miércoles, 2 de febrero de 2022

Guerra y capital

 

Guerra y capital

 

Joaquin Lucena

INDURGENTE.ORG

31 enero 2022

 

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Cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre.

(Proverbio africano)

Cuando los ricos hacen las guerras son los pobres los que mueren.

Jean Paul Sartre


Guerra. Terrible palabra que, a pesar de no desearla, los humanos siempre se han esforzado por llenarla de contenido, justificando así su existencia.

En un principio las guerras obedecían a causas naturales ya que ocurrían por conquistar o conservar espacios donde obtener recursos para la supervivencia. Poco a poco, a medida que el desarrollo de las Fuerzas Productivas lo permitieron nacieron para la historia las clases sociales y es entonces cuando a la primitiva 

motivación se le sumaron la rapiña –lograr un botín- y un motivo social: la obtención de esclavos –mano de obra explotable-. Así, siguiendo esta línea de desarrollo, a medida que se iban ampliando las interacciones humanas, complejizando, por tanto, la organización y estructuras sociales, surgieron la moral, la religión, el sentido de pertenencia ligado a un determinado lugar –llamémosle patria- etc. que sirvieron como excusas perfectas para ocultar la verdadera raíz económica de todas y cada una de las guerras que se han dado a lo largo de la historia. En el capitalismo, como no podía ser de otra manera, también las guerras tienen una raíz económica, no obstante, presentan algunas singularidades al respecto.

Se puede comprobar, sin atisbo de error, que vivimos en un mundo donde las relaciones de producción y de distribución son plenamente capitalistas en todos los confines del planeta. Es cierto que unos países están más desarrollados que otros, pero eso no cambia en nada el carácter burgués de la totalidad de ellos, además, los más atrasados miran a los primeros como un modelo a imitar para alcanzar su grado de “prosperidad”.

El leif motiv del capitalismo es explotar mano de obra asalariada con fines de reproducir y, a su vez, crear un nuevo valor, pero no un valor cualquiera, sino un valor incrementado -un plusvalor con destino a ser capitalizado-. Esto es lo que realmente y en última instancia motiva e interesa a los capitalistas. Gracias a esa acumulación el Capital es cada vez más grande a semejanza de una bola de nieve rodante, siendo capaz al mismo tiempo de explotar un mayor número de obreros y con más eficacia e intensidad.

Pero esa lógica no es irrestricta, está sometida a determinadas leyes, como por ejemplo la llamada Tendencia Decreciente de la Tasa de Ganancia que, en resumidas cuentas, consiste en que para aumentar la productividad de los obreros, es decir, estrujarles más plusvalor, hay que invertir en nuevos Medios de Producción (factor objetivo) más costosos y sofisticados a la par que también más en mano de obra (factor subjetivo). Esto redunda en un acrecentamiento continuo del capital mínimo para atender las necesidades de la producción, pero, además, este aumento absoluto de los gastos se produce con un aumento proporcionalmente mayor del factor objetivo en relación al factor subjetivo, dando como resultado un aumento en términos absolutos de la ganancia, pero paradójicamente, con una disminución relativa de esa ganancia si se la compara con el monto total de lo invertido.

La desproporción creciente entre lo que hay que invertir y lo que se obtiene como beneficio a través de la explotación de la clase obrera, conduce inexorablemente a un punto nodal en el que invirtiendo más se obtiene menos que en el ciclo anterior. Es justo ahí donde se inicia la típica crisis capitalista de sobreproducción. <<Y cómo supera estas crisis la burguesía? …se pregunta Marx en El Manifiesto Comunista… De una parte, por la destrucción violenta de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos>>.

A mediados del siglo XIX la “destrucción violenta” de mercancías, infraestructuras y obreros iba por un lado y; “la conquista de nuevos mercados” por otra parte. Sin embargo, en pleno siglo XXI con una acumulación de capital gigantesca, un capitalismo monopolista decadente y en un mundo donde apenas hay ya “nuevos mercados” y los ya existentes están repartidos, no puede existir una “conquista” sin ir acompañada de una “destrucción violenta”, o sea, mediante la guerra. Una cosa –la conquista- va unida impepinablemente de la otra -la guerra-.

Cuando estalla una crisis económica, en general, los capitalistas intentan salir de ellas explotando más intensamente a los obreros de sus países así como a los de sus empresas en el exterior. Cuando el Capital ya no es suficientemente redituable como para seguir la senda del crecimiento productivista de sus obreros es cuando más empeño ponen en atacar las condiciones salariales y laborales de la clase obrera, tal y como estamos viviendo en estos momentos. Aparte de esta dinámica, y simultáneamente, los capitalistas sólo pueden hallar tres canteras donde encontrar nuevas fuentes de plusvalor:

1/ -Lugares donde perviven modos de producción primitivos o naturales-.

Pero, apenas quedan ya indígenas, pueblos o culturas que subsistan al margen de los vínculos mercantiles y, los que existen, están en intrincadas y alejadas selvas, desiertos o sabanas y por consiguiente su explotación resulta ser una tarea poco rentable.

2/ -Áreas económicas en las que, bien por razones estratégicas y/o porque el capital privado existente resulta insuficiente para abordar determinadas empresas-.

De ahí que tengan que ser creadas y explotadas por el representante del capitalista colectivo: el Estado. Hablamos del sector público. A medida que el capital acumulado va haciéndose suficiente, se desarrolla una pulsión universal por privatizar todas las parcelas públicas con el único afán de convertir a los trabajadores vinculados a esa esfera en productores directos de plusvalor. Os suena RENFE, SFCC, la NASA, Telefónica, Tabacalera, ENDESA, Educación, Sanidad y un larguísimo etcétera.

Los puntos 1 y 2 darían para escribir otros artículos, pero lo que nos interesa destacar ahora es el punto

3/ -Países conocidos como “comunistas” con economía planificada o países en donde existía una alianza entre su burguesía nacional y su respectiva clase obrera-.

Tanto en unos como en otros se imponían o aplican ciertas restricciones a la libre penetración del capital internacional y que por cierto es mucho más desarrollado y productivo, por tanto, más competitivo. Para operar allí tenían o tienen que aceptar las condiciones, regulaciones etc del Estado de acogida. En el primer grupo se encuentran la URSS y los países del Este europeo, Corea del Norte, Cuba, Yugoslavia, Vietnam, China etc y, en el segundo, toda una ristra de países que van desde los seguidores del proyecto BAAS tales como el Egipto de Nasser, Libia, Iraq, Siria etc. u otros países con proyectos soberanistas como Venezuela, Irán, el Afganistán soviético y después también el Talibán, la Argentina peronista, la Bolivia del MAS, el Brasil del PT, Birmania, Bielorrusia etc. La prueba del 9 para saber de qué países estamos hablando es cuando al referirse a unos como a otros el Imperialismo les pone por delante el apelativo “Régimen”.

El Capital tiende a derribar todas las murallas que se le interponen, no tolera cotos vedados a su libre penetración y circulación. A más hambre de plusvalor, más presión y si, como resultado de esa presión, se satisfacen las necesidades del Capital, miel sobre hojuelas. Pero cuando se le opone resistencia es cuando podemos dar por declarado el encontronazo, no hay más que repasar la lista del párrafo anterior para entender la mayoría de las tensiones entre países en el siglo pasado y el presente. De ese desencuentro surge la posibilidad de un conflicto armado. Si la Nación hostigada muestra algún punto débil, alguna flaqueza, de la posibilidad se pasa a los hechos. Ya tenemos la causa eficiente: la fuerza, la violencia, la guerra.

No se puede negar que en los conflictos existan otras causas intervinientes, como por ejemplo: problemas de naturaleza política, el acceso o posesión de recursos naturales, controlar Áreas o Espacios con importancia geoestratégicas etc., pero estas motivaciones no pasan de ser la causa formal. Causa a la que muchas organizaciones e incluso Gobiernos apelan para explicar la naturaleza de gran parte de las guerras pasadas o actuales. Pero esto no debe hacernos perder de vista que el principio activo o causa final reside en la necesidad imperiosa e Imperialista de acceder a la fuente de vida del Capital que es la libre explotación de los trabajadores de esos países para saciar una sed desmedida de plusvalor. Fijaos en que si, por ejemplo, dijéramos que la guerra del Golfo estuvo motivada por la ambición de los EE.UU por robarle el petróleo a Iraq no estaríamos mintiendo, pero estaríamos igualando ese conflicto a los que se daban en la edad de piedra, que en definitiva obedecían a la lucha por los recursos naturales. Pero si afirmamos que, además de ese estimulo, lo que realmente les impulsó a declarar la guerra era explotar a los trabajadores iraquíes a los que antes no podían acceder salvo con condiciones, estaríamos poniendo el dedo justo en la llaga, dejando al desnudo los intereses de clase que se dirimen en todo conflicto bajo el capitalismo decadente. Ahí es donde está el origen real y fundamental: la causa efectiva.

Para que un enfrentamiento tenga perspectiva de triunfo toda burguesía nacional o de bloque necesita arrastrar al frente de batalla a su propio pueblo y para eso nada mejor que llevarlos engañados con el señuelo de que el enemigo resulta ser una amenaza para la Patria, para su nivel de vida, para la civilización occidental, para la democracia etc. Todo ello no es más que pura verborrea. Ahora bien, si por lo que sea, se vislumbra que el verdadero motivo reside en su necesidad de explotar directamente a los obreros de otro Estado, se pondría a ojos vista que también los obreros al interior de sus respectivos países están siendo exprimidos. Y esa transparencia es algo que resulta intolerable en este Sistema de vida llamado Capitalismo, de ahí que sea el secreto mejor guardado. Tal revelación no sólo pondría en peligro la operación bélica, sino que al quedarse al descubierto las relaciones de producción al interior del propio país agresor la guerra social entre clases volvería a tener una importancia supina, volvería al primer plano, cosa que tratan de evitar desde la génesis del Capitalismo.

Las hostilidades entre países siempre comienzan con amenazas, sanciones, bloqueos ya sean de orden diplomático, político, económico, financiero etc. Mientras el enemigo a batir no disponga, en apariencia, de una fuerza militar suficiente o no tenga un padrino protector dispuesto a ir hasta el final, el Imperialismo agresor optará por la aventura bélica. Pero cuando el enemigo tiene un poder considerable, tal que Rusia o China, la cosa cambia. Después de la II Guerra Mundial la disuasión ha discurrido a través de la guerra fría y la coexistencia pacífica, entre otras cosas gracias a que no ha habido una crisis económica tan profunda y generalizada como la actual. La hegemonía y pujanza económicas de países centrales como EE.UU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido etc no estaba en cuestión, pero ahora, al igual que antes de las dos Guerras Mundiales, sí que hay una gran crisis y, además, hay un nuevo y poderoso actor en juego –China- que está moviendo el tablero del statu quo haciendo tambalearse a todas las piezas que juegan en él. Sin duda, tardando más o menos, habrá contienda como continuación de la ya declarada guerra comercial, económica y financiera.

Marx dijo que lo que distingue unas épocas económicas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace, con qué utensilios de trabajo se lleva a cabo. Pues bien, en lo relativo a las guerras lo que distingue en el tiempo a unas de otras no son las motivaciones de esas guerras -que son siempre económicas-, sino como se realizan, con qué tácticas, estrategias e instrumentos se llevan a cabo. No es lo mismo atacar o defenderse con escudos y lanzas que con satélites o armas hipersónicas. Y el problema es que hasta la fecha, cuando alguien ha querido salir victorioso o, por el contrario ha estado contra las cuerdas, jamás ha renunciado a usar todo el arsenal del que disponía. De ahí que sea lógico suponer que en esa, más que probable, guerra venidera, las armas utilizadas redundarán en un cataclismo para la existencia de la especie.

Luego, si sabemos que lo que se dirime en las guerras actuales y venideras es algo completamente ajeno y contrario a los intereses de la clase trabajadora y que las consecuencias pueden ser apocalípticas, no podemos quedarnos al margen ni alinearnos con uno de los bandos de esa Guerra Internacional, sino abrazar la única opción posible: la Guerra Social contra nuestro enemigo de clase.

O acabamos con el Capitalismo o el Capitalismo acabará con la VIDA.

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