jueves, 14 de enero de 2016

EUROPA


SOBRE ROBESPIERRE Y LA TRADICIÓN REVOLUCIOANRIA POPULAR
3/4

 
Joaquín Miras Albarrán
Sociología Crítica
31.12.2015
ROBESPIERREi

En el texto de Buonarroti que comenta las medidas y los proyectos de Robespierre se insiste, como es propio de un autor que además de comunista es continuador del pensamiento clásico de la tradición republicana, en que la libertad es la característica fundamental inherente de cada ciudadano, cuya carencia inhabilita a todo individuo para ser ciudadano. Y que sin independencia económica que posibilite la no supeditación de cada individuo a la voluntad de otro, es imposible la libertad; por ello, la democracia, que es el imperio de la soberanía de los pobres en la república, exige que se tomen medidas para que todos los pobres se vean libres de esclavitud –en la Europa del siglo XVIII se consideraba esclavo al asalariado por cuenta ajena, es decir, al allieni iuris, al enajenado– y puedan pensar y obrar con libertad, como corresponde al ciudadano, sin verse sometidos a extorsión por otros de quienes dependen para resolver sus necesidades –“aniquilar la contradicción instaurada por nuestras instituciones entre las necesidades y el amor a la independencia” etcétera (8).
Para remachar la interpretación de estos dos revolucionarios que fueron testigos de la Revolución francesa, no quiero dejar de recordar que Robespierre fue quien escribió: “las revoluciones que se han sucedido desde hace tres años lo han hecho todo por las otras clases de ciudadanos, casi nada aún por la quizá más necesitada, por los ciudadanos proletarios –proletaires– cuya única propiedad está en el trabajo. El feudalismo ha sido destruido, pero no para ellos; pues nada poseen ellos en los campos liberados (…) Comienza ahora la revolución del pobre –Ici est la révolution du pauvre (9).
Deseo dejar constancia también de que ese “tiránico” Robespierre no disponía de ningún cargo burocrático, ni militar, ni policial, con la salva excepción de ser un convencional o parlamentario democráticamente elegido, y que muy tardíamente se incorporó al comité de salud pública, donde era considerado un “moderantista”. Recordemos también que el famoso organismo, tan denostado, era un comité del parlamento que, como tal, rendía cuentas cada mes ante la Convención, la cual revisaba su composición con esa misma periodicidad. Y que el comité era un tribunal judicial de excepción, pero no un órgano ejecutivo, ni un cuerpo de policía, instrumento que no existió hasta que lo inventaron los liberales –Napoleón–. El comité estaba formado por un pequeño grupo de diputados, no por un cuerpo general integrado por cientos o miles de policías y funcionarios –¿cómo, pues, matar a mansalva?–, y su misión era la persecución y el juicio del delito de sabotaje en la ejecución de las leyes promulgadas por la Convención a manos de los funcionarios contra revolucionarios, es decir, la afirmación y salvaguarda de la legalidad. Y recordemos que Robespierre conseguía imponer su voluntad en la Convención porque era simple transmisor orgánico de la voluntad de la plebe organizada y movilizada; y por eso era tan odiado. Y que esta es la verdad que conoció siempre el movimiento demo-revolucionario del siglo XlX . Escribe Louis Blanc, defendiendo a Robespierre: “no es posible desempeñar un gran papel en la historia si no es a condición de ser lo que yo llamo un hombre representativo. La fuerza que los individuos poderosos poseen, no la extraen de sí mismos más que en muy pequeña parte: ellos la extraen sobre todo del medio que les rodea. Su vida no es sino un concentrado de la vida colectiva en el seno de la cual se encuentran sumergidos. El impulso que imprimen a la sociedad es poca cosa en el fondo comparado con el impulso que ellos reciben de la misma. (…) Al atacarlos o al defenderlos, lo que se ataca o defiende es la idea que se ha encarnado en ellos, es el conjunto de aspiraciones que ellos han representado”. (10)
Precisamente por no tener mando de tropas, ni desempeñar cargo político ejecutivo alguno, cuando “la revolución se congela” y las masas se desmovilizan Robespierre y los suyos pueden ser asesinados, y no al revés (11).
Esta interpretación sobre la Revolución francesa, atenida a la verdad, como revelan las fuentes, era la que se mantenía durante el siglo XIX en las filas de la izquierda democrática revolucionaria y es el modelo que inspiraba su práctica política. La plebe organizada en sujeto soberano, el proletariado, las nueve décimas partes de la población, debía luchar por constituirse en poder, e instaurar ese régimen de los plebeyos denominado “democracia”. La tarea de los individuos más decididos moralmente debía ser la de servir orgánicamente al movimiento y, antes de la existencia del mismo, la de tratar de impulsar la constitución de la plebe en sujeto organizado. Esta idea recorre la obra de todos los pensadores demo- revolucionarios de la época, y entre ellos, Marx y Engels. Recordemos que en el Manifiesto comunista advierten contra toda intervención elitista: la tarea de los comunistas no es otra que la de los demás partidos obreros: constituir el proletariado en clase: en fuerza deliberante y operante, y por tanto en soberano; conquistar la democracia. Todo otro tipo de actuación que pretenda dirigir, desde un supuesto saber previo, la marcha de la emancipación está incluida en el capítulo 3, bajo el título “El socialismo y el comunismo crítico utópicos”. Por cierto que la primera frase de ese capítulo, en la que define a los únicos excluidos de tal crítica, reza así: “No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etc)”. Expresar por escrito las reivindicaciones del Soberano organizado es la tarea orgánica a la que se limita el trabajo de los mandatados, y Babeuf fue uno de ellos. Por lo tanto, él no era un utópico.
La madre del cordero
La interpretación histórica que estoy criticando ha sido propalada desde la izquierda. ¿Cuál es la causa oculta que hay detrás de todos esos enjuagues y falsificaciones sobre la Revolución francesa? Una doble necesidad. Por una parte, la necesidad de liquidar la Revolución francesa, esto es, el democratismo jacobino, como modelo que “azuza” a la plebe a creerse soberana. Por otra, la necesidad de reelaborar una interpretación sobre algunos clásicos del pensamiento revolucionario, que, incorporados al santoral de la izquierda, era imposible condenar a priori, y había que “reconstruir”. Tras la comuna de París y la gigantesca derrota de la izquierda en Europa durante el último tercio del siglo XIX , las organizaciones obreras alemanas pasaron a ser la fuerza orientadora. Pero el partido socialdemócrata alemán era de raíz lassalleana, y por lo tanto, una organización basada en la teoría liberal de élites. Unos dirigentes, poseedores del saber científico –positivismo científico– que los dotaba de excelencia frente a los ignaros humildes, debían orientar a los explotados sobre sus intereses y sus fines (12). La democracia plebeya revolucionaria, resultado de la organización de la plebe en sujeto deliberante era algo lejano y temible para esta concepción de la política. Se trataba de eliminar la tradición demo-jacobina que se basa en la acción protagonista y directa de la plebe organizada –la “chusma”– en política mediante la creación de un espacio público plebeyo, la deliberación colectiva y la acción directa, para sustituirla por la teoría liberal de elites. La historiografía burguesa sobre la Revolución, que exorcizaba y satanizaba convenientemente la Revolución francesa, fue asumida.
Dado que la socialdemocracia tenía entre sus santos de palo a Marx, había que proceder también a reelaborar su interpretación para alejarlo por completo de la tradición demo-revolucionaria, y se inventó un Marx en ruptura epistemológica con el pasado, que se insemina, se concibe y se pare a sí mismo, a lo sumo con la ayuda de los economistas capitalistas. Ese Marx no sería un político revolucionario de la época, sino un sabio economista –¡un Genio, por favor!– capaz de construir un nuevo continente intelectual. E via dicendo.
En cuanto a la matriz real del pensamiento de Marx y Engels, el más veraz de los socialdemócratas lo expresaría claramente justo en cuanto se muriera Engels: no es que el marxismo no sea parte de esa tradición revolucionaria jacobina; al contrario, es parte de esa tradición de “democratismo primitivo”, de “terrorismo”, de “blanquismo”, de plebeyismo descerebrado, y por eso es ya pensamiento viejo e inútil (13), pero esta atolondrada veracidad le sería reprochada: “…esas cosas se hacen, pero no se dicen”. La socialdemocracia perseveraría en el otro camino: la barbarie de la Revolución y su extrañeza respecto de los santos de la propia peana.
Posteriormente el estalinismo recoge esa misma doble elaboración, porque tiene el mismo interés en borrar la forma de hacer política que surge unida a la tradición jacobina, y sustituirla por la idea, completamente ajena a esta tradición y proveniente del liberalismo, del partido de vanguardia que guía a las masas. Al comienzo de este párrafo he escrito que estas ideas son estalinistas. Soy consciente de que la noción de estalinismo no es suficiente para explicar este y otros muchos fenómenos que suceden en la izquierda. La superchería inventada para sostener la idea del partido de vanguardia, que he llamado estalinista, y que niega la continuidad del comunismo con el jacobinismo e inventa una creatio ex nihilo del marxismo, es compartida a pies juntillas por los grupos trotskistas (14). Pero sirva el término.Y esta ha sido la causa de la existencia y pujanza de esta interpretación antijacobina de la Revolución francesa.
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miércoles, 13 de enero de 2016

EN MADRID SE PUEDE, ¿POR QUÉ NO SE PUEDE EN MI PUEBLO CON LO CHIQUITILLO QUE ES?


 
 
Entrevista a Carlos Sánchez Mato, concejal de Economía y Hacienda de Madrid
 
"ESTAMOS ATADOS DE PIES Y MANOS PERO TENEMOS LAS HERRAMIENTAS PARA ROMPER LAS CUERDAS"
 
Rebelión
Diagonal
13.01.2016

Tras seis meses de gobierno, el concejal del Ayuntamiento de Madrid expone los retos de la legislatura

El concejal delegado del área de Economía y Hacienda de Madrid, Carlos Sánchez Mato, es un viejo conocido del activismo madrileño. Economista e integrante del sector de IU que apostó por la confluencia en Ahora Madrid, ha formado parte de Attac, la Plataforma por la Auditoría de la Deuda o la Plataforma por una Banca Pública. Tras seis meses de gobierno, ha conseguido aprobar unos presupuestos con un incremento del 26% en el gasto social. Sin embargo, plantea importantes retos para esta legislatura. Entre ellos, la auditoría ciudadana de la deuda de Madrid o la remunicipalización de servicios públicos.

La Administración actual hereda una serie de grandes contratos, muchos de ellos de más de una década de duración, que integran parte de los servicios municipales externalizados. ¿Qué medidas habéis adoptado al respecto?

En primer lugar, y no es un tema menor, analizar la dimensión y la magnitud que tiene el proceso privatizador que han tenido estos grandes contratos, así como los de menor importe, en lo que son las formas de funcionar del Ayuntamiento. Lógicamente, el análisis de todos estos contratos nos revela que las limitaciones a la hora de la acción de gobierno son elevadísimas. Pero eso en absoluto supone una losa que no podamos ser capaces de remover. Ese análisis está prácticamente finalizado, pero aún no del todo porque el alcance de este tipo de contratos afecta a cosas muy conocidas como la limpieza y a otras de mucho menos calado desde el punto de vista de la opinión pública pero también importantes.

Se ha hablado mucho de remunicipalizaciones.

Estamos en la estrategia, que haremos pública en su momento, en la que estableceremos cómo actuar ante ese tipo de situaciones, porque no podemos seguir la misma estrategia ante una empresa pública de capital mixto como la empresa funeraria, una estrategia muy clara y muy sencilla comparada con otro tipo de servicios como ya hicimos público, que en casos como el de la limpieza o Calle 30. Hablamos de elementos diferentes que requieren actuaciones diferentes, pero siempre con una misma base política: que los servicios públicos sean prestados de manera directa.

Pero muchos de esos contratos están blindados.

Sí, pero no soy pesimista en absoluto. Hay formas, desde el punto de vista legal y por supuesto económico, de afrontar este tipo de situaciones. Si tenemos una atadura legal, nos queda ver transcurrir el tiempo. Tenemos capacidad de acción y tenemos que ser audaces políticamente hablando para poder afrontarlo. Consideramos que estamos atados de pies y manos pero tenemos las herramientas para romper las cuerdas.

El 15% del presupuesto para 2016 se destinará a pagar la deuda. ¿Esa suma no impide la remunicipalización de servicios costosos como limpieza y jardinería, servicios que Carmena vio inviable recuperar “por motivos jurídicos y económicos”?

No, por una sencilla razón, y es que, en gran medida, los bienes materiales necesarios para contratos de una magnitud grande son propiedad del Ayuntamiento. Sí o sí, tenemos que invertir en eso. De hecho, hay una partida considerable para camiones de basura. El obstáculo presupuestario no va a ser el que impida la municipalización en los casos en los que ésta sea necesaria. Los obstáculos están más bien en la dificultad enorme que pone la Ley de Estabilidad Presupuestaria, que impide que contrates personal público. Puedes aumentar tu presupuesto para pagar a una contrata, pero no contratar empleados públicos, aunque esos nuevos contratos te supongan un coste inferior a sacar un pliego en el que externalizas un servicio. Es una aberración, pero ocurre. Ésos son los mayores obstáculos, pero incluso así tenemos las herramientas para hacerlo. Es un tema de voluntad política, y de alguna manera lo que estoy haciendo es arrojar la pelota a la opinión pública para que, si no lo hacemos, nos lo reclame.

¿Hasta qué punto los grandes nombres del capital en Madrid, como Florentino Pérez o el casi recién llegado Grupo Wanda, son capaces de atar las decisiones del Ayuntamiento?

Si yo te dijera que los grandes grupos de presión son capaces, desde el punto de visto económico, financiero o político, de condicionar la política municipal, a continuación tendría que ir a presentar mi dimisión y además exigir que la de todos mis compañeros y compañeras de la Corporación lo hicieran. Evidentemente, tenemos que tener la capacidad de ser independientes de las presiones de grupos de interés y ser rehenes de las de los grupos de interés fundamentales, que son el conjunto de los ciudadanos y ciudadanas de Madrid. Que lo intenten es lo lógico. Ellos están en su papel y nosotros debemos estar en el nuestro, que es defender los intereses generales. Y los intereses generales raramente van de la mano de los de los grupos de élite o minoritarios. Normalmente, unos y otros no se llevan bien.

Hay una concentración histórica del poder económico en Madrid, repartido hoy, en gran parte, entre un puñado de empresas. ¿Hay instrumentos para acabar con esto?

El gran instrumento para vencer esa concentración de poder es no depender de esas grandes corporaciones para prestar los servicios directamente a los ciudadanos. Cuando el porcentaje fundamental a la hora de la conformación de un servicio público es la mano de obra no tiene mucho sentido que tenga que haber un intermediario para organizarlo. Debe ser el propio ayuntamiento el que preste el servicio de manera directa. Sería como si subcontratáramos la elaboración de los presupuestos. Habría gente que lo defendería porque defienden políticamente eso, pero la mayoría de la gente diría: “Qué aberración, que lógica política tiene esto”. No tiene sentido colocar un intermediario, que además necesita un beneficio y que, por tanto, va a hacer que se preste el servicio más caro para el conjunto de los ciudadanos.

Habéis aprobado los presupuestos con apoyo del PSOE. ¿Habrá contrapartidas por ello? ¿Podría entrar en un futuro gobierno municipal?

Creo que gobierno más sólido que el de Ahora Madrid es difícil de encontrar. Con el panorama político que tenemos a nivel estatal y en muchas comunidades, creo que podemos hablar de una mayoría muy sólida en número de concejales y en capacidad de gobernar y de haber hecho no sólo unos presupuestos que recogen una sensibilidad social claramente compartida no sólo por los votantes y las bases de Ahora Madrid, sino por las del Partido Socialista.

¿No teméis represalias del PSOE a nivel municipal si no se llega a un acuerdo Podemos-PSOE estatal?

Este gobierno no responde a los intereses ni de mis compañeros de Podemos, ni de mi gente de IU, ni de ningún partido concreto. Hay gente sin adscripción política respecto a partido, hay gente que somos de IU, gente de Podemos... Creo que conciliamos bastante bien el trabajar en conjunto. Somos una expresión clara de que se puede, y se debe, trabajar de manera conjunta en la izquierda más allá del PSOE. No somos ni vamos a ser moneda de cambio de nada y Ahora Madrid es un gobierno municipal que tiene perfecta capacidad de hacer su trabajo durante los próximos años hasta las próximas elecciones.

No hay miedo entonces a un posible cambio de actitud del PSOE.

Pueden llamarme inconsciente, pero pueden ponerse de acuerdo el PP, el PSOE y Ciudadanos cuando quieran. Somos un equipo de gobierno en minoría y si se ponen de acuerdo los tres tendrán que explicarle a sus electores muchas cosas. Nosotros pasaríamos a la oposición, pero no tenemos ningún tipo de miedo, ni hemos demostrado con nuestras acciones políticas que lo tengamos. Creo que lo que tenemos obligación de hacer es cumplir nuestro programa electoral, nuestra estrategia y además ser capaces de comunicarlo y contárselo a la gente. Ese es el mayor blindaje que podemos tener como gobierno municipal.

¿Está suavizando el PSOE la política de cambio de Ahora Madrid?

La cultura del pacto conlleva que, lógicamente, no sea todo lo que digamos nosotros o lo que digan ellos. Pero no hay pacto de gobierno. Lo que ha habido es un pacto de investidura, y hemos acordado unos presupuestos en los cuales no me he sentido nada incómodo ante peticiones del PSOE pidiendo que incentiváramos propuestas de calado social. Me encanta que me ganen esas manos. No tengo ningún problema en que me digan que hace falta un centro social más en un barrio periférico de Madrid, encantado de ceder en eso. No he cedido personalmente y desde el punto de vista político en nada más. Ni yo ni Ahora Madrid. Hemos estado muy cómodos en esa negociación presupuestaria, porque las peticiones que el PSOE ha hecho han sido de incremento en gasto social, en algún distrito concreto, de potenciar inversiones adicionales en barrios que han sido muy dañados por la falta de inversiones en años anteriores... Con lo cual no siento que hayamos tenido que ceder en ningún momento ninguna piedra sensible en la estrategia. Si hubiera algo en concreto no tendría ningún problema en decirlo.

Tras la aprobación de los presupuestos, afirmaste que se acabó el Madrid de las grandes macroinfraestructuras alejadas de la realidad. Sin embargo, algunas grandes operaciones urbanísticas siguen adelante. ¿Se acaba de verdad ese Madrid?

Hablábamos de macroinfraestructuras como grandes anillos, soterrar otra vez la M30 en otro escalón más abajo o elementos como ese sueño olímpico que más bien fue la pesadilla y que ha dejado barrios sin adecuadas dotaciones deportivas pero una Caja Mágica que ha costado casi 260 millones de euros y tiene un uso cercano a cero. Ese tipo de cosas se acabaron. Podremos cometer errores, pero estamos absolutamente decididos a no cometerlos de la misma manera. Ahora, ¿no va a haber ningún tipo de crecimiento urbanístico en Madrid? A corto plazo no tiene ningún sentido que se plantee una expansión de la ciudad cuando demográficamente no es la realidad que tenemos. Y eso lo ha dicho mi propio compañero de Desarrollo Urbano Sostenible. La Operación Chamartín, tal y como estaba diseñada no tiene sentido, plantea necesidades que la ciudad no tiene. ¿Quiere decir que no hay que acabar el nudo norte? Eso es otro tema. ¿No se va a volver a hablar nunca de Chamartín? Yo creo que hay que hablar de Chamartín, claro. ¿Habrá alguna operación Chamartín? El tiempo lo dirá, pero no como estaba pensada.

También aseguraste que los presupuestos “abordan el pago de la deuda pero en los plazos establecidos”. ¿Quiere decir eso que se aparca la auditoría o sigue en marcha?

En absoluto, pero es verdad que ha habido retrasos desde el punto de vista técnico. Hicimos un anuncio del proceso de auditoría, pero dijimos que era fundamental que no fuera sólo técnica. Hablamos siempre de una auditoría ciudadana. Tiene que haber los mecanismos y procesos participativos y todo el desarrollo que haga que esto no sea un trabajo de unos señores y señoras sabias metidos en unas habitaciones decidiendo qué es lo que ha ocurrido con la deuda del pasado. Eso no es lo que estamos haciendo. Pero en la parte de desarrollo de participación ciudadana hacia los barrios y distritos vamos más lentos de lo que pensábamos. Se han retrasado cosas como el convenio con la Universidad Complutense, que estamos ya a punto de firmar. También han provocado ese retraso las muchas obligaciones derivadas del desembarco en el Área de Economía y Hacienda y la enorme dificultad que ha sido el conseguir el resultado exitoso que hemos tenido en los presupuestos. Pero todo eso no ha parado la auditoría. Al contrario, está en pleno auge, y lo veremos durante la primavera de este año, cuando empezarán a desarrollarse los mecanismos e instrumentos para que haya participación en todo este proceso, que es la clave, porque si no estaríamos ante un proceso elitista, que no es a lo que nos comprometimos en campaña.

¿Cuáles van a ser esos mecanismos a implantar para que sea una auditoría ciudadana y participada?

Para que haya participación tienen que existir canales adecuados y organizados. Hay movimientos sociales, grupos de presión que llevan organizados mucho tiempo, como la Plataforma por la Auditoría Ciudadana de la Deuda, Attac u otras organizaciones, no sólo del Estado español. Estamos en una fase muy temprana y yo no puedo decir cuáles van a ser esos mecanismos, entre otras cosas porque no van a ser impuestos por el Ayuntamiento. Van a ser dialogados por la sociedad civil. Ése es el proceso que vamos a tener esta primavera. Se me ocurre que un canal muy adecuado pueden ser las juntas de distrito. Hay plenos donde participan los ciudadanos a través de los vocales vecinos, y también el público en general, vecinos y vecinas que tienen capacidad de participar. A mí me parece que ese canal hay que utilizarlo. ¿Sólo ése? No, pero es uno.

El 31 de diciembre cancelasteis los contratos con las agencias de calificación Standard & Poor’s y Fitch. Esto implicaría que la emisión de deuda saldría mucho más cara, pero afirmáis que no vais a necesitar emitir más. ¿No podría el Consistorio quedarse corto de fondos, más con un aumento del gasto social del 26%?

Hablo con la absoluta seguridad de que tenemos capacidad para financiar las políticas públicas de los próximos años. Tenemos unas necesidades cuatrienales que hemos establecido de manera suficientemente ajustada para saber que tenemos capacidad fiscal para ahorrar esa financiación. No hemos dicho que todos los años se vaya a aumentar el gasto social el 26%, pero ojalá que no sea porque haya necesidad. Si fuera necesario incrementar a ritmo de dos dígitos el gasto social de los cuatro años te puedo asegurar que buscaremos la forma en que eso se pueda organizar. Y sin emitir deuda, porque las políticas sociales no se pueden financiar diciendo que las generaciones siguientes ya lo pagarán. Al final la deuda es una manera de no contarle a la gente que le tienes que cobrar impuestos, y eso es una mala práctica para los que nos gusta ir con la verdad por delante.

La Comunidad de Madrid, según tus palabras, es el deudor principal del Ayuntamiento, principalmente debido a los 120 millones de euros en pagos por la tasa de traslado y depósito de vehículos relativa a los años 2008 a 2012. ¿Esperáis recuperar ese dinero?

Por supuesto. No nos gustaría tener que ir en plan cobrador del frac, pero evidentemente la Comunidad de Madrid debe pagar su deuda con la ciudad de Madrid, y esperamos que lo haga. Evidentemente, sería mucho más fácil incrementar a nivel de dos dígitos en 2017 si nos abonara esa cantidad, que es una suma muy sustancial.

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SOBRE ROBESPIERRE Y LA TRADICIÓN REVOLUCIOANRIA POPULAR
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Joaquín Miras Albarrán
Sociología Crítica
31.12.2015

 

ROBESPIERREi

Podemos leer también cómo la violencia desarrollada por Robespierre, según Babeuf, es de todo punto razonable, y además –esto es lo más notable– escasa. Paso ahora a reproducir una cita del otro teórico fundador del pensamiento revolucionario comunista. Me refiero a Philippe Buonarroti. La obra fundamental de este autor es, como sabemos Conspiration pour l´egalité, dite de Babeuf. La obra de Buonarroti apareció en 1828. Demos la palabra a Buonarroti; él escribe lo siguiente en esta obra (6):
“Los acontecimientos posteriores, creo, han demostrado que los demócratas no fueron jamás numerosos en la convención nacional; fue necesario, con mucho, que la insurrección del 31 (de mayo de 1793) consiguiese transmitir la suprema influencia a los únicos amigos sinceros de la igualdad: sus falsos e interesados defensores parecieron triunfar con la misma, pero, destructores activos en provecho de sí mismos, estos se arrojaron en brazos del sistema que habían combatido, cuando fue necesario reedificar a favor del pueblo”.
”Entre los hombres que brillaron en la arena revolucionaria hay algunos que desde el comienzo se pronunciaron a favor de la liberación real del pueblo francés; Marat, Robespierre y Sain Just constan gloriosamente junto con algunos otros en la lista honorable de defensores de la igualdad. Marat y Robespierre atacaron de frente el sistema antipopular que prevaleció en la asamblea constituyente; dirigieron, antes y después del 10 de agosto, los pasos de los patriotas: llegados a la convención, ellos fueron el blanco del odio y de las calumnias del partido del egoísmo, al que ellos confundieron; se elevaron, durante el proceso contra el rey, hasta la más alta filosofía, tuvieron una enorme importancia en los acontecimientos del 31 de mayo y los días siguientes, en los que los falsos amigos de la igualdad perdieron definitivamente su feliz influencia (…)” “Pero algunos de quienes habían participado en la redacción de la constitución (1792), denominada posteriormente democrática por los patriotas, sentían que ella por sí sola no podía garantizar a los franceses la felicidad que ellos exigían: pensaban que la reforma de las costumbres debía anteceder al disfrute de la libertad: sabían que antes de conferirle al pueblo el ejercicio de la soberanía, era necesario devolverle el amor general hacia la virtud; sustituir la avaricia, la vanidad y la ambición, que sostenían entre los ciudadanos una guerra perpetua, por el desinterés y la modestia; aniquilar las contradicción instaurada por nuestras instituciones entre las necesidades y el amor a la independencia y arrancar a los enemigos naturales de la igualdad los medios que le permitieran confundir, aterrorizar y dividir: ellos sabían que las medidas coactivas y extraordinarias, indispensables para obrar un tan feliz y tan gran cambio son inconciliables con las formas de una organización regular; sabían en fin, y la experiencia no ha hecho sino justificarles según su propio punto de vista, que establecer sin estos preliminares el orden constitucional de las elecciones era abandonar el poder en manos de los amigos de todos los abusos, y perder para siempre jamás la oportunidad de asegurar la felicidad pública (…) Es imposible para las almas honestas negar la profunda sabiduría con la que la nación francesa fue entonces dirigida hacia un estado en el que, una vez alcanzada la igualdad, hubiese podido gozar pacíficamente de una constitución libre. No seremos suficientemente capaces de admirar nunca la prudencia con la que estos ilustres legisladores, poniendo hábilmente de su parte los fracasos y las victorias, supieron inspirar a la gran mayoría de la nación, la abnegación más sublime, el desprecio de las riquezas, de los placeres y de la muerte, y conducirlos a proclamar que todos los hombres tienen un derecho igual a los productos de la tierra y de la industria (…) desde la proclamación del acta constitucional de 1793 y del decreto que instauró el gobierno revolucionario, la autoridad y la legislación se hacían cada día más populares. Un entusiasmo tan santo como novedoso se apoderó del pueblo francés; se formaron innumerables ejércitos como por ensalmo; la república no fue sino un enorme taller para la guerra: la juventud, la gente madura y la ancianidad rivalizaban en patriotismo y valor; en poco tiempo un enemigo temible fue rechazado hasta las fronteras mismas que él había invadido o que la traición le había entregado. En el interior, las facciones fueron sometidas, todos los días veían eclosionar medidas legislativas tendentes a aumentar la esperanza de la clase numerosa de los desafortunados, a dar valor a la virtud y a restablecer la igualdad. Lo superfluo fue dedicado a los desafortunados y a la defensa de la patria. Se proveyó, mediante requisas de bienes de primera necesidad y de mercancías, de préstamos forzosos, de tasas revolucionarias y de la inmensa generosidad de los buenos ciudadanos, al sostenimiento de un millón cuatrocientos mil guerreros, y del pueblo, cuya audacia republicana los ricos se proponían domesticar mediante la hambruna”.
”La instauración de almacenes de abundancia, las leyes contra los acaparamientos, la proclamación del principio según el cual se le confiere al pueblo la propiedad de los bienes de primera necesidad, las leyes a favor de la extinción de la mendicidad, las elaboradas a favor de la distribución de los auxilios nacionales, y la Comunidad [“communauté”] que reinaba entonces de hecho en medio de la generalidad de los franceses, fueron algunos de entre estos preliminares de un orden nuevo, cuyo plan se encuentra diseñado con trazos inefables en los famosos informes del comité de salud pública, y fundamentalmente en los que Robespierre y Saint Just pronunciaron desde la tribuna nacional. (…) La sabiduría con la que él [el gobierno revolucionario] preparó un orden nuevo mediante la distribución de los bienes y de los deberes no podrá escapar a las miradas de los espíritus rectos. No se limitarán éstos a ver cómo se expresaba el reconocimiento nacional al distribuirse las tierras prometidas a los defensores de la patria, y con el decreto que ordenaba la distribución entre los desafortunados, de los bienes de los enemigos de la revolución que debían ser expulsados de territorio francés. Verán, en la confiscación de los bienes de los contrarevolucionarios condenados, no una medida fiscal, sino el vasto plan de un reformador. Y cuando, tras haber considerado el cuidado con el que se propagaron los sentimientos de fraternidad y de beneficencia, la habilidad con la que se supo cambiar nuestras ideas de felicidad, y esa prudencia que alumbró en todos los corazones un virtuoso entusiasmo a favor de la defensa de la patria y de la libertad, ellos se percaten del respeto acordado a las costumbres simples y buenas, la proscripción de las conquistas y de las superfluidades, las grandes asambleas del pueblo, los proyectos de educación común, los Campos de Marzo, las fiestas nacionales; cuando piensen en el establecimiento de ese culto sublime que, fundiendo las leyes de la patria con los preceptos de la divinidad, multiplicaba por dos las fuerzas del legislador y le daba los medios para extinguir en poco tiempo todas las supersticiones y para realizar todos los portentos de la igualdad; cuando se acuerden de que, al apoderarse del comercio exterior la república había cortado la raíz de la avidez más devoradora, y cegado la fuente más fecunda de necesidades artificiales; cuando consideren que, gracias a las requisas, ella disponía de la mayor parte de los productos de la agricultura y de la industria, y que los artículos de primera necesidad y el comercio constituían ya dos grandes ramas de la administración pública, se verán forzados a proclamar: ¡Un día más, y la felicidad y la libertad de todos hubiera quedado asegurada por las instituciones que ellos no cesaron de exigir!”
Pero el destino había ordenado otra cosa, y la causa de la igualdad que jamás había obtenido un éxito tan grande, debió sucumbir bajo los esfuerzos juntos de todas las pasiones antisociales”.
En las páginas 51, 52 y 53, Buonarrotti incluye una nota al pie de página, de más de setecientas palabras, que no reproduzco, en la que critica a Danton y a Hebert, en pie de igualdad, por tener por igual la responsabilidad de haber combatido, calumniado, debilitado, traicionado y derrotado a Robespierre, con lo cual participaron activamente en la liquidación de la Revolución al lado de las fuerzas procapitalistas.
Como hemos podido comprobar la obra de Buonarroti versa sobre la Revolución francesa. Su intención evidente es hacer comprensible para la nueva generación de revolucionarios de los años 30, que se habían encontrado con el muro de silencio impuesto por el terror reaccionario y las calumnias y no habían conocido la experiencia revolucionaria por sí mismos, las ideas de la Revolución francesa. Si bien el pensamiento y las tradiciones políticas plebeyas de la Revolución francesa se mantuvieron vivas clandestinamente a través de las corporaciones de obreros (7), la obra de Buonarroti fue fundamental tanto para el conocimiento del cuerpo teórico de la Revolución francesa como para su conocimiento historiográfico, pues fue la primera historia de la Revolución elaborada desde la izquierda y mantuvo en solitario durante décadas ese doble honor. Por tanto es una obra de caudal importancia en el resurgir del pensamiento revolucionario europeo.
El lector que haya leído ambas citas habrá quedado de seguro sorprendido por ambos textos. Los dos padres del comunismo, Babeuf y Philippe Buonarroti, declaran su admiración sin límites hacia Robespierre, se autoproclaman seguidores o discípulos de Robespierre y continuadores de sus mismas ideas. Consideran además, que el programa de Robespierre era la igualdad, entendida como igual libertad real de todos; esto es, el comunismo. La continuidad intelectual respecto del proyecto político de Robespierre, y no otra cosa, es la idea afirmada por estos dos comunistas.
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martes, 12 de enero de 2016

EUROPA


SOBRE ROBESPIERRE Y LA TRADICIÓN REVOLUCIOANRIA POPULAR
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Joaquín Miras Albarrán
Sociología Crítica
31.12.2015

ROBESPIERREi

En el número de febrero de El Viejo Topo, se publicó un importante artículo de Ramón Franquesa titulado Bolívar y el socialismo del siglo XXI. En ese texto su autor reflexiona, a la luz del actual proceso revolucionario venezolano, sobre la tradición revolucionaria europea desde sus orígenes.
Ramón Franquesa parte, en consecuencia, de la Revolución francesa, a la que considera con razón como hecho histórico fundador de las revoluciones de la contemporaneidad. En el resumen que hace de los acontecimientos acaecidos durante la misma, Franquesa opta por una determinada matriz interpretativa, según la cual los jacobinos, y Robespierre a su cabeza, serían los propugnadores de un proyecto burgués de sociedad y economía, y para conseguirlo no dudarían en emplear la violencia más feroz e imponer la dictadura. En contrapartida, Hebert y otros dirigentes populares encabezarían la opción revolucionaria proletaria. La actual izquierda revolucionaria, según esa clásica interpretación que recoge Ramón Franquesa, sería heredera de la tradición hebertista, en la que se habría inspirado Babeuf, primer revolucionario comunista, enfrentado con Robespierre. Tras Babeuf, Buonarrotti seguiría sus pasos y nos legaría la memoria de la práctica revolucionaria de nuevo cuño, instaurada por Babeuf siguiendo a Hebert.
Una primera objeción
Y sin embargo, no sería ésta la interpretación que Engels había sostenido sobre el jacobinismo y la revolución. Escribe Engels, por ejemplo, en 1891:
“Está absolutamente fuera de duda que nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica de la dictadura democrática del proletariado, como lo ha demostrado ya la Gran Revolución francesa.(…) Así pues, República unitaria. Pero no en el sentido de la presente república francesa, que no es otra cosa que el Imperio sin el emperador, fundado en 1798. Desde 1792 a 1798, cada departamento francés, cada comunidad poseían su completa autonomía administra tiva, según el modelo norteamericano, y eso debemos tener también nosotros. Norteamérica y la primera república francesa nos han mostrado cómo se debe organizar esa autonomía…” (1).
La interpretación que Engels hace de su relación con el legado de la Revolución francesa es, como se puede ver, nada “rupturista” con el periodo que va de 1792 hasta la promulgación de la Constitución del año III, la cual liquida la democracia y es seguida por el golpe de estado del Directorio. Ese periodo elogiado por Engels es caracterizado por él como una época de democracia de base o directa y de libertad de las masas. Pero esto incluye una valoración sumamente positiva de los dirigentes de ese periodo y en especial del que los simboliza entre 1792 y 1794: Robespierre. ¿Qué significa todo esto? Puesto que estamos ante una reflexión sobre los orígenes de nuestra tradición y los textos fundacionales son los atribuidos, con razón, a Babeuf y a Buonarrotti, es conveniente acudir a la reproducción de citas de ambos autores.
Babeuf y Buonarroti en vivo y en directo
Existe una carta reproducida en todas las ediciones de escritos de Babeuf (2) y que suele ser titulada “Carta al ciudadano Joseph Bodson”; es del 28 de febrero de 1796. El lector debe reparar en la fecha. Babeuf y los iguales serán detenidos el 10 de mayo de 1796 y estarán en la cárcel hasta su condena a muerte –27 de mayo de 1797– y su posterior ejecución (3). Al comienzo mismo de la carta, Babeuf expresa ya que él nunca ha cambiado de principios; no hay, según él mismo, por tanto, un joven Babeuf jacobino y un Babeuf maduro opuesto al mismo y ya comunista. Pero dejo al lector que juzgue por sí mismo. Escribe Babeuf:
“(…). Mi opinión sobre los principios no ha cambiado nunca. Pero sí ha cambiado la que tenía de algunos hombres. Hoy confieso de buena fe no haber visto claro, en ciertos momentos, el gobierno revolucionario, ni a Robespierre, Saint Just, etc. (…) Creo que estos hombres valen más ellos solos que todos los revolucionarios juntos, y que su gobierno dictatorial (4) estaba endiabladamente bien pensado. Todo lo que ha pasado desde que el gobierno y los hombres ya no existen, justifica quizá esta afirmación. No estoy en absoluto de acuerdo contigo en que han cometido grandes crímenes y han matado a muchos republicanos. Creo que no a tantos: es la reacción Termidoriana la que ha matado a muchos. No entro a juzgar si Hebert o Chaumette eran inocentes. Aunque esto fuera cierto continúo justificando a Robespierre. Este último podía tener con razón el orgullo de ser el único capaz de conducir a su verdadero fin el carro de la Revolución. Intrigantes, hombres de cortos alcances, según él , y quizá también según la realidad; tales hombres, digo yo, ávidos de gloria y llenos de presuntuosidad, tales como Chaumette, pueden haber sido percibidos por Robespierre como dispuestos a disputarle la dirección del carro. Entonces, quien tenía la iniciativa, quien tenía la impresión de su capacidad exclusiva, ha debido ver que todos esos ridículos rivales, incluso los de buenas intenciones, lo entorpecerían y echarían a perderlo todo. Supongo que él se ha dicho: metamos bajo el apagavelas a todos esos duendes inoportunos y a los de buenas intenciones. Mi opinión es que hizo bien. La salvación de veinticinco millones de hombres no puede quedar amenazada por la consideración tenida hacia algunos individuos ambiguos. Un regenerador lo tiene que ver todo en su conjunto. Debe eliminar todo lo que molesta, todo lo que obstruye su paso, todo lo que puede retrasar su llegada al fin que se ha fijado. Bribones, o imbéciles, o presuntuosos y ambiciosos de gloria, es igual, tanto peor para ellos. ¿Por qué se metían en esto? Robespierre sabía todo esto, y es esto en parte lo que me hace admirarlo. Esto es lo que me hace ver en él al genio en el que residían verdaderas ideas regeneradoras. Es verdad que estas ideas te podían comprometer a ti al igual que a mí ¿Qué importancia hubiera tenido eso si finalmente la felicidad común se hubiera realizado? No sé, amigo mío, si tras esas explicaciones puede estarles permitido a los hombres de buena fe como tú seguir siendo hebertistas. El hebertismo es una afección estrecha en esta clase de hombres. Ésta no les permite ver más que el recuerdo de algunos individuos, y el punto esencial de los grandes destinos de la República se les escapa. No creo, como tú, que sea impolítico, ni superfluo, evocar las cenizas y los principios de Robespierre y de Saint Just para apuntalar nuestra doctrina. En primer lugar no hacemos otra cosa que rendir homenaje a la gran verdad sin la que estaríamos por debajo de una justa modestia. Esa verdad es que no somos más que los segundos Gracos de la revolución francesa. ¿No resulta útil aún señalar que no innovamos nada, que no hacemos nada más que suceder a los primeros generosos defensores del pueblo, que antes que nosotros habían señalado el mismo objetivo de justicia y felicidad que el pueblo debe alcanzar? Y en segundo lugar, despertar a Robespierre es despertar a todos los patriotas enérgicos de la República, y con ellos al pueblo, que en otra época solamente a ellos seguía y escuchaba. Son nulos o impotentes, están, por así decir, muertos, estos enérgicos patriotas, estos discípulos de quien se puede decir que fundó la libertad aquí. Son, digo, nulos e impotentes desde que la memoria de este fundador está cubierta por una injusta difamación. Devolvedle su primitivo brillo legítimo y todos sus discípulos se levantarán y triunfarán muy pronto. El “robespierrismo” aterra de nuevo a todas las facciones; el “robespierrismo” no se parece a ninguna de ellas, no es ficticio ni limitado. El “hebertismo”, por ejemplo, sólo existe en París, entre una minoría y aún así sujeto con andadores. El “robespierrismo” existe en toda la República, en toda la clase juiciosa y clarividente y naturalmente en todo el pueblo. La razón es simple, es que el “robespierrismo” es la democracia y estas dos palabras son perfectamente idénticas: al poner en pie el “robespierrismo” podéis estar seguros de poner en pie la democracia (…)”.
Como el lector puede juzgar, Babeuf asume como propio en su totalidad el legado y también la práctica política de Robespierre. Si él se considera un segundo Graco, es porque ya Robespierre ha sido el primero: es decir, el tribuno defensor de la igualdad de la propiedad. El proyecto social de Babeuf es el de Robespierre, según aquél mismo declara. Recordemos, además, que para Babeuf Robespierre es el nombre sinónimo de “democracia”; esto debe ser muy destacado porque democracia es una singular variante del republicanismo histórico o régimen en el que el bien común debe estar por encima del de cada ciudadano particular, y cada ciudadano debe intervenir directamente en la acción política de la república. Esa particular variante de republicanismo expresada por el término “democracia” se caracteriza tradicionalmente de esta manera:
“Hay oligarquía cuando los que tienen riqueza son dueños y soberanos del régimen; y por el contrario, hay democracia cuando son soberanos los que no poseen gran cantidad de bienes, sino que son pobres. (…) Y necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o muchos, es una oligarquía, y cuando la ejercen los pobres, es una democracia. Pero sucede, como dijimos, que unos son pocos y otros muchos, pues pocos viven en la abundancia, mientras que de la libertad participan todos. Por esa causa unos y otros se disputan el poder.” (5)
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lunes, 11 de enero de 2016

TERRORISMO ISLÁMICO: NUEVA ARGUCIA QUE UTILIZAN NUESTROS LECHUGUETES BANDIDOS-DIRIGENTES QUE NOS DIRIGEN


ESTADO DE SEGURIDAD: EL COQUETEO DE OCCIDENTE CON EL TOTALITARISMO

Giorno Agamben
Sociología Crítica
Rebelión

09.o1.2016

Traducido del portugués para Rebelión por Susana Merino

“Del mismo modo el tema de la seguridad no se dirige a impedir actos de terrorismo. Se dirige a establecer una nueva relación con los seres humanos, es decir de control generalizado e ilimitado, dando énfasis especial a los dispositivos que permiten el completo control de los datos informáticos y de comunicación de los ciudadanos, incluyendo el derecho a intervenir integramente en el contenido de las computadoras” destaca Giorgio Agamben, filósofo italiano y profesor, en un artículo titulado “Otras Palabras”.
El estado de emergencia no es un escudo que protege a la democracia. Por el contrario acompañó siempre a las dictaduras y hasta proporcionó un marco jurídico a las atrocidades de la Alemania nazi. Francia debe resistir a la política del miedo.
Será imposible comprender el verdadero problema que plantea el estado de emergencia en ese país –hasta fines de febrero- si no se analiza en el contexto de una transformación radical del modelo de Estado que se ha vuelto familiar. Es preciso en primer término desmentir las palabras de los irresponsables hombres y mujeres políticos según las cuales el estado de emergencia es un escudo para la democracia.
Los historiadores están bien conscientes de que lo verdadero es lo opuesto. El estado de emergencia es precisamente el dispositivo que usaron los poderes totalitarios para instalarse en Europa. Durante los años que precedieron a la toma del poder por Hitler, los gobernantes socialdemócratas de la República de Weimar habían establecido tantas veces el estado de emergencia (llamado en Alemania estado de excepción) que puede decirse que ese país había dejado de ser, ya desde 1933, una democracia parlamentaria.
Pero el primer acto de Hitler luego de su nombramiento fue proclamar de nuevo el estado de emergencia, nunca luego derogado. Cuando nos sorprenden los crímenes impunemente cometidos por los nazis en Alemania, nos olvidamos de que esos actos eran perfectamente legales, dado que las libertades individuales habían sido suspendidas.
No queda claro por qué ese escenario no habría de repetirse en Francia. Es posible imaginar que un gobierno de extrema derecha podría usar para sus propósitos un estado de emergencia a que los ciudadanos socialistas ya acostumbrados volverían. En un país que vive una prolongada emergencia y en el que los operativos policiales van sustituyendo gradualmente a la Justicia, es de esperar un rápido e irreversible deterioro de las instituciones públicas.
Esto es especialmente cierto porque el estado de emergencia forma parte del proceso con el que las sociedades occidentales tienden al llamado Estado de Seguridad (Security State como lo llaman los cientistas políticos usamericanos) La palabra “seguridad” se ha incorporado absolutamente al discurso político y puede decirse sin temor a equivocarse que las “razones de seguridad” han ocupado el lugar que anteriormente se denominara “razón de Estado” (razón de ser del Estado). Aún no existe sin embargo un análisis de esta nueva forma de gobierno. Como el estado de seguridad no es ni el estado de derecho ni aquello que Michel Foucault llamó “sociedades disciplinadas” se requieren algunos encuadres para intentar su posible definición.
En el modelo del inglés Thomas Hobbes que influyó tan profundamente en nuestra filosofía política, el contrato que otorga poderes soberanos presupone miedo a la guerra de todos contra todos: el Estado es el que precisamente debe terminar con el miedo. En el Estado de Seguridad ese patrón se invierte: el Estado está permanentemente fundado en el miedo y debe mantenerse así a cualquier costo, dado que de él deriva su función esencial y su legitimidad.
Foucault ya había demostrado que cuando apareció por primera vez la palabra “seguridad” en Francia , en el discurso político con los gobiernos fisiócratas de antes de la Revolución no fue para evitar desastres y hambre – sino para dejar que sucedieran para gobernar inmediatamente en un sentido que creían rentable.
Sin ningún sentido jurídico
Del mismo modo la seguridad no está destinada hoy en día a impedir actos de terrorismo (algo ciertamente difícil, cuando no imposible dado que las medidas de seguridad son eficaces apenas después de los hechos y el terrorismo es por definición una serie de primeros disparos). Esta destinada a establecer una nueva relación con la gente, la de un control generalizado e ilimitado – con énfasis en dispositivos que permiten el completo control de datos informáticos y de la comunicación entre ciudadanos, incluido el de la intervención en el contenido de las computadoras. El riesgo que enfrentamos en primer término es la tendencia a establecer una relación sistémica entre terrorismo y Seguridad del Estado. Si el Estado necesita legitimar el miedo, es necesario producir terror o por lo menos no impedir que se produzca. Es por eso que muchos países adoptan una política exterior que alimenta al terrorismo – al que interiormente dicen combatir – y mantener con él relaciones cordiales y hasta venderle armas a Estados que se sabe financian organizaciones terroristas.
Un segundo aspecto a destacar es el cambio de estatuto político de los ciudadanos y del pueblo, que debería ser el titular de la soberanía. En el Estado de Seguridad, existe una tendencia a la despolitización progresiva de los ciudadanos cuya participación política se reduce a las urnas. Esta tendencia es particularmente preocupante y fue formulada teóricamente por juristas nazis, definiendo al pueblo como un elemento esencialmente apolítico, al que el Estado debe asegurar la protección y el desarrollo.
Mientras tanto de acuerdo con los juristas solo existe una manera de volver político a un elemento apolítico: a través de la igualdad de ascendencia y de raza, que llevará a distinguirlo del extranjero y del enemigo. Esto no significa confundir al Estado nazi con el Estado de Seguridad contemporáneo; lo que es necesario entender es que al despolitizar a los ciudadanos estos no podrán salir de la pasividad, cuando sean movilizados por el miedo ante un enemigo extranjero que no es necesariamente externo (como en el caso de los judíos en Alemania o ahora con los musulmanes en Francia).
Es en tal contexto que debemos analizar el siniestro proyecto de privar de la nacionalidad a los ciudadanos binacionales, que recuerda la ley fascista de 1926 sobre la desnacionalización de los “ciudadanos indignos de la ciudadanía italiana “ y las leyes nazis de desnacionalización de los judíos.
Un tercer aspecto, cuya importancia no debemos subestimar es la radical transformación de los criterios que establecen la verdad y la certidumbre en la esfera pública. A un observador atento no le pasan desapercibidos los expedientes sobre crímenes del terrorismo en que se observa una absoluta renuncia al establecimiento de la certeza jurídica.
Lo que corresponde a un Estado de derecho es que un crimen pueda ser comprobado mediante la intervención judicial, cuando existe el paradigma de la seguridad debemos conformarnos con lo que dicen la policía y los medios de comunicación que dependen de ella – es decir dos instancias que fueron siempre consideradas poco confiables. De allí las increíbles imprecisiones y las evidentes contradicciones en la reconstrucción de sucesos que eluden conscientemente toda posibilidad de verificación y de falsificación y que mas se parecen a chismes que ha interrogatorios. Esto significa que el Estado de Seguridad tiene interés en que los ciudadanos – cuya protección debe asegurar – se mantengan sin saber qué los amenaza, ya que la incertidumbre y el miedo andan juntos.
La misma incertidumbre que se encuentra en la ley del 20 de noviembre sobre el estado de emergencia y que se refiere “a cualquier persona en que existan razones serias para dar por cierto que su comportamiento constituye una amenaza para el orden público y la seguridad” Es bastante obvio que la expresión “razones serias para considerar” no tiene ningún significado jurídico y como está referida a la arbitrariedad de quien las “expresa” puede ser aplicada en cualquier momento y contra cualquier persona. En el Estado de Seguridad esas formas indeterminadas que siempre fueron consideradas por los abogados como contrarias al principio de seguridad jurídica se convierten en la norma.
Despolitización de los ciudadanos
La misma imprecisión y los mismos errores aparecen en las declaraciones de las mujeres y de los hombres políticos que afirman que Francia está en guerra contra el terrorismo. La guerra contra el terrorismo es una contradicción terminológica, porque el estado de guerra se define precisamente por la capacidad de identificar realmente al enemigo contra el que se debe luchar. En la perspectiva securitaria el enemigo debe- por el contrario – mantenerse indefinido, tanto interna como externamente de manera que cualquiera pueda ser identificado como tal.
El mantenimiento de un estado de miedo generalizado, la despolitización de los ciudadanos, la renuncia a la efectividad de la ley: son tres características del estado de seguridad suficientes para perturbar los espíritus. Porque eso significa, en primer lugar, que el Estado de seguridad para al que nos estamos refiriendo hace lo opuesto a lo que promete. La seguridad significa falta de preocupación (sine cura) en lo referente al miedo y al terror. El Estado de Seguridad es por otra parte un Estado policial, porque eclipsando al Poder Judicial generaliza la discrecionalidad de la policía de modo que en estado de emergencia permanente se vuelve cada vez más soberano.
Por medio de la despolitización gradual de los ciudadanos convertidos los transforma de algún modo en terroristas potenciales: el Estado de Seguridad ha traspasado el conocido campo de la política para dirigirse a una zona incierta donde lo público y lo privado se confunden y en donde se dificulta entre ellos la definición de fronteras.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.
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