lunes, 2 de junio de 2025
Ucrania: ¿La paz es imposible?
Las deseadas
negociaciones de paz se están estrellando contra el hecho de que Rusia no va a
permitir, en modo alguno, una amenaza en sus fronteras. Y no parece que
Zelensky, alentado por los descerebrados de la UE, vaya a ceder –por ahora– en
ese asunto.
Ucrania: ¿La paz es imposible?
Roberto Iannuzzi
El Viejo Topo
2 junio, 2025
A la luz de las
posiciones irreconciliables de Kiev y Moscú, del maximalismo europeo y de la
falta de incisividad de Trump, la perspectiva de una solución a la guerra de Ucrania
parece alejarse.
Las
conversaciones de Estambul del 16 de mayo, las primeras entre Rusia y Ucrania
en tres años, pusieron de relieve todos los obstáculos para alcanzar un acuerdo
de paz entre Moscú y Kiev. Obstáculos confirmados por la llamada telefónica
entre el presidente estadounidense Donald Trump y su homólogo ruso Vladimir
Putin tres días después.
La reunión de
Estambul fue un paso adelante, considerando que hace apenas tres meses el
gobierno ucraniano rechazó incluso la idea de un diálogo con el Kremlin,
considerándolo ilegal, y pidió la retirada de Rusia de todos los territorios
ucranianos como condición previa para las negociaciones. Pero el progreso de
las conversaciones permaneció incierto hasta el final y tenso en su corta
duración (menos de dos horas).
Como denunció el
diplomático ruso Rodion Miroshnik , la delegación ucraniana estaba compuesta en
gran parte por miembros del aparato militar y de inteligencia, lo que confirma
que había llegado a Estambul sólo para negociar los detalles de un posible alto
el fuego. Había muy pocos diplomáticos y figuras políticas capaces de discutir
los elementos de una paz duradera. Pero hasta el final, el presidente
ucraniano, Volodymyr Zelensky, exigió la implementación de un alto el fuego de
treinta días como condición previa para el inicio de las negociaciones. Una
petición que Trump reiteró en la conversación telefónica posterior con Putin,
aunque en este caso actuó esencialmente como portavoz de Kiev y sus aliados
europeos. Sin embargo, esta es una premisa que Moscú siempre ha rechazado,
considerándola un pretexto para que Kiev se reorganice militarmente, movilice
nuevos hombres y se rearme.
Por otra parte,
los aliados occidentales de Ucrania nunca han aceptado la demanda rusa
de cese de los suministros militares a Kiev como condición para un alto el
fuego.
ESTRATEGIA DE
NEGOCIACIÓN RUSA
Las conversaciones
de Estambul fueron posibles gracias a la propuesta de Putin de iniciar
negociaciones directas entre las partes, y luego se pusieron en riesgo cuando
Zelensky las relanzó pidiendo una reunión directa entre él y el presidente
ruso.
El líder
ucraniano esperaba una negativa de Putin y pretendía utilizar esa negativa para
subrayar la supuesta falta de voluntad de Rusia para negociar. Junto a él, gran
parte de la prensa occidental ha definido a la delegación enviada por el
Kremlin a Estambul como una “delegación de perfil bajo”, subrayando que ello
demostraría la falta de seriedad de los rusos.
Normalmente,
sin embargo, en un conflicto amargo y complejo como el ucraniano, los líderes
de los países involucrados se reúnen sólo al final de largas y profundas negociaciones
llevadas a cabo por sus diplomáticos, quienes tienen la tarea de definir el
marco y los detalles de un posible acuerdo.
Al señalar a
Estambul como sede de las conversaciones, pareció muy clara la intención rusa,
es decir, reiniciar las negociaciones ruso-ucranianas que tuvieron lugar en la
metrópoli turca en marzo de 2022, cuando el conflicto solo había comenzado, y
que fueron saboteadas por
los ingleses y los estadounidenses.
Lejos de ser un
grupo de perfil bajo, la delegación rusa estuvo encabezada por Vladimir
Medinsky, el asesor de confianza de Putin, el mismo que había liderado las
negociaciones de 2022, una confirmación de que los rusos pretendían establecer
las nuevas conversaciones como una continuación directa de las que estuvieron
cerca de culminar en un acuerdo de paz tres años atrás.
Medinsky,
ex ministro de cultura, es un historiador y politólogo que conoce bien
Ucrania y sus relaciones con Rusia, pues nació en la región de Cherkasy, al sur
de Kiev, otro elemento que muestra que la cuestión ruso-ucraniana es mucho más
compleja que la versión que suelen difundir los medios occidentales.
CONDICIONES
RUSAS PARA LA PAZ
En Estambul,
Medinsky volvió a dejar
claras las
condiciones de Rusia para llegar a un acuerdo:
1) Neutralidad
de Ucrania, con imposibilidad de desplegar tropas extranjeras o armas de
destrucción masiva en el país.
2) Renuncia
mutua a cualquier reclamación de reparaciones de guerra.
3)
Reconocimiento de los derechos de los ucranianos de habla rusa, de conformidad
con las normas europeas sobre derechos de las minorías.
4) La no
oposición de Ucrania a la reivindicación de Rusia sobre cinco regiones:
Donetsk, Luhansk, Jerson, Zaporiyia y Crimea. Moscú pretende obtener el
reconocimiento internacional de la anexión rusa de estas regiones.
5) Se podrá
lograr un alto el fuego cuando las fuerzas ucranianas se retiren de estas
regiones, entregándolas en su totalidad a Rusia.
Ante la
aparente reticencia de Ucrania a aceptar tales condiciones, Medinsky
también afirmó que
Rusia «no quiere la guerra, pero está dispuesta a luchar durante uno, dos o
tres años, sin importar cuánto tiempo lleve. Luchamos con Suecia durante 21
años [la referencia es a la Gran Guerra
del Norte, que duró de 1700 a 1721]. ¿Cuánto tiempo más están
dispuestos a luchar? Quizás alguien sentado en esta mesa pierda a otros seres
queridos. Rusia está dispuesta a luchar eternamente».
El jefe
negociador de Rusia también advirtió que
si Ucrania no acepta el acuerdo y la guerra continúa, Kiev terminará perdiendo
cuatro regiones más (algunos han sugerido Sumy, Kharkiv, Odessa y Nikolayev; otros
han incluido Dnepropetrovsk y Chernihiv entre las posibilidades).
ABORDAR LAS
CAUSAS PROFUNDAS DEL CONFLICTO
Tras las
conversaciones de Estambul, Putin dejó claro que
Moscú aspira a lograr una “paz sostenible y duradera”, pero también que Rusia
tiene “suficiente fuerza y recursos para llevar a su conclusión lógica lo que comenzó en 2022”.
En vísperas de
la llamada telefónica entre Trump y Putin, el portavoz del Kremlin, Dmitry
Peskov, explicó que
Moscú sigue abierto a la posibilidad de lograr sus objetivos por medios
pacíficos. Expresó su agradecimiento por la mediación estadounidense y señaló
que “si nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos por medios pacíficos, sin duda
sería preferible”.
Putin reiteró por
enésima vez cuáles son estos objetivos al día siguiente de la llamada
telefónica, cuando declaró que «la posición de Rusia es clara: eliminar
las causas
profundas de esta crisis es lo que más nos interesa».
Estas “causas
fundamentales” ya se habían establecido en el proyecto de tratado que
Moscú había propuesto a Washington en diciembre de 2021 para evitar la guerra
en Ucrania, y pueden resumirse de la siguiente manera:
1) La continua
expansión de la OTAN hacia el Este; 2) el despliegue de fuerzas de la OTAN y
bases de misiles en Rumania y Polonia; 3) el derrocamiento
ilegal del presidente ucraniano Viktor Yanukovych en 2014; 4)
la infiltración progresiva de
la OTAN en Ucrania y el entrenamiento y rearme del ejército de Kiev en
preparación para la adhesión del país a la Alianza Atlántica; 5) la influencia
desproporcionada de los grupos políticos y armados de extrema derecha y
afiliados a los
neonazis en los gobiernos establecidos en Kiev después de 2014;
6) la agresión posterior contra la población étnicamente rusa del Donbass; 7)
el fracaso en la
implementación de los acuerdos de Minsk de 2015 que habrían
garantizado los derechos y la autonomía de las regiones del Donbass, pero
también la integridad territorial de Ucrania (con excepción de Crimea) y el fin
del conflicto.
En particular,
es con referencia a los puntos 4) y 5) que Moscú siempre ha indicado la
“desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania como dos objetivos clave
de la operación militar rusa.
LA NEUTRALIDAD
DE UCRANIA
Como ya se ha
mencionado, otro objetivo esencial para Moscú es restablecer la neutralidad de
Ucrania.
A este
respecto, puede ser útil recordar que, al lograr la independencia, Ucrania se definió como
un Estado neutral. Así lo establece el
artículo IX de la Declaración de Soberanía Estatal de 1990, según el cual el
Estado ucraniano “declara solemnemente su intención de convertirse en un Estado
permanentemente neutral que no participe en bloques militares”.
Esa promesa fue
posteriormente incorporada a la Constitución, que comprometía a Ucrania a
mantenerse neutral y le prohibía unirse a cualquier alianza militar, incluida,
por supuesto, la OTAN.
Es sobre esta
base que Rusia reconoce la soberanía de Ucrania. Como reiteró el
ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov , en 2023, Moscú “reconoció
la soberanía de Ucrania en 1991, sobre la base de la Declaración de
Independencia, adoptada por Ucrania tras su salida de la Unión Soviética”.
También puede
ser útil recordar que, incluso después del levantamiento de Maidán en
2014, una clara mayoría de la población ucraniana seguía oponiéndose a
la membresía del país en la OTAN, según una encuesta realizada
por el Instituto Republicano Internacional estadounidense (afiliado
al Partido Republicano) .
Fue en 2019 que
el gobierno del entonces presidente Petro Poroshenko modificó la
Constitución para incluir el objetivo de unirse a la Alianza Atlántica, sin
recurrir a un referéndum popular.
Y es
precisamente la restauración de la neutralidad de Ucrania (y el consiguiente
fin de la guerra que acababa de comenzar) lo que estaba a punto de lograrse
durante las negociaciones de Estambul de 2022, cuando fueron boicoteadas por
la intervención angloamericana.
Está claro, sin
embargo, que la continuación del conflicto ha ido (y seguirá yendo) en
detrimento de Kiev, que está destinada a perder una porción de territorio mayor
que la prevista en 2022, e incluso más que la definida en los acuerdos de Minsk
de 2015.
Por lo tanto,
al Gobierno ucraniano le debería interesar poner fin a las hostilidades lo
antes posible, aunque en condiciones más desventajosas que las que hubiera
obtenido en el pasado.
VALOR
ESTRATÉGICO DE LA PENÍNSULA DE KINBURN
En comparación
con las condiciones propuestas por Moscú, la propuesta negociadora
estadounidense, presentada por
el enviado presidencial Steve Witkoff a los socios europeos en París el pasado
abril, busca limitar los daños a Ucrania.
Propone el
reconocimiento legal de la anexión rusa de Crimea por parte de Estados Unidos,
y el reconocimiento de facto de la anexión de la región de Luhansk y de las
regiones de Donetsk, Zaporiyia y Jerson (pero sólo las porciones actualmente
controladas por Rusia, por lo tanto no en su totalidad).
La propuesta
estadounidense también exige que Ucrania recupere la soberanía sobre la central
nuclear de Zaporizhia, pero que delegue el control a Estados Unidos, lo que
dividiría la producción de electricidad de la planta entre las partes ucraniana
y rusa.
Un aspecto
menos conocido del borrador estadounidense es que exige a
Rusia permitir a los barcos ucranianos el libre paso por el río Dnieper y
devolver a Kiev la península de Kinburn, una estrecha franja de tierra que
separa el estuario del río Dnieper del mar Negro.
En términos
navales, la península de Kinburn es un punto de estrangulamiento,
un paso estratégicamente importante por donde pasa una gran cantidad de tráfico
marítimo.
Quien controle
esta península determinará qué barcos podrán acceder al Dnieper, la vía fluvial
más grande de Ucrania y su principal salida comercial en el Mar Negro.
Frente al
extremo occidental de la península de Kinburn se encuentra el puerto de
Ochakiv, mientras que al norte y al este se encuentran los puertos de Mykolaiv
y Kherson.
El tráfico
naval desde estos puertos está potencialmente bajo fuego de la artillería rusa.
Por otra parte, esta península es una puerta de entrada potencial a Crimea,
situada al sureste.
Por estas
razones, la península de Kinburn ha sido históricamente una codiciada franja de
tierra. Y ha sido objeto de una amarga disputa durante el conflicto actual.
Parece muy poco
probable que los rusos cedieran un trozo de tierra tan estratégico a Ucrania,
especialmente si Kiev permaneciera bajo un gobierno hostil a Moscú.
EL OBSTÁCULO DE
LAS FUERZAS NACIONALISTAS UCRANIANAS
Aunque la
propuesta estadounidense excluye explícitamente la adhesión de Ucrania a la
OTAN, sí prevé «sólidas garantías de seguridad» para el país y que los países
europeos deberían estar entre los garantes.
La condición no
se especifica más, dejando abierta la posibilidad de que los países europeos no
sólo proporcionen asistencia militar a Kiev en caso de un nuevo conflicto
armado con Rusia, sino que continúen armando al país incluso en tiempos de paz.
Una eventualidad inaceptable para Moscú.
Además, la
posibilidad de que el actual gobierno permanezca en Kiev contraviene en
principio el mencionado objetivo ruso de “desnazificación” de Ucrania, es
decir, de una Ucrania que no sólo sea nominalmente neutral sino concretamente
no hostil a Moscú.
Independientemente
de las preferencias rusas, la permanencia de facciones nacionalistas de extrema
derecha en posiciones de poder en el gobierno ucraniano pone en riesgo el
éxito de las negociaciones incluso sobre la base de la propuesta
estadounidense. De hecho, están en contra de cualquier concesión territorial y
de cualquier reconciliación con Moscú. Dada su influencia en el gobierno y en
el aparato militar y de inteligencia, Zelensky es efectivamente un rehén de
estas fuerzas.
En el
pasado, tanto él como
su predecesor Poroshenko abandonaron
los esfuerzos para implementar los acuerdos de Minsk debido a la presión y las
amenazas de estos grupos. Gdupos que se consideran los guardianes del interés
nacional de Ucrania y están dispuestos a “tomar el asunto en sus manos” si
perciben que el gobierno es débil o “traidor”.
Si Zelensky se
inclinara por un compromiso negociado, incluso sobre la base de la propuesta
estadounidense (no necesariamente aceptable para los rusos, como hemos visto),
las fuerzas nacionalistas podrían decidir derrocar al gobierno, sumiendo al
país en el caos.
Es difícil,
pues, pensar en una solución negociada sin el desmantelamiento previo de estas
fuerzas dentro del aparato de seguridad y del gobierno de Kiev, una operación
quizá sólo factible con medios militares (y ésta podría ser sin duda la
persuasión de Moscú).
Las posiciones
intransigentes de estas fuerzas se han reflejado hasta ahora en la actitud del
ejecutivo dirigido por Zelensky, quien de hecho dijo estar en contra de la
propuesta estadounidense.
MAXIMALISMO
EUROPEO
Por lo tanto,
Ucrania ha presentado una contrapropuesta para
las negociaciones que incluye un alto el fuego incondicional antes del inicio
de cualquier negociación, “sólidas garantías de seguridad para Kiev, incluso
por parte de los EE.UU.” (efectivamente equivalente al Artículo 5 de la OTAN,
aunque Ucrania está optando por no ser miembro formal de la Alianza), ninguna restricción
a las fuerzas armadas ucranianas y la presencia de armas y tropas de países
aliados en territorio ucraniano.
Una propuesta
inaceptable para Moscú en todos los aspectos, incluso antes de entrar en el
fondo de las disputas territoriales, precisamente porque prefigura el escenario
para evitar el cual Rusia inició la guerra.
Ante esta
propuesta, las posiciones de Kiev y Moscú parecen absolutamente
irreconciliables. Pero quizás lo más importante es que esta propuesta fue
apoyada por los aliados
europeos de Ucrania, principalmente Francia, Gran Bretaña y
Alemania. Estos países, junto con Polonia, reaccionaron con dureza al resultado
de las conversaciones celebradas el 16 de mayo en Estambul, calificando de “inaceptable”
la negativa de Rusia a un alto el fuego incondicional e instando a
Trump a imponer nuevas sanciones a Rusia.
Desde la
elección de Trump, los socios europeos de Ucrania, junto con la UE, han
intentado sabotear cualquier
negociación, han alentado a
Zelensky a mantener posiciones intransigentes, han propuesto enviar tropas
europeas a Ucrania (como una fuerza de mantenimiento de la paz o de «reafirmación«,
a pesar de que claramente son partes cobeligerantes en el conflicto) e han
impuesto nuevos paquetes de sanciones a Rusia, el último de
los cuales se produjo a raíz de la llamada telefónica de Trump con Putin el 19
de mayo.
LA FALTA DE
INCISIVIDAD DE TRUMP
El presidente
norteamericano, por su parte, debe lidiar con rusófobos dentro de su propia
administración, en primer lugar su enviado y ex general Keith Kellogg y el
secretario de Estado Marco Rubio. Hasta ahora, Trump se ha mostrado reacio a
ejercer presión real sobre Zelensky, como suspender el suministro de armas o la
asistencia esencial de inteligencia estadounidense.
Tras la llamada
telefónica con Putin, Trump planteó la
posibilidad de que El Vaticano pudiera intervenir como mediador entre Moscú y
Kiev, sugiriendo que Washington podría retirarse de las negociaciones, aunque
Estados Unidos sigue involucrado en el conflicto a nivel militar.
Por su parte,
Moscú, también a través del nombramiento de un nuevo comandante de las fuerzas
terrestres rusas, el general Andrey Mordvichev, que se distinguió en el
sangriento asedio de Mariupol en 2022, ha dejado claro que está dispuesta a
confiar en una solución militar si no se abordan las razones que provocaron el
conflicto.
La poco
atractiva perspectiva de un alto el fuego frágil, durante el cual Kiev tendría
tiempo para reagruparse y rearmarse, y de un conflicto congelado que podría
estallar de nuevo en cualquier momento, ciertamente no es lo que el Kremlin
tenía en mente cuando comenzó su campaña militar en Ucrania.
Considerando
todo, la perspectiva de una solución a la guerra de Ucrania parece trágicamente
lejana, y probablemente nunca estuvo al alcance a pesar de las pretenciosas
declaraciones hechas por Trump al comienzo de su mandato.
Fuente: Intelligence
for the People
La izquierda que olvidó a Marx y la derecha que entendió a Gramsci
La izquierda que olvidó a Marx
y la derecha que entendió a Gramsci
DIARIO OCTUBRE / junio 2, 2025
Si no se transforma la base, la superestructura se burla. Gramsci, sin Marx, es un meme. Y la izquierda, sin Marx, es una marca sin producto.
René Ramírez.— La izquierda contemporánea anda recitando a Gramsci como si sus ideas
fueran souvenirs de una revolución institucionalizada. «Pesimismo de la
inteligencia, optimismo de la voluntad» se repite como mantra en cafés
universitarios, discursos de campaña, manuales de autoayuda progresista y más
allá.
Mientras tanto,
la extrema derecha toma notas, ordena sus cuadros, construye sentido común y
gana elecciones. Más grave, aún el triunfo electoral de este lado sobreviene
solo cuando la derecha deja «tierra arrasada».
A diferencia de
la primera ola progresista, que supo irrumpir en tiempos de crisis con un
proyecto político propio, hoy llegamos cuando no queda piedra sobre piedra,
como parteras de lo que otros destruyeron. Y gobernar desde los escombros no es
gobernar: es resistir con oxígeno prestado. Ganar por la negativa es condenar a
cualquier proyecto político a la no sostenibilidad histórica.
Gramsci está de
moda. Lo citan tanto los herederos de Laclau como los asesores de Vox, Javier
Milei y Jair Bolsonaro. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado
colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual
operativo. Lo convierten en estrategia: construcción hegemónica en tiempo real.
Nosotros,
atrapados en la obsesión por las narrativas, hemos ido olvidando la materia,
hemos ido olvidando a Marx. Nos hemos vuelto huérfanos del modo de producción,
ciegos ante la arquitectura material que da forma a las subjetividades.
Porque sí,
camaradas de Twitter y militantes del algoritmo: la subjetividad no flota en el
aire, no nace en TikTok ni muere en X. La subjetividad se estructura en la
relación social con la producción, con la distribución, con el reparto del
tiempo, del suelo y del hambre.
¿Qué
materialidad proponíamos cuando la tecnología privatizada construía individuos
antisociales y antidemocráticos, moldeados por algoritmos adictivos y discursos
de odio personalizados? ¿Dónde estábamos cuando las plataformas enseñaron que
todo es competencia y que la culpa siempre es del otro pobre, del otro
repartidor, de la otra uberista, del otro migrante, la otra feminista, en fin,
del otro que no se sacrifica en la misa neoliberal del mérito?
Marx no está
muerto. Está secuestrado. Lo enterramos bajo likes, lo expulsamos del análisis
político y lo sustituimos por «emociones colectivas» y «comunicación eficaz» de
estrategas de marketing carentes de compromiso con la historia.
Pero no se
puede disputar hegemonía sin leer las grietas del modo de acumulación. No se
puede disputar el alma sin entender el cuerpo. «Lo nuevo no nace», porque
nuestra acción no lo fecunda. Definitivamente no somos los «monstruos», pero sí
parecemos ser quienes les preparan el lecho en los claroscuros de la noche.
Hoy los cuerpos
están precarizados; en otros casos, incluso descuartizados. La
desindustrialización ha devuelto la lucha de clases al plano del delivery. La
competencia entre pauperizados se ha vuelto espectáculo.
En tiempos de
Netflix, del capitalismo de plataformas, la autoexplotación se disfraza de
libertad. Y en esa libertad encubierta, la extrema derecha siembra su
evangelio: que el Estado es un parásito, que las feministas destruyen la
familia, que el migrante roba el trabajo, que el pobre es pobre porque quiere…
Su síntesis es
tan perversa como brillante. Mientras nosotros intelectualizamos nuestras
derrotas y disputamos pronombres o adjetivos, la derecha construye narrativas
ancladas en la rabia, el miedo, el sentido del deber y de la pérdida; relatos
acordes a los cambios materiales propios de nuestra época. La derecha narra la
nostalgia como promesa. Y, como bien supo Gramsci, eso también es política.
La industria
del narcotráfico enseña con sangre: la violencia como forma de resolver
conflictos. Esta también es parte de la crisis de acumulación. La religión
conservadora enseña con dogma, con dogma como sustituto de la razón pública. Se
estigmatiza el conocimiento científico, se asedia a las universidades y las
humanidades desparecen poco a poco. La pandemia enseñó que el Estado puede
morir por abandono y que el antipolítico puede convertirse en profeta.
En ese caldo
venenoso, la extrema derecha construyó subjetividades con eficacia quirúrgica,
articulando lo material con lo simbólico, lo estructural con lo emocional.
Mientras tanto, nosotros, atrapados en nuestra estetización de la política,
hemos olvidado que la ideología no es solo un relato sino una práctica
histórica anclada en las condiciones concretas de vida.
El avance de la
derecha extrema no es un accidente. Es el resultado de haber leído correctamente
las transformaciones del capitalismo: la falsa «desfosilización» como nueva
acumulación, la digitalidad como nueva frontera de control, la ecología como
excusa para nuevos extractivismos. Su utopía ya no solo es el orden y la
tradición, sino la libertad privatizada, la tecnología como redención y la
propiedad como horizonte moral.
Pero frente a
todo esto tenemos un antídoto. Debemos volver a Marx. Volver a pensar la
subjetividad como resultado de la estructura, no como simple emoción flotante.
Volver a leer el capital no solo como crítica al mercado, sino como diagnóstico
de las formas de vida que produce. Porque solo desde ahí puede construirse una
nueva pedagogía política, que articule cambios materiales con horizontes
ideológicos, que dispute el sentido común desde el suelo y no desde la
pantalla. Volver a pensar lo analógico en tanto cuerpo a cuerpo y en tanto
tiempo no usurpado.
La lucha
cultural sin crítica de la economía política no es más que performance
progresista. Si no se transforma la base, la superestructura se
burla. Gramsci, sin Marx, es un meme. Y la izquierda, sin Marx, es una marca
sin producto.
Observatorio de
la crisis / Unidad y Lucha