jueves, 1 de octubre de 2020

Descifrando China

 

DESCIFRAR CHINA (II)

¿Capitalismo o socialismo?

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 CLAUDIO KATZ

28 SEPTIEMBRE 2020 | CAPITALISMOCHINASOCIALISMO

Vientosur

 La gigantesca expansión de China es el mayor ejemplo contemporáneo del desarrollo desigual y combinado. Una economía retrasada convenientemente enlazada con el mercado mundial escaló en el ranking global, dejando atrás su status subdesarrollado. Capturó tecnologías e inversiones de las potencias más avanzadas y utilizó la baratura de sus recursos, para motorizar un inédito crecimiento con rentabilidades superiores al promedio global.

Con ese asombroso despegue se ubicó en el podio de las economías centrales, luego de aunar transformaciones internas con ventajosas inserciones en la globalización.Copió innovaciones, lucró con los costos inferiores que imperan en los países relegados y consumó una expansión sin parangón. Otras economías asiáticas también crecieron, pero sin esa intensidad y con poblaciones o territorios incomparablemente menores.

El principio del desarrollo desigual y combinado operó en un nuevo contexto de globalización. Ningún precedente histórico de la expansión china actual -Estados Unidos, Japón, Alemania o la Unión Soviética- presentó una conexión tan peculiar con el capitalismo mundial.

China retomó el lugar preeminente que ya tuvo en su milenaria trayectoria. Pero los vínculos de ese remoto pasado con el renacimiento actual no son nítidos. El despunte de la nueva potencia asiática obedece a varias especificidades contemporáneas.

Pilares, etapas y singularidades

La expansión china fue posible por la existencia de un pilar socialista previo, que permitió articular los modelos planificados y mercantiles en una sorprendente dinámica de crecimiento. Ese cimiento facilitó el salto productivo desde un piso muy bajo de subdesarrollo.

La conformación socialista inicial explica la acelerada industrialización de un país devastado por la guerra, que en 1949 tenía un PBI per cápita inferior a muchos países africanos. En tres décadas remontó ese atraso con espectaculares avances en materia sanitaria (erradicación de las epidemias y aumento de la esperanza de vida de 44 a 68 años entre 1950 y 1980). Lo mismo ocurrió en el plano educativo (reducción del analfabetismo del 80 % al 16% entre 1950 y 1980) o familiar (eliminación del patriarcado ancestral) (Guigue, 2018). Las grandes mejoras en la agricultura apuntalaron el despegue posterior.

La reversión del subdesarrollo con políticas económicas no capitalistas emparenta a China con la Unión Soviética y distingue su trayectoria del curso seguido por las grandes potencias de Occidente. Las estrategias socialistas demostraron una incuestionable efectividad, frente a un retraso extremo que tiene correlatos hasta la actualidad.  La segunda potencia del mundo todavía ostenta la posición 90 en el índice de Desarrollo Humano (Ríos, 2017). Es el principal proveedor comercial y acreedor financiero de Estados Unidos, pero tiene un PIB per cápita inferior a la séptima parte de su competidor (Watkins, 2019).

El pilar socialista aportó un gran sostén a los dos períodos de desenvolvimiento posterior. Entre 1978 y 1992 predominó una etapa de generalización de las relaciones mercantiles, con estrictos límites a la privatización y a la acumulación privada de capital. El agro fue protagonista de un modelo centrado en el mercado interno. Los dirigentes chinos comprendieron con anticipación el suicidio que implicaba socializar la pobreza. Captaron que la renuncia abrupta y total al mercado conducía al dramático rumbo transitado por Camboya (Prashad, 2020). Por eso retomaron las políticas de introducción del mercado en la gestión planificada, que primero experimentaron Hungría y Yugoslavia.

A mitad de los 90 se optó por otro curso de signo pro-capitalista. Se incentivó la privatización de las grandes empresas, la gestación de una clase burguesa y la integración a la globalización. Ese giro introdujo un cambio cualitativo en la economía, que comenzó a registrar los típicos desequilibrios del capitalismo (Lin Chun, 2009a).

El correlato social de esa segunda fase se verifica en los índices de inequidad. El coeficiente Gini retrata un aumento de la desigualdad superior al registrado en cualquier otra economía asiática (Roberts, 2017). Una nueva elite de millonarios ostenta su riqueza, exalta el lujo y estrecha vínculos con sus pares del exterior. Son los protagonistas de todos los escándalos de corrupción de los últimos años. Los grupos enriquecidos propagan la cultura de la mercantilización y del consumismo que asimila gran parte de la ascendente clase media. En el polo opuesto un enorme segmento de emigrantes rurales nutre la masa de trabajadores precarizados, que sostiene el crecimiento industrial.

El principal secreto de la altísima expansión china ha sido la retención local del excedente. Esa captura explica la ininterrumpida continuidad del proceso de acumulación. Una economía con niveles de apertura externa muy bajos forjó sólidos mecanismos para asegurar la reinversión local de las ganancias.

En el debut de esa capitalización la diáspora china fue cooptada para facilitar el desenvolvimiento interno. Por esa razón entre 1985 y 2005 fue artífice de las inversiones llegadas al país (Guigue, 2018). Su gravitación inicial perdió incidencia frente al despunte posterior de una clase capitalista en el propio país, que preservó la norma de reciclar los excedentes en el ámbito local.

El despegue chino obedeció, además, a una compleja mixtura de ingredientes internos y externos. La intensa acumulación local quedó enlazada con la mundialización, en circuitos de reinversión facilitados por el gran control a la salida de capitales. Los sucesivos modelos de transición socialista, expansión mercantil y parámetros capitalistas mantuvieron una elevada tasa de crecimiento. La diáspora brindó el puntapié inicial a un modelo productivo posteriormente enlazado con la globalización.

Ese esquema incluyó el pasaje de la fabricación inicial de manufacturas básicas a la elaboración de mercancías de nivel medio en la cadena de valor. Este avance se asentó en una absorción de tecnologías muy diferente a la pauta prevaleciente en el mundo.

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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Rossana Rossanda

 

Las Memorias de Rossana Rossanda: para el libro blanco del comunismo en el siglo XX


El Viejo Topo

22.09.2020

Fuera de Italia el nombre de Rossana Rossanda empezó a ser conocido en 1969 a raíz de la expulsión del partido comunista italiano del grupo Il Manifesto. Desde entonces, y a lo largo de cuarenta años, su nombre ha quedado asociado a esta publicación, sin duda la más singular de las aventuras político-culturales del comunismo crítico en la segunda mitad del siglo XX. Singular porque, sin llegar a constituir propiamente un partido político comunista, Rossanda y sus compañeros de Il Manifesto han estado constantemente presentes, con sus análisis e intervenciones, en todos los acontecimientos políticos, socio-económicos y político-culturales de importancia para la izquierda revolucionaria en el mundo.

Para valorar en sus justos términos lo que ha sido esta aventura hay que tener en cuenta que hacia 1968 los comunistas se dividían por así decirlo en dos: los que pensaban que fuera del partido no había «salvación» (en términos cuasi religiosos) y los que estaban convencidos de que fuera del partido no había acción posible, al menos eficaz, para cambiar el mundo en un sentido socialista de acuerdo con los intereses de aquellos que se suponía que habían de ser sujeto de la revolución, los proletarios, los obreros de la industria. Hoy esto suena raro, pero sólo prestando atención a aquellas convicciones se puede entender bien el impacto que entonces tuvieron las palabras con las que Aldo Natoli, en nombre del grupo de Il Manifesto, se despidió del partido comunista: «Para ser comunista no hace falta carnet». De hecho, si se mira la cosa con una perspectiva histórica más amplia, aquella declaración que Rossanda compartía entonces y sigue compartiendo hoy, no debería haber resultado tan traumática como lo fue en el momento en que se hizo. Pues el fundador del comunismo moderno, Karl Marx, en el que decían inspirarse unos y otros, había sido un comunista sin partido (y sin carnet) la mayor parte de su vida. Solo que en las controversias políticas del momento esas cosas, relevantes para los historiadores, no solían tenerse en cuenta.

También esta historia ha conocido su paradoja: veintitantos años después de aquellos hechos Rossana Rossanda y los compañeros de Il Manifiesto expulsados del PCI seguían haciendo una publicación que se declaraba comunista mientras la dirección del partido que los había expulsado decidía dejar caer el viejo nombre y con él la cosa misma, o sea, el concepto de comunismo, obviamente deshonrado en varios lugares del mundo en los que se impuso el denominado «socialismo real», pero no precisamente en Italia. Así, en los últimos veinte años Il Manifesto de Rossana Rossanda pasó a ser uno de los pocos referentes explícitamente comunistas con eco internacional. Eso explica, entre otras cosas no menores (como la capacidad de análisis político y el haber sido una especie de periodista de guardia de los valores renovados de la tradición comunista durante años y años) que Rossana Rossanda haya acabado siendo un mito para muchas personas que, en Italia y fuera de Italia, conservaron sus ideales comunistas o los encontraron cuando sus mayores los abandonaban.

mito es justamente la primera palabra con la que Rossanda ha querido enfrentarse al escribir sus recuerdos en La ragazza del secolo scorso, cuya primera edición apareció en Italia hace tres años y que ahora acaba de ser traducida al castellano. A Rossanda, que ha defendido siempre un comunismo laico y que lleva décadas combatiendo toda versión religiosa, doctrinaria o dogmática del marxismo, esa palabra no le gusta ni siquiera cuando se pronuncia amablemente y con empatía. Los mitos, dice, son una proyección ajena con la que ella no tiene nada que ver; algo que desazona porque trae a la memoria las lápidas y que no puede aceptar una mujer que, como ella, se considera metida en el mundo, comprometida con su mundo y con su tiempo, a pesar de no tener partido, ni cargos, ni ser siquiera propietaria del periódico que ayudó a fundar.

Ya eso da una pista sobre la orientación de las memorias de Rossanda. No hay en La muchacha del siglo pasado nada que se pueda considerar contribución personal al enaltecimiento del mito. Si, a pesar de la declaración inicial de su autora, aún hubiera que conservar la palabra que emplean personas que le admiran se podría decir que la sustancia de este ensayo autobiográfico es la narración reflexiva de la vida de una mujer, protagonista de la historia del comunismo, antes de que su actuación y las circunstancias que han condicionado ésta la convirtieran precisamente en ese mito. Pues Rossanda habla en el libro de su infancia y adolescencia, de sus estudios universitarios, de su maduración política al final de la segunda guerra mundial, de su actividad como responsable de la política cultural del PCI, de la batalla de las ideas en las décadas de los cincuenta y los sesenta, de los encuentros y desencuentros ocurridos durante esos años y de muchas otras cosas interesantes, pero  termina su relato en 1969, en el momento de su expulsión del partido comunista, o sea, precisamente  en el momento en que empezó a ser conocida y reconocida fuera de Italia. Lo que vino después de la creación de Il Manifesto, los cuarenta años de singular aventura político-cultural que han hecho de ella una leyenda, queda fuera de consideración. Eso es, como ella dice al final del libro (tal vez anunciando su continuación), «otra historia».

Tampoco quiere Rossanda que La muchacha del siglo pasado sea leído como un libro de historia. Y, en efecto, no es un libro en el que la protagonista de la historia pretenda combinar y amalgamar los recuerdos propios de acontecimientos vividos con la reconstrucción historiográfica de los hechos, precisamente documentada, desde la perspectiva que da el tiempo pasado. En esto el libro de Rossanda se diferencia de otras memorias publicadas. Pues no son pocas las memorias de protagonistas de la historia del siglo XX en las que el que escribe o la que escribe se dedica a romper todos los espejos en los que sus contemporáneos se miraron (o dijeron que se miraban) para, al final, dejar intacto un único espejo, el que devuelve el rostro propio idealizado, el espejo del cuento de Blancanieves que dice siempre a la madrastra lo hermosa que es cuando se mira en él.

Rossanda sabe de los agujeros de la memoria personal y de las trampas de la memoria que se presenta a sí misma como reconstrucción fetén de los hechos históricos colectivos. Ha optado por narrar en primera persona, sin aducir documentos o papeles, a partir de los recuerdos propios y, casi siempre, claro está, reflexionando sobre los hechos que recuerda mejor, o a los que presta mayor atención, para valorar así lo que ella misma hizo (o creyó en su momento estar haciendo) y lo que hacían las personas y personajes con los que se relacionó en aquellos años. El resultado es un libro que combina la calidad literaria (como reconoció en 2005 el jurado del premio Strega), con la honestidad intelectual; un libro que responde, también en primera persona, a la pregunta que muchos pueden hacerse hoy, en la época del libro negro del comunismo: cómo se ha sido comunista y cómo se puede seguir siéndolo, a pesar de todo lo ocurrido y de que la misma persona que escribe es consciente de que está hablando de una historia que acabó mal.

En los primeros capítulos de La muchacha del siglo pasado, Rossanda narra sus recuerdos de la infancia y de la adolescencia en los años de la Italia fascista y de la guerra con una distancia tan calculada como apreciable, sin nostalgia de la edad feliz en años difíciles pero sin resentimiento por los primeros tropiezos, como para que el lector pueda tener desde el principio la idea de que, al menos en su caso, el comunismo no lo encontró en la casa familiar. Y en ese sentido no es casual que los primeros recuerdos que valora desde las alturas de la edad, por lo que anticipan, hayan sido, por una parte, la tendencia a escapar y, por otra, la atracción fatal por los tropiezos, atracción «evocada una y otra vez por los mayores como demostración de una personal inclinación a no estar en el mundo como dios manda».

Al escribir eso no está sugiriendo, sin embargo, la conformación en su caso de un carácter particularmente rebelde desde la más tierna infancia; lo cual ya dice mucho acerca de la madurez de la narradora. Como mucho dice, también, la tranquilidad de espíritu con  que reconoce, sin darle mayor importancia, sus relaciones de entonces con jóvenes fascistas, que era lo habitual, o la declaración de que antes de 1943 su imagen de los comunistas no haya diferido gran cosa de la que estaba difundiendo el régimen mussoliniano, sobre todo en los años de la guerra de España. Comunistas eran para ella entonces, como para tantos otros, «vengadores de los pobres, violentos y temibles».

Una idea, ésta, que iba a cambiar radicalmente aquel mismo año 1943, a partir de la relación que estableció con uno de los grandes intelectuales del momento, el filósofo Antonio Banfi, a través del cual se produjo su aproximación a los núcleos comunistas que animaban la Resistencia antifascista. Incluso al llegar ahí Rossanda  evita apuntarse medallas de las que predisponen favorablemente al lector para lo que va a venir después. No cuenta sus actividades juveniles en la Resistencia con tonos heroicos, sino más bien como una consecuencia de circunstancias, entre las cuales la más importante fue la sorpresa, confesada también, que produjo en la estudiante universitaria el descubrimiento del vínculo comunista del filósofo al que apreciaba intelectualmente en aquel momento: «Me vi metida. No tengo glorias de las que alardear, no pedí el diploma de partisana… Hice poco y con dificultad y errores».

De estas páginas, que corresponden a los cuatro primeros capítulos del libro, hay al menos dos cosas que querría subrayar. Una de ellas es el esfuerzo que Rossana ha hecho por captar y representar el ambiente cotidiano de la Italia de aquellos años a partir de la selección de los propios recuerdos de la infancia, adolescencia y juventud. En esas páginas anticipa lo que va a ser el tono general de todo el libro: veracidad y equilibrio en el juicio, incluso cuando se refiere a cosas, actitudes y personas que, evidentemente, no eran de su agrado. Ni siquiera le gustó que la pusieran «Miranda» de nombre guerra, cuando entró, en 1943, en el grupo comunista clandestino. Consideraba ese nombre «imbécil» [nome cretino], pero enseguida quita importancia al asunto.

La segunda de las cosas que llama la atención en esas páginas es la contención con que Rossanda aborda las relaciones familiares y afectivas. Da a conocer en ellas sus aficiones literarias y artísticas, sus lecturas, su llegada a la universidad para estudiar letras y los nombres de los profesores a los que allí apreció, pero dedica escasísimo espacio a lo que fue la propia educación sentimental y a la expresión de los sentimientos íntimos. De sus sentimientos respecto de los familiares más próximos dice poco y casi siempre de forma alusiva: de los padres, lo más relevante en el momento en que tiene que enfrentarse a su muerte; y de sus amores, de los varones con los que convivió, de los que fueron compañeros sentimentales (Rodolfo Banfi y K.S. Karol), apenas nada. (Tan poco dice que los editores de la obra en castellano, que se han tomado la molestia de añadir un índice de nombres citados, ni siquiera los han incluido en él).

Como sabemos, por otros libros suyos, de la importancia que con el tiempo Rossana Rossanda iría dando a la relación entre actividad política y educación sentimental, entre lo público y lo privado, así como de sus batallas en el ámbito del feminismo italiano, hay que pensar que esta brevedad, esta autocontención de la memoria, en todo lo que tiene que ver con la propia vida sentimental, no es olvido sino más bien consecuencia de una decisión pensada al escribir La ragazza del secolo scorso.

Puede que eso se deba a que este libro es sustancialmente, como ha dicho Mario Tronti en el prólogo a la segunda edición italiana, el relato de un gran amor malogrado, y que ese amor es el amor entre Rossanda y el PCI. O puede también que tal autocontención se derive de su particular forma de entender y de defender el papel de las mujeres en la historia, tan alejada del feminismo italiano de la diferencia, que exaltaba la conservación de los valores tradicionalmente considerados femeninos. Tronti, en el par de líneas que dedica al asunto declara esto «terreno minado» y pasa por ahí como de puntillas, para «no saltar por los aires», dice. Hay en esto, en cualquier caso, un rasgo de carácter que le impulsa a uno a vincular aquel recuerdo suyo del «escapar» y de los repetidos «tropiezos» de la infancia con la declaración ya madura, que Rossana  fecha en 1962, de un impulso que conduce, que la conduce, a la huida, a la vacilación, a la retirada: «El descubrimiento de que no escapaba de lo femenino. Desde entonces, cuando se trata de elecciones graves en la esfera pública reconozco el impulso de dar un paso atrás. Y no me parece esto una virtud pacifista, sino el reflejo de quienes durante siglos han estado fuera de la historia… Combatir pero en segundo puesto. No decidir en primera o última instancia… No un fin de los llamados saberes femeninos».

Una de las cosas más sugestivas de este libro es, para mí, precisamente lo que queda implicado en tal declaración, sobre todo si se la compara con lo que ha sido la vida política de su autora desde el momento en que dice que hizo ese descubrimiento hasta ahora. O sea: la tensión interior que sugiere aquella tendencia al paso atrás, a pasar a un segundo plano en el momento de las decisiones graves, en una mujer que, desde entonces y por la propia historia, ha tenido que estar tantas veces en el primerísimo plano de la esfera pública cuando tantos varones, aquellos de las decisiones en primera o en última instancia, vacilaban, se retiraban o negaban los ideales que un día defendieron.

En la parte central del libro, la que está dedicada propiamente al relato del amor malogrado con el PCI, a los años que van desde 1947 (momento en que Rossanda decide dedicarse preferentemente al trabajo político después de haber hecho una tesis académica sobre los tratados de arte entre la Edad Media y el primer Renacimiento)  hasta 1968, momento en el que empieza «la otra historia», hay recuerdos y reflexiones que, por su lucidez, pasarán seguramente a ser parte de la otra historia del comunismo del siglo XX; observaciones que por olvido, por oportunismo o por corrección política mal entendida, no han sido subrayadas convenientemente en estudios historiográficos documentados y que aquí son parte sustantiva del relato. Por ejemplo: el mal fario que le produjo el resultado del referéndum de 1946, en el que la República, según recuerda Rossanda, fue aprobada «por los pelos» cuando la ridiculez del rey era tan evidente; o la impresión negativa que tuvo ante las primeras elecciones regionales después de la guerra, en la que los comunistas fueron derrotados, a pesar del papel que habían jugado en la Resistencia. O, por poner otro ejemplo, el recuerdo de que, a pesar de su peso social y de lo que se ha dicho y repetido tantas veces después sobre el poder del partido, ningún comunista hubiera podido hablar en Italia ante los micrófonos de la radio y ante las cámaras de televisión hasta 1963.

Desde un punto de vista ya estrictamente político, son interesantísimos los recuerdos y reflexiones de Rossanda sobre su primer viaje a Moscú, todavía en vida de Stalin; sobre lo que representó para el PCI el XX Congreso del PCUS; sobre los acontecimientos de Hungría en 1956 (y la controversia entre el grupo dirigente del PCI y algunos de los intelectuales comunistas italianos entonces); sobre la pobre impresión que sacó del antifranquismo organizado durante su viaje a España a comienzos de 1962, poco antes de la huelga de los mineros de Asturias; sobre lo que vio en Cuba y de la revolución cubana después de la crisis de los misiles, en los meses en que se especulaba en la isla acerca del destino de Guevara; sobre el papel y la personalidad de Palmiro Togliatti; sobre el mayo francés de 1968 y sobre la llamada primavera de Praga, aquel mismo año, sofocada  en agosto por los tanques soviéticos.

Al hacer referencia a estos acontecimientos o asuntos, que Rossana vivió en primera persona o que marcaron su vida política a través de los debates y las controversias en el PCI, he escrito aposta, con intención, las palabras recuerdos y reflexiones. Pues uno de los rasgos que dan valor a esas páginas es que Rossanda construye el relato de los hechos a partir del recuerdo de acontecimientos vividos, o apasionadamente discutidos en su momento, pero reflexionando acerca de ellos casi siempre en dos niveles complementarios: narrando lo que pensaba o hizo ella misma en tal momento y añadiendo por lo general lo que ha llegado a pensar sobre tales asuntos al tener en cuenta acontecimientos posteriores o al volver sobre ellos en el momento en que escribe. Obviamente, esta forma de construir la narración presenta un riesgo, muy corriente y pocas veces superado en los libros de memorias: confundir lo que se pensaba en el momento con lo que se pensó después y atribuir a otros ideas, pensamientos, actitudes o posiciones que no se corresponden precisamente con lo que dijeron o hicieron entonces.

Pero lo más notable del libro de Rossanda, en mi opinión, es que en todas esas grandes cuestiones controvertidas en el movimiento comunista de aquellos años ha logrado distinguir bien entre lo que pensaba y lo que piensa al respecto. Y ha logrado, además, comunicar al lector esa distinción por el procedimiento de advertir sobre la marcha, y sin cortar el relato, cuándo y por qué cambió de opinión, o explicando con verosimilitud y claridad los motivos por los que ahora, cuando escribe, en 2005,  piensa que también ella, como parte que era del movimiento comunista, erró, se equivocó o fracasó en tal o cual momento. Hay una imagen en el libro, cuando Rossanda está contando los avatares de los años sesenta, que me parece muy ilustrativa y que enlaza además con aquello de los «tropiezos». Es la imagen de la lagartija. Dice Rossanda: «Por entonces me pasó, a mí y a otros muchos comunistas, como a la lagartija a la que el gato mordió el rabo: que volvió a crecerle. Lagartija me parece un término apropiado. No he sido un animal de bosque, ni siquiera un gato montés, pero espero que tampoco una gallina».

Tan interesante como lo anterior: Rossanda ha construido el relato de sus recuerdos escribiendo desde la conciencia de la derrota, con el mismo espíritu crítico de su juventud y, sin embargo, con un respeto exquisito por la mayoría de los personajes con los que se discutió o de los que discrepó en el momento de los hechos que cuenta. Esto es de admirar, por raro en las memorias de los protagonistas de la historia del movimiento comunista, en las cuales, como es bien sabido, ha habido mucho cainismo y no poco veneno. Ahí veo yo la prolongación madura de aquel no estar en el mundo como dios manda que le atribuían en la infancia. El ejemplo más patente que se puede aducir a este respecto, aunque no sea el único, es la consideración con que Rossanda ha tratado, en La muchacha del siglo pasado, a Palmiro Togliatti, el personaje más citado a lo largo del libro, como, por lo demás, es natural teniendo en cuenta el papel que éste desempeñó en el PCI y en la vida política italiana. La advertencia sobre el paso del recuerdo a la reflexión es aquí meridiana: “En la década de 1970 le critiqué tanto como hoy le revalorizo, una vez aceptado que su objetivo no fue derribar el estado de cosas existente sino garantizar la legitimidad del conflicto. “

Es difícil decir tanto en tan pocas palabras acerca de lo que se pensaba y de lo que se piensa para dar al mismo tiempo en el clavo sobre el auténtico papel político del personaje, aquel mismo personaje que  había espetado un día a la disidente: «Pero aquí ¿quién es el secretario del partido, tú o yo?». El juicio, la valoración política y la reflexión sobre el ayer y sobre el hoy se superponen, pues, en la forma que se considera más positiva posible. Positiva, desde luego, para quien quiera seguir pensando en la actualidad de los problemas del comunismo sin echar la tradición por la borda y sin renunciar, por otra parte, al espíritu crítico.

Hay otros muchos pasos de parecido tenor en el libro, pero mencionaré, para terminar, uno solo que creo particularmente ilustrativo a la hora de valorar el respeto por los otros y el equilibrio en que ha desembocado al fin aquel amor desgraciado. Está ya al final del libro y se refiere justamente al momento tal vez más decisivo en la vida política de Rossana Rossanda: la narración de los orígenes de Il Manifiesto, lo que incluye su relación con Enrico Berlinger en aquellos días de 1969 y la expulsión del PCI de su propio grupo. Después de recordar las ya mencionadas palabras de Aldo Natoli en la reunión del comité central en la que se decidió la expulsión del grupo, Rossanda ha optado, también aquí, por no hacer sangre a destiempo: llama «amigos» a algunos de los que entonces levantaron la mano para expulsarles; deja claro que, de todas formas,  el grupo de Il Manifesto era «otra cosa», una cosa distinta de aquel PCI; y acaba la narración así: «No he vuelto a contar los votos. No estaba resentida, ni, a decir verdad, conmocionada […] Ya no éramos de los suyos, de los nuestros».

De los suyos, de los nuestros: ahí está la clave.

He dicho arriba que, por forma y tono, estos recuerdos de Rossana Rossanda nada tienen que ver con la socorrida reconstrucción del espejo que siempre dice lo hermosa que es quien se mira en él. El espejo en el que se mira Rossanda es otro. Mario Tronti ha escrito que hay que fijarse en la foto de la cubierta del libro (que se reproduce, ampliada, en la edición castellana) y ve en ella otra representación de la melancolía. Comparto la observación: ese precioso movimiento del alma sensible, la melancolía, recorre como un hilo rojo las páginas que Rossanda ha dedicado al amor desgraciado y al conflicto interior que produce el desfase entre lo que se pudo hacer y lo que se hizo realmente, entre lo que se quiso y lo que no fue posible. Sólo añadiría a la observación de Tronti que, en este caso, la lucidez del análisis que acompaña la imagen de la melancolía no remite necesariamente al lector a aquella profunda tristeza que la palabra denota. Al contrario: el lector con convicciones, el lector que haya tenido conciencia de la tragedia del comunismo del siglo XX, aún cerrará el libro de la muchacha del siglo pasado, de la comunista sin carnet, esperanzado. Pues, como dice ella, también nosotros habremos aprendido que no todo lo que no ha funcionado históricamente era políticamente erróneo.

 

Fuente: Reseña de las Memorias de Rossana Rossanda La muchacha del siglo pasado, escrita por Francisco Fernández Buey y publicada en el nº 27 (2008) de la revista valenciana de pensamiento contemporáneo Pasajes (págs. 123-129). Incluido en el libro de Fernández Buey 1917. Variaciones sobre la Revolución de Octubre, su historia y sus consecuencias

 

Que me la juego. A suerte y verdad. Me voy a liar a pensar por mí mismo, y si me pasa algo por pensar que me pase, que sea lo que Dios quiera. ¡A tomar polculo la bicicleta! Ahí voy: es blanco pero ya no va en botella, ahora va en garrafones de 25 litros… Me barrunto que es la misma leche de siempre. Y que como no me moje el culo no hay peces… ¿Esto que querrá decir…? Mojadura…, culo…, peces… Pues, no, no caigo ahora. Pero bueno, tampoco voy tan mal para ser la primera vez que me pongo a pensar.

 

Epidemia de saqueos. Fuera ladrones de la sanidad


En estos meses, políticos de todos los colores han tomado medidas contrarias a lo que dicta el sentido común y lo que clamaban los trabajadores sanitarios

Por CAS Estatal

Kaos en la red

 Sep 30, 2020

 En estos meses, políticos de todos los colores han tomado medidas contrarias a lo que dicta el sentido común y lo que clamaban los trabajadores sanitarios. Nos han aplicado, como vienen haciendo desde hace años, la medicina equivocada. No se ha potenciado la atención primaria, ni los laboratorios, ni las UCIs. No se han contratado los rastreadores necesarios, ni se han incrementado las, ya de por sí, escuálidas plantillas. Los miles de millones de euros, extraídos de nuestros impuestos y repartidos entre las diferentes administraciones sanitarias no han servido nada más que para llenar los bolsillos de las empresas y personajes que llevan años esquilmando la sanidad. Todo legal gracias a que unos ejecutan las medidas que llevan al desmantelamiento y al colapso de los dispositivos sanitarios, y otros las permiten al mantener el entramado legal. Sin embargo, los sectores más dinámicos han estallado en barrios y pueblos.

 Hemos comprobado que ni la masacre de las residencias, ni los muertos producidos por la falta de respuesta del sistema a las patologías No Covid, les importan. Ahora de nuevo es muy probable que los que estén en primera línea pueden verse de nuevo obligados, por falta de medios, a decidir a quién intentar salvar la vida y a quien no. Nos han llevado a la segunda ola, con premeditación, no es incapacidad.

Nos podemos indignar, pero no es suficiente. De nuevo habrá muertos que podrían haberse evitado, centenares de miles de trabajadores al paro, desahucios, pobreza, dolor… sobre todo repartido entre los de siempre, la clase trabajadora. Y el sistema sanitario saldrá más desmantelado, con pavorosas listas de espera, y los seguros privados frotándose las manos ante el negocio que se les abre ante sus ojos.

Este es un problema nuestro, si lo dejamos en las manos de quienes nos han traído a esta situación, nos arrepentiremos. Ahora más que nunca, es una necesidad salir a la calle para expulsar a los ladrones y defender el sistema público de salud. El próximo sábado 17 de octubre, organízate en tu barrio o localidad, sal a la calle, la lucha es el único camino.

Nunca más muertos evitables, Nunca más negocio con la sanidad.

¡Derogación de la ley 15/97 y del artículo 90 de la Ley General de Sanidad!

http://www.casmadrid.org/images/campanas/nunca_mas_muertes/1-PUNTOS%20y%20MANIFIESTO%20NUNCA%20MAS.pdf


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¡Ultima Hora! El Ejército S1rio Derrota al Ejército Turco en Idlib en Tr...

martes, 29 de septiembre de 2020

ÚLTIMA HORA! TAIWAN PIDE AYUDA A ESTADOS UNIDOS! 4.000 BARCOS CHINOS EN ...

Marx sobre la Revolución burguesa de 1789 en Francia

 

Marx sobre la revolución francesa de 1789

 


 Diario Octubre / 26.09.2020

Final del formulario

Marx define claramente qué  significó el interés de la clase burguesa. Así, en “La Sagrada Familia” (1845) señala: “La potencia de este interés fue tal que venció la pluma de un Marat, la guillotina de los hombres del “terror”, la espada de Napoleón, así como el crucifijo y la sangre azul de los Borbones”.

En la Gaceta Renana en 1848 escribe que las revoluciones de 1848 y 1789 eran “el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincialismo, de la competencia sobre el corporativismo, del reparto sobre el mayorazgo, de las luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales”.

En “El Dieciocho de Brumario” observa que la Revolución Francesa no ha hecho más que “desarrollar la obra iniciada por la monarquía absoluta: la centralización, la extensión, los atributos y los mecanismos del poder gubernamental. Napoleón acabó de perfeccionar esta maquinaria de Estado”.

Sin embargo, durante la monarquía absoluta, la revolución y el Primer Imperio, ese aparato no ha sido más que un medio para preparar la dominación de clase de la burguesía, que se ejercerá de forma más directa con Louis-Philippe y la República de 1848… hasta llegar a una autonomía de lo político durante el Segundo Imperio, cuando el Estado parece haberse hecho “completamente independiente”. Esta idea esbozada en 1862 la desarrollará en 1871 en sus escritos sobre la Comuna, “primer ejemplo de revolución proletaria que rompe el aparato del Estado y acaba con esta “boa constrictor” que amordaza el cuerpo social en las mallas universales de su burocracia, de su policía, de su ejército permanente”.

Además en un artículo de la Nueva Gaceta Renana (julio de 1848) escribe: “la burguesía francesa de 1789 no abandonará ni un instante a sus aliados, los campesinos. Sabía que la base de dominación era la deconstrucción de la feudalidad en el campo, la creación de una clase campesina libre, poseedora de tierras. La burguesía de 1848 traicionó sin dudar a los campesinos, que son sus aliados más naturales, la carne de su carne y sin los que ella es impotente frente a la nobleza”.

En un artículo de 1847 afirma en relación con la abolición revolucionaria de los vestigios feudales en 1789-1794: “Timorata y conciliadora como es, la burguesía no llegó hasta esa tarea ni en varios decenios. Por consiguiente, la acción sangrante del pueblo sólo le ha preparado los caminos”.

Interpreta el Terror como un momento de autonomía de lo político que entra en conflicto violento con la sociedad burguesa. Así en La Cuestión Judía (1844) escribe: “La vida política busca ahogar sus condiciones primordiales, la sociedad burguesa y sus elementos para erigirse en vía genética verdadera y absoluta del hombre. Pero ella solo puede alcanzar este fin poniéndose en contradicción violenta con sus propias condiciones de existencia, declarando la revolución en estado permanente; también el drama político se termina necesariamente por la restauración de todos los elementos de la sociedad burguesa”.

Los hombres del Terror -Robespierre, Saint-Just y su partido- han sido víctimas de una ilusión: han confundido la antigua república romana con el Estado representativo moderno. En El Dieciocho de Brumario (1852) Marx insiste sobre el engaño de la razón que hace de los jacobinos (y de Bonaparte) los parteros de esa misma sociedad burguesa a la que despreciaban: “Camille Desmoulin, Danton, Robespierre, Saint-Just, Napoleón, los héroes, así como los partidos y la masa cumplieron en la antigua Revolución Francesa el traje romano, y con la fraseología romana, la tarea de su época, a saber, la liberación y la instauración de la sociedad burguesa moderna…Una vez establecida la nueva sociedad, desaparecieron los colosos antediluvianos y, con ellos, la resucitada Roma… La sociedad burguesa, en su sobre-realidad se había creado sus verdaderos intérpretes y portavoces en la persona de los Say, los Cousin, los Royer-Collard, los Benjamín Constant y los Guzot”.

El Terror ha sido un método plebeyo de acabar de forma radical con los vestigios feudales y en este sentido ha sido funcional para la llegada de la sociedad burguesa. Marx afirma que “incluso cuando se oponían a la burguesía, como por ejemplo de 1793 a 1794 en Francia, solo luchaban para hacer triunfar los intereses de la burguesía, aunque eso no fuera a su manera. Todo el Terror en Francia no fue otra cosa que un método plebeyo de acabar con los enemigos de la burguesía: el absolutismo, el feudalismo y el espíritu pequeño-burgués”.

Cualquiera que fuese su admiración por la grandeza histórica y la energía revolucionaria de un Robespierre o de un Saint-Justm Marx rechaza explícitamente el jacobinismo como fuente o modelo de inspiración de la praxis revolucionaria socialista. Desde los primeros textos comunistas de 1844 opone la emancipación social a los callejones sin salida e ilusiones del voluntarismo político de los hombres del terror.

Podemos señalar que Antonio Gramsci en sus artículos de 1919 para Ordine Nuovo proclamaba que el partido proletario no debe ser un partido que se sirve de la masa para intentar una imitación heroica de los jacobinos franceses, y en sus Cuadernos de la cárcel de los años 1930 se encuentra una visión del partido de vanguardia como el heredero legítimo de la tradición de Maquiavelo y de los jacobinos.

FUENTE: unidadylucha.es

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Parece que ni el canto del Resistiré del Dúo Dinámico ni el puntual aplauso desde el balcón a los sanitarios ha contribuido a que los trabajadores dispongamos de más medios sanitarios en general, y en particular contra el coronavirus, porque “el colapso del sistema sanitario, de nuevo evidente 7 meses después de iniciarse la pandemia se debe, no tanto al Coronavirus, sino al proceso de privatización puesto en marcha con la Ley 15/97 (aprobada por PP, PSOE, PNV, CC y CiU), a los conciertos con la sanidad privada mientras se escatiman los recursos a los centros públicos, y a los recortes económicos puestos en marcha desde 2008.”

 

CAS Estatal: Nos habéis dejado de nuevo solos

Diario octubre / 26.09.2020

En estos últimos meses, inexplicablemente, no habéis reforzado la atención primaria, ni la salud pública, ni la atención especializada.

No habéis contratado los rastreadores necesarios, por lo que ha sido imposible seguir ni a las personas que han dado resultado positivo, ni a sus contactos. Tampoco habéis garantizado que los positivxs se aíslen correctamente.

No habéis reforzado ni salud pública, ni atención primaria, ni hospitalaria como indicaban los requisitos de cambio de fases en desescalada, dificultando el acceso a la atención médica de la población.

Habéis cerrado puntos de urgencias, consultorios rurales, centros de salud urbanos, dejando sin atención a miles de personas. Otros se mantienen abiertos con menos de la mitad de plantilla, o en algunos casos sin médicos, solo con personal de enfermería.

Nos habéis dejado sin reactivos en los laboratorios y sin el personal necesario, así que estamos tardando hasta 10 días en comunicar los resultados de pruebas.

Habéis dejado de nuevo que las UCIs comiencen a colapsar y ahora nos obligáis a tomar las decisiones de a quien intentar salvar y a quien no.

Volveréis a abrir IFEMAs y hospitales de campaña… con los trabajadores de atención primaria y del SUMMA, aprovechando para desmontar aún más estos dispositivos.

Habéis aprovechado la crisis de la COVID para construir, de nuevo, más hospitales innecesarios y lo que conlleva de negocio como todxs conocemos, cuando aún existen plantas en hospitales sin utilizar.

Habéis contratado con las farmacéuticas vacunas o medicamentos cuya eficacia es dudosa o aún no está demostrada.

Pese a la masacre de primavera, no habéis tomado las medidas necesarias en las residencias de personas mayores, y ahora que la infección se incrementa, las volvéis a confinar de nuevo. Habéis sido incapaces de acabar con la exclusión sanitaria incluso en medio de una pandemia.

Habéis aprovechado para estigmatizar más a la población más vulnerable, como la población migrante, en lugar de poner los recursos necesarios para garantizar la equidad de la atención.

Habéis permitido, a propósito, que el sistema se acerque de nuevo al colapso, con lo que esto conlleva de falta de atención a otras patologías y las muertes que se están produciendo por imposibilidad de atención en plazos adecuados en pacientes que padecen enfermedades oncológicas, cardiacas, cerebrales…

Habéis CAS Estatal: Nos habéis dejado de nuevo solos

Diario octubre / 26.09.2020

En estos últimos meses, inexplicablemente, no habéis reforzado la atención primaria, ni la salud pública, ni la atención especializada.

No habéis contratado los rastreadores necesarios, por lo que ha sido imposible seguir ni a las personas que han dado resultado positivo, ni a sus contactos. Tampoco habéis garantizado que los positivxs se aíslen correctamente.

No habéis reforzado ni salud pública, ni atención primaria, ni hospitalaria como indicaban los requisitos de cambio de fases en desescalada, dificultando el acceso a la atención médica de la población.

Habéis cerrado puntos de urgencias, consultorios rurales, centros de salud urbanos, dejando sin atención a miles de personas. Otros se mantienen abiertos con menos de la mitad de plantilla, o en algunos casos sin médicos, solo con personal de enfermería.

Nos habéis dejado sin reactivos en los laboratorios y sin el personal necesario, así que estamos tardando hasta 10 días en comunicar los resultados de pruebas.

Habéis dejado de nuevo que las UCIs comiencen a colapsar y ahora nos obligáis a tomar las decisiones de a quien intentar salvar y a quien no.

Volveréis a abrir IFEMAs y hospitales de campaña… con los trabajadores de atención primaria y del SUMMA, aprovechando para desmontar aún más estos dispositivos.

Habéis aprovechado la crisis de la COVID para construir, de nuevo, más hospitales innecesarios y lo que conlleva de negocio como todxs conocemos, cuando aún existen plantas en hospitales sin utilizar.

Habéis contratado con las farmacéuticas vacunas o medicamentos cuya eficacia es dudosa o aún no está demostrada.

Pese a la masacre de primavera, no habéis tomado las medidas necesarias en las residencias de personas mayores, y ahora que la infección se incrementa, las volvéis a confinar de nuevo. Habéis sido incapaces de acabar con la exclusión sanitaria incluso en medio de una pandemia.

Habéis aprovechado para estigmatizar más a la población más vulnerable, como la población migrante, en lugar de poner los recursos necesarios para garantizar la equidad de la atención.

Habéis permitido, a propósito, que el sistema se acerque de nuevo al colapso, con lo que esto conlleva de falta de atención a otras patologías y las muertes que se están produciendo por imposibilidad de atención en plazos adecuados en pacientes que padecen enfermedades oncológicas, cardiacas, cerebrales…

Habéis aprovechado para aprobar, todos juntos, PP, Podemos y PSOE, el “Plan Cajal” para “Reestructurar la sanidad”, del que no esperamos nada bueno.

Y estamos seguros que utilizareis los medios de desinformación para volver a llamar a que nos aplaudan, para así aprovechar para dar una vuelta de tuerca más en la privatización del sistema sanitario.

No solo criticamos que lo hayáis hecho mal, denunciamos que esta es vuestra política: aprovechar la COVID para seguir haciendo negocio y deteriorar aún más el sistema público de salud, para dejar la puerta, aún más abierta a los seguros y mutuas privadas.

 

No necesitamos aplausos, necesitamos que os concienciéis. Volverán a pediros que salgáis a aplaudirnos, sin embargo eso no cambia nada, es puro espectáculo que desvía la atención de los verdaderos problemas.

El colapso del sistema sanitario, de nuevo evidente 7 meses después de iniciarse la pandemia se debe, no tanto al Coronavirus, sino al proceso de privatización puesto en marcha con la Ley 15/97 (aprobada por PP, PSOE, PNV, CC y CiU), a los conciertos con la sanidad privada mientras se escatiman los recursos a los centros públicos, y a los recortes económicos puestos en marcha desde 2008.

Es indispensable echar abajo las leyes que permiten destruir nuestro sistema sanitario, es urgente aumentar los recursos del sistema, es imprescindible expulsar al ánimo de lucro de la sanidad, es vital actuar contra los determinantes sociales y económicos de la enfermedad y por lo tanto contra los “productores de enfermedad”. Para ello, solo podemos tomar las calles.

Derogación de la Ley 15/97 y del artículo 90 de la Ley General de Sanidad. Ni un euro para la privada.

 

Y estamos seguros que utilizareis los medios de desinformación para volver a llamar a que nos aplaudan, para así aprovechar para dar una vuelta de tuerca más en la privatización del sistema sanitario.

No solo criticamos que lo hayáis hecho mal, denunciamos que esta es vuestra política: aprovechar la COVID para seguir haciendo negocio y deteriorar aún más el sistema público de salud, para dejar la puerta, aún más abierta a los seguros y mutuas privadas.

No necesitamos aplausos, necesitamos que os concienciéis. Volverán a pediros que salgáis a aplaudirnos, sin embargo eso no cambia nada, es puro espectáculo que desvía la atención de los verdaderos problemas.

El colapso del sistema sanitario, de nuevo evidente 7 meses después de iniciarse la pandemia se debe, no tanto al Coronavirus, sino al proceso de privatización puesto en marcha con la Ley 15/97 (aprobada por PP, PSOE, PNV, CC y CiU), a los conciertos con la sanidad privada mientras se escatiman los recursos a los centros públicos, y a los recortes económicos puestos en marcha desde 2008.

Es indispensable echar abajo las leyes que permiten destruir nuestro sistema sanitario, es urgente aumentar los recursos del sistema, es imprescindible expulsar al ánimo de lucro de la sanidad, es vital actuar contra los determinantes sociales y económicos de la enfermedad y por lo tanto contra los “productores de enfermedad”. Para ello, solo podemos tomar las calles.

Derogación de la Ley 15/97 y del artículo 90 de la Ley General de Sanidad. Ni un euro para la privada.

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