jueves, 4 de septiembre de 2025

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Lo Que Nunca Te Contaron Sobre China Durante La Segunda Guerra Mundial

China-EEUU y Somalilandia

 

La única base militar de China está en Yibuti. La alianza entre Taiwán y Somalilandia señala nuevas líneas de fractura en la rivalidad entre EEUU y China, enfrentando a actores regionales a ambos lados del estrecho de Bab al-Mandab y el golfo de Adén.


China-EEUU y Somalilandia

 

El Viejo Topo / 4 septiembre, 2025



ESTADOS UNIDOS PROVOCA AL DRAGÓN: TAIWÁN PLANTA SU BANDERA EN SOMALILANDIA

Abbas Al-Zein

25 DE AGOSTO DE 2025

Un nuevo actor ha entrado en escena en el Cuerno de África. El 24 de julio, Taiwán firmó un acuerdo de seguridad marítima con Somalilandia, un Estado autoproclamado no reconocido por la comunidad internacional desde su separación de Somalia en 1991, pero que es cada vez más cortejado por los aliados de Estados Unidos para establecer alianzas estratégicas. Aunque el pacto pueda parecer menor, tiene un peso geopolítico significativo: abre un nuevo frente en la larga guerra de Washington para frenar el auge global de Pekín.

Las ambiciones de Taiwán en Somalilandia van mucho más allá de las relaciones bilaterales. Según su propia formulación, el acuerdo tiene por objeto construir una «costa no roja» destinada a contrarrestar la influencia de China a lo largo del mar Rojo, el golfo de Adén y el estrecho de Bab al-Mandab.

Aquí es donde Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Turquía y el Gobierno yemení alineado con Ansarallah en Saná se cruzan tanto en el conflicto como en el comercio, transformando Somalilandia en un nodo fundamental en la contienda entre la multipolaridad euroasiática y la hegemonía atlantista en Asia occidental y África oriental.

El puesto avanzado de Taiwán en el Mar Rojo

La apertura diplomática de Taiwán a Somalilandia se remonta a 2020, cuando abrió una oficina de representación en la capital, Hargeisa. La medida desencadenó la ira de Pekín, que la condenó como una violación del principio de «una sola China». En respuesta, Taipéi y Hargeisa comenzaron a profundizar sus lazos mediante sucesivos acuerdos, que culminaron en el reciente pacto de seguridad.

El acuerdo actual abarca tres niveles de cooperación. En primer lugar, se centra en la seguridad marítima, incluyendo ejercicios conjuntos de entrenamiento, coordinación de búsqueda y rescate, y el intercambio de conocimientos técnicos. En segundo lugar, aborda el desarrollo de la economía azul a través de la colaboración en la explotación pesquera, la gestión sostenible de las costas y la logística marítima. Por último, incluye la transferencia de tecnología y el desarrollo de capacidades, como el suministro de sistemas de vigilancia, equipos para la guardia costera y apoyo técnico taiwanés.

Los 850 kilómetros de costa de Somalilandia a lo largo del golfo de Adén le dan un acceso estratégico a una de las rutas marítimas más importantes del mundo. Para Taiwán, aliado de Estados Unidos, ofrece tanto influencia geopolítica como un desafío simbólico a Pekín. Pero para China, el acuerdo es una provocación. Junto con Somalia, Pekín ha rechazado rotundamente el pacto, calificándolo de violación de la soberanía y amenaza para la estabilidad regional.

«La acción de la autoridad regional de Somalilandia ha violado flagrantemente el principio de una sola China y ha dañado la soberanía, la unidad y la integridad territorial de China», declaró la embajada china en Somalia, añadiendo que «la parte china se opone firmemente a esta acción».

La presencia de China en el Cuerno de África se basa en su base militar de Yibuti (su primera instalación en el extranjero), a través de la cual supervisa y asegura los corredores marítimos de la Iniciativa del Cinturón y Ruta de la Seda (BRI). La base ofrece a Pekín una plataforma de lanzamiento para su proyección económica y militar en el mar Rojo y África Oriental. También sitúa a las fuerzas chinas cerca de las bases estadounidenses, lo que intensifica la lucha por la influencia en toda la región.

La apuesta de Somalilandia por Taipéi es sin duda una medida audaz.

Al carecer de reconocimiento oficial, Hargeisa está aprovechando esta alianza para ampliar su relevancia internacional y situarse en la órbita de Washington. La medida es emblemática de una tendencia regional más amplia en la que actores no reconocidos o marginales son absorbidos por la estrategia de contención liderada por Estados Unidos contra China en el Sur Global.

Política de proxies y estrategias de contención

Aunque Estados Unidos ha guardado silencio público sobre el pacto marítimo, su mano es evidente. El presidente taiwanés, Lai Ching-te, durante su reunión con una delegación de Somalilandia, declaró que la asociación bilateral podría «fortalecerse en el futuro» «trabajando con países afines, como Estados Unidos». En enero de 2025, la Comisión Especial del Congreso de Estados Unidos sobre China instó explícitamente al Departamento de Estado a establecer una oficina de representación en Somalilandia para contrarrestar a Pekín.

No se trata solo de Taiwán o incluso de Somalilandia. El Cuerno de África se ha convertido en una línea divisoria en la confrontación más amplia entre Estados Unidos y China, con la seguridad marítima como pretexto para la proyección. La base militar china en Yibuti es vista en Washington como un desafío directo a los intereses estadounidenses, en particular en lo que respecta a la vigilancia de los flujos de armas, el seguimiento de las actividades de resistencia en Yemen y la contención de la expansión naval de Saná.

Como observa el analista de Somalilandia Abdiqadir Jama en Horn Diplomat, la alianza entre Taiwán y Somalilandia es una maniobra geopolítica enmarcada en una disputa más amplia entre Estados Unidos y China. Su presentación como «modelo» para la implicación de Estados Unidos en la región indica la intención de Washington de forjar relaciones por poder en lugar de una presencia directa.

«La estrategia de Somalilandia es aprovechar la competencia entre las grandes potencias como vía para obtener el reconocimiento. Reconoce que es poco probable que las grandes potencias le reconozcan oficialmente a corto plazo, debido a la adhesión de la comunidad internacional a la política de «una sola Somalia» y a su deferencia hacia la Unión Africana».

Para Taiwán, el pacto de Somalilandia representa «una piedra angular de la política exterior proactiva y asertiva del presidente Lai Ching-te. Ante la implacable campaña de estrangulamiento diplomático de Pekín, que le ha dejado con solo un puñado de aliados formales, Taipéi ha desarrollado una estrategia ofensiva de «diplomacia de no reconocimiento».

Esta evolución coincide con las declaraciones postelectorales del presidente estadounidense Donald Trump, que indicaban la intención de su Administración de reconocer a Somalilandia, una medida que sus asesores más cercanos consideran ventajosa para las operaciones de inteligencia de Estados Unidos en la región. Entre ellas se incluyen la vigilancia de la actividad naval alineada con Ansarallah, los flujos de armas a través de Bab al-Mandab y la logística china.

Contrapesos del eje de resistencia

Saná se ha convertido en un actor decisivo en esta contienda emergente. Como única fuerza que desafía directamente la presencia militar estadounidense y los intereses israelíes en el mar Rojo, el Gobierno liderado por Ansarallah se ha afirmado tanto como autoridad soberana de resistencia como contrapeso estratégico indirecto alineado con los intereses de Pekín. Hasta ahora, Pekín ha evitado una respuesta abierta al acuerdo entre Taiwán y Somalilandia, pero es muy posible que sus próximos movimientos incluyan el apoyo a contramedidas canalizadas a través de Saná u otros socios aliados.

China aún no ha reconocido oficialmente a Saná, pero ha mantenido canales abiertos con los líderes de Ansarallah, acogiendo a una delegación de los huzíes ya en 2016 y explorando vías limitadas de coordinación. Este equilibrio permite a Pekín salvaguardar sus corredores marítimos sin entrar en conflicto abierto con los socios regionales de Washington, pero deja abierta la posibilidad de un cambio hacia el reconocimiento si se intensifica la presión estadounidense.

Para Washington, el pacto es otro intento de utilizar entidades no reconocidas y zonas en disputa como herramientas para socavar la influencia china y multipolar. Sin embargo, este enfoque está plagado de riesgos. El golfo de Adén ya es un polvorín, y estas nuevas alianzas podrían desencadenar respuestas regionales que escapen al control de Estados Unidos.

Eje Estados Unidos-Israel-Emiratos Árabes Unidos

Taiwán no es el único actor alineado con Estados Unidos que se está implantando en Somalilandia. Los Emiratos Árabes Unidos, que apoyan desde hace tiempo a las autoridades gobernantes de Hargeisa, están negociando un acuerdo militar para conceder a Tel Aviv una base en Somalilandia a cambio de su reconocimiento oficial. La medida busca flanquear a Saná asegurando un punto de apoyo frente a la costa occidental de Yemen, cerca del cuello de botella del Mar Rojo.

Israel, que ya opera una instalación conjunta de inteligencia con los Emiratos Árabes Unidos en la isla yemení de Socotra, planea ahora establecer su base en Somalilandia junto a la presencia de Taiwán, bajo el mismo paraguas de seguridad estadounidense. Al mismo tiempo, la expansión de Abu Dabi también tiene por objeto contrarrestar las ambiciones militares y de seguridad de Turquía en Somalia, con la que ha chocado en repetidas ocasiones.

Lo que surge es una densa red de alianzas: un bloque liderado por Estados Unidos que comprende a Taiwán, Israel, los Emiratos Árabes Unidos y Somalilandia, posicionado contra los intereses respaldados por China, Turquía y Ansarallah. Somalilandia, que en su día fue un actor periférico, se ha convertido en un escenario para la confrontación por poder, y su estatus no reconocido se está explotando para remodelar el equilibrio de poder en la región.

Las consecuencias se extenderán mucho más allá del Cuerno de África. Con Taiwán actuando como cuña en el Mar Rojo y actores de resistencia como Saná defendiendo las líneas marítimas contra la invasión occidental, el pacto entre Taiwán y Somalilandia bien podría marcar el inicio de una nueva fase de realineamiento multipolar, que conecta las costas de África con el corazón del frente de resistencia de Asia occidental.

Fuente: The Cradle

Texto seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de Salvador López Arnal.

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La guerra mundial olvidada de China: Occidente tiene mucho que aprender

 

La guerra mundial olvidada de China: Occidente tiene mucho que aprender

 

DIARIO OCTUBRE / septiembre 2, 2025

 

Para el pueblo chino, la Segunda Guerra Mundial tiene tanta importancia como para Europa o Rusia. Sin embargo, el campo de batalla asiático es poco conocido por Occidente, y, a menudo, se pasa por alto.

Fuerzas chinas defienden la 'puerta trasera' mientras las tropas japonesas intentan infiltrarse en el frente de Salbeen, 29 de junio de 1943. | Gettyimages.ru


El 3 de septiembre, China celebrará el 80.º aniversario de la rendición incondicional del Imperio del Japón ante los Aliados, un acontecimiento que dio fin al conflicto más mortífero de la historia. El gigante asiático conmemora este hito con una serie de actos que culminarán con el discurso del presidente Xi Jinping en la plaza de Tiananmén, seguido de un desfile militar en el centro de Pekín.


Para China, la Segunda Guerra Mundial tiene tanta importancia como para Europa o Rusia. Sin embargo, el campo de batalla asiático es poco conocido por Occidente, y, a menudo, se pasa por alto, indica en un artículo para RT Ladislav Zemánek, investigador del Instituto China-CEE de la Academia China de Ciencias Sociales en Budapest. Mientras que todo el mundo conoce Pearl Harbor, el desembarco de Normandía, la batalla de Stalingrado, Auschwitz o los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, son muchos menos los que han oído hablar de los incidentes de Mukden o del puente Marco Polo, la masacre de Nankín o los atrocidades de la Unidad 731.

El pueblo chino pagó uno de los precios más altos durante la guerra. Al igual que el mundo ha aprendido, con razón, los horrores del Holocausto, también debe afrontar la realidad de los crímenes de guerra de Japón y cómo, después de 1945, Estados Unidos y sus aliados protegieron a muchos perpetradores japoneses, llegando incluso a explotar los resultados de sus atrocidades para los objetivos de la Guerra Fría, señala el experto.

Tropas japonesas entran en Manchuria. | Gettyimages.ru

Memoria colectiva que Occidente intenta reinterpretar

La Segunda Guerra Mundial existe en múltiples narrativas nacionales. Los europeos sitúan el inicio de la guerra el 1 de septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por parte de Hitler. Para la Unión Soviética, la Gran Guerra Patria comenzó el 22 de junio de 1941, con el ataque masivo de la Alemania nazi. Para EE.UU., la guerra no comenzó realmente hasta el ataque japonés a Pearl Harbor el 8 de diciembre de 1941.

Sin embargo, estas narrativas juntas forman un panorama más amplio de agresores y víctimas, crímenes y luchas justas.

En los últimos años, esta memoria colectiva se ha enfrentado a intentos sistemáticos de reinterpretación, destinados a relativizar los crímenes de la Alemania nazi, el Japón militarista y sus cómplices. En esta historia revisionista, la Unión Soviética es retratada como un agresor, la liberación de Europa por parte del Ejército Rojo se reformula como ocupación, mientras que el papel decisivo en la derrota del Eje se atribuye principalmente a EE.UU. y el Reino Unido.

Arraigada en una lectura eurocéntrica de la historia, esta narrativa margina las historias de los demás. Para contrarrestar este revisionismo histórico y nihilismo, es esencial una perspectiva verdaderamente global de nuestro pasado común, subraya Zemánek.

Cuatro bombas aéreas japonesas fotografiadas cuando explotaban en Shanghái. | Gettyimages.ru


Resistencia de China contra el Japón militarista

Para China, la guerra inició el 18 de septiembre de 1931, cuando Japón invadió Manchuria y creó ahí el Estado títere de Manchukuo. Esto marcó el comienzo de la llamada Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa. A pesar de ser más débil económica, tecnológica y militarmente, China resistió a Japón durante más de 14 años. El Partido Comunista chino tomó la iniciativa en la confrontación con los invasores y declaró la guerra a Tokio en abril de 1932, en contraste con el partido gobernante Kuomintang, dirigido por Chiang Kai-shek, que se inclinaba por la conciliación y a menudo trataba a los comunistas como una amenaza mayor que los ocupantes japoneses.

A finales de 1936, las dos fuerzas políticas acordaron formar un frente unido para movilizar la resistencia a nivel nacional, lo que resultó crucial tras el incidente del puente Marco Polo, el 7 de julio de 1937, cuando los soldados de ambas potencias se enfrentaron 15 kilómetros al suroeste del centro de Pekín, lo que desencadenó una invasión japonesa a gran escala. A continuación se produjo la brutal masacre de Nankín, durante la cual las fuerzas japonesas asesinaron al menos a 300.000 civiles y prisioneros de guerra en solo 6 semanas.

Dos prisioneros cautivos, víctimas de la guerra entre China y Japón por la ocupación japonesa de Manchuria en 1931. | Gettyimages.ru

 

La expansión de Japón estaba impulsada por una ideología racista de superioridad y la ambición de dominar toda Asia, muy similar a la búsqueda por parte de Hitler del ‘Lebensraum’ (‘espacio vital’) y un imperio europeo. Después de que Alemania invadiera la Unión Soviética en 1941, Mao Zedong pidió un frente unido internacional contra el fascismo, una estrategia que pronto dio sus frutos.

En enero de 1942, el gigante asiático se unió al Reino Unido, EE.UU. y la Unión Soviética para firmar la Declaración de las Naciones Unidas, que pronto fue respaldada por otros 22 países. Esto sentó las bases para una acción global coordinada contra las potencias del Eje. China se convirtió en un contribuyente vital: su campo de batalla inmovilizó gran parte de la capacidad militar de Japón, lo que impidió que Tokio invadiera la URSS, la India o Australia, explica el investigador.

Se estima que las tropas chinas mataron a más de 1,5 millones de soldados japoneses, mientras que casi 1,3 millones se rindieron a China tras la capitulación del imperio nipón. Entre 1931 y 1945, China destruyó más de dos tercios de las fuerzas terrestres japonesas. Pero el precio fue astronómico: más de 35 millones de chinos muertos, superando los 27 millones de la Unión Soviética y eclipsando las pérdidas estadounidenses, que rondaron los 500.000.

La magnitud de los crímenes de guerra japoneses en China y en toda Asia es comparable al Holocausto, pero mucho menos reconocida en Occidente. La masacre de Nankín sigue siendo uno de los capítulos más oscuros del siglo XX. Al mismo tiempo, la Unidad 731 de Japón llevó a cabo horribles experimentos de guerra biológica y química con decenas de miles de prisioneros, incluidos civiles. Las víctimas fueron sometidas a vivisección sin anestesia, infectadas deliberadamente con la peste y el cólera, o utilizadas para pruebas de congelación y armas.

Artillería china en acción contra los japoneses durante la batalla de Shantung, 2 de febrero de 1938. | Gettyimages.ru

Crímenes selectivamente olvidados

La guerra no terminó en 1945 con justicia plena. En Europa, muchos científicos y oficiales alemanes que habían servido al régimen nazi fueron discretamente absorbidos por las estructuras occidentales. En el marco de la Operación Paperclip, cientos de ingenieros y médicos nazis, algunos implicados en crímenes de guerra, fueron llevados a EE.UU. para trabajar en cohetería, medicina e inteligencia. Sus conocimientos se valoraron más que las vidas destruidas por sus experimentos e ideología.

En Asia se produjo un patrón similar. Los líderes de la Unidad 731 de Japón, responsables de algunos de los experimentos humanos más espantosos de la historia, obtuvieron inmunidad por parte de Washingron a cambio de sus datos de investigación, que el país norteamericano consideraba útiles para el desarrollo de armas biológicas. Las atrocidades cometidas contra prisioneros chinos, coreanos y soviéticos quedaron ocultas bajo el secreto de la Guerra Fría, mientras que los criminales de guerra siguieron viviendo libremente, algunos incluso prosperando en el Japón de la posguerra. Estas decisiones revelan un preocupante doble rasero: aunque Alemania y Japón fueron derrotados militarmente, sus crímenes fueron selectivamente olvidados cuando se convirtieron en aliados convenientes contra la URSS y, más tarde, contra China, señala Zemánek.

Vista de Cantón durante la guerra chino-japonesa, en el momento de un ataque aéreo por parte de Japón. | Gettyimages.ru


Pasado vs. Presente

Esta historia conlleva una clara advertencia para el presente. Al igual que la política de la Guerra Fría llevó a Occidente a encubrir e incluso a beneficiarse de los crímenes fascistas, las élites actuales de Washington, Londres y Bruselas se dedican a reescribir la historia para servir a nuevos enfrentamientos. Al restar importancia a los sacrificios de China y la Unión Soviética y magnificar su propio papel, preparan a las sociedades occidentales para una nueva ronda de hostilidad. La memoria histórica se convierte en un campo de batalla en sí misma, donde se borran las verdades incómodas y se elaboran narrativas para justificar el aumento del gasto militar y la confrontación geopolítica, enfatiza el experto.

A diferencia de las élites liberales occidentales, que han provocado nuevos conflictos como la crisis ucraniana y han reavivado el militarismo mientras intentan reescribir la historia, Pekín ha tomado un camino diferente. Promueve la paz, favorece la diplomacia sobre la confrontación y busca construir la cooperación internacional en lugar de la división. Según Zemánek, una forma de hacerlo es cultivando la memoria histórica compartida de la ‘Guerra Mundial Antifascista’, como China se refiere a la Segunda Guerra Mundial.

La batalla de Jaljin Gol. | Gettyimages.ru

Recordar que la paz nunca está garantizada

Este año, la participación de Xi Jinping en las celebraciones del Día de la Victoria en Moscú, la presencia de Vladímir Putin en Pekín en septiembre y la declaración conjunta chino-rusa del 8 de mayo subrayan que China y la Unión Soviética fueron los que más sacrificios hicieron para derrotar al fascismo y al militarismo. Ambos advirtieron contra la revisión de la memoria y los resultados de la guerra y reafirmaron su compromiso con el sistema internacional basado en la ONU.

Hubo un tiempo en que incluso los líderes occidentales reconocían estos hechos. En abril de 1942, el entonces presidente estadounidense, Franklin D. Roosevelt, declaró: «Recordamos que el pueblo chino fue el primero en levantarse y luchar contra los agresores en esta guerra; y en el futuro, una China aún invencible desempeñará el papel que le corresponde en el mantenimiento de la paz y la prosperidad, no solo en Asia oriental, sino en todo el mundo».

Sus palabras suenan ahora proféticas. China no conmemora su victoria solo para honrar el pasado. Lo hace para recordar al mundo que la paz nunca está garantizada y que la historia no debe reescribirse para servir a intereses políticos temporales.

China, Reino Unido y Estados Unidos. De izquierda a derecha: el generalísimo Chiang Kai-shek, Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill y la señora Chiang Kai-shek durante la conferencia de El Cairo, 1943. | Gettyimages.ru

Fuente: RT

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