martes, 18 de agosto de 2020

El cuento de que esta crisis no la van a pagar los trabajadores y las clases menos pudientes es falso hasta en su título. Esta crisis no es sino la misma crisis de 2008 con doce años encima de empeoramiento de las condiciones de vida de forma generalizada para toda la población, y los que venimos pagando la crisis de 2008 ahora en 2020 lo que hacemos es pagar un poquito más lo que hace doce años ya venimos pagando, y lo que te tengo que rondar Morena. Si no hay cambio, que no lo hay ni lo va a haber con las mismas políticas en las relaciones de producción y con la misma actitud nuestra hacia la política y lo político. La cosa no es que vaya a seguir igual sino que irá empeorando. ¿O es que no lo ve usted con esos ojitos de la cara que Dios le dio? Pero por favor, no me molesten a la izquierda política, déjenla con su pululeo verbal. Y usted -esto va por mí-, deje ya de decir tanto mete miedo que es que como no se lo que hacer, me siento impotente, y encima usted me asusta con lo que dice. Asustón -que esto sigue yendo por mi, no se me cantee nadie-. Que eso es lo que es usted, un asustón.


Nissan: ¿Cómo dicen triunfo cuando se firma el cierre?

Diario Octubre / 15.08.2020

Se acaba de firmar el acuerdo para el cierre de Nissan. El comité de empresa y todos los sindicatos que lo forman (UGT, CCOO, SIGEAN-USOC y CGT) lo han presentado como ejemplo y un gran triunfo de la clase obrera. Nosotros/as creemos que, al contrario, es una derrota. Y hace aún más daño cuando se intenta vender como victoria.



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Es una derrota porque se pacta el cierre de Nissan cuando el eje de la lucha y de la huelga era “Nissan no se cierra” y que no se aceptarían despidos. Se reconoce la necesidad del cierre (acuerdo punto 1) y de los 2.525 despidos, a pesar que los sindicatos aseguraban que tenían base suficiente para denunciar en los tribunales que el cierre no estaba justificado. No ha habido ninguna voz sindical contra el acuerdo que se levantara para decir que los puestos de trabajo no se venden, que las indemnizaciones o bajas incentivadas son pan para hoy y hambre para mañana, que no se podía abandonar a los más de 22.000 trabajadores/as indirectos. Tampoco se ha levantado en las asambleas que había alternativa al cierre, con la nacionalización/socialización, aunque como CGT se había presentado un proyecto. Con esas premisas es normal que casi por unanimidad (sólo 9 votos en contra) los trabajadores/as no vieran ninguna otra salida y votaran en asamblea la propuesta unitaria del comité. El cierre pactado arrastra a 22.000 trabajadores/as directos o indirectos. Los sindicatos se comprometen a la paz social y a levantar la huelga que se acerca a los 100 días en Montcada y Sant Andreu de la Barca.
El acuerdo deja en la estacada a los más de 22.000 trabajadores y trabajadoras de subcontratas y proveedoras, y cada una se va a encontrar a su suerte. De hecho, una de ellas Marelli/Calsonic ya tiene un ERE con acuerdo sindical para el despido de 57 trabajadores/as de las plantas de Zona Franca y Santa Margarida i els Monjos. Otra, Acciona, ya ha anunciado que rompe el contrato con Nissan. Empieza la serie de despidos y cierres en cadena, que cada patronal querrá aislar para imponer sus condiciones.  El acuerdo de Nissan facilita a las empresas subcontratistas los EREs por causas objetivas.
En lugar de plantear un frente común de los y las 25000 trabajadoras, el comité de empresa de Nissan dejó insolidariamente a un lado a los y las trabajadoras de subcontratas y proveedoras: ni siquiera en las reuniones con administraciones o en el monográfico del Parlament sobre el cierre de Nissan tuvieron voz. Este hecho, que no era nuevo, había llevado a que las empresas de subcontratas, con todos los colores sindicales, hubieran formado una Coordinadora ya hace 4 años para hacerse visibles. Trabajadores y trabajadoras de las subcontratas han participado en las movilizaciones convocadas por el comité de Nissan, pero no ha habido pancartas del comité de Nissan en apoyo a Marelli para parar los despidos, ni en Acciona en el campamento de Barna 3 para parar la salida de camiones, ni en las convocatorias de la Coordinadora.  Y ahora no sólo se comprometen a mantener la “paz social en el seno de la Empresa Nissan. Así mismo las partes harán los mayores esfuerzos para contribuir a la paz social respecto de los proveedores.” (punto 5 del acuerdo)
Los despidos “traumáticos” se harán efectivos en diciembre del 21, cuando cese la actividad industrial, también las prejubilaciones. Hasta entonces -como dice en su comunicado de la patronal- “Hay el compromiso de crear una comisión de seguimiento para intentar evitar que se produzcan bajas traumáticas”, es decir y si es posible, “sólo” bajas incentivadas. Las indemnizaciones por encima de lo que pagan muchas empresas y en la línea del acuerdo de Continental por el cierre de su planta en Rubí. Son el precio para la multinacional de la paz social, sin embargo un precio bajo si tenemos en cuenta que no cubre ni el 10% de los y las trabajadoras afectadas. Los puestos de trabajo que se pierden además, son de mejores condiciones de los que puedan venir, arrancadas por años de lucha y trabajo, que ahora desaparecen y se venden como si pertenecieran a cada uno, cuando en realidad son patrimonio de toda la clase trabajadora y lo único que podemos dejar a nuestros hijos e hijas.
El acuerdo también habla de una reindustrialización, con la llegada de una o varias empresas. Pero el cierre tiene fecha fija y no está condicionado a la llegada de estas empresas. Es interminable la lista de empresas que han cerrado con compromisos de reindustrialización que quedan en nada. Y, a nadie se le escapa la situación económica que atravesamos: el capitalismo aprovecha la pandemia y la brutal caída de la producción asociada para acelerar una nueva concentración de capitales: en los países de origen de las multinacionales (acuerdo Macron-Merkel para blindar la producción de coches y baterías) y la deslocalización a países sin derechos laborales y salarios. El estado español en automoción no es ni lo uno ni lo otro, por lo que está a expensas de decisiones de terceros.
SOLO LA LUCHA UNIDA Y COORDINADA PUEDE REVERTIR LOS CIERRES Y DESPIDOS. TAMBIÉN UNA REINDUSTRIALIZACION
El acuerdo alarga el plazo para el cierre a diciembre del 2021. Este es el tiempo para reorganizar la lucha. Con la paz social, comprometida por todo el comité para la plantilla de Nissan, el motor para evitar la sangría de puestos de trabajo del cierre, está en las subcontratas y proveedores. Unir esas empresas, en lugar de afrontar la situación empresa a empresa, es determinante. En este sentido, el impulso de la Coordinadora es fundamental. Pero no puede ser sólo con el objetivo de lograr las mismas indemnizaciones y condiciones de Nissan, sino abrir una perspectiva por la defensa de los puestos de trabajo ligados a un proyecto industrial que hoy sólo lo puede garantizar el sector público. Las subcontratas son determinantes para que salga la producción de Nissan. La huelga unida debiera estar sobre la mesa.
La única reindustrialización efectiva sería la nacionalización sin indemnización de la planta que mantuviera el trabajo para los y las 25000, poniendo en marcha una producción que acompañe la llamada transición energética, bajo el control de los y las trabajadoras. En ese sentido se presentó un proyecto firmado por CGT, la CUP y Anticapitalistas, al que dio apoyo Lucha Internacionalista, para avanzar en la transformación de vehículos y crear un carsharing que pudiera complementar el transporte urbano, junto a microbuses eléctricos. Hay que avanzar decididamente en la defensa del sector industrial público bajo el control de los y las trabajadoras.
Mientras se da la batalla por el futuro de Nissan y subcontratas, empiezan a producirse más cierres: en Ripollet, Motherson Sintermetal presenta un cierre para 184, Nobel Plàstiques Ibérica, de Sant Joan Despí, a otros 200. Y tenemos decenas de miles de trabajadores/as en expedientes de regulación temporal de empleo. Estamos ante una terrible amenaza sobre todo el tejido industrial y el futuro de la clase obrera. No podemos seguir viendo cómo se firman uno tras otro los cierres. El futuro por un plan industrial pasa por unir los sectores en lucha, por buscar un amplio apoyo popular, por convertir la defensa de la industria y los puestos de trabajo en un problema político y social vital, por poner en pie de guerra la clase obrera en una huelga general. Nos jugamos el futuro.
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lunes, 17 de agosto de 2020

Bielorrusia: Entrevista a Albert Santin

Por proletariado se debe entender el trabajador, el que viva de su trabajo en el sentido marxista. Y el trabajador es ni mas ni menos que el que compone la inmensa mayoría de la sociedad. Y la democracia consiste en que se hace lo que decida la mayoría, de modo que, la minoría (de hoy) queda sometida a la decisión de la mayoría (a la minoría de hoy no hay que vejarla, matarla o comérsela, porque con absoluto derecho puede ser perfectamente la mayoría de mañana) y ese es el sentido de la dictadura del proletariado, que la mayoría mediante la decisión democrática (pero ni representativa ni leches) decide qué se hace en la sociedad, y a esa decisión mayoritaria tomada democráticamente queda sometida la minoría. Por ejemplo, en España la exigua minoría de unas 1.400 familias disponen de más del 80% de toda la riqueza nacional, representando el 0,0035% de la población española, mientras que el 99,9965% de la población española que suponen más de 45 millones de personas disponen de menos del 20% de al riqueza nacional. En España que no estamos bajo el yugo ni la tiranía de ninguna dictadura del proletariado (Pero sí bajo la dictadura del capital) se hace lo que dispone, manda y conviene a la exigua minoría del 0,0035% de su población y, además, legítimamente, porque se cumple con todas las bendiciones de la ley, porque legítimamente significa de acuerdo a la ley, no tiene nada que ver con la justicia (dar a cada cual lo suyo). En España el 99,9965 % de su población (Que vendría a representar a la mayor parte del proletariado) ni siquiera puede exigirle a la exigua minoría del 0,0035% de su población que le devuelva los casi 60 mil millones que le ha robado: casi 60 mil millones de leandrones, siendo un leandrón = a 1 euro. (Se puede decir, eso sí, pero si hicen que higan, mientras no hagan...). Pues eso, que la dictadura del proletariado (Que ni está ni se le espera, pero que es más necesaria para los trabajadores que las aguas de abril para el campo) no es la dictadura del capital, con la que estamos tan agustino. La izquierda tradicional no está pasada de moda ni es un trasto histórico viejo, sino que los que han pasado por ser dirigentes de izquierdas (¡Y líbranos Señor! Lúcete, Hombre, no te arrugues, por Tu Padre, Juan, Pedro y Francisco y El Niño Cortijero te lo pido, de los idénticos que se acercan a la política!), en el mejor de los casos, han estado en la dormidera del condumio y no han sido capaces ni de explicarle a los trabajadores el concepto de la dictadura del proletariado, que en esencia es la democracia sin trampas ni cartón.


Sin expulsar y aniquilar el oportunismo, sería absurdo pensar siquiera en el poder para el proletariado…



diario octubre / 15.08.2020
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«Una de las condiciones precisas para que el proletariado pueda prepararse para su victoria es la lucha prolongada, tenaz e implacable contra el oportunismo, contra el reformismo, contra el socialchovinismo y demás influencias y corrientes burguesas, inevitables por cuanto el proletariado actúa en un ambiente capitalista. Si no se libra esa lucha, si no se consigue previamente una victoria total sobre el oportunismo en el movimiento obrero, no cabe ni hablar siquiera de dictadura del proletariado. El bolchevismo no habría derrotado a la burguesía en 1917-1919 sí no hubiese aprendido antes –de 1903 a 1917– a derrotar y a expulsar implacablemente del partido de la vanguardia proletaria a los mencheviques, es decir, a los oportunistas, a los reformistas, a los socialchovinistas. Y cuando hoy los líderes de los «independientes» alemanes o los longuetistas franceses y otros por el estilo, que de hecho siguen su vieja y habitual política de concesiones y concesioncillas al oportunismo, de transigencias con él, de servilismo rastrero ante los prejuicios de la democracia burguesa. (…) Reconocen verbalmente la dictadura del proletariado, se engañan muy peligrosamente a sí mismos o engañan simplemente a los obreros». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Las elecciones a la asamblea constituyente y la dictadura del proletariado, 1919)


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domingo, 16 de agosto de 2020

He ahí al intelectual: Carlo Formenti. Si a los que se les supone el saber no saben distinguir entre la muerte del socialismo y el resfriado o la tos-ferina de los dirigentes socialistas, apaga, vámonos, y anda que os zurzan. Afirma Carlo Formenti que organizaciones de izquierdas han asumido el neo-liberalismo. Digo yo que entonces serían organizaciones neo liberales y no de izquierdas. Si es Caperucita Roja la que se come a la abuela a qué culpar al lobo, pobrete nuestro, de tal cosa. Afirma igualmente que el socialismo ha fracasado. Es de suponer que hace esta afirmación porque no ha logrado implantarse del todo en ningún sitio, pero como nos pongamos en este plan, la marrana queda jodida al momento, porque para fracaso el de Dios, que sabiendo más que Lepe, pudiendo más que un tractor oruga y actuando siempre en mayoría, porque yo no sé cómo se las arreglan, pero siempre van juntos: el Padre el Hijo y El Espiritual Santo, y aun con todo, los hermanos mayores Federico Jimenez Losantos, Carlos Herrera y Eduardo Inda no han sido capaces de amar como manda Dios al hermano menor Pablo Iglesias en el corral ese del rebaño que tienen para hacerse el amor, y por si seto fuera poco, el encargado de Dios para asuntos terrenales, el Papa Francisco, todavía va por ahí dejando caer que los marxistas son cristianos. Y otro fracaso rotundo: el de la ortografía, que con el tiempo que lleva funcionando y siendo enseñada a todos desde temprana edad aun queda gente que no sabe escribir bien y no saben que huevos lleva h, porque se refiere a huevos de hombre, mientras que si son de gallina, pava real o político bien avenido con escribir uevos es suficiente. Por socialismo se entiende la socialización de todos los medios de producción, la cuchara de comer, los zapatos, la bicicleta, la casa, el sofá, etc., eso no, sino los medios de producción social, sometidos a la dictadura del proletariado, que yo no sé si lo sabe Carlo Formenti, pero el proletariado son los trabajadores, que son la inmensa mayoría de la sociedad, los que deciden democráticamente lo que se hace y lo que no, y no un partido político. Un sistema socialista así no se ha dado en ningún sitio. Se han iniciado procesos para la implantación del socialismo, como por ejemplo, en Rusia en 1917, pero fue abortado por distintas razones y motivos, pero eso no se puede denominar fracaso. Con La caída del Muro de Berlín no cae el comunismo de la Unión Soviética, lo que cae es el capitalismo monopolizado y burocratizado de la Unión Soviética. El socialismo no se puede instaurar pro decreto ni de un día para otro, su construcción responde a un proceso histórico, que yo personalmente, basándome en lo que dice la antropología, lo fijo en tres generaciones. Propone Carlo Formenti como cosa novedosa engancharse al populismo, pero hombre de Dios, si eso del oportunismo, la chabacanería social y la indigencia intelectual, que en esencia es lo que podría definir al populismo, es más viejo que la Tana y además, no resuelve los problemas de los trabajadores. Yo creo que es mucho más novedoso poner en marcha los Círculos de Podemos; las Asambleas locales de IU y las Agrupaciones locales del PSOE, y por añadidura constituye una vacuna para que no se resfríen los dirigentes. De modo que cómo podría haber muerto el socialismo si todavía no ha visto la luz.


¡El socialismo ha muerto! ¡Viva el socialismo!



Carlo Formenti

¡El socialismo ha muerto! ¡Viva el socialismo! plantea que las organizaciones tradicionales de la izquierda han asumido definitivamente el neoliberalismo y las consecuencias de la globalización. Según el autor, tras unos tímidos intentos de modificación –que no fueron más allá de la expresión verbal–, el capitalismo está más robusto que nunca, con las élites enriqueciéndose aún más mientras sigue aumentando la desigualdad.

Propuestas
Para frenar esa tendencia Formenti propone soluciones drásticas como el regreso al Estado-nación, el abandono de la Unión Europea o la recuperación de una moneda propia, y para ello propugna el protagonismo político de un populismo de izquierdas. Posiciones discutibles para el poder político establecido, pero que conviene tener en cuenta, ya que hay síntomas evidentes de que, tanto por la derecha (Trump, Boris Johnson) como por la izquierda (Bernie Sanders) el populismo gana adeptos.
Para Manolo Monereo, prologuista del libro, el libro de Formenti «expresa muy bien esta idea de indagación, de investigación». Y añade: «En él hay lecturas, intervenciones, tesis políticas que construyen un mapa de problemas y que sugieren salidas que, una y otra vez, aparecen en un texto problemático y problematizador. Hay también ajustes de cuentas en el mejor sentido, es decir, autocrítica de la tradición de la que se viene y, sobre todo, ideas-fuerza para la construcción de un proyecto alternativo.»
El socialismo, tal como lo hemos conocido, ha muerto definitivamente. Es preciso construir un nuevo proyecto que, partiendo de la derrota, genere un imaginario y una estrategia capaces de crear hegemonía social en torno a una alternativa a la sociedad capitalista realmente existente. No se trata de fabular nuevos proyectos o realizar sesudos análisis sobre las contradicciones que llevaron al fin del viejo socialismo. Esto hay que hacerlo, pero hay que ir más allá propiciando prácticas sociales, propuestas políticas viables que construyan un bloque social alternativo.

– Extracto del prólogo de Manolo Monereo.


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sábado, 15 de agosto de 2020

Sin ningún tipo de colorines el capitalismo es un modo de producción histórico (y por tanto tiene que desaparecer por las mismas razones históricas que desaparecieron los anteriores modos de producción al capitalismo, pero no porque me guste a mi o me deje de gustar, sino porque tiene unas leyes de funcionamiento propias que le conducen a su fin). Es decir, que el capitalismo es una forma de producir con el único propósito de hacer crecer los capitales invertidos, basado en la explotación del trabajo asalariado, o sea, que una minoría que posee los medios de producción bajo muy diferentes y complejas formas, en algunos casos, explota económicamente a los que sin poseer los medios de producción se ve necesariamente obligados a vender lo único que tienen, su fuerza de trabajo, mediante un salario, a los propietarios de los medios de producción. Cierto es que esto es un concepto marxista que nace a mediados del siglo XIX, y que esta tan pasado de moda, para los enemigos de la clase trabajadora y para los ignorantes, como que junto a la explotación económica, hay que sumarle la explotación política y la explotación ideológica. Respecto de la explotación ideológica, yo no sé si les suena el coronavirus, pero es un instrumento de explotación ideológica novissimo y potentísimo de una efectividad como yo creo que ha habido pocas en toda la historia del capitalismo (no se entra ahora en lo relativo a la salud del coronavirus, sino en su contenido ideológico). El Dios entero y verdadero del capitalismo (con monarquía o sin monarquía es el dinero), que por lo primero que empieza es por la destrucción espiritual del ser humano impidiéndole el desarrollo pleno de todas sus facultades, tanto materiales como espirituales, y por supuesto, por el medio ambiente, que también destruye. Junto a la forma de producir capitalista, que constituye su estructura económica, se encuentra también una estructura política, que es la encargada de regular la relación de los sujetos con las cosas y la de los sujetos con los sujetos mediante una serie de leyes que elaboran unos pocos (por muy archipirulí que sea el sistema democrático capitalista), mediante cuyas leyes se asegura que la exigua minoría capitalista pueda explotar económica, política e ideológicamente a la inmensa mayoría de la población, en la que se hayan incluidos los trabajadores asalariados. Y junto a la estructura económica y política se halla la estructura ideológica, que en esencia es un acuerdo social mayoritario para dar por buena tanto la estructura económica como la estructura política, a lo que contribuye la escuela, la universidad, los medios de comunicación, etc., haciendo ver que el capitalismo es la forma natural de producción en el ser humano, que es inamovible, y que todo aquel que se atreva a cuestionarlo es un chico malo, que por malo se meara en la cama todas las noches, por tanto, es un meón, o sea, un rojo asesino, criminal, de estos que se come dos niños crudos en el desayuno todos los días (De ahí la escasez de niños en cualquier barrio en el que viva un rojo). De modo que el capitalismo está constituido por tres estructuras: la económica, la política y la ideológica que forman una unidad indisoluble y que son las que garantizan las relaciones violentas de explotación por parte de unos poquitos a la inmensa mayoría de la población. Estos siguen siendo conceptos marxistas (También pasados de moda para los enemigos de los trabajadores y los ignorantes, pero que no pueden estar más presentes de lo que están ni ser más evidentes de lo que son), gracias a los cuales es posible conocer las leyes de funcionamiento del capitalismo (¡Y que no hay otros conceptos distintos para conocer el capitalismo, querido mío!) Y, ¿es posible un capitalismo verde? ¡Por supuesto que es posible un capitalismo verde! Pero es posible para que al trabajador le den por el culo veinte veces: 19 veces con el capitalismo tradicional + 1 vez con el capitalismo verde. Y, qué hacer ante esta situación, pues como no abras los ojos para que puedas ver lo bien que defiende el artículo que sigue la explotación del hombre por el hombre (premeditadamente o no), a pesar de toda su aparente carga de buenas intenciones, y no te pongas a leer y a hablar con tus vecinos y la gente más cercana que tengas para ver cómo se sale de esta situación (Porque poder se puede, pero no de un tirón ni porque yo lo diga), vete poniendo en posición mirando para Toledo que te va.



¿Es posible un Capitalismo Verde?



"¿Seremos capaces de descubrir un nuevo arte de vivir? Arte de vivir en solidaridad, no en competencia, vivir en fraternidad y en cooperación. Arte de vivir disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni destrozarla", se pregunta el autor

Lamarea.com
12 agosto 2020


La gravedad de la crisis sanitaria creada por un microscópico virus es algo que debemos tomar muy en serio y poner todo lo que esté de nuestra parte para evitar los contagios, pero no debe hacernos olvidar que la gran crisis que amenaza a la humanidad es el cambio climático. Tanto es así que las Naciones Unidas han convocado numerosas conferencias y reuniones para abordar este problema. A la Cumbre del Clima (COP25), que se celebró en Madrid en diciembre del año pasado asistieron 50 jefes de Estado o de Gobierno y representantes de los principales organismos internacionales. 

No cabe duda de que son los políticos los que tienen que adoptar las medidas más importantes necesarias para enfrentar la crisis climática. Lo que pasa es que, por muy jefes de gobierno que sean, no tienen plena libertad para tomar decisiones. Están condicionados desde dos ángulos muy distintos: por un lado tienen que agradar a los ciudadanos de sus países para que los voten; y, además sufren las presiones y las amenazas del poder económico: la banca, las empresas multinacionales, las grandes fortunas… 

Un llamativo ejemplo de esta influencia de las empresas fue ver a Endesa, considerada la empresa que más gases de efecto invernadero emite en España, como una de las principales patrocinadoras de la COP25. También pudimos ver que, en buena parte de los medios de comunicación, las informaciones sobre la cumbre estaban intercaladas con anuncios que empujaban a los lectores a lanzarse a la fiebre consumista de las compras navideñas.

Lo que también debemos tener muy en cuenta es que en este poder económico encontramos igualmente dos posturas distintas: por un lado el negacionismo demencial al estilo Donald Trump, y por otro la postura, mayoritaria, de los que ven totalmente imposible negar la realidad de la crisis climática, pero rechazan los cambios radicales que serían necesarios para hacerle frente. Ante esto, lo que plantean son cambios más bien cosméticos: pintar de verde el desarrollismo insensato que nos está llevando a la catástrofe. Buenas palabras y buenos propósitos sin obligaciones concretas. 

De todas maneras piensan que, además de ponerse la chaqueta verde, algo habría que hacer… pero siempre que sea negocio. En el dominical de El País Carlos M. Duarte escribe:
“Las grandes corporaciones han visto en los impactos de un cambio (climático) desbocado un riesgo para la estabilidad de sus inversiones y ahora consideran que la acción contra el cambio climático y, de manera más general, los objetivos de sostenibilidad de Naciones Unidas son buenos para sus expectativas de negocio. Los mercados apuestan claramente por la transición ecológica. La codicia es, en grado último, el motor más potente para buena parte de la sociedad, su “sueño americano”: el botón de encendido del emprendimiento. Mientras mejores sean las perspectivas de negocio en torno a tecnologías e inversiones que ayuden a mitigar el cambio climático, más rápidamente crecerá nuestra capacidad de alcanzar los objetivos del Acuerdo de París”. 

Me parece que el ‘sueño americano’ es la quimera de conseguir arreglar lo del cambio climático movidos por la codicia. Una codicia que, efectivamente, es consustancial al capitalismo, y que lleva a explotar sin medida todo lo que se pone a su alcance, incluida la naturaleza. La naturaleza no es competitiva, los bosques se dejan arrasar sin la menor resistencia, lo que pasa es que luego nuestros nietos se beberán la arena del desierto. Un clima apto para la vida es un bien común, y para el capitalismo lo que importa son los bienes privados. Si el clima no se puede privatizar, no interesa. La defensa de un bien común la tenemos que pagar entre todos, y las empresas capitalistas solo intentarán es hacer negocio con esa defensa.

Por otra parte, si miramos el imaginario colectivo del capitalismo, uno de sus puntos fundamentales es conseguir el bienestar a través del consumo. Consumo de toda clase de bienes y servicios, más costosos cuanto mayor sea la capacidad económica del consumidor. Un ejemplo bien claro lo tenemos en la nave aeroespacial privada que fue lanzada recientemente por un multimillonario americano. Uno de sus objetivos es llegar a promover un turismo aeroespacial. ¿Nos podemos imaginar los recursos consumidos en un paseíto por el espacio? Los beneficios de las empresas ‘cuidadoras’ del clima ¿se invertirían en algo diferente si se consigue un mayor consumo? El cacareado desarrollo tecnológico, ¿va a conseguir que los materiales necesarios para nuestro consumo salgan de la nada y vuelvan a la nada? Naciones Unidas ha propuesto 17 puntos como Objetivos del Desarrollo Sostenible. Sólo en uno se menciona el consumo; habla de producción y consumo responsables. ¿Qué quiere decir, o qué no quiere decir eso? ¿Es responsable nuestra forma actual de producir y consumir?

Y los pueblos, los que podemos cambiar a los gobernantes con nuestro voto ¿qué hacemos? La gravedad de la crisis climática ha llegado a todos. Una y otra vez el mundo científico nos avisa de que vamos por muy mal camino, que nuestro estilo de vida, nuestra forma de producir y consumir nos lleva a un colapso medioambiental. ¿Por qué nos quedamos quietos ante este panorama? ¿Nos conformamos con pequeños gestos, que son necesarios, desde luego, pero no pasan de ser “el chocolate del loro»? ¿Nos hundimos en el fatalismo de que no hay nada que hacer? ¿O estamos tan dominados por la mentalidad capitalista que no podemos imaginar un camino hacia una vida plenamente satisfactoria que no pase por el consumismo? ¿Seremos capaces de descubrir un nuevo arte de vivir? Arte de vivir en solidaridad, no en competencia, vivir en fraternidad y en cooperación. Arte de vivir disfrutando de la naturaleza, sin esquilmarla ni destrozarla. ¿Seremos capaces de hacerlo? ¿Cómo empezamos? 

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viernes, 14 de agosto de 2020

El que avisa no es traidor. El que avisa es un tigre. Yo soy un tigre y, con todo el dolor de mi corazón me lo tengo que comer. Lo siento mucho, así que tire usted por donde quiera. No soy un dulce Rodolfo como el de Mari Carmen y sus muñecos, que era un leoncito, sino tigre total, que para eso lo dijo Lola Flores: "que tú lo que quieres es que me coma el tigre". Y al asunto, que es tarde y queda mucho tajo por delante. Si yo como tigre que soy y vivo de la explotación económica, política e ideológica de los que viven de su trabajo, ¿A qué fin me está pidiendo que mejore sus condiciones de vida? ¿Acaso no le he dicho que me lo voy a comer? Pero señor mío si es lo primero que le he dicho. Si lo mío es destrozar el planeta y a mi padre si se cruza en el camino para poder vivir de la explotación de los que trabajan, ¿Qué significa eso de mandarme a mi a que componga lo que estoy descomponiendo? Pero criaturita mía, si yo lo que le estoy diciendo es que me lo voy a a comer, que le voy a dejar la cabeza colgando del primer mordisco que le pegue en el pescuezo, y después a por la paletilla que me lanzo..., ¿Se entera ya de que le estoy diciendo que me lo voy a comer? Puedo no asustarlo (que a mi eso me facilita mucho el podérmelo comer a gusto) y dejarlo que con una lata de pintura (pagándola usted, que quede claro) que me pinte las rayas de mi piel, negras como el carbón, como sea de su gusto, verde campo primaveral, por ejemplo, que ahora se lleva mucho, y que en vez de llamarme tigre, que incluso yo reconozco que no es un nombre bonito, me llame eco-mole-Francisquito. Eco, naturalmente, por lo ecológico, que quina mala úlor me da chiquet, esto de la ecología, que una vez es todo; otras nada; mola, porque mola más que un palo de punta, y Francisquito porque San Francisco era amigo de los animales y de algunos políticos de campo a través. Pero que me lo como fijo. Salvo, que, se compre un patinete y eche a correr de mi cuanto pueda y desde ahora mismo . Y comprenda que no le puedo dar pistas para que salga corriendo y se me escape.


La trampa del capitalismo verde

Rebelión
13/08/2020 



Fuentes: Ctxt

Marco Licinio Craso era el hombre más rico de la antigua Roma. Tal era su fortuna que, tras morir combatiendo en Asia Menor, entre los ciudadanos de la República se corrió el rumor de que sus enemigos lo habían matado haciéndole tragar oro fundido para saciar su sed de riqueza. En vida, Craso había utilizado su poder e influencia para acrecentar obscenamente su patrimonio. Una de las maneras fue crear el primer cuerpo de bomberos de la historia, aprovechando que los incendios eran frecuentes entre los edificios de la capital. Pero este cuerpo de bomberos distaba mucho del concepto que tenemos hoy. Cuando se declaraba un incendio, los efectivos se desplazaban al lugar del siniestro y exigían al propietario del inmueble que se lo vendiera a Craso por un precio ridículo si quería que apagaran las llamas. Cuanto más avanzaba el fuego, más bajaba el precio.
Han pasado más de 2.000 años y lo que está ardiendo esta vez es el planeta entero. Las primeras décadas del siglo XXI han sido testigos de la práctica desaparición del casquete polar Ártico y de cómo, año tras año, se baten todos los récords de temperaturas extremas. Como los bomberos de Craso, un grupo de compañías promete ahora arreglar el desastre, eso sí, previo pago. Pero a diferencia de los hombres de Craso, quienes ahora alargan la mano a cambio de apagar las llamas son los mismos que han provocado el incendio.
Durante décadas, las grandes corporaciones energéticas negaron que el cambio climático antropogénico fuese una realidad. Para ello no dudaron en gastar miles de millones en sobornar, perdón, hacer lobbying, a políticos para impedir regulaciones medioambientales, sabotear cualquier avance que amenazara su hegemonía en el sector y utilizar los medios de comunicación de su propiedad para sembrar la duda y la desconfianza. Pero hoy, metidos hasta la barbilla en una crisis climática sin precedentes, la realidad del calentamiento global es innegable para todos salvo para los más fanáticos. Y con la opinión pública finalmente concienciada de la magnitud del problema, buena parte de esas mismas compañías que durante décadas lo negaron o minimizaron ahora se revisten de una pátina de ecologismo y adoptan el discurso de la “responsabilidad compartida”, en la que todos tenemos que aportar nuestro granito de arena. Y cuando dicen “todos” se refieren, claro, a los ciudadanos en forma de subvenciones públicas para que sus empresas rebajen los niveles de emisiones.
Hay un punto ya no cínico, sino plenamente obsceno en el discurso de la “responsabilidad compartida”. Nadie puede negar que nuestros hábitos de vida provocan emisiones de gases de efecto invernadero y que podemos y debemos hacer todo lo posible por nuestra parte para reducir nuestro impacto ecológico. Pero es igualmente innegable que las grandes corporaciones energéticas y los individuos más acaudalados han sido y son los principales culpables de la crisis. Sólo 100 compañías son responsables del 70% de las emisiones, y el 10% de los hogares con mayores ingresos generan varias veces más emisiones per cápita que el 50% de los hogares con menores ingresos. Pero el discurso ha empezado a calar entre la población, y vemos cómo, por ejemplo, los países europeos aumentan los impuestos a los conductores de vehículos diesel, al tiempo que subvencionan con miles de millones de euros de dinero público a las empresas que los fabrican. Vemos cómo, mientras que los hogares europeos son responsables del 25% de todas las emisiones (y aquí está incluída la energía que utilizan), pagan el 49% del total de impuestos medioambientales. Esto no es responsabilidad compartida, es entrar en un restaurante y que uno pida bogavante para comer y otro un café con leche y pretender que se pague la factura a medias. Una cosa es tomar conciencia y responsabilizarse del impacto que tienen nuestras acciones y nuestro estilo de vida sobre el ecosistema, y otra muy diferente pagar por los excesos de quien, pudiendo haber evitado el desastre, no quiso hacerlo
Fuente: Oxfam
Los apologistas del capitalismo, como zelotes fundamentalistas, aseguran que sólo el libre mercado puede dar solución a todos los problemas, incluido este. Pero lo cierto es que las corporaciones energéticas conocían la magnitud de la tragedia que se avecinaba desde los años 80, y no hicieron nada. Ninguna mano invisible bajó del cielo para hacer que las compañías empezaran a recortar sus emisiones y a realizar la transición hacia fuentes de energía renovables y no contaminantes. Muy al contrario, pisaron el pedal de la polución a fondo. Desde que se creó el Protocolo de Kyoto, allá por 1997, se han generado más del 50% de todas las emisiones antropogénicas de CO2 de la historia. Si en 1987 el 81% de toda la energía del mundo provenía de los combustibles fósiles, treinta años después ese porcentaje es… el 81%. En ese lapso de tiempo, las cuatro mayores compañías energéticas amasaron unos beneficios de más de 2 billones de dólares. Y ahora se aprestan a exigir subvenciones a cambio de transformar su modelo energético. No sólo eso, algunas presumen de ello mientras afean al ciudadano de a pie sus hábitos de consumo.
El coste que supondría acabar con la mayoría de emisiones de gases de efecto invernadero es alto. Se estima que pasar a un modelo energético en el que las energías renovables proveyeran el 80% de la energía costaría unos 15 billones de dólares. En total, la factura resultante de reducir las emisiones netas a cero podría ascender hasta los 50 billones de dólares, según un estudio de Morgan Stanley. Puede parecer una suma extraordinaria, pero palidece ante la cifra de lo que supondría no hacerlo. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Nature, reducir las emisiones hasta alcanzar el objetivo de los Acuerdos de París de mantener la temperatura a 1,5-2º C por encima de niveles preindustriales tendría un coste económico de aquí hasta 2100 de más de 600 billones de dólares, pero no hacer nada (bussiness as usual) supondrá un montante que ascendería hasta los 2.197 billones. Para que se hagan una idea, el PIB mundial es de algo más de 87 billones.
La pregunta que toca hacerse ahora no es si hay que pagar esa cifra por arreglar el entuerto, sino quién debe hacerlo. Las grandes corporaciones no dudarán en usar su influencia para presentarse ante el mundo como la única tabla de salvación ante la catástrofe, hablándonos de cómo sólo el sector privado está capacitado para emprender la ardua tarea de la transición energética. Eso sí, utilizando el discurso de la “responsabilidad compartida” para que los estados les rieguen con dinero en forma de subvenciones públicas, y encima les tendremos que dar las gracias por salvar el planeta. Es insultante.
Quienes se hicieron de oro destruyendo el planeta son quienes deben pagar la factura por arreglar lo que todavía se pueda arreglar. Y sí, tienen el dinero para hacerlo. Según el informe de Riqueza Global de Credit Suisse, el 0,6% más rico del planeta acumula casi el 45% de toda la riqueza. Casi 160 billones de dólares. Más que de sobra para lograr los objetivos propuestos sin dejar de ser los más ricos. Y si no quieren quizá sea hora de que los estados tomen de una vez por todas las riendas y nacionalicen las empresas contaminantes, obliguen a quienes más tienen a pagar sus impuestos y creen una alternativa a ese capitalismo salvaje que amenaza ya no nuestro estilo de vida, sino nuestra mismísima existencia. Es cuestión de vida o muerte, literalmente.
Me gustaría ser optimista. Quiero creer que tal alternativa es posible. Pero mucho me temo que volveremos a caer en la enésima trampa de un capitalismo vestido de verde pero con el corazón negro como el carbón.


jueves, 13 de agosto de 2020

Que no hombre, que no. Que los trabajadores no somos tontos. Que los cobardes y miserables jefes de redacción de los medios de comunicación que nos engañan; los presidentes de consejos de administración de la banca y grandes empresas que nos roban y la monería mercenaria a su servicio para que el robo se perpetre, que por un plato y una lenteja son capaces de vender a su propio padre entregando como regalo a su madre; los ocupas de palacios y algunos estados mayores, no son trabajadores. Veamos, hijo: frente; deditos, o sea, dos deditos de frente, ¿cómo puede ser que el trabajador que crea la riqueza del país sea la causa de la ruina de ese mismo país? ¿Veis como ni cuadra ni puede cuadrar? Al país lo arruina quien sin aportar nada útil a la riqueza de la sociedad roba lo que los trabajadores producen, bien sea dándole chupetones a la borrega pública, ya sea por porcentajes h, b, j, q, o, k, k, concesiones, privatizaciones, asociaciones colaborativas publicas-privada, el simple mamoneo del mangui mango o un simple euro que de dinero público que vaya a la Conferencia Episcopal para financiar 13 tv, por poner un caso, que también se puede hablar de todo el dinero público que va a la privativa de los medios de comunicación. ¡Veis como esto último si cuadra mejor! ¿Pero cómo puede haber ni siquiera un trabajador tonto? ¿No se recogen las sandias del campo, no se meten las sardinas en latas con aceite virgen de oliva; no se hacen casas; no se limpian los quirófanos; no se conducen los camiones y máquinas de tren; no se le ponen las ruedas a los automóviles en las cadenas de montaje; no se reparte el butano todos los días ni el correo diario; el profesor no enseña; nadie rellena los estantes en un supermercado, etc., etc., y, ETCÉTERA? Ya me contará alguien, pero que no sea el economista locomotriz del desarme de las pensiones del PP, por favor, cómo podría haber un trabajador tonto si son los trabajadores y no el caballo de Santiago Abascal los que hacen todo el trabajo referido. Será en todo caso, que por lo general los trabajadores no somos conscientes ni de todo el poder que tenemos ni de la importancia que tenemos en la construcción de la sociedad. Pero esto es falta de conciencia y no tontería. ¡Uf!, que alivio. Menos mal que se le ha ocurrido eso de la falta de conciencia, porque a mi ya me estaba acabando la cuerda para seguir escribiendo. Pero esto de la falta de conciencia como no es otra cosa que falta de un conocimiento claro y profundo del papel que cada cual juega en la vida, lo vamos a ir apañando en cuanto empecemos a leer y a hablar con los vecinos y la gente más cercana que cada cual tenga. Y ahora digo yo, ahora que caigo, si un jubilado es un trabajador que ya no puede trabajar por razón de edad, que se ha pasado la vida trabajando, que se ha pasado la vida, mientras trabajó, pagando mes a mes lo que luego habría de ser su pensión, además de los correspondientes impuestos que, además sigue pagando después de la jubilación, ¿me quiere usted decir que es el jubilado el culpable de ese falso supuesto de que los fondos de al Seguridad Social para las pensiones se agotan? Reine la paz entre nosotros porque en esto último no hay gato encerrado. Volvamos al principio: frente y deditos. En esta supuesta falta de dinero para las pensiones, lo que hay es una mentira muy bien elaborada por economistas al servicio de los bancos y aseguradoras como la catedral de Burgos seguida a paso ordinario por diecinueve catedrales más, que hay que desmontar y se puede desmontar porque ya está desmontada, pero claro, no hay más remedio, hay que leer.



¿Existe una deuda histórica con la hucha de las pensiones públicas?

Kaosenlared
 Publicado el Ago 13, 2020

La deuda que ahora reconoce el Tribunal de Cuentas como “costes que la Seguridad Social asumió por cuenta del Estado” sería de 103.690 millones de euros que, si le aplicamos el IPC, en 2019 ya ascendería a 161.000 millones de euros.
 Esta pregunta me la planteaba hace más de dos años en la página web de Attac España. Volví a hacerlo en este diario ese mismo año 2018 en el sentido de si el Fondo de Reserva de la Seguridad Social podría haber llegado a disponer de varias veces el dinero con el que contó en sus mejores momentos.
 Reconocer las deudas
Hace escasos días, a finales de julio de este año 2020, nada menos que el Tribunal de Cuentas ha venido a responder afirmativamente a ambas cuestiones en su informe de fiscalización nº 1381.
Dicha deuda se estima por dicho Tribunal en unos cien mil millones de euros (entre 1989-2013, página 41 del informe). Una cifra impresionante, pues el Fondo de Reserva de la Seguridad Social en su mejor momento (año 2011) no llegó a alcanzar los setenta mil millones (página 46 del Informe). La deuda reconocida supondría, de ser abonada, más que duplicar el mejor monto que llegó a alcanzar el Fondo de Reserva de nuestra Seguridad Social (que hoy languidece con apenas cinco mil millones).
Cierto que con esos casi doscientos mil millones el Fondo de Reserva aún estaría por debajo de los quinientos mil millones que podría haber alcanzado de no solo cuantificar como deuda histórica del Estado con la Seguridad Social los gastos sanitarios y de complementos a mínimos (que es lo que ha reconocido el Tribunal de Cuentas en su informe) sino todos los gastos (indebidos) que lleva soportando el sistema de pensiones público y que no son pensiones contributivas.
 Actualizar las deudas
Costes que la Seguridad Social asumió por cuenta del Estado. Fuente: euros corrientes Tribunal de Cuentas p.41, euros de 2013 con INE

 Pues si el Estado tiene hoy una deuda –ahora ya reconocida por el Tribunal de Cuentas– con la Seguridad Social, que fue acumulándose desde 1989 por causa de haberse ahorrado unos gastos que ésta no debía soportar (sanitarios y de mínimos), el Estado, de no contar con la caja de la Seguridad Social, tendría que haberse endeudado pagando un interés. O, si se quiere plantear de otra forma, la Seguridad Social podría haber invertido esos recursos de su mayor Fondo de Reserva obteniendo unos intereses sustanciosos. Sin embargo, de una lectura atenta de informe del Tribunal de Cuentas, nada se dice de una cosa ni de la otra.
Si hacemos el supuesto de haber invertido esos fondos en obligaciones del Estado, de haber entrado en el Fondo de Reserva, o bien que el Estado se ahorró (al no tener que endeudarse aún más) unos intereses que tuvo que pagar por las obligaciones que sí emitió, los cien mil millones reconocidos se duplican hasta los doscientos mil. Simplemente aplicando capitalización compuesta a las cifras anuales que entre 1989-2013 estima el Tribunal de Cuentas, con el tipo de interés medio de dichas emisiones entre 2001-2020, que fue en torno a un 5 % según el Tesoro Público.
Alternativamente, a esas mismas cifras anuales en euros corrientes de cada año que ahora reconoce el Tribunal de Cuentas como costes que la Seguridad Social asumió por cuenta del Estado por 103.690 millones de euros (ver el recuadro), si le aplicamos el índice de precios al consumo para consolidarlas en euros del año 2013, pasamos a contabilizar una deuda histórica acumulada de 155.506 millones de euros (un 50 % más), cifra que en 2019 ya ascendería a 161.000 millones de euros.
 Liquidar las deudas
Tiene esto especial interés porque, cómo el tribunal hace esta recomendación al Gobierno “que proceda a efectuar la liquidación efectiva de los gastos no contributivos que fueron asumidos por la Seguridad Social con cargo a sus recursos” (IV.2.1. página 61), es muy importante saber si se trata de cien mil millones (en euros sin actualizar y sin devengar intereses) o de una cifra muy superior, justificada como acabamos de hacer. Todo ello partiendo de la misma estimación de base que realiza el Tribunal de Cuentas.
Más aún si reparamos en que el propio Tribunal sugiere que la liquidación de la deuda de 100.000 mil millones corrientes (cifra sin actualizar por el IPC o por los intereses de su capitalización y demora) se minoraría por las recientes deudas que, en parte a causa de este expolio, se vio obligada nuestra Seguridad Social a contraer con el Estado en los dos últimos años. Nada menos que 24.000 millones entre 2017 y 2018.
Porque es obvio que veinte mil millones de ahora no pueden compensarse con un monto de los mismos millones de los primeros años 90. Ni de euros ni, mucho menos, de pesetas convertidas en euros. Porque aquellos costes asumidos indebidamente supusieron un drenaje de recursos para la Seguridad Social que hoy tendrían un valor doble, ya en unidades monetarias actualizadas por la inflación, ya en su valor de capitalización.
 Coda final
Aquellas cargas indebidas, sobre nuestro sistema público de pensiones, nos permitieron mirar para otro lado en relación al diferencial de seis puntos de PIB (unos 60.000 millones al año) en nuestros ingresos públicos respecto a la UE. Hoy la reforma fiscal es inaplazable, porque el endeudamiento (pasarle la bola a nuestros hijos y nietos) está ya en niveles de alto riesgo y porque, según el Tribunal de Cuentas, debemos reponer aquellas cargas indebidas.
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Albino Prada es miembro de Ecobas y del Comité Científico de Attac España

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miércoles, 12 de agosto de 2020

La bartola está embartolada, quién la desembartolará, y como no la desembartolen Círculos y Asambleas, esto no lo desembartola ni Dios, porque claro, cuando los trabajadores estamos al embartole, o sea, que nos tiramos todo a la bartola (que no se me malinterprete, o sea, que vamos a ver si estamos en lo que estamos, y vamos ver si somos capaces de interpretar bien las cosas), es cuando los jefes se lían a la trifulca enjefaturizada entre sí y de aquellos lodos estas bartolas, porque ya se sabe, las cosas de jefes cosas de jefes son. Pero, ¿los jefes no están para dirigir a los trabajadores buscando la unidad de acción? ¿Entonces qué hacen los jefes de la supuesta izquierda haciéndoles el trabajo a Vox, PP y Ciudadanos? Pues a lo mejor es que hace falta una limpia de jefes. Pero chiquet, hasta para hacer la limpia de jefes hacen falta los Círculos en Podemos y las Asambleas en Izquierda Unida, que lo sepas.



Las izquierdas prosiguen con sus guerras cainitas: un nuevo capítulo andaluz
  • Anticapitalistas e IU protagonizan la enésima trifulca en Adelante Andalucía, que se dirige hacia la ruptura
  • Tras los malos resultados de Galicia y Euskadi de las confluencias de Unidas Podemos, siguen copando titulares los conflictos internos
Sato Díaz
Cuartopoder.es
El miércoles, 12 de Agosto de 2020

Teresa Rodríguez, de Anticapitalistas, y Toni Valero, coordinador general de IU Andalucía. / EFE

Actualización a las 13h del 12/08 con la aclaración de IU sobre la acusación relacionada con el dinero de las diputaciones de Huelva y Málaga
Con agostidad y alevosía. La enésima bronca en el seno de la confluencia Adelante Andalucía vuelve a copar titulares y a llevarse el foco de atención. En plena pandemia y su derivada crisis económica y social, las izquierdas siguen dando protagonismo a la trifulca, con sus batallas internas cainitas y se tiran los trastos a la cabeza. Esta vez, otra vez, el turno de Adelante Andalucía, formación inmersa en una dinámica interna que se dirige, cada vez más evidentemente, salvo giro de guion inesperado, hacia la ruptura. Mientras, la Junta de PP y Ciudadanos se sostiene con el apoyo de la ultraderecha de Vox.
De un lado, Podemos, bajo la dirección de Martina Velarde, e IU, de Toni Valero; del otro, Anticapitalistas, de Teresa Rodríguez, junto a las fuerzas andalucistas Primavera Andaluza, Pilar González, e Izquierda Andalucista, Pilar Tavora. El último episodio estallaba ayer, cuando IU denunciaba que Anticapitalistas se había apropiado de las claves de las redes sociales de Adelante Andalucía y expulsado a los técnicos de comunicación de IU, quienes también las gestionaban, de las mismas.
Desde Anticapitalistas, acusan a IU, al mismo tiempo, de apropiarse de 90.000 euros derivados de las diputaciones de Huelva y Málaga, algo que desde IU niegan, como se puede leer al final del artículo. Disputas internas que, sin embargo, se airean en público, síntoma de que la ruptura es una opción cada vez más cercana. La opción de solucionar los problemas domésticos en casa no se contempla. Un conflicto que, si no se soluciona antes, tiene visos de acabar en los tribunales para dirimir quién es el dueño de la marca Adelante Andalucía, la confluencia que consiguió 17 diputados, un 16% del voto, en las elecciones autonómicas de diciembre del 2018.
“Tras la apropiación indebida de la marca Adelante Andalucía, Anticapitalistas hace lo propio con los perfiles de la coalición en redes sociales, una herramienta fundamental para su proyección pública”, denuncia el comunicado de IU. “IU Andalucía expresa su respeto por quienes han decidido que su proyecto político es otro, con las puertas abiertas a un posible reencuentro. Del mismo modo, expresa su voluntad férrea de defender el proyecto colectivo de Adelante Andalucía”, añaden, concluyendo: “Adelante Andalucía no es Adelante Andalucía sin Izquierda Unida y Podemos”.
Por parte de Anticapitalistas, aseguran que a la reunión celebrada el lunes de la confluencia, “Podemos e IU ya traían acordada la ruptura”. “En los días anteriores, IU ha sacado sin avisar dinero de las cuentas de diputación de Huelva y Málaga pertenecientes a Adelante, así han empezado con la ruptura en las diputaciones”, denuncian. “La propuesta de consenso de anticapitalistas y andalucistas era acordar un calendario de debate para resolver sujeto propio andaluz en el Congreso, política de alianzas en la Junta, reglamento de funcionamiento y partido instrumental, es decir lo político y lo organizativo a la vez, pero no han querido”, prosiguen los anticapitalistas. “Se han negado a cualquier opción que no fuese el ultimátum de la retirada del partido instrumental sin condiciones”, dice la versión de los de Teresa Rodríguez, prosiguiendo: “La intención de IU y de Podemos con esto es evitar que Adelante Andalucía pueda volver a presentarse a las elecciones”.
El coordinador general de IU, Valero, cree que la actual “situación de bloqueo” se debe a que “no hay rectificación de Anticapitalistas por anomalías democráticas” y recuerda que “Anticapitalistas no es de las fuerzas fundadoras de Adelante Andalucía, como Podemos e IU, y que Anticapitalistas ha registrado la marca y no la quiere mancomunar”. Cuando Podemos e IU fundan Adelante Andalucía, de cara a los comicios de 2018, Rodríguez era la secretaria general de Podemos Andalucía. La apuesta del coordinador general de IU, hoy en día, es “darnos un tiempo”, hasta septiembre, para seguir con las negociaciones. “Seguimos con la mano tendida y voluntad de diálogo, que no se den por rotas las negociaciones, queremos seguir hablando y dialogando por la responsabilidad histórica que nos ocupa”, asegura.
Por otra parte, Rodríguez lanzaba un vídeo conjuntamente con González, dirigente de Primavera Andaluza, y Tavora, de Izquierda Andalucista. “Estamos tres de las cuatro fuerzas fundadoras”, comenzaba su intervención, obviando a Podemos y reclamando, también, una “vuelta a las negociaciones”. “La izquierda no puede permitirse el lujo de separarse y mirarse el ombligo”, reclamaba Tavora. “Ahora que se van a repartir fondos de la UE, reconstruir las bases socio-económica necesitamos un sujeto político sin ningún otro amo ni ama que la ciudadanía de esta tierra”, hacía lo propio González.
Y es que más allá de la polémica interna y organizativa, hay un debate político de fondo que tiene que ver con dos variables, principalmente. Por un lado, con la postura que ha de marcar Adelante sobre compartir gobiernos con el PSOE, tal y como hace Unidas Podemos a nivel estatal, o no entrar en ellos, una línea roja para Anticapitalistas. De hecho, el pasado mes de febrero, Iglesias y Rodríguez escenificaban su ruptura con un abrazo. La andaluza, y todo Anticapitalistas, dejaría Podemos más tarde criticando la coalición gubernamental entre Sánchez e Iglesias.
La otra variable que separa a los dos proyectos tiene que ver con la creación de un sujeto político propiamente andaluz, algo que Rodríguez siempre ha reclamado y que la dirección de Iglesias ha negado para Podemos Andalucía. Este debería, en opinión de Rodríguez, tener presencia propia en el Congreso de los Diputados, así como En Comú Podem o Galicia En Común dentro del grupo confederal de Unidas Podemos y, al mismo tiempo, tener una independencia organizativa de las direcciones estatales o federales de partidos como Podemos e IU, algo que también ocurre con los comunes catalanes liderados por Ada Colau. Son dos estrategias de calado que llevan a dibujar en el horizonte la posibilidad de dos estrategias y proyectos políticos distintos en vez de uno.
Este nuevo episodio estival andaluz se enmarca en un momento difícil en lo electoral para Unidas Podemos y confluencias. Los resultados de Galicia y Euskadi de los comicios del pasado mes de julio supusieron un jarro de agua fría para estas izquierdas que veían cómo un reguero de votantes apostaban por opciones soberanistas de izquierdas, BNG y EH Bildu, en vez de volver a depositarles la confianza. La autocrítica, poca, que salió entonces desde las direcciones estatales de Podemos e IU estuvo relacionada con la mala implantación territorial y culpaba a los numerosos conflictos internos en ambos territorios. La senda andaluza parece dirigirse a los mismos derroteros, la autocrítica postelectoral que no se materializa en cambios en la forma de encarar los conflictos en el seno de las organizaciones.
En otro sentido, el aumento en el apoyo electoral de fuerzas soberanistas como BNG y EH Bildu que no se referencian en Madrid hace que distintas fuerzas de izquierdas acentúen su perfil específico territorial, en un momento en el que la cuestión territorial sigue sin estar, ni mucho menos, solucionada. Este es el caso evidente de Compromís, en el País Valencià, y también del andalucismo. Por último, llama la atención cómo en un momento especialmente crítico en lo social y económico, por la pandemia de covid-19, la política sigue priorizando debates internos, la metapolítica, la política parnasiana, la izquierda parnasiana. Los políticos roban espacio a los problemas de la ciudadanía.
IU: "Es rotundamente falso que IU haya "vaciado" ninguna cuenta de Adelante"
Desde IU Andalucía han contactado con cuartopoder para negar las acusaciones que ayer vertían desde Anticapitalistas sobre ellos. Estos, sin embargo, se mantienen en la acusación: "El dinero de Adelante es de Adelante. Esto no lo decimos nosotros, lo dice la ley. El criterio que se ha seguido para su reparto era siempre conforme a representación institucional, en cualquier caso. Y la retirada de dinero ha sido unilateral", alegan desde las filas de Rodríguez.
"Es rotundamente falso que IU haya "vaciado" ninguna cuenta de Adelante en las provincias de Málaga y Huelva", aseguran desde IU. Y explican que "existe un protocolo financiero firmado entre las fuerzas coaligadas en Adelante Andalucía nivel provincial y autonómico", es decir Podemos e IU. "La única novedad es que la dirección de Podemos Andalucía ya no reside en Anticapitalistas tras haberse marchado voluntariamente de tal organización", por lo que Anticapitalistas no recibe el dinero de las diputaciones porque ya no forma parte de uno de los partidos que integran, Podemos, según explican desde IU.
"Este presupuesto está auditado por el Tribunal de Cuentas. Cualquier movimiento que no esté sujeto al acuerdo económico sería, por tanto, ilegal y automáticamente detectado por el citado Tribunal", añaden los de Valero. "Anticapitalistas realiza esta grave acusación para intentar justificar y desviar la atención sobre la usurpación de Adelante Andalucía, registrando el partido instrumental hace nueve meses y expulsando a IU Andalucía de la gestión compartida de las redes sociales el pasado 10 de agosto", valoran.
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Para no tener miedo hay que espantar a la ignorancia, para lo que no hay nada mejor que los libros; el abrir los ojos; el empezar a hablar con todo aquel que viva o haya vivido de su trabajo y con los que serán trabajadores para determinar de qué parte llega el viento y tratar a Cristo Bendito y a María Santísima de Tú



Prólogo del libro Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI
Un antídoto contra el miedo

Rebelion 
| 11/01/2019 | 
Fuentes: La Tizza
Este texto se publica con la amable autorización de la Asociación Paz con Dignidad
«Un antídoto contra el miedo». Así define el conocimiento Sil­via Federici (2017). Y un antídoto contra el miedo es este libro [1]. Aunque, de primeras, al ir leyéndolo, al acabar de leerlo, pueda parecer lo contrario. Nos obliga a ver el asedio al que están some­tidas nuestras vidas por la rearticulación de la cosa escandalosa que habitamos y, más en concreto, por la nueva oleada de tratados co­merciales. Y saber esto, por supuesto, amedrenta. Pero no paraliza: nos carga de fuerzas motivos para construir un algo diferente. Este trabajo amplía el «marco de lo posible», precisamente porque cuestiona el marco al que nos constriñe el sistema hegemónico. La confianza cambia de bando: de una confianza ciega y suicida en la continuidad de lo ya conocido, a la firme creencia en que las cosas pueden ser distintas. Y es que «nos jugamos demasiado, nos jugamos la vida» (Gil, 2016).[2] Por todo ello, la lectura de este libro es fundamental en el momento que atravesamos. A continuación se apuntan algunos de sus aportes más relevantes; nos hemos centrado en aquellos que resultan especialmente reseñables desde una mirada marcada por el feminismo.
Una urgencia histórica, vista desde la vida
Si somos capaces de salirnos de nuestro minúsculo espacio tem­poral (corto en tanto que vidas concretas, pero mucho más breve aun por la imposición de un cortoplacismo capitalista extremo); si logramos pensarnos como parte de una historia que viene de más largo que unos pocos años y va más lejos de otro puñado de años, podemos entender que estamos protagonizando la fase descendente de lo que en este libro se llama una onda larga capitalista. Si ampliamos aún más la perspectiva temporal, podemos ver que estamos presenciando el fracaso de un proyecto civilizatorio que tiene, cuando menos, quinientos años de recorrido. Eso significa que, aunque el próximo amanecer no nos vaya a mostrar un paisaje repentinamente destruido, sí estamos habitando un final; y un principio de un algo distinto. Sobre todo, estamos habitando una transición. Y esta se da en una situación de colapso ecológico y, por tanto, de emergencia planetaria. Una emergencia que, como dice Jorge Riechmann (2018), intelectualmente defendemos, pero que no llegamos a creernos: «No nos creemos lo que sabemos»; en parte, porque nos falta arrojo; en parte, porque carecemos de «com­prensión de las dinámicas que nos están llevando a la catástrofe».
A suplir esta doble carencia nos ayudan estas páginas. Y lo hacen afrontando un complejo reto: ver la crisis del capital miran­do desde la vida; entender en qué consiste la crisis para el poder corporativo (porque su proyecto surge precisamente del intento de afrontarla), sin pensar que esta sea nuestra crisis. Es la tensión que ya venimos tiempo nombrando: la dificultad de poner la sostenibilidad de la vida en el centro al mirar a un mundo donde son los mercados capitalistas los que están en el centro y es la vida la que está asediada. Así, este trabajo nos da herramientas para entender este momento crítico que enfrentamos (la transición ecosocial) mirando desde la sostenibilidad de la vida. Es un momento crítico para el poder corporativo, pero, sobre todo, es un momento crítico para la vida común. Más aún lo será si el poder corporativo logra completar su proyecto anti-crisis.
El poder corporativo enfrenta un grave y doble problema: la incapacidad del capital para seguir en una espiral creciente de negocio y el fin de la energía abundante y barata (entre otros límites biofísicos). Desde aquí, la pregunta que nos interpela no es si se abrirá una nueva onda larga de acumulación y de si esto puede hacerse en el marco de la crisis ecológica global. La pregunta que nos atraviesa es qué significa esto en términos de sostenibilidad de la vida: si nuestras vidas están sujetas a los mercados capitalistas, en la medida en que estos se hundan, nos hunden. Pero, si se recuperan, lo hacen a costa de nuestras vidas y del planeta; nos hunden definitivamente. ¿Cómo aprovechar su momento de ruptura para emanciparnos, para construir so­beranías sobre la vida colectiva?
Y es que, mirando desde nuestro terreno, el de la vida, y no desde el suyo, el de los mercados, vemos que lo que está en crisis es la vida misma, que esta crisis es multidimensional (ecológica, de reproducción social, política y de sentido ético) y que se enmarca en el fracaso del proyecto civilizatorio de la modernidad capitalista.
No es una crisis procedimental, es una crisis de los principios y objetivos hegemónicos: «Es el conjunto el que falla» (Fernández, Piris Rami­ro, 2013). Vemos también que el problema medioambiental no es resoluble con promesas de eficiencia energética, desmaterialización de la economía cantos adormecedores similares. El problema es cómo afrontar y, sobre todo, cómo distribuir el obligado decreci­miento en el uso de energía materiales y en la generación de resi­duos al que nos obliga el colapso: ¿será un decrecimiento impuesto a quienes tienen la huella ecológica de una mosca, o a los territorios del mundo y los sujetos sociales que viven-¿vivimos?-como si tuvieran otra ristra de planetas en la recámara?
La labor urgente que nos atañe a las perspectivas críticas (emancipadoras, en los términos de este libro) es mirar con va­lentía e intentar encauzar la transición: evitar que la manejen las actuales relaciones de dominación completando su proyecto, nueva oleada de tratados mediante. Y en esta labor colectiva se embarca de lleno este libro.
Desde la economía política, articulándonos contra el capitalismo y más
¿Cuál es el sistema que está en transición y que busca rearticularse? El autor nos habla del capitalismo, estrechamente aliado con «otros dos longevos sistemas de dominación: el heteropatriarcado y la colonialidad». En otros lugares ha usado la denominación de «sistema de dominación múltiple» para referirse a este régimen que es capitalista, pero también heteropatriarcal, colonialista, racista, ecocida… (por eso en ocasiones ironizamos y abreviamos hablando de esa cosa escandalosa). Y argumenta que en él hay una única vida puesta en la cúspide: la vida del BBVAh, sujeto definido por la intersección de esos sistemas de privilegio/opresión: el blanco, burgués, varón, adulto, hetero (y urbano). ¿Cómo abordar en términos analíticos y, sobre todo, políticos la complejidad de este sistema?
Este libro reclama la importancia de leer en clave de economía política y, desde ahí, se abre al diálogo con otras miradas hetero­doxas, ecologista y feminista entre ellas. Utiliza ese enfoque para identificar la dinámica básica de funcionamiento del sistema (la dinámica mercantilización-dominación-expulsión) y los modos renovados en que esta operaría de llegar a completarse el proyecto de rearticulación, merced a la nueva oleada de tratados.
Gonzalo Fernández nos habla del hilo de continuidad entre la mercantilización (la conversión de todo rincón de la vida en potencial nicho de negocio), la dominación (las dinámicas de pri­vilegio/opresión sobre las que se sostiene el negocio) y la expulsión (la exclusión y la aniquilación como modus operandi complemen­tario a la dominación). A diferencia de una mirada economicista, plantea leer este hilo de forma no «lineal y consecutiva», sino en clave «de relación multidireccional». Para poder pensarla así, incorpora herramientas que exceden a la economía en sí y que se abren a las dimensiones que en el libro se denominan política y cultural (además de introducir una lectura de la economía no encorsetada a lo mercantil, sino que avanza en la incorporación de las dimensiones económicas no monetizadas).
En otros términos, podríamos decir que busca entender la co-construcción permanente de las estructuras materiales (econó­micas y políticas, aquellas que organizan los recursos con los que sostenemos la vida y que establecen las decisiones sobre la vida en común) y las estructuras simbólico-discursivas (las culturales, que definen la idea misma de la vida, y de la vida que merece ser sostenida).[3] Si bien es cierto que en estas páginas comienza a ararse del hilo desde lo económico-material, no lo es menos que no se aplica una mirada de causalidad directa y unidireccional (lo económico como determinante de todo el resto) y, sobre todo, que no se hace de manera que queden cerradas otras entradas posibles, sino abriendo espacio para un diálogo con ellas.
Esta apertura es crucial para comprender el funcionamiento complejo de esta cosa escandalosa. Una cuestión clave es entender cómo la apuesta II [4] de «la ampliación de la frontera mercantil a escala global» va a transformar los sentidos comunes y, viceversa, cómo los sentidos comunes que demarcan la frontera de la mer­cancía van a condicionar esta ampliación.[5] Dicho de otra forma, cómo no puede haber apuestas económicas sin cambios culturales o cómo lo cultural condiciona lo económicamente posible.
Pero, especialmente, esta apertura es crucial en términos de lucha política. El mayor riesgo de una lectura lineal-riesgo en el que este libro no cae-es equiparar mercantilización con capitalismo y conflicto de clases; y dominación y expulsión con otros sistemas de jerarquización (básicamente, heteropatriarcado y colonialismo/racismo). Y entender que, o bien de la mercantilización y el capitalismo surgen las formas de dominación distintas a la de clase, o bien que estas se explican solamente por el rol que juegan en el capitalismo. De aquí se ha derivado una tendencia histórica a priorizar lo que se entendían como luchas por la redistribución (la lucha de clases) frente a las luchas por el reconocimiento (luchas identitarias, como la de género o por racialización), viendo estas segundas como derivadas o secundarias; o, peor aún, menospre­ciándolas al considerar que dividen a la clase obrera. En sentido opuesto, otra tendencia histórica ha sido desvincular las luchas por la redistribución del cuestionamiento del reparto de los recursos y, en sentido más amplio, del capitalismo. Creer, por ejemplo, que la no discriminación de personas LGTBI es posible sin cambiar las estructuras económicas profundas, y terminar de alguna forma defendiendo algún tipo de capitalismo rosa.
¿Cómo superar este impasse? En esta publicación se apuesta por recuperar la importancia crítica de la lucha anticapitalista de la clase trabajadora, y en concreto de la lucha contra la nueva oleada de tratados como «buque insignia» del capitalismo del siglo XXI. Pero lo plantea desde una comprensión renovada del capita­lismo, que lo entiende en su interacción con el heteropatriarcado y el colonialismo y que sitúa como conflicto angular el conflicto capital-vida (que incluye y desborda el conflicto capital-trabajo). La propia clase trabajadora es un sujeto político que se construye «vinculando agendas y sujetos en defensa de la vida, a la vez que excluyendo y señalando sin miramientos a los antagonistas que la ponen en peligro».
Podemos pensar el capitalismo como un conjunto de instituciones socioeconómicas (y, cada vez más, tal como este libro muestra, políticas) que permiten acumular poder y recursos en torno al BBVAh, la única vida que globalmente se impone como plenamente humana. Esta vida se garantiza a costa del ataque a la vida del planeta y del ataque a la vida común, materializado en ataques a las vidas concretas de virulencia radicalmente desigual según cuánto nos alejemos de ese BBVAh, llegando al extremo de la expulsión. Lo que se acumula en esta cosa escandalosa no es solo capital o renta, es también poder y prestigio; es todo aquello que dota de sentido pleno a la vida de ese sujeto erigido sobre el resto.
La mercantilización permite la dominación de una única vida (la vida del BBVAh, quien detenta el poder corporativo) sobre la vida del planeta y la vida común (lo que en este libro se denomina la vida de la «clase trabajadora»). Hay injusticia en la distribución de recursos con los que sostener la vida, pero también hay injusticia en el reconocimiento de cuáles son las vidas que merecen ser soste­nidas.[6] Esta disputa es lo que captamos con la noción, compartida por estas páginas, del conflicto capital-vida.
Desde aquí, podemos plantear que el esfuerzo ha de ser convertir toda lucha por el reconocimiento en una lucha por la redistribución y toda lucha por la redistribución en una lucha por el reconocimiento: por lo que peleamos es por reconocer que todas las vidas importan, y que importan igualmente en su diversidad; por tanto, todas han de acceder a recursos para sostenerlas y ninguna es sacrificable por otra superior. Esta com­prensión compleja del capitalismo tiene la potencia de articular luchas diversas sobre la base de problemas comunes, sin negar que nos afectan de forma desigual en función de nuestra posición en ese sistema de dominación múltiple y de nuestra lejanía al poder corporativo.
La espiral mercantilización-dominación-expulsión y la triple dimensión económica, política y cultural son los elementos que este libro aporta para comprender el funcionamiento complejo del sistema a partir del eje vertebrador del capitalismo y, sobre todo, para construir una «agenda emancipadora» que siga una «lógica inclusiva». Otros ángulos de entrada son posibles y necesarios, pero el que el autor nos da es imprescindible.
Huyendo de falsos debates: hay un proyecto
Este trabajo nos ayuda a esclarecer que el propio sistema quebrado está recomponiéndose, tiene lo que Gonzalo Fernández denomina «el proyecto del capitalismo del siglo XXI». Cierto es que este «no es homogéneo», sino que tiene agendas «en disputa». De esta forma, encontramos la versión seductora del «capitalismo más universalista y globalizador» y la abiertamente violenta del «capitalismo más unilateralista y reaccionario». Pero igualmente cierto es que ambas persiguen un objetivo común de mercantilización capitalista global y tienen, por tanto, las mismas funestas implicaciones en términos de asedio directo a la vida.
Estas páginas nos dan herramientas para comprender esa confluencia y desmontar los falsos debates que la nublan, siendo especialmente relevante en el marco de la oleada de tratados la aparente contradicción entre multilateralismo y unilateralismo, mal entendida como una oposición entre librecambismo y proteccionismo. Por un lado, se sitúa la propuesta, en gran parte liderada por la UE, de multilateralismo en la negociación de tratados. Por otro lado y abanderada por los Estados Unidos de Trump, hallamos otra apuesta de corte más unilateral, de defensa de capitales nacionales a la cabeza de esa expansión global. Como estas páginas explican, el capitalismo universalista y el capitalismo de guerra económica son dos agendas pro-sistema tras las cuales hay intereses geopolíticos en disputa: Estados Unidos, China, Reino Unido, Unión Europea… pero, por encima (o, más bien, por debajo) de sus diferencias está el proyecto común, que es el que nos importa desde una perspectiva de sostenibilidad de la vida: el proyecto «multidimensional e integral» de rearticulación económica, política y cultural para «mantener el patrón hegemónico de poder».
Bien sea desde la defensa del capital ya transnacionalizado o de la mayor transnacionalización de los capitales nacionales, en todo caso se trata del poder corporativo que se impone sobre el ataque a la vida común y del planeta.
Esas dos agendas tienen también relatos diferentes. El capi­talismo universalista retiene aún grandes dosis de la estrategia seductora del neoliberalismo de colores, prometiéndonos un juego todos ganan con la expansión global del capital. El capita­lismo de guerra económica parte de la constatación de que esa promesa era inviable y que, más bien, lo que se ha hecho evidente es que en este sistema no cabemos todos. Es un planteamiento de otro tipo: queden entonces dentro los míos.[7] Y este proyecto de expulsión requiere dosis de violencia mucho más explícitas para imponerse.
Vemos así un doble juego entre la seducción y la violencia (o el consentimiento y la coacción, en términos gramscianos más afines a la perspectiva de economía política de este libro), que, en el fondo, son dos caminos complementarios. Esta complementariedad la vemos en la doble apuesta cultural de rearticulación del sistema. La apuesta V por «el fascismo social y el fomento de la guerra entre pobres» nos lleva al relato de los míos, un plantea­miento de salvación colectiva sobre la expulsión del otro y, sobre todo, de la otra. Se trata de una salvación colectiva que pasa por situarse en el orden correcto en base a una estricta jerarquía colonial-racial, de género y de clase. Queda dentro quien pertenece, y pertenece quien acepta la norma jerárquica. Aceptar la norma es asumir una identidad que distingue entre quienes pueden aspirar al éxito propio y quienes han de aspirar al éxito derivado (por su pertenencia a una comunidad que les desborda-la patria, la familia-o por su relación servil con alguien de éxito: el marido, el patrón). Frente a ello, como en un espejo, aparece la apuesta VI de «la emulación del horizonte de Silicon Valley», que ofrece ese horizonte de éxito estrictamente individualizado: en una tierra de oportunidades, si quieres, puedes. El lema de Donald Trump, America first, frente al «eslogan neoliberal del American dream. Dos discursos que por momentos pueden parecer contradictorios, pero que sirven a un mismo proyecto de híper-segmentación social y negación de derechos colectivos.
Además de los falsos debates a desmontar entre muitilateralismo y unilateralismo, librecambismo y proteccionismo, American dream y America first, podemos señalar otro que tiene el género como núcleo de la disputa. Es un debate que estas páginas no abordan directamente, pero al que sí dan cabida. Entre las ama­bilidades que nos ofrece la agenda universalista está su aparente entusiasmo feminista condensado en la promesa de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres. Frente a este discurso, encontramos la profunda animadversión del capitalismo de guerra económica ante lo que despectivamente denominan la ideología del género.
¿Significa eso que, ante un demonio con cuernos, hemos de quedarnos con el ángel igualitario?
En el juego seductor del proyecto universalista, es crucial de­fender que todas y todos hemos de tener las mismas posibilidades de ascenso y éxito (Silicon Valley). La igualdad de oportunidades, lejos de estar reñida con la desigualdad de resultados, la justifica: para un discurso meritocrático, si partimos del mismo punto no hay problema en que lleguemos a lugares distintos, son reflejo de nuestro esfuerzo diferente, lo que nos merecemos. Las críticas femi­nistas a la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres son muchas: que dicha igualdad de facto no existe nunca, sino que es una ficción construida en base al espejo femenino del BBVAh. Que la igualdad relevante es la que abarca todo el proceso (principio, llegada y camino) y llega a todos-todas-todes. Y que eso es inviable en el marco de una cosa escandalosa inherentemente jerárquica.
Un ámbito en el que queda especialmente clara la inviabilidad de la igualdad (de todo tipo) en el marco de este sistema es la necesidad estructural de trabajos ocultos de cuidados, la cara B del trabajo asalariado: trabajos carentes de remuneración, derechos, regulaciones; trabajos que no constituyen ni ciudadanía económica y social ni identidad política; trabajos, por tanto, invisibilizados, cuya inexistencia política permite derivar en ellos la responsabilidad de sacar adelante la vida en un sistema que la ataca. Su invisibilidad garantiza que el conflicto capital-vida desaparezca: los trabajos que lo abordan en toda su crudeza no se ven. Garantiza por tanto cierta paz social. Así, como Gonzalo Fernández nos señala, la profundización en la explotación del trabajo asalariado que trae consigo la nueva oleada, va de la mano de la profundización del expolio de los trabajos de cuidados. Estos trabajos están privatizados (metidos en lo privado-doméstico) y feminizados (constituyen la identidad femenina y se dan en el marco de una división sexual del trabajo que es también una división racializada, internacional y por clase social). El discurso de la igualdad de oportunidades esconde esta desigualdad estructural. El ángel igualitario necesita cuidados ocultos.
Necesitamos desvelar cuestiones que el discurso de la igualdad de oportunidades esconde y que son pilares del sistema.[8] Además del papel angular de los cuidados en el sistema (y de los mecanis­mos que garantizan ese ejército de cuidadoras inmoladas, entre los que están el amor romántico, la maternidad como destino vital y el control del cuerpo de las mujeres), otro aspecto especialmente relevante, aunque aquí no lo profundicemos, es la violencia heteropatriarcal como núcleo duro de la violencia múltiple del sistema (Segato, 2016).
La demonización de la ideología del género (y por tanto la defensa de la domesticidad de las mujeres, de nuestra innata capacidad cuidadora y amorosa) es más bien un espejo que nos muestra con toda su crudeza lo que pretende ocultarse. Las dos agendas tienen un proyecto común de rearticulación del heteropatriarcado. En uno, el éxito de unas pocas (a costa de otras) se nos vende como el éxito de todas; en el otro, se nos insiste en que hemos de mantener el orden: mujeres en su sitio y hombres en el suyo, con pleno cumplimiento de una jerarquía racial y de clase. Para construir esa «agenda emancipadora» y esa «clase trabajadora» inclusiva que la pelee, hemos de dejar claro que nuestra apuesta no es ni la igualdad de oportunidades para insertarse en un sistema desigual ni la defensa expresa de la jerarquía de género. Necesitamos desvelar la dimensión heteropatriarcal del proyecto de recomposición del capitalismo, sacando a la luz elementos clave de lo que podríamos llamar su agenda oculta.
Una lectura (no) técnica de los tratados para la lucha política
Argumentábamos antes que esta cosa escandalosa se impone con un doble juego de seducción y violencia y que, a día de hoy, el componente seductor pierde peso frente a la imposición violenta de un modelo basado en la exclusión, la jerarquía y el despojo explícitos. Pero siempre es preciso un tercer elemento: la articulación de un entramado institucional que dé soporte a las relaciones socioeconómicas y políticas seductora o violentamente impuestas. Y aquí entra esta nueva oleada, que el autor nos propone leer como esa constitución económica global, que metapolitiza definitivamente la mercantilización del espectro completo de la vida.
Al denunciar esa metapolitización estamos denunciando que la mercantilización global se sitúa por encima del debate político, como algo colectivamente (y por tanto políticamente) indiscutible. En otro lugar, Gonzalo Fernández argumenta que la democracia de baja intensidad es constitutiva del sistema de dominación múltiple (Fernández, Piris y Ramiro, 2013). Y que también lo son algunos principios que están tras esos derechos hoy desregulados (la libertad, la igualdad, etc.), pero en calidad de valores débiles frente a los valores fuertes del mercado, aquellos que los tratados de nueva generación erigen en «los diez mandamientos corporativos». Esa metapolitización que trae consigo la nueva oleada no sería entonces sino un paso más en el debilitamiento de lo que podríamos denominar la cara amable de la Ilustración. Pero son el paso definitivo.
Que estamos frente a una auténtica oleada queda claro al leer estas páginas. Así como quedan claros los elementos de continuidad con el proyecto globalizador previo y los elementos de ruptura. El hablar de nueva no debe llevamos a confusión. Esta oleada no es nueva en términos de su objetivo. Pero sí lo es en términos de su estrategia, que es más gradual y menos multilateral; y de la agresividad con que se impone. Esta viru­lencia se percibe en su contenido: más agresivo, por ejemplo, al vincular directamente comercio e inversión; y al revertir el criterio de inclusión (se incluye por defecto todo aquello que no está expresamente excluido). Se ve también en la forma de negociación: más opaca y más bilateral, con lo que la desigualdad relativa entre países a la hora de negociar cobra mayor relevancia que en la anterior oleada (donde países menos poderosos podían intentar reforzarse conjuntamente).
Leer esta oleada en continuidad con la previa nos permite entender que la economía global que enfrentamos hoy es la que se configuró merced a la anterior oleada. Así, por ejemplo, la destruc­ción de las economías campesinas, asediadas por el agronegocio, no se inicia ahora, sino que se apuntala. La desregulación de los mercados laborales y la precarización del empleo no surgen,[9] sino que se profundizan a escala global. Pero leer las oleadas en conti­nuidad nos posibilita algo si cabe más relevante: aprender de cómo se articuló la resistencia a la primera para enfrentar la actual. Y, en ese sentido, este libro está escrito en claro aprendizaje histórico, como muestran varios de sus puntos de partida.
Por un lado, Gonzalo Fernández nos alerta de que los tratados no han de leerse en clave de países enfrentados, sino de pueblos frente a poder corporativo. Esto, que siempre fue así, es hoy si cabe más obvio, dado que la renovada oleada se da en el marco de un proceso de periferización del Centro. La pregunta no es qué país va a salir más beneficiado o perjudicado por la firma de un tratado en el marco de una geopolítica neocolonialista, sino de entender quién domina el proceso de acumulación en cada país y a escala global. Con ello buscamos comprender el significado de los tratados en términos de sostenibilidad de la vida común (cuánto de la vida en común va a morir para garantizar la vida de quienes detentan el poder corporativo).
Abordar de esta forma la oleada nos abre nuevas posibilidades de alianzas políticas, pero no nos ahorra complejidades. En la lucha contra la anterior oleada, un aspecto que sorprendió a quienes se resistían desde el Sur Global (y que reforzó su lucha) fue ver la pobreza en el Norte Global, la falsedad por tanto de ese sueño del éxito. ¿Cómo compaginar esta constatación a la par que no olvidamos que los modos de vida instalados en el centro, aunque no son accesibles para todas quienes habitamos ese lugar, sí se basan en la desigualdad global? ¿Cómo abordar esta nueva oleada entendiendo que es una amenaza común, sin escamotear el problema de que la afrontamos desde posiciones radicalmente distintas en este complejo entramado global de sistemas de opre­sión/privilegio? ¿Cómo, en los términos de este libro, construir esa clase trabajadora a escala global?
Por otro lado, en estas páginas se nos invita a comprender los impactos de la nueva oleada, pero no desde la clave de que estos po­drían ser positivos o negativos; ni desde la perspectiva de que pueden introducirse cambios o cláusulas que aseguren que no nos dañan, sino que garanticen sus efectos beneficiosos. Los tratados son una herramienta de un sistema que, primero, es inherentemente insostenible e injusto, por lo que solo cabe una enmienda a la totalidad de los mismos. Por eso la «radicalidad» de la agenda emancipadora. Segundo, en tanto que herramienta, no son el problema en sí mismo: si se logra que un tratado no se firme, esta cosa escandalosa buscará otros modos. De hecho, la estrategia innovadora actual es una búsqueda de un nuevo modo cuando el anterior, basado en instituciones multilaterales como la OMC o el AMI, ha fallado. Esto significa que la lucha política no puede ceñirse a ir contra la nueva oleada, sino que la resistencia (¡fundamental!) a firmar un solo tratado más ha de ser parte de una lucha política mucho más amplia que actúe en una multiplicidad de frentes y niveles.
Por último, este libro logra un complejo equilibrio entre lo técnico y el accionar político. Como en otro lugar hemos alertado (Pérez Orozco, 2018), el trabajo experto de comprensión de los tratados es fundamental, pero hay riesgos en sobredimensionarlo. Lo relevante de conocer los tratados y sus posibles impactos no es saberse los tecnicismos, sino poder alimentar la lucha política. Gonzalo Fernández huye de esos tecnicismos. Su trabajo nos per­mite conocer detalles, vincular aspectos aparentemente inconexos y descifrar complicados enunciados para saber qué está en juego y cómo se está jugando la partida. Lo que tienes entre manos no es un texto rebuscado y cuasi incomprensible al que mirar, en el mejor de los casos, de forma tan reverencial como lejana (¡qué listo hay que ser para entender y contar cosas tan complejas!). Por el contrario, es un libro franco, que explica con relativa sencillez un proceso muy complejo, abriéndonos así el «marco de lo posible» al comprender cómo nos atraviesa la vida esa cosa distante llamada TTIP, CETA, TISA o TPP.
Es un libro en el que, volviendo al inicio de estas páginas, el conocimiento funciona como antídoto contra el miedo. ¡Que os aproveche la lectura!
Notas:
[1] Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate. Mercado o democracia. Los tratados comerciales en el capitalismo del siglo XXI. Icaria editorial, s. a., Barcelona, 2018.
[2] Silvia L. Gil se refiere aquí a las movilizaciones contra la violencia machista, pero consideramos que esta idea es igualmente aplicable en el caso que nos concierne, entre otras cosas, porque el proyecto de rearticulación del sistema sobre el que este libro nos habla es un proyecto heteropatriarcal que tiene en la violencia un pilar central.
[3] Lo que Butler (2009) denomina «marcos de intelegibilidad» de la vida.
[4] Para conocer estas apuestas, véase la página 53 de este libro [N. de la Ed.]
[5] Por poner un ejemplo, esta interacción mercantilización-dominación, material-discursivo la hemos visto claramente en el proceso de mercantilización de la vida íntima (Hochschild, 2003). Con este término nos referimos a la apertura de nuevos nichos de negocio en el ámbito del trabajo doméstico y de cuidados. El sector de los cuidados ha estado históricamente caracterizado por lo que se ha denominado la «enfermedad del coste», esto es, la imposibilidad, más allá de un umbral, de generar incrementos constantes de productividad a costa de sustituir trabajo por capital. Esta imposibilidad se ha compensado vía explotación de la ética del sacrificio de las trabajadoras, que se les impone en tanto que mujeres y en tanto que sirvientas. En otros términos, la generación de nuevas éticas reac­cionarias del cuidado neoserviles ha sido fundamental para permitir el proceso de mercantilización de la vida íntima.
[6] Gonzalo Fernández se suma al planteamiento de Fraser (2015) de que podemos distinguir las dimensiones de distribución (reparto de los recursos), reconocimiento (ejercicio de identidades diversas) y representación (política). Este triple marco de distribución, reconocimiento y representación está en total concordancia con la triple dimensión económica, política y cultural que utiliza este libro. De aquí se deriva una comprensión de la lucha por la subversión del sistema que ha de combinar todas ellas.
[7] De nuevo, el masculino es ex profeso, para señalar el carácter heteropatriarcal de estos relatos.
[8] Antes bien, es un discurso que ha servido para legitimar políticas cuyo impacto en términos de igualdad han sido nefastos, pero que han podido ser muy lucrativos para un grupo selecto de mujeres (por ejemplo, al introducir ciertos derechos de conciliación de la vida laboral y familiar en el marco de procesos de desregulación y precarización del mercado laboral).
[9] Una desregulación que, como se argumentó en la anterior oleada, fue de la mano de la «feminización de la mano de obra» (Standing, 1999).