domingo, 27 de julio de 2025

Auge y caída del trabajador del conocimiento

 

Auge y caída del trabajador del conocimiento

 

Vinit RavishankarMostafa Abdou

Rebelion

26/07/2025


Fuentes: Jacobin [Imagen: Un antiguo minero del carbón trabaja en una estación informática en la oficina de Bit Source LLC en Pikeville, Kentucky, el 1 de febrero de 2016. (Sam Owens / Bloomberg / Jim Ratliff vía Getty Images)]


En teoría, los trabajadores del conocimiento iban a ser los beneficiarios del neoliberalismo y la globalización. Sin embargo, la IA generativa y un mercado laboral hipercompetitivo están empobreciéndolos también a ellos.

En una reciente reunión de líderes empresariales y funcionarios del Gobierno estadounidense organizada por la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, el vicepresidente J. D. Vance presentó un sorprendente y  sincero análisis de los últimos cincuenta años de política económica estadounidense. «La idea», afirmó, «era que los países ricos ascenderían en la cadena de valor, mientras que los países más pobres se encargarían de las tareas más sencillas».

Lo que quería decir con esto es que, desde la década de 1970, los defensores de la globalización asumieron que, aunque algunos trabajadores de lugares como Estados Unidos podrían perder sus empleos en la industria manufacturera, la mayoría se adaptaría. Lo harían, por usar una frase que se convirtió en un meme en la década de 2010, «aprendiendo a programar». Al cambiar las minas de carbón por los ordenadores portátiles, los trabajadores de Estados Unidos, donde se concentrarían los empleos de alto valor, ocuparían una posición más alta en la cadena de valor mundial que sus homólogos del Sur Global. En cambio, lamentó Vance, lo que ocurrió fue que «a medida que mejoraban en el extremo inferior, también empezaron a ponerse al día en el extremo superior».

La descripción que hace Vance de esta tendencia es, en cierto sentido, más honesta que lo que el mundo ha llegado a esperar de los políticos estadounidenses. Desde la Guerra Fría, los líderes estadounidenses han vendido la globalización con expresiones ingeniosas como «progreso», «integración» y «modernización», una forma de economía de goteo para los Estados-nación que enriquecería aún más a los ricos y elevaría a los «subdesarrollados». Y aunque es cierto que el nivel de vida ha aumentado desde entonces, sobre todo en Asia Oriental, la realidad del resto del mundo ha sido un crecimiento mediocre, acompañado del desastroso colapso de las instituciones estatales y de bienestar.

Criticando los males de la globalización, Vance postula un mundo moldeado por una carrera de suma cero por la supremacía entre los Estados-nación. Sin embargo, en este relato falta —o se omite convenientemente— un análisis serio de las clases, a pesar de que son el eje principal que determina quién se beneficia de la globalización. Bajo el nombre de nación se agrupan los explotadores y los explotados, los que buscan sin piedad maximizar sus beneficios en todos los sectores y geografías, y los que soportan el peso de este insaciable afán de acumulación.

Presentándose como defensores de la clase trabajadora estadounidense, Vance y otros políticos como él desvían la atención de sus patrocinadores multimillonarios hacia los trabajadores extranjeros y una élite urbana liberal vagamente definida, aprovechando en gran medida la división entre los trabajadores manuales y los trabajadores de cuello blanco.

Fordismo y posfordismo

El sistema económico por el que Vance y otros miembros de la derecha populista sienten nostalgia es lo que a menudo se denomina la era fordista del capitalismo. Durante su apogeo, la llamada edad de oro del capitalismo, aproximadamente uno de cada seis trabajadores estadounidenses estaba empleado, directa o indirectamente, en la industria automovilística; hoy en día, la cifra es de poco menos del 3%.

El fordismo se caracterizaba por el consumo masivo en toda la sociedad y la producción en masa en fábricas organizadas según los principios tayloristas de hiperestandarización de los métodos de trabajo, las herramientas y los equipos para maximizar la eficiencia. Representó un período particularmente exitoso del crecimiento capitalista. En Estados Unidos, por ejemplo, entre 1947 y 1979, el salario medio de los trabajadores sin funciones de supervisión aumentó un 2% anual, mientras que el PIB real creció un 7,3%. En comparación, a partir de 1979, los salarios solo crecieron un 0,3% anual, mientras que el PIB real creció apenas un 4,9%.

La desaparición del fordismo, que comenzó en la década de 1970, fue provocada por la intensificación de la competencia internacional. Otros países capitalistas avanzados, como Alemania Occidental y Japón, comenzaron a producir bienes similares a los de Estados Unidos. Los salarios más bajos en esos países, combinados con la duplicación de la capacidad productiva, acabaron ejerciendo una presión a la baja sobre los precios y, en última instancia, sobre los beneficios.

Los efectos de este colapso se manifestaron en cambios tanto en la producción de bienes como en los patrones de consumo de los estadounidenses. Las fábricas ajustadas, coordinadas por cadenas de suministro globalizadas cada vez más complejas, sustituyeron a la fabricación nacional masiva de productos estandarizados. Los avances en la automatización, la informática y las tecnologías de la comunicación facilitaron esta transición al permitir la gestión de una mano de obra más flexible y distribuida geográficamente.

Los patrones de consumo de la población también cambiaron: los estadounidenses de a pie obtuvieron acceso a una amplia gama de productos cada vez más individualizados a precios más baratos, desde prendas de ropa diversas adaptadas a las subculturas emergentes hasta Funko Pops infinitamente personalizables. Este modo de consumo pronto se convirtió en la norma aspiracional de las clases medias de todo el mundo.

Pero el declive del fordismo también provocó la erosión del movimiento obrero en la mayor parte del Norte Global. La causa inmediata fue la deslocalización de las fábricas y los despidos masivos de trabajadores sindicalizados. A medida que estos trabajadores fueron desplazados a espacios de trabajo más pequeños y dispersos que exigía el sector servicios, su capacidad de organización se vio más limitada.

Este periodo acabó provocando derrotas aplastantes para el movimiento sindical, y los antiguos centros productivos —el Rust Belt estadounidense, el norte de Inglaterra, el norte de Francia— sufrieron una rápida desindustrialización a medida que las fábricas se trasladaban al extranjero, ayudadas por los contenedores de transporte estandarizados, los inventarios informatizados, las redes de comunicación más rápidas y otras innovaciones tecnológicas.

Esto creó una división cartesiana dentro de la economía mundial entre una mente del Norte, donde se realizaba el trabajo intelectual, creativo y directivo, y un cuerpo del Sur, responsable de la producción de bienes físicos. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, firmado en 1994, y la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001 exacerbaron estas tendencias. La producción se trasladó en su mayor parte a Asia, inicialmente a Corea del Sur y Taiwán, y finalmente a China continental.

Allí, las naciones con grandes poblaciones campesinas y formas innovadoras de gobernanza práctica ofrecían tanto mano de obra siempre disponible como una disciplina laboral rígida. China, por ejemplo, con diferencia el mayor ejemplo de este tipo de centro de fabricación, introdujo lo que se ha dado en llamar el «régimen de trabajo dormitorio», que agrupaba a los trabajadores en alojamientos densos en su lugar de trabajo, lo que permitía a la dirección de las fábricas un control sin precedentes sobre la rutina diaria de sus empleados.

Mientras que un pequeño grupo de países subdesarrollados de Asia oriental pudo beneficiarse de la globalización, la gran mayoría de los países que se integraron en estas redes —desde Egipto hasta Sudáfrica e Indonesia— sufrieron el deterioro tanto de la capacidad del Estado como del bienestar bajo la disciplina del capital financiero, y quedaron atrapados en servicios de bajo valor y en la producción de productos básicos.

El auge de la economía del conocimiento

Al mismo tiempo, los rápidos avances en las tecnologías de la informática y las comunicaciones contribuyeron al nacimiento de una nueva clase de trabajadores del conocimiento: modeladores de datos, desarrolladores de software, diseñadores de sistemas, analistas financieros e ingenieros de redes. Esta nueva clase sirvió de intermediario para los flujos cada vez más desagregados de capital, recursos, información y materias primas. Los miembros de esta clase disfrutaban de una relativa estabilidad al recibir una mayor parte de los beneficios de las empresas, ya fuera directamente a través de salarios más altos o mediante la propiedad de acciones. Este subconjunto de la mano de obra se convirtió en los gestores y facilitadores del capitalismo posfordista y vio cómo su nivel de vida y su capacidad de consumo aumentaban cómodamente.

En la mente de los defensores de la globalización, estos nuevos puestos de trabajo debían compensar las pérdidas resultantes de la desindustrialización. Sin embargo, las ganancias distribuidas por estos empleos fueron muy desiguales, y un pequeño sector de hogares con ingresos altos se llevó la mayor parte de los beneficios: el índice de Gini de desigualdad de ingresos en Estados Unidos, por ejemplo, pasó de 0,45 en 1971 a 0,59 en 2023, un nivel que solo se había visto antes de la Segunda Guerra Mundial.

En Estados Unidos, esta élite de trabajadores se llevó la mayor parte de los beneficios de la globalización; en Europa, la mayor fiscalidad mitigó en cierta medida esta divergencia, redistribuyendo parte de las ganancias obtenidas por las nuevas clases medias a una clase más amplia de trabajadores a través de lo que quedaba del Estado de bienestar. Pero, en realidad, ambos modelos estaban bastante desconectados de donde se generaba una gran parte de los beneficios: en las fábricas de China y México y en las textiles de Bangladesh y Vietnam.

Emblemático de esta nueva economía es el minorista de moda sueco H&M. En 2024, la empresa registró un beneficio operativo de 1800 millones de dólares. Pagó un tipo impositivo medio del 24,9%, prácticamente nada en Bangladesh, donde se produce alrededor del 20% de sus prendas. Un diseñador de ropa en H&M puede ganar hasta 100.000 dólares al año, mientras que el salario mínimo mensual de un trabajador textil en Bangladesh solo se ha aumentado recientemente a 113 dólares: unos míseros 1356 dólares al año.

La IA generativa y el giro hacia el interior del capital

En los últimos años, el pequeño grupo de trabajadores que se ha beneficiado de la economía globalizada ha empezado a sentir la presión. El auge de la IA generativa y la ansiedad generalizada sobre sus efectos pueden interpretarse desde esta perspectiva. Desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022, cada vez es más evidente que innumerables formas de trabajo —el diseño gráfico, la redacción publicitaria, la programación— están siendo rápidamente sometidas a la misma lógica disciplinaria que antes se centraba en la fábrica.

Aunque la IA generativa ha sido objeto de un entusiasmo injustificado y la tecnología dista mucho de ser perfecta, su capacidad para escribir código informático o generar diseños de productos e imágenes de marketing está mejorando rápidamente. Ya no es del todo descabellado concluir que algo parecido a un proceso de proletarización industrial podría llegar gradualmente a formas de trabajo informativo y creativo que hasta ahora habían sido inmunes a estos cambios.

Incluso si no aceptamos las fantásticas nociones de inteligencia artificial general (una IA que podría superar la inteligencia humana) o las grandilocuentes declaraciones sobre una cuarta revolución industrial, en su forma actual los modelos de IA generativa son capaces de ayudar a los capitalistas a imponer disciplina salarial a una amplia gama de trabajadores del conocimiento. Su capacidad para buscar y procesar de manera eficiente grandes volúmenes de texto supone una amenaza particular para las profesiones basadas en el descubrimiento, la curación y la organización del conocimiento.

Estos modelos también se han implementado para automatizar ciertos aspectos del desarrollo de software y la programación informática, lo que ha provocado una descalificación de los programadores y ha reducido la influencia que antes tenían. Por ejemplo, un modelo de lenguaje generativo ahora puede producir la mayor parte del código necesario para crear un prototipo razonable de un sitio web o una aplicación móvil en una o dos horas, un trabajo que normalmente le llevaría varios días a un desarrollador de software medio.

En ámbitos como el marketing, la creación de contenidos y la publicidad, los modelos de IA generativa son capaces de sustituir una gran parte de las tareas de los empleados. Que lo hagan bien o no es irrelevante: poco impide que las fuerzas del mercado conviertan la basura de la IA en la nueva norma.

El declive de la aristocracia

El éxito de la obra Imperio, de los filósofos Michael Hardt y Antonio Negri, a principios de milenio, despertó un renovado interés por una corriente de análisis laboral contemporáneo que había sido especialmente popular entre los marxistas italianos desde la década de 1970. Estos pensadores, denominados «posobreristas», como Maurizio Lazzarato, Paolo Virno y el propio Negri, argumentaban que las formas informativas, culturales y comunicativas del trabajo en red eran más resistentes a la medición y menos susceptibles de ser absorbidas por los circuitos de la disciplina y la mercantilización. En el trabajo inmaterial y cognitivo veían las semillas de la autonomía, la cooperación y el potencial de formas de producción poscapitalistas, es decir, una forma de liberación del trabajo explotador en sí mismo.

En retrospectiva, estas ideas acabaron estando bastante desfasadas respecto a la realidad de cómo acabaron evolucionando estos patrones de trabajo «inmaterial». Al igual que otros avances recientes en diferentes tipos de trabajo intelectual —como el desarrollo ágil de software o la creación de contenidos métricos—, la IA generativa sirve para expandir la lógica de la fábrica precisamente a estos patrones de trabajo aparentemente autónomos, rutinizándolos y haciéndolos más susceptibles a la disciplina. Por ejemplo, ahora se le puede pedir a un diseñador gráfico que entregue un modelo 3D en una hora en lugar de en un día, y el empleador puede indicarle que utilice Midjourney o cualquier otra herramienta de asistencia de IA.

Hoy en día, la red del capital se está reduciendo. La malla que conecta a los productores de microchips de las fábricas de Foxconn en Shenzhen con los empleados del Genius Bar en Berlín y con los trabajadores tecnológicos de las oficinas de Apple en Cupertino es cada vez más uniforme. Si bien la posición de los trabajadores de gama baja y alta frente al capital es muy diferente, cada vez comparten más una trayectoria descendente.

En lo que es una señal reveladora para el sector tecnológico, las tasas de empleo de los programadores informáticos en Estados Unidos se han desplomado hasta su nivel más bajo desde la década de 1980. Esta presión ha erosionado visiblemente la capacidad de negociación de los trabajadores, y no solo en lo que respecta a los salarios. En 2018, los empleados de Google lograron detener la colaboración de la empresa con el Ejército estadounidense en el marco del Proyecto Maven. El año pasado, en cambio, más de cincuenta trabajadores fueron despedidos sumariamente tras protestar por la complicidad de Google en el genocidio de Gaza. La aristocracia de la economía del conocimiento, que en su día fue capaz de negociar sus condiciones, está siendo destronada poco a poco.

Ahora más que nunca, es esencial que luchemos contra la atomización que mantiene a los trabajadores separados a lo largo de las cadenas de suministro globales. A medida que se acelera el giro hacia dentro del capitalismo del Norte, se hace cada vez más crucial mirar hacia fuera, cultivar alianzas y solidaridades con los ingenieros de centros de datos, los trabajadores textiles, los trabajadores de plataformas, los mineros de cobalto y todos aquellos relegados a la parte baja, a las sombras del capitalismo global. El capital es hoy un adversario mucho más formidable que hace medio siglo, y si queremos construir un movimiento obrero exitoso, es crucial que construyamos de forma voluntaria y deliberada la solidaridad y nos organicemos en todos los nodos de su red.

Traducción: Natalia López

Fuente: https://jacobinlat.com/2025/07/auge-y-caida-del-trabajador-del-conocimiento/

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¿Grietas en la OTAN?

 

Eslovenia “amenaza” con someter a referéndum el incremento del gasto militar e incluso la pertenencia a la OTAN. Un escalofrío recorre la espalda de algunos mandamases, preocupados por un posible “efecto contagio”. Ojalá cunda el ejemplo.


¿Grietas en la OTAN?


Biljana Vankovska

El  Viejo Topo

27 julio, 2025 



¿La primera grieta en la fortaleza de la OTAN?

Eslovenia abre el dilema del referéndum

Como es sabido, en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya (24-25 de junio), los líderes de la alianza anunciaron triunfalmente una decisión histórica: todos los miembros aumentarán el gasto militar hasta el 5% del PIB durante la próxima década. Pero detrás de la fachada de unidad se esconde un profundo malestar. Casi ningún Estado miembro se mostró satisfecho con esta decisión impuesta por Washington. No es de extrañar que algunos digan ahora que la OTAN significa Organización del Atlántico Norte de Trump.

La cumbre en sí fue un espectáculo privado de Trump. Se deleitó con los halagos, fue llamado cariñosamente “papá” e incluso recibió aplausos por desatar una agresión abierta contra Irán en coordinación con Israel, un país que lleva ya 20 meses de campaña genocida en Gaza. Los comentaristas susurraban que nunca antes se habían reunido en un solo lugar tantos criminales de guerra, personas que, según cualquier lógica moral, deberían estar enfrentándose a la justicia en lugar de brindar con copas de champán.

Cuando terminó el circo, muchos líderes esperaban en silencio que para 2035 esta locura se haya olvidado, que Trump ya se haya ido y que, tal vez, sus países no estuvieran en bancarrota por las delirantes ambiciones imperiales. Algunos esperan una contabilidad creativa; otros rezan por milagros. Unos pocos se frotan las manos con alegría, convencidos de que el lucro de la guerra traerá puestos de trabajo y crecimiento. Sin embargo, al escuchar a los primeros ministros de España y Eslovaquia, y especialmente al presidente de Croacia, quedó claro que todos se sentían como personajes atrapados en el cuento popular El traje nuevo del emperador.

Justo cuando parecía que esta farsa terminaría sin mayor drama –la cumbre de la OTAN más cara, más corta y más vacía de la historia–, se produjo un acto inesperado de resistencia por parte de uno de los Estados más pequeños de Europa: Eslovenia. El partido de izquierda (Levica), parte de la coalición gobernante, propuso un referéndum consultivo para preguntar a los ciudadanos si apoyaban el aumento del gasto militar al 3% del PIB. La propuesta se aprobó, no gracias a los votos del partido gobernante, sino gracias al bloque conservador de la oposición liderado por Janez Janša, un acérrimo atlantista que utilizó la votación para socavar al primer ministro Robert Golob.

Acorralado, Golob jugó su propia carta: un segundo referéndum en el que se planteaba a los eslovenos la “verdadera pregunta”: permanecer en la OTAN y pagar, o marcharse. Por el momento, el caos procedimental impide saber cuándo se celebrará cualquiera de los dos referéndums, o si un compromiso político los enterrará a ambos.

Para quienes no estén familiarizados con la historia reciente de Eslovenia, recordemos que fue la primera república yugoslava en separarse, donde los círculos disidentes habían exigido un Estado pacífico y desmilitarizado. Rechazaron el presupuesto militar de Yugoslavia y soñaban con la neutralidad. Sin embargo, cuando la federación se derrumbó, Eslovenia convirtió rápidamente su unidad de defensa territorial en un ejército nacional. Más tarde, cuando quiso entrar en la UE, se le dijo: “Sin OTAN, no hay UE”. Los eslovenos no estaban contentos con este chantaje, por lo que su Gobierno celebró dos referendos el mismo día, el 23 de marzo de 2003, sobre la OTAN y la UE. El movimiento pacifista llegó a publicar folletos titulados No a la OTAN, denos la paz”. Aun así, solo el 66% apoyó a la OTAN, influido por las amenazas de que, de lo contrario, sus hijos tendrían que cumplir el servicio militar obligatorio. El mensaje predominante era: “Sin OTAN no hay UE”. El Gobierno hizo una intensa campaña a favor del SÍ en ambos referéndums, presentándolos como un paquete único para la seguridad nacional, la prosperidad y la pertenencia a Occidente.

Eslovenia se convirtió en miembro de pleno derecho de la OTAN el 29 de marzo de 2004, pocos días antes de su adhesión a la UE. Estos referendos consolidaron la orientación estratégica de Eslovenia hacia Occidente, pero dejaron un legado de malestar público sobre la pertenencia a la OTAN, un escepticismo que ahora resurge en medio de los debates sobre el gasto militar y el servicio obligatorio.

Veinte años después, Eslovenia está despertando del sueño neoliberal. No solo está pagando de nuevo por un ejército que no quiere, sino que las nuevas exigencias son impresionantes: Levica calcula que destinar el 3% del PIB equivale al 20% del presupuesto nacional. El servicio obligatorio se cierne como una espada de Damocles, si las guerras se extienden por Europa y más allá.

Robert Golob teme que el referéndum de Levica se apruebe, por lo que contraataca con el miedo: ¿Quieren defenderse solos o permanecer bajo el paraguas de la OTAN, aunque les cueste todo? Janša, a pesar de su lealtad atlantista, ayudó a que se aprobara la propuesta de referéndum como golpe táctico contra Golob.

Al final, los dos referéndums podrían desarrollarse así: los eslovenos dirán NO al aumento del gasto militar y luego SÍ a permanecer en la OTAN, sometidos por la propaganda nacional e internacional.

Pero, ¿por qué es importante?

Porque, por primera vez, los ciudadanos de un Estado miembro de la OTAN debatirán públicamente sobre la organización más peligrosa del mundo. La cuestión de la guerra plantea inevitablemente el viejo dilema: ¿más para el pan o más para las bombas? ¿Aporta realmente seguridad la OTAN? ¿Garantiza la pertenencia a ella la prosperidad y la paz?

Los eslovenos, a pesar de su pragmatismo y su interés propio, siguen teniendo una chispa de conciencia más amplia. Incluso la convocatoria de un solo referéndum, por no hablar de dos, podría romper tabúes no solo en Eslovenia, sino en toda Europa. Podría inspirar a otros atrapados en la trampa de complacer a un emperador que se jacta de sus nuevos ropajes y de su inmenso poder, cuando en realidad está desnudo y arruinado, tanto en su mente como en su moral y en sus arcas.

Que comiencen los juegos. Que se abra por fin el debate, sean cuales sean los motivos que lo susciten.

A veces basta un pequeño Estado para inclinar la balanza de la opinión pública en todo un continente.

Fuente: Globetrotter

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sábado, 26 de julio de 2025

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA [España]

 

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA

 

DIARIO OCTUBRE / julio 24, 2025

 

Javi Delgado (Unidad y Lucha).— ¿Puedo participar en la huelga si mi sindicato no es el convocante? ¿Me puedo pedir las horas sindicales para la huelga? ¿A qué hora es la huelga?

Preguntas como estas surgen cuando trabajadores y trabajadoras se acercan por primera vez a una huelga, denotando la falta de conocimiento técnico y político de esta herramienta de lucha obrera, seguramente la herramienta más potente de la clase trabajadora. Esto lo vivimos de cerca algunos compañeros de los CUO de Gran Canaria meses atrás, en la “Huelga por Palestina” del 27 de septiembre del 2024 y en la huelga del Hospital Clínico Veterinario de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, a finales de 2024[1].

A raíz de esta preocupación y repasando los itinerarios formativos de varios sindicatos, de mayor y de menor tamaño, sindicatos “amarillos” pero también de los que se reclaman como sindicatos de clase, nos encontramos una carencia enorme a la hora de formar a los y las sindicalistas en el uso de la Huelga. ¿Quién está explicando en la actualidad en las organizaciones sindicales cómo se organiza una huelga y qué aspectos se deben tener en cuenta para esta tenga probabilidades de éxito? Nuestro objetivo, por tanto, fue organizar una formación con esta temática. Y con esa idea nos pusimos manos a la obra.

Tras la exitosa formación sobre la Represión Sindical que realizamos meses atrás, los CUO de Gran Canaria organizamos el pasado 5 de junio, en horario de mañana, esta nueva formación. Con una participación de unos 20 representantes sindicales de diferentes organizaciones, arrancó una formación dividida en tres bloques: conceptos básicos y elementos políticos de la Huelga, aspectos técnico-jurídicos de la misma y finalmente, una mesa redonda y coloquio sobre tres experiencias reales de boca de sus protagonistas.

Dentro de los elementos políticos de la huelga, desde los CUO insistimos en la importancia de entender lo que supone parar la producción para el propio sistema capitalista. La importancia de la subjetividad y la conciencia que adquiere la clase trabajadora cuando decide parar y que el empresario deje de ingresar sus beneficios, porque el trabajador ya no le permite producir nada. El enorme poder que tiene la clase trabajadora y cómo la huelga permite que ese poder se visibilice de una manera muy clara.

Los conceptos concretos que más interés despertaron entre los presentes fueron los servicios mínimos, la importancia de la elección de un buen comité de huelga, así como el importante trabajo que se debe desarrollar en las asambleas de centro de trabajo durante la huelga.

El abogado Javier Armas insistió, por su parte, en la importancia que supone que la huelga sea un derecho fundamental. Apeló además a ser imaginativos cuando la patronal pone palos en las ruedas durante la huelga.

La mesa redonda final, que comenzó con la exposición de varias experiencias (Helados Kalise, Centro Sociosanitario el Pino y el Banco de Sangre), facilitó que los presentes expusieran sus casos y sus dudas a la hora de llevar a cabo paros parciales y huelgas indefinidas en sus centros de trabajo.

Tal fue el grado de interés que en las próximas semanas se va a realizar una segunda edición de esta formación, en horario de tarde para facilitar la participación de más trabajadores y trabajadoras.

En camino tenemos una formación específica sobre las mutuas.

Más formación sindical, más preparación, más conciencia de clase para la organización y la lucha.

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[1] Ver Unidad y Lucha de Enero 2025: La primera huelga del sector clínico veterinario cumple dos meses.

Fuente: unidadylucha.es

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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viernes, 25 de julio de 2025

El desmoronamiento de los salarios

 

Solo hace falta ir al súper para darse cuenta de que el salario no alcanza. Y no solo se ve en el incesante aumento de precio de los alimentos: todo sube, menos los salarios. ¿Cómo han conseguido que traguemos con esto?


TOPOEXPRESS


El desmoronamiento de los salarios

 

Miguel Ángel Cerdán Pérez

El Viejo Topo

25 julio, 2025 



EL DESMORONAMIENTO DE LOS SALARIOS EN ESPAÑA

 

Las cifras suelen tener el vicio de la tozudez y la virtud de la verdad. No engañan. Y las cifras de nuestro país, de España nos dicen,  según el Instituto Nacional de Estadística, que los salarios reales han disminuido en España desde el año 2002. No es que hayan aumentado poco, es que en el 2023, descontada la inflación, habían disminuido respecto al 2002. Y si atendemos a diversos aspectos de la cesta de gasto con la que se calcula el IPC, como vivienda, educación o transporte, es decir el comprarse o alquilar una casa, el pagar la carrera de los hijos e hijas y el comprarse un coche, lisa y llanamente se habían derrumbado.

En el año 2002 el salario medio bruto era de 19.802 euros anuales. En el año 2023 ese salario era de 28.049 euros. Es decir, se había dado una subida del 41,65 %. En el año 2002 el salario mediano, que divide la gráfica entre salarios más altos y más bajos, era de 15.829,61 euros anuales nos dice el INE. En el 2023 ese mismo salario mediano era 23.349 euros, con una subida del 47,5 %. Y el salario más frecuente, es decir el que cobran mayor porcentaje de españoles, se situaba en el año 2002 en 12.503 euros brutos anuales, para alcanzar en el 2023 la cifra 15.784,85 euros, con una subida del 25 %. Parecen subidas importantes, ¿verdad? Sin embargo, si lo comparamos con la inflación llega la verdadera realidad. El IPC subió entre el año 2002 y el 2023, según el INE, un 56,5 %. Ello indica que el salario medio ha perdido un 15 % de poder adquisitivo, el mediano un 9 % y el más común nada más y nada menos que un 30 %. Para entendernos y ponerlo en perspectiva: el salario mediano debería ser superior en 4.207 euros anuales y el salario más común en 3.900 euros al año para ser similares a cómo lo eran en el año 2002, para tener esa capacidad adquisitiva. Para ser más concreto, sería en 14 pagas mensuales, unos 300 euros más al mes. Se dice pronto, ¿verdad? Como también se dice pronto que donde más se ha reducido la capacidad de compra de los salarios es en aquellos más frecuentes, lo que indica a las claras que nuestro país ha apostado decididamente por “competir” en base a mano de obra barata, lo más barata y peor pagada posible.

Pero es que el IPC, para su cálculo, se compone de diversos ítems. Y sí, es cierto, con el Smartphone y el Whatssap y la wifi, las telecomunicaciones han bajado. Y alguna ropa también. Sin embargo, la cosa cambia cuando nos fijamos en otros ítems que componen la llamada cesta de la compra. Así, los alimentos y las bebidas no alcohólicas han subido un 86 % entre el 2002 y el 2023. Ello indica, con las cifras vistas, que para poder comprar en el supermercado lo mismo que en el 2002, el salario mediano debería ser casi un 45 % superior y el más frecuente un 60 %. Para entenderlo gráficamente: el salario mediano debería ser 13.000 euros superior al actual, es decir 900 euros más al mes, y el más frecuente 9.350 euros más al año. No sé ustedes, pero a mí se me queda mal cuerpo cuando me doy cuenta, con cifras, de la enormidad del timo al que estamos sometidos. Para comprar o alquilar vivienda las cifras serían, para ser equivalentes a las del 2002, de un 30 y de un 45 % para el salario medio y más frecuente, lo mismo aproximadamente para comprar coche y para pagar la carrera de los hijos. Y es que entre el 2002 y el 2023, el IPC en vivienda ha subido un 68,9 %, en Transporte un 68,8 % y en Enseñanza un 72,7 %. Para entendernos, y sin ser exhaustivos con las cifras, para poder acceder a lo mismo que se accedía en el 2002 a aquellos coches y viviendas, un salario medio debería ser superior en 8.400 euros anuales, y un salario más frecuente en 7.000 euros. En definitiva, en 14 pagas, 600 y 500 euros mensuales más. Y ojo, esto no para mejorar; esto simplemente para seguir como hace más de 20 años.

La cuestión es, ¿cómo han conseguido que traguemos con esto? Porque la monserga de la moderación salarial repetida de forma reptiliana por medios de comunicación, académicos y  demás creadores de opinión, no es suficiente.

¿Qué ha pasado? En primer lugar, como muy bien dice Peter Turchin en su magnífica “Final de partida. Élites, contraélites y el camino de la desintegración política”, se rompió el contrato social no escrito, y “los salarios de los trabajadores se vieron presionados a la baja por diversas fuerzas que modificaron el equilibrio entre la oferta y la demanda de la mano de obra. La mano de obra se vio inflada…” En definitiva, se aumentó  de forma notable “el ejército de reserva” del que hablaba Engels para presionar a la baja los salarios. Y es que está todo inventado. Se abarató además el despido y se inmovilizó a los sindicatos. Esto último se logró mediante el reparto de dádivas y sinecuras y convirtiendo a las centrales sindicales en la “cara b” del poder político. Al mismo tiempo, se impuso la hegemonía del neoliberalismo por medio de la superestructura, y se difundió el lema de que la codicia era buena, y de que “uno es dueño de su destino”. Esto último implicaba que si uno estaba en paro o no llegaba a fin de mes era por culpa suya, por no haber estudiado lo suficiente, por no haber sido lo bastante espabilado en invertir en criptomonedas, en comprar casas para especular o en acciones, en definitiva por no haber hecho las suficientes “dominadas”, como popularizó ese personaje. Patético, ¿verdad? Como también resulta patético que se admita el aumento brutal de las plusvalías por parte de los empresarios pero que ello se difumine con esa ideología de que invertir en bolsa te convierte en un pequeño Bezos. Las risas de Buffet y de toda la élite de Wall Street deben ser inmensas en sus reuniones y brindis.

Todo esto llegó, como bien señala Turchin, con “el declive de las instituciones sociales que alimentaban la vida social y su cooperación. Entre estas se encuentran la familia, la Iglesia, el sindicato, las escuelas públicas, las asociaciones de padres y de vecinos”. Es decir, se fomentó el individualismo extremo. Y triunfó dicho fomento. A costa claro de un deterioro no sólo económico sino también psicológico entre los trabajadores. Hoy en España estamos a la cabeza de Europa en consumo de cocaína y de ansiolíticos. Y no es casualidad. Y en Estados Unidos, como han demostrado basándose en  Case y Deaton diversos autores como Andrew Oswald, se ha disparado el nivel de “angustia extrema” entre la clase trabajadora. De ahí que en Estados Unidos esté disminuyendo la esperanza de vida entre los trabajadores. Se dice pronto, ¿verdad? Pero también se dice pronto que exactamente lo mismo pasará en breve en España, de hecho está pasando. La ruptura del contrato social tiene estas consecuencias, una ruptura que sólo se puede solucionar desde abajo y no desde el apoyo a unas contraélites que sólo buscan un lugar en el Sol.

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Solo la lucha cambia las condiciones laborales, también en el ámbito público [España]

 

Solo la lucha cambia las condiciones laborales, también en el ámbito público [España]

 

Diariooctubre / julio 25, 2025

 


En este artículo hablaremos de la huelga de los tribunales de oposiciones en el País Valencià, un ejemplo de cómo se tienen que organizar la huelgas y cómo, si se hace bien, se consiguen los objetivos. La Conselleria d’Educació decidió unilateralmente no pagar la labor de los tribunales de oposiciones cuando acabaran las clases lectivas. En las oposiciones de maestros de 2024 no avisó de nada y, en el momento del pago, en los desgloses que se presentó a los compañeros y compañeros, no estaba el pago de la asistencia después de finalizar las clases. En cambio, para los tribunales de 2025 y con la experiencia de 2024, los tribunales sabían que no les iban a pagar. Por eso se comenzaron a organizar, primero pidiendo el auxilio de las organizaciones sindicales, de sus representantes electos, con respuestas tan peregrinas como que se sumaran a una huelga general que el sindicato había convocado por otros temas o directamente justificando a la patronal, la administración, indicándoles que era todo por un nuevo secretario de hacienda que había llegado. Viendo que ningún sindicato estaba dando cobertura, se autoorganizaron, en este caso, por la dispersión, usando un grupo de Telegram, que comenzó con 40 personas, pero acabó con casi 800 personas. Los sindicatos mayoritarios no les ofrecían cobertura a sus necesidades, les proponían organizar concentraciones y seguir corrigiendo, pero ellas y ellos sabían que la única opción era parar las oposiciones si querían conseguir su objetivo.

Quedaban 12 días para la prueba general de las oposiciones en la que se presentan todos los opositores, porque después ya van uno a uno. Ningún sindicato con representación en la junta de personal les proporcionaba cobertura, así que desde el Consejo Sindical Obrero decidimos que si nadie lo hacía, CSO, sin representación en la junta de personal, lo haría y convocaría huelga el último día en que se podía convocar, para dar tiempo al resto de organizaciones a sumarse. Así fue como el sindicato mayoritario, STEPV, se vio arrastrado a convocar la huelga o que se viera a las claras lo que estaba haciendo: contener a los trabajadores y trabajadoras que querían exigir sus derechos. Al final se convocó una asamblea virtual donde la inmensa mayoría de los asistentes votaron la convocatoria de huelga y se lanzó para el segundo día de la prueba general. Si se materializaba, las oposiciones no se podrían llevar a cabo, lo que ralentizaría todo el proceso, con la posibilidad de hacerlo desbancar, tanto por las fechas en las que nos encontrábamos como por la huelga indefinida de tribunales que se estaba trabajando en el grupo.

La administración tardó, pero reunió al comité de huelga. Una primera reunión para conocer nuestras reivindicaciones y en una segunda para proponer un acuerdo que colmaba todas las reivindicaciones llevaron a la huelga: se comprometió a pagar todas las sesiones de tribunales, independientemente de su horario, como se había realizado hasta la fecha. Además, conseguimos que se revisara de oficio, en virtud del presente acuerdo, las minutas de los tribunales del año anterior, que no se habían pagado, para contemplar también el pago de todas las sesiones. Todo un éxito de la movilización y la lucha de los tribunales de oposiciones, también en el ámbito público.

Como aprendizaje: solo la organización y la lucha cambian las cosas. Desde el punto de vista de trabajadores y trabajadoras no debemos esperar que nadie nos resuelva nuestros problemas, debemos ser partícipes de la organización colectiva que promueva los cambios necesarios. Desde el punto de vista de una organización sindical combativa, CSO, el sindicato es una herramienta para organizar la lucha y tiene que estar al servicio de la clase trabajadora. Cuando intenta paralizar o desorganizar la lucha hay que superarla y avanzar, usando todas las herramientas a nuestro alcance.

Felip Vicedo, Responsable Educación – Consejo Sindical Obrero

Fuente: unidadylucha.es

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«Democracia siempre»: Una cumbre de verdugos para la farsa renovada de la burguesía global

 


«Democracia siempre»: Una cumbre de verdugos para la farsa renovada de la burguesía global

 

Por Canarias Semanal

Kaosenlared

24 de julio de 2025 

 

Una cumbre «progresista» para salvar lo insalvable

Por GUSTAVO BURGOS (*) / CANARIAS-SEMANAL.ORG.-

Totalmente de espaldas a los trabajadores y resaltada como un acto diplomático, la reunión «Democracia Siempre» —celebrada en La Moneda con la pompa ritual que caracteriza a las cumbres del progresismo burgués— no es más que una nueva escenificación desesperada de legitimación para un orden en ruinas.

Con la presencia de los presidentes Boric (Chile), Lula (Brasil), Sánchez (España), Petro (Colombia) y Orsi (Uruguay), el acto no ha sido otra cosa que una misa laica en defensa del orden burgués disfrazada de cruzada moral contra el «extremismo» y la «desinformación».

Una vez más, los supuestos representantes de una “izquierda” institucional han ratificado su rol como bomberos del sistema.

 

El mito de la democracia capitalista

El documento final reafirma un conjunto de principios abstractos –la “defensa de la democracia”, la “cooperación multilateral”, la “gobernanza digital”, la “transparencia algorítmica”– cuya función no es otra que encubrir la profunda putrefacción del régimen capitalista. Con estas lindezas pretenden hacernos creer que la solución a la crisis terminal del orden burgués pasa por «más democracia», entendida siempre en los límites que señala la gran propiedad privada: el parlamentarismo capitalista, las ONGs financiadas por fundaciones imperialistas y la «gobernanza» de los mercados.

Pero para las masas trabajadoras y explotadas del mundo, la experiencia concreta desmiente esa ficción. Desde Ecuador hasta Francia, desde Haití hasta Palestina, los trabajadores y los pueblos oprimidos no han conocido más que represión, miseria, inflación, guerra y saqueo.

Y esta “democracia” que los presidentes quieren resguardar no es otra cosa que el mecanismo de dominación mediante el cual las oligarquías se rotan en el poder con el aval de procesos electorales controladosmedios de comunicación hegemónicos y estructuras supranacionales como el FMI o el BID.

 

Cumbre de verdugos, no de demócratas

Todos los presentes en Santiago son jefes de Estado que, en sus respectivos países, han impulsado políticas de ajuste contra el pueblo trabajador:

Gabriel Boric militariza el Wallmapu, reprime a los secundarios y garantiza el pago de la deuda interna a los grandes grupos económicos.

Luiz Inácio «Lula» da Silva ha pactado con los banqueros y el agronegocio, impulsando una política fiscal ortodoxa y de subordinación al capital financiero.

 Pedro Sánchez, artífice de la represión al independentismo catalán y gestor de la «ley mordaza» bajo otra cara, revalida el rol imperialista de España en África y América Latina.

  Gustavo Petro, en nombre del progresismo, pacta con la derecha uribista mientras reprime a las comunidades movilizadas.

Yamandú Orsi, bajo el manto del Frente Amplio, no rompe ni un ápice con el modelo neoliberal uruguayo siguiendo el derrotero de Mujica.

Es decir, se trata de una reunión de administradores del capital en crisis, de verdugos que, mientras se declaran defensores de los “valores democráticos”, aplican medidas antiobreras y sostienen al imperialismo. Su verdadera intención es restaurar la credibilidad de las instituciones burguesas, ante el desprestigio generalizado que sufren a escala mundial.

 

El hundimiento de las ilusiones democráticas

Lo que esta cumbre intenta evitar a toda costa es lo que ya se está gestando en los subsuelos de la historia: la ruptura del proletariado con el fetichismo democrático. El aumento de la abstención, el descrédito de los partidos tradicionales, la radicalización de la juventud y el resurgimiento de métodos insurreccionales en países como Perú, Ecuador o Sri Lanka son síntomas de un fenómeno objetivo: las masas comienzan a experimentar con la vía directa y revolucionaria, porque ya no confían en los dispositivos de representación de una clase social enemiga.

A contramano de lo que estos mandatarios sostienen, la democracia no es un espacio neutral, sino una forma específica del Estado capitalista, que garantiza el dominio de clase bajo una envoltura liberal. Es la dictadura de la burguesía con ropaje parlamentario, como enseñó Lenin. Su defensa hoy no es sino una estrategia para evitar que el proletariado recorra el camino de Octubre.

 

¿Y Gaza?

Mención especial merece la fraseología sobre la “paz en Gaza” y el “derecho internacional humanitario”. Cinismo en estado puro. Ninguno de estos mandatarios ha roto relaciones con el Estado de Israel. Ninguno ha llamado a un boicot efectivo. Ninguno ha actuado más allá de declaraciones vacías. En realidad, forman parte del sistema internacional que permite y justifica los genocidios si estos responden a los intereses de Occidente. Hablan de «alto el fuego» mientras venden armas, garantizan tratados de libre comercio y permiten la impunidad.

 

Conclusión: Los únicos antisistema son los trabajadores

Estas Cumbres no son inocuas. No sólo reproducen los moldes ideológicos del sistema que dicen combatir, sino que le entregan en bandeja su discurso y su lugar político a las variantes más reaccionarias de la extrema derecha y el fascismo. Cada vez que el progresismo burgués clama contra “el odio” sin enfrentar la raíz capitalista de la desigualdad, le abre la puerta al fascismo. Cada vez que se aferra a los ritos democráticos en decadencia, facilita el ascenso de las derechas que se presentan —falsamente— como alternativas antisistema.

Pero no es Milei, Le Pen o Trump el enemigo de esta Cumbre: su verdadero enemigo es la revolución socialista, es decir, el poder de los trabajadores movilizados en levantamientos y estallidos. Por eso hacen estas convocatorias: para contener lo incontenible, para intentar frenar lo que ya asoma. La polémica instrumental que pretende ubicar a los BRICS como una alternativa «multipolar» al imperialismo norteamericano, revela con estos actos políticos su naturaleza de clase. Que Lula y Sánchez —ambos integrantes de bloques «enfrentados» en el concierto de este antiimperialismo de opereta— compartan este espacio en Santiago, revela la profundidad del acuerdo antiobrero que más allá de sus discrepancias tácticas tienen EEUU-Europa de un lado y del otro los BRICS. La cacareada multipolaridad es un intento vano de renovar las ilusiones de resolver los conflictos sociales en el marco de la dominación capitalista.

La verdad es simple: los únicos verdaderamente antisistema hoy son los trabajadores, los explotados, los que ya no creen ni en parlamentos ni en pactos sociales. La única salida no es más democracia burguesa, sino que organización y movilización independiente de los trabajadores.

(*) Gustavo Burgos. abogado y militante marxista chileno, es director de El Porteño y conductor del canal de Youtube de análisis político «Mate al Rey».

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