Nos dejó, tras larga
enfermedad, Pablo Guerrero. Un hombre bueno. Un destello en el mundo amargo y
esperanzado del posfranquismo. Una voz que hablaba, y cantaba, con verdad. Un
artista inmenso. Rebelde y poeta, no lo olvidaremos.
El luminoso oficio de la dignidad
Alfons
Cervera
El Viejo Topo
7 octubre, 2025

Eran otros
tiempos. Los que se vivían cuando pensábamos que su final –el de esos tiempos–
era posible. El último franquismo había seguido cultivando la represión a
destajo. El país se encendía y los estados de excepción, las huelgas, los
asesinatos a manos de la policía y la Guardia Civil, las torturas en las
comisarías… eran lo normal en un paisaje que la dictadura ya tromboflebítica se
negaba a abandonar. El dictador murió matando. Los últimos
crímenes: el asesinato de cinco jóvenes antifascistas el 27 de septiembre de
1975. “Este tiempo
acabará…”, cantaba Elisa Serna en
1974. Eso pensábamos. La muerte del dictador en noviembre de 1975 se abría a
ese tiempo nuevo que anunciaba la autora de Brasa viva. Las
ilusiones. Los sueños. La seguridad de que algo iba a cambiar en los nuevos
tiempos. En EEUU los había cantado antes Bob Dylan. Aquí también se
vivía la sensación de un cambio necesario. Y entonces llegó Libertad
sin ira y mucha gente torcimos el morro porque a los nuevos tiempos ya
les habían puesto música. La consigna: no mirar atrás. Y aún menos con ira.
Pues vaya…
El cambio. Lo
que pensábamos que iban a ser los nuevos tiempos y lo que en realidad fueron.
Las canciones habían abierto una luminosa brecha en la oscuridad del
franquismo. Las cantábamos. Las hacíamos nuestras. No era fácil porque la
censura las asediaba, asediaba también a quienes las cantaban. Pero se llenaban
auditorios, espacios al aire libre, hasta estadios de fútbol en algunas
ocasiones. Recuerdo cómo Luis Pastor cubría, en la ciudad de València, una
semana entera el aforo del Valencia Cinema. Las madrugadas del miedo en la voz
de Maria del Mar Bonet. Cómo la férrea arquitectura de la dictadura
se resquebrajaba en la vorágine de L’estaca, la mítica canción
de Lluís Llach. Las lenguas que eran patrimonio de lo común, nada
enemigas unas de otras como les gusta a las extremas derechas. Al Tall en
mi tierra. Hay que salir a la calle, cantaba Paco Muñoz. La calle.
Las calles. Y también la lluvia aliviando la sequedad de unos rastrojos que
llevaban casi cuarenta años malviviendo con las cicatrices del barro. La lluvia
a cántaros que lo inundaría todo. La voz de Pablo Guerrero. Tantas
veces repetidos sus ecos hasta ahora mismo: “Tú y yo, muchacho, estamos hechos
de nubes. / Pero ¿quién nos ata? / Pero ¿quién nos ata?”. Ecos de una
Transición que no sería lo que habíamos imaginado. Como si la lluvia se hubiera
convertido en una torrentera donde se ahogaban los sueños. “Este tiempo
acabará”, en la voz de Elisa Serna. No sé. Qué quieren que les diga. Pues que
no acabó del todo. Que siguió a su marcha casi triunfal por los caminos
“modélicos” de la Transición. Modélicos, dicen todavía algunas voces. No sé
modélicos de qué.
Tenía pinta
Pablo Guerrero no sólo de artista inmenso sino, y a lo mejor sobre todo, de
hombre bueno. Siempre me pareció con más años encima de los que en realidad
tenía. Ese pelo lacio, la barba limpia, una manera tranquila de andar por el
mundo. Era como el “serio” de la pandilla, la mirada profunda sobre
lo que nos rodeaba, la voz de una conciencia que no se apagaría nunca. Ni
siquiera ahora, cuando hace unas horas como quien dice que se ha muerto. Grabó
canciones sueltas en discos de pocas canciones. Algunos álbumes de larga
duración a los que iría dando la vez el más conocido de todos: A
cántaros. Escribió libros de poemas (casi fue lo que más hizo: escribir
libros de poemas) que son –como todo lo mejor– acciones de coleccionista.
Recibió la tira de premios institucionales en esa extremeña patria suya que
compartía con Luis Pastor. Recibió homenajes de sus propios
compañeros. Y lo más importante: siempre fue nuestro ídolo.
Los nuevos
tiempos no fueron tan nuevos. Y ahí estaban los cantautores para dejar bien
claro que si no cambiaban las palabras lo nuevo sería imposible. Los años
setenta del pasado siglo se cantaron con los hombres y mujeres que nos
acompañaban para propiciar un cambio político, ideológico y cultural de verdad,
una libertad que no admitía –ni admite– adjetivos trileros. La libertad en los
versos de René Char: “La libertad se encuentra en el corazón de
quien nunca ha cesado de quererla, de soñarla, de quien la ganó contra el
crimen”. A esa libertad cantaban esos cantautores que
protagonizaron una época y uno de los textos más hermosos que se han escrito
nunca sobre su oficio: ¿Qué fue de los cantautores?, las palabras eternas de
Luis Pastor para que el tiempo no se convierta en una engañifa. La lluvia que
derramó Pablo Guerrero sobre la tierra quebrada de las ilusiones, unas
ilusiones de ruptura con las que intentaron acabar la libertad sin ira y la
jugada maestra de una Movida que quería apartar al desván de lo kitsch el
tiempo de nuestras canciones de lucha y resistencia. Al mismo tiempo que surgía
como por arte de magia esa Movida (¡ay, querido profesor!), seguía otra bien
distinta: el compromiso de quienes seguían en el frente de una cultura que no
sólo no desechaba lo político sino que lo amparaba y lanzaba a los cuatro
vientos del pueblo, como años atrás había cantado Miguel Hernández,
tan presente en algunas de las obras musicales de aquel tiempo.
Ahora, hace
unas horas como quien dice, se ha muerto Pablo Guerrero. Sacar de entre todos
los discos, los suyos. Sus poemas, Volver a vivir la lluvia bajo las nubes que
nos juntaban cuando los sueños aún no se habían convertido en una emboscada.
Las canciones de amor que escribió Pablo Guerrero. No las olvidemos.
El amor como arma en el campo de batalla. Amarnos como ellos, aquellos del
orden castrense en tiempos de democracia recién alumbrada, no querían. Las
miradas de dos enamorados en tiempos de revuelta. Una de las canciones de Pablo
que más quiero: Buscándonos. “Qué de temblor de vida / hay en
nosotros…”. La vida en las canciones de Pablo Guerrero. Lo que nos deja esa
vida para que la encaremos como él la encaraba. Los tiempos que esperábamos no
fueron tan distintos. Pero nos quedan sus canciones. Ahí Pablo Guerrero con las
suyas. Ese pelo lacio, la barba limpia, la pinta de ser el “serio” de la
pandilla… Gracias por la vida, Pablo. Por esa voz tan
particularmente tuya. Por la lluvia que nos armaba con palabras de libertad y
contra el crimen… Gracias.
Fuente: infoLibre
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