SLAVYANGRAD. La guerra como
oportunidad
INSURGENTE.ORG
/ 13 enero 2023
Cada
fase de la guerra ha acarreado nuevas exigencias ucranianas, que no comenzaron
el 24 de febrero de 2022, sino que se remontan a los años de la guerra en
Donbass, cuando Ucrania suplicaba el envío de misiles antitanque Javelin. La
guerra pasó a un nivel superior con la intervención militar rusa, que mostró la
diferencia entre la guerra contra unas milicias que, aunque apoyadas desde
Rusia, no disponían del armamento pesado que ahora está siendo utilizado. Ese
cambio supuso nuevos deseos, algunos de ellos, como el de cerrar los
cielos, incumplidos. Sin embargo, muchos otros han ido cumpliéndose poco a
poco a medida que Ucrania mostraba, casi siempre más por demérito ruso que por
mérito propio, ser capaz de mantenerse en la lucha. La defensa de Kiev implicó
una nueva fase en la entrega de material extranjero, cada vez más ofensivo y no
solo defensivo. Con el paso de los meses y el inicio de la campaña de ataques
de misiles rusos contra la infraestructura crítica ucraniana, Ucrania ha
logrado el compromiso de Estados Unidos para el envío de sistemas Patriot.
Esta semana se ha conocido que soldados ucranianos serán entrenados en Oklahoma
en el manejo de estas armas antiaéreas.
Poco
a poco, primero a base de esquilmar los arsenales de los países antaño miembros
del Pacto de Varsovia en busca de armamento soviético y posteriormente con
armamento de los países de la OTAN, Ucrania ha logrado convertirse en el
ejército proxy de la alianza atlántica. Nadie esconde ya que
este conflicto se ha convertido, si es que no lo fue desde sus inicios, en una
guerra proxy común contra Rusia. Al contrario, Kiev ha
decidido explotar esa condición y esta misma semana la viceministra de Defensa
de Ucrania Hanna Maliar ofrecía abiertamente a sus socios utilizar el campo de
batalla ucraniano para experimentar sus nuevas armas.
La
guerra proxy puede definirse como la participación indirecta
en un conflicto por parte de terceros, sean estados o actores no estatales, que
buscan influir en su resultado estratégico. Pese a producirse en un contexto de
guerra común, proveedor y receptor pueden, en ocasiones, diferir en sus
objetivos, tácticas o estrategias. En este caso, la dependencia de Ucrania es,
a estas alturas, tan elevada que es difícil imaginar cómo Kiev podría actuar de
forma que perjudicara los intereses de sus principales aliados: Estados Unidos,
la Unión Europea y el Reino Unido como política y económicamente más presentes.
Sin
embargo, destacar esa completa dependencia no busca negar a Ucrania su agencia,
capacidad de actuar de forma relativamente independiente, sino que simplemente
pretende subrayar que Kiev ha supeditado sus intereses al de sus aliados
políticamente más potentes. De lo contrario, de haber velado por los intereses
del país y de su población, las conversaciones de paz que se iniciaron en marzo
del pasado año posiblemente habrían continuado más allá de las escasas
reuniones que se celebraron en Bielorrusia y la cumbre definitiva de Estambul
en la que quedó claro que la opción de Ucrania era la guerra hasta el final. En
aquel momento, tampoco los socios extranjeros de Ucrania presionaron por la
paz, como no lo habían hecho durante el proceso de Minsk, dispuestos todos
ellos a sacrificar al pueblo ucraniano en busca de lograr sus intereses
comunes, que pasan por debilitar y quizá incluso derrotar militar y
políticamente a Rusia. Kiev, Bruselas, Londres y Washington han alineado a la
perfección sus intereses y con un reparto de labores en la que la Unión Europea
carga con el peso de mantener a flote la economía ucraniana y Estados Unidos de
mantener equipadas, armadas y entrenadas a las Fuerzas Armadas de Ucrania, la
guerra se encamina al primer aniversario desde la intervención rusa.
Frente a las ingenuas
previsiones rusas, Ucrania no solo se defendió y mantuvo en pie al Estado y al
ejército, sino que sus socios occidentales respondieron con rapidez y han
aportado inteligencia en tiempo real, incondicional apoyo informativo para
imponer su discurso y una cada vez mayor cantidad de armas. Aunque nada sea nunca
suficiente y Ucrania exija constantemente un aumento de entregas por encima de
la capacidad de sus socios de producir ese armamento y munición, Kiev ve con
ello una forma de pagar a cambio de su esfuerzo. Las recientes palabras de
Oleksiy Reznikov, ministro de Defensa, afirmando que Ucrania pone la sangre,
por lo que la OTAN debe poner las balas es solo una representación más de algo
que Kiev lleva años repitiendo: Ucrania es el ejército que lucha en “la
frontera exterior de la civilización occidental”, protegiendo a los países de
la Alianza del peligro del más allá.
Con
ese discurso de tintes supremacistas europeos completamente instalado en el
imaginario colectivo de la población y la prensa occidental, Ucrania busca
ahora un paso más. Cualquier mención a un proceso de paz diferente al “plan de
paz” presentado por Zelensky es inaceptable. Así lo ha dejado claro esta semana
Oleksiy Danilov, presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, que ha
denunciado que Rusia busca negociar en Europa un planteamiento similar al de la
partición de Corea, en realidad una forma de congelar el conflicto. Se
corresponda con la realidad o no sea más que una nueva fantasía de los
guionistas de Kiev, esa idea no puede contar con el favor de los países de la
Unión Europea, que al igual que sus socios norteamericanos y el Reino Unido, se
prepara para una guerra larga en la que continuará apoyando incondicionalmente
a su proxy ucraniano. La imagen de esta semana de Úrsula von
der Leyen, Charles Michelle y Jens Stoltenberg y su acuerdo para ampliar la
colaboración entre la UE y la OTAN no es más que la última representación de la
alineación de intereses, aunque también de la supeditación de la UE a la OTAN.
No habrá por parte de
los socios occidentales de Ucrania ningún intento diplomático de buscar un
acuerdo de paz más allá de lo propuesto por Zelensky. Ese plan exige la
rendición de Rusia y el abandono de todos los territorios tomados a Ucrania
según sus fronteras de 1991, es decir, también Crimea, cuya población abandonó por
propia iniciativa Ucrania en 2014 y difícilmente puede desear regresar al país
que durante años le interrumpió el suministro de agua. Dmitro Kuleba busca
desde hace semanas conseguir un acto de Naciones Unidas para plasmar ese plan,
una cumbre a la que Rusia ni siquiera sería invitada, ni siquiera para firmar
la capitulación. Según el ministro ucraniano, Rusia solo sería invitada tras
haberse sometido a un juicio por crímenes de guerra, ese Nuremberg que Mijailo
Podolyak pretende realizar en Yalta, Crimea. Ayer, ignorando abiertamente el
desarrollo de los acontecimientos bélicos, donde las tropas ucranianas se
encuentran ahora con dificultades en el frente de Donetsk, escribió que “la
guerra terminará en las fronteras de 1991 con un tribunal, reparaciones y
cadenas perpetuas”. Ese es también el deseo de Wesley Clark, comandante supremo
de la OTAN cuando la Alianza bombardeaba Yugoslavia. Destacado halcón, Clark
lleva años buscando una mayor implicación de la OTAN en la guerra contra Rusia.
Y ahora intenta presionar para que Ucrania consiga el material necesario para
conquistar Crimea.
El objetivo está claro,
como también lo está la aparente aceptación de los socios occidentales de
Ucrania, no solo de una guerra hasta el final, sino de un conflicto que implique
la lucha por Crimea, rusa desde 2014 y un territorio estratégico por el que
Rusia lucharía con todo el armamento disponible en su arsenal (exceptuando
quizá las armas nucleares). Parece haber quedado en el pasado esa facción de
miembros de la administración Biden que buscaban evitar la escalada de la
guerra que supondría el intento ucraniano de acercarse a Crimea.
Con
el frente nuevamente paralizado en gran parte de los 600 kilómetros que lo
conforman y con Rusia tratando de recuperar en Donetsk la iniciativa perdida en
Járkov, halcones del pasado regresan para advertir de que una guerra larga
beneficia a Putin -ni siquiera a Rusia- y la OTAN debe armar a Ucrania para
garantizar no tener que enfrentarse a Rusia más adelante. Ese es el
planteamiento de Condoleeza Rice y Robert Gates en un artículo publicado
por The Washington Post y en el que parte de las ideas de Zbig
Brzezinski, incondicional luchador de la guerra fría que, incluso después del
11 de septiembre de 2001, consideraba que armar durante años a los luchadores
por la libertad en Afganistán que dieron lugar a al-Qaeda fue “una
gran idea”. “Disponemos de un socio determinado en Ucrania que está dispuesto a
soportar las consecuencias de la guerra para que no tengamos que hacerlo
nosotros mismos en el futuro”, sentencian la exsecretaria de Estado y el
exsecretario de Defensa en una argumentación que presenta la situación de
Ucrania como catastrófica, aunque lo hace solo para justificar más guerra.
La catástrofe que
supone la guerra para la población es, como se desprende tanto de esta
argumentación como de la actuación de los aliados de Ucrania, una oportunidad
para el Estado ucraniano, la OTAN, Estados Unidos y la UE, que ha supeditado
sus intereses al bien mayor de Washington.
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