jueves, 14 de agosto de 2025
Más de 35 empresas privadas forman el servicio de extinción de incendios de Castilla y León [España]
Más de 35 empresas privadas
forman el servicio de extinción de incendios de Castilla y León
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Insurgente.org
/ 14.08.2025
Si privatizas los servicios públicos de emergencias buscando beneficio económico, vendrán los recortes. Y con los recortes, las muertes.
Y las privatizaciones y
los recortes continúan en todos los servicios públicos, la sanidad, la
educación, los servicios contra incendios, la limpieza, los cuidados de las
personas… Las leyes que lo permiten se mantienen en vigor o incluso se
refuerzan, las condiciones de trabajo y los salarios de las trabajadoras y
trabajadores se precarizan mas, la prevención de riesgos laborales queda en los
libros, los recursoss necesarios no llegan nunca, y cuando llegan buena parte
de las veces no son lo adecuados Las vidas de la clase trabajadora, los bienes
públicos se pierden en aras de mas beneficio para las empresas…. La
organización y la planificación es para desmantelar mas lo publico y privatizar
mas y mas rápido como estamos viendo mientras por todo ello España arde por los
cuatro costados. y los que se juegan la vida cobran miserables salarios y
contratos precarios.
Eso tiene responsables con nombres y apellidos en la política los que hacen las
leyes, los que gestionan, los que organizan.
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Gracias a Adrián
Migrantes: también se muere en el paraíso
Migrantes: también se muere en
el paraíso
Rebelion
14/08/2025
Fuentes: Rebelión
[Imagen: Jóvenes migrantes de Etiopía caminando por la ruta principal entre
Garowe y Qardho, que los lleva a Bossaso, Somalia. Foto: OIM/ Said Fadhaye
2024]
No es mucha la atención mediática que se le da a lo que sucede a lo largo
de las rutas migratorias que desde África llevan, han llevado y seguirán
llevando a cientos de miles de migrantes a Europa. Provenientes
mayoritariamente del continente africano, aunque también los hay asiáticos e
incluso latinoamericanos.
Los recursos
financieros y materiales que la Unión Europea (UE) ha
dilapidado para clausurar aquellas rutas, alentando y financiando políticas
represivas de los gobiernos de Marruecos, Túnez, Libia o Egipto contra las olas
de migrantes que llegan a sus costas para lanzarse al Mediterráneo, o como
también suceden desde Mauritania o Senegal hacia Canarias, siempre son menores
a las razones que los impulsan a abandonarlo todo en búsqueda de escapar de
esos infiernos que las políticas de los Estados Unidos y sus socios europeos
han construido en sus países.
La desesperación
es tal que ni siquiera se amilanan ante los miles de kilómetros que deben
transitar por desiertos donde muchas veces son abandonados por los traficantes,
para morir por deshidratación o hambre, una de las opciones más generosas.
También existe la posibilidad de que sean secuestrados en plena marcha, para lo
que sus familiares, en muchos casos, se deban endeudar por años para pagar el
rescate o terminar vendidos como esclavos o sencillamente devorados por lo
riguroso del camino. Aunque saben, muy bien, que abordar una embarcación
tampoco es garantía de nada. Desde que estalló la crisis migratoria en 2014,
según revelan fuentes europeas, siempre tan discretas, los desaparecidos en el
mar serían unos cincuenta y dos mil.
Referíamos que
es poca la atención informativa de estas tragedias, que suceden a cada momento
en esas rutas, pero es todavía menor a lo que pasa en la que discretamente se
ha trazado desde Etiopía a Arabia Saudita, igual de peligrosa, igual de
desesperante, igual de olvidada.
El trecho que
puede haber desde la ciudad etíope de Barayu, en el corazón de la Oromia, hasta
Riad, la capital saudita, u otros destinos del golfo Pérsico (Ver: Etiopía: La
larga caravana de los invisibles) es de más de dos mil doscientos kilómetros,
los que en el terreno se duplican, por lo que se puede demorar más de seis
meses si no tienen algún imprevisto.
La mayoría de
los migrantes lo hacen a pie, por desiertos donde las temperaturas pueden
superar los cuarenta y cinco grados. Los más afortunados cubren algunos tramos
en autobuses, según la suerte de conseguir un eventual trabajo que les ayude a
continuar, aunque esa posibilidad es extremadamente remota, ya que las áreas
por las que transitan son tanto o más pobres que las de procedencia.
Al llegar al
puerto de Obock (Djibouti) o a alguno otro en el norte de Somalia, como los de
Berbera o Bosaso, sobre el golfo de Adén, se embarcan en lanchones que los
llevarán a Yemen, según el caso, entre cuarenta o doscientos kilómetros de
travesía.
Para la gran
mayoría de estos pasajeros ese es el momento en que por primera vez en sus
vidas conocen el mar, un mar permanentemente agitado por el tráfico de grandes
barcos que, desde el golfo de Adén, intentan ingresar por el estrecho Bab
el-Mandeb al Mar Rojo rumbo al canal de Suez o viceversa, ahora casi clausurado
por la ofensiva hutí en defensa de Palestina (Ver: Mar Rojo, en nombre de
Allah).
Este es el
tramo donde el pasado domingo día 3, ciento sesenta migrantes desaparecieron
cuando la embarcación, con capacidad para cien, naufragó en plena deriva. Se ha
confirmado que noventa han muerto, doce hombres fueron rescatados y el resto
continúa desaparecido. Este último accidente solo es uno más de los que suceden
periódicamente en la llamada “Ruta oriental”, por donde cada año transitan
miles de personas, particularmente de los países del Cuerno de África (Etiopía,
Eritrea, Somalia y Djibouti), aunque también hay muchos que llegan desde el sur
y del oriente.
En el caso del
naufragio del domingo en la zona de Shuhrah, cerca de las costas yemeníes, la
mayoría de las víctimas eran etíopes que escapaban no solo de la falta de
oportunidades, sino también de la convulsiva realidad que vive el país desde
que comenzó la guerra de Tigray que, a pesar de que formalmente terminó en
noviembre del 2022, a un costo en torno de un millón de muertos, sus
consecuencias económicas, políticas y sociales continúan, al punto de que para
muchos las posibilidades de un reinicio del conflicto son casi una certeza
(ver: Etiopía, bajo la daga egipcia).
En 2024, según
la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), cuatrocientos sesenta
y dos migrantes se ahogaron en el golfo de Adén, aunque esta cifra, como sin
duda sucede en el Mediterráneo y la ruta del Atlántico, los muertos sean
muchísimos más. Según la misma fuente, a lo largo de 2024 casi setenta mil
migrantes llegaron a Yemen cruzando el golfo de Adén. En marzo se produjeron
cuatro naufragios que dejaron ciento ochenta desaparecidos.
Últimamente son
las áreas rurales de Oromía, Amhara y Tigray, las regiones que más involucradas
estuvieron en la guerra civil (2020-2022), en las que mayor cantidad de
personas están captando las bandas de traficantes. La mayoría de estos
migrantes tiene como principal objetivo Arabia Saudita, donde creen que encontrarán
los mejores sueldos, sin saber siquiera con precisión dónde queda el lugar del
destino, los posibles trabajos que van a realizar y sin sospechar las
verdaderas condiciones de vida que, de conseguir un trabajo, les esperan. (Ver:
Etiopía, la brutal realidad del tráfico humano). Las que encuentran son tan o
más pobres que las de las que provienen.
Un mundo por conocer
La gran mayoría
de los migrantes que han tenido la fortuna de atravesar más o menos vivos el
golfo de Adén, descubren que no han llegado al reino saudita, sino
que están en un país llamado Yemen que, como ellos, está más o menos vivo.
Después de sufrir más de diez años de guerras civiles, operaciones terroristas,
la guerra e invasión saudita (2015-2020) y los constantes bombardeos
estadounidenses, británicos y sionistas contra la
milicia hutí, la única fuerza militar en el mundo que en la
actualidad respalda a Palestina.
Entre el punto
de llegada a la costa yemení, que puede ser el puerto de Adén, hasta la
frontera saudita, son aproximadamente quinientos kilómetros en
línea recta, aunque las condiciones montañosas de Yemen, sumado a que el país
se encuentra cruzado por grupos armados y mafias a la caza de oportunidades,
los migrantes están obligados a permanentes cambios de rutas, mantenerse a cubierto
de quienes podrían asaltarlos, esclavizarlos e incluso venderlos a otras bandas
que, mejor organizadas, puedan pedir rescates por ellos, permaneciendo
prisioneros por años hasta que pagan su rescate por su liberación.
La actual
situación en Yemen ha provocado que muchos de los migrantes queden atrapados en
la ciudad de Adén y otras ciudades yemeníes, viviendo en las calles, en extremo
estado de pobreza, sumando un factor más a la grave crisis humanitaria que ya
viven los cerca de cuarenta millones de yemeníes. Diecisiete de ellos en estado
de inseguridad alimentaria. Tres millones y medio con desnutrición grave,
mientras que cinco se han debido desplazar escapando de los combates.
Para los que
continúen el camino, la llegada a la frontera saudita quizás sea el punto más
peligroso. No solo por el muro que Riad levanta desde hace años en la frontera,
sino porque la guardia fronteriza dispara sin advertencia y al azar, generando
un número de víctimas de las que nadie da cuenta.
Los más
“afortunados”, aquellos que pueden ingresar a Arabia Saudita o a algún otro
país del golfo, en su mayoría lo hacen bajo las condiciones que se conocen como
el sistema kafala, para lo que un trabajador extranjero necesita de
un kafeel patrocinador o empleador local para poder entrar,
vivir y trabajar legalmente. La dependencia del empleado de su kafeel es
absoluta, quien, además de retener su pasaporte y controlar sus salidas del
país, dispone de él a su antojo, no pudiendo siquiera cambiar de trabajo sin su
consentimiento, lo que deja al trabajador en condiciones de total dependencia,
posibilitando todo tipo de abusos. Prácticamente son desconocidas las denuncias
contra algún kafeel por temor a perder el empleo.
Al tiempo que
los controles estatales hacia los migrantes son constantes con razias
permanentes. A la menor irregularidad, la que decide la buena voluntad o el
soborno a las autoridades, el trabajador es deportado muchas veces. Sin
siquiera el derecho a recuperar sus cosas y dinero, quedando al otro lado de la
frontera, quizás en peores condiciones de las que llegó, debiendo aprontarse a
una vuelta tan peligrosa como lo fue su viaje inicial hacia el paraíso, donde
también se muere.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional
especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
El calor mata mientras las autoridades miran hacia otro lado [España]
El
calor mata mientras las autoridades miran hacia otro lado
Publicado el 14 de agosto de 2025 /
Por Redacción Kaosenlared
El Instituto de Salud
Carlos III calcula que, solo entre mayo y julio de este año, han muerto más de
1.180 personas por causas relacionadas con el calor, frente a 114 en el mismo
periodo del año anterior. Un incremento del 935 % que no
parece haber inquietado al legislador.
Mientras el Estado Español
arde bajo temperaturas extremas, el trabajo al aire libre continúa sin apenas
cambios. Jornaleros, repartidores y personal de limpieza, entre otros, siguen
expuestos a condiciones climáticas cada vez más letales. En las últimas
semanas, al menos dos personas trabajadoras han muerto tras jornadas laborales
bajo el sol abrasador. Pero, más allá de declaraciones puntuales, las
medidas estructurales siguen sin llegar.
Trabajar
hasta morir
La muerte de un temporero en
Alcarràs (Lleida), que se desplomó mientras recogía fruta en un campo a más de
40 °C, ha
reavivado el debate sobre la falta de protección frente
al calor en el entorno laboral. Aunque los servicios de emergencia se
desplazaron rápidamente, nada pudieron hacer por salvarle la
vida. El caso aún está bajo investigación para confirmar si se trata de un
accidente laboral, pero los indicios son evidentes.
Días antes, en Barcelona,
una trabajadora de limpieza falleció tras terminar su turno en plena ola de
calor. Aunque el Ayuntamiento ha abierto una investigación, sindicatos
denuncian que este tipo de muertes podrían evitarse con
medidas mínimas de prevención, como ajustes de horario, hidratación obligatoria
o pausas técnicas.
Reivindicaciones
ignoradas
La respuesta institucional
ha sido, como cada verano, tardía y tibia. El caso de Montse Aguilar,
barrendera fallecida en Terrassa el año pasado, sigue sin tener consecuencias
jurídicas ni políticas. Su compañera, Elvira Gómez, impulsó entonces la campaña
“El calor nos mata”, que ya ha recogido más de 63.000 firmas solicitando
una legislación específica que prohíba trabajar al sol cuando las condiciones
sean extremas, aunque no se hayan activado alertas oficiales.
“No hay cuerpo que lo
aguante”, declaró Gómez en la entrega de firmas ante el
Ministerio de Trabajo. A día de hoy, la petición sigue sin respuesta concreta.
Mientras tanto, los partes meteorológicos se repiten: alerta roja, temperaturas
récord y otra víctima más.
Soluciones
parciales y voluntaristas
Algunos sectores han
comenzado a adaptar sus horarios, aunque no por ley, sino por presión
social o sentido común. En Lleida, muchos agricultores han adelantado la
recogida de fruta a las cuatro de la madrugada, trabajando con linternas
frontales para evitar las horas de mayor calor. En Barcelona, el servicio de
limpieza ha adoptado protocolos más flexibles, permitiendo pausas y acceso a
sombra, pero todo depende de la voluntad del responsable de turno.
Estas medidas, sin embargo,
no son la norma, sino la excepción. En la mayoría de los sectores, los
trabajadores al aire libre siguen expuestos sin garantías ni recursos
suficientes.
Las
cifras de una emergencia silenciada
Según el Instituto Nacional
de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST), los accidentes laborales aumentan
hasta un 18 % durante
las olas de calor. Y el sistema MoMo del Instituto de Salud Carlos III calcula
que, solo entre mayo y julio de este año, han
muerto más de 1.180 personas por causas relacionadas con el calor, frente
a 114 en el mismo periodo del año anterior. Un incremento del 935 % que no parece haber
inquietado al legislador.
En Europa, el panorama no
es mejor y medios sindicales señalan que las muertes por calor en el trabajo
han aumentado un 42 % desde
el año 2000, exigiendo una normativa
vinculante a nivel europeo que limite los trabajos al aire libre por
encima de los 30 °C.
¿A qué
espera el Gobierno?
Cada ola de calor deja tras
de sí una lista de víctimas y una colección de buenas intenciones. Pero la
legislación sigue sin reflejar el nuevo contexto climático, y el derecho a la
vida cede ante la lógica de la productividad y la correspondiente ganancia
patronal, ante la pasividad de unas organizaciones sindicales mayoritarias que
aceptan convenios sin cláusulas explícitas de protección de los trabajadores
ante condiciones climáticas extremas.
Mientras tanto, quienes
recogen nuestra fruta, limpian nuestras calles o reparten nuestros paquetes, en
muchos casos personas inmigradas con bajos salarios y pésimas condiciones
laborales, lo hacen a pleno sol, sin garantías, sin voz y, en demasiadas
ocasiones, sin retorno.