martes, 13 de agosto de 2019

LA ECOLOGÍA Y EL MONDONGUEO DE LA ECOLOGÍA. QUE POR CIERTO, A PESAR DE LAS CÁTEDRAS, MINICÁTEDRAS, SUBCÁTEDRAS INVERSAS Y CONTRA CÁTEDRAS DE CÁTEDRAS DE ECOLOGÍA, Y TAL, LA ECOLOGÍA NO ES UNA CIENCIA (SINO UN COMPENDIO MAL AVERIGUADO DE RETAZOS DE OTRAS CIENCIAS, ALGUNAS DE LAS CUALES TAMPOCO SON CIENCIAS). A QUE SÍ, MI QUERIDO LECTOR?, PORQUE USTED SABE TAMBIÉN COMO YO, QUE DESDE QUE LEÍMOS A HANS MAGNUS ENZENSBERGER (PARA UNA CRÍTICA DE LA ECOLOGÍA POLÍTICA) ALLÁ POR LOS PRIMEROS AÑOS DE LA DÉCADA DE LOS SETENTA DEL SIGLO PASADO (HACE UN GUEVO DE DE TIEMPO DE ESTO, PORQUE NI CRISTO HABÍA NACIDO TODAVÍA, SALVO QUE ME FALLE LA MEMORIA) SABEMOS (Y LO SABEMOS PORQUE LO HEMSO LEÍDO, NO POR SER EXTRATERRESTRES DEMOCRÁTICOS) QUE LA ECOLOGÍA NO ES UNA CIENCIA. ¿Y AHORA QUÉ VAMOS A HACER CON TANTOS MALOS CUENTISTAS DE LA ECOLOGÍA DEL MERACUMBÉ QUE HA HABIDO Y HAY? TENEMOS UN PROBLEMA ECOLÓGICO AQUI DE PRIMERA MAGNITUD, PORQUE CÓMO VAN A DEVOLVER AHORA LA CANTIDAD DE MARISCO, CORDEROS ASADOS, PATATAS A LO POBRE..., QUE SE HABRÁN COMIDO Y LOS CAMIONES DE GARRAFONES DE VINO QUE SE HABRÁN BEBIDO A CUENTA DE LA ECOLOGÍA?



La evolución de la ideología climática (1)

DIARIO OCTUBRE / agosto 9, 2019




Juan Manuel Olarieta.— A lo largo de una historia milenaria, los seres humanos han sostenido percepciones contrapuestas sobre el clima de clara naturaleza ideológica, en donde se confundían de manera abigarrada numerosos conocimientos, doctrinas e hipótesis.

Hasta épocas muy recientes la humanidad no conoció las sutilezas actuales que diferencian el clima de la meteorología o el calor de la temperatura; ni siquiera sabía lo que era el calor, ni la luz, ni la combustión y, lo que es peor, las doctrinas al respecto eran erróneas.

Como es obvio, la evolución del clima sobre la Tierra a lo largo del tiempo no tiene nada que ver con la de su reflejo sobre el pensamiento humano. Las ideologías climáticas siguen el mito de la caverna de Platón: un recorrido que va de la “oscuridad” a la “luz” a medida de que la humanidad se libera de sus cadenas, hasta salir al exterior y conseguir, además, que “un exceso de luz” no acabe por deslumbrarnos, es decir, que unas cadenas no sustituyan a otras.

Cualquier ideología se afirma por oposición a sus contrarias, de donde surgen las diferentes corrientes históricas que en sus rasgos más generales se pueden resumir en tres.

Las corrientes idealistas consideran el clima como una obra de la creación del universo, al modo del Génesis: en un principio la Tierra estaba sumida en la “oscuridad” hasta que dios la iluminó… hasta cierto punto porque el resto quedó sumido en las tinieblas.

La religiones presentan a dios como luz y en el Éxodo aparece ante Moisés como una “zarza ardiente”. Además de luz, dios y los seres celestiales representan el calor, que es fuente de vida.

Por el contrario, un determinado tipo de materialismo, que podemos adscribir a Demócrito, considera el calor como una cosa, algo que en nada difiere de todas las demás cosas. El mundo material, es decir, todo el universo, se compone de los mismos átomos, uno de los cuales es el fuego, por lo que la luz y el calor tienen el mismo origen material que las demás cosas que integran el universo.

En una tercera línea podemos situar a Epicuro, una materialista de un tipo diferente al anterior, más avanzado, según expuso Marx en su primera obra. La diferencia entre uno y otro se resume en el “clinamen” o, en otras palabras, la contradicción, el cambio y la dialéctica, que también están presentes en los fenómenos físicos.

En el griego antiguo clima y clinamen forman parte de la misma familia semántica, junto a otras palabras como “inclinación” o “declinación” porque la humanidad siempre tuvo claro que el clima dependía del ángulo diferente con el que los rayos del Sol y otros astros luminosos impactaban en la Tierra, lo que a veces, se definió como su “alineamiento” o posición relativa de unos con otros.

Como dicho ángulo depende de la región geográfica del planeta, en cada una de ellas el clima es diferente. La consecuencia ideológica de ello es que, históricamente, la humanidad siempre vinculó el estudio del clima más al espacio que al tiempo.

Dado que la supervivencia de los seres humanos dependía de la agricultura, básicamente, y dado también que, a su vez, la agricultura dependía del clima, los aspectos económicos dependían de los naturales. El “buen tiempo” propiciaba buenas cosechas y el “mal tiempo” creaba dificultades de aprovisionamiento, lo que expresa el carácter ideológico de las doctrinas climáticas y seudoecologistas, en general, que van unidas a una teoría económica, e incluso una política económica.

La “buena” (o la “mala”) relación del hombre con la naturaleza, el salvajismo y la civilización, es uno de los tópicos más frecuentes en la historia del pensamiento humano, que ha desatado toda clase de pronunciamientos. No obstante, el desasarrollo progresivo de las fuerzas productivas ha independizado cada vez más al ser humano de la naturaleza, que ha ido adquiriendo un punto de vista cada vez más estético de la misma, así como un complejo de intruso dentro de ella, que irá a más en el futuro.

Las ideologías climáticas han tenido siempre un tono fatalista, de tal manera que a la humanidad no le cabía sino adoptar una posición pasiva: “aclimatarse” o adaptarse al clima del lugar.

Uno de los ejemplos más conocidos de la importancia que las ideologías han otorgado al clima es “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, escrita a mediados del siglo XVIII, que estudia la dependencia de los diferentes regímenes políticos y sociales de las diferencias climáticas que se pueden observar en la Tierra. Los pueblos originarios de regiones cálidas “casi siempre” los ha convertido en esclavos, mientras que el coraje de los de climas fríos los ha mantenido libres. “Es un efecto que deriva de una causa natural”, escribía Montesquieu. Las causas naturales, podríamos concluir, producen efectos políticos, y también: los efectos políticos derivan de causas naturales.

Al fatalismo climático le acompañó siempre un dogmatismo absoluto: todas las hogueras se acaban apagando y lo mismo ocurrirá con el Sol y demás astros, por lo que la temperatura decenderá inexorablemente y el frío se extenderá acabando con la vida sobre este planeta.

Hasta hace muy poco tiempo, pues, los científicos defendieron la doctrina del enfriamiento climático con mucho más ardor del que ahora muestran al defender la contraria. La forma en que se producía el supuesto enfriamiento era lineal, de la misma manera errónea en que hoy se supone que se produce el calentamiento: cada año la temperatura batía sus propios registros y desciende -o sube- un poco más en todas partes al mismo tiempo.

La ruptura con la ideología dominante fue un camino tortuoso, balbuceante y lleno de paradojas. Hace 2.500 años, Teofrasto, un discípulo de Aristóteles, ya había llamado la atención sobre el “clinamen”: el clima actúa sobre la humanidad, pero la humanidad también reaciona sobre su entorno y es capaz de modificarlo.

Nadie hizo caso de aquel filósofo, entre otras razones por el escaso desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, cuando en el siglo XVIII las monarquías absolutas emprenden importantes obras públicas (canales, pantanos, carreteras, puentes), los ingenieros comienzan a desarrollar nuevas concepciones sobre lo que hoy llamaríamos estudios de “impacto ambiental”.

Aquellas primeras investigaciones sobre la “huella ecológica” extraen a los seres humanos de la naturaleza y contraponen a ambos en la forma ideológica que hoy se ha impuesto: lo artificial como enemigo de lo natural o destructor del entorno. La civilización es el pecado original, el progreso no existe porque estamos destruyendo el “paraíso terrenal”…

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