Zhok ha escrito este
artículo pensando en Italia, pero lo que censura puede aplicarse al pie de la
letra a España. Y seguramente a la mayor parte de Europa. Y no se divisa en el
horizonte nada que anime a que las cosas puedan cambiar. Al menos de momento.
De usar y tirar
El Viejo Topo / 11 febrero, 2025
La situación
de crisis persistente y sin salidas aparentes en la que se mueve toda Europa es
un problema que va mucho más allá de la pérdida de estatus internacional, la
pérdida de prosperidad, la pérdida de competitividad, el aumento de la
pobreza y el desempleo (todo ello, por supuesto, bastante grave). El problema
subyacente es que la existencia durante largos periodos en una condición de
crisis permanente, de declive percibido y de falta de perspectivas produce una
disminución gradual pero sistemática de la propia voluntad de vivir, de la
«vitalidad primaria» de quienes se ven envueltos en este sudario histórico.
Las causas de
esta situación son múltiples y pueden (y deben) analizarse en detalle a nivel
empírico, histórico y económico.
Podemos tomarlo
en sentido amplio y comenzar el análisis a partir de la derrota en la Segunda
Guerra Mundial, con la subsiguiente condición de país ocupado.
Podemos
centrarnos en aparentes «errores» más recientes, como el suicidio industrial
decretado por la reorientación de los suministros energéticos de las fuentes
próximas (Libia, Rusia) a las del principal competidor directo (Estados
Unidos).
Podemos
condenar la estructura oligárquica y tecnocrática de la Unión Europea, que
ha fracasado estrepitosamente en lo único que justificaba oficialmente su
existencia, a saber, utilizar el peso económico de Europa como palanca para
obtener un mayor estatus internacional, con mayor capacidad para defender los
intereses de los pueblos europeos, etc.
En este
contexto, es lamentable decirlo, las clases dirigentes italianas han sido
durante algún tiempo las peores, las más manifiestamente serviles a presiones
e influencias ajenas a los intereses del pueblo italiano. Las clases dirigentes
italianas, de Monti a Draghi, de Renzi a Meloni, son siempre las primeras y las
más dispuestas a mostrarse serviles a intereses alusivos, opacos,
inconfesables y estrictamente ajenos a cualquier cosa que pueda beneficiar al
país.
Para ceñirnos
a los últimos días, basta con ver la velocidad del rayo, única en la escena
internacional, con la que el «garante de la privacidad» bloqueó la
accesibilidad de DeepSeek en las tiendas de aplicaciones de Apple y Google en
Italia. Es evidente para todo el mundo cómo cualquier potentado político o
económico extranjero puede obtener una audiencia inmediata en Italia,
ejerciendo la presión adecuada sobre una clase dirigente inconsistente y
dedicada únicamente al cultivo de su propio interés privado a corto plazo.
Estos y muchos
otros análisis son legítimos y posibles, pero en mi opinión, para evitar la
dispersión e identificar el núcleo esencial del drama contemporáneo, hay dos
puntos que deberían seguir siendo el centro de atención a largo plazo.
El primero es
la prudencia metodológica.
Todas las
personas de buena voluntad (es inútil recurrir a la quaquaraqua (1) y a la
vendepatria) deben distanciarse definitivamente del principal juego que
paraliza toda alternancia política y de poder, a saber, el juego de la
oposición ficticia entre Derecha e Izquierda. Parece increíble, pero décadas
de intercambiabilidad total en todas las políticas estructurales aún no han
convencido a todo el mundo de que el «juego de la alternancia bipolar» es sólo
un sistema para garantizar la irreformabilidad absoluta, el estancamiento
terminal del sistema. Todavía hoy hay mucha gente que piensa de buena fe que
es importante «Derribar a la derecha en el gobierno» (quizás en nombre del
antifascismo), o «Derribar a la izquierda en el gobierno» (quizás en nombre
del anticomunismo). El hecho de que este juego siga funcionando en cabezas
aparentemente capaces es uno de los misterios más desconcertantes, algo que le
lleva a uno al pesimismo antropológico más radical. El hecho de que haya
gente, tanta gente, que se dedique en cuerpo y alma a la identificación diaria
de detalles estéticos aborrecibles, de derechas o de izquierdas según el
caso, deprime las esperanzas de cambio.
El segundo
punto es un elemento de sustancia política y cultural (radicalmente cultural
y, por tanto, política). El marco básico que permite la autoperpetuación sin
salidas aparentes de nuestra condición de fracasados viene determinado por una
arraigada ASOCIACIÓN DEL ALMA. Si bien es cierto que abundan los vendidos y
los corruptos, sería erróneo pensar que el problema italiano (y europeo)
radica principalmente en la presencia de estos personajes en nómina de estados
o multinacionales extranjeras. Están ahí, como en todas partes, pero el
problema es más radical. Reside en el hecho de que, en el fondo de las
convicciones de la mayoría de los intelectuales, universitarios, periodistas y
políticos de este país, hace tiempo que se impuso sin vacilaciones la
adhesión inconsciente a un paradigma «americanista». ¿Qué entiendo aquí por
«americanismo»? Me refiero a una formulación ideológica tan virulenta como
despistada, que se adhiere sin descanso a la IMAGEN PÚBLICA que EEUU ha
proyectado de sí mismo, desde la posguerra hasta el presente. En gran medida,
esta imagen pertenece a la autointerpretación liberal. Pero no se recibió a
partir de sesudas reflexiones sobre las virtudes del libre mercado, la
dinámica del Estado de Derecho, el constitucionalismo liberal-democrático o
similares; no, se recibió por ósmosis mediática y cinematográfica.
Sencillamente, Nando Mericoni se ha reproducido a sí mismo y sus hijos y
nietos han hecho carrera; y a diferencia del progenitor de «Un americano en
Roma», ya no tienen la falsa conciencia de quien sigue con un pie en otro
mundo, sino que viven enteramente en esa burbuja cultural. Viven en ella tan
enteramente que a veces se creen cualquier cosa menos eso, que se creen
herederos de comunistas o fascistas o demócratas, mientras son copias de
proyecciones publicitarias ajenas. En realidad, no hay estupidez, ni
degradación, ni paranoia nacida al otro lado del Atlántico que no haya hecho
una incursión triunfal en las mentes de las clases dirigentes italianas desde
los años ochenta.
La
«internacionalización» cultural se ha convertido en sinónimo de «haz como los
americanos, que lo haces bien». De los modelos privatistas de servicios
públicos a la veneración simbólica de la competitividad, de los «niños de
las flores» a los «raperos», de la importación de heroína a la importación del woke, no hay
mal ejemplo que no se haya seguido diligentemente. La tormenta de dolorosos
anglicismos parvenus que se desata en las producciones de la burocracia
pública es el signo más directo de esta derrota.
Lo que es
esencial comprender es que este «americanismo» no es algo de lo que Estados
Unidos sea víctima. Para los EEUU, es lo que ellos son, y, como tal, puede ser
libre y pragmáticamente desafiado (ha ocurrido muchas veces, en cierta medida
está ocurriendo hoy).
Para nosotros,
en cambio, no lo es, es una ideología, una visión tácita del mundo y del
bien, estereotipada, obtusa como sólo puede serlo una ideología absorbida
pasivamente. Este hecho culturalmente trágico es lo que hace que la posición
de Italia (y de Europa) sea hoy particularmente triste y particularmente
peligrosa.
Con este telón
de fondo se entiende que Europa se muestre cómicamente dispuesta a desafiar a
Rusia (o a China), siga señalando públicamente todo su desprecio cultural por
los «bárbaros del Este», queme todos los puentes de diálogo, insista en
continuar políticas que no sólo son estúpidas, no sólo injustificables, no
sólo contraproducentes, sino también operativamente insostenibles.
El mundo entero
sabe que Europa, un enano político y militar, carente de recursos naturales y
con una demografía en colapso vertical, no podría enfrentarse sola a Rusia ni
aunque convirtiera la mitad de su PIB en gastos militares. Se trata de una
ilusión inaceptable para la inmensa mayoría de su población a todos los
niveles. Pero no para las clases dirigentes que han hecho de la autopromoción
de Hollywood su visión del mundo.
Por eso, de
todas las tareas políticas actuales, quizá la más fundamental no sea algo
típicamente «político». Se trata de emprender una laboriosa tarea de
reconstrucción. Se trata de reconstruir con dedicación, en un proceso que
sólo puede durar décadas, un trasfondo de autonomía cultural, en parte
desenterrando un pasado glorioso, en parte asumiendo la carga de innovarlo
(donde «innovar» por fin dejará de ser sinónimo de «copiar de EEUU»).
Traducción de
konkreto
(Ntd): (1) Término fono-simbólico de la lengua siciliana que recuerda el grito
del pato (o codorniz[), ahora de uso común en italiano, ambos con el
significado de una persona particularmente habladora, pero carente de habilidad
real, y por lo tanto considerada poco digna de confianza. En el argot mafioso,
el término «quaquaraquà» también se utiliza como sinónimo de «delator».
* De Facebook
Fuente: Sinistrainrete
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