenes de texto supone una amenaza particular para las profesiones basadas en el descubrimiento, la curación y la organización del conocimiento.

Estos modelos también se han implementado para automatizar ciertos aspectos del desarrollo de software y la programación informática, lo que ha provocado una descalificación de los programadores y ha reducido la influencia que antes tenían. Por ejemplo, un modelo de lenguaje generativo ahora puede producir la mayor parte del código necesario para crear un prototipo razonable de un sitio web o una aplicación móvil en una o dos horas, un trabajo que normalmente le llevaría varios días a un desarrollador de software medio.

En ámbitos como el marketing, la creación de contenidos y la publicidad, los modelos de IA generativa son capaces de sustituir una gran parte de las tareas de los empleados. Que lo hagan bien o no es irrelevante: poco impide que las fuerzas del mercado conviertan la basura de la IA en la nueva norma.

El declive de la aristocracia

El éxito de la obra Imperio, de los filósofos Michael Hardt y Antonio Negri, a principios de milenio, despertó un renovado interés por una corriente de análisis laboral contemporáneo que había sido especialmente popular entre los marxistas italianos desde la década de 1970. Estos pensadores, denominados «posobreristas», como Maurizio Lazzarato, Paolo Virno y el propio Negri, argumentaban que las formas informativas, culturales y comunicativas del trabajo en red eran más resistentes a la medición y menos susceptibles de ser absorbidas por los circuitos de la disciplina y la mercantilización. En el trabajo inmaterial y cognitivo veían las semillas de la autonomía, la cooperación y el potencial de formas de producción poscapitalistas, es decir, una forma de liberación del trabajo explotador en sí mismo.

En retrospectiva, estas ideas acabaron estando bastante desfasadas respecto a la realidad de cómo acabaron evolucionando estos patrones de trabajo «inmaterial». Al igual que otros avances recientes en diferentes tipos de trabajo intelectual —como el desarrollo ágil de software o la creación de contenidos métricos—, la IA generativa sirve para expandir la lógica de la fábrica precisamente a estos patrones de trabajo aparentemente autónomos, rutinizándolos y haciéndolos más susceptibles a la disciplina. Por ejemplo, ahora se le puede pedir a un diseñador gráfico que entregue un modelo 3D en una hora en lugar de en un día, y el empleador puede indicarle que utilice Midjourney o cualquier otra herramienta de asistencia de IA.

Hoy en día, la red del capital se está reduciendo. La malla que conecta a los productores de microchips de las fábricas de Foxconn en Shenzhen con los empleados del Genius Bar en Berlín y con los trabajadores tecnológicos de las oficinas de Apple en Cupertino es cada vez más uniforme. Si bien la posición de los trabajadores de gama baja y alta frente al capital es muy diferente, cada vez comparten más una trayectoria descendente.

En lo que es una señal reveladora para el sector tecnológico, las tasas de empleo de los programadores informáticos en Estados Unidos se han desplomado hasta su nivel más bajo desde la década de 1980. Esta presión ha erosionado visiblemente la capacidad de negociación de los trabajadores, y no solo en lo que respecta a los salarios. En 2018, los empleados de Google lograron detener la colaboración de la empresa con el Ejército estadounidense en el marco del Proyecto Maven. El año pasado, en cambio, más de cincuenta trabajadores fueron despedidos sumariamente tras protestar por la complicidad de Google en el genocidio de Gaza. La aristocracia de la economía del conocimiento, que en su día fue capaz de negociar sus condiciones, está siendo destronada poco a poco.

Ahora más que nunca, es esencial que luchemos contra la atomización que mantiene a los trabajadores separados a lo largo de las cadenas de suministro globales. A medida que se acelera el giro hacia dentro del capitalismo del Norte, se hace cada vez más crucial mirar hacia fuera, cultivar alianzas y solidaridades con los ingenieros de centros de datos, los trabajadores textiles, los trabajadores de plataformas, los mineros de cobalto y todos aquellos relegados a la parte baja, a las sombras del capitalismo global. El capital es hoy un adversario mucho más formidable que hace medio siglo, y si queremos construir un movimiento obrero exitoso, es crucial que construyamos de forma voluntaria y deliberada la solidaridad y nos organicemos en todos los nodos de su red.

Traducción: Natalia López

Fuente: https://jacobinlat.com/2025/07/auge-y-caida-del-trabajador-del-conocimiento/

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¿Grietas en la OTAN?

 

Eslovenia “amenaza” con someter a referéndum el incremento del gasto militar e incluso la pertenencia a la OTAN. Un escalofrío recorre la espalda de algunos mandamases, preocupados por un posible “efecto contagio”. Ojalá cunda el ejemplo.


¿Grietas en la OTAN?


Biljana Vankovska

El  Viejo Topo

27 julio, 2025 



¿La primera grieta en la fortaleza de la OTAN?

Eslovenia abre el dilema del referéndum

Como es sabido, en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya (24-25 de junio), los líderes de la alianza anunciaron triunfalmente una decisión histórica: todos los miembros aumentarán el gasto militar hasta el 5% del PIB durante la próxima década. Pero detrás de la fachada de unidad se esconde un profundo malestar. Casi ningún Estado miembro se mostró satisfecho con esta decisión impuesta por Washington. No es de extrañar que algunos digan ahora que la OTAN significa Organización del Atlántico Norte de Trump.

La cumbre en sí fue un espectáculo privado de Trump. Se deleitó con los halagos, fue llamado cariñosamente “papá” e incluso recibió aplausos por desatar una agresión abierta contra Irán en coordinación con Israel, un país que lleva ya 20 meses de campaña genocida en Gaza. Los comentaristas susurraban que nunca antes se habían reunido en un solo lugar tantos criminales de guerra, personas que, según cualquier lógica moral, deberían estar enfrentándose a la justicia en lugar de brindar con copas de champán.

Cuando terminó el circo, muchos líderes esperaban en silencio que para 2035 esta locura se haya olvidado, que Trump ya se haya ido y que, tal vez, sus países no estuvieran en bancarrota por las delirantes ambiciones imperiales. Algunos esperan una contabilidad creativa; otros rezan por milagros. Unos pocos se frotan las manos con alegría, convencidos de que el lucro de la guerra traerá puestos de trabajo y crecimiento. Sin embargo, al escuchar a los primeros ministros de España y Eslovaquia, y especialmente al presidente de Croacia, quedó claro que todos se sentían como personajes atrapados en el cuento popular El traje nuevo del emperador.

Justo cuando parecía que esta farsa terminaría sin mayor drama –la cumbre de la OTAN más cara, más corta y más vacía de la historia–, se produjo un acto inesperado de resistencia por parte de uno de los Estados más pequeños de Europa: Eslovenia. El partido de izquierda (Levica), parte de la coalición gobernante, propuso un referéndum consultivo para preguntar a los ciudadanos si apoyaban el aumento del gasto militar al 3% del PIB. La propuesta se aprobó, no gracias a los votos del partido gobernante, sino gracias al bloque conservador de la oposición liderado por Janez Janša, un acérrimo atlantista que utilizó la votación para socavar al primer ministro Robert Golob.

Acorralado, Golob jugó su propia carta: un segundo referéndum en el que se planteaba a los eslovenos la “verdadera pregunta”: permanecer en la OTAN y pagar, o marcharse. Por el momento, el caos procedimental impide saber cuándo se celebrará cualquiera de los dos referéndums, o si un compromiso político los enterrará a ambos.

Para quienes no estén familiarizados con la historia reciente de Eslovenia, recordemos que fue la primera república yugoslava en separarse, donde los círculos disidentes habían exigido un Estado pacífico y desmilitarizado. Rechazaron el presupuesto militar de Yugoslavia y soñaban con la neutralidad. Sin embargo, cuando la federación se derrumbó, Eslovenia convirtió rápidamente su unidad de defensa territorial en un ejército nacional. Más tarde, cuando quiso entrar en la UE, se le dijo: “Sin OTAN, no hay UE”. Los eslovenos no estaban contentos con este chantaje, por lo que su Gobierno celebró dos referendos el mismo día, el 23 de marzo de 2003, sobre la OTAN y la UE. El movimiento pacifista llegó a publicar folletos titulados No a la OTAN, denos la paz”. Aun así, solo el 66% apoyó a la OTAN, influido por las amenazas de que, de lo contrario, sus hijos tendrían que cumplir el servicio militar obligatorio. El mensaje predominante era: “Sin OTAN no hay UE”. El Gobierno hizo una intensa campaña a favor del SÍ en ambos referéndums, presentándolos como un paquete único para la seguridad nacional, la prosperidad y la pertenencia a Occidente.

Eslovenia se convirtió en miembro de pleno derecho de la OTAN el 29 de marzo de 2004, pocos días antes de su adhesión a la UE. Estos referendos consolidaron la orientación estratégica de Eslovenia hacia Occidente, pero dejaron un legado de malestar público sobre la pertenencia a la OTAN, un escepticismo que ahora resurge en medio de los debates sobre el gasto militar y el servicio obligatorio.

Veinte años después, Eslovenia está despertando del sueño neoliberal. No solo está pagando de nuevo por un ejército que no quiere, sino que las nuevas exigencias son impresionantes: Levica calcula que destinar el 3% del PIB equivale al 20% del presupuesto nacional. El servicio obligatorio se cierne como una espada de Damocles, si las guerras se extienden por Europa y más allá.

Robert Golob teme que el referéndum de Levica se apruebe, por lo que contraataca con el miedo: ¿Quieren defenderse solos o permanecer bajo el paraguas de la OTAN, aunque les cueste todo? Janša, a pesar de su lealtad atlantista, ayudó a que se aprobara la propuesta de referéndum como golpe táctico contra Golob.

Al final, los dos referéndums podrían desarrollarse así: los eslovenos dirán NO al aumento del gasto militar y luego SÍ a permanecer en la OTAN, sometidos por la propaganda nacional e internacional.

Pero, ¿por qué es importante?

Porque, por primera vez, los ciudadanos de un Estado miembro de la OTAN debatirán públicamente sobre la organización más peligrosa del mundo. La cuestión de la guerra plantea inevitablemente el viejo dilema: ¿más para el pan o más para las bombas? ¿Aporta realmente seguridad la OTAN? ¿Garantiza la pertenencia a ella la prosperidad y la paz?

Los eslovenos, a pesar de su pragmatismo y su interés propio, siguen teniendo una chispa de conciencia más amplia. Incluso la convocatoria de un solo referéndum, por no hablar de dos, podría romper tabúes no solo en Eslovenia, sino en toda Europa. Podría inspirar a otros atrapados en la trampa de complacer a un emperador que se jacta de sus nuevos ropajes y de su inmenso poder, cuando en realidad está desnudo y arruinado, tanto en su mente como en su moral y en sus arcas.

Que comiencen los juegos. Que se abra por fin el debate, sean cuales sean los motivos que lo susciten.

A veces basta un pequeño Estado para inclinar la balanza de la opinión pública en todo un continente.

Fuente: Globetrotter

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sábado, 26 de julio de 2025

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA [España]

 

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA

 

DIARIO OCTUBRE / julio 24, 2025

 

Javi Delgado (Unidad y Lucha).— ¿Puedo participar en la huelga si mi sindicato no es el convocante? ¿Me puedo pedir las horas sindicales para la huelga? ¿A qué hora es la huelga?

Preguntas como estas surgen cuando trabajadores y trabajadoras se acercan por primera vez a una huelga, denotando la falta de conocimiento técnico y político de esta herramienta de lucha obrera, seguramente la herramienta más potente de la clase trabajadora. Esto lo vivimos de cerca algunos compañeros de los CUO de Gran Canaria meses atrás, en la “Huelga por Palestina” del 27 de septiembre del 2024 y en la huelga del Hospital Clínico Veterinario de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, a finales de 2024[1].

A raíz de esta preocupación y repasando los itinerarios formativos de varios sindicatos, de mayor y de menor tamaño, sindicatos “amarillos” pero también de los que se reclaman como sindicatos de clase, nos encontramos una carencia enorme a la hora de formar a los y las sindicalistas en el uso de la Huelga. ¿Quién está explicando en la actualidad en las organizaciones sindicales cómo se organiza una huelga y qué aspectos se deben tener en cuenta para esta tenga probabilidades de éxito? Nuestro objetivo, por tanto, fue organizar una formación con esta temática. Y con esa idea nos pusimos manos a la obra.

Tras la exitosa formación sobre la Represión Sindical que realizamos meses atrás, los CUO de Gran Canaria organizamos el pasado 5 de junio, en horario de mañana, esta nueva formación. Con una participación de unos 20 representantes sindicales de diferentes organizaciones, arrancó una formación dividida en tres bloques: conceptos básicos y elementos políticos de la Huelga, aspectos técnico-jurídicos de la misma y finalmente, una mesa redonda y coloquio sobre tres experiencias reales de boca de sus protagonistas.

Dentro de los elementos políticos de la huelga, desde los CUO insistimos en la importancia de entender lo que supone parar la producción para el propio sistema capitalista. La importancia de la subjetividad y la conciencia que adquiere la clase trabajadora cuando decide parar y que el empresario deje de ingresar sus beneficios, porque el trabajador ya no le permite producir nada. El enorme poder que tiene la clase trabajadora y cómo la huelga permite que ese poder se visibilice de una manera muy clara.

Los conceptos concretos que más interés despertaron entre los presentes fueron los servicios mínimos, la importancia de la elección de un buen comité de huelga, así como el importante trabajo que se debe desarrollar en las asambleas de centro de trabajo durante la huelga.

El abogado Javier Armas insistió, por su parte, en la importancia que supone que la huelga sea un derecho fundamental. Apeló además a ser imaginativos cuando la patronal pone palos en las ruedas durante la huelga.

La mesa redonda final, que comenzó con la exposición de varias experiencias (Helados Kalise, Centro Sociosanitario el Pino y el Banco de Sangre), facilitó que los presentes expusieran sus casos y sus dudas a la hora de llevar a cabo paros parciales y huelgas indefinidas en sus centros de trabajo.

Tal fue el grado de interés que en las próximas semanas se va a realizar una segunda edición de esta formación, en horario de tarde para facilitar la participación de más trabajadores y trabajadoras.

En camino tenemos una formación específica sobre las mutuas.

Más formación sindical, más preparación, más conciencia de clase para la organización y la lucha.

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[1] Ver Unidad y Lucha de Enero 2025: La primera huelga del sector clínico veterinario cumple dos meses.

Fuente: unidadylucha.es

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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