viernes, 3 de marzo de 2017

ESTIBADORES: ALI MARIANO Y SUS CUARENTA MUCHACHAS/CHOS, INCLUYENDO A LA OPOSICIÓN PANZA ARRIBA DEL PSOE; LOS HOY AZULES, IGUAL QUE AYER Y LO MISMO QUE MAÑANA; LA MERKEL; EL tran, trem, trin, tron Y TRUMP, QUIEREN ABRIR EL SÉSAMO DE 6.000 TRABAJADORES PA JODELOS, ESCUPILES Y EMPOBRECELOS



El conflicto de los estibadores: contrarreformas laborales y la guerra sucia de la patronal


Por Kaos. Solidaridad
03.03.2017
El sector de la estiba funciona sin mácula, productiva y socialmente. El colectivo se preocupa de sus trabajadores; todos forman una piña y se tiendan la mano mutuamente en horas de apuro. No pecamos de trasnochados, pues, si decimos que es el último bastión de la clase trabajadora. El lobby décadent y neo-liberal ve en la estiba la dignidad del trabajador y es, por tanto, un escollo en el camino que toma demoliendo los derechos y garantías del obrero español.





















La disputa de los estibadores se recrudece cada vez más y amenaza ya el buen funcionamiento de los puertos españoles. Y sin embargo, el Gobierno parece no ofrecer mayor solución que la que empuja a la desaparición de esta profesión. De momento, el conflicto se encuentra tan estancado como el conocimiento de la opinión pública acerca de la estiba; y no son pocas, en consecuencia, las tonterías que al respecto se dicen fruto de la ignorancia.Para intentar comprender un poco mejor este fenómeno, nos hemos desplazado al lugar donde se reúnen los estibadores de Barcelona. Allí, Maica Josep y Gabi nos han explicado por qué están en lucha y contra quién, lo cual nos ha servido de base para escribir el siguiente artículo.



Estibadores: Gabi, Maica y Josep


Perdida como perdida está la opinión pública respecto a los estibadores, y ocupando una centésima parte de una página de La Iberia, una escueta noticia decía así, a fecha de 4 de septiembre de 1887: «Ayer, a las nueve de la noche, un estibador sufrió, en el muelle de Gijón, una grave herida, producida por el desprendimiento de una polea. El Juzgado entiende en el asunto». Aunque nos separe del suceso más de un siglo, deberíamos ir ya acostumbrándonos a esta clase de siniestros. Pues no se derivan otras consecuencias que éstas de las radicales medidas que el Gobierno quiere implantar; o suplantar, según se mire. Pero veamos antes de qué va la cosa.

El sector de la estiba funciona sin mácula, productiva y socialmente. El colectivo se preocupa de sus trabajadores; todos forman una piña y se tiendan la mano mutuamente en horas de apuro. No pecamos de trasnochados, pues, si decimos que es el último bastión de la clase trabajadora. Así y todo, ha llegado a nuestros oídos que el oficio es, desde sus bases, una herencia del franquismo. Demontemos esto rápidamente. ¿Cómo iba a serlo, si se fundó en el año 1978 y sobre los pilares del anarco-sindicalismo, de la CNT? Como mucho será hijo de la transición. Y aun así, es inconcebible que un hijo tal presente una semblanza tan distinta a la de sus progenitores: delegados revocables, igualdad salarial e inclusión femenina. Más aún: si tal sangre llevase en sus venas, ¿a qué tanto ahínco por parte del gobierno del PP para hundir la estiba? ¿No sería esto un fratricidio similar al perpetrado por Carcalla sobre Geta? Sin embargo, permanecemos en la duda. ¿Por qué el PP quiere pasarle el cuchillo por la garganta a la estiba?

Es extraño. Ni en los números ni sobre el papel funciona mal esto de cargar y descargar los barcos. Los trabajadores, por su parte, no trabajan cuando falta el trabajo; luego la empresa paga por ellos sólo cuando producen, ahorrándose el gasto inútil de tener una plantilla a salario fijo. Ahora bien, existe una retribución mínima, fruto de las luchas encarnizadas que se llevaron a cabo en los ochenta. ¿Es esta suerte de derecho lo que molesta? ¿Tal vez sea el motivo por el que el Gobierno haya encendido la máquina del odio contra este sector? No hay más que echar un vistazo a la televisión, el mundo a través del espejo donde el derecho aparece privilegio. Y lo más triste todavía: que los haya quien, persuadidos en detrimento, incluso, de sí mismos, suscriban esta retahíla de invectivas. La opinión pública parece ceder estúpidamente.

Lo cual nos lleva a la aparición de un curioso fenómeno. El Gobierno español presentaba hasta hace poco el sistema de estiba como un modelo a imitar. Decía, con ese su entusiasmo tan convincente y patriota, que era el sistema más eficaz y ecuánime que existía. Comparando ésta a su posición actual, como mínimo hay que reconocerle la extravagancia. ¡Qué tornadizo es el poder! Antes se veía con buenos ojos que los estibadores se reuniesen bajo la égida de la SAGEP, y en cambio, ahora, lo demoniza sin vergüenza.

Pero la reacción no se ha hecho esperar. El sector portuario ha respondido con buenos modales. Son plenamente conscientes de que la Unión Europa exige cambios; y de que los mismos son inevitables y aun favorables para el desarrollo de su actividad. Al igual que cualquier otra profesión, la estiba tiene que correr con los tiempos y adaptarse a sus caprichos.

Lo que percibe la Unión Europea, en resumidas cuentas, es el riesgo de monopolio al que está sometido el oficio. Y por eso ha animado a la re-estructuración según su proceder habitual: multa persuasoria (que no efectiva) de 130.000€ al día, 23.000.000€ en total. Ante esto, los estibadores no tienen mayor opción que cumplir con lo reclamado. Y no se piense que han intentado primero quedarse de brazos cruzados. Al cabo de la amenaza europea, ya tenían preparado un plan de reformas que a priori satisfaría completamente las demandas. Lo civilizado era, pues, que se diese la comunicación entre el Gobierno y la estiba, los cuales teóricamente se encuentran a un mismo nivel de interés por solucionar un problema que, recordemos, concierne tanto al trabajador que desea cobrar a fin de mes como al Estado, que desea que florezca el comercio en su haber.

Actualmente en la prensa, el ministerio se llena la boca de haber estado presente en todas las reuniones. La realidad, empero, es que sólo en tres. Lo primero que soltaron fue que mirarían de ajustar la ley. La realidad, empero, es que se ha ignorado el documento de 18 páginas presentado por la estiba con cuantos ajustes y reformas se piden desde Europa. Cuando fueron a entregarlo al Ministerio de Fomento, a principios de febrero, pensando que se les escucharía y, tal y como estaba consignado, se lo tendría en cuenta, la respuesta fue tajante: que por cuestiones al margen de lo político había que legislar indefectiblemente en contra y que es inevitable que la profesión desaparezca en un término de tres años. Si los estibadores tenían que reunirse con el Ministerio a las seis, la Patronal lo hizo a las cuatro. ¿Tuvo algo que ver? ¿O ya estaba todo pre-decidido? Sólo Dios lo sabe, es decir, el Presidente de los Puertos del Estado, José Llorca Ortega, y el Ministro de Fomento, Íñigo de la Serna.



Estibadores esperando descargar un barco

Pese a la cerrazón oficial, la propuesta no dejaba lugar a la duda. Dado que la multa impuesta encontraba su razón en el riesgo de monopolio, en el hecho de que una empresa no podía ejercer en el puerto sin pasar por la SAGEP, se decidió flexibilizar la participación. En el susodicho documento se explicitaba que sin más ni más esto iba a cambiar y, de ahora en adelante, la contratación podía tener lugar sin la afiliación al sindicato. En él se planteaba asimismo la creación de un registro de trabajadores a través del cual las empresas podían obtener sus empleados. De este modo, la situación se regularizaba de cara al planteamiento europeo y a la legislación española. Presuntamente, se había dado carpetazo al asunto. Todas las partes deberían haber quedado contentas.

Sin embargo, como se puede deducir del estado actual de cosas, el plan revisado de la estiba crispaba los nervios del Gobierno. ¿Por qué? Sencillo: porque desbarataba el verdadero programa del mismo, a saber, desde el primer momento, suprimir íntegramente el oficio sindicado de estibador respaldándose, eso sí, en la excusa que le ofrecía la denuncia de la Unión Europea. Y retomemos la pregunta: ¿por qué? Sencillo también: porque el lobby décadent y neo-liberal ve en la estiba la dignidad del trabajador y es, por tanto, un escollo en el camino que toma demoliendo los derechos y garantías del obrero español. Descaradamente, el Gobierno trata de destruir el último reducto de renegados, 6000 en concreto, con ocasión de una presunta denuncia anónima a la UE (probablemente del mismo Reino de España), con no más objeto que el de sustituirlos por otros 6000, entonces ya, sin salario mínimo, sin derechos, sin preparación, sin conocimiento, precarizados, sometidos y sin auspicio legal.

En vista de que el sector estibador no ceja en devolver los embates que le llegan de las altas esferas, es reclamada la ayuda, como siempre oportuna y cicatera, de la guerra mediática. Y por eso ya empezamos a verlos y a oírlos. A los magister decrépitos de las cadenas de televisión, tertulianos de salón de mejillas rígidas y sangre de rana. Ya está ahí sentada la farándula en sus tribunas de miseria terciogenérica, coronando programas de televisión vacíos, baratos y basura. Haciendo gala de la peor de las imbecilidades, de la estupidez tras el velo del desencarnamiento. Procaces sin mérito, imitadores de Augusto el Tonto, estos tertulianos comienzan a vomitar. Y qué mejor náusea que la que empieza por esa cuestión que tantas ampollas levanta, que en tantos suscita la envidia y que tanto enfurece al escarnecido: el salario.

Poco diremos del mismo. No nos importa porque, en suma, los sueldos provienen de pactos establecidos con empresas privadas. Lo chistoso es, porque todo hay que decirlo, que el Gobierno pretenda pagar los 6000 despidos metiendo mano al erario público, esto es, que si todo esto nos termina costando dinero a los españoles no será, por consiguiente, a causa de los supuestos privilegios de la estiba, sino de la inhábil y maliciosa componenda estatal. Entretanto, estos son los salarios, que varían en función de la producción: por un contenedor venido de Asia el gasto es de 1500€. De esta cifra, lo correspondiente al trabajo del estibador son 0.80€, cantidad a la que hay que sumar tasas e impuestos. Céntimos arriba, céntimos abajo, el estibador percibe en total 18€ de cada contenedor. Ni que decir tiene que trabaja haga sol o lluvia, nieve o granice, sea Navidad o Fin de Año, su cumpleaños o el fin del mundo. Porque, en última instancia, cobra lo que trabaja. Y no, por supuesto, las cifras que se dicen por ahí. Y si un cirujano cobra menos que un estibador, quizá la solución no pase por bajar el sueldo a éste, sino a subírselo a aquél.

No sabemos cómo acabará este entuerto. España, por cierto, es la puerta de entrada a las mercancías americanas que se abren camino al mercado sud-europeo. El puerto español no es que tenga relevancia nacional y europea, sino mundial. Y es probable que la estiba sea el sector que se aglutine con mayor unidad y conciencia. De momento, ha dado un pre-aviso de huelga para los días 6, 8 y 10. Pero es sólo el principio si el Gobierno no transige. Si todo sigue así, y éste sigue oponiendo la política del «no sé, no me consta» a las demandas de los trabajadores y a la incertidumbre de los empresarios, veremos si el arañazo económico no deriva finalmente en una necrosis irreversible.




CUANDO LA POLÍTICA EMPIEZA POR DOS ERRES: ROBO que te ROBO (Y QUE ME ESCUHES LUISILLO: AGUANTA..., QUE AGUANTES TE DIGO... Y QUE ME ACABA DE ENTRAR LA PAJARRACA ESA INFANTIL DE QUE NO ME ACUERDO DE NÁ,, LO DE LA INFANTA, Y QUE NO ME ACUERDO AHORA SI ES PRINCIPIO O FIN DE LA CITA. COMPRÉNDEME)


La “Trama”: Radiografía y definición de una época de corrupción, saqueo y asalto del Estado que tenemos que superar

  Pedro Antonio Honrubia Hurtado
Kaosenlared
02.03.2017                   
Pablo Iglesias habló este pasado martes, durante la presentación del libro de Rubén Justé “IBEX 35, una historia herética del poder en España”, de la existencia de una “Trama” que ha servido para saquear el Estado y para poner la política española al servicio de unos intereses muy concretos que poco o nada tienen que […]














Pablo Iglesias habló este pasado martes, durante la presentación del libro de Rubén Justé “IBEX 35, una historia herética del poder en España”, de la existencia de una “Trama” que ha servido para saquear el Estado y para poner la política española al servicio de unos intereses muy concretos que poco o nada tienen que ver con los intereses de las grandes mayorías sociales. El término se ha propagado rápidamente por las redes sociales y son ya varios los medios de comunicación que han centrado su mirada en lo que el uso de este nuevo concepto supone para el discurso y la estrategia política de Podemos. Pero ¿qué es exactamente eso de “La trama”?

“La Trama”: Definición y narrativa

Básicamente, haciendo caso a las palabras de Iglesias, la “Trama” se podría definir como el modelo de gobernanza implementado en el Estado español durante las últimas décadas por una serie de actores con vinculación directa a la toma de las grandes decisiones de Estado, y que articula en torno a sí un conjunto de relaciones entre el poder político y el poder económico para intervenir dicho Estado y ponerlo al servicio de los intereses privados de unos pocos privilegiados.

Un modelo de entender la gobernanza del Estado y de sus diferentes administraciones públicas, así como la gestión de los recursos económicos asociados, que ha sido engrasado por la corrupción y el intercambio de favores entre dicho poder político y dicho poder económico, así como sustentado en el control directo de los principales medios de comunicación y de amplios resortes de los poderes del Estado (espacios legislativos y ejecutivos vinculados a los partidos del régimen y el control directo por parte del Gobierno de turno de la Fiscalía General del Estado principalmente). Esto es, una maquinaria de relaciones políticas y económicas que convierten al Estado en una especie de Sociedad Limitada (S.L.) manejada desde diferentes espacios de toma de decisiones, simultáneas y complementarias, por una serie de familias y personajes de gran poder político y económico que actúan bajo una lógica de tipo mafiosa para beneficio propio y en contra de los intereses de las mayorías sociales.

¿Qué hace “La trama”? 
  • Donaciones sistemáticas de grandes empresarios a partidos amigos en sobres en B que sirven para financiar gastos de partido, campañas electorales y sobresueldos
  • Comisiones del 3% y similares en la adjudicación de contratas públicas
  • Puertas giratorias entre la política de Estado y los sectores estratégicos previamente privatizados por dichas políticas
  • Saqueo de las cajas de ahorros al ponerlas en manos y bajo el control de los intereses de los partidos políticos tradicionales
  • Concesión de licencias comunicativas a grupos mediáticos cuyos principales accionistas tienen relación directa con el poder financiero global
  • Ley del suelo y crédito barato y masivo auspiciado por las relaciones entre la banca española y los grandes centros del poder financiero internacional
  • Grandes constructoras que parasitan la obra pública y que desde ahí dan el salto a la gestión privada de todo tipo de servicios públicos “externalizados” que le son igualmente concedidos como concesionarias
  • El fomento de administraciones paralelas para alimentar las maquinarias partidistas y clientelares
  • Indultos a grandes banqueros o doctrinas jurídicas creadas “ad hoc” –con nombres y apellidos- para servir a los intereses de los mismos y protegerlos de la acción de la justicia
  • Fiscales Generales del Estado que presionan a otros fiscales para que no investiguen casos de corrupción o que los sacan de sus puestos cuando osan no plegarse a tales presiones
  • Leyes “Berlusconi” que dificultan la posibilidad de investigar y castigar las diferentes ramificaciones de tal corrupción especialmente en ámbitos vinculados a la gestión irregular de lo público en administraciones locales o provinciales
  • Grandes construcciones ineficientes y absurdas pagadas a precio de oro y con todo tipo de aumentos de gasto sobre lo presupuestado inicialmente durante el proceso de construcción
  • Grandes eventos deportivos rodeados de todo tipo de fastos (y gastos públicos) para honra y lucimiento del gobernante de turno
  • Medios de comunicación que crean campañas de acoso y derribo contra “enemigos políticos”
  • Las cloacas del Estado filtrando información a periodistas “pantuflos” para publicar falsos informes que sirven para criminalizar a determinados actores políticos incómodos para el régimen
  • Directores de medios de comunicación reuniéndose con líderes políticos para avisarles de las consecuencias de tejer ciertos pactos de gobierno
  • Campañas mediáticas contra profesores, controladores, sindicatos varios o estibadores acusándolos de “privilegiados” o de “parásitos” para enfrentar a la población precarizada con aquellos sectores laborales que todavía conservan condiciones laborales y sueldos decentes
  • Agentes económicos centrales que actúan en forma de cárteles mafiosos modificando o pactando precios para saquear y extorsionar al pueblo mediante el encarecimiento del precio de los servicios básicos indispensables
  • Demolición controlada –vía recortes- de la calidad de los servicios públicos para legitimar políticas privatizadoras
  • Reformas laborales para acabar con la capacidad negociadora de las clases trabajadoras y reformas de las pensiones –vinculadas directamente a las condiciones laborales impuestas vía las reformas laborales citadas- para hacer perder progresivamente poder adquisitivo a los pensionistas actuales y por venir y dificultar –cuando no imposibilitar- el acceso futuro de las próximas generaciones a unas pensiones decentes y dignas
  • Reformas de la Constitución al servicio de los intereses del poder financiero con “agosticidad” y “alevosía”
  • Etc., etc., etc. (Ponga usted aquí cualquier hecho de estilo que recuerde).
Les suena ¿verdad?

La necesidad de poner un nombre común a lo que son unas prácticas que se relacionan entre sí en el tiempo y el Estado

Hasta ahora todas estas expresiones de una forma de entender la política, el Estado, el poder y las relaciones entre los diferentes agentes económicos y sociales existentes, se han tratado de forma separada y como si entre ellas no existiera relación alguna. Siquiera, como bien señala el periodista Enric Juliana, en el momento donde más evidente ha sido la relación entre todas ellas, cuando más claro era que la corrupción es algo que depende tanto de políticos corruptos como de agentes corruptores que se han beneficiado directamente de esa corrupción más allá del robo y el saqueo a las arcas públicas realizado por dichos políticos, hemos sido capaces de ponerle un nombre “común” al momento histórico que todo este tipo de situaciones expresan en conjunto y entre sí de forma relacionada. Frase como “no es lo mismo meter la pata que meter la mano” han sido convertidas rápidamente en narrativa colectiva por determinados partidos y medios de comunicación para, precisamente, no permitir que la ciudadanía ate cabos y encuentre la relación existente entre todos estos elementos citados.

Es por ello que es tan importante ahora dar una explicación de conjunto que facilite a la ciudadanía la comprensión del periodo histórico que estamos atravesando y la relación inseparable que existe entre dicho periodo histórico y la actuación, a modo de gobernanza, de los diferentes agentes, políticos y económicos, que han detentado y detentan todavía hoy la capacidad de tomar las grandes decisiones de Estado y que en última instancia acaban afectando en forma negativa a los derechos y la calidad de vida del conjunto de la población. O dicho de otro, explicar de qué manera esta “Trama” ha conseguido secuestrar la democracia hasta ponerla bajo control directo de sus decisiones.

Doble sentido comunicativo: como definición de una época y como explicación de una praxis

Lo que se ha venido a llamar “Trama”, pues, se puede entender tanto desde una perspectiva “epocal” (como definición de una época en tanto que desarrollo “argumental” de la misma), como desde una perspectiva de “acción política concreta –praxis-“ (disposición interna por la que se relacionan y se corresponden las partes de una forma sistematizada de entender el Estado y el poder del Estado que ha generado la situación actual en la que vivimos: recortes, precarización y miseria para los de abajo, corrupción, poder ilimitado y grandes negocios megalucrativos para los de “arriba”). La “Trama” debe ser entendida así tanto como una forma de gobierno del Estado que marca toda una época histórica (la nuestra) como el conjunto de actores implicados, y las relaciones que mantienen entre sí, en aplicar sistemáticamente dicha forma de gobierno contra los intereses de las grandes mayorías sociales y en favor de sus propios intereses políticos, económicos y de clase.

La “Trama” es entonces el nombre que se le puede dar una época, la nuestra, marcada por la corrupción como práctica de sistema, el vaciado en la toma de decisiones de la soberanía popular en favor de la toma de decisiones por la “soberanía de unos pocos privilegiados” y la intervención del Estado en sentido amplio, así como es también la forma de operar con la que se puede definir el conjunto de relaciones que han mantenido entre sí, como forma concreta de poner en práctica este modelo de gobernanza, los diferentes actores que se han visto directamente beneficiados por ella y/o que han ejercido el poder real en la misma.

Golpismo del Siglo XXI que ha vaciado de soberanía popular tu democracia, ha intervenido tu Estado y te ha jodido la vida

La “Trama” es, en resumen, el modelo de gobernanza desarrollado en el Estado español durante las últimas décadas según el cual los principales accionistas y grandes dueños de las empresas del IBEX35, los principales dirigentes de los partidos del régimen y muchos otros políticos de menos enjundia que amparándose en ellos han actuado bajo la lógica mafiosa de esta gran “familia”, los medios de comunicación en manos o al servicio de ambos, los altos funcionarios públicos que voluntariamente han decidido trabajar para ellos desde la justicia o la Administración central del Estado, los  tertulianos y “expertos” a sueldo que inundan esos mismos medios antes citados, la gran banca, la patronal, los fondos buitre y demás representantes  genuinos del poder financiero, etc., etc., han tenido la capacidad de intervenir el Estado para ponerlo al servicio de sus intereses privados, donde la corrupción es solo una anécdota frente a la capacidad que han tenido de dar la vuelta a lo que en algún momento pretendió ser un “Estado social” hasta convertirlo en un “Estado al servicio de los negocios y el afán de lucro de unos cuantos privilegiados”. Un Estado S.L. que piensa de forma prioritaria en garantizar una buena rentabilidad para las balanzas de resultados de sus grandes empresas y las cuentas de ahorro de sus principales accionistas, y que se olvida de pensar en el bienestar, los derechos y los intereses económicos, sociales, y laborales de sus ciudadanos y ciudadanas.

La Trama es, para entendernos en concreto, aquello que te ha jodido la vida y ha puesto en riesgo tu futuro y el de tus hijos y nietas solo porque con ello, recortando tus derechos y saqueando tus recursos públicos, degradando tu sanidad, tu educación, tus condiciones laborales y tus pensiones, desmantelando progresivamente cualquier carácter social del Estado, unos pocos pueden ganar cada vez más dinero interviniendo de facto dicho Estado. La “Trama” es golpismo de toda la vida, pero adaptado al siglo XXI. Te dieron un Golpe de Estado y ni te enteraste… ya es hora de luchar por derrocarlo y acabar con este modelo golpista de gobierno que rige tu Estado. Eres tú contra la Trama, es la Trama contra el pueblo. Es esa la gran “disputa histórica” a la que nos enfrentamos.

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jueves, 2 de marzo de 2017

NOTA DE AGRADECIMIENTO DEL OJO ATIPICO A SUS LECTORES DEL MES DE FEBRERO DE:



ESPAÑA- EE.UU-ALEMANIA-FRANCIA-RUMANIA-PORTUGAL IRLANDAARGENTINA-GEORGIA-RUSIA-ANDORRA-FILIPINAS-BÉLGICA-AUSTRIA PAÍSES BAJOS-COLOMBIA-PUERTO RICO-VENEZUELA-BRASIL-REINO UNIDO-POLONIA-BOSNIA HERZEGOVIA-EMIRATOS ÁRABES UNIDOS-GRECIA-SUECIA-HAITI-SUIZA-MÉXICO-PERÚ-TURQUÍA-AUSTRIA-INDIA-UCRANIA-ECUADOR-ARGELIA-TAILANDIA-ESLOVENIA-LETONIA-ITALIA-BAGLADÉS-GUATEMALA-INDONESIA-MARRUECOS-REPUBLICA DOMINICANA-KUWAIT-DINAMARCA-COSTA RICA-CANADÁ-PARAGUAY-CATAR-ESTONIA-BIELORUSIA-VIETNAM-CHILE-HUNGRIA.


El orden de los referidos países responden al orden de entrada, y los diez países que registran más entradas, de mayor a menos, fueron los siguientes:

ESPAÑA
EE.UU
FRANCIA
ALEMANIA
IRLANDA
RUSIA
PORTUGAL
ITALIA
RUMANIA
ARGENTINA

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ECONOMÍA, POLÍTICA E IDEOLOGÍA, NO ES LO MISMO QUE ENGANCHARSE (O QUERERLO) A LAS PALANQUETAS DEL PODER PARA EL MEDRE PERSONAL Y ALLEGADOS



El PP gobierna no por ganador de las elecciones (no es lo mismo ser la minoría mayoritaria, caso del PP, que ganar las elecciones) por su "alianza" de hecho con quienes deberían ser oposición: PSOE (que no es lo mismo decir que se es oposición a ser oposición) y Ciudadanos (que no es lo mismo decir que se es oposición a ser oposición). El resultado de esto es que los trabajadores vivimos cada vez peor, cuando hay medios materiales para vivir mejor. Eso sí, la lumbardina parda es guay, y por eso tenemos que discutir más de casos lumbardinos, porque ya digo, la lumbardina parda es guay o, includo más, si pudiera o pudiese caber.


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Economía española: Lo que ofrece Rajoy, y lo que España necesita

Rebelión
Ganas de escribir
02.03.2017


Hay que reconocer que Mariano Rajoy ha sido el líder más inteligente en estos últimos meses. Ha conseguido llevarse el gato al agua, aunque lo ha hecho de una forma bien expresiva de lo que puede esperarse de él y de su partido: dejando hacer y pasar a los demás y limitándose a recoger parsimoniosamente el fruto de los errores ajenos.

Ahora, con su nuevo gobierno empieza una nueva fase que en lo esencial no cambiará mucho de la primera, aunque tendrá nuevas consecuencias porque las circunstancias ya no son las mismas.

En su primer mandato se ha limitado a hacer lo contrario de lo que había predicado y a soslayar cuando le ha convenido los mandatos más equivocados de Bruselas que decía compartir, consciente como debe ser de que detrás de ellos solo hay intereses y fundamentalismo ideológico y no una respuesta acertada a nuestros problemas económicos ni conveniente para nuestros intereses. Su política es la de favorecer que la gran empresa imponga el modelo de crecimiento y la disciplina laboral, que la devaluación salarial se convierta en nuestra estrategia de competitividad y que la deuda (es decir, el negocio bancario) siga siendo el motor de la economía. Y, en lugar de poner en marcha con integridad la política de austeridad que le imponía Bruselas, ha sido suficientemente inteligente como para descargar los sacrificios de gasto sobre ayuntamientos y comunidades autónomas (a costa de la mayoría de las políticas de bienestar social que suelen corresponder a estas administraciones) y para sortear en la mayor medida de lo posible (y aunque eso haya sido a base de realizar constantes trampas en las cuentas públicas) sus exigencias de déficit. Así, lo que ha hecho el gobierno de un Partido Popular que presume de “liberal” es dar un empuje pseudo-keynesiano a sus políticas, lo que, unido a la mejor coyuntura exterior, ha permitido que la economía española presente ciertos síntomas de mejora en los dos últimos años. La paradoja es que el PP ha conseguido vender su gestión como de éxito económico haciendo justamente lo contrario de lo que decía que había que hacer para tener éxito en la gestión económica. Mariano Rajoy en estado puro.

Lo que ahora posiblemente va a ocurrir es que el gobierno tendrá que dar ciertas cuentas de esa gestión con la que ha conseguido engañar a todo el mundo. Bruselas le exigirá los recortes que compensen sus desajustes anteriores, se entrará en una nueva fase de contención de gasto tras la alegría pre-electoral y eso puede producir un frenazo de la ya de por sí limitada expansión (inesperadamente prolongada por el impasse de casi un año que hemos vivido en la formación del gobierno). Sobre todo, si la coyuntura exterior no mejora sensiblemente. Pero como la legislatura tiene muchos componentes de inestabilidad y Rajoy querrá salvar sus muebles es muy posible que su gobierno siga limitándose a afrontar el día a día con luces cortas y sin la menor intención de meterse en las complicaciones que supone realizar cambios de demasiada envergadura. No creo que se pueda esperar otra cosa que más de lo mismo que hemos visto en la segunda fase de la anterior.

Mientras tanto se van a quedar sin afrontar los grandes problemas que a mi juicio sigue teniendo pendiente la economía española. El primero es la creciente pérdida de peso de los salarios en la renta nacional que, además de otras consecuencias no menos importantes, dinamita los motores endógenos de la actividad económica y destruye a las empresas y al tejido empresarial que viven del mercado interno (que suelen ser intensivos en empleo) en un contexto en el que el externo no nos resulta demasiado favorable. El segundo, una dinámica de generación de deuda que puede llegar a ser insoportable a poco que suban los tipos de interés, se frene la ya de por sí débil recuperación de la actividad o se pongan en claro algunas sospechosas incoherencias de nuestras cuentas públicas que podrían estar sobrevalorando el PIB y ocultando la verdadera magnitud de nuestro endeudamiento. El tercero, nuestra dependencia de las cada cada vez más insoportables y equivocadas directrices que emanan de Bruselas y que, entre otras muchas cosas, es la responsable de la pérdida continuada de activos bajo control nacional y de fuentes de riqueza que nos permitan apropiarnos de su valor añadido. El cuarto, y unido a todo lo anterior, la pérdida de tejido productivo y la externalización de nuestros mejores activos y de la decisión sobre ellos. Y si fuese necesario resumir todos esos problemas en uno solo o principal, nuestra escasa capacidad para generar valor añadido y, sobre todo, para apropiarse de él. Una patología que cualquiera puede percibir sin necesidad de palabra alguna, por ejemplo, cuando pasea por cualquier ciudad inglesa o alemana y encuentra más paneles solares que en cualquier lugar de la soleada España.

España necesita a mi juicio un gran pacto de rentas orientado a salvar el mercado interno teniendo en cuenta que éste vive en gran parte de la masa salarial. Necesita un pacto fiscal que imponga eficacia y equidad en la recaudación y que reconsidere al mismo tiempo todas las políticas de gasto. Necesita un pacto de soberanía que nos permita hacernos fuertes y defender los intereses nacionales en la Unión Monetaria. Y necesitamos una estrategia ampliamente compartida orientada a recuperar nuestro tejido productivo y a poner en marcha una estrategia de reactivación sostenible. Puede parecer una perogrullada pero ninguna economía puede salir adelante con un mínimo de éxito si (como le viene pasando a la española) su industria, su sector primario y sus servicios de alto valor añadido van a menos.

El problema principal a la hora de avanzar en esa dirección es que no cabe esperar que el PP haga otra cosa que servir a quienes no tienen el más mínimo interés en que la economía española cambie, porque son los que se aprovechan de su estado actual. Y, por otro lado, que los errores que han cometido las direcciones del PSOE y de Podemos en esta última coyuntura han sido tan clamorosos y desgraciados que seguramente costará tiempo crear condiciones tan favorables como las que ha habido para cambiar la correlación de fuerzas y el escenario político.


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100 AÑOS DE LA REVOLUCIÓN RUSA (6/23)

León Trotsky

HISTORIA DE LA REVOLUCION RUSA

Capitulo VI

Agonía de la monarquía



Publicada por primera vez, en traducción de Max Eastman, como The History of the Russian Revolution vols I-III, en Londres 1932-33. Digitalizado por Julagaray en julio de 1997, para la Red Vasca Roja, con cuyo permiso aparece aquí. Recodificado para el MIA por Juan R. Fajardo en octubre de 1999.


La dinastía cayó apena sacudirla, como fruto podrido, antes de que la revolución tuviera tiempo siquiera a afrontar sus miras más inmediatas. La imagen que trazamos de la vieja clase dirigente no sería completa si no intentáramos exponer cómo se enfrentó la monarquía con la hora de su hundimiento.

El zar se encontraba en el Cuartel general, en Mohilev, adonde se había trasladado, no porque fuese necesaria su presencia allí, sino huyendo de las molestias petersburguesas. El cronista palaciego, general Dubenski, que se hallaba cerca del zar en el Cuartel general, registra en su diario: «Ha empezado aquí una vida tranquila. Todo seguirá como antes. El zar no cambiará nada. Sólo causas exteriores y fortuitas pueden imponer algún cambio...» El 24 de febrero, la zarina escribía al Cuartel general, en inglés, como siempre: «Confío en que el Kedrinski ese de la Duma (se trata de Kerenski) será ahorcado por sus detestables discursos; hay que hacerlo a toda costa (ley de tiempo de guerra). Y servirá de ejemplo. Todo el mundo anhela e implora de ti energía.» El 25 se recibe en el Cuartel general un telegrama del ministro de la Guerra comunicando que en la capital han estallado huelgas y disturbios, pero que se han tomado las oportunas medidas y que la cosa no tiene importancia. ¡Como se ve, no ha cambiado nada!

La zarina, que enseñaba siempre al zar a no retroceder, sigue haciendo todo lo posible por mantenerse firme. El 26, con el visible propósito de robustecer el ánimo vacilante de «Nicolás», le telegrafía que «en la ciudad todo está tranquilo». Pero en el telegrama de por la noche se ve obligada ya a confesar que «las cosas toman en la capital muy mal cariz.» Por carta le dice: «Hay que decirles, sin ambages, a los obreros que se dejen de huelgas, y si siguen organizándolas, mandarles al frente como castigo. No hay para qué disparar; lo único que hace falta es orden y no dejarles que atraviesen los puentes.» No era mucho pedir, en verdad: ¡orden solamente! Y, sobre todo, no permitir que los obreros lleguen al centro de la ciudad. Que se ahoguen de rabia e impotencia en sus suburbios.

Por la mañana del día 27 es enviado desde el frente a la capital el general Ivanov con un batallón de georgianos y plenos poderes dictatoriales, aunque con instrucciones para que no los proclame hasta después de ocupado Tsarskoie-Selo. «Difícilmente podía haberse pensado en un hombre menos adecuado para aquella misión -recuerda el general Denikin, que también más tarde había de hacer sus pinitos de dictadura militar-; era un hombre senil, incapaz d orientarse en una situación política, sin fuerzas, ni energía, ni voluntad, ni rigor.» La elección recayó en él en gracia a sus méritos durante la primera revolución: once años antes, este general había hecho entrar en razón a Kronstadt. Pero esos once años no habían pasado en balde. Durante ellos, los represores habían envejecido y los reprimidos se habían hecho adultos. Se dio a los frentes septentrional y occidental orden de que preparasen tropas para enviarlas a la capital. Por lo visto, creían disponer de tiempo sobrado. El propio Ivanov daba por supuesto que la cosa acabaría pronto y bien. Hasta tuvo la gentileza de acordarse de encargar a su ayudante en Mohilev que comprara provisiones para los amigos de Petrogrado.

El 27 de febrero, Rodzianko envió al zar un nuevo telegrama, que terminaba con estas palabras: «Ha llegado la hora suprema en que van a decidirse los destinos de la patria y de la dinastía.» El zar dijo a Frederichs, mayordomo de palacio, comentando el despacho: «Ese gordo de Rodzianko vuelve a escribirme cuatro tonterías, a las que ni siquiera pienso molestarme en contestar.» No; aquello no era ninguna tontería, y pronto había de convencerse de que no tenía más remedio que contestar.
El 27, cerca del mediodía, se recibe en el Cuartel general un comunicado e Jabalov hablando de motines en los regimientos de Pavlovski, de Volinski, de Litvoski y de Preobrajenski, y apuntando la necesidad de que se enviasen del frente tropas de confianza. Una hora después llega un telegrama completamente tranquilizador del ministro de la Guerra: «Los disturbios que estallaron por la mañana en algunos regimientos son sofocados firme y enérgicamente por las compañías y los batallones, fieles a su deber... Estoy firmemente persuadido de que se restablecerá pronto la tranquilidad...» Sin embargo, después de las siete de la tarde del mismo día, el propio ministro comunica que «las escasas tropas que siguen fieles a su deber no consiguen sofocar la sublevación». Y pide el urgente envío de fuerza realmente leales y en cantidad suficiente «para proceder simultáneamente en los distintos sectores de la capital».

El Consejo de Ministros reunido aquel día creyó llegado el momento oportuno para eliminar de su seno, por sí y ante sí, a la supuesta causa de todas aquellas calamidades: al ministro del Interior, Protopopov, hombre medio loco. Al mismo tiempo, el general Jabalov ponía en vigor el decreto firmado a espaldas del gobierno declarando por orden de su majestad el estado de guerra en Petrogrado. De este modo intentábase mezclar una vez más una paletada de cal con otra de arena, pretensión vana, aunque tal vez no fuese ése el designio. No se llegó siquiera a fijar los bandos declarando el estado de guerra; resultó que el general-gobernador Balk no tenía engrudo ni pinceles. La autoridad constituida no servía ya ni para pegar un bando: pertenecía ya al reino de las sombras.
La sombra principal de este último gabinete del zar era el príncipe Golitsin, un viejo de setenta años, que se había pasado varios regentando las instituciones benéficas de la zarina y a quien ésta había puesto al frente del gobierno en los días álgidos de la guerra y la revolución. Cuando los amigos le preguntaban a este «bonachón aristócrata ruso, a este viejo senil» -como le definía el liberal barón de Nolde-, por qué había aceptado un cargo de tanta responsabilidad, Golitsin contestaba: «Para tener un recuerdo agradable más que conservar.» Mas no lo consiguió, por cierto. Hay un relato de Rodzianko que atestigua cuál era el estado de ánimo del último gobierno del zar en aquellos momentos. Al recibirse las primeras noticias de que las masas avanzaban sobre el palacio de Marinski, donde el gobierno celebraba sus reuniones, fueron apagadas inmediatamente todas las luces del edificio. Aquellos hombres puestos al frente del Estado sólo aspiraban a una cosa: a que la revolución no se fijara en ellos. Mas el rumor no se confirmó, y cuando, viendo que el temidos asalto no ocurría, volvieron a encenderse las luces, más de un ministro zarista apareció, «con gran sorpresa propia» acurrucando debajo de la mesa. No ha podido averiguarse qué clase de recuerdos guardaría en aquel lugar.

Mas tampoco el propio Rodzianko debía de sentirse muy animoso. Después de varias tentativas trabajosas y estériles para establecer comunicación telefónica con el gobierno, consigue al fin que le pongan al habla con el príncipe Golitsin, el cual le previene: «Tenga la bondad de no dirigirse ya a mí para nada, pues estoy dimitido.» Al oír esto, Rodzianko, según nos cuenta su fiel secretario, se dejó caer pesadamente sobre un sillón, se cubrió la cara con ambas manos y balbuciendo: «¡Qué horror!... ¡Dios míos! ¡Sin autoridad!... ¡La anarquía!... ¡Sangre!», rompió a llorar silenciosamente. Al derrumbarse el espectro caduco del zarismo no había consuelo para Rodzianko: sentíase desamparado, huérfano. ¡Qué lejos se hallaba en aquellos momentos de pensar que al día siguiente había de ponerse a la cabeza de la revolución!

La contestación telefónica de Golitsin se explica teniendo en cuenta que el día 27 por la tarde el Consejo de Ministros se había reconocido incapaz para dominar la situación y había aconsejado al zar que pusiese al frente del gobierno a una persona que gozara de la confianza general del país. El zar contestó a Golitsin en estos términos: «Respecto a las modificaciones propuestas en el ministerio, las considero inadmisibles en las circunstancias actuales. Nicolás.» ¿A qué otras circunstancias esperaba? Al propio tiempo, el zar exigía que se adoptasen «las medidas más enérgicas» para sofocar la sublevación. Pero esto era más fácil de decir que de hacer.

Al día siguiente, 28, hasta la indomable zarina se siente abatida. «Es necesario hacer concesiones -le telegrafía a Nicolás-. Las huelgas continúan y muchas tropas se han pasado a la revolución. Alicia.» Fue necesario que se sublevase toda la Guardia, toda la guarnición, para que la celosa guardadora de la autocracia comprendiese la necesidad de hacer concesiones. Ahora que el zar empieza también a darse cuenta de lo que le había telegrafiado «aquel gordo de Rodzianko» no eran ninguna «tontería». Nicolás decide trasladarse al lado de su familia. Es posible que los caudillos del Cuartel general, que no se sentían tampoco muy seguros, hiciesen todo lo posible por quitárselo de encima.

En un principio, el tren real hizo su recorrido normalmente; como de costumbre, fue recibido en todas las estaciones por los agentes de policía y los gobernadores. Lejos del torbellino revolucionario, recluido en su vagón, entre su séquito habitual, el zar volvió a perder, visiblemente, la sensación del desenlace fatal que se avecinaba. El día 28, a las tres de la tarde, cuando el curso de los acontecimientos había decidido ya su suerte, el zar envía desde Viasma a la zarina este telegrama: «Tiempo magnífico. Confió en que os encontraréis buenos y tranquilos. Han sido enviados fuertes destacamentos de tropas desde el frente. Tiernamente tuyo, Nika.» En vez de las concesiones a las que la propia zarina le impulsa, el tierno amante envía tropas del frente. Pero, a pesar del «tiempo magnífico», horas después, el zar ya no tiene más remedio que afrontar cara a cara el vendaval revolucionario. El tren llegó hasta la estación de Vischera, donde los ferroviarios no dejaron seguir viaje: «El puente está destruido», le dijeron. Lo más probable es que este pretexto lo inventaran los del propio séquito imperial para disimular la verdadera realidad. Nicolás intentó pasar -o intentaron hacerle pasar- por Bologoye, línea de Nikolaievoski; pero tampoco aquí dejaron paso al tren real. Aquello era mucho más elocuente que todos los telegramas de Petrogrado. El zar había abandonado el Cuartel general y encontraba cerrado el paso a su capital. ¡Con los «peones» ferroviarios nada más, la revolución daba jaque mate al rey!

El general Dubenski, que acompañaba al zar en su viaje, escribe en el diario: «Todo el mundo se da cuenta de que este viraje nocturno de Vischera es una noche histórica... Para mí es evidente que el problema de la Constitución está ya decidido; no hay más remedio que implantarla... Ya no se habla más de la necesidad de ponerse de acuerdo con ellos, con los miembros del gobierno provisional.» Ante el semáforo cerrado, detrás del cual acecha acaso la muerte, todos, el conde Frederichs, el príncipe Dolgoruki, el duque de Leuhtenberg, todos estos caballeros aristócratas se sienten partidarios de la Constitución. No piensan siquiera en luchar y resistir un poco. Negociar nada más; es decir, volver a engañar al pueblo o intentarlo, por lo menos, como en 1905.

Mientras el tren real erraba de un lado para otro, sin encontrar salida, la zarina enviaba telegrama tras telegrama al zar incitándole a regresar a la capital lo más pronto posible. Pero los telegramas llegaban todos devueltos con esta inscripción en lápiz azul: «Se ignora el paradero del destinatario». Los funcionarios de Telégrafos no podían dar con el zar de todas las Rusias.

Regimientos con bandera y música dirigíanse en manifestación al palacio de Táurida. La guardia de palacio formó bajo el mando del gran duque Cirilo Vladimorovich, en quien se reveló de súbito, como atestigua la condesa Kleinmichel, una gran prestancia revolucionaria. Los centinelas se retiraron. Los palatinos abandonaron el palacio. «Allí todo el mundo atendía a salvase a sí mismo» -dice la Wirubova-. Por el interior de palacio erraban grupos de soldados revolucionarios, que lo miraban todo con ávida curiosidad. Antes de que los dirigentes resolvieran lo que había que hacer, ya la gente de abajo había convertido en un museo el palacio de los zares.

El zar, cuyo paradero se ignora, vira con su tren hacia Pskov, donde está el Estado Mayor del frente septentrional que manda el viejo general Ruski. En el séquito del zar se suceden unas proposiciones a otras. El zar da tiempo al tiempo y sigue contando por días y por semanas, cuando la revolución cuenta ya por minutos.

El poeta Block pinta al monarca en los últimos meses de su reinado: «Terco, pero abúlico; nervioso, pero insensible a todo; receloso de todo el mundo, desquiciado, pero cauto en las palabras, no era ya dueño de sí mismo. Había dejado de comprender la situación y no daba ni un solo paso, echándose completamente en brazos de aquellos a los que él mismo había puesto en el poder.» ¡Piénsese hasta qué punto se acentuarían en este hombre esos rasgos de abulia y de desquiciamiento, de miedo y de desconfianza, al sobrevenir los últimos días de febrero y los primeros días de marzo!

Por fin, Nicolás, haciendo un último esfuerzo, se dispuso a enviar un telegrama al odiado Rodzianko -telegrama que no debió de llegar tampoco a cursarse- diciéndole que, en aras de la patria y de su salvación, le encargaba de la formación de un nuevo Ministerio, reservándose únicamente la provisión de las carteras de Negocios Extranjeros, Guerra y Marina. El zar quiere todavía regatear con «ellos»: no hay que olvidar que avanzan «numerosas tropas» sobre Petrogrado.

El general Ivanov pudo llegar, efectivamente, sin novedad a Tsarskoie-Selo. Por lo visto, los ferroviarios no se decidieron a hacer frente al batallón de los georgianos. El general había de confesar algún tiempo después que, durante el trayecto, se había visto obligado a usar por tres o cuarto veces de la «presión paternal» contra los soldados rebeldes, obligándoles a arrodillarse. Inmediatamente de llegar el «dictador» a Tsarskoie-Selo, las autoridades locales le comunicaron que un choque de los georgianos con las tropas podría poner en grave peligro la vida de la familia real. Pero por quien temían era por sí mismos, y esto les llevaba a aconsejar al «pacificador» que se volviese.
El general Ivanov formuló a Jabalov, el otro «dictador», diez preguntas, a todas las cuales recibió una contestación precisa y categórica. Reproducimos aquí las preguntas y las respuestas, pues en verdad que lo merecen:
PREGUNTAS DE IVANOVRESPUESTAS DE JABALOV
¿Qué tropas se ajustan al orden y cuáles faltan a él?En el edificio del Almirantazgo tengo bajo mis órdenes cuatro compañías de la Guardia, cinco escuadrones y sotnias de cosacos, y dos baterías; el resto de las tropas se han pasado a los revolucionarios o permanecen neutrales en connivencia con ellos. Los soldados recurren la ciudad, sueltos o en grupos, y desarman a los oficiales.
¿Qué estaciones están guardadas? Todas las estaciones están en manos de los revolucionarios, que las guardan celosamente.
¿En qué partes de la ciudad se mantiene el orden? Toda la ciudad está en poder de los revolucionarios el teléfono no funciona y están cortadas las comunicaciones con los distintos barrios de la capital.
¿Qué autoridades ejercen el poder en esos barrios de la capital? No puedo contestar a esta pregunta.
¿Funcionan normalmente todos los ministerios? Los ministros han sido detenidos por los revolucionarios.
¿De qué autoridades policiacas dispone usted en este momento? De ninguna.
¿Qué organismos técnicos y económicos del ramo de Guerra se hallan actualmente bajo sus órdenes? Ninguno.
¿Qué cantidad de víveres tiene usted a su disposición? No dispongo de víveres. El 25 de febrero había en la ciudad 5.600.000 puds de harina.
¿Han caído muchas armas, artillería y municiones, en manos de los rebeldes? Toda la artillería está en poder de los rebeldes.
10ª ¿Qué autoridades militares y Estados Mayores están a las órdenes de usted? 10ª Bajo mis órdenes personales se halla el jefe del Estado Mayor del distrito; con los demás organismos regionales no tenemos comunicación.
Después de obtener estos datos, que le imponían, de un modo bien inequívoco, de la realidad, el general «accedió» a retornar con sus fuerzas, que ni siquiera habían descendido del tren, a la estación de Dno. «He aquí -concluye una de las primeras figuras del Cuartel general, el general Lukomski- cómo el envío del general Ivanov, con plenos poderes dictatoriales, vino a parar en un fiasco escandaloso.»

La verdad es -dicho sea de paso- que el escándalo pasó desapercibido, ahogado por la marejada de los acontecimientos. Suponemos que el dictador enviaría las provisiones con que quería obsequiar a sus amistades de Petrogrado y sostendría una prolongada conversación con la zarina, en la que ésta le hablaría de su abnegación en los hospitales de campaña y se lamentaría de la ingratitud del ejército y del pueblo.

Entretanto llegaban a Pskov, pasando por Mohilev, noticia tras noticia, cada vez más sombría que la anterior. La Guardia personal de su majestad, que se había quedado en la capital y en la que la familia real conocía a cada soldado por su nombre, rodeándolos a todos de mimos y cuidados, se presenta a la Duma nacional pidiendo autorización para arrestar a los oficiales que se niegan a solidarizarse con la insurrección. El vicealmirante Kurosch comunica que no ve posibilidad de sofocar la insurrección de Kronstadt, pues no responde ni de un solo batallón. El almirante Nepenin telegrafía que la escuadra del Báltico no reconoce más gobierno que el Comité provisional de la Duma. El jefe de las tropas de Moscú, Mrosovski, dice: «La mayoría de las tropas, con la artillería, se han pasado a los revolucionarios, en cuyo poder se halla, por tanto, toda la ciudad: el general-gobernador y su ayudante han abandonado sus puestos.» Dicho más claramente: han huido.

Todo esto le fue comunicado al zar el día 1 de marzo, por la tarde. Hasta una hora avanzada de la noche se discutió el pro y el contra de un Ministerio responsable. Por fin, a las dos de la madrugada, el zar dio su conformidad. Los altos dignatarios que le rodeaban respiraron tranquilos. Creyéndose como la cosa más natural del mundo que con esto se cortaba de raíz el problema de la revolución, dieron al mismo tiempo órdenes para que volvieran al frente las tropas que habían sido destacadas a Petrogrado, al apuntar el día, la buena nueva. Pero el reloj del zar iba enormemente atrasado.

Rodzianko, acosado ya en el palacio de Táurida por los demócratas, los socialistas, los soldados, los diputados obreros, contestó a Ruski: «Lo que usted propone no basta; lo que ahora se debate es la cuestión dinástica... Las tropas se ponen en todas partes al lado de la Duma y del pueblo y exigen la abdicación del zar en favor de su hijo, bajo la regencia de Miguel Alexandrovich.» La verdad era que a las tropas no se les había pasado siquiera por las mentes semejante cosa. Lo que ocurría era que Rodzianko achacaba bonitamente al ejército y al pueblo la fórmula con que la Duma confiaba todavía en contener la revolución. De todos modos, la concesión del zar llegaba demasiado tarde: «La anarquía ha tomado tales proporciones, que me he visto obligado a nombrar esta noche un gobierno provisional. Desgraciadamente, el manifiesto ha llegado tarde»... Estas palabras mayestáticas demuestran que el buen presidente de la duma se había enjuagado ya las lágrimas que derramara días antes justo al teléfono. El zar, leyendo las palabras cambiadas entre Rodzianko y Ruski, vacilaba, releía, esperaba. Pero los caudillos militares salieron de su mutismo para tomar cartas en el asunto: la cosa urgía y también a ellos les afectaba.

Aquella noche, el general Alexéiev pulsó, en una especie de plebiscito, la opinión de los jefes de los frentes. Es magnífico que las revoluciones modernas se realicen con ayuda del telégrafo, pues así las primeras reacciones y el eco que despiertan en los que ejercen el poder van quedando registradas para la historia en las cintas telegráficas. Las negociaciones entabladas entre los mariscales de campo del zar la noche del 1 al 2 de marzo, nos suministran un documento humano incomparable. ¿Debe abandonar el zar el trono, o no? El generalísimo del frente occidental, general Evert, se reserva su opinión hasta que hayan expuesto la suya los generales Ruski y Brusílov. El generalísimo del frente rumano, general Sazarov, exigía que e le comunicasen previamente los dictámenes de los demás generalísimos. Tras muchas vacilaciones, este bravo guerrero declaró que su ardiente amor por el monarca le impide avenirse a tan «vil proposición»; sin embargo, recomienda, «llorando», al zar que abdique «para enviar imposiciones aún más viles». El general-ayudante Evert expone minuciosamente las razones que aconsejan capitular: «Adopto todas las medidas para evitar que las noticias referentes a la situación actual reinante en las capitales penetren en el ejército, con el fin de preservarlo de desórdenes, de otro modo inevitables. Pero no hay modo de poner fin a la revolución en las capitales.» El gran duque Nicolás Nikolaievich exhorta al zar desde el frente caucásico a que tome una «resolución heroica y abdique la corona»; el mismo ruego formulan los generales Alexéiev y Brusílov y el almirante Nepenin. Por su parte, Ruski expone verbalmente al zar su opinión, que coincide con la de esos caudillos. Los generales encañonaban respetuosamente con los cañones de sus siete revólveres al adorado monarca. Temerosos de dejar escapar el momento propicio para ponerse a bien con el nuevo poder, no menos temerosos de sus propias tropas, estos guerreros, maestros en capitulaciones, dan a su zar y jefe supremo, unánimemente, un consejo prudentísimo: retirarse por el foro sin lucha. Ya no se trataba de aquel lejano Petrogrado, contra el que, por lo visto, se podían destacar tropas; se trataba del frente, de donde las tropas tenían que salir.

Oídos estos pareceres, el zar decide renunciar a un trono que ya no posee. Se redacta un telegrama a Rodzianko adecuado a las circunstancias: «No hay sacrificio que yo no sea capaz de hacer en aras del verdadero bien y de la salvación de nuestra querida madre Rusia. Estoy, pues, dispuesto a abdicar la corona en mi hijo, que seguirá a mi lado hasta llegar a la mayoría de edad, nombrando regente del reino a mi hermano el gran duque Miguel Alexandrovich. Nicolás.» Mas tampoco este telegrama se llegó a cursar, pues se recibieron noticias de que los diputados Guchkov y Chulguin salían de Petrogrado para Pskov. Aquello daba nuevo pie para aplazar la decisión. El zar ordenó que le devolviesen el telegrama. Temía, evidentemente, haberse precipitado y seguía esperando noticias tranquilizadoras; realmente, lo que esperaba era un milagro. Recibió a los diputados a las doce de la noche del día 2 de marzo. El milagro no ocurrió, y ya no podía diferirse más tiempo la resolución. Inesperadamente, el zar declaró que no podía separarse de su hijo -¿qué vagas esperanzas abrigaría en aquellos momentos?- y firmó un manifiesto renunciando a la corona en favor de su hermano. Firmó también unos ukases dirigidos al Senado nombrando al príncipe Lvov presidente del Consejo de Ministros, y generalísimo a Nicolás Nikolaievich. Los temores familiares de la zarina parecían confirmarse: el odiado «Nikolaska» subía al poder del brazo de los conspiradores. Por lo visto, Guchkov creía seriamente que la revolución se avendría con el augusto generalísimo. Éste tomó también en serio el nombramiento y hasta intentó durante algunos días gobernar apelando al cumplimiento de los deberes patrióticos. Pero la revolución le empujó a un lado insensiblemente.
Con el fin de guardar las apariencias de una decisión espontánea y libre, al manifiesto de renuncia a la corona se le puso como hora las tres de la tarde, fundándose en que la resolución primera del zar había sido tomada a esa hora. En realidad, lo que se hacía era revocar aquella «decisión» de por el día, que trasmitía la corona al hijo y no al hermano, en la esperanza de que los acontecimientos tomarían un giro favorable. Pero todo el mundo fingió no darse cuenta de esto. El zar hacía una última tentativa por salvar su dignidad ante los odiados representantes del parlamento, los cuales correspondieron a ello tolerando aquella falsificación de un acto histórico, es decir, un fraude contra el pueblo. La monarquía se retiraba de la escena con el mismo estilo con que había vivido. También sus sucesores se mantuvieron fieles a sí mismos. Es posible que viesen en su tolerancia una condescendencia generosa del vencedor para el vencido.

Apartándose un poco del estilo impersonal de su diario, Nicolás escribe en el asiento del día 2 de marzo: «Por la mañana vino Ruski y me leyó una larguísima conversación sostenida con Rodzianko por teléfono. A juzgar por sus informes, la situación en Petrogrado es tal, que un ministerio compuesto por miembros de la Duma no serviría de nada, pues tendría enfrente al partido socialdemócrata representado por el Comité obrero. Le indicó que era necesario que renunciase a la corona. Ruski comunicó esta conversación al Cuartel general, a Alexéiev y a todos los generalísimos. A las doce y media de la noche llegaron las respuestas. Para salvar a Rusia y retener las tropas en el frente he decidido dar este paso. Manifesté mi conformidad y desde el Cuartel general se envió un proyecto de manifiesto. Por la tarde llegaron de Petrogrado Guchkov y Chulguin, y, después de entrevistarme con ellos, les entregué el manifiesto, corregido y firmado. A la una de la noche me marché de Pskov con el corazón dolorido. Por todas partes traición, cobardía y engaño.»

Hay que reconocer que la amargura de Nicolás no carecía de fundamento. el 28 de febrero, el general Alexéiev vuelve a telegrafiar a todos los generalísimos de los frentes: «Pesa sobre todos nosotros, ante el monarca y la patria el deber sagrado de conservar en las tropas de los ejércitos en operaciones la fidelidad al deber y al juramento prestado.» Dos días después, Alexéiev excitaba a estos mismos generalísimos a violar la fidelidad «al deber y al juramento prestado». En el alto mando no hubo ni una sola persona que defendiera a su zar. Todos se apresuraron a ponerse a salvo, pasándose a la nave de la revolución, en la firme creencia de que en ella encontrarían cómodo aposentamiento. Generales y almirantes se despojaban tranquilamente de las insignias zaristas para colocarse cintas rojas. Sólo se habló de un pobrecillo comandante de un cuerpo de ejército que murió de un ataque cardíaco al prestar juramento al nuevo poder. Lo que no sabemos es si el corazón le estalló al ver derrumbarse la amada monarquía o por otras causas. Los dignatarios civiles no tenían por qué demostrar profesionalmente más valor que los militares. Cada cual se salvaba como mejor podía.

Pero, decididamente, el reloj de la monarquía no marchaba acorde con el de la revolución. El 3 de marzo, de madrugada, Ruski fue llamado nuevamente al aparato desde la capital por el hilo directo. Rodzianko y el príncipe Lvov exigían que no se hiciera público el manifiesto del zar, que llegaba otra vez tarde. Acaso se tranquilizasen -¿quiénes?- con la subida al trono de Alexei, comunicaban evasivamente los nuevos amos del poder; pero la renuncia a favor del príncipe Miguel era absolutamente inadmisible. Ruski exteriorizó, no sin cierta perversidad, su pesar ante el hecho de que los diputados de la Duma destacado el día anterior no estuviesen lo bastante informados acerca de los verdaderos fines de su viaje. Pero también para esto encontraron los diputados una salida. «Ha estallado, inesperadamente para todo el mundo, una sublevación militar como nunca se había visto -le explicó el gran chambelán a Ruski, como si realmente se hubiera pasado la vida estudiando sublevaciones militares-. La proclamación del gran duque Miguel como emperador no haría más que echar leña al fuego y sobrevendría una verdadera hecatombe.» Están todos asustados, todos han perdido la cabeza.

Y los generales vuelven a tragarse silenciosamente esta nueva «imposición vil» de la revolución. Sólo Alexéiev se desahoga un poco en este comunicado telegráfico dirigido a los generalísimos del frente: «Los partido de izquierda y los diputados obreros ejercen una violenta presión sobre el presidente de la Duma, y en los comunicados de Rodzianko no hay franqueza ni sinceridad.» ¡Sinceridad era todo lo que echaban de menos los buenos generales en aquellos momentos!

El zar volvió a reflexionar mejor. Al llegar a Mohilev, procedente de Pskov, entregó a su exjefe de Estado Mayor, Alexéiev, para que la cursara a Petrogrado, una hoja dando su consentimiento a la abdicación en su hijo. Esta fórmula debía de parecerle, después de todo, la más aceptable. Según cuenta Denikin, Alexéiev se hizo cargo del telegrama y no lo cursó, entendiendo, sin duda, que bastaban los otros dos manifiestos dados a conocer ya al Ejército y al país. Aquella discordancia nacía sencillamente de que el cerebro, no sólo del zar y de sus consejeros, sino también el de los liberales de la Duma, trabajaba más lentamente que la revolución.

Antes de salir definitivamente de Mohilev, el 8 de marzo, el zar, ya formalmente arrestado, dirigió un llamamiento a las tropas, que terminaba con estas palabras: «El que en estos momentos piense en la paz, el que desee la paz, s un traidor a la patria.» Era una tentativa que alguien debió de sugerirle de ahogar en boca de los liberales la acusación de germanofilia. La tentativa no tuvo consecuencias, pues ya no se atrevieron a hacer pública la alocución.

Así terminaba un reinado que había sido todo él una cadena ininterrumpida de fracasos, catástrofes, calamidades y crímenes, empezando por la hecatombe de Chodinka durante las fiestas de la coronación, pasando por los fusilamientos en masa de huelguistas y campesinos sublevados, por la guerra rusojaponesa, por las terribles represiones que siguieron a la revolución de 1905, por las innumerables ejecuciones, razzias punitivas y los programas nacionalistas, y acabando por la participación insensata e infame de Rusia en la infame e insensata guerra mundial.

Al llegar a Tsarkoie-Selo, donde le recluyeron en el palacio real con su familia, el zar dijo en voz baja, según cuenta la Wirubova: «No hay justicia en este mundo.» Y, sin embargo, aquellas palabras eran precisamente una prueba irrefutable de que hay una justicia histórica, aunque a veces llegue con retraso.

La semejanza entre la última pareja de los Romanov y la pareja real de los tiempos de la gran Revolución Francesa salta a la vista. Esta semejanza ha sido señalada ya en la literatura, pero de un modo superficial y sin sacar de ella ninguna consecuencia. Sin embargo, esta analogía no es casual, como a primera vista pudiera parecer, y brinda un material precioso para deducir conclusiones.
Separados unos de otros por una distancia de cinco cuartos de siglo, hay momentos en que Nicolás II y Luis XVI se dirían dos actores que representasen el mismo papel. En ambos es la felonía pasiva, acechante, pero vengativa, le rasgo más destacado de carácter, con la diferencia de que el rey francés se oculta tras una dudosa bondad mientras que en el zar ruso es una forma de trato. Uno y otro producen la impresión de hombres a quienes les pesa el oficio que les cupo en suerte y que, sin embargo, no están dispuestos a ceder ni un ápice de los derechos que les rodean y que no saben cómo emplear. Sus diarios, semejantes hasta en el estilo o en la ausencia de estilo, revelan la misma agobiadora vacuidad espiritual.

La austríaca y la alemana de Hesse guardan, a su vez, una evidente simetría. Las dos reinas descuellan sobre sus maridos no sólo en estatura física, sino en talla moral. María Antonieta es menos beata que Alejandra Feodorovna y más ardientemente dada a los placeres. Pero ambas desprecian por igual a sus pueblos, ambas desechan indignadas toda idea de concesiones y ambas desconfían del valor de sus maridos y los miran de arriba abajo: Antonieta, con una sombra de desprecio; Alejandra, con lástima.

Cuando autores allegados de la corte petersburguesa nos aseguran en sus Memorias que Nicolás II, de no haber sido zar, habría dejado en el mundo un buen recuerdo, no hacen más que reproducir el viejo cliché benevolente que los de su tiempo acuñaron de Luis XVI, sin que con ello contribuyan gran cosa a enriquecer nuestros conocimientos, ni en punto a la historia ni en lo tocante a la naturaleza humana.

Ya hemos oído cómo se indignaba el príncipe Lvov cuando, en los momentos en que los sucesos trágicos de la primera revolución se hallaban en su apogeo, en donde creía encontrarse con un zar abatido, se encontró con «un hombrecillo alegre y animoso, ataviado con una camisa morada». Sin saberlo, el príncipe no hacía más que repetir lo que el gobernador Morris había escrito, en 1790, en Washington, hablando de Luis XVI: «¿Qué se puede esperar de un hombre que, en la situación en que se halla, come, bebe, duerme y ríe; de este hombre simpático, más alegre que cuantos le rodean?»
Cuando Alejandra Feodorovna, dos meses antes de caer la monarquía, predice: «Las cosas toman un buen giro, los sueños de nuestro «Amigo» tienen un gran significado», no hace más que repetir lo que María Antonieta decía un mes antes de derrumbarse en Francia el poder real: «Me siento muy animosa, y algo me dice que pronto seremos felices y estaremos salvados.» Están ahogándose, y ambas ven sueños de color de rosa.

Ciertos elementos en esta analogía tienen, naturalmente, un carácter puramente casual y no ofrecen más que un interés histórico anecdótico. Incomparablemente más importancia tienen aquellos rasgos destacados o directamente impuestos por la fuerza de las circunstancias y que proyectan una cruda luz sobre las relaciones que guardan entre sí la personalidad y los factores objetivos de la historia.
«No sabía querer: he aquí el rasgo más valiente de su carácter», dice un historiador reaccionario francés hablando de Luis XVI. Estas palabras parecen el retrato de Nicolás II. Ninguno de los dos sabía querer; en cambio, sabían no querer. Y, en realidad, ¿qué iban a «querer», suponiendo que pudiesen, los últimos representantes de una causa histórica definitivamente perdida?

«Generalmente, escuchaba, sonreía; pero rara vez se decidía a nada. Lo primero que se le ocurría decir instintivamente era no.» ¿A quién se refieren estas palabras? También a Luis Capeto. En todo era la conducta de Nicolás II un plagio del rey francés. Uno y otro caminaban al abismo «con la corona sobre los ojos». Pero, ¿es que se puede caminar con los ojos abiertos a un abismo al que no hay manera de escapar? ¿Hubieran remediado algo con echarse la corona atrás para ver mejor?
Sería cosa de recomendar a los sicólogos profesionales la redacción de una antología de lugares paralelos en las vidas de Nicolás II y Luis XVI, de Alejandra y de Antonieta y sus afines y allegados. No les faltarían, desde luego, materiales, y el fruto de su trabajo sería un documento histórico sumamente interesante en abono de la sicología materialista: a rozamientos semejantes -no iguales, naturalmente- corresponden, en condiciones parecidas, reflejos también semejantes. Cuanto más generoso es el agente que provoca el rozamiento, antes supera las peculiaridades individuales. Tratándose de cosquillas, cada cual reacciona a su modo; pero si nos tocan con un hierro candente, todo el mundo reacciona igual. Y del mismo modo que el martillo pilón convierte en una plancha una bola o un cubo, bajo el peso de los acontecimientos magnos inexorables, las individualidades, por mucho que resistan, se aplanan y pierden sus contornos genuinos.

Luis XVI y Nicolás II eran los últimos vástagos de unas dinastías que habían vivido turbulentamente. La imperturbabilidad relativa de ambos, su serenidad y «su semblante risueño» en los momentos difíciles eran otras tantas expresiones, adquiridas por hábito de educación, de la pobreza de energías interiores, de la baja tensión de sus descargas nerviosas, de la indigencia de sus recursos espirituales. Eran ambos individuos moralmente castrados, que carecían en absoluto de imaginación y de capacidad creadora, que tenían la inteligencia estrictamente necesaria para darse cuenta de su propia trivialidad y sentían una envidia hostil contra cuanto significase talento y valor. A ambos les tocó en suerte gobernar a sus países en momentos de honda crisis interior y de despertar revolucionario del pueblo. Ambos se defendían contra la difusión de las nuevas ideas y la avalancha de las potencias enemigas, y su indecisión, su hipocresía y su falsedad no eran, en ambos, signos de debilidad moral personal precisamente, sino expresión de la absoluta imposibilidad de sostenerse en el puesto heredado.

¿Y sus esposas? Alejandra, en más alto grado todavía que Antonieta, viose exaltada por su matrimonio con el autócrata de un poderoso país a las más elevadas cumbres con que puede soñar una princesa, sobre todo la princesa de un rincón provinciano como Hesse. Ambas estaban poseídas hasta el último límite por la conciencia de su elevada misión: Antonieta, de un modo más frívolo; Alejandra, con el espíritu de la hipocresía protestante traducido al lenguaje de la Iglesia eslava. Los fracasos de su reinado y el descontento creciente de sus pueblos hicieron estremecerse despiadadamente el mundo fantástico que se habían construidos aquellos cerebros fantásticos, pero diminutos como de gallinas. Así se explica el furor creciente, la hostilidad sorda, su odio hacia aquellos ministros que tomaban en consideración, por poco que fuese, este mundo hostil, es decir, el país en que vivían, su aislamiento incluso dentro de la propia corte, y aquel eterno sentimiento de descontento hacia el marido en quien no se habían cumplido las esperanzas concebidas durante la época de noviazgo.

Los historiadores y los biógrafos de tendencia sicológica buscan, y muchas veces encuentran, rasgos puramente personales y fortuitos allí donde sólo hay una refracción de las grandes fuerzas históricas en una personalidad. Es el mismo error de visión en que incurren los palaciegos al no ver en el último zar de Rusia más que a un hombre de «mala suerte». Y así lo creía él también. En realidad, sus fracasos provenían de la contradicción entre los viejos objetivos que había heredado de sus antecesores y las nuevas condiciones históricas en que se encontraba colocado. Cuando los antiguos decían que Júpiter privaba del juicio a aquel a quien quería perder, expresaban bajo la forma de una superstición el fruto de profundas observaciones históricas. La frase de Goëthe: «La razón se torna en absurdo» -Vernunft wird Unsinn- encierra la misma idea del Júpiter impersonal de la dialéctica histórica que priva de razón a las instituciones históricas caducas y condena al fracaso a sus defensores. Nicolás Romanov y Luis Capeto se encontraron con sus papeles históricos trazados de antemano por el curso del drama histórico. Lo más que ellos podían poner de su cosecha eran los matices de la interpretación. La «mala estrella» de Nicolás II, lo mismo que la de Luis XVI, no hay que buscarla en su horóscopo personal, sino en el horóscopo histórico de la monarquía burocrático-feudal. Eran ambos los últimos vástagos del absolutismo. Su nulidad moral, derivada del carácter agonizante de su dinastía, imprimió a ésta un sello doblemente siniestro.

Podría objetarse que si Alejandro III hubiera bebido menos, habría vivido acaso mucho más y la revolución se habría encontrado con otro zar completamente distinto, sin la menor afinidad con Luis XVI. Pero esta objeción deja completamente incólume lo dicho más arriba. No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proceso histórico ni la influencia del factor fortuito en lo personal. Lo que sostenemos es que la personalidad histórica, con todas sus peculiaridades, no debe enfocarse precisamente como una síntesis escueta de rasgos sicológicos, sino como una realidad viva, reflejo de determinadas condiciones sociales, sobre las cuales reacciona. Del mismo modo que la rosa no pierde su fragancia por el hecho de que el naturalista indique los elementos del suelo y de la atmósfera de que se nutre, la personalidad no pierde su aroma, o su hedor, por poner al descubierto sus raíces sociales.

Precisamente esa objeción que se apunta -la referente a la longevidad de Alejandro III- puede contribuir a esclarecer el problema en otro aspecto. Supongamos, por un momento, que Alejandro III no hubiese emprendido la guerra con el Japón en 1904. Esto habría demorado la primera revolución. ¿Hasta cuándo? Es posible que la revolución de 1905, es decir, el primer choque en el que se probaron las fuerzas, la primera brecha abierta en el muro de la autocracia, no hubiera sido entones más que una simple introducción a la segunda, a la republicana, y a la tercera, la proletaria. Mas todo lo que se diga sobre este particular serán siempre conjeturas más o menos interesantes. Lo indiscutible es que la revolución no fue un fruto de las condiciones de carácter de Nicolás II, y que Alejandro II no hubiera resuelto tampoco los problemas por ella planteados. Baste recordar que, nunca ni en parte alguna, el tránsito del régimen feudal al burgués se realizó sin conmociones violentas. Ayer mismo lo veíamos todavía en China, como hoy lo podemos observar bien claro en la India. Lo más que se puede aventurar es que la política seguida por la monarquía y la conducta personal del monarca aceleran o retrasan, en ciertos casos, la revolución e imprimen un determinado sello a su proceso externo.

¿¡Con qué rencorosa e impotente tenacidad pugnaba por defenderse el zarismo en los últimos meses, semanas y días, cuando ya tenía irremediablemente perdida la partida! Si Nicolás II no tenía suficiente voluntad, la zarina se encargaba de suplir este defecto. Rasputin era el elemento de que se valía para gobernar la camarilla, luchando encarnizadamente por su propia conservación. Aun desde este punto de vista limitado, la personalidad del zar aparece absorbida por una pandilla que no es más que un coágulo del pasado y de sus últimas convulsiones. La «política» de la camarilla de Tsarskoie-Selo ante la revolución no era más que una resultante de los reflejos de una fiera acosada y desangrada. Si perseguimos por la estepa, leguas y leguas, a un lobo en un rápido automóvil, la fiera acaba, tarde o temprano, por perder el aliento y tenderse en el suelo, agotada. Pero en cuanto probemos a ponerle un collar, la veremos revolverse intentado destrozarnos. Y es natural, pues ¿qué otro recurso le queda en semejantes condiciones?

Los liberales no lo entendían así. Toda el acta de acusación del liberalismo contra el último zar era que Nicolás II, en vez de pactar a tiempo con la gran burguesía, evitando con ello la revolución, se negaba tozudamente a hacer concesiones, y hasta en los últimos momentos, bajo la cuchilla del destino ya, cuando cada minuto contaba, seguía dando largas y más largas, regateando con el destino y dejando perderse las últimas posibilidades. Y todo esto está muy bien. ¡Lástima que el liberalismo, que conocía remedios tan infalibles para salvar a la monarquía, no los hubiera encontrado para salvase a sí mismo!

Sería absurdo afirmar que el zarismo, nunca ni bajo ningún género de condiciones, se mostró dispuesto a ceder. Hizo concesiones en la medida en que se las imponía la necesidad de la propia conservación. Después del desastre de Crimea, Alejandro II decretó la semiemancipación de los campesinos y una serie de reformas liberales en los dominios de los zemstvos, la justicia, la prensa, las instituciones de enseñanza, etc. El mismo zar se encargó de dar expresión a la idea que informaba aquellas reformas: emancipar a los campesinos desde arriba, con el fin de que no se emancipasen ellos desde abajo. Acuciado por la primera revolución, Nicolás II llegó a conceder una semiconstitución. Stolipin se entregó a la obra de destruir la «comuna» rural, con el designio de abrir más ancho cauce a las fuerzas capitalistas. Pero todas estas reformas no tenían para el zarismo más sentido que mantener en pie, a costa de concesiones parciales, el sistema total: los fundamentos de la sociedad de castas y la monarquía misma. En cuanto vio que los frutos de la reforma iban más allá de los límites propuestos, la monarquía retrocedió inmediatamente. Alejandro II se paso la segunda mitad de su reinado escamoteando las reformas implantadas por él durante la primera mitad de su reinado. Alejandro III fue todavía más allá por la senda de la contrarreforma. En octubre de 1905, Nicolás II cedió ante la revolución; luego disolvió las Dumas creadas por él, y, tan pronto como la revolución se debilitó, dio un golpe de Estado. En el transcurso de tres cuarto de siglo -si se cuenta a partir de las reformas de Alejandro II- se desarrolla una pugna, unas veces latente y otras manifiesta, de las fuerzas históricas, que se remonta muy por encima de las cualidades personales de los zares y que encuentra su apogeo y remate en el derrocamiento de la monarquía. Dentro del marco de este proceso histórico es donde hay que situar a los distintos zares, para estudiar su carácter respectivo y trazar su «biografía».

Aun el más autocrático de los déspotas queda muy lejos del individuo que, «libre» y arbitrariamente, imprime su sello propio a los acontecimientos. El monarca no es nunca más que un agente coronado de las clases privilegiadas, que forman una sociedad hecha a su imagen y semejanza. Cuando estas clases tienen todavía una misión que cumplir, la monarquía es fuerte y abriga confianza en sí misma, empuña un aparato firme de poder y puede elegir sin tasa sus gobernantes, pues los hombres de talento no se han pasado todavía al campo enemigo. El monarca, ya sea personalmente o por medio de un favorito, puede, si quiere, convertirse en depositario de una misión histórica, elevada y progresiva. Otra cosa acontece cuando el sol de la vieja sociedad camina irremediablemente a su ocaso: las clases privilegiadas, que eran antes las árbitras de la vida nacional, se convierten ahora en un tumor parasitario y, al perder sus funciones directivas, pierden la conciencia de su misión y la confianza en sus propias fuerzas; esta desconfianza en sí misma les hace perder, al propio tiempo, la confianza en la corona; la dinastía se aísla; el sector de los hombres que le son incondicionalmente adictos se va reduciendo; desciende su nivel; entretanto, van creciendo los peligros: las nuevas fuerzas presionan; la monarquía pierde la capacidad para toda iniciativa creadora, se defiende, se debate, cede, sus actos cobran el automatismo de simples reflejos. El despotismo semiasiático de los Romanov no podía escapar tampoco a este destino.

Si se analiza el zarismo agonizante en un corte vertical, por decirlo así. Nicolás II aparece como el eje de una camarilla que tiene sus raíces en un pasado condenado inexorablemente a desaparecer. Analizado en un corte horizontal, cronológico, el reinado de Nicolás II es el último eslabón de una cadena dinástica. Sus antecesores, miembros también, en su tiempo, de colectividades familiares, burocráticas y de casta, aunque fuesen más extensas, ensayaron distintos métodos de gobierno para salvaguardar el viejo régimen social contra el destino irreductible que le amenazaba y, sin embargo, sólo consiguieron legar a Nicolás II un imperio caótico que llevaba ya en sus entrañas la revolución. Toda la libertad de opción que a éste le quedaba era entre los distintos caminos que podían llevarle a la ruina.

El liberalismo soñaba con una monarquía de tipo británico. Pero ¿acaso el parlamentarismo surgió en las orillas del Támesis como fruto de una evolución pacífica o por obra y gracia de la «libre» previsión de un monarca? No, fue el resultado de una lucha que duró un siglo y que costó la cabeza a un rey.

En parangón histórico-sicológico que esbozábamos más arriba entre los Romanov y los Capeto podría hacerse extensivo perfectamente a la pareja que ocupaba el trono de Inglaterra al estallar la primera revolución. Carlos I acusaba sustancialmente los mismos rasgos que los analistas e historiadores atribuyen, con más o menos fundamento, a Luis XVI y Nicolás II. «Carlos -escribe Monteague- adoptaba una actitud pasiva, cedía, aunque de mala gana, allí donde no le era posible resistirse, pero recurriendo al engaño y sin ganar con ello popularidad y confianza.» «No era un hombre necio -dice otro historiador, hablando de Carlos Estuardo- pero no tenía la suficiente firmeza de carácter... El papel de estrella fatal corría a cargo de su mujer, de Enriqueta de Francia, hermana de Luis XIII, todavía más impregnada que él de las ideas del absolutismo...» No hay para qué detenerse a reseñar las características de esta tercera pareja de reyes, la primera en orden cronológico que pereció aplastada por la revolución nacional. Diremos únicamente que también en Inglaterra los odios se concentraban principalmente en la reina, por ser francesa y papista, acusándosele de manejos con Roma, de mantener relaciones secretas con los rebeldes irlandeses y de intrigar con la corte de Francia.

Pero Inglaterra tenía, al menos, un siglo a su disposición. Inglaterra era el heraldo de la civilización burguesa: no se hallaba bajo el yugo de otras naciones, sino que, por el contrario, mantenía a éstas cada vez más bajo el suyo propio, toda vez que explotaba al mundo entero. Esto suavizaba las contradicciones internas, fomentaba el conservadurismo, daba alas a la prosperidad y a la consistencia de un sector parasitario de grandes propietarios rurales, de la monarquía, de la Cámara de los Lores y de la Iglesia del Estado. Gracias al carácter privilegiado, históricamente excepcional del desarrollo de la Inglaterra burguesa, el conservadurismo pasó, combinado con la ductilidad de las instituciones a las costumbres, y aun hoy es el día en que los numerosos filisteos continentales, por ejemplo, el profesor ruso Miliukov o el austro-marxista Otto Bauer, siguen entusiasmándose con el ejemplo inglés. Pero hoy en que Inglaterra, cohibida ya en el mundo entero, está gastando todo lo que le quedaba de su situación de privilegio de ayer, su conservadurismo pierde ductilidad y hasta se convierte, en manos de los laboristas, en una desenfrenada reacción. Colocado ante la reacción india, el socialista MacDonald echa mano de los mismos métodos que Nicolás II oponía a la revolución rusa. Sólo un ciego puede dejar de ver que Inglaterra se halla abocada a gigantescas conmociones revolucionarias, entre las cuales se sepultarán los últimos restos de su conservadurismo, de su hegemonía mundial y de su actual maquinaria política. MacDonald prepara esas conmociones con la misma habilidad y con no menos ceguera que Nicolás II en su tiempo las suyas. Es, como veremos, otra demostración bastante elocuente del papel que la «libre» personalidad desempeña en la historia.
¿Y de dónde iba a sacar Rusia, con su desarrollo rezagado, que le ponía a la cola de todas las naciones europeas, con una base económica mezquina sobre que sustentarse, ese «conservadurismo dúctil» de las formas sociales, cortado a la medida del liberalismo académico y de su sombra de izquierda, el socialismo reformista? Rusia se hallaba demasiado atrasada para eso, y cuando el imperialismo mundial la cogió en sus garras, viose obligada a cursar rapidísimamente sus estudios de historia política. Si Nicolás II hubiera dado acogida al liberalismo sustituyendo a Sturmer por Miliukov, el desarrollo de los acontecimientos habría variado tal vez en cuanto a la forma, pero no en el fondo. No se olvide que éste fue el camino seguido por Luis XVI en la segunda fase de la Revolución Francesa, al llamar al poder a los girondinos sin que con ello consiguiesen librarse de la guillotina ni él, primero, ni más tarde los de la Gironda. Las contradicciones sociales acumuladas tenían que brotar al exterior y, al hacerlo, llevar a término su labor depuradora. Ante la presión de las masas populares, que sacaban por fin a combate franco sus infortunios, sus ofensas, sus pasiones, sus esperanzas, sus ilusiones y sus objetivos, las combinaciones tramadas en las alturas entre la monarquía y el liberalismo tenían un valor meramente episódico y podían ejercer a lo sumo una influencia sobre el orden cronológico de los hechos y acaso sobre su número, pero nunca sobre el desarrollo general del drama, ni mucho menos sobre su inevitable desenlace.

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