domingo, 20 de julio de 2025

RETIRADA MASIVA UCRANIANA EN DONETSK.LOS RUSOS TOMAN VARIAS LOCALIDADES....

La guerra como necesidad del Capital y la posición revolucionaria frente a la socialdemocracia

 

La guerra como necesidad del Capital y la posición revolucionaria frente a la socialdemocracia

 

 

DIARIO OCTUBRE / julio 19, 2025

 

"No es hermoso morir, aunque sea por la libertad. No es hermoso, no os engañéis. Lo hermoso es vivir, vivir luchando y llevar la libertad como un relámpago en las manos. No queremos ser trigo bajo las botas de los generales. Queremos ser el pan que alimente la revolución." (Adaptación del poema "Los campos de batalla" de Nazim Hikmet)


Kike Parra (Unidad y Lucha).— La guerra actúa como catarsis sistémica. El capitalismo, en esta fase de crisis general, demuestra una total incapacidad estructural para recomponerse. En este contexto, ha activado definitivamente toda su potencialidad destructiva, poniendo así de manifiesto lo cercano del advenimiento de su fin como modo de producción social, al menos con carácter hegemónico.

 

El capitalismo fue alimentando desde su origen una contradicción ontológica: su impulso hacia la acumulación infinita choca contra los límites materiales de la tasa de ganancia. Cuanto más madura el capitalismo, mayores son las evidencias y los fenómenos que esa contradicción genera. En este sentido, históricamente, la guerra ha formado una terapia de shock restauradora de la rentabilidad.

La guerra reinventa el ciclo de acumulación. Lo hace por varias causas:

En primer lugar, purga el capital muerto. Lo hace como un incendio forestal que arrasa la masa y fertiliza el suelo. La destrucción bélica liquida capital constante (fundamentalmente fijo: edificios y otras instalaciones e infraestructuras, maquinaria…) Esto mitiga temporalmente la composición orgánica del capital, aliviando la presión sobre la tasa de ganancia. Reduciendo la magnitud del capital constante se recompone la relación sobre el variable, restaurando la rentabilidad.

Sobre las ruinas de la Europa de 1945 y bajo el Plan Marsall, se reconstruyó el capitalismo con tecnología moderna. Se inició a partir de aquí la «Edad de Oro» del capitalismo (1945-1973). La tasa de ganancia resucitó porque el capital sobreviviente, revalorizado desde la lógica del sistema, más escaso, más concentrado y actualizado, pudo explotar una fuerza laboral hambrienta y desesperada.

El desempleo masivo generado por la destrucción debilita el poder de negociación de la clase trabajadora. Frente a la desvalorización de la fuerza de trabajo se produce un aumento temporal de la plusvalía.

Para que todo esto ocurra, la destrucción debe contenerse en unos límites. Una guerra de carácter prolongado, o lógicamente nuclear o biológica, no arroja ganadores, sino desolación. La perspectiva de la guerra total actual en la que nos adentramos parece encajar en esta última dinámica.

En segundo lugar, siguiendo la lógica del keynesianismo, el gasto militar funciona como un desfibrilador que reanima el corazón detenido de la economía. El complejo militar-industrial absorbe excedentes de capital y subsidia la innovación tecnológica. Además, la geopolítica interviene en la transferencia internacional de capital desde los países más débiles y subordinados a los más fuertes o centrales del imperialismo interesados en el proceso bélico.

Estados Unidos sigue siendo, con diferencia, el mayor inversor militar del mundo: casi un billón de dólares en 2024. Por otro lado, las ventas de equipo militar estadounidense a gobiernos extranjeros aumentaron un 29 % en 2024.

Esta es una lógica prebélica, pero que tras el conflicto sigue generando dividendos. Eso que se ha venido en llamar «tecnologías de doble uso» permiten que tras la destrucción militar, la nueva composición orgánica del capital se realice mediante tecnología de guerra transferida al campo civil. Una tecnología más eficiente y productiva que moviliza riqueza (reajuste económico) desde unos presupuestos de guerra que empobrecen a las capas populares hacia las corporaciones victoriosas que se han ahorrado la inversión al desarrollo. Es un modo de socializar pérdidas y privatizar ganancias.

Así se entienden las políticas de rearme impulsadas por la Unión Europea y la OTAN con el beneplácito del conjunto de partidos, incluidos los socialdemócratas que componen el gobierno español.

Otro de los factores a considerar y que supone un empujón al «desarrollo» económico, circunscrito a los vencedores es lo que David Harvey señaló como despojo violento cuando la acumulación ordinaria se estanca. En este sentido, la geopolítica actual más violenta se abre camino y somete a los derrotados a tratados desiguales, imposición de bases militares territoriales y control (expolio) de recursos.

En la fase actual del imperialismo que algunos han denominado de «carácter terminal», la clase trabajadora debiera tener conciencia de lo que está en juego. No se trata solo de una situación que deteriorará las condiciones materiales de vida, único motivo de reproche de la socialdemocracia. Limitarse a la defensa del bienestar social que se verá afectado por el incremento de las partidas militares es una muestra de la pervivencia de la concepción eurocéntrica y colonialista de la izquierda oportunista, de su falta de solidaridad e internacionalismo. Nuestro bienestar por encima de la vida de los pueblos.

Ante la actual situación bélica mundial no caben grises y la historia nos empuja a escoger bando. La socialdemocracia, como siempre, ha elegido el lado del opresor. Ha utilizado sus artes de ensoñación adormeciendo a las masas y ha conducido a la clase trabajadora al pantano. Hoy sigue jugando el mismo rol como gestor de intereses de la burguesía que en las anteriores grandes guerras, dando bandazos entre el pacifismo retórico y la complicidad activa con el imperialismo.

La «defensa de la democracia» o del «mal menor» se siguen utilizando para servir al imperialismo y a su vanguardia sionista, que de la mano de la OTAN nos lleva en Ucrania, en Irán o Palestina o cualquier rincón del planeta al borde del abismo, al genocidio generalizado.

La socialdemocracia es, por tanto, un enemigo de clase. Es tanto más peligroso que quienes abiertamente defienden el imperialismo porque se inserta entre las estructuras de clase como un cáncer en el organismo y lo va corrompiendo hasta inutilizarlo en su capacidad de lucha y transformación social.

Frente a esta actitud, la del campo revolucionario no puede ser otra que la oposición abierta, sincera y honesta. Enfrentarnos con todas nuestras armas a los planes de destrucción del imperialismo y de las organizaciones criminales que como la OTAN ejecutan sus dictados. La frase que solemos repetir de «nos va la vida en ello», ante la barbarie televisada en directo, cada vez se entiende y comparte más. Aprovechémoslo y organicemos la respuesta popular contra la guerra imperialista. Avancemos hacia la revolución socialista como única defensa capaz de evitar la aniquilación de la vida tal como la conocemos.

Fuente: unidadylucha.es

 

Los (auto)elegidos

 

¿Cuánto tiempo lleva Israel asesinando a civiles inocentes sin que nuestro Occidente colectivo supuestamente defensor de los derechos humanos decida poner coto a la masacre? ¿Qué dirá la Historia de los que asisten impávidos al genocidio?


Los (auto)elegidos


Miguel Candel

El Viejo Topo

20 julio, 2025 


Hay asuntos en que la ironía, tan útil en la crítica política como ejercicio de distanciamiento psicológico para evitar que la indignación ante el hecho criticado amargue al propio crítico, puede parecer frivolidad. Tal es el caso de la incalificable y aparentemente interminable cadena de crímenes perpetrados por lo que oficialmente se conoce como Estado de Israel pero seguramente, en aras de no pervertir sin remedio la noción de Estado, habría que denominar con más propiedad «entidad sionista» (sin el inmerecido adorno de unas iniciales mayúsculas).

Un total (oficialmente registrado) de más de 56.000 muertos civiles a manos del ejército israelí no parece ser suficiente para que la mayoría de la población de ese país sienta un mínimo de horror, vergüenza o cualquier mínimo atisbo de compasión que lleve a esa gente a discrepar, siquiera levemente, de la política genocida de su gobierno. No, por supuesto. Y quien tenga algo que objetar al respecto es porque es un antisemita empedernido y un negacionista del Holocausto, amén, claro está, de cómplice de los «terroristas» de Hamás, ese grupo armado (inicialmente apoyado por el propio Israel para debilitar a la OLP) que básicamente ―con ocasionales acciones que sí podrían calificarse de terroristas― se dedica a luchar contra los militares que amparan y protegen a unos colonos armados hasta los dientes que durante años han venido robando tierras palestinas.

Ante semejante espectáculo de masiva ceguera moral voluntaria, ¿qué cabría reprochar a quienes se nieguen a mostrar públicamente compasión por los escasos (o eso dice el propio gobierno sionista) civiles muertos en los bombardeos con misiles iraníes lanzados en respuesta a una flagrante agresión previa, altamente destructiva, de Israel contra Irán en medio, para más inri, de un proceso de negociación?

Hasta el «loco» imperialista Trump ha demostrado tener más sentido común y contención que el gobierno presidido por un delincuente (violador de la propia legalidad israelí) llamado Benjamín Netanyahu, personaje que ha llevado a un economista del prestigio de Jeffrey Sachs, nada izquierdista el hombre, por cierto, a escribir: «¡Detened a Netanyahu antes de que nos mate a todos!» En efecto, el juego del gobierno sionista, consistente en obligar a los Estados Unidos a meterse de lleno en una guerra contra Irán para defender a Israel de la más que justificada represalia del Estado persa, empezó a parecerse ominosamente, el pasado 13 de junio, a la cadena de apoyos respectivos al Imperio Austrohúngaro y a Serbia que desembocó en la catástrofe de la Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial.

Y desde luego, si esperamos que la presunta máxima defensora de los derechos humanos, esa sucursal de la OTAN llamada Unión Europea, haga algo para detener al carnicero de Tel Aviv, mejor que busquemos un sillón bien cómodo. Porque, aun reconociendo en una reciente reunión que en la intervención del Tsahal en Gaza hay «indicios» de violación de los derechos humanos, ha decidido no suspender los acuerdos comerciales preferenciales con Israel, pese a que dichos acuerdos contienen una cláusula de suspensión en caso, precisamente, de violación de derechos humanos.

En cambio, y por supuestísimo, sí que ha decidido atender la petición de ese otro presidente de pacotilla que lleva un año ocupando ilegalmente el cargo, el promotor de camisetas de estilo militar con manchas de sudor, Volodymir Zelenski, y ha decretado aplicar un nuevo paquete de sanciones (el 18º) a Rusia. Que los muchachos del exhibicionista de Kiev hayan atacado uno de los elementos de la tríada nuclear de Rusia, a riesgo de desencadenar una respuesta de efectos demoledores para las poblaciones de los países implicados en la operación (que, por supuesto, no se limitan a Ucrania) no parece importarle demasiado a la prusiana de Bruselas casada con Pfizer.

Volviendo a los hijos de Sión y sus recurrentes campañas de terror bíblico, cabe preguntarse cómo es posible que, a estas alturas del siglo XXI, una humanidad que ha sido capaz de crear instrumentos legales para la protección de los derechos humanos, que ha aprobado, y sigue atribuyéndoles vigencia, textos como la Carta de las Naciones Unidas, donde queda solemnemente proscrita la discriminación por motivos de credo religioso, siga tolerando y reconociendo como legítima un entidad política que discrimina a sus miembros precisamente por esos motivos. ¿Cómo es posible que dirigentes políticos que no dudarían en responder afirmativamente a la pregunta de si se consideran herederos intelectuales de la Ilustración no condenen sin paliativos una ideología política que confiere derechos sobre tierras ajenas (la «Tierra Prometida») a quienes invocan para ello un texto supuestamente sagrado que les atribuye la condición de «pueblo elegido por Dios»?

Los sionistas, ocioso es decirlo, no han sido elegidos por ningún dios, aun en el supuesto de que éste existiera. No, desde luego, como «pueblo». ¿Dónde está la unidad étnica de semejante colectivo? ¿Alguien ha podido determinar hasta dónde se extiende la «estirpe de David»? La mayoría de los estudiosos del tema han llegado hace tiempo a la conclusión de que no hay continuidad étnica alguna entre los israelitas del Antiguo Testamento y quienes hoy profesan la religión mosaica. En todo caso, paradoja de las paradojas, si alguna población del actual territorio de Israel tiene probabilidades de remontarse a los pobladores de la época previa a la Diáspora, tales son los palestinos. En efecto, sólo una minoría de los judíos del siglo II d. C. abandonó la luego conocida como «Tierra Santa», tras las sucesivas derrotas de la rebelión contra los romanos. ¿Qué fue de los que se quedaron? Lo más probable: que muchos de ellos acabaran convirtiéndose al cristianismo o al Islam, las religiones predominantes en los palestinos actuales, que serían, por tanto, los verdaderos descendientes de los judíos que no se exiliaron. La expansión, pues, del judaísmo en la Baja Antigüedad y en la Edad Media fue en su mayoría debida a procesos de conversión, no a la simple reproducción. Basta ver los rasgos inequívocamente anglosajones de tantos judíos estadounidenses y de tantos israelíes de hoy, aspecto físico que, sintomáticamente, abunda tanto más cuanto más elevada es la clase social correspondiente.

Habiendo trabajado en la Secretaría de las Naciones Unidas y habiendo conocido de primera mano las tropelías sistemáticamente cometidas por el Estado que más resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad ha ignorado e incumplido, me he preguntado muchas veces por qué no se expulsa a Israel de ese foro, dado su reiterado incumplimiento de las obligaciones impuestas por la Carta. La respuesta que en algún caso se me ha dado es que «más vale tenerlos dentro para controlarlos mejor». ¿Controlarlos? Sin comentarios…

Todo el mundo sabe que el derecho internacional es más un desiderátum, una idea reguladora, que un marco efectivo de ordenación de la conducta de los Estados. Pero la tolerancia continua de actuaciones sistemáticas contra derecho, como son tantas de las realizadas por Israel, lleva a la deslegitimación total de ese mínimo marco y a la anomia más absoluta. ¿Con qué autoridad se podrá entonces condenar las acciones abusivas de cualquier otro Estado? Viene aquí a cuento la alegoría de la cesta de manzanas, donde lo que se transmite de unas a otras no es precisamente lo sano, sino lo podrido.

Pese a la repugnante complicidad con la política israelí de tantas instancias de poder, parece evidente que el desprestigio de Israel a los ojos de la gente corriente crece de día en día (y crecería más de no ser por la frenética actividad de los lobbies sionistas y su capacidad financiera para comprar creadores de opinión). Ante espectáculos como el asesinato continuado, por disparos o por inanición, de gazatíes de todas las edades, es inevitable que a muchos, al pensar en los actuales dirigentes de Israel y la cobarde violencia por ellos desatada, nos vengan a la mente típicos calificativos insultantes basados en comparaciones con animales, como «ratas», «alimañas» o «sabandijas». Pero vamos a abstenernos de usarlos, por respeto… a las ratas, las alimañas y las sabandijas.

Fuente: Crónica Política

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sábado, 19 de julio de 2025

BRUTAL ATAQUE DE DRONES Y MISILES SOBRE UCRANIA. LOS RUSOS ATRAVIESAN DN...

Líderes de España: Segunda República y Guerra Civil - Documental

La persecución de Francesca Albanese

 

La sanción impuesta por Trump a Francesca Albanese, relatora especial de la ONU, presagia el fin del derecho internacional, un mundo sin reglas en el que se pueden cometer crímenes de guerra y genocidio sin rendir cuentas ni sufrir restricciones.


La persecución de Francesca Albanese


Christopher Lynn Hedges

El Viejo Topo

19 julio, 2025 


Cuando se escriba la historia del genocidio en Gaza, una de las defensoras más valientes y francas de la justicia y el respeto del derecho internacional habrá sido Francesca Albanese, la relatora especial de las Naciones Unidas, sancionada hoy por la administración Trump. Su oficina tiene la tarea de supervisar e informar sobre las violaciones de los derechos humanos que Israel comete contra los palestinos.

Albanese, que recibe regularmente amenazas de muerte y soporta campañas de calumnias bien orquestadas dirigidas por Israel y sus aliados, busca valientemente que se rindan cuentas a quienes apoyan y sostienen el genocidio. Critica duramente lo que ella llama «la corrupción moral y política del mundo» que permite que el genocidio continúe. Su oficina ha publicado informes detallados que documentan los crímenes de guerra en Gaza y Cisjordania, uno de los cuales, titulado «Genocide as colonial erasure» (El genocidio como borrado colonial), he reimpreso como apéndice en mi último libro, «A Genocide Foretold» (Un genocidio anunciado).

Ha informado a organizaciones privadas de que son «penalmente responsables» por ayudar a Israel a llevar a cabo el genocidio en Gaza. Anunció que, de ser cierto, como se ha informado, el ex primer ministro británico David Cameron amenazó con retirar los fondos y retirarse de la Corte Penal Internacional (CPI) después de que esta emitiera órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el exministro de Defensa, Yoav Gallant, por lo que Cameron y el otro ex primer ministro británico, Rishi Sunak, podrían ser acusados de un delito penal en virtud del Estatuto de Roma. El Estatuto de Roma tipifica como delito a quienes tratan de impedir que se juzguen los crímenes de guerra.

Ha pedido a los altos funcionarios de la Unión Europea (UE) que se enfrenten a cargos de complicidad en crímenes de guerra por su apoyo al genocidio, afirmando que sus acciones no pueden quedar impunes. Fue una defensora de la flotilla Madleen, que intentó romper el bloqueo de Gaza y entregar ayuda humanitaria, y escribió que el barco interceptado por Israel no solo transportaba suministros, sino también un mensaje de humanidad.

Su último informe enumera 48 empresas e instituciones, entre las que se encuentran Palantir Technologies Inc., Lockheed Martin, Alphabet Inc. (Google), Amazon, International Business Machine Corporation (IBM), Caterpillar Inc., Microsoft Corporation y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), junto con bancos y empresas financieras como BlackRock, aseguradoras, empresas inmobiliarias y organizaciones benéficas, que, en violación del derecho internacional, están ganando miles de millones con la ocupación y el genocidio de los palestinos.

El secretario de Estado Marco Rubio condenó su apoyo a la CPI, cuatro de cuyos jueces han sido sancionados por Estados Unidos por emitir órdenes de detención contra Netanyahu y Gallant el año pasado. Criticó a Albanese por sus esfuerzos para enjuiciar a ciudadanos estadounidenses o israelíes que apoyan el genocidio, diciendo que no es apta para desempeñar el cargo de relatora especial. Rubio también acusó a Albanese de «vomitar antisemitismo descarado, expresar su apoyo al terrorismo y mostrar un desprecio abierto hacia Estados Unidos, Israel y Occidente». Es muy probable que las sanciones impidan a Albanese viajar a Estados Unidos y congelen cualquier activo que pueda tener en el país.

El ataque contra Albanese presagia un mundo sin reglas, en el que Estados rebeldes, como Estados Unidos e Israel, pueden cometer crímenes de guerra y genocidio sin rendir cuentas ni sufrir restricciones. Pone al descubierto los subterfugios que utilizamos para engañarnos a nosotros mismos y tratar de engañar a los demás. Revela nuestra hipocresía, crueldad y racismo. A partir de ahora, nadie se tomará en serio nuestros compromisos declarados con la democracia, la libertad de expresión, el Estado de derecho o los derechos humanos. ¿Y quién puede culparlos? Hablamos exclusivamente el lenguaje de la fuerza, el lenguaje de los brutos, el lenguaje de la matanza masiva, el lenguaje del genocidio.

«Los actos de asesinato, los asesinatos en masa, la tortura física y psicológica, la devastación, la creación de condiciones de vida que no permiten vivir a la población de Gaza, desde la destrucción de hospitales, el desplazamiento forzoso masivo y la falta de hogar, mientras la gente es bombardeada a diario y muere de hambre… ¿Cómo podemos interpretar estos actos de forma aislada?», preguntó Albanese en una entrevista que le hice cuando hablamos de su informe, «El genocidio como borrado colonial».

Los drones militarizados, los helicópteros artillados, los muros y barreras, los puestos de control, las bobinas de alambre de púas, las torres de vigilancia, los centros de detención, las deportaciones, la brutalidad y la tortura, la denegación de visados de entrada, la existencia apartheid que conlleva la falta de documentos, la pérdida de los derechos individuales y la vigilancia electrónica son tan familiares para los migrantes desesperados que se encuentran en la frontera mexicana o que intentan entrar en Europa como lo son para los palestinos.

Esto es lo que les espera a aquellos a quienes Frantz Fanon llama «los condenados de la tierra».

Los que defienden a los oprimidos, como Albanese, serán tratados como los oprimidos.

FuenteThe Chris Hedges Report, Substack del autor, 10 de julio de 2025

Traducción: EspaiMARX

 

viernes, 18 de julio de 2025

DIRECTO. RUSIA AMENAZA A LA OTAN.TRUMP ANIMA A ZELENSKI A ATACAR.EUROPA ...

Asesinatos de CALVO SOTELO y el Teniente CASTILLO🔻Antesala de la GUERRA...

Renace el militarismo alemán

 

Mientras algunos piensan que la sangre no llegará al río, muchos otros ven alarmados cómo proliferan las señales de que algunos gobiernos se preparan para la guerra. Alemania en primer término. Otros le van a la zaga.


Renace el militarismo alemán

 

Thomas Fazi

El Viejo Topo

18 julio, 2025 



DE BLACKROCK A LA BUNDESWEHR: EL REARME DE ALEMANIA SEGÚN MERZ

El nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, exrepresentante del gigante financiero BlackRock, lanza un rearme militar masivo, rompiendo con la tradición pacifista de posguerra. Con inversiones sin precedentes y una clara alineación con el atlantismo, Berlín abandona la Ostpolitik y adopta una postura agresiva hacia Moscú. Sin embargo, tras la retórica soberanista se esconde una creciente subordinación estratégica. Merz debe enfrentarse a una profunda disidencia interna, especialmente entre los jóvenes.

Se quiere convertir a la Bundeswehr en la fuerza armada convencional más poderosa de la UE. En la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya el 25 de junio, el nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, presentó su plan para el rearme alemán. Con una inversión de 400.000 millones de euros y el objetivo de aumentar el gasto militar al 5 % del PIB, no se trata solo de un ajuste presupuestario, sino de la desaparición de la identidad estratégica de Alemania posterior a 1945. Una revolución arraigada en la completa internalización de la ideología atlantista por parte de la clase dirigente.

El plan de rearme de Alemania y su agresiva postura antirrusa no representan un retorno al nacionalismo alemán, sino su opuesto. Las políticas implementadas hoy no se derivan de una búsqueda fría de los intereses nacionales alemanes, sino de su negación. Son la expresión de una clase política que ha interiorizado tan profundamente la ideología atlantista que ya no es capaz de distinguir entre la estrategia nacional y la lealtad transatlántica.

Esta es la consecuencia a largo plazo de cómo se «resolvió» la cuestión alemana tras la Segunda Guerra Mundial: mediante la integración de Alemania en el «Occidente colectivo» bajo la tutela estratégica estadounidense. Durante gran parte de la posguerra, los líderes alemanes buscaron equilibrar este acuerdo con la defensa de su interés nacional, pero en los años posteriores al golpe de Estado en Ucrania, el ala «estadounidense» del establishment alemán comenzó a tomar la delantera. Con Merz, exrepresentante de BlackRock, está firmemente al mando.

Hoy en día, los líderes solo piensan en alinearse con un proyecto occidental cuyas prioridades suelen definirse en otros ámbitos. En un editorial publicado el 23 de junio en el Financial Times, por ejemplo, Merz y Emmanuel Macron reafirmaron su compromiso con la relación transatlántica y la OTAN (lo que siempre ha implicado la subordinación estratégica de Europa a Washington), a pesar de los recientes gestos retóricos hacia una política europea más autónoma.

Cabe destacar que Merz, aunque critica públicamente a Donald Trump, está haciendo realidad su visión: presionar a Alemania para que aumente drásticamente el gasto en defensa, lidere la guerra en Ucrania y rompa los lazos energéticos con Rusia. Sin embargo, todo esto se presenta como una expresión de la soberanía alemana y europea. Contrariamente a la valiente postura de Gerhard Schröder contra la invasión estadounidense de Irak hace 20 años, Merz también ofreció su pleno apoyo al reciente ataque de Trump contra Irán.

La idea de rearmar las fuerzas armadas alemanas se remonta al discurso de la Zeitenwende (punto de inflexión) pronunciado en 2022 por el entonces canciller Olaf Scholz, tras la invasión rusa de Ucrania. Scholz prometió un fondo de 100.000 millones de euros para las fuerzas armadas y el logro del objetivo del 2 % del PIB en gasto militar, tal como lo solicitó la OTAN. Sin embargo, ese punto de inflexión quedó en gran medida en el papel. Dos años después, el Consejo Alemán de Relaciones Exteriores declaró contundentemente que poco había cambiado.

Ahora Merz está decidido a lograr lo que Scholz solo había insinuado. El nuevo canciller ha hecho de la defensa y la seguridad la piedra angular de su mandato, lanzando la campaña de rearme más ambiciosa desde la Segunda Guerra Mundial. El plan de inversión en defensa y seguridad, de 400.000 millones de euros, representaría casi la mitad del presupuesto federal. Este cambio trascendental tendrá enormes repercusiones: Berlín ha confirmado que el gasto militar alcanzará el 3,5 % del PIB para 2029, con un objetivo del 5 % a partir de entonces.

Para lograr estos objetivos, Merz impuso una enmienda constitucional para reformar el «freno de la deuda», un mecanismo fiscal incorporado a la Ley Fundamental alemana en 2009 que limita el déficit estructural federal. A pesar de prometer mantenerlo intacto durante la campaña electoral, Merz cambió de rumbo inmediatamente después de su elección. Su gobierno aprovechó la última sesión del parlamento saliente para aprobar la enmienda. El objetivo era claro: liberar cuantiosos fondos para la expansión militar.

El 19 de mayo, el general Carsten Breuer, el máximo oficial militar de Alemania, emitió una directiva que describe una visión integral para la Bundeswehr, con el objetivo de alcanzar la plena disponibilidad operativa para 2029. Las prioridades son numerosas y ambiciosas: equipar y digitalizar completamente todas las unidades, reanudar el servicio militar obligatorio, desarrollar defensas antidrones y antimisiles, fortalecer las capacidades ofensivas de guerra cibernética y electrónica, e incluso desarrollar sistemas de defensa espaciales. El plan también incluye fortalecer la participación de Alemania en el programa de intercambio nuclear de la OTAN y ampliar su capacidad de ataque de largo alcance.

Estos cambios no se limitan a la doctrina militar: reflejan una profunda transformación de la postura de política exterior alemana. Merz ha expresado una firme oposición a Rusia, haciéndose eco de las voces más altas de la OTAN. Afirmó que Rusia libra una agresiva guerra híbrida a diario y declaró que «Rusia nos amenaza a todos». En vísperas de la cumbre de la OTAN, argumentó que «debemos temer que Rusia continúe la guerra más allá de Ucrania», sugiriendo una amenaza directa e inminente para Europa.

Mientras tanto, un documento de estrategia de la Bundeswehr, publicado por Reuters, describe a Rusia como un «riesgo existencial» y habla de los preparativos del Kremlin para un conflicto a gran escala con la OTAN «para finales de la década». La idea de que Rusia podría lanzar un ataque contra Europa en los próximos años forma parte ya del discurso oficial de los líderes de la UE y la OTAN, a pesar de que Moscú no tiene ni la capacidad ni el interés estratégico para tal acción.

Inmediatamente después de asumir el cargo, Merz lanzó una activa campaña de política exterior. Visitó capitales europeas para coordinar su postura sobre Moscú y Kiev. Una de sus primeras acciones fue viajar a Kiev con los líderes de Francia, el Reino Unido y Polonia, un gesto simbólico de unidad con Ucrania y un desafío directo a Donald Trump, quien, entretanto, había promovido públicamente un acuerdo negociado con Rusia.

En Berlín, Merz se reunió con el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, y propuso el envío de misiles Taurus de fabricación alemana, con un alcance de más de 500 kilómetros. Ante la fuerte oposición interna, dio marcha atrás parcialmente, pero retomó la estrategia con una nueva: un acuerdo de 5.000 millones de euros para la coproducción de misiles de largo alcance en territorio ucraniano con tecnología alemana.

De forma aún más provocativa, Merz declaró que las armas suministradas por Occidente ya no están sujetas a restricciones de alcance. «Ucrania ahora puede defenderse atacando objetivos militares en Rusia», afirmó, dando así luz verde a atacar territorio ruso con armas occidentales. Por primera vez desde 1945, Alemania no solo se está rearmando a gran escala, sino que también legitima la escalada directa contra una potencia nuclear. Confirmando este enfoque, Merz anunció la entrega de nuevos sistemas alemanes de defensa aérea a Ucrania, como parte de un plan plurianual.

Pero lo que hace particularmente significativa esta campaña de rearme es que no se limita al ámbito militar. La visión de Merz exige una movilización total: un enfoque que busca preparar no solo a las fuerzas armadas, sino a toda la economía y la infraestructura civil alemanas para la confrontación con Rusia. Los medios de comunicación, la educación, la política industrial y la defensa civil se están alineando gradualmente con la nueva postura bélica. La disidencia (política, periodística o académica) se estigmatiza cada vez más como subversiva o incluso se considera una amenaza para la seguridad nacional.

Esta es una ruptura profunda. Durante gran parte de la posguerra, Alemania se definió contrastando su pasado militarista. Ejerció influencia no con tanques, sino con el comercio, la diplomacia y el liderazgo en la UE. La doctrina de Zivilmacht (poder civil) no era solo una línea política, sino un compromiso moral forjado a partir de las cenizas del nazismo. La Bundeswehr era un «ejército parlamentario», creado para prevenir abusos del ejecutivo e integrado en instituciones multilaterales diseñadas para limitar el aventurerismo soberano.

La retórica agresiva de Merz contra Rusia y la postura estratégica resultante representan una ruptura radical con esa tradición. Su predecesor, Olaf Scholz, si bien apoyaba a Ucrania, también se negó a autorizar el uso de armas occidentales para atacar territorio ruso. Merz ha cruzado una línea roja. Moscú ya ha advertido que tales acciones podrían provocar represalias contra objetivos de la OTAN. Hasta hace poco, semejante escenario habría sido impensable para un canciller alemán.

Durante gran parte de la posguerra, incluso durante la Guerra Fría, la política alemana se centró en mejorar las relaciones con Rusia, entonces Unión Soviética. Esta estrategia, conocida como Ostpolitik (Política Oriental), se basaba en la creencia de que la estabilidad política y la paz en Europa podían lograrse mediante vínculos económicos más estrechos y un diálogo constante con Moscú. La distensión, no la confrontación, era el medio para generar confianza y un espacio político para la reconciliación.

Durante más de 50 años, este fue el consenso dominante en Alemania, al menos hasta la invasión rusa de Ucrania en 2022. Sin embargo, con el tiempo, los líderes alemanes, en particular Angela Merkel, han tenido cada vez más dificultades para equilibrar los intereses estratégicos nacionales con los vínculos transatlánticos, bajo la intensa presión de Estados Unidos para desestabilizar a Rusia precisamente a través de Ucrania.

Sin embargo, desde 2022, ese consenso posbélico ha comenzado a desmantelarse, y hoy ha sido completamente revocado. Pero ¿cómo es posible que en tan solo unos años hayamos pasado de la Ostpolitik a Merz, quien promete hacer «todo» para impedir la reapertura del gasoducto Nord Stream, lanza un rearme masivo y habla con ligereza de ayudar a Ucrania a bombardear Rusia? ¿Es esta simplemente una respuesta «natural» a la invasión rusa y al nuevo panorama geopolítico posterior a 2022, exacerbado por la retirada estadounidense?

Según algunos observadores, este cambio de rumbo señala el peligroso regreso del nacionalismo y el revanchismo alemanes: un impulso latente que lleva mucho tiempo latente entre sectores de la élite y la sociedad. Durante décadas, argumentan, este instinto estuvo contenido por el consenso de posguerra y el orden de seguridad liderado por Estados Unidos. Ahora que Washington parece estar retirándose, esa moderación se ha relajado. Según esta interpretación, Berlín está aprovechando el vacío dejado por Estados Unidos para recuperar una posición hegemónica en Europa. Esta vez, no solo mediante influencia económica, sino también mediante una postura militar asertiva, en un inquietante regreso a las páginas oscuras del siglo XX.

Pero esta interpretación, en mi opinión, es errónea. Lo que presenciamos no es un regreso del nacionalismo alemán, sino su opuesto. Las políticas actuales —desde el rearme masivo hasta la escalada del conflicto con Rusia— no se basan en una defensa fría de los intereses nacionales, sino en su negación. Son la expresión de una clase política que ha interiorizado tan profundamente la ideología atlantista que ya no sabe distinguir entre la estrategia nacional y la lealtad transatlántica.

La buena noticia es que las ambiciones militaristas de Alemania se enfrentan a una dura realidad: la Bundeswehr no encuentra suficientes hombres dispuestos a luchar en sus guerras. El ejército tiene un déficit de 30.000 hombres, y uno de cada cuatro reclutas abandona el ejército en un plazo de seis meses. La OTAN ha pedido a Berlín que cree siete nuevas brigadas, lo que requeriría 60.000 soldados adicionales, un objetivo que incluso el ministro de Defensa, Boris Pistorius, considera poco realista.

Pistorius afirma que, por ahora, el reclutamiento está descartado, no por falta de voluntad, sino por su imposibilidad logística. «No tenemos las instalaciones necesarias, ni en cuarteles ni para entrenamiento», declaró el ministro al Parlamento. Sin embargo, insinuó que esta podría ser solo una fase transitoria, sujeta a que el ejército encuentre suficientes voluntarios.

Pero el verdadero obstáculo podría no ser logístico, sino cultural. Una encuesta de YouGov reveló que el 63% de los alemanes de entre 18 y 29 años se oponen al servicio militar obligatorio; solo el 19% estaría dispuesto a luchar si Alemania fuera atacada. En cambio, el apoyo es mucho mayor entre los mayores de 60 años, quienes han superado con creces la edad de reclutamiento. «Esta divergencia generacional no es solo un cambio de actitud», argumentan los investigadores Chris Reiter y Will Wilkes. «Refleja dos realidades completamente diferentes. Los alemanes de la posguerra crecieron durante la Guerra Fría, en un mundo con una misión cívica compartida: defender la democracia del expansionismo soviético. A cambio, el Estado ofrecía empleos estables, viviendas asequibles y un sentido de propósito nacional».

Pero este pacto social se ha roto, en medio de unas perspectivas sociales y económicas cada vez más precarias para los jóvenes. «Para muchos, el llamado a vestir uniforme no suena a patriotismo, sino a una exigencia más de un sistema que no da nada a cambio», escriben Reiter y Wilkes. «Ignoran nuestras preocupaciones y luego nos piden que muramos por el Estado; es absurdo», declaró el influencer Simon David Dressler en un debate televisado. Este sentimiento fue quizás mejor expresado por el periodista alemán de 27 años Ole Nymoen en un libro titulado « Por qué nunca lucharía por mi país» , en el que el autor aborda la oposición generalizada de su generación a la militarización, el reclutamiento y el rearme.

Este desencanto también se refleja en la política. En las últimas elecciones, casi la mitad de los jóvenes votantes rechazaron a los partidos tradicionales y se inclinaron por Die Linke o la AfD, no necesariamente por afinidad ideológica, sino como una forma de rechazo a la agenda de la OTAN y escepticismo hacia el rearme. En última instancia, este podría ser el verdadero obstáculo para el rearme, tanto en Alemania como en otros países: cada vez más personas empiezan a comprender que los verdaderos enemigos no están en Moscú, sino entre las élites políticas y económicas de su propio país.

El problema, entonces, no es la ambición de Alemania, sino su sumisión. Y lo trágico es que esta sumisión se disfraza de autonomía estratégica, una parodia de soberanía en una era de dependencia ideológica. Mientras que los líderes alemanes del pasado sabían que la paz con Rusia era un interés fundamental del país, los líderes actuales se comportan como si el conflicto permanente fuera un prerrequisito para la responsabilidad estatal. Este cambio de perspectiva no solo es peligroso para Alemania, sino para toda Europa.

FuenteKrisis

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LAS TROPAS RUSAS AVANZAN HACIA POKROVSK. ASALTAN LAS MINAS.CAEN VARIOS P...