lunes, 9 de junio de 2025

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V Feria del Movimiento Sin Tierra

 

Frente al resurgir de la derecha en Brasil y no solo allí, el MST se mantiene como bastión de resistencia y alternativa: su V Feria Nacional evidenció que la lucha va más allá de la tierra, apuntando a la construcción de un nuevo modelo de sociedad.


V Feria del Movimiento Sin Tierra


Carmen Navas Reyes

El Viejo Topo

9 junio, 2025 


Entre el 8 y el 11 de mayo de este año, el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil celebró su V Feria Nacional de la Reforma Agraria, un evento que no solo reafirma su fuerza como movimiento social, sino que también consolida su papel como referente político y organizativo para los movimientos populares de América Latina y del Sur Global.

Con una asistencia masiva de 300.000 personas, la feria demostró la capacidad del MST para articular la producción agrícola, la formación política y la solidaridad internacionalista, posicionándose como un modelo de construcción de hegemonía desde los pueblos.

Un espacio de encuentro y resistencia popular

La feria, considerada uno de los eventos más importantes del movimiento popular brasileño, tuvo como resultados 580 toneladas de productos agrícolas expuestos, la presencia de 180 cooperativas del MST, 1.920 tipos de productos distintos (agrícolas y manufacturados), 12  mil plántulas de árboles para reforestación, 970 kg de semillas criollas fundamentales para los objetivos vinculados a la soberanía alimentaria; se realizaron, además, 35 talleres y seminarios sobre agroecología, lucha de clases y geopolítica y se instalaron 23 cocinas populares con más de 140 platos típicos, representando la diversidad cultural del MST.

Además, el Movimiento presentó 07 máquinas agrícolas desarrolladas en cooperación con la República Popular China, con el objetivo de ponerlas a disposición del pueblo campesino.

La feria se ha consolidado como territorio de diálogo y articulación política para organizaciones populares de Brasil y el mundo: partidos y líderes de izquierda comprometidos con la reforma agraria, gobiernos locales progresistas que buscan alianzas con los movimientos sociales, altas autoridades del Gobierno de Lula como por ejemplo Geraldo Alckmin, vicepresidente de Brasil, el ministro de trabajo Luiz Marinho y la ministra de la mujer, Márcia Lopes, además de diputados nacionales y estadales aliados a la causa campesina.

Su asistencia no fue protocolaria, el MST aprovechó el escenario para exigirles mayor compromiso con las políticas sociales, especialmente en lo que respecta a la aceleración de las expropiaciones de tierras improductivas en diversas regiones del país, el fortalecimiento de la agricultura familiar y de cooperativas, la ampliación de programas de compra pública de alimentos y el apoyo para avanzar en la mecanización y producción industrial de bioinsumos, entre otras pautas del MST.

Internacionalismo y solidaridad

En el marco de la feria, distintas expresiones organizativas del Sur Global participaron en el stand internacionalista, compartiendo experiencias de luchas y también capacidades productivas con los visitantes de la feria. Por ejemplo, de Venezuela, la Unión Comunera expuso chocolates y cafés venezolanos que fueron de interés para los y las visitantes.

La V Feria también fue lugar para denunciar la guerra en Palestina, en la voz de Soraya Misleh, del Frente Paulista por Palestina Libre, quien informó la muerte de 60 niños y niñas por hambre, mientras que alertaba que “300 mil infantes están amenazadas de morir” por esta misma causa; además expresó su solidaridad con el aniquilamiento silencioso de Haití, con las luchas de los pueblos de Venezuela y Cuba y por la descolonización de la República Árabe Democrática Saharaui.

Este hecho y la presencia de delegaciones internacionales refuerza el papel del MST como puente entre las luchas anticapitalistas y antiimperialistas, no solo en América Latina, sino también en África y Asia. Su modelo de reforma agraria popular, basado en la producción agroecológica, la educación popular y la organización colectiva y su internacionalismo sirven de inspiración a nuestros países.

Construyendo hegemonía desde los territorios

El MST no sólo ocupa tierras, construye Poder Popular. A través de ferias como esta, el movimiento visibiliza su producción como alternativa al agronegocio, fomenta la formación política, esencial para la conciencia y la lucha de clase, teje redes internacionales, fortaleciendo la solidaridad entre los pueblos, demuestra que sí es posible otro modelo económico, basado en la justicia social y la soberanía alimentaria y evidencia que la verdadera reforma agraria se hace “desde abajo”, con ocupaciones de tierras ociosas, producción agroecológica, educación popular y formación política y “hacia arriba”, exigiendo políticas públicas y ocupando espacios institucionales.

En un contexto de intento de retorno de la derecha en Brasil y su avance en el mundo, el MST sigue siendo un ejemplo de resistencia y construcción de alternativas. Su V Feria Nacional no fue solo una muestra de productos, sino un referente afirmativo de que no se trata solo de la lucha por la tierra sino también por un nuevo mundo.

Breve historia del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil

El MST surgió en 1984 durante la transición democrática brasileña, como un heredero de las luchas de las Ligas Camponesas (1950-60), con influencia de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) y vinculado a la Teología de la Liberación. Las primeras ocupaciones se hicieron reivindicando el Art. 184 de la Constitución Política de la República Federativa del Brasil, que permite la expropiación de tierras que no cumplan su función social.  Según datos del Instituto Nacional de Colonização e Reforma Agrária (INCRA) entre 1985 y 2020 se crearon 9,300 asentamientos, beneficiando a 1.1 millón de familias sin tierra.

Un hito trágico de la historia del MST fue la Masacre de Eldorado dos Carajás, estado de Pará, el 17 de abril 1996, cuando 19 campesinos fueron asesinados por la policía, hecho que generó que La Via Campesina Internacional instaurase el 17 de abril como el “Día Internacional de la lucha Campesina” y que además produjo un importante registro fotográfico del famoso fotógrafo brasileño, recientemente fallecido, Sebastião Salgado.

Algunas características del modelo productivo y de organización del MST son sus asentamientos, que hoy alcanzan 450 mil familias en 7.5 millones de hectáreas, los acampamentos (una forma posterior a la “ocupación” del territorio y previa al “asentamiento”) que llegan hoy a 100 mil familias, las cooperativas, que suman hoy en día 400, incluyendo la Cooperativa de Produção Agropecuária Nova Rita – Rio Grande del Sur/MST, productora de arroz, que ha ayudado a convertir al MST en el mayor productor orgánico de América Latina, la agroecología como forma principal de producción, con 120 agroindustrias y Escuelas Técnicas propias, el modelo de dirección estructurado en Coordinación Nacional, Estadal, sectores y Brigadas Internacionalistas permanentes (en Haití, Venezuela, Cuba, etc.) y las escuelas de formación política, como la Escuela Nacional de Formación Florestan Fernandes (ENFF).

Fuente: Globetrotter

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VALDECASAS: Esta es la gran amenaza para Ucrania si Rusia realiza la anu...

Los «incivilizados» pueden aprender a cultivar la tierra

 

Los «incivilizados» pueden aprender a cultivar la tierra

 

Jorge Majfud

Rebelion

09/06/2025 



Fuentes: Rebelión

“Uruguay pretende ‘traer algunos jóvenes palestinos de Cisjordania’ para formarlos en agricultura a través de programa de FAO, dijo Lubetkin” (Canal 12, Uruguay, 6 de junio de 2025)

El lunes 12 de mayo de 1919, el ministro de Guerra del Reino Unido, futuro ministro y héroe de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill, refiriéndose a su propia práctica de gaseo de manifestantes y rebeldes árabes, escribió:

No entiendo esta reticencia al uso de gas. En la Conferencia de Paz, hemos adoptado la postura definitiva de defender su mantenimiento como método de guerra permanente… Estoy firmemente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas. El efecto moral debería ser tan positivo que la pérdida de vidas se reduzca al mínimo. No es necesario utilizar solo los gases más mortíferos: también se pueden utilizar gases que causan grandes inconvenientes y siembran el terror…

De los hindúes dijo que eran animales que adoraban elefantes. Consecuente, fue responsable directo y consciente de la hambruna que mató millones de personas en Bengala, en 1943, poco antes que firmase un acuerdo de alianza con Stalin en Irán para luchar contra el nazismo.

Estas palabras del héroe británico y defensor de la libertad y los Derechos Humanos, estas ideas y acciones supremacistas por entonces no eran una novedad ni provocaron ningún escándalo. El racismo supremacista y mesiánico, como el Destino manifiesto de O’Neill y El sacrificio del hombre blanco de Kipling que en el siglo XIX justificaron y promovieron matanzas de “pueblos incivilizados” y de “razas inferiores” fueron el antecedente de Hitler y el nazismo. Hitler le plagió párrafos enteros a Madison Grant para Mi Lucha y le agradeció la inspiración. La popularidad del nazismo en países como Inglaterra y Estados Unidos era profunda y extensa, sobre todo entre los empresarios ricos y entre políticos poderosos, hasta que comenzaron a perder la Segunda Guerra y, de repente, los criminales nazis fueron apenas un puñado de locos, no una masa cómplice y cobarde de hermosos y superiores civilizados con amnesia súbita.

Cien años después la historia de suprimir incivilizados, razas inferiores, pueblos maldecidos por Dios, es mil veces peor y, como entonces, parece que no es para tanto. Pero también es mil veces superior la información disponible en tiempo real, por lo cual también la responsabilidad y la vergüenza (o desvergüenza) se multiplican por mil.

Actualmente, Uruguay es uno de esos ejemplos que no alcanzan a ser trágicos por el solo hecho de su incapacidad militar y propagandística de hacer tanto mal. No porque seamos un pueblo superior, como su gobierno tan amablemente insiste en dejarlo en claro con su propio ejemplo. Lo cual no nos exime de la vergüenza por la cobardía de la negación o los titubeos morales ante los hechos más trágicos de la historia contemporánea. Cobardía y negación de la cual se eximen aquellos miles de uruguayos que no se inclinan temblorosos ante los fascistas de turno, esos que aterrorizan con total impunidad de derecha a izquierda―en ese orden.

Luego de que el presidente de Uruguay Yamandú Orsi se negó a la petición de su partido (la coalición de izquierda Frente Amplio) a definir las matanzas en Gaza como genocidio, se defendió diciendo que lo suyo son las acciones, no las palabras, y que prefiere no hablar sobre “la guerra” y aportar “soluciones concretas”, como enviar leche en polvo y arroz a Gaza… La embajada de Israel en Uruguay calificó la crítica del Frente Amplio al genocidio en Gaza como “expresiones de odio disfrazado” y advirtió de “consecuencias peligrosas”. La B’nai B’rith calificó el breve comunicado del FA como “gravísima falta moral”.

Debido a la previa crítica de artistas y militantes de la izquierda a los titubeos de su propio gobierno, el presidente volvió a intentar apagar el fuego con más combustible. En una nueva declaración a los diarios, dijo que condenaba la “escalada militar” y que la ofensiva de Netanyahu “alimenta el antisemitismo” y genera “hartazgo” en “sectores importantes” del pueblo israelí.

Es bastante obvio que el genocidio sionista puede alimentar, entre otras cosas, el antisemitismo, ya que han sido desde siempre los mismos sionistas quienes, por razones políticas, geopolíticas e ideológicas se encargaron de confundir e identificar estratégicamente sionismo con judaísmo (como identificar al KKK con el cristianismo), por lo cual hasta los cientos de miles de judíos que se oponen activamente a las matanzas de palestinos y al apartheid en Israel pueden terminar siendo víctimas responsabilizadas por algo que condenan.

¿Pero qué hay de los cientos de miles de palestinos masacrados, mutilados, traumatizados y hambreados? ¿No son ellos las víctimas directas del odio y de la violencia que insiste que “en Gaza no hay inocentes, ni siquiera los niños”, por lo cual se justifica exterminarlos antes que se conviertan en “terroristas”? ¿No serán los colonos europeos que dicen ser descendientes de un hombre llamado Abraham que vivó hace 4.000 años en lo que hoy es Irak, los verdaderos antisemitas? Un hombre que primero tuvo un hijo con su esclava a petición se su esposa infértil. Pero el hijo de Abraham y la esclava produjo el linaje de los árabes. Como algo salió mal, Sara tuvo su hijo a los 90 años por milagro del Señor, el que produjo el linaje de los israelíes (según la misma tradición que identifica a aquellos israelíes de hace 3.000 años con los actuales) una versión mejorada de la raza de su hermano. Pero dejemos esta línea surrealista de razonamiento que es sólo obvia para los fanáticos en trance perpetuo.

La sola idea de enviar leche y arroz a Gaza bajo el lema de “acciones y no palabras” oculta la profunda ignorancia de lo que ocurre con la ayuda humanitaria en Palestina o, más probablemente, el negacionismo y un conocido temor a criticar al poderoso que está cometiendo un genocidio ―digamos masacre, para no ofender la sensibilidad de los asesinos y sus apologistas.

Claro, si lo mencionas, el argumento automático es “no te he visto condenar el ataque del 8 de octubre”. Lo cual es falso y paradójico, ya que siempre es dicho por quienes jamás condenaron ni condenarán las repetidas masacres y violación sistemática de Derechos Humanos contra los palestinos y otros vecinos desde la Segunda Guerra mundial, cuando los mismos sionistas, con orgullo, se reconocían como terroristas.

El canciller uruguayo, Mario Lubetkin (ex Director de Comunicación Institucional de la FAO para América Latina) ha salido a apagar el fuego (ahora incendio) de las críticas de sus bases políticas anunciando planes para permitir la llegada al país de “algunos jóvenes palestinos de Cisjordania” para que puedan formarse en agricultura sostenible. En otro programa de radio afirmó que los jóvenes palestinos podían “pensar en el día después” convirtiéndose en entrepreneurs y comenzar su propias start-ups.

¿El día después de qué? ¿Por qué tenemos que decirles, los amos occidentales, qué deben hacer para civilizarse, como adoctrinarse y adaptarse al progreso y sumisión al capitalismo anglosajón? Claro, volver a exiliaros, lejos de su tierra y de sus propias y soberanas decisiones como individuos y como pueblo.

Aparte de la conciencia turbia de la cancillería de Uruguay, muchos no entienden ni imaginan que en Palestina hay miles de profesionales y académicos bilingües cuyas escuelas y universidades fueron bombardeadas hasta los escombros. En Israel los consideran animales de carga y en Occidente creen que pueden enseñarles a plantar olivos.

A principios del 2024 me reuní con encargados de Asuntos Internacionales de mi universidad en Estados Unidos para proponerles la creación de “becas humanitarias” para estudiantes afectados por los conflictos bélicos. Aparte de que la idea fue muy bien recibida, se hundió en la desidia de los donantes. ¡Pero qué buena idea, eso de sacar palestinos de Palestina para enseñarles a cultivar otras tierras! ¿Cómo no se les había ocurrido antes? No se trata de darles una beca a los jóvenes que lo perdieron todo bajo las bombas para que se preparen y den una lucha internacional por la soberanía de su pueblo, sino para que aprendan a cultivar la tierra, otras tierras que no tienen nada que ver con la suya que conocen como la palma de la mano y la han cultivado por miles de años de forma más que sostenible.

¿Dónde está la cantaleta que escuchamos los profesores de Occidente con una frecuencia tóxica sobre la necesidad de “formar líderes mundiales”? Cada vez que en alguna reunión critico este lema colonialista, a muchos les cuesta entenderme.

Desplazar jóvenes palestinos para que aprendan “agricultura sostenible” en Uruguay es tan buena idea que se parece a la de la “Solución final”, de la que tanto hablan miembros del gabinete de Natadasco ―y la mayoría de los israelíes; según una encuesta del periódico israelí Haaretz, el 82 por ciento de la población apoya la expulsión forzada de los palestinos de Gaza.

A esta altura no sé qué es peor, si tener un Trump en Argentina o un Biden en Uruguay.

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MARCELO COLUSSI. Habla un psicoanalista marxista

 

MARCELO COLUSSI. Habla un psicoanalista marxista

 

Insurgente.org / 09.06.2025

 

El periodista K., famoso por sus incisivos reportajes, entrevistó al prestigioso psicoanalista marxista W.M., de Croacia. Las respuestas no tienen desperdicio. Al contrario: son una imprescindible lección que debemos leer con mucha atención. Presentamos aquí la versión española, traducida con inteligencia artificial del original croata.

Periodista K.: Se dice que no se puede ser psicoanalista y marxista al mismo tiempo. ¿Es así?

Entrevistado W.M.: ¡En absoluto! Me parece que es absurdo plantearlo de ese modo, aunque sé que, efectivamente, muchas veces se hace. Sería como plantearlo al revés: ¿se puede ser psicoanalista y de derecha? Bueno… ¿por qué no? Los y las psicoanalistas tienen ideología, igual que los arquitectos, los choferes de bus, los meteorólogos o los astronautas, las madamas de un prostíbulo o los doctores en física cuántica. ¿Cómo podría prescindirse de eso, de la ideología que nos da identidad? Esa tremenda estupidez que profirió Fukuyama ante la caída del Muro de Berlín, que ahí llegábamos al fin de la historia y de las ideologías, no se sostiene, es una barbaridad, una simpleza banal. ¡Por supuesto que un psicoanalista puede ser marxista! De hecho, hasta donde yo conozco, en todo el mundo no es lo más común, -en general, son más bien de derecha-, pero por supuesto: claro que los hay marxistas. Usted está hablando con uno de ellos en este momento.

Periodista K.: ¿Y qué significa ser ambas cosas? ¿Se pueden articular estos dos pensamientos?, por cierto, revolucionarios ambos.

Entrevistado W.M.: Es complejo eso. Articularlos, en el sentido de lograr un discurso unificado tomando elementos de uno y otro, no se puede. Eso se intentó hace bastantes años con eso que se dio en llamar “freudomarxismo”. Recordemos que esa búsqueda no prosperó, quedó en el olvido. No lo hizo porque, simplemente, no se pueden unir dos campos teóricos que hablan más o menos de lo mismo -la alienación del sujeto-, pero tienen efectos prácticos diferentes. El uno, el psicoanálisis, es una práctica clínica, por tanto, muy personal. El otro, el marxismo, es una guía de acción para la acción política, para lo masivo, lo colectivo. Si bien es cierto que existen intentos de utilizar conceptos psicoanalíticos para leer fenómenos sociales -ahí están los cuatro discursos que propuso Lacan: discurso del amo, universitario, de la histérica y del analista, por ejemplo, escritos al calor del Mayo Francés de 1968- eso no tiene una aplicación práctica efectiva en el ejercicio político. Es como utilizar conceptos del psicoanálisis para leer, por ejemplo, fenómenos artísticos: es posible, pero eso tiene un valor solo de ejercicio intelectual, interesante quizá, muy rico. Pero yo diría que hasta ahí. El marxismo, eso que diseñaron Marx y Engels en el siglo XIX y que inspiró las revoluciones socialistas que conocimos en el siglo XX, es otra cosa, ni mejor ni peor, simplemente otra cosa: permite una acción transformadora en lo social. Recordemos al respecto la Tesis XI sobre Feuerbach. Por eso digo que intentar unirlos en un solo discurso no aporta, ni para la clínica, ni para la revolución. Nadie padece síntomas neuróticos, o delirios esquizofrénicos, anorgasmia o alcoholismo por las condiciones socioeconómicas de pobreza -todo eso se da por igual en todas las clases sociales-, ni se puede impulsar la revolución socialista con una lectura psicoanalítica de la sociedad en términos, por ejemplo, de los matemas lacanianos.

Periodista K.: Entonces ¿cómo se puede ser psicoanalista y marxista simultáneamente?

Entrevistado W.M.: Ser marxista es un posicionamiento ideológico. Todas y todos, como sujetos ubicados en algún lugar, sujetos deseantes y sexuados que hacemos parte de un colectivo que nos constituye -se terminó la ilusión del libre albedrío- portamos, transmitimos y reproducimos una ideología. Trabajar en un consultorio privado cobrando altos honorarios que solo un pequeño porcentaje de la población podrá pagar, o trabajar en un dispensario popular, en un hospital público o en una barriada pobre a un costo bajo, eso implica tomar partido por una ideología. Hay quien plantea que no puede haber acto analítico si no hay un pago económico; incluso, un pago alto -“el análisis tiene que costar mucho”, escuché alguna vez-. No lo veo así o, en todo caso, hay que situar ese dicho. Siempre hay un pago; no hay nada gratis. No olvidemos que Freud, en algunos casos, atendió sin cobrar honorarios, gratuitamente, y solía decir que “el análisis no debe ser caridad, pero tampoco negocio”. Pensemos en un país socialista donde la salud es pública -insisto: no es gratis, alguien la paga, y ese alguien no es otro que la gente con su trabajo, produciendo la riqueza social-; entonces allí, con un planteo de la salud no como mercancía sino como derecho humano ¿no podría haber psicoanálisis entonces? ¡Todo eso es ideología! Un psicoanalista marxista tendrá una posición tomada al respecto: en otros términos, defenderá el sistema de salud pública, en vez de priorizar la práctica privada. Y ese psicoanalista, si lo desea, también podrá trabajar -si hablamos de un país capitalista- para transformar su sociedad con un planteo socialista. Es decir: podrá militar en una fuerza de izquierda, quizá hacerse guerrillero, o candidato presidencial por un partido que participa en las elecciones democrático-burguesas con talante de izquierda. ¿Qué lo podría impedir?

Periodista K.: Usted dijo que la mayoría de psicoanalistas son de derecha. ¿Es así? Si trabajan poniendo en práctica una teoría revolucionaria, verdaderamente subversiva como es la obra freudiana, ¿por qué son de derecha?

Entrevistado W.M.: Una obra -la freudiana- no se superpone y articula automáticamente con la otra -la marxista-. Tal como usted lo dice, ambas son revolucionarias por todo lo que derriban y por lo nuevo que inauguran: el sujeto del inconsciente destronando el altar de la razón, el psicoanálisis; la lucha de clases como motor de la historia y la posibilidad de una sociedad sin clases a la que llamamos comunismo, el marxismo. La experiencia demuestra, sin embargo, que no es imperioso que quien piensa con uno de esos modelos piensa simultáneamente también con el otro. Me atrevo a decir que los seres de carne y hueso concretos portadores de estas ideas no siempre conocen ambas al mismo tiempo, y muchas veces, desde una posición, miran con desconfianza la otra. Eso pasa más aun entre los psicoanalistas. Y se entiende: ser de izquierda no es fácil. En realidad, es meterse en problemas. Mucho más fácil es seguir la caravana, ser conservador, no comprometerse con estas ideas de cambio social por las que a uno lo pueden matar. Eso ha pasado tantas y tantas veces en la historia que ni siquiera es necesario dar más ejemplos. Pero a nadie han perseguido, ni puesto preso, ni mucho menos torturado o asesinado, por ser psicoanalista. O, si sucede -como de hecho sucedió en Argentina con la dictadura del general Videla- es por una confusión de cosas: porque para una visión conservadora de ultraderecha, cualquier elemento que suene contestatario es peligrosa. Pero siempre se persiguió a psicoanalistas que tenían simpatías con la izquierda; nunca, según me he ido enterando, a quienes pertenecían a la filial argentina de la Internacional Psicoanalítica, que es más bien conservadora. Recordemos que los nazis quemaron los libros de Freud cuando anexionan Austria; lo subversivo que tiene esta teoría asusta. A un psicoanalista la derecha recalcitrante lo puede tratar de extravagante, de alternativo, pero eso no mata inmediatamente. Recuerdo que un prestigioso psicoanalista francés dijo que “el psicoanálisis es subversivo, pero no revolucionario”. ¿Tanto asusta la palabra “revolución”? Ya vemos: el anticomunismo visceral nos domina, lo tenemos metido hasta las mitocondrias. Alguna vez, sarcásticamente, el cineasta español Pedro Almodóvar dijo que “nueve de cada diez estrellas son de derecha”. Pues bien: eso podría decirse de todos los personajes que cité anteriormente: arquitectos, choferes, astronautas, físicos y un voluminoso etcétera. Si la gente, en su mayoría, fuera de izquierda, ya no habría más capitalismo. Estamos muy bien preparados para ser de derecha, conservadores, asustarnos con los cambios. Vez pasada leí por ahí, en el internet, algo que me pareció dar en el blanco, aunque pueda sonar muy duro: “en términos generales nos parecemos más a Homero Simpson que al Che Guevara”. Un psicoanalista, profesional universitario de clase media, que no pasó por una formación política marxista -como no lo pasa la inmensa mayoría de gente en el planeta- es más fácil que sea de derecha, un trabajador liberal económicamente autónomo que no se sentirá trabajador sino profesional -ser profesional pareciera ser otra categoría-, seguramente más abierto que alguien del Opus Dei, pero de derecha, a que sea comunista. La gente que trabaja por el socialismo con una firme convicción somos pocos, quizá cada vez menos en estos tiempos de reversión del campo socialista europeo, ahora que presentan estas ideas como sepultadas, superadas. Creo que no me equivoco al afirmar que la gran mayoría de gente que trabaja desde el psicoanálisis -psicólogas y psicólogos, psiquiatras y algún profesional liberal más por ahí- no es marxista. ¿Qué conoce usted más: gente marxista o gente no marxista? Ya sé que quien hace las preguntas aquí es usted, pero dejemos este interrogante como recurso retórico, heurístico. Y yo mismo la respondo: abundan infinitamente más los Homero Simpson -porque estamos preparados para ello- que los Che Guevara. Yo, para que no le queden dudas, me reconozco más un Homero que un Che.

Periodista K.: Quiero dejarlo claro entonces: ¿el psicoanálisis puede aportar para la revolución socialista?

Entrevistado W.M.: No, en absoluto. El psicoanálisis tiene que ver, básicamente, con la clínica. La revolución socialista es un proceso político donde participan las masas cuando salen de su adormecimiento. El psicoanálisis no puede contribuir a eso. Quizá pueda ayudarle a un sujeto en particular, y el mismo, quizá, pueda cambiar su punto de vista ideológico y hacerse de izquierda, un revolucionario. Puede suceder, pero eso no es una consecuencia directa, algo que se busca a través de un abordaje clínico. De hecho, no es lo común. La gente que llega a un tratamiento clínico busca calmar su malestar, sus dolencias anímicas. Punto. La clase trabajadora, por distintas cuestiones culturales, en general no busca análisis. Tampoco vamos a decir -como lo hicieron en su momento Lenin y Gramsci- que eso sea una moda pequeño-burguesa. Pero no tiene que ver directamente con la revolución obrera y campesina, con los movimientos populares. Lo cual no quiere decir que en un planteamiento de salud púbica el psicoanálisis no pueda -o no deba, mejor dicho- ser algo al alcance de todos.

Periodista K.: Entonces, ¿se beneficia en algo un psicoanalista al ser de izquierda?

Entrevistado W.M.: Excelente pregunta, que da pie para llegar a lo que quiero transmitir. Ser de izquierda, en un mundo capitalista, no trae beneficios, si entendemos por tales algo así como ganancias, lucro económico, una utilidad pecuniaria. El único beneficio, para quien tiene firme convicción en una sociedad no capitalista, es ver que la militancia puede llevar a ello. En esa militancia pondrá todo su deseo. Ese es el beneficio. Eso, sin embargo, le puede traer enormes complicaciones, porque ser de izquierda no es lo que el sistema espera. En los países del Sur eso puede significar muerte; en el Norte, donde las cosas no son tan sangrientas -pero no por ello son mejores- puede significar cierta marginación. Como sea, no es lo más cómodo del mundo ser de izquierda, ser un marxista convencido que lucha por la revolución. Por eso la gran mayoría de psicoanalistas, así como de arquitectos, y choferes, y físicos, y albañiles y la gran mayoría del paisaje humano, no anda enfrentándose al sistema. Ser de derecha es más cómodo, y punto. O ser, como se dice -equivocadamente, por supuesto- “apolítico”. Estupidez insostenible, igual que decir “asexuado”. Es decir: va más fácil no pensar con criterio de transformación revolucionaria, votar en las elecciones cada cierto tiempo y ahorrarse así problemas. En todo caso, podemos despotricar contra el gobierno de turno, y eso sí se permite, eso sería “hacer política”. Pero eso no cambia absolutamente nada. En ese sentido, los psicoanalistas -repito, más cerca de aquel ícono de la sociedad estadounidense que del guerrillero heroico, como le pasa a la prácticamente totalidad del mundo- evitan meterse en problemas. Ser marxistas les puede traer aparejados problemas prácticos en su vida como ciudadanos, y en el ámbito del trabajo profesional, en la clínica propiamente dicha, no redunda en nada respecto a la calidad del servicio que puedan prestar. Pero a los marxistas sí les puede traer mucha cuenta conocer psicoanálisis, empaparse de la teoría freudiana, aunque no se dediquen a la práctica clínica.

Periodista K.: ¿En qué sentido se pueden beneficiar los y las marxistas entonces?

Entrevistado W.M.: Punto medular éste, sin dudas. Para muchos, el psicoanálisis da al materialismo histórico nuevas herramientas para entender la alienación, la identificación con el opresor (recordemos el síndrome de Estocolmo), la manipulación de los deseos, la creación de una falsa conciencia. No niego todo esto, pero me parece que eso solo queda corto. El más importante aporte que viene del psicoanálisis para quienes apostamos por la revolución socialista yo lo encuentro en la concepción del sujeto que se abre ahí, en poder mostrar los límites con que nos encontramos en lo humano, en que no podemos esperar grandes cosas gloriosas de un Homero por separado, y pese a ello, la necesidad de trabajar por un cambio que ayude a transformar tanto la sociedad como a ese sujeto mismo, pensando en grandes mayorías, que son las que hacen los cambios. En otros términos: es un aporte no solo en el plano de lo teórico -lo cual es muy importante, sin dudas-, sino con importantísimas consecuencias prácticas, en lo político, en el día a día. Me explico. El sujeto humano, producto de una historia social (de la que da cuenta el marxismo) y de una historia subjetiva (interpretada y procesada por el psicoanálisis), no es dueño de sí mismo, sino que responde a todas esas determinaciones macro y micro. Desde hace algunos milenios, con la noción de propiedad privada, los seres humanos, prácticamente igual en todas las culturas salvando detalles circunstanciales, hemos desarrollado esto que vemos estar más cerca de Homero Simpson que del legendario guerrillero argentino-cubano. Quiero decir: giramos en torno a la idea de propiedad privada, al patriarcado, al poder como simbolización de la victoria del tener sobre el desposeer, a la fantasía de completud que todo ello nos depara. Eso, con características peculiares en cada caso, lo encontramos en todos los modelos civilizatorios. Y hoy, con un capitalismo que barre todo el planeta, lo encontramos más o menos por igual en todos los países, incluidos los que se llaman socialistas. Todo eso -la fascinación por el poder, la fascinación por la jerarquía, el patriarcado, etc.-, por supuesto que no es algo genético, biológico, sino que proviene de una construcción histórica. Si es histórica, felizmente puede cambiar (la sociedad de clases y Homero Simpson, felizmente -¡muy felizmente! habría que agregar- pueden cambiar). Hoy todos y todas quienes pertenecemos a la especie humana tenemos tras de sí esa milenaria historia. Seguimos pensando -no puede ser de otra manera, porque la historia pesa- que “estamos bien” porque tenemos más cosas -evidente cultura del tener, del poseer, que el capitalismo elevó a un grado superlativo: valgo más porque tengo más-. En Cuba, por ejemplo, están “mal” porque no poseen tanto como en su vecino imperial, o en otros países capitalistas. Alguien me dijo alguna vez -alguien de izquierda, curiosamente-: “Un doctor en física nuclear cubano gana diez veces menos de lo que gana un físico nuclear en Estados Unidos o en Europa. Por eso se va, o vive frustrado en la isla”. Está claro que seguimos repitiendo la noción de “éxito” en términos de disponer, de tener cosas. La noción de “falo” en Freud, pero mucho más aún en Lacan, gira en torno a eso: tener o no tener. ¿Me voy explicando?

Periodista K.: Creo que sí, aunque esto es bastante complicado. Pero para aclarar bien: ¿cómo pueden servir estos conceptos psicoanalíticos para un marxista, tal como usted dijo: no tanto en lo teórico sino en la praxis, en la acción política concreta? Dicho de otro modo: ¿qué aportan para alguien que trabaja en función de establecer una sociedad socialista, se supone que de justicia y equidad?

Entrevistado W.M.: Pues bien, creo que sirven mucho en torno a la consideración del poder, quizá más que esa elucubración lacaniana de los cuatro discursos que antes citábamos, por ejemplo, que puede tener alguna utilidad, pero no nos aporta directamente en la construcción de ese nuevo mundo que se busca desde el marxismo. Los conceptos psicoanalíticos, o mejor dicho: la antropología que inaugura la obra de Freud, sirve para dimensionar bien qué significa “cambiar”, qué significa “transformación revolucionaria”, sirve para entender y dimensionar más correctamente la idea de “hombre nuevo” que viene de la mano de un planteo socialista. El psicoanálisis, para algunas personas, tiene un talante pesimista, porque ve solo el lado oscuro de lo humano; por ejemplo, la pulsión de muerte, esa tendencia que nos impulsa a lo negativo. Pues bien: me parece que la visión psicoanalítica no es pesimista sino descarnadamente realista, que no es lo mismo. Toda esa ideología de la felicidad, esta cultura que nos legó Hollywood con su parodia de la vida donde siempre hay final feliz y todo es novelita rosa, eso es deleznable. Es lindo creérselo, por eso esa ideología del happy end pega mucho, y consecuentemente existe una psicología de la felicidad: “todo depende de usted, de su buena vibra, de su actitud positiva”, se llega a decir. De hecho, la modernidad capitalista se edifica sobre esa quimera de un yo que decide todo, que puede todo, prescindiendo ya de un ente divino -“Dios ha muerto”, ¿no?, dijeron prestigiosos filósofos-. El cogito cartesiano marca el camino: hay un sujeto que, con su trabajo, con su praxis, logra todo. Yo soy el autor de mi destino, y si trabajo duro, logro ser total, domino el mundo. La ideología capitalista ha entronizado esa falacia del esfuerzo personal como garantía del éxito. El psicoanálisis muestra la verdad del fenómeno humano. ¿Cuál esa verdad? Que los límites nos aterran, y que el ejercicio del poder, de cualquier cuota de poder, nos hace sentir -ilusoriamente, claro- que no tenemos límites, que podemos todo, que podemos ir más allá de la castración. Si queremos decirlo de otro modo: que somos dioses. En Argentina, ese actual empobrecido país de Sudamérica que alguna vez se sintió potencia, escuché decir, en español, que si te va bien, “sos Gardel”, es decir: la representación del “dios” todopoderoso de esas tierras, el que lo puede todo, el ícono del triunfo. Interesante ¿no? ¿Por qué el poder fascina tanto, nos atrapa, nos subyuga? Porque nos hace sentir completos, obtura la carencia existencial que nos constituye.

Periodista K.: El poder, entonces ¿es algo connatural a lo humano? ¿Es una sobredeterminación más allá de la cual no podemos ir? Dicho de una manera casi brutal: ¿es innato? Saber todo esto ¿qué aporta al marxismo?

Entrevistado W.M.: Por supuesto que el poder no es innato. En lo humano no hay nada innato, más que unos pocos reflejos que ayudan a la sobrevivencia: reflejo de succión, reflejo palpebral, etc., algunos de los cuales se pierden con el crecimiento. El poder, al menos por lo que podemos deducir del estudio de la historia, de la comparación con grupos pre-agrarios que por ahí persisten, es una construcción simbólica, histórica, eminentemente social. El sujeto del que podemos dar cuenta, el que venimos siendo hace ya varios milenios, se estructura en torno a lo fálico. Es decir: a la lógica binaria tener-no tener. ¿Me explico? Ese sujeto, el que somos nosotras y nosotros en cada caso, todo el mundo, en Francia, Australia o Cuba socialista, usted, yo, Homero Simpson, la madama del motel antes citado, el Che Guevara o el albañil que edificó esta casa, estamos cortados por la misma tijera. En otros términos: tenemos incorporado esos valores, esas estructuras que nos hacen ser machistas patriarcales, quizá racistas también, nos hacen pensar que el doctor en física que gana diez veces más que el colega cubano está mejor -lo cual es así desde la lógica del tener-. Quiero decir: ese sujeto está conformado sobre la base del poder como determinante de las relaciones humanas. Por eso cuesta tanto, pero tanto, cambiar la sociedad. Me explico mejor: construir el socialismo cuesta muchísimo, cuesta horrores, por dos motivos: primero, porque la reacción capitalista lo intenta detener a toda costa. Veamos lo que pasó en las experiencias socialistas: 25 millones de muertos en la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial, casi 400,000 toneladas de napalm arrojadas sobre Vietnam, más de seis décadas de bloqueo a Cuba… Así se hace casi imposible vivir, por tanto, dificilísimo construir el socialismo. Pero pese a eso, todos esos países avanzaron. No olvidar nunca, quizá como frase-insigne, lo dicho alguna vez por Fidel Castro: “En el mundo hay 200 millones de niños de la calle. Ni uno solo vive en Cuba”. Ese es un primer nivel de dificultad, enorme, inconmensurable. Pero hay otro más profundo: luchar contra lo que somos. E insisto con eso: luchar contra el Homero Simpson que hay en cada uno de nosotros y nosotras. En los países socialistas, que viven siempre acosados por los capitalistas -acosados con bombas, bloqueos y ataques varios- también pesa en su contra el hecho que la revolución, el cambio, lo hace gente cargada con todas esas determinaciones milenarias. Y ahí se repiten los juegos de poder. Es decir: siempre aparece una Nomenklatura -o pónganle el nombre que quieran-, una nueva clase de burócratas, unos nuevos propietarios que repiten esquemas ancestrales. Miremos la Nicaragua actual, por ejemplo, donde se pasó de una experiencia que buscaba ser socialista a un presidencialismo capitalista bonapartista que da mucho para discutir. Los juegos de poder no desaparecen, y ahí está Stalin mandando a matar a Trotsky, los choques entre Podemos y Sumar en España, los conflictos mortales entre Evo Morales y Luis Arce en Bolivia, las diferencias entre los cuatro grupos guerrilleros en Guatemala que por disputas internas y de liderazgo impidieron tomar el poder ahí haciendo fracasar la revolución, o las interminables peleas dentro de los partidos de izquierdas, con continuas fragmentaciones y disputas para ver quién es “más revolucionario”, similares a las que hay en los de derecha. ¿Por qué serían distintos los cuadros de la izquierda? ¿Por qué adoptaron una nueva ética? La experiencia nos muestra que un acto de voluntaria decisión política -ingresar a militar en una fuerza de izquierda, lo cual es altamente loable- no alcanza para cambiar eso: los comandantes guerrilleros latinoamericanos, por ejemplo, siendo de izquierda, no dejaron de ser asquerosamente machistas, mientras un cuadro de la izquierda europea se refiere a “sus” países como “civilizados” en contraposición a los del Sur -¿andarán en taparrabos ahí todavía?-. Y un dirigente del Partido Comunista Italiano -lo escuché con mis propios oídos- se espanta porque su hija quiere casarse con alguien de Sicilia: “¡¿un africano, nena?!” Para redondear la idea: una revolución que intenta cambiar la historia, la revolución socialista, se hace con la materia que somos, es decir: gente machista, racista, adultocéntrica, convencida siempre de tener la verdad, poco o nada autocrítica, repitiendo el autoritarismo ancestral. No olvidemos, por ejemplo, que en África hay una burguesía negra que explota a sus “hermanos” negros igual que lo hizo “el hombre blanco” años atrás. ¿Somos “malos” instintivamente?, se podría decir, repitiendo su pregunta. No, no es así, en absoluto: somos producto de una historia. ¿Por qué ahora los altos cuadros de la Nomenklatura rusa pueden ser los nuevos empresarios capitalistas, tan depredadores y explotadores como cualquier empresario de cualquier parte del mundo, de Estados Unidos, Brasil o del África subsahariana? El marxismo puede y debe aprender de lo que, con crudeza, nos muestra el psicoanálisis: no somos precisamente blancas y mansas palomitas. Pero tampoco estamos condenados a ser siempre eso. De ahí que una verdadera revolución socialista que se mantenga y pueda avanzar hacia esa mítica sociedad sin clases, el comunismo -“sociedad de productores libres asociados” dijera Marx- es difícil que se pueda profundizar en un solo país. Ese cambio debe ser planetario. Y evidentemente, tal como están las cosas, eso no se lo ve muy cercano.

Periodista K.: Las revoluciones socialistas que ha habido en el siglo XX no fueron muy amigables con el psicoanálisis. ¿Se excluyen entonces estos dos pensamientos? ¿Cómo incorporar esto que nos dijo del sujeto humano, conflictivo y egoísta, en un ideario que nos habla de solidaridad y desprendimiento, de algo que va más allá del individualismo?

Entrevistado W.M.: Vamos con la primera respuesta: psicoanálisis y marxismo no se excluyen. La cuestión es cómo articularlos. El freudomarxismo no funcionó porque era un intento sin sustento: no se pueden mezclar dos teorías por el puro deseo de mezclarlas; evidentemente eso no llevó a ningún lado, pues no era ni una cosa ni la otra. Si bien es cierto que con el estalinismo la obra de Freud fue sacada de circulación, en un primer momento, cuando se da esa monumental explosión de cambios en la Rusia bolchevique en 1917, el psicoanálisis fue bien acogido. Trotsky, por lo pronto, lo veía con buenos ojos y lo apoyó. Sucede que el hecho de que se nos muestren los límites, que nos hagan saber, como decía Freud, que “no somos dueños en nuestra propia casa”, eso espanta, aterroriza, y no queremos enterarnos de nada al respecto. Ahora bien: la cuestión es aprender de lo que la clínica cotidiana nos muestra en forma palmaria -que los problemas anímicos son siempre problemas anímicos, más o menos los mismos, presentes siempre en la historia (en todas las civilizaciones ha habido “locos”, y angustia, y temores varios, también en las experiencias socialistas)-. Cierta cuota de malestar psíquico es intrínseca a la condición humana; eso es inexorable -lo contrario es esa grotesca payasada de Hollywood-. Pero no solo eso, sino que las mezquindades, el miedo que nos lleva a ser conservadores, el terror al cambio, la sensación de jerarquía y sentirse dios -¡sos Gardel y los músicos!, no olvidar eso-, todo eso lo muestra el psicoanálisis como parte de la condición humana. ¿Se podrá ir más lejos? Ahí está la dificultad. Sí y no. Sí se puede tomar el poder y empezar a construir una alternativa no capitalista. Eso se hizo ya varias veces en la historia, y dio resultados. La Revolución Saur de Afganistán, de 1978 -aunque la prensa comercial no hable una palabra de eso- lo muestra. Allí se empezaron a repartir las tierras con criterio equitativo, socialista, y las mujeres salieron de su ancestral aplastamiento, ya no usaban burka. Luego, por obra de la CIA, vinieron los talibanes y la contrarrevolución borró todo eso. Pero en procesos socialistas más prolongados, Unión Soviética, Cuba, la construcción del “hombre nuevo” mostró que es algo más complejo que la buena voluntad de pedir nuevos valores. Eso no se logra con un decreto gubernamental: son años, años, generaciones, muchas generaciones para lograr un cambio auténtico en las cabezas. Fíjese que pasaron milenios y todavía hay esclavos en el planeta. Milenios de tradición no son fáciles de transformar. Si no, cuando los procesos socialistas tambalean, no volverían a aparecer tan fácilmente propietarios que explotan mano de obra asalariada de otros camaradas. Y eso, hay que decirlo con franqueza, sucede. No porque el socialismo sea una quimera irrealizable, imposible, una fantástica ensoñación sin los pies en la tierra. Sucede porque la materia con que se da ese cambio es la misma de siempre: ahí está el problema. El “límite”, se podría decir, si somos rigurosos con el psicoanálisis.

Periodista K.: ¿Cómo solucionarlo entonces? ¿Qué hacer desde el marxismo para incorporar esos conocimientos que lega el psicoanálisis?

Entrevistado W.M.: Hacer un trabajo ideológico-cultural fenomenal, mucho más grande de lo que se hizo ahora. O mejor aún: hacer ese trabajo, pero no con los criterios quizá impositivos que se hizo, sino buscando nuevos métodos, nuevos caminos. La gente común es solidaria, a veces. “Los pueblos no son espontáneamente revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”, pudo leerse en una pintada callejera durante la Guerra Civil Española. La cuestión es cómo ir logrando moldear nuevos lazos sociales. Por supuesto, esto hay que pensarlo como siembra de hoy para ver cosechas en un futuro a mediano o largo plazo. La familia que hoy conocemos, esa institución -que funciona con problemas como toda institución, pero funciona- puede darnos una pista. Conocemos la moral tradicional de la familia monogámica, patriarcal, con un pater familias a la cabeza, heteronormativa, la familia que se viene dando desde hace milenios, más allá de formas culturales circunstanciales. De allí sale el sujeto que somos, con un nivel de narcisismo primario indispensable para vivir (las madres nos crían como “lo más lindo del mundo”, pero no existe el “más lindo del mundo”), y con las características de normalidad expandidas más o menos por igual en todos lados: hay malestar tolerable -eso es la normalidad psicológica- malestar que manejamos, con renuncias sociales indispensables -ahí está el incesto- pero que no nos convierten en asociales; la inmensa mayoría entramos en las normas, somos un Homero más y no deliramos: si nacemos pobres, aprendemos a resignarnos; si nacemos ricos, se nos hace fácil mandar. Si nacemos mujer, aprendemos a soportar -“parirás con dolor”, enseña el libro sagrado del catolicismo-; si nacemos varones, sabemos que “tenemos” que silbarles a las mujeres por la calle. Por eso un comandante guerrillero “debe” ser mujeriego, porque así es el mandato social para los “machos”, no importando si son de derecha o de izquierda. De todos modos, esa construcción -pienso en el libro de Engels “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de 1884, absolutamente válido al día de hoy- es histórica, por tanto, puede cambiar. Quiero decir, en definitiva, que podemos pensar -y debemos trabajar para ello- en la creación de nuevos modelos de humanización. El psicoanálisis nos da pistas para eso. Permítame decirle que al inicio de la revolución rusa, en sus albores, hubo los primeros intentos al respecto: la familia ampliada, la familia sin propiedad sobre los hijos, todos interesantes experimentos. Después vino la restauración estalinista, volvió a imponerse el “hombre viejo”, y el “hombre nuevo” no prosperó. Pero ya hay gérmenes de esas nuevas ideas.

Periodista K.: Entonces para el psicoanálisis ¿no es que seamos “malos” por naturaleza? Pero ¿por qué siempre se repite que un grupo poderoso se monte sobre la mayoría? Un asesor le pide a Putin “no volver a 1917”, y el presidente en ese proyecto parece estar; los oligarcas de allí son iguales a los oligarcas de cualquier parte. ¿Estamos condenados entonces?

Entrevistado W.M.: No, no hay ninguna condena. Ni somos “malos” por naturaleza. Sucede que cambiar cosas es algo muy, pero muy difícil. No imposible, por supuesto, pero sí muy cuesta arriba. O nos bombardean -pensemos en lo que dije hace un momento del napalm y el agente naranja en Vietnam- o nos bombardea la historia, nos bombardea por dentro. El psicoanálisis nos alerta acerca de lo que somos. Ojalá todo el mundo pudiera ser como Ernesto Guevara, pero eso es radicalmente imposible; la gente, los seres humanos comunes y corrientes, no somos eso, ni podemos serlo. La imagen mítica del Che pasó a ser como la de Gardel, ambos argentinos. De ahí mi comparación -odiosa si se quiere, pero necesaria- con la figura de ese energúmeno que es este personaje muy real de la televisión estadounidense. Para sintetizarlo: no podemos esperar siempre cosas gloriosas de cada sujeto individual. Muchos -quizá yo soy uno de ellos, quizá el primero- salimos corriendo ante los desafíos ensuciando calzoncillos, y permanecemos como esclavos sin rebelarnos ante el amo, nos asustamos, preferimos la sumisión. Pero el grupo, el colectivo, la masa, eso sí puede hacer cosas gloriosas. Recordemos la pintada callejera de España. La historia no la hacen grandes personajes: la hacen las masas. Tener claro eso, terminar con el culto a la personalidad -¿hay que hacerles estatuas a los grandes personajes, o hay que terminar con eso?-, reconocer que los juegos de poder están y, seguramente, seguirán estando entre nosotros, es muy importante de tener en cuenta. Querría terminar la entrevista con una cita justamente del Che: “Yo no soy un libertador. Los libertadores no existen. Son los pueblos quienes se liberan a sí mismos.

Periodista K.: Creo que ha sido muy claro en todo lo que nos presentó hoy. Por cierto, algo que me llama mucho la atención de su parte es que, pese a hablar de temas muy profundos, muy complejos, su forma de decir las cosas no es incomprensible. Al contrario: es muy claro, muy accesible.

Entrevistado W.M.: ¡Qué bueno que me diga eso! Sin dudas, yo pretendo ser riguroso en lo que transmito, me tomo muy en serio lo que digo. Pero no por ello busco ser críptico, incomprensible. Al contrario: estoy absolutamente convencido que se puede ser muy estricto, muy apegado a la verdad en lo que se dice, pero sin la artificial necesidad de mostrarse enigmático, oscuro, inabordable. Veo que hay una cierta tendencia -¿moda se le podrá decir?- de, muchas veces, buscar deliberadamente un lenguaje casi esotérico, que solo los iniciados del cenáculo pueden entender. Me parece que hay algo de pose en eso; los franceses son particularmente afectos a eso, y mucha gente en el mundo los copia. Vea usted que Marx o Freud, por ejemplo, que son sumamente profundos en lo que escribieron, no necesitaron esa fingida aura de impenetrabilidad para transmitir sus ideas. Rechazo profundamente todo eso, que me parece una triste pantomima.

Periodista K.: Muchísimas gracias W.M.

 

Marcelo Colussi

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