Los neofascismos
contemporáneos han logrado un nivel de articulación internacional que jamás
poseyeron sus predecesores. Además, si aquellos eran fuertemente estatistas y
antiliberales, estos combinan una síntesis entre el reaccionarismo tradicional
y las formas más radicales del neoliberalismo.
La coordinadora reaccionaria
El Viejo Topo
27 mayo, 2025
Se habla mucho,
y con razón, del fascismo y las amenazas que entraña para el futuro de las
democracias y las libertades públicas el funesto resurgimiento de la extrema
derecha. Aparte de las similitudes, con sus indispensables acotaciones
regionales y epocales, hay una diferencia insoslayable entre los neofascismos
contemporáneos –me tienta caracterizarlos como «fascismos coloniales»– y el
fascismo clásico o «arqueológico». Si este era fuertemente estatista y
antiliberal, aquellos combinan en una síntesis altamente volátil e inestable el
reaccionarismo tradicional con las formas más radicales del neoliberalismo
sintetizadas en el «anarcocapitalismo». Su programa contempla el ataque y
destrucción selectiva del Estado («selectiva» porque los aparatos represivos y
los ideológicos lejos de destruirse son reforzados, y los subsidios y
transferencias al capital continúan con renovados bríos); la exaltación de los
mercados, pero omitiendo que si no los regula el Estado lo hacen las
plutocracias dominantes; reducción del gasto público social, que constituye el
imprescindible «salario ciudadano» de una democracia (salud, educación,
vivienda, transporte, etcétera); desregulaciones para librar las manos de las
empresas; privatizaciones para rematar la riqueza social y transferirla a los
amigos del régimen, aparte de ceder soberanía; contrarreformas laborales para
recortar la capacidad negociadora de la fuerza de trabajo y previsionales para
ahorrar sobre el sufrimiento de nuestros mayores y, en lo internacional,
alineamiento incondicional con Estados Unidos e Israel.
Del
antisemitismo del fascismo tradicional no quedan ni rastros; en su aberrante
reencarnación el fascismo colonial es sionista –el caso argentino es muy
elocuente–, respalda el genocidio contra los palestinos y según los países el
objeto de su odio son los musulmanes; en otros pueden ser los migrantes, como
en el caso de Estados Unidos y muchos países europeos y también
latinoamericanos y, por supuesto, combate con ferocidad la militancia de las
organizaciones populares.
Pero, además,
hay otro rasgo que, por novedoso y efectivo, es imprescindible señalar. Los
neofascismos contemporáneos han logrado un nivel de articulación internacional
que jamás poseyeron sus predecesores. Los Gobiernos fascistas de Alemania e
Italia podían coordinar algunas iniciativas e, inclusive, sellar una alianza
militar. Pero nunca brotó de parte de ellos –ni de algunos de sus aliados
informales, como el franquismo en España, Acción Francesa en Francia y el
salazarismo en Portugal– la necesidad de crear una estructura que coordinara su
estrategia de lucha política frente a las naciones dominantes en el sistema
internacional, básicamente el Reino Unido, Francia y, de forma incipiente,
Estados Unidos. En más de un sentido podría decirse que las decisiones de
aquellos regímenes fascistas respondían casi exclusivamente a procesos y
desafíos que emanaban del complicado sistema internacional dominado por viejas
potencias coloniales. En la era del nacionalismo y de las disputas por el
reparto del botín colonial el internacionalismo era visto con desdén, como un
recurso al que apelaban el proletariado y los partidos socialistas y
comunistas.
En otra escala
El neofascismo
de nuestros días, en cambio, muestra una significativa diferencia en ese
aspecto porque, no sin tropezar con dificultades, se ha venido organizando a
escala internacional. Steve Bannon, exasesor de Donald Trump en su primer
mandato (2017-2021), fundó una suerte de «Internacional de la Nueva Derecha»,
con sede en Bruselas (la capital de la Unión Europea y sede de la OTAN), con el
objetivo de crear, coordinar y financiar partidos, medios de comunicación,
activistas digitales y grupos de la derecha radical en todo el mundo. El
proyecto aún no ha madurado plenamente, pero existe. Recuérdese que Bannon fue
vicepresidente de Cambridge Analytica, consultora que fue contratada para
asesorar la primera campaña electoral de Trump en 2016 y también para los
partidarios del Brexit en el Reino Unido. En ambos casos sus clientes
triunfaron en las urnas, pero poco después estalló un escándalo porque Bannon
extrajo, sin solicitar la debida autorización, información personal de 87
millones de usuarios de Facebook para construir perfiles psicológicos y
algoritmos que orientaran sus preferencias electorales. Esto se descubrió con
posterioridad y ocasionó una investigación en el Congreso de Estados Unidos y
la imposición de una multa de 5.000 millones de dólares a Mark Zuckerberg,
propietario de Facebook. Cambridge Analytica se declaró en bancarrota en 2018 y
Bannon, años más tarde, pasó varios meses en una cárcel federal.
Pero Bannon
sigue en funciones asesorando a las fuerzas de la extrema derecha, sobre todo
en Europa. Comentando la elección del Papa León XIV declaró que «este es un
voto anti-Trump de los globalistas que dirigen la Curia. Este es el papa que
Bergoglio [Francisco] y su camarilla querían (…) Es la peor opción para los
católicos MAGA». Bannon no está solo en este emprendimiento. Más allá de algún
entredicho con Trump, sigue incansablemente promoviendo a la derecha extrema en
todo el mundo. Pero esto no nos debería hacer olvidar a la derecha más convencional,
y que jamás calificaríamos como democrática porque no lo es. Esta tiene otro
cuartel general en Davos; una más efectiva, hasta ahora, «Internacional del
Capital», donde cada año se reúnen miles de políticos, empresarios, financistas
y académicos de derecha para evaluar el contexto mundial y trazar estrategias
para, sin las estridencias de Bannon y los sectores fascistas, reforzar su
dominio sobre la economía y la política mundiales. Estamos luchando contra
enemigos muy poderosos y para frustrar sus planes es necesaria la unidad de
todas las fuerzas antifascistas, postergando debates accesorios y
concentrándonos en impedir que lleguen al poder para imponer su dictadura,
disimulada con un insustancial barniz pseudo democrático.
Fuente: Acción