Hoy se cumplen 13 años
del fallecimiento de Francisco Fernández Buey. Añoramos, hoy más que nunca, en
estos tiempos de masacres e impostura, su lucidez, su compromiso, su
honestidad, su calidez humana. Lo echamos mucho en falta.
Sobre Sacristán
El Viejo Topo
25 agosto, 2025
FRANCISCO
FERNÁNDEZ BUEY SOBRE MANUEL SACRISTÁN LUZÓN
Salvador López
Arnal (edición)
Hoy, 25 de
agosto de 2025, hace 13 años del fallecimiento de Francisco Fernández
Buey (FFB, 1943-2012), una de las cimas de la filosofía española e
iberoamericana, un lúcido ecosocialista decrecentista, un polímata
sólido, un firme partidario (ejemplo a un tiempo) de la “tercera cultura” (ciencias
+ humanidades). No me cabe ninguna duda de que, de estar entre nosotros en este
año del primer centenario del nacimiento de Manuel Sacristán, el autor de La
gran perturbación y Marx (sin ismos) hubiera escrito
uno de sus textos imprescindibles sobre el que fuera su maestro, camarada y
amigo, acaso el ensayo largo que tuvo en mente en ocasiones.
Unos textos
suyos pueden ayudarnos a paliar su ausencia.
Una buena parte
de lo que FFB escribió sobre el traductor de El Banquete y El
Capital está recogido en Sobre Manuel Sacristán,
Barcelona: El Viejo Topo, 2015 (edición de Jordi Mir Garcia y SLA). Doy aquí
tres escritos suyos no incluidos en el libro. El primero, de 2005, tiene su
origen en el homenaje a Sacristán que organizó, en paralelo al organizado por
otras universidades catalanas, la Facultad de Humanidades de la Pompeu Fabra en
el vigésimo aniversario de su muerte. El segundo no está fechado, probablemente
es de 1996 (no tengo más información). El tercero, de 1995, es el texto que FFB
escribió con ocasión de la mesa redonda que organizaron las CCOO de Cataluña en
el décimo aniversario del fallecimiento del que ahora nombra su Escuela de
Adultos “Manuel Sacristán”.
Los dos
primeros pueden consultarse entre la documentación depositada en el Arxiu FFB (Universitat
Pompeu Fabra. Biblioteca/CRAI de la Ciutadella). El tercero fue publicado
en: Homenaje a Manuel Sacristán. Escritos sindicales y de política
educativa, Barcelona: EUB, 1997, pp. 37-43.
En recuerdo,
pues, del que fuera profesor, maestro y compañero de muchos de nosotros y, al
mismo tiempo, un sentido homenaje a otro gran maestro, Manuel Sacristán Luzón.
MANUEL
SACRISTÁN: FILOSOFÍA Y COMPROMISO
Con la presente
exposición la Biblioteca de la UPF se suma al homenaje que las universidades
catalanas están dedicado al filósofo Manuel Sacristán con motivo del vigésimo
aniversario de su muerte. Se ha reunido aquí una amplia selección de sus
escritos, traducciones y ediciones, aparecidas entre 1950 y 1985, además de
diferentes documentos valiosos para el conocimiento de la vida y de la obra del
filósofo, algunos de ellos inéditos.
Manuel
Sacristán (1925-1985) fue una personalidad intelectual irrepetible. Ejerció una
gran influencia en la vida cultural, social y política barcelonesa durante tres
décadas: desde la época de la revista Laye (1951-1954), en la
que colaboraron varios de los más conocidos exponentes de la llamada generación
de los 50, hasta los años en que escribió en las revistas Materiales y mientras
tanto (1977-1985). Su manera de entender el filosofar fue siempre
inseparable de su compromiso cívico.
Entre 1956 y
1969, como dirigente del PSUC, colaboró en la revista Nous Horitzons y
fue uno de los impulsores del Primer Congreso de Cultura Catalana. Fue el
redactor principal del Manifiesto por una Universidad Democrática, que
se leyó en la asamblea constituyente del SDEUB (1966). Intervino en la Asamblea
de Intelectuales de Montserrat contra los consejos de guerra de Burgos (1970).
Contribuyó a impulsar el movimiento de profesores no-numerarios y las
Comisiones Obreras de la Enseñanza (1972-1977). Formó parte del grupo de
educadores en las tareas de alfabetización de trabajadores en Can Serra. Fue
miembro fundador del Comité Antinuclear de Cataluña, una de las primeras
organizaciones ecologistas del país, a mediados de los setenta; y, finalmente,
destacó como teórico y activista del primer eco-socialismo y del pacifismo que
empezó a cuajar en la década de los ochenta.
En el ámbito de
la historia de las ideas, Manuel Sacristán contribuyó a la difusión en España
de las principales corrientes del pensamiento europeo al término de la segunda
guerra mundial, desde el existencialismo al marxismo y desde la filosofía
analítica a las últimas orientaciones de la filosofía y de la historia de la
ciencia. Como filósofo, representó la negación de la división del saber en
compartimentos estancos y propició el cultivo de un saber transversal, atento
al filosofar sobre las prácticas científicas y humanísticas.
Manuel
Sacristán fue uno de los pioneros en nuestro país en un campo muy poco
cultivado entonces: el de la lógica formal. Después escribió ensayos críticos e
innovadores sobre filosofía y metodología de las ciencias sociales. Está
considerado como el principal pensador marxista de la España del siglo XX.
Tradujo los primeros textos de Marx que se publicaron legalmente en España
después de la guerra civil. Y en la década de los setenta proyectó
y dirigió la primera edición rigurosa que se hizo en Cataluña de los escritos
de Marx y de Engels (OME). Además, tradujo y dio a conocer aquí obras de
pensadores como Theodor Adorno, Antonio Labriola, Antonio Gramsci, Georg
Lukács, Karl Korsch, Galvano della Volpe, Robert Havemann, Herbert Marcuse,
Ágnes Heller y E.P. Thompson.
Como escritor y
ensayista, Manuel Sacristán cultivó diferentes géneros. De joven se interesó
por la dramaturgia norteamericana de la posguerra y escribió páginas
interesantísimas para al desvelamiento de la crisis cultural de entonces. En la
década de los sesenta publicó ensayos de germanista sobre la veracidad de
Goethe como poeta y como científico así como acerca de la conciencia vencida en
Heine. También iluminó aspectos sugestivos de las obras de Brossa y de
Raimon.
Sacristán
enseñó a varias generaciones a leer sin anteojeras ni prejuicios a algunos de
los grandes de la filosofía contemporánea: a Martin Heidegger (al que dedicó
una importante monografía, que fue su tesis doctoral) y a Antonio Gramsci
(sobre cuya obra escribió ensayos muy renovadores). Pero también a Simone Weil,
a Bertrand Russell, a Karl Popper, a Quine o a Lukács. Como editor y
colaborador de varias editoriales barcelonesas de la época, dirigió las
traducciones de la Historia de la ciencia de René Taton, de la
historia de las matemáticas y su conexión con otras ciencias que lleva el
nombre de Sigma, o de la monumental Historia del
análisis económico de Schumpeter.
Sacristán fue
un profesor universitario innovador y riguroso, al que muchos de sus alumnos
han recordado siempre, con razón, como un maestro. Entre 1956 y 1965 impartió
clases de Lógica y Filosofía en la Universidad de Barcelona. Durante los siete
años siguientes las autoridades franquistas le excluyeron de la docencia
universitaria por sus ideas comunistas. Volvió a impartir regularmente clases
en la Universidad de Barcelona a partir de 1976 y enseñó entonces metodología
de las ciencias sociales en la Facultad de Económicas hasta 1985 y, durante el
curso 1982-1983 en México, en la UNAM.
MANUEL SACRISTÁN Y LA POLÍTICA
Manuel
Sacristán no era un político al uso ni tampoco un ético licenciado. Era un
hombre que tenía una pasión política indiscutible; una pasión política que le
acompañó siempre, desde muy joven. Era un hombre que entendía la política como
ética de lo colectivo.
Quisiera
recordar aquí algunos momentos de su actuación política.
Uno. En 1966
Manuel Sacristán redactó el principal documento de la Asamblea Constituyente
del Sindicato Democrático de los Estudiantes de la Universidad de Barcelona
(SDEUB). Se titulaba Manifiesto por
una Universidad Democrática. Treinta años después este
documento puede seguir siendo fuente de inspiración para todos aquellos que
piensan que la democracia es y será un proceso en construcción. Pues desde entonces
pocas veces se habrá expresado con tanta claridad y veracidad como ahí la idea
de que una universidad libre, sin barreras clasistas, en una sociedad
democrática, exige el reconocimiento del carácter plurinacional y
multilingüístico de lo que llamamos España.
Dos. En sus
escritos de 1968-1969 Sacristán advirtió de la decisiva importancia de la
«autocrítica del leninismo». Analizó críticamente a la vez la
actuación del partido comunista francés durante los hechos de mayo del 68 y la
invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia. Consideró que
aquel «doble aldabonazo» se saldaba con una doble derrota para el movimiento
socialista justo cuando era evidente la recuperación del marxismo y del
comunismo por abajo. Después de los acontecimientos de Praga, Sacristán
sugirió: «Veremos cosas aún peores». Eso nos impresionó mucho entonces a los
más jóvenes. Pero acertó. Sacristán estaba completamente convencido de que lo
que hacían los «rusianos» (como él llamaba a los que se llamaban a sí mismos
soviéticos) no tenía nada que ver con el socialismo y lo que hacían los jóvenes
extremistas del 69 tampoco. Pensaba que había que volver a empezar de nuevo
todo. Quería llevar la primera autocrítica seria del socialismo, la de Dubček,
hasta sus últimas consecuencias. Esas últimas consecuencias eran para él
entonces el consejismo democrático, la ampliación radical de la democracia: en
Praga y en París. Nos dejó Sacristán esta lección: sin la autocrítica radical
del socialismo «realmente existente» no habrá recuperación posible de la idea
de socialismo en este fin de siglo.
Tres. En 1969
Sacristán presentó la dimisión de todos sus cargos en la dirección de PSUC. Se
ha querido ver en esta discrepancia un momento más del manido conflicto entre
el intelectual «teórico» y el «político» práctico. No fue así. Si se leen
comparativamente los materiales de la dirección del PSUC sobre la «putrefacción
del Régimen de Franco» en 1969-1970 y la carta de dimisión de Sacristán (por
nombre de guerra «Ricardo»), que se ha conservado en el Archivo Histórico del
PCE, se verá que la diferencia era otra, que había dos interpretaciones
radicalmente diferentes de la realidad española de entonces: eufórica y
voluntarista la una, realista (en el mejor de los sentidos de la palabra) la
otra. Esta vez la lección fue: la rectificación de la política comunista no
puede ser ideológica ni basarse sólo en la voluntad de los dirigentes; tiene que
partir del análisis, crítico, de lo que hay y evitar la pérdida del sentido de
la realidad que conduce siempre a la manipulación de los de abajo por los
dirigentes autoproclamados.
Cuatro. A
mediados de los años setenta, después de la muerte de Franco, Sacristán previó,
frente Nicolás Sartorius y una parte de la dirección de CC.OO., que no iba a
poder mantenerse el movimiento unitario de los trabajadores antifranquistas de
la enseñanza y que lo mejor, en tales circunstancias, era propiciar la
afiliación de los enseñantes en las sindicatos de clase. Se quedó en minoría en
esto. Pero años después la dirección de CC.OO. tuvo que reconocer que Sacristán
llevaba razón. Ese es el origen de las comisiones obreras de enseñanza, hoy
[1996] sindicato mayoritario en el sector. He ahí otra ejemplo de que una
política de izquierdas, en este caso en el ámbito sindical, empieza por la
iniciativa propia, no por el entreguismo.
Cinco. A
finales de los años setenta Sacristán llevó a cabo una crítica radical pero
respetuosa de lo que entonces se llamaba «eurocomunismo»: valoró la realidad
social de los partidos que proponían ese camino, estimó insuficiente la
crítica, en el interior de estos, de los residuos estalinistas y consideró
utópica y entreguista la rectificación de derechas que en aquel momento
proponía Santiago Carrillo [entonces secretario general del PCE]. Lo hizo con
el argumento de que el «eurocomunismo» conduciría a la pérdida de la identidad
comunista sin que los partidos comunistas lograran a cambio llegar al gobierno
en parte alguna: desnaturalización en lo cultural sin beneficios en lo
político. Así ocurrió realmente. Frente a lo que consideraba «mera utopía»,
mala utopía, Sacristán propuso, en 1979, una rectificación estratégica de izquierdas que
partiera del análisis de los problemas (ecológicos, económicos, sociales y
culturales) nuevos en el capitalismo tardío y enlazara con los nuevos
movimientos sociales: mientras tanto, rojo+verde+violeta. Volvió a
quedarse en minoría frente a la euforia electoralista de entonces. Pero hoy,
después de la nueva derrota de los años ochenta, se llama ecosocialista
prácticamente toda la izquierda.
Seis. En 1985,
el año de su muerte, en un artículo titulado «OTAN hacia dentro», Sacristán
escribió el más lúcido de los análisis políticos que se han hecho en nuestro
país sobre lo que acabaría llamándose «felipismo». Aludiendo a las
declaraciones de Alfonso Guerra sobre la intención de cambiar la opinión
anti-OTAN todavía mayoritaria en la población española y a las campañas periodísticas
en el mismo sentido, Sacristán dejó dicho allí que lo peor de la campaña
atlantista del PSOE iba a ser el efecto moral a largo plazo de la corrosión
manipulatoria de las conciencias de la ciudadanía. También en eso se quedó
Sacristán en minoría. Hoy sabemos, en cambio, que su análisis de la política
del PSOE era premonitorio porque hemos visto hasta dónde puede conducir una
concepción manipulatoria de la política como aquella que en 1985 se afirmaba
eufórica y prepotente: a la justificación del terrorismo de Estado.
Algunas veces,
atendiendo precisamente al hecho de que se quedara en minoría en varias
ocasiones, se ha escrito que Manuel Sacristán era inhábil para las cosas de la
política. Pues bien, vale la pena que los jóvenes comunistas de hoy se pregunten
sin prejuicios, a partir del análisis concienzudo de esos seis puntos, por
ejemplo, por qué se ha dicho y se sigue diciendo esto.
¿No será porque
Sacristán representaba otra forma de entender la actuación política, otra forma
de hacer política comunista?
Pensémoslo.
III. CULTURA
OBRERA Y VALORES ALTERNATIVOS EN LA OBRA DE MANUEL SACRISTÁN
Después de las
verdades como puños que acaba de decir Jordi Olivares [el primer secretario
general de las CC.OO. de Enseñanza], quería empezar agradeciendo, de corazón y
de verdad, esta iniciativa de la CONC al recordar a Sacristán y su obra en el
décimo aniversario de su muerte.
Estoy
convencido de que este es, tal como están las cosas hoy en día, el mejor de los
lugares en que podemos recordar la vida y la obra de Manuel Sacristán y ni que
decir tiene que me encuentro muy a gusto en este acto, en el que estamos en
familia, aunque sea una familia ampliada a la brasileña, que, en fin, supongo
que es lo que somos.
En mi recuerdo
Manuel Sacristán no era simplemente un intelectual amigo de la clase obrera por
motivos políticos y circunstanciales, como tantos otros. Manuel Sacristán se
sentía intelectual productivo, quería ser un trabajador intelectual en la
producción, o sea, un trabajador que aprovecha el privilegio de la formación
intelectual para ser útil a los de abajo, a aquellos otros, trabajadores
también, que a veces sabiéndolo, y otras veces sin saberlo, han dado su trabajo
y su sudor para que sea posible un conocimiento superior, privilegiado, eso que
seguimos llamando cultura superior.
Intelectual,
amigo circunstancial de los trabajadores, yo creo que es aquel que hace favores
de vez en cuando al movimiento obrero organizado, al sindicato. Pero un
intelectual de nuevo tipo, un intelectual productivo, un intelectual en la
producción, es aquel que voluntariamente hace lo posible porque los beneficios
del privilegio propio reviertan de manera útil en la configuración de una
cultura alternativa a la cultura dominante. Y creo yo que se puede decir que
Sacristán era intelectual en este segundo sentido.
Si esto último
que he dicho, lo de una cultura obrera alternativa a la cultura dominante, ha
de ser o no una utopía, eso es algo que la historia lo dirá, pero en cualquier
caso, también creo que se puede decir, con verdad, que ese fue el ideal de
Manolo Sacristán.
Voy a decirlo
lo más brevemente posible: tal como yo lo veo en el recuerdo, Manolo luchó
siempre por renovar y dar nueva forma a la vieja aspiración, una aspiración
libertaria, socialista, comunista, a una nueva cultura de los trabajadores. Es
más, por lo que yo sé muchas de sus alegrías, en la vida que le tocó vivir,
tuvieron que ver con momentos en los que parecía que la cultura obrera
alternativa tomaba cuerpo, o iba a tomar cuerpo en nuestra sociedad. Y también,
cómo no, varias de sus depresiones, que las hubo, son inseparables de
decepciones ante el choque entre aquel ideal de una cultura obrera alternativa
y la realidad cotidiana del mundo del trabajo y del mundo obrero organizado.
¿De qué cultura
y de qué valores estaba hablando Manolo Sacristán?. En el díptico que ha hecho
la CONC para convocar a la familia ampliada a este acto tenéis, creo, una
pequeña muestra. Es una reflexión que procede de una entrevista que no se
publicó, que le hicieron para El Viejo Topo, Jordi Guiu y
Antoni Munné. No se publicó entonces, en 1979, porque el propio Manolo, después
de ver el resultado, no quiso que se publicara. Hemos sacado en el díptico un
pequeño trozo que habla, precisamente, de la cultura obrera, y querría para
esta convocatoria decir que eso está en un contexto más amplio, que voy a leer,
porque me parece que es sumamente representativo de la idea que Manuel
Sacristán tenía de una cultura obrera.
El contexto es
bastante particular. Jordi Guiu y Antoni Munné le hacen una entrevista en un
momento en el que Manolo estaba medio saliendo de una fase depresiva. Casi no
había escrito en unos años. Se encontraba bastante mal, y los entrevistadores
le preguntan por qué no escribe, por qué lleva tanto tiempo callado. Manolo da
una explicación de eso más bien pesimista, que me salto, y entonces dice: “A
partir de ese momento [PFB: es decir, a partir del momento de la comprobación
de que las cosas para nosotros, para los que teníamos o tenemos el ideal de una
cultura obrera alternativa, iban mal]- me acerqué, dice él-, a la comprensión y
al amor de esa gente que se ha quedado en la cuneta intentando mantener, por
otra parte, la voluntad de racionalidad del movimiento obrero, que es, en mi
opinión, una voluntad de modestia.”
Está haciendo
la radiografía moral de la cultura del movimiento obrero. A partir de un
determinado momento de su vida, en 1975 y 1976, Manolo se dedicó mucho a esto.
Y dice a continuación: “El militante obrero, el representante obrero, aunque
sea culto, es modesto, porque reconoce que existe la muerte como lo reconoce el
pueblo. El pueblo sabe que uno muerte; el intelectual, en cambio, es una
especie [PFB son frases un poco duras pero las voy a decir porque era como
hablaba Manolo cuando hablaba con los amigos, con la familia ampliada] de
cretino grandilocuente que se empeña en no morirse. Es un tipo que no se ha
enterado y que intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar, y todas
esas gilipolleces que son el trasunto ideal de su pertenencia a la cultura dominante.
En cambio, en la cultura obrera está la modestia porque está el reconocimiento
de la muerte. Cada generación muere y luego sigue otra y los héroes obreros
son, en general, héroes anónimos mientras que los héroes intelectuales tienen,
en general, dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuelas
y todas esas leches de los intelectuales tradicionales”.
El paso acaba
con una explicación de las razones del propio acercamiento a esa gente que se
ha quedado en la cuneta. Al hablar de gente que se ha quedado en la cuenta,
Manolo está pensando, fundamentalmente, en Ulrike Meinhof, aquella liberal
radical demócrata alemana, que se desespera y que acaba suicidándose o, tal
vez, la suicidaron en la desesperación, o en los “indios metropolitanos”
seguidores del indio Gerónimo y en otras gentes que habían quedado fuera de la
circulación. Para ese acercamiento había una razón emocional: “… el vivo
convencimiento de que a mi me gusta intentar saber como son las cosas. A mí, el
criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me
importa y no estoy dispuesto a sustituir las palabras “verdadero” o “falso”,
por las palabras “válido”, “no válido”, “coherente”, “incoherente”,
“consistente”, “inconsistente”. No, para mí, las palabras buenas son
“verdadero” y “falso”, como lo son en la lengua popular, como lo es en la
tradición de la ciencia. Igual en Pero Grullo y en la boca del pueblo, que en
Aristóteles. Los del válido, no válido, son los intelectuales que en este
sentido son tíos que no van en serio”.
Esto lo vamos a
publicar en un número monográfico de mientras tanto, recordando a
Manolo [número 63, 1996; se publicó también en Acerca de Manuel
Sacristán], entre otras cosas porque pensamos que las dos razones
principales por las que él mismo se opuso a que la entrevista se publicara en
su momento han caducado. Las dos razones que adujo Manolo eran muy sencillas.
La primera: ¿qué van a pensar los demás cuando lean esto que digo yo? ¿No
pensarán que también yo soy un intelectual como los demás y que estoy contando
otro disco parecido al que cuentan otros intelectuales? Mejor que me calle. ¿A
quién le interesan mis neuras? Y la segunda razón es que Manolo no quería
desmoralizar a los amigos naturales. Esas dos cosas eran en Manolo razones
profundas de su estar en el mundo. Pero hemos pensado que ha pasado ya tiempo
suficiente como para que esta segunda razón deje de tener el peso que tenía
hace veinte años. Vamos a decirlo como él se lo decía a los amigos: ¿quién se
va a desmoralizar hoy al leer u oír esto?
Esta reflexión
me sirve para recoger un par de cosas que enlazan con la idea que Manolo tenía
de una cultura obrera alternativa. La voluntad de modestia, la voluntad de
humildad tiene su reflejo, por qué lo vamos a ocultar, en el nombre mismo
de la revista que él fundó. Lo de mientras tanto tenía
que ver con eso. En 1978-79 mientras tanto evocaba la
modestia, la humildad. Y un talante más bien lírico. Tengo que recordar esto
aquí porque, tal como van las cosas, ese mismo nombre hoy casi evoca la épica.
Recordad que en el 78 o 79 casi todo el mundo que empezaba a hacer una revista
le ponía por título Adelante, A por ellos, Revolución bolchevique,
Ganaremos, Venceremos, etc. Mientras tanto, en ese contexto,
era una publicación más bien lírica. La voluntad de modestia, de humildad, esto
del reconocimiento de que existe la muerte y su vinculación con el anonimato
obrero y su contraponerlo a la búsqueda constante de la celebridad, a mí
también me parece que es uno de los rasgos de la mejor tradición del movimiento
obrero de todos los tiempos y que vale la pena mantener esa idea, recuperarla,
renovarla.
Quisiera decir
ahora un par de palabras sobre la forma que Manolo tenía de relacionarse con
los trabajadores manuales. Podría dar muchos ejemplos de los que he sido
testigo, pero me referiré sólo a dos. De uno de ellos creo que va a hablar
Jaume Botey, de modo que sólo lo aludiré. Fue la experiencia de Can Serra
[L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona)], en la que intentaba combinar la
alfabetización de adultos y la formación político-cultural en condiciones muy
difíciles para los trabajadores. Manolo, junto con Neus Porta [esposa-compañera
de FFB], Fariñas y otras personas, hizo allí un trabajo que se recordará. El
otro ejemplo al que quiero referirme es precisamente el de la presentación del
primer número de la revista mientras tanto en los locales de
CC.OO. Son dos cosas distintas, dos ambientes diferentes, pero que a mí me
traen a la memoria un mismo recuerdo sobre la forma de relacionarse con los
trabajadores.
Manolo se
consideraba uno de ellos, uno de los nuestros, no sé muy bien como decirlo: era
uno más, allí, en Can Serra, y aquí, en CC.OO. No tenía ningún problema en
mantener el mismo método, el mismo rigor, la misma profundidad de pensamiento,
que siempre tuvo en sus clases, pero traducida al lenguaje de aquellos que
tenía como interlocutores. No he visto nunca a nadie con la capacidad que él
tenía para hacerse entender respecto a problemas difíciles de explicar. Y
esto es, seguramente, lo más difícil siempre para un intelectual o para un
profesor: cómo romper con nuestra forma normal de expresión, en nuestras clases
o con nuestros colegas, para comunicar con personas que no son letradas y con
las que compartimos ideas, creencias, ideales.
En esta
relación con los obreros son muchos los intelectuales que tienden a la
pedantería o a edulcorar las cosas pronunciando las palabras que los otros
quieren oír. Manolo no; Manolo no era así. Manolo podía ser muy negro y muy
duro con la gente con la que compartía los mismo ideales, en este caso con las
personas de CC.OO. Muchas veces decía que hay que pintar la pizarra bien de
negro para que destaque sobre ella el blanco de la tiza con que hay que
escribir las propuestas alternativas. Así se comportó, por ejemplo, el día de
la presentación de mientras tanto en los locales de CC.OO.
[entonces en C/. Padilla/Gran Vía (Barcelona)]. En mi recuerdo aquello fue casi
una batalla campal. Dialéctica, desde luego. Fue una polémica dura, con
aristas, pero al mismo tiempo amistosa, fraternal, como cuando discutimos en la
propia casa con un amigo o con una amiga. Manolo odiaba el lenguaje diplomático
de los políticos profesionales: no tenía pelos en la lengua a la hora de
expresar opiniones diferentes a las de los amigos naturales, pero al mismo
tiempo pensaba -y así lo escribió en la primera carta de la redacción de mientras
tanto– que había que “mantener sosegada la casa de la izquierda”. Hay que
entender esto como un llamamiento a la discusión franca y racional de las
diferencias. No me demoraré más en este punto. Seguro que Jaume [Botey] puede
decirlo mucho mejor que yo.
El recuerdo de
aquella entrevista y de este par de anécdotas me permite llamar la atención
ahora acerca de otro rasgo de la personalidad de Manolo: la veracidad. El
proyecto de Manolo en aquellos años era volver a juntar dos cosas que se
estaban separando y que siguen en parte separadas: ciencia y proletariado. Ese
ha sido, como sabéis, un proyecto perseguido aquí, en el movimiento obrero de
este país, desde Jaime Vera [1859-1918]. La dificultad está precisamente en
renovar el viejo proyecto de juntar ciencia y proletariado en cada momento
histórico nuevo, en función de los cambios que particularizan cada situación.
Así, con esa intención, nació también el proyecto de mientras tanto.
Hay una cosa
poco conocida, de octubre de 72, que me permite ejemplificar bien esto. En
octubre de 1972, Manolo propuso a la editorial Grijalbo para la que trabajaba
entonces tres nuevas colecciones. La primera se llamaba Hipótesis. Esta salió,
aunque no duró mucho, seguramente porque los tiempos ya no estaban entonces
para esas cosas [Codirigida por Sacristán y por el propio Fernández Buey]. La
propuesta de esta colección, respondía fundamentalmente a la intención de Manolo
de dar primacía a la ciencia y al pensamiento racional. La segunda colección se
llamaba “Naturaleza y sociedad” y no llegó a salir. El proyecto de esta
colección incluía una de las cosas a las que más tiempo iba a dedicar Manolo en
los últimos años. Toda una serie de libros con temas medioambientales,
ecologistas. Él lo llamaba con un rótulo que se inventó: sociofísica; su
intención era que esta fuera una colección de alta divulgación, en la que se
juntaran temas sociales y temas de la naturaleza. La tercera colección no sólo
no llegó a salir sino que, además, cuando la presentó se encontró en seguida
con el ceño fundido de los editores; se trataba de unos cuadernos de iniciación
científica que estaban dirigidos fundamentalmente al movimiento obrero organizado,
a trabajadores cultos, a dirigente sindicales. En la presentación del proyecto
editorial Sacristán decía que el propósito era traducir conocimiento para
gentes que podían leer folletos de no más de 50 páginas, bien escritos,
folletos de esos que se puedan leer en el metro o en el autobús y que permiten
renovar la preocupación cultural con el estado de los conocimientos en el
momento en que se estaba.
Este proyecto
editorial que no salió, como tantas otras cosas, tuvo su reflejo parcial,
fragmentario, en lo que luego iban a ser los distintos números de la
revista mientras tanto. Debo añadir que Manolo siempre dijo,
creo que con toda la razón, que en la revista faltaban científicos de la
Naturaleza [la revista contó con la colaboración de Eduard Rodríguez Farré,
Carles Muntaner, Oriol Martí], gente con conocimientos de ecología, de
biología, de termodinámica, y con capacidad de comunicarlos a los trabajadores.
En cambio, el ideal de los colores rojo, verde, violeta y, más adelante,
diríamos el blanco [del pacifismo], sí que queda más o menos bien recogido en
lo que fue su trabajo entre 1979 y 1985, en la revista.
Por el sitio en
que estamos, y tratándose de los que estamos, no querría terminar sin aludir al
menos a un problema. En la historia del movimiento obrero, y mayormente en
nuestra tradición, ha ocurrido a veces que, a diferencia del intelectual
tradicional, del intelectual amigo circunstancial de los trabajadores, este
otro intelectual en la producción, el intelectual comunista de nuevo tipo,
resulta ser, paradójicamente, un compañero incómodo. El intelectual de nuevo
tipo, el intelectual en la producción, no es un amigo circunstancial del
movimiento obrero y sindical. Es alguien que tiene en la cabeza las mismas
preocupaciones y los mismos problemas que los otros trabajadores, y que opina
sobre ellos con conocimiento de causa y con constancia. Ese fue el caso de
Manolo Sacristán. El intelectual que él quería ser no se permite las
frivolidades habituales del literato tradicional, tan motivadas por los cambios
de humor y por el ir y venir de las modas. Pero, precisamente por ello, por esa
constancia y responsabilidad del intelectual en la producción, suele acabar
resultando incómodo a quienes están acostumbrados a ver en el intelectual sin
más algo así como un adorno.
Sólo que este
tipo de incomodidad que algunos sectores del movimiento obrero organizado
pueden experimentar ante el intelectual crítico de nuevo tipo es distinto,
espero, de la incomodidad que experimenta ante su personalidad el colega que,
por las que razones que sean, no ha tenido la experiencia vivida del movimiento
obrero organizado. Creo que es por esa diferencia fundamental por lo que hoy
seguimos recordando aquí, en CC.OO., la obra de Manolo.
En otros
momentos se ha ido imponiendo con tiempo una previsión hecha al día siguiente
de su muerte por Xavier Rubert de Ventós en un artículo que escribió en La
Vanguardia [28/VIII/1985]. La traigo aquí a colación porque me
impresionó en el momento en que fue publicada y porque, en cierto modo, creo
que Rubert acertó. Decía Rubert de Ventós que “su falta”, la ausencia de
Manolo, “nos deja a todos un poco más libres para seguir no haciendo lo
que debemos”.
No haciendo lo
que debemos. Era esa una previsión verdaderamente dura, pero que
se ha cumplido. ¡Cuántos intelectuales por entonces comprometidos con la causa
de los de abajo habrán dejado de hacer lo que debían desde que Manolo murió!
¡Cuántos intelectuales se habrán sentido “liberados” para convertirse en pingos
almidonados desde el día de la muerte de Manolo Sacristán!. De más de uno he
oído yo mismo esta reflexión: ¿Me hubiera atrevido a comportarme como me
comporté en el momento del referéndum sobre la OTAN, o cuando la Guerra del
Golfo, o cuando hubo que definirse acerca de las movilizaciones sindicales?
Manolo era,
pues, uno de los nuestros y de los vuestros. Incómodo, sin duda, como lo son y
lo serán siempre los intelectuales críticos, los intelectuales productivos que
no se limitan a ser amigos circunstanciales, por política, del movimiento
obrero cuando las cosas van bien sino que siguen estando ahí, con pensamiento
propio y críticamente, también, y sobre todo, cuando las cosas van mal.
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