martes, 10 de junio de 2025

DIRECTO. RUSIA DESTRUYE CENTRO BRITÁNICO EN KIEV. UCRANIA EN PÁNICO. ZEL...

Estado español: 271 MUERTES en el trabajo de enero a junio de 2025. No es una estadística, es una vergüenza

 


Estado español: 271 MUERTES en el trabajo de enero a junio de 2025. No es una estadística, es una vergüenza

 

Por CNT

KAOSENLARED

9 de junio de 2025 


Con nuestra sangre amasan sus fortunas 🔴⚫️ Organízate y lucha 

Un año más, analizamos con preocupación los datos de siniestralidad laboral. En el Estado español 271 trabajadores y trabajadoras perdieron la vida en 2025.

Los sectores más precarizados, con contratos de trabajo temporales, subcontratación, falsos autónomos, ritmos de trabajo estresantes, mobbing, etc., son los que tienen mayor tasa de siniestralidad y accidentabilidad. Por lo tanto, es absolutamente falso el mito de la inevitabilidad de estos accidentes. La clase trabajadora se enfrenta durante la jornada laboral a situaciones de violencia directa e indirecta, cuyos responsables son los empresarios.

La grave crisis que atraviesa el capitalismo se materializa en el plano económico en una gran pérdida de nivel adquisitivo para la clase trabajadora, traducida en la subida de los precios de los suministros básicos y de los alquileres de vivienda, la degradación de los servicios públicos, etc. Esta situación obliga a sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora a aceptar la precariedad en los contratos y en las condiciones laborales, aumentando así las probabilidades de un incremento en el número de accidentes laborales.

La legislación laboral, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales, el Estatuto de los Trabajadores y los mecanismos de los que dispone el Estado para garantizar su cumplimiento, han demostrado ser absolutamente insuficientes frente a la lógica capitalista de acumulación de beneficio a toda costa.

Del mismo modo, el modelo sindical de representación unitaria, basado en elecciones sindicales y comités de empresa, lleva tiempo mostrándose impotente ante el constante deterioro de nuestras condiciones de trabajo. Desde CNT señalamos la necesidad de la clase trabajadora de autoorganizarse para poner freno a las condiciones de explotación y violencia que provocan accidentes y muertes cada año. Para ello, apostamos por crear secciones sindicales con un funcionamiento democrático, que extiendan las prácticas de apoyo mutuo, acción directa y unidad de clase entre las plantillas.

¡Frente a la violencia de la patronal, autoorganización!

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La Habana, Moscú, Teherán, Pionyang… observan las protestas en EE.UU contra el régimen de Trump

 

La Habana, Moscú, Teherán, Pionyang… observan las protestas en EE.UU contra el régimen de Trump

"Irán , Rusia, Corea del Norte, Cuba.. Debería apoyar las marchas por la libertad que deben detener al régimen de Trump." Ese es el discurso que han utilizado los imbéciles libertarios para destruir países... No sería malo un poco de armamento para los "freedom fighters" indocumentados. (Comentario tomado de Wofnon)

 

INSURGENTE.ORG / 10.06.2025

Miles de personas salieron a las calles en respuesta al extraordinario despliegue de la Guardia Nacional por parte del presidente Donald Trump.

Los manifestantes bloquearon una importante autopista y prendieron fuego a vehículos autónomos mientras la policía utilizaba gases lacrimógenos, balas de goma y granadas aturdidoras para controlar a la multitud.

Muchos manifestantes se dispersaron al caer la noche y la policía declaró la reunión ilegal mientras los agentes arrestaban a quienes no se marchaban.

Algunos de los que quedaron lanzaron objetos a la policía desde detrás de una barrera improvisada que se extendía a lo ancho de una calle y otros lanzaron trozos de concreto, rocas, patinetes eléctricos y fuegos artificiales a los oficiales de la Patrulla de Carreteras de California y sus vehículos estacionados en la autopista 101 cerrada en dirección sur.

Las protestas del domingo en Los Ángeles, una ciudad en expansión de 4 millones de habitantes, se concentraron en varias manzanas del centro. Fue el tercer y más intenso día de manifestaciones contra la ofensiva migratoria del presidente Trump en la región, ya que la llegada de unos 300 soldados desató la ira y el miedo entre muchos residentes.

El jefe de policía de Los Ángeles, Jim McDonnell, dijo que los oficiales estaban “abrumados” por los manifestantes restantes, entre los que, según dijo, había “agitadores habituales que aparecen en las manifestaciones para causar problemas”.

El domingo por la tarde, el gobernador demócrata Gavin Newsom publicó una carta pidiendo al presidente Trump que retire a los miembros de la guardia, calificando su despliegue como una “grave violación de la soberanía estatal”.

El despliegue pareció ser la primera vez en décadas que la Guardia Nacional de un estado se activaba sin una solicitud de su gobernador.

La alcaldesa de Los Ángeles, Karen Bass, dijo: “Lo que estamos viendo en Los Ángeles es un caos provocado por la administración”.

Agentes federales arrestaron a inmigrantes en el distrito de la moda de Los Ángeles, en un estacionamiento de Home Depot y en varios otros lugares el viernes.

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Claves del día: Enfrentamiento total, ¿impeachment contra Trump? y el at...

La autodestrucción de Europa

 

¿De verdad nos merecemos nuestros líderes europeos? Viendo sus tejemanejes, su indiferencia hacia sus poblaciones, su vinculación al mundo financiero, su desprecio por la vida de los que mueren en Ucrania, uno no puede mas que sentir, como mínimo, asco.


La autodestrucción de Europa

 

Tomas Fazi

El Viejo Topo

10 junio, 2025 


Para quien está fuera, la política europea puede ser difícil de descifrar en estos días, y esto es más evidente que nunca en la respuesta del continente a la evolución de la situación en Ucrania. Desde el resurgimiento político de Donald Trump y su iniciativa de negociar el fin del conflicto ruso-ucraniano, los líderes europeos han actuado de formas que parecen desafiar la lógica fundamental de las relaciones internacionales, en particular el realismo, según el cual los Estados actúan principalmente para promover sus propios intereses estratégicos.

En lugar de apoyar los esfuerzos diplomáticos para poner fin a la guerra, los líderes europeos parecían decididos a obstruir las propuestas de paz de Trump, debilitando las negociaciones y prolongando el conflicto. Desde la perspectiva de los intereses centrales de Europa, esto no solo es desconcertante, sino irracional. La guerra en Ucrania, mejor descrita como un conflicto indirecto OTAN-Rusia, ha infligido un inmenso daño económico a las industrias y familias europeas, aumentando dramáticamente los riesgos de seguridad en todo el continente. Podría argumentarse, por supuesto, que la implicación de Europa en la guerra fue equivocada desde el principio, fruto de la arrogancia y de un error de cálculo estratégico, incluida la creencia errónea de que Rusia sufriría un rápido colapso económico y una derrota militar.

Sin embargo, sea cual sea la lógica que subyace a la respuesta inicial de Europa a la guerra, cabría esperar que, a la luz de sus consecuencias, los líderes europeos hubieran aprovechado con entusiasmo cualquier vía viable hacia la paz –y con ella, la oportunidad de restablecer las relaciones diplomáticas y la cooperación económica con Rusia. En cambio, reaccionaron con alarma ante la «amenaza» de la paz. Lejos de agradecer la oportunidad, han redoblado sus esfuerzos: han prometido apoyo financiero y militar indefinido a Ucrania y han anunciado un plan de rearme sin precedentes que sugiere que Europa se está preparando para un enfrentamiento militarizado a largo plazo con Rusia, incluso en caso de una solución negociada.

¿Cómo entender esta postura aparentemente autodestructiva? Este comportamiento puede parecer irracional si se evalúa a la luz de los intereses generales u objetivos de Europa, pero se hace más comprensible si se mira a través de la lente de los intereses de sus líderes. Cuatro dimensiones interconectadas pueden ayudar a explicar su postura: psicológica, política, estratégica y transatlántica.

Desde una perspectiva psicológica, los líderes europeos se han distanciado cada vez más de la realidad. La creciente distancia entre sus expectativas iniciales y la trayectoria real de la guerra ha creado una especie de disonancia cognitiva, que les ha llevado a adoptar narrativas cada vez más delirantes, incluyendo llamamientos alarmistas a prepararse para una guerra total con Rusia. Esta desconexión no es meramente retórica, sino que revela un malestar más profundo, ya que su visión del mundo choca con hechos inconvenientes sobre el terreno.

La psicología también ofrece ideas sobre la reacción de Europa ante Trump. En la medida en que Washington siempre ha visto a la OTAN como un medio para garantizar la subordinación estratégica de Europa, la amenaza del presidente de reducir los compromisos de Estados Unidos con la alianza podría representar una oportunidad para que Europa se redefina como un actor autónomo. El problema es que Europa lleva tanto tiempo atrapada en una relación de subordinación con Estados Unidos que, ahora que Trump amenaza con desestabilizar su histórica dependencia en materia de seguridad, es incapaz de aprovechar esta oportunidad; en su lugar, intenta replicar la agresiva política exterior de Estados Unidos, para «convertirse» inconscientemente en Estados Unidos.

Por eso, tras haber sacrificado voluntariamente sus propios intereses en el altar de la hegemonía estadounidense, [los líderes europeos] se presentan ahora como los últimos defensores de las mismas políticas que les hicieron irrelevantes. No se trata tanto de una muestra de verdadera convicción como de un reflejo psicológico: un débil intento de enmascarar la humillación de ser desenmascarados por su patrón como meros vasallos, una vacía farsa de «autonomía».

Además de los aspectos psicológicos y simbólicos, también entran en juego cálculos más pragmáticos. Para la actual generación de líderes europeos, admitir el fracaso en Ucrania equivaldría a un suicidio político, sobre todo teniendo en cuenta los inmensos costes económicos que soportan sus propias poblaciones. La guerra se ha convertido en una especie de justificación existencial de su gobierno. Sin ella, sus fracasos quedarían al descubierto. En un momento en que los partidos institucionales están sometidos a una presión cada vez mayor por parte de los movimientos y partidos «populistas», ésta es una vulnerabilidad que no pueden permitirse. Poner fin a la guerra exigiría también reconocer que la indiferencia de la OTAN hacia las preocupaciones rusas en materia de seguridad contribuyó a desencadenar el conflicto, lo que socavaría la narrativa dominante de la agresión rusa e implicaría los propios errores estratégicos de Europa.

Ante estos dilemas, los líderes europeos han optado por consolidar su posición. Prolongar el conflicto –y mantener una actitud hostil hacia Rusia- no sólo les proporciona un salvavidas político a corto plazo, sino que también les sirve de pretexto para consolidar el poder en casa, reprimir la disidencia y evitar futuros desafíos políticos. Lo que superficialmente puede parecer una incoherencia estratégica, si se examina más de cerca refleja un intento desesperado de gestionar la decadencia interna proyectando su fuerza en el exterior.

A lo largo de la historia, los gobiernos a menudo han exagerado, inflado o incluso inventado amenazas externas con fines políticos internos, una estrategia que persigue múltiples objetivos, desde unir a la población y silenciar la disidencia hasta justificar el aumento del gasto militar y la expansión del poder del Estado. Esto se aplica sin duda a lo que estamos presenciando actualmente en Europa. En términos económicos, existe la esperanza de que un aumento de la producción de defensa ayude a impulsar las anémicas economías europeas, una forma burda de keynesianismo militar. No es sorprendente, en este sentido, que el país que lidera la remilitarización sea Alemania, cuya economía se ha visto más afectada por la guerra de Ucrania.

Los planes de remilitarización de Europa serán sin duda una bendición para el complejo militar-industrial del continente, que ya está realizando progresos sin precedentes, pero es poco probable que lleguen también a los ciudadanos europeos, sobre todo porque el aumento del gasto en defensa conllevará inevitablemente recortes en otros ámbitos, como las pensiones, la sanidad y los sistemas de seguridad social.

Janan Ganesh, columnista del Financial Times, expresó la lógica subyacente: «Europa debe reducir su Estado del bienestar para construir un Estado de guerra».

Dicho esto, aunque los factores económicos sin duda desempeñan un papel, los verdaderos objetivos del programa de rearme europeo probablemente no sean económicos, sino políticos. En los últimos 15 años, la Unión Europea se ha convertido en un edificio cada vez más autoritario y antidemocrático. Especialmente

bajo la presidencia de Von der Leyen, la Comisión Europea ha aprovechado una crisis tras otra para aumentar su influencia sobre áreas de competencia que antes se consideraban dominio de los gobiernos nacionales –desde los presupuestos financieros a la política sanitaria, desde los asuntos exteriores a la defensa– a expensas del control democrático y la rendición de cuentas.

En los últimos tres años, Europa se ha militarizado cada vez más, ya que Von der Leyen aprovechó la crisis ucraniana para liderar la respuesta de la UE, convirtiendo de hecho a la Comisión, y a la UE en su conjunto, en un brazo armado de la OTAN. Ahora, bajo la égida de la «amenaza rusa», Von der Leyen pretende acelerar drásticamente este proceso de centralización de la política de la UE. Ya ha propuesto, por ejemplo, la compra colectiva de armas en nombre de los Estados miembros de la UE, siguiendo el mismo modelo de «yo compro, tú pagas» que se utilizó para la adquisición de la vacuna Covid-19. Esto daría a la Comisión el control efectivo de la política de armamento de la UE. Daría de hecho a la Comisión el control de todo el complejo militar-industrial de los países de la UE, el último de una larga lista de golpes institucionales dirigidos por Bruselas.

No se trata sólo de aumentar la producción de armas. Bruselas persigue una militarización global y de la sociedad. Esta ambición se refleja en la aplicación cada vez más estricta de la política exterior de la UE y la OTAN: desde las amenazas y presiones utilizadas para obligar a líderes no alineados como Viktor Orbán en

Hungría y Roberto Fico en Eslovaquia a cumplir, hasta la prohibición de candidatos políticos críticos con la UE y la OTAN, como se ha visto en Rumanía.

En los próximos años, este enfoque militarizado está destinado a convertirse en el paradigma dominante en Europa, ya que todas las esferas de la vida -política, económica, social, cultural y científica- se subordinarán al supuesto objetivo de la seguridad nacional, o más bien supranacional. Esto se utilizará para justificar políticas cada vez más represivas y autoritarias, con la amenaza de la «injerencia rusa», invocada como pretexto global para todo, desde la censura en línea a la suspensión de las libertades civiles básicas –además, por supuesto, de una mayor centralización y verticalización de la autoridad de la UE–, especialmente a la luz de la inevitable reacción violenta que estas políticas están destinadas a generar. En otras palabras, la «amenaza rusa» servirá como último intento desesperado de salvar el proyecto de la UE.

Por último, está la dimensión transatlántica. Sería un error considerar la actual ruptura transatlántica únicamente a través del prisma de los intereses divergentes de los líderes europeos y estadounidenses. Más allá de estas diferencias, puede haber una dinámica más profunda en juego. No es descabellado suponer que los europeos puedan coordinarse, a cierto nivel, con el establishment democrático estadounidense y con la facción liberal-globalista del Estado permanente estadounidense –la red de intereses arraigados que engloba a la burocracia, el Estado de seguridad y el complejo militar-industrial de Estados Unidos. Estas redes, que siguen activas a pesar de la «guerra contra el Estado profundo» declarada por Trump, tienen un interés común en descarrilar las conversaciones de paz y obstaculizar la presidencia de Trump.

En otras palabras, lo que en la superficie parece ser un enfrentamiento entre Europa y Estados Unidos puede ser en realidad, en un sentido más profundo, una lucha entre diferentes facciones del imperio estadounidense ­–y, en gran medida, dentro del propio establishment estadounidense­ librada a través de representantes europeos. Al fin y al cabo, muchos de los líderes europeos actuales tienen fuertes vínculos con estas redes.

Estados Unidos tiene, por supuesto, una larga historia de influencia política en Europa. A lo largo de décadas, ha establecido fuertes vínculos institucionales con los aparatos estatales de los países de Europa Occidental, especialmente entre sus servicios de defensa e inteligencia. Además, el establishment estadounidense ejerce una influencia considerable en el debate público europeo a través de los principales

medios de comunicación en lengua inglesa y de los think tanks. Estos think tanks, como el German Marshall Fund, el National Endowment for Democracy, el Council on Foreign Relations y el Atlantic Council, contribuyen a dar forma a las narrativas políticas que dominan la sociedad europea, y hoy están a la vanguardia de la

promoción de la idea de que «ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo». Sus orígenes se remontan a la Guerra Fría, cuando Estados Unidos promovió activamente la integración europea como baluarte contra la Unión Soviética. En otras palabras, la UE, especialmente en sus primeras etapas, siempre estuvo ligada al atlantismo, y esto se intensificó después de la Guerra Fría. Por esta razón, el estamento tecnocrático de la UE ­–en particular la Comisión Europea– ha estado históricamente

más alineado con Estados Unidos que los gobiernos nacionales europeos. Ursula von der Leyen, apodada «la presidenta estadounidense de Europa», es un excelente ejemplo de esta alineación, incansablemente comprometida con el mantenimiento de los vínculos de la UE con la agresiva estrategia geopolítica estadounidense, especialmente en lo que respecta a Rusia y Ucrania.

Un instrumento clave de esta alianza ha sido siempre la OTAN, que hoy desempeña un papel fundamental para contrarrestar los intentos de Trump de cambiar el enfoque estadounidense hacia Rusia. En este contexto, la postura de Europa, aunque ostensiblemente dirigida contra Trump, surge del reconocimiento de que elementos dentro de la clase dirigente estadounidense se oponen firmemente a las aperturas de Trump hacia Putin, albergan una profunda animadversión hacia Rusia y consideran las amenazas del presidente de desvincularse de la OTAN y socavar otros pilares del orden de posguerra como un desafío estratégico a los sistemas que han sostenido la hegemonía estadounidense durante décadas.

Esta conexión podría quizás explicar las políticas «irracionales» de algunos líderes europeos, al menos desde la perspectiva de los intereses objetivos de Europa: primero, su apoyo ciego a la guerra por poderes liderada por Estados Unidos en Ucrania, y ahora su insistencia en continuar la guerra a toda costa.

Según esta narrativa, los objetivos del establishment transatlántico parecen bastante claros: demonizar a Trump, presentándolo como un «colaborador de Putin»; y avivar las ansiedades europeas sobre su vulnerabilidad militar, incluso inflando la amenaza rusa, con el fin de empujar a la opinión pública a aceptar el aumento del gasto en defensa y la continuación de la guerra durante el mayor tiempo posible.

Ninguna de las partes en esta guerra civil transatlántica tiene realmente en cuenta los intereses de Europa. La facción trumpiana considera a Europa un rival económico, con el propio Trump criticando repetidamente a la UE, llamándola una «atrocidad» diseñada para «joder» a Estados Unidos, y ahora considerando la imposición de fuertes aranceles a Europa. Por otro lado, la facción liberal-globalista ve a Europa como un frente crítico en la guerra de poder contra Rusia.

En este contexto, un escenario en el que los europeos prolonguen la guerra en Ucrania ­al menos a corto plazo­– podría verse como un compromiso entre ambas facciones. Estados Unidos podría salir del atolladero ucraniano al tiempo que busca un acercamiento a Rusia y desvía su atención hacia China y la región de Asia-Pacífico, culpando al mismo tiempo directamente a Zelensky y a los europeos del fracaso en la consecución de la paz.

Mientras tanto, la continua participación de Europa en la guerra garantiza su continua separación económica y geopolítica de Rusia y refuerza su dependencia económica de Estados Unidos, especialmente en el contexto del aumento del gasto en defensa, gran parte del cual iría a parar al complejo militar-industrial estadounidense. Al mismo tiempo, los representantes europeos del establishment liberal-globalista seguirían utilizando la amenaza rusa para consolidar su propio poder. En conjunto, esta solución podría considerarse aceptable para ambas partes. En otras palabras, como ha sugerido el investigador geopolítico Brian Berletic, lo que a menudo se presenta en los medios de comunicación como una «ruptura transatlántica» sin precedentes puede ser, en realidad, más bien una «división del trabajo» en la que los europeos mantienen la presión sobre Rusia mientras Estados Unidos dirige su atención a China.

De este análisis surge la imagen de una clase política europea sumida en una profunda crisis de legitimidad, atrapada entre las presiones externas y la decadencia interna. Lejos de actuar en función de los intereses racionales y estratégicos de sus naciones, los líderes europeos parecen cada vez más atados por las estructuras de poder transatlánticas, los imperativos políticos internos y los reflejos psicológicos moldeados por décadas de dependencia y negación. Su respuesta a la guerra de Ucrania –y a la renovada presencia de Trump en la escena mundial– refleja más un intento frenético de preservar un orden que se desmorona que una estrategia geopolítica coherente.

En este contexto, las acciones de Europa no son simplemente equivocadas; son sintomáticas de una disfunción más profunda en el corazón del propio proyecto de la UE. La militarización de la sociedad, la erosión de las normas democráticas, la consolidación del poder tecnocrático y la represión de la disidencia no son medidas bélicas temporales: son los contornos de un nuevo paradigma político, nacido del miedo, la dependencia y la inercia institucional. Enmascarados en el lenguaje de la seguridad y los valores, los líderes europeos no están defendiendo el continente, sino consolidando su subordinación, tanto a la hegemonía en declive de Washington como a sus propios regímenes en declive.

FuenteAriannaeditrice

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UCRANIA EN PÁNICO. RUSIA NO HA HECHO MÁS QUE EMPEZAR. EEUU Y TRUMP ADVIE...