Lenin sigue
hablándonos
DIARIO OCTUBRE / abril 22, 2025
Darian Bárcena Díaz (Juventud Rebelde).— A 155 años de su nacimiento Lenin no deja de hablar. Su voz se hace más fuerte e intensa, y cada vez más necesaria, sobre todo en estos tiempos de urgente convocatoria revolucionaria para las preteridas masas obreras. El célebre hijo de Simbirsk, allá en las nevadas tierras del socialismo real, se puso al frente de un grupo de soviets y decidió que había llegado la hora de establecer una dictadura, ¡oh, palabra horrible!, si no fuera porque a renglón seguido, se le colocó el calificativo más fecundo: dictadura del proletariado.
Con especial énfasis levanta la voz el cuarto hijo de
la familia Uliánov contra la injusticia, con la misma cadencia y tono fuerte
con que convocaba y agitaba a los trabajadores en las fábricas o en las
encendidas asambleas en las que participaba, siempre con la arenga necesaria y
urgente, no solo para la entonces Rusia blanca, sino para todos los pueblos,
dada su concepción de que el movimiento revolucionario debía extenderse a
varios países para poder alcanzar el éxito que de él se esperaba y demandaba.
Así lo había esclarecido durante el 3er. Congreso de
la Internacional Comunista, celebrado en Moscú, en 1921: «Cuando iniciamos la
revolución internacional, no lo hicimos persuadidos de que podíamos prever su
desarrollo, sino porque toda una serie de circunstancias nos impulsaron a
comenzarla. Pensábamos: o la revolución internacional acude en nuestra ayuda, y
entonces tenemos plenamente garantizada nuestra victoria, o llevaremos a cabo
nuestra modesta labor revolucionaria con la convicción de que aun en caso de
derrota serviremos a la causa de la revolución, y nuestra experiencia será útil
para otras revoluciones».
De esa manera, la Revolución Socialista de Octubre no
solo se convirtió en «diez días que estremecieron al mundo», sino que, aun con
todos los errores que puedan señalársele, sustituyó el viejo orden imperial de
los zares por el de los obreros y trabajadores, los verdaderos artífices del
desarrollo del país y de reformas en todos los órdenes que no podían seguirse
postergando.
Lenin dio el tiro de gracia al zarismo y edificó la
utopía, con bases sólidas. Una utopía que se inscribió en los anales de la
historia por mérito propio y cuyos vientos de renovación llegaron hasta este
distante archipiélago del Caribe. Una utopía que resistió con obstinación y
grandeza durante más de 70 años y que constituyó para los pueblos del mundo un
ejemplo imperecedero.
Atacado desde todos los frentes, como suele suceder
con las grandes figuras cuando se advierte en ellas el nacimiento de un líder,
el bolchevique Vladímir Ilich Uliánov se nos presenta renovado, con el talante
propio de un político del bien, cosa tan poco común y tan imprescindible en el
mundo contemporáneo.
Desde su óptica, se reveló la condición genuinamente
transformadora y dialéctica del marxismo, las particularidades y mezquindades
del imperialismo, los objetivos de la revolución y de sus estructuras. Al
leerlo encontramos más preguntas que respuestas, más dudas que certidumbres,
pero, sobre todo, más esperanzas.
Su obra es concreción de la praxis, pues el ideario
leninista se fraguó en sincronía con sus actos, con las nociones aprendidas de
Marx y Engels, pero atemperadas a su propia circunstancia histórica y, además,
en intensos debates con sus coetáneos. Por tanto, no estamos frente a un
teórico aséptico, sino a la vera de un verdadero revolucionario que consiguió
extraer de la realidad concreta las bases y leyes para transformarla. Y ese
elemento, quizá como ningún otro, contribuyó a cimentar su vigencia.
Las concepciones del estadista no son un compendio de
dogmas inalterables, sino que se revelan en una guía minuciosa para comprender
y desentrañar los fenómenos de nuestra propia realidad, pero, además, para
enfrentarlos y revertirlos, aun cuando muchos de sus enemigos se enfrasquen en
desacreditarlo y con él, al modelo que construyó.
No fue Lenin el causante del fin de la utopía. Esa
idea se ha extendido, incluso Rusia adentro. Fue apartarse de su camino lo que
provocó el derrumbe de aquella sublime empresa, con procesos forzosos, cultos a
la personalidad e imperdonables desaciertos democráticos. A despecho de todo,
Vlamir es, todavía, un paladín de lo utópico como antídoto contra la opresión.
A él habrá que retornar siempre que se quiera aquilatar la verdadera
significación de la palabra libertad.
Fuente: juventudrebelde.cu
No hay comentarios:
Publicar un comentario