Íñigo
Errejón, Podemos y los significantes vacíos
TERCERA
INFORMACION 10.11.2024
- «La corriente
posmarxista a la que se suma Íñigo Errejón prescinde de los símbolos que
condensan historia de lucha, pensamiento y emoción para crear identidad
popular, y prescinde de categorías que ordenan nuestro mundo, que nos
permiten comprenderlo y transformarlo».
Iñigo Errejón / Sumar
Podríamos decir que no nos sorprende, pero
estaríamos mintiendo. El escándalo Errejón desborda lo imaginado. Podríamos
decir también que su comportamiento personal excede lo político, pero igualmente
estaríamos falseando la realidad.
No nos vamos a centrar aquí en las recientes
revelaciones sexual-depredadoras del susodicho. En estos días se están
escribiendo muchas líneas, algunas necesarias, otras lamentables, sobre el
fenómeno Errejón. Lamentable el antiperiodismo caníbal y amarillo que busca el
morbo, reproduce el patriarcado y no tiene reparos. Importantísimos los relatos
de las víctimas y algunos trabajos periodísticos que dan credibilidad a los
mismos. Necesarias las miradas que desde un feminismo al que, más tras la
actual hecatombe, debemos poner apellidos, señalan el trasfondo estructural
latente tras tanto ruido. El patriarcado y su incidencia en el sentido común,
en formas de hacer y pensar, nos penetra a todos y todas, pero especialmente a
nosotros, porque en su desigualdad nos favorece. Impugnamos desde nuestro campo
las conductas patriarcales pero las reproducimos cada día. Consciente e
inconscientemente, se insertan en nuestro quehacer cotidiano. Hay sin embargo
límites intolerables. El fenómeno Errejón nos permite identificar algunos.
El caso Errejón es político no porque se trate
de un personaje dedicado a la política electoral. Tampoco solo por aquello de
que lo personal es político, y porque la dominación patriarcal sea un hecho
político, que por supuesto.
El caso Errejón es un fenómeno político porque
nos permite abordar lo que debería ser el principio número uno de la izquierda:
el de la ética y la coherencia, el de la comunión entre lo que se dice y lo que
se hace, entre la teoría y la praxis. Entre la persona y el personaje. La
persona al servicio de las ideas frente al personaje encubridor de la persona,
antítesis de sí mismo. ¿Pero qué ideas y para qué las ideas? Las ideas como
horizonte común o como excusa para propósitos individuales. Las ideas como
legitimación o impugnación de un orden social de explotación y dominación. Las
ideas como trampolín al poder o como potencia transformadora. Las ideas de la
emancipación o de la depredación. Las ideas del Yo o del común. La persona al
servicio de las ideas, pero ¿las ideas, al servicio de quién? De las clases
dominantes o de las mayorías oprimidas. Las ideas al servicio del patriarcado o
de la liberación en la relación social hombre-mujer. Podríamos caer en la
pregunta fácil: ¿a qué ideas tributaba Errejón? Pero nos quedaríamos cortos de
miras.
Nos resistimos a no tratar de encontrar algún
pequeño hilo que conecte a la persona con el personaje. ¿Tiene el Errejón
oculto alguna conexión con el Errejón público? ¿La persona real se desprende
tanto de las posiciones políticas y las ideas del personaje? ¿Se descuelga
totalmente su faceta de dominación de la pantalla política? ¿No existirá algún
tipo de conexión invisible entre ambas esferas? Nos resistimos también a no
visualizar vínculos entre el comportamiento de Errejón y la razón hegemónica
que campa a nuestro rededor.
El caso Errejón es expresión desmesurada y burda
de una forma de hacer y entender la vida y la política que no es patrimonio
único de Errejón. Las dirigencias político-electorales nacidas al calor del
periodo de ascenso de la lucha popular iniciado en 2011 con el 15-M o
movimiento de los indignados, llegaron decididas a “asaltar los cielos” y
acabaron asaltando las páginas del ancho libro del entreguismo y la
antipolítica.
“Podemos nace para ganar”, pregonaron. Fuimos
muchos quienes lo concebimos como posibilidad y herramienta. Y podía haberlo
sido. Discutíamos acaloradamente con quienes en ese momento nos alertaban de
las personas detrás de los personajes. Argumentábamos que Podemos era mucho más
que su dirigencia. Puede que hubiera algo de cierto en ello, pero lo cierto es
que nos equivocamos. Las cabezas visibles pintaban mucho más de lo que
prometían, y lo que presentaban como un movimiento era más el capricho
privativo de unos jóvenes astutos que jugaban a hacer política y a reinventar
lenguajes y sentidos. Pese a nuestra simpatía, nunca militamos en Podemos.
Otras compañeras y compañeros no corrieron la misma suerte. En el momento de su
irrupción y su momento álgido, decidimos marcharnos unos años a donde pensamos
había mejores condiciones para aprender sobre vida, política y comunicación:
América Latina. Desde allí escribimos algunos textos en apoyo a Podemos que no
nos avergüenzan pero que, desde la retrospectiva de lo acontecido, tampoco
representan nuestra mirada de las cosas. Precisan de una continuidad y “ajuste
de cuentas” que comenzó con el texto 10 años
indignados. Del 15M al “ayusismo”. ¿Fin de un ciclo?, donde
abordamos fortalezas y debilidades del 15M y la irrupción de Podemos, con sus
derivas y mutaciones políticas. El caso Errejón nos anima a detenernos en las
personas y los personajes.
El fenómeno Podemos y la saga que le continuó,
con Unidas Podemos, Más Madrid, Más País y Sumar, es la historia en secuelas de
un naufragio. Pero no de cualquier naufragio, de un naufragio anunciado. Las
señales de humo se evidenciaron en los primeros años de navegación. Si ese
barco en algún momento partió hacia buen puerto, prontamente extravió su rumbo.
Hoy sabemos que quienes atesoraron el timón y se apalearon en público y sin
recato por controlarlo portaban en su manera de concebir la vida y la política
la causa principal del hundimiento.
Parafraseando a un maestro y amigo que
refiriéndose a uno de estos personajes afirma que en su apellido lleva su
penitencia, podríamos decir que las dirigencias de Podemos llevaban su
penitencia en su extracción social de clase, que no pudieron o no quisieron
superar. Habiendo podido desclasarse en su praxis política, como tantas y
tantos en la historia, acabaron ´enclasándose´. La mayoría universitarios,
estudiantes y profesores de ciencias políticas, hijos de sectores medios
cualificados, algunos cargos públicos y con formación o participación política,
aprovecharon sus ventajas formativas, su militancia temprana y su carácter
abierto, acostumbrado a la toma de la palabra para asomar la cabeza y
destacarse, más en espacios mediáticos que organizativos. Respecto a la
organización, inventan una hecha a su imagen y semejanza. Entre las virtudes
del ascenso, manejar con destreza el plano comunicacional, los nuevos espacios
de las redes sociales y conectar tanto con sectores populares organizados como
con una gran masa de gente despolitizada a la que lograron ilusionar y mover
emocionalmente. En un inicio, sin un programa definido, su narrativa y sus
propuestas muestran radicalidad y valentía, poniendo el dedo en la llaga
abierta de los grandes poderes y planteando propuestas de transformaciones
básicas fundamentales. Ocurre que una vez nacido, Podemos no ganó. Y en el
momento de ir aterrizando, dando forma programática a esas propuestas
necesarias, construyendo proyecto y planteando un trabajo de largo aliento, las
propuestas se fueron diluyendo y desdibujando en pos de un posibilismo
transversal y un pragmatismo entreguista mediado por el cálculo de votos.
En definitiva, a los grupos de amigos e
influencias, amores y desamores, batallas intestinas difundidas sin pudor en
las redes, le acompaña una bajada constante de líneas bajo el mantra de la
transversalidad, pérdida de la brújula política y mucho malabar argumentativo
como excusa. El recorte de ideas, discurso y programa, puede condensarse en el
refranero popular: donde dije digo, digo Diego porque Diego
hoy dice más que digo. Y si no lo ves es que no sabes de política y
comunicación para ganar. Así hasta llegar a la más bochornosa de las
concesiones, ya no “para ganar”, sino para conservar nichos de poder personal:
el pacto de coalición con el PSOE.
Uno de los principales partidarios de bajar
líneas y traspasar límites fundantes fue precisamente Íñigo Errejón. Hábil,
astuto y locuaz, basaba su argumentario en una corriente teórica del otro lado
del charco. Gran parte de la dirigencia de Podemos se formó y tuvo como
referencia a América Latina porque sus años de formación académica coincidieron
con la época de ascenso del llamado ciclo progresista latinoamericano, proceso
regional de gran importancia pero a la vez cajón de sastre con experiencias de
todo tipo. El mismo Errejón realizó su tesis sobre el proceso de cambio en
Bolivia. De poco les sirvió el fenomenal acumulado teórico y político
latinoamericano de carácter marxista y combativo. Su principal referencia
intelectual la encuentra en Argentina, encandilado con el peronismo progresista
del teórico Ernesto Laclau y su compañera Chantal Mouffe. Compró los
planteamientos posmarxistas del populismo y los significantes vacíos y trató de
aplicarlos en Podemos. He ahí el mayor oprobio de Errejón al horizonte
transformador.
Hay teorías que presentándose como
transformadoras son tan inofensivas al sistema que acaban siendo funcionales.
El mantra de los significantes vacíos se vale de categorías políticas ambiguas
incorporándolas en el discurso supuestamente para construir hegemonía. ¿Qué
tipo de hegemonía?, habría que preguntarse. Gramsci es otro de los grandes
manoseados de la historia. En manos de esta corriente, muta en un Gramsci
descafeinado y manso, despojado de su pensamiento revolucionario, de su
filosofía de la praxis.
El discurso de la versión española de Laclau
bebe de la ambigüedad ideológica del 15M y sus expresiones más difusas,
manoseando aquella frase del “no somos ni de izquierdas ni de derechas, somos
los de abajo y vamos a por los de arriba” o “más importante que la unidad de la
izquierda es la unidad del pueblo”. Errejón cuestiona “el eje
izquierda-derecha” definiéndolo como “lo viejo”. Un desdibujamiento de
ideas-fuerza y conceptos históricos que acaba ocultando las relaciones de
clase, sus antagonismos y conflictos.
De ahí a la “competencia virtuosa” con el PSOE
había solo un paso. Un pequeño paso para la persona, un gran salto para el
personaje. Por eso su insistencia tensando la cuerda con el sector de Pablo
Iglesias para pactar con el PSOE, motivo por el cual aparentemente se quiebra
Podemos, quedando fuera la corriente de Errejón, que instantáneamente monta su
partido, Más Madrid y Más País. Los motivos eran otros, y tenían más que ver
con una limpia de tipo estalinista del sector arrimado a Pablo Iglesias que con
el propio Errejón. La cosa iba más de batalla intestinal y lucha de tronos. Lo
denunció Carlos Fernández Liria en un texto que molestó sintomáticamente a
Iglesias. Que no importaba tanto lo político quedó en evidencia cuando poco
tiempo después Unidas Podemos no tuvo reparos en pactar con el PSOE para formar
gobierno, aupando en sus horas más bajas al histórico Partido antiSocialista y
antiObrero Español. En los primeros tiempos de Podemos, nadie hubiera osado
siquiera plantear semejante cosa. Pero como Podemos nació para no ganar, ya no
decimos digo sino Diego. En la coalición con la fuerza política que en sus
orígenes definían como uno de los partidos del Régimen, se consolida el
entreguismo histórico de Podemos.
Para la corriente de los significantes vacíos,
existen conceptos viejos que restan más que suman, propios de “políticas de
trinchera” de la “izquierda tradicional”. Para Errejón, la derrota histórica de
la izquierda demuestra que hay que reinventar el lenguaje y el discurso
dinamitando conceptos y categorías de vitalidad histórica y combativa.
Sustituyéndolas por otras vacías y ambiguas que permiten resemantizar el
discurso político para atraer y seducir a sectores amplios. Adoptar conceptos
fetiche para crear emoción compartida. No es nada nuevo. El márquetin y la
publicidad juegan a su manera con esto. Lo importante es conectar con el sentir
de la gente dotando de nuevos sentidos a conceptos difusos para conformar
identidad colectiva. Se pretende así crear nueva hegemonía. Ocurre que la
identidad y la emoción, construida de esta forma, se parece mucho a sus
significantes, y se parece mucho a la que construyen los actuales poderes
hegemónicos. Estos atajos políticos pueden dar frutos electorales
inmediatistas, pero a largo plazo, como se ha demostrado, los votos se esfuman
en su vacuidad indefinida. Y lo peor, hacen un daño inmenso porque contribuyen
al vaciamiento de contenido al que tanto empeño dedican los grandes poderes.
Por poner un ejemplo, sustituir el antagonismo de clase por el de “pueblo-oligarquía”,
tributa al espacio vacío de la política emocional del que se valen las
expresiones neofascistas que hoy toman el relevo de estos paladines del pueblo.
Paradójicamente, esta travesía lingüística que confunde lo “popular” con el
“populismo”, huye con crítica mordaz de los viejos conceptos y categorías
mientras tolera sin sonrojo los conceptos creados en los laboratorios de los
centros de pensamiento de las clases dominantes, en especial de Estados Unidos,
que inundan las universidades y las investigaciones académicas de todo el
planeta.
Compartimos la crítica a la izquierda dogmática
que insulta y desprecia a la gente por asumir el sentido común construido desde
arriba. Muy habitual, también en sectores progres y socialdemócratas, eso de
dar lecciones desde una atalaya político-elitista. Pero hay diversas formas de
practicar eso, aunque el discurso simule lo contrario. Hacer política desde una
atalaya es no hacer un carajo para construir poder popular, poder desde abajo,
combatiendo el sentido común desde la teoría y desde organizaciones insertadas
en él para transformarlo. Insertándose de forma abstracta y discursiva en el
sentido común, éste te engulle y acabas reproduciéndolo, tolerándolo, siendo
parte de él, jamás cambiándolo. El sentido común hegemónico, penetrado de la
ideología dominante, es también nuestro sentido y se combate, entre otras
cosas, identificando sus formas de dominación, reeducándonos colectivamente,
desnudando tanto significantes vacíos como significados de clase, tratando de construir
otros sentidos de clase, que solo pueden ser antagónicos al actual sentido
hegemónico. Y para eso no podemos desechar la historia, el acumulado de lucha,
la memoria popular.
Una cosa es el folklore y el autoconsumo de
izquierda, que también vacía de contenido significantes históricos, y otra muy
distinta renunciar a los referentes que construyen la identidad y el horizonte
de las y los oprimidos. La corriente posmarxista a la que se suma Íñigo Errejón
prescinde de los símbolos que condensan historia de lucha, pensamiento y
emoción para crear identidad popular, y prescinde de categorías que ordenan
nuestro mundo, que nos permiten comprenderlo y transformarlo, suplantándolas
por otras inofensivas para el antagonismo social que origina nuestros males, porque
en su discurso lo invisibiliza y en su quehacer convive con él y lo alimenta.
Lo nuevo no era tan nuevo. Nuevas caretas y
formas que camuflan con mucha verborrea la coincidencia en la práctica con una
vieja corriente política. Se llama socialdemocracia y encarna el abandono de la
potencia popular y transformadora, la convivencia y connivencia con las
relaciones sociales de opresión y la administración progresista del estado de
cosas imperante. El cuento de la gestión amable del sistema con medidas sociales
que en tiempos de crisis tratan de cambiar algunas cosas para que todo siga
igual. Errejón era el niño mimado de los medios hegemónicos porque sus ideas y
su acción tributaban a una corriente política domesticada. He ahí una conexión
entre la persona y el personaje. Sin meternos a analizar las actitudes y el
carácter tanto de la persona como del personaje público, que arrojan síntomas
preocupantes desde el minuto cero. Insistimos, las actitudes prepotentes
-podríamos decir patriarcales- y las líneas teóricas del “populismo
progresista” no son patrimonio exclusivo de Íñigo y sus seguidores dentro de
Podemos. Unas y otras son asumidas y practicadas, en mayor o menor medida, por
Podemos a lo largo de su travesía. Recordemos aquello de “la casta”, luego abandonado
en pos de políticas identitarias en su versión más elitista y de consumo. Mucha
máscara y poco contenido. Mucha coyuntura y poca historia. Mucho discurso y
poco proyecto. Mucha seguridad y poca cautela. Mucho ego y poca entrega. Mucho
personaje y… en fin.
La política como ejercicio del poder individual,
del poder que me da poder, que le otorga poder al Yo, es quizá el más viejo
estercolero de la historia política de la humanidad. Pueden ser novedosos los
envases y significantes vacíos con los que se camufla, pero el contenido, el
significado, sabe a vino rancio.
Nos rasgamos hoy las vestiduras porque
descubrimos que el propio Íñigo fue un significante vacío que colmó con la
construcción mediática de su personaje. Pero, ¿no había señales que indicaran
el abismo entre la persona y su máscara? ¿No había en lo político
comportamientos de continuidad? En definitiva, ¿no pudo verse antes? ¿Tan bueno
era el disfraz que ocultó los indicios políticos? ¿O se trata de otra cosa y
resulta que el disfraz es colectivo?
La gravedad del caso Errejón no está en que sus
hechos de acoso, agresión sexual y dominación psicológica calculada sean delito
o no, cuestión que deberá dirimir una justicia que por otra parte sabemos
patriarcal. La gravedad está en lo que deja en evidencia moral y éticamente.
Está en el abuso de poder. Un poder que exige de toda la responsabilidad y
honestidad habida y por haber. ¿Habría podido la persona hacer lo que hizo sin
el personaje, sin el poder de la máscara?
Con el concepto de poder podríamos emular las
preguntas que nos hicimos con las ideas: ¿qué tipo de poder? Poder privativo o
poder compartido. Poder secuestrado o poder multiplicado. Poder de unos pocos o
de las grandes mayorías. Poder representativo o participativo. Poder impostado
o poder protagónico. Poder que explota y oprime o poder que libera de la
opresión. Poder de las élites o poder del pueblo. Poder fálico o poder
orgánico. Poder carnal o poder popular. ¿Poder para qué? Para beneficio
individual o para despliegue comunitario. Poder como provecho o como servicio.
Poder como fin o como medio. Poder para y por el poder o poder para transferir
poder.
Seamos sensatos. La gravedad de este abuso de
poder no está solo en que se trate de un representante político. La gravedad
del caso Errejón, del que la derecha y sectores interesados se ensañan
hipócritamente y sin reparo, se multiplica porque la incoherencia y el abuso se
produce en nuestro campo, al menos así lo percibe el sentido común. Pero en
este campo, definido tan ampliamente, nos guste o no, Errejón no es una especie
única. Que la razón egoísta del actual modo de producción de cosas y sentidos
penetra en nuestro territorio es cosa sabida. Que muchos irrumpen en este
territorio para desplegar sus anhelos individuales depredadores, también.
Hay, especialmente en sectores urbanos medios, y
especialmente en Europa, un tipo de militancia que concibe la política como una
fiesta porque para su visión de mundo lo político no representa la lucha por la
dignidad histórica de las y los oprimidos de la tierra; tampoco, como en otras
latitudes, lo político es cuestión de vida o muerte; ni de resolver los
problemas de las mayorías depende que se resuelvan los propios. La apropiación
de lo político es la apropiación individual de un espacio común. La política
muta así en postureo progre, autoempoderamiento e intelectualismo cool.
En un texto reciente sin nombres ni apellidos,
el pensador José Manuel Naredo afirma que “la cultura occidental sigue
proponiendo como algo universal e inamovible una idea tan mezquina y asocial de
naturaleza humana que coincide con el perfil del psicópata integrado”,
normalizándose este comportamiento de manera tal que “junto a esa idea perversa
y equivocada de naturaleza humana surgió la idea de individuo concebido como
algo al margen de la comunidad, que se supone capaz de segregar y priorizar la
razón sobre la emoción y el interés propio frente a los vínculos afectivos y la
inserción comunitaria”.
El caso Errejón nos sigue llenando de preguntas.
¿Es necesario practicar la política caníbal para acumular liderazgo? ¿Por qué
nos seducen determinadas personalidades? ¿Por qué quienes se supone representan
los más altos ideales utilizan su poder para beneficio propio? ¿Tenemos tan
naturalizados estos comportamientos que no somos capaces de identificar su
naturaleza malsana? ¿No se multiplican en nuestros entornos las incoherencias y
los posibilismos? ¿No estaremos tolerando y reproduciendo los comportamientos
de una sociedad enferma? De ser así, ¿No deberíamos enfrentar la contradicción
para superarla?
Si algo enseña el fenómeno Errejón a quienes nos
ubicamos sin complejos en la trinchera histórica de la izquierda -socialista,
comunista, marxista o anarquista- es que necesitamos revisar nuestros modos de
entender y practicar la vida y la política. Que es urgente abordar la cuestión
ética. No solo del vínculo entre teoría y praxis. Es prioritario revisar
nuestros marcos teóricos y pasarlos por el filtro de la ética y la acción
combativa. Porque podría pasar, digo… podría, que estos comportamientos y
corrientes teóricas, como ocurre con el patriarcado, estén más incorporados de
lo que creemos en nuestros marcos culturales, en nuestros modos de hacer y
pensar.
¡Ay, la política! ¿Qué es para nuestro campo la
política?
Raúl García es maestro,
antropólogo y comunicador de Vocesenlucha. Artículo publicado
originalmente en Vocesenlucha.
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