Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa
el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra
es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo
sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.
Recortes para la guerra
El Viejo Topo
26 julio, 2025
EUROPA SE
BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO
Durante años,
la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en
el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado
de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una
parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad
de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales,
sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites
financieras en detrimento de las mayorías sociales.
Desde su
fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y
fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles
insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una
alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las
estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera
de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades
de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios
de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes
generados por esa lógica de desposesión.
Hoy, ese orden
muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso,
mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares
del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela
cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos
sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la
violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para
sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una
crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un
proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue
un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus
antiguas colonias.
Hoy, la deriva
autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema
derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es
la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular,
transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y
reforzar mecanismos de exclusión social.
Aunque la Unión
Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten
esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación
estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados
Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica”
tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales:
el militar, el fiscal y el político.
La reciente
cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de
Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos
impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft,
empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin
aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se
calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de
ingresar.
Simultáneamente,
los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al
gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual
deberá orientarse a armamento, defensa y
producción militar. Esta reconfiguración del
gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que
redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.
Francia ilustra
con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou,
designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de
euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el
presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios
energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año
blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios
esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de
un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente—
se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.
Las analogías
históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa,
especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis
climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva
que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases
privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde
París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados
pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar
de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en
Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme
atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que
desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.
La UE, por boca
de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción
transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de
“keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este
giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y
sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha
pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante
bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación
estructural.
El riesgo no es
únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su
tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable
del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de
una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en
silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China,
terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.
Las élites
parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin
calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los
trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se
exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato
represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.
La advertencia
de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro
presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando
el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.
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