domingo, 15 de enero de 2023

SLAVYANGRAD. La guerra como oportunidad

 

SLAVYANGRAD. La guerra como oportunidad

 

INSURGENTE.ORG / 13 enero 2023

 



 En los últimos ocho años y especialmente en los últimos diez meses, las diferentes fases de la guerra se han correspondido con diferentes etapas en la guerra informativa, en el discurso con el que Ucrania ha apelado a sus socios para que acudieran en su ayuda. La imagen de debilidad propia de un país que en todo momento exige más no ha supuesto contradicción alguna al discurso de victoria segura que Kiev ha mantenido desde la pasada primavera y que ha contado siempre con un más que problemático matiz de supremacismo: la idea que se presenta es que Ucrania, los ucranianos, simplemente son mejores que Rusia y que los rusos. Unido a la generalización de términos como orcos o a la idea de Ucrania como frontera de la civilización europea y occidental frente a Rusia, se puede decir que contempla también un cierto aspecto racial.

Cada fase de la guerra ha acarreado nuevas exigencias ucranianas, que no comenzaron el 24 de febrero de 2022, sino que se remontan a los años de la guerra en Donbass, cuando Ucrania suplicaba el envío de misiles antitanque Javelin. La guerra pasó a un nivel superior con la intervención militar rusa, que mostró la diferencia entre la guerra contra unas milicias que, aunque apoyadas desde Rusia, no disponían del armamento pesado que ahora está siendo utilizado. Ese cambio supuso nuevos deseos, algunos de ellos, como el de cerrar los cielos, incumplidos. Sin embargo, muchos otros han ido cumpliéndose poco a poco a medida que Ucrania mostraba, casi siempre más por demérito ruso que por mérito propio, ser capaz de mantenerse en la lucha. La defensa de Kiev implicó una nueva fase en la entrega de material extranjero, cada vez más ofensivo y no solo defensivo. Con el paso de los meses y el inicio de la campaña de ataques de misiles rusos contra la infraestructura crítica ucraniana, Ucrania ha logrado el compromiso de Estados Unidos para el envío de sistemas Patriot. Esta semana se ha conocido que soldados ucranianos serán entrenados en Oklahoma en el manejo de estas armas antiaéreas.

Poco a poco, primero a base de esquilmar los arsenales de los países antaño miembros del Pacto de Varsovia en busca de armamento soviético y posteriormente con armamento de los países de la OTAN, Ucrania ha logrado convertirse en el ejército proxy de la alianza atlántica. Nadie esconde ya que este conflicto se ha convertido, si es que no lo fue desde sus inicios, en una guerra proxy común contra Rusia. Al contrario, Kiev ha decidido explotar esa condición y esta misma semana la viceministra de Defensa de Ucrania Hanna Maliar ofrecía abiertamente a sus socios utilizar el campo de batalla ucraniano para experimentar sus nuevas armas.

La guerra proxy puede definirse como la participación indirecta en un conflicto por parte de terceros, sean estados o actores no estatales, que buscan influir en su resultado estratégico. Pese a producirse en un contexto de guerra común, proveedor y receptor pueden, en ocasiones, diferir en sus objetivos, tácticas o estrategias. En este caso, la dependencia de Ucrania es, a estas alturas, tan elevada que es difícil imaginar cómo Kiev podría actuar de forma que perjudicara los intereses de sus principales aliados: Estados Unidos, la Unión Europea y el Reino Unido como política y económicamente más presentes.

Sin embargo, destacar esa completa dependencia no busca negar a Ucrania su agencia, capacidad de actuar de forma relativamente independiente, sino que simplemente pretende subrayar que Kiev ha supeditado sus intereses al de sus aliados políticamente más potentes. De lo contrario, de haber velado por los intereses del país y de su población, las conversaciones de paz que se iniciaron en marzo del pasado año posiblemente habrían continuado más allá de las escasas reuniones que se celebraron en Bielorrusia y la cumbre definitiva de Estambul en la que quedó claro que la opción de Ucrania era la guerra hasta el final. En aquel momento, tampoco los socios extranjeros de Ucrania presionaron por la paz, como no lo habían hecho durante el proceso de Minsk, dispuestos todos ellos a sacrificar al pueblo ucraniano en busca de lograr sus intereses comunes, que pasan por debilitar y quizá incluso derrotar militar y políticamente a Rusia. Kiev, Bruselas, Londres y Washington han alineado a la perfección sus intereses y con un reparto de labores en la que la Unión Europea carga con el peso de mantener a flote la economía ucraniana y Estados Unidos de mantener equipadas, armadas y entrenadas a las Fuerzas Armadas de Ucrania, la guerra se encamina al primer aniversario desde la intervención rusa.

Frente a las ingenuas previsiones rusas, Ucrania no solo se defendió y mantuvo en pie al Estado y al ejército, sino que sus socios occidentales respondieron con rapidez y han aportado inteligencia en tiempo real, incondicional apoyo informativo para imponer su discurso y una cada vez mayor cantidad de armas. Aunque nada sea nunca suficiente y Ucrania exija constantemente un aumento de entregas por encima de la capacidad de sus socios de producir ese armamento y munición, Kiev ve con ello una forma de pagar a cambio de su esfuerzo. Las recientes palabras de Oleksiy Reznikov, ministro de Defensa, afirmando que Ucrania pone la sangre, por lo que la OTAN debe poner las balas es solo una representación más de algo que Kiev lleva años repitiendo: Ucrania es el ejército que lucha en “la frontera exterior de la civilización occidental”, protegiendo a los países de la Alianza del peligro del más allá.

Con ese discurso de tintes supremacistas europeos completamente instalado en el imaginario colectivo de la población y la prensa occidental, Ucrania busca ahora un paso más. Cualquier mención a un proceso de paz diferente al “plan de paz” presentado por Zelensky es inaceptable. Así lo ha dejado claro esta semana Oleksiy Danilov, presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que ha denunciado que Rusia busca negociar en Europa un planteamiento similar al de la partición de Corea, en realidad una forma de congelar el conflicto. Se corresponda con la realidad o no sea más que una nueva fantasía de los guionistas de Kiev, esa idea no puede contar con el favor de los países de la Unión Europea, que al igual que sus socios norteamericanos y el Reino Unido, se prepara para una guerra larga en la que continuará apoyando incondicionalmente a su proxy ucraniano. La imagen de esta semana de Úrsula von der Leyen, Charles Michelle y Jens Stoltenberg y su acuerdo para ampliar la colaboración entre la UE y la OTAN no es más que la última representación de la alineación de intereses, aunque también de la supeditación de la UE a la OTAN.

No habrá por parte de los socios occidentales de Ucrania ningún intento diplomático de buscar un acuerdo de paz más allá de lo propuesto por Zelensky. Ese plan exige la rendición de Rusia y el abandono de todos los territorios tomados a Ucrania según sus fronteras de 1991, es decir, también Crimea, cuya población abandonó por propia iniciativa Ucrania en 2014 y difícilmente puede desear regresar al país que durante años le interrumpió el suministro de agua. Dmitro Kuleba busca desde hace semanas conseguir un acto de Naciones Unidas para plasmar ese plan, una cumbre a la que Rusia ni siquiera sería invitada, ni siquiera para firmar la capitulación. Según el ministro ucraniano, Rusia solo sería invitada tras haberse sometido a un juicio por crímenes de guerra, ese Nuremberg que Mijailo Podolyak pretende realizar en Yalta, Crimea. Ayer, ignorando abiertamente el desarrollo de los acontecimientos bélicos, donde las tropas ucranianas se encuentran ahora con dificultades en el frente de Donetsk, escribió que “la guerra terminará en las fronteras de 1991 con un tribunal, reparaciones y cadenas perpetuas”. Ese es también el deseo de Wesley Clark, comandante supremo de la OTAN cuando la Alianza bombardeaba Yugoslavia. Destacado halcón, Clark lleva años buscando una mayor implicación de la OTAN en la guerra contra Rusia. Y ahora intenta presionar para que Ucrania consiga el material necesario para conquistar Crimea.

El objetivo está claro, como también lo está la aparente aceptación de los socios occidentales de Ucrania, no solo de una guerra hasta el final, sino de un conflicto que implique la lucha por Crimea, rusa desde 2014 y un territorio estratégico por el que Rusia lucharía con todo el armamento disponible en su arsenal (exceptuando quizá las armas nucleares). Parece haber quedado en el pasado esa facción de miembros de la administración Biden que buscaban evitar la escalada de la guerra que supondría el intento ucraniano de acercarse a Crimea.

Con el frente nuevamente paralizado en gran parte de los 600 kilómetros que lo conforman y con Rusia tratando de recuperar en Donetsk la iniciativa perdida en Járkov, halcones del pasado regresan para advertir de que una guerra larga beneficia a Putin -ni siquiera a Rusia- y la OTAN debe armar a Ucrania para garantizar no tener que enfrentarse a Rusia más adelante. Ese es el planteamiento de Condoleeza Rice y Robert Gates en un artículo publicado por The Washington Post y en el que parte de las ideas de Zbig Brzezinski, incondicional luchador de la guerra fría que, incluso después del 11 de septiembre de 2001, consideraba que armar durante años a los luchadores por la libertad en Afganistán que dieron lugar a al-Qaeda fue “una gran idea”. “Disponemos de un socio determinado en Ucrania que está dispuesto a soportar las consecuencias de la guerra para que no tengamos que hacerlo nosotros mismos en el futuro”, sentencian la exsecretaria de Estado y el exsecretario de Defensa en una argumentación que presenta la situación de Ucrania como catastrófica, aunque lo hace solo para justificar más guerra.

La catástrofe que supone la guerra para la población es, como se desprende tanto de esta argumentación como de la actuación de los aliados de Ucrania, una oportunidad para el Estado ucraniano, la OTAN, Estados Unidos y la UE, que ha supeditado sus intereses al bien mayor de Washington.

 *++

No hay comentarios: