miércoles, 3 de junio de 2020

Sobre los 100 millones de muertos por el "comunismo"



Debates sobre la derecha liberal y el comunismo

Óscar Fernández
Izquierda Diario.es
13.10.2019

Un argumento usualmente esgrimido contra el marxismo y el comunismo es que presuntamente 100 millones de personas habrían muerto bajo su régimen. ¿Pero qué tan cierta es esta aseveración y de dónde salió esa cifra? 

La cifra de los 100 millones ha sido uno de los argumentos más repetidos contra la izquierda por parte de sectores conservadores. La idea central es que se pretende advertir a la población no sólo sobre las nefastas consecuencias económicas que traería (“la igual distribución de la pobreza”, como dice la frase atribuida a Winston Churchill), comparando las condiciones materiales actuales con las crisis sociales en Venezuela o la situación en Cuba, sino también porque la miseria actual sería mil veces mejor que el genocidio que potencialmente traería este sistema.

Sin embargo, cabe preguntarse cómo y de dónde se obtuvo este número para condenar con semejante fuerza la propuesta realizada por Carlos Marx y Federico Engels hace 150 años. La idea tomó impulso desde la década anterior y se expandió gracias al advenimiento de la internet, donde se ha repetido hasta el cansancio hasta convertirse casi en una idea inamovible e incuestionable. Se trata de una ofensiva ideológica contra la idea de la revolución para que ésta no se haga carne en los explotados y desposeídos del mundo, y para esto se realiza una operación ideológica y política, la cual consiste en asociar al llamado “socialismo realmente existente” (esto es, el estalinismo y sus distintas vertientes) con el socialismo de Marx y Engels y su ideario comunista, cuando en realidad —como demostraremos más adelante— este “socialismo realmente existente” consistió en su negación.

La fuente de donde se saca este dato (mismo que luego suele ser en sí mismo inflado a 150 o 200 millones de muertos) viene de la obra El Libro Negro del Comunismo, una compilación realizada por el exestalinista Stéphan Courtois a fines de los años 90. El propósito de este estalinista arrepentido era darle un “Núremberg” al comunismo y juzgarlo en el marco de la historia.

Primer elemento a considerar: errores metodológicos

Es así que el Libro Negro realiza una compilación de datos y números de todos los países que se habían autoproclamado comunistas. Courtois realizó una serie de ensayos y entrevistas a varios historiadores para señalar todas y cada una de las atrocidades cometidas en nombre del socialismo, para “probar” que ésta sería culpable de millones de muertes. Sin embargo, esto no vino sin consecuencias por parte de investigadores más serios.

Empezando por dos de los propios autores que Courtois recurrió, los historiadores Nicholas Werth y Jean-Louts Margolin se distanciaron de su participación en el proyecto argumentando que Courtois estaba “obsesionado” con alcanzar la cifra de los 100 millones, según ellos mismos aseveraron en una entrevista al diario Le Monde, reprochando que Courtois solamente consideró "la dimensión criminal como una de las dimensiones de todo el sistema comunista" y que eso "equivale a eliminar su carácter histórico del fenómeno". [1] La editorial de la Universidad de Harvard terminó retirando su edición del libro por “errores matemáticos”. [2]

De igual forma, el historiador Peter Kenez señaló que el libro contiene “imprecisiones históricas”. “El Sr. Paczkowski, quien escribió el capítulo sobre Polonia, inmediatamente perdió mi confianza en su objetividad cuando escribió en la segunda página de su ensayo: "En el verano de 1920, Lenin lanzó una ofensiva del Ejército Rojo contra Varsovia". No es simplemente una cuestión de opinión, sino un hecho de que fue Pilsudski, el héroe de la independencia polaca, quien atacó [primero] y el Ejército Rojo, tal vez desaconsejadamente, persiguió a los polacos. [...] Estos errores e imprecisiones son importantes, ya que socavan la confianza del lector en otras cifras que no son tan fáciles de verificar. (Uno se pregunta acerca cómo es que los editores no notaron algunos de estos obvios errores)”. [3]

Y es que en su fanatismo conservador, Courtois define a cualquier persona que murió de forma antinatural bajo el comunismo como "una víctima de ello", lo que la mayoría consideraría engañoso. Ya desde la publicación del libro, el filósofo francés y dirigente trotskista Daniel Bensaïd señaló la pésima metodología empleada en el Libro Negro. En su reseña escrita en 1997 señala:

“La puesta en escena del Libro Negro tiende no sólo a borrar las diferencias entre nazismo y comunismo, sino a banalizar sugiriendo que la comparación estrictamente ‘objetiva’ y contable va en ventaja del primero: 25 millones de muertos contra 100 millones, 20 años de terror contra 60. […] Esta contabilidad macabra de comerciante al por mayor, mezclando países, épocas causas y campos tiene algo de cínico y de profundamente irrespetuoso de las propias víctimas. […] Con tales procedimientos ideológicos, no sería muy difícil escribir un Libro rojo de los crímenes del capital, sumando las víctimas de los pillajes y de los populicidios coloniales, de las guerras mundiales, del martirologio del trabajo, de las epidemias, de las hambrunas endémicas, no solo de ayer, sino de hoy. Sólo en el siglo veinte se podrían contar sin esfuerzo varios centenares de millones de víctimas”. [4]

Cualquier investigador serio sería más riguroso en una investigación de ese calibre. Sin ir muy lejos: ¿cómo definiríamos un país socialista/comunista?

Un elemento que se suele dejar de lado es el tipo de estado que surge después de la revolución. Marx en su obra La Guerra Civil en Francia, donde describe el surgimiento de la Comuna de París, señala los elementos que constituirían un Estado obrero.

“La Comuna empleó dos remedios infalibles: en primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y educacionales por elección, mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, pagaba a todos los funcionarios, altos y bajos, el mismo salario que a los demás trabajadores. El sueldo máximo asignado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos”. [5]

Courtois, coherente con su pasado estalinista, no distingue entre el proyecto comunista y el mal llamado “socialismo real” que resultó su negación burocrática. La URSS no entraría en el rubro de un país socialista, ya que estos elementos que Marx detalla, si bien estaban presentes durante los primeros años de existencia del estado soviético, fueron poco a poco barridos por la burocracia de Stalin. Los funcionarios estatales tenían privilegios a costa de las masas trabajadoras y los puestos se elegían de manera burocrática por la camarilla gobernante. Volviendo a Bensaïd:

“Comparación [entre nazismo y comunismo] no es justificación, las diferencias son tan importantes como las similitudes. El régimen nazi cumplió su programa y mantuvo sus siniestras promesas. El régimen estalinista se edificó en contra del proyecto de emancipación comunista. Tuvo para instaurarse que machacar a sus militantes. […] La Alemania de Hitler no tenía necesidad como la Rusia de Stalin de transformarse en ‘país de la gran mentira’: los nazis estaban orgullosos de su obra, los burócratas [estalinistas] no podían mirarse de frente en el espejo del comunismo original”. [6]

De aquí la actualización y pertinencia de la definición de Trotsky de que la URSS en realidad era un “estado obrero degenerado” [7] que contaba con una burocracia que había expropiado a la clase obrera y había eliminado cualquier vestigio de democracia soviética. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo pactó repartirse el mundo en los acuerdos de Yalta y Potsdam, dejando a su suerte a miles de comunistas en distintos países, como Vietnam, [8] Italia, Grecia, etc., e imponiendo su modelo burocrático —ajeno a la tradición del marxismo y la misma Revolución Rusa— en los países que quedaban en su “zona de influencia”, argumentando que su “modelo” era el “socialismo realmente existente” para justificar la brecha entre la teoría —esbozada por Marx, Engels, Lenin, Luxemburgo, Trotsky y muchos más sobre la base de años de experiencia revolucionaria— y sus tergiversaciones en la práctica.

Asimismo —y continuando con las características que definen al socialismo—, según la teoría marxista, éste es una fase transitoria para establecer el comunismo (una sociedad sin estado, donde no hay explotación ni opresión y todos son productores libres y asociados), y se impone por medio de una revolución encabezada por el proletariado. Pero entonces eso nos arroja otro problema: según esta definición, el único país que encaja en ella sería la URSS, ya que en otros países (como China) la revolución la encabezaron los campesinos con una estrategia de guerrillas donde los obreros no fueron la punta de lanza contra el capitalismo.

Si nos guiamos por revoluciones lisas y llanas, países como Vietnam, Corea del Norte y Europa del Este quedarían fuera de ese estudio debido a que su sistema se hizo con una “revolución por arriba”, sin participación de las masas, por orden de la burocracia estalinista y en contubernio con el imperialismo internacional como parte de los ya mencionados acuerdos de Potsdam y Yalta.

Segundo elemento: cifras infladas

Pero aun si el lector asume los términos dictados por Courtois sobre lo que constituye un país socialista, eso nos lleva al segundo problema: ¿de dónde salen las cifras? No se trata solamente de hacer una sumatoria “de comerciante al por mayor” como la describe Bensaïd.
Las millones de muertes en los países autoproclamados socialistas provienen de marcos históricos distintos, cada uno con sus particularidades. ¿Realmente podemos poner un signo de equivalencia entre un poblado ucraniano asolado por la hambruna de 1933 y un batallón de Nazis del General Paulus ejecutados en Estalingrado? Para Courtois y los apologistas del Libro Negro, ambos serían víctimas del socialismo.

Incluso entre las hambrunas sufridas en la URSS, las condiciones son radicalmente diferentes. La hambruna de 1918-1923 no cayó del cielo ni es casual que transcurriera entre esos años: se desencadenó por la invasión de 14 ejércitos extranjeros para evitar la consolidación de la Revolución de Octubre. Siete años de guerra (tres de Guerra Mundial y cuatro de guerra civil) dejaron el campo prácticamente estéril, forzando a los bolcheviques a tomar medidas de concesión y creación de pequeñas empresas privadas para reactivar la economía (lo que se conoció como la NEP).

Por otro lado, la hambruna de 1933 tuvo un matiz totalmente distinto. Se dio no sólo en el marco de la consolidación de Stalin en el poder, sino que tampoco se puede entender si no se explica su antesala inmediata: la crisis de abastecimiento de granos de 1928. En ella, Stalin y su camarilla inicialmente argumentaron que no había condiciones para industrializar el país, que construir una presa en el Dniéper era como “darle un gramófono a un campesino sin vaca”; esto mientras Trotsky insistía en ir en dirección contraria. Una vez que estalló la crisis se dio el giro súper-industrializador y colectivista de Stalin, que fue absolutamente criminal y que era opuesto por el vértice a la propuesta de industrialización de Trotsky. La hambruna sólo fue el resultado inevitable de la línea estalinista, cuyas consecuencias, producto de la dominación burocrática, fueron comparables a lo peor que ha hecho el capitalismo [9] —esto sin tomar en cuenta que las hambrunas, mientras existió la URSS, eran en realidad la excepción y no la regla. [10]

Es menester además, mencionar que entre las víctimas del estalinismo se encontraban decenas de miles de revolucionarios decididos tanto en Rusia como en otros países. Gente como Sócrates Gevorkian e Igor Poznasky fueron enviados al gulag de Vorkuta, a pocos kilómetros del círculo polar ártico; otros, como el catalán Andreu Nin —quien rompió con Trotsky—, el húngaro Ignace Reiss —quien desertó de la policía secreta de Stalin, la GPU-NKVD, para unirse a las filas del trotskismo— y León Sedov, hijo de Trotsky, fueron asesinados por los agentes de la NKVD por oponerse a los esbirros de Stalin.

Evidentemente que Courtois, interesado por “probar” su cifra de 100 millones sobre la base de la tergiversación, no va a decir que entre lo que fue los personeros del “socialismo real” (esto es, el estalinismo) y el capitalismo que él defiende, existió un acuerdo estratégico en momentos cruciales para alejar y evitar la revolución —de esto hablaremos más adelante. Ni tampoco que existió una corriente (que nuevamente, el autor mete en la misma bolsa que el estalinismo) que se opuso a las terribles políticas de las burocracias al servicio de Stalin.

Tercer elemento: los crímenes del capital o qué se entiende por “fracaso”

Concluiremos este artículo señalando que, incluso jugando al abogado del diablo, lo que estos críticos del socialismo no mencionan son las cantidades de muertes que ha generado el sistema de explotación y opresión que defienden. El argumento que se usa para “responder” a esta postura es que, a pesar de todo, el capitalismo ha “demostrado” su validez porque continúa siendo el modo de producción hegemónico.

Sin embargo, ¿qué se entiende por “fracaso del socialismo”? La simple no-existencia de países socialistas no es razón suficiente para sostener que el sistema “fracasa”, ya que se parte de la conclusión para explicar el presente y no cómo o por qué la coyuntura terminó de determinada manera.

Es decir, no todos los casos terminaron en desmoronamientos como la URSS (los cuales fueron el resultado de la acción de las burocracias restauracionistas y predichos por Trotsky más de 50 años antes), sino en represiones sangrientas donde lo económico no fue la causa de que el socialismo no predominara. Los críticos del socialismo tienden a simplificar procesos políticos complejos y los sucesos que acontecieron en todo un siglo, borrando de un plumazo años de historia y negando experiencias importantes de la clase obrera, con revoluciones socialistas y antiestalinistas. Una y otra vez, los explotados y los esclavos insurrectos lucharon por derribar el capitalismo, protagonizaron decenas de revoluciones, pusieron en pie organismos que mostraron qué estado podía construirse —uno democrático sobre la base de la autoorganización obrera y popular—, y si no pudieron triunfar fue porque, en los momentos decisivos, la burguesía y sus fuerzas armadas lo ahogaron en sangre con la complicidad de las direcciones reformistas.

De ejemplo están las revoluciones políticas de 1956 en Hungría y 1968 en Checoslovaquia —reprimidas bajo el fuego de los tanques del Pacto de Varsovia—, la revolución iraní de 1979 —reprimida por el Ayatolá y con el aval del partido comunista iraní (Tudeh) [11]—, los cordones industriales de Chile —donde el Partido Comunista y Salvador Allende cedieron en varias oportunidades a la derecha y terminaron por desarmar a los trabajadores, [12] que quedaron impotentes ante el golpe de estado de Pinochet—, y así podríamos seguir enumerando procesos donde las masas plantearon la necesidad de acabar con la sujeción al capitalismo, pero que sufrieron derrotas instigadas ya sea por las burocracias estalinistas, la CIA o una combinación de ambas.

Si consideramos la responsabilidad del capitalismo, en cambio, podríamos enlistar, por nombrar unos cuantos ejemplos, las hambrunas en la India cuando fue colonia británica, y que llegan a sumar cerca de 47 millones de muertos, los 10 millones del genocidio en el Congo Belga —los cuales le generaron a Leopoldo II una fortuna de 80 millones de francos—, así como los 10 millones de la hambruna de Irán de 1917 —instigada por la invasión de tropas británicas en el marco de la Guerra Mundial—; solamente sumando las dos guerras mundiales se alcanza sin problema 100 millones de muertes. Es decir que para mediados del siglo XX habrían muerto cerca de 163 millones de personas a manos del capitalismo.

Faltaría sumar, por ejemplo, cuántos murieron en las demás colonias de África antes del proceso de descolonización de la ONU, los muertos del apartheid en Sudáfrica, las víctimas de las guerras del opio en China, las de las guerras en Vietnam, Corea, Irán, Irak, Siria, las dictaduras en América Latina, el genocidio al pueblo kurdo, la limpieza étnica en Palestina, la guerra contra el narcotráfico en México, etc. Incluso si nos enfocáramos en datos sobre la pobreza, las instituciones del capitalismo corroboran que el sistema provoca mayor desigualdad; un reporte del Banco Mundial señala cómo, cuando el capitalismo se restauró en los estados obreros deformados de la ex-URSS y Europa del Este, la pobreza se disparó. [13] El capitalismo por sí solo, incluso cuando trata de posicionarse como un sistema eficaz, termina mostrando su verdadero rostro: el de un sistema basado en la explotación, opresión y que genera la miseria de millones de personas en todo el planeta.

NOTAS AL PIE

[1] Chemin, A. “Les divisions d’une équipe d’historiens du communisme”, Le Monde, 31 de octubre de 1997. Recuperado de: https://www.lemonde.fr/archives/article/1997/10/31/les-divisions-d-une-equipe-d-historiens-du-communisme_3811179_1819218.html

[2] El editor de la Harvard University Press admitió en un intercambio que hubo un error matemático por factor de 10, lo cual significa que las estadísticas recolectadas fueron sobreestimadas en cifras 10 veces más grandes de las que los datos arrojan. Para ver la respuesta de la HUP, consultar: https://web.archive.org/web/20070929103203/http://www.etext.org/Politics/MIM/agitation/blackbook/blackb3.html

[3] Kenez, P. Comentarios acerca del Libro Negro del Comunismo. Recuperado de: https://web.archive.org/web/20000304051103/http://www.feedmag.com:80/essay/es271_meta3.html

[4] Bensaïd, D. (1997) “Comunismo y estalinismo”, recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/bensaid/1997/001.htm

[5] Marx, C. (1871) La Guerra Civil en Francia, recuperado de: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1870s/gcfran/intro.htm

[6] Bensaïd, Op. Cit.

[7] Trotsky, L. (2014) La Revolución Traicionada y otros escritos, Colección: Obras Escogidas, Tomo 6, Buenos Aires: Ediciones IPS-CEIP.

[8] Para ver el papel del estalinismo vietnamita frente al capital internacional y en el marco de la invasión japonesa, ver “Estalinismo versus socialismo revolucionario en Vietnam”. http://ceipleontrotsky.org/Stalinismo-versus-Socialismo-Revolucionario-en-Vietnam1

[9] Para una explicación más profunda de la crisis de 1928 en la URSS y las propuestas de Trotsky, ver “Trotsky, Gramsci y la democracia capitalista” en Estrategia Internacional N°29, apartado “Anexo: hegemonía y ‘dictadura del proletariado’”, pp. 175-178.

[10] Según un informe desclasificado de la CIA, el consumo nutricional entre un ciudadano estadounidense y uno soviético era casi igual, con la diferencia de que los soviéticos tenían una dieta “ligeramente más saludable”.

[11] El Tudeh, como muchos otros partidos estalinistas, se basaba en la estrategia etapista del “Frente Popular” para llevar adelante la revolución. Pero ya que en Irán no existía un ala “democrática” y “progresista”, terminaron aliándose con el Ayatolá y en contra de los shoras, los sóviets iraníes. Para una explicación más profunda ver Cinatti, C. “Islam político, antiimperialismo y marxismo”. http://www.ft-ci.org/Islam-politico-antiimperialismo-y-marxismo,2127?hc_location=ufi

[12] El golpe de Pinochet fue precedido por el Plan Prats-Millas (nombrado en honor al jefe del ejército chileno, Carlos Prats, y el presidente del Partido Comunista de Chile, Orlando Millas), el cual tuvo por objetivo la devolución al empresariado chileno de 123 empresas bajo control obrero, así como de la Ley de Control de Armas que requisaba cualquier arma de fuego en manos de los trabajadores. Ambas políticas fueron implementadas por Allende con el aval de los partidos comunista y socialista.

[
13] Milanovic, B. (1998) Income, Inequality, and Poverty during the Transition from Planned to Market Economy, Washington D.C.: Banco Mundial, pp.67-68. Más adelante, el mismo reporte señala que "el descenso hacia la pobreza es consecuencia de dos fuerzas: menores ingresos y mayor desigualdad de ingresos" (p.85), sin mencionar que dicho fenómeno se debió a las privatizaciones rapaces en toda la región ordenadas por el FMI.

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