El plan de la ultraderecha
para plantar ideas autoritarias en tu cerebro y erosionar la democracia
Rebelion
14/07/2025 |
Fuentes: El
diario [ Ilustración de Riki Blanco]
Neurocientíficos y politólogos describen los mecanismos psicológicos por
los que asimilamos propuestas y acciones que antes habrían provocado nuestra
indignación y terminan calando en amplios sectores de la sociedad
Cuando la
diputada de Vox Rocío de Meer planteó a principios de semana expulsar a ocho millones de inmigrantes, no
estaba teniendo un calentón repentino, sino empleando una estrategia bien
pensada que la ultraderecha está aplicando a escala global. Con estas
afirmaciones, está empujando las líneas del terreno de juego político para que
posiciones que hasta ahora nos parecían inaceptables en democracia nos empiecen
a parecer parte del paisaje.
Esta es la
explicación que la neurocientífica Tali Sharot y
el profesor de derechoCass R. Sunstein dan al progresivo
deterioro de la democracia y las instituciones en Estados Unidos, que se
extiende a otros países como el nuestro. La estrategia, explican, se basa en
explotar dos vulnerabilidades de nuestro cerebro, la habituación y
el juicio relativo, que les permite instalar ideas autoritarias a
base de habituarnos a ellas o compararlas con un nuevo contexto. La clave está
en un mecanismo neuropsicológico universal por el que las personas son menos
propensas a responder, o incluso a notar, los cambios graduales.
La habitación cerrada
En un artículo
editorial publicado en la revista Science Advances y titulado ¿Nos
acostumbraremos al declive de la democracia?, los
dos especialistas explican cómo, a medida que las acciones autoritarias se
vuelven más frecuentes, las personas pueden desensibilizarse, aceptando
gradualmente comportamientos que antes habrían provocado indignación. Siguiendo
este razonamiento, el autoritarismo sería como el mal olor de una habitación
cerrada. Al cabo de 20 minutos en su interior, nuestros sentidos dejan de
percibir el pestazo, pero eso no quiere decir que no siga estando presente, como
nos hará notar alguien que entre desde fuera.
El autoritarismo es como el mal olor de una habitación cerrada. Al cabo de
20 minutos en su interior, nuestros sentidos dejan de percibir el pestazo
“La valoración
y la percepción dependen de lo que prevalece, por lo que si diferentes cosas se
vuelven predominantes, nuestra percepción cambiará, y con ella nuestra visión
de lo que está bien y lo que está mal”, señalan Sharot y Sunstein. “En
política, lo que prevalece también importa. Cuando las normas democráticas se
violan repetidamente, la gente empieza a adaptarse. La primera vez que un
presidente se niega a conceder una elección, es una crisis. La segunda, una
controversia. La tercera, puede ser solo otro titular”.
Para los dos
expertos, el gran riesgo es que aceptemos la ausencia de democracia como
aceptamos el ruido de fondo: como algo desagradable, quizás, pero ya no
urgente. Y citan las palabras de H.G. Wells:
“Mil cosas que me parecían antinaturales y repulsivas rápidamente se volvieron
naturales y ordinarias. Supongo que todo lo que existe toma su color del tono
promedio de nuestro entorno”.
Adormecer a la sociedad
Luis Martínez
Otero, neurocientífico del Instituto de Neurociencias de
Alicante (UMH-CSIC), cree que aunque estos dos prestigiosos expertos hablan de
Estados Unidos, el análisis es perfectamente trasladable a España y, por
desgracia, al resto de Europa. “El contexto político actual de polarización
normaliza las violaciones democráticas, reescribe la historia y genera una
especie de adormecimiento social que desensibiliza ante
amenazas como la desinformación, la polarización o la pérdida de derechos civiles”,
asegura. “Y esta situación se instrumentaliza para deslegitimar al adversario
como enemigo, lo que debilita los marcos comunes de verdad y diálogo”.
La habituación hace que poco a poco vayamos aceptando actitudes
antidemocráticas, sexistas o xenófobas, cosa que en otro contexto o época nunca
habríamos aceptado (Clara Pretus — Neurocientífica experta en
el avance de la desinformación y el extremismo)
“La habituación
hace que poco a poco vayamos aceptando actitudes antidemocráticas, sexistas o
xenófobas, cosa que en otro contexto o época nunca habríamos aceptado”,
explica Clara Pretus,
neurocientífica experta en el avance de la desinformación y el extremismo. “Así
es como funciona la desinformación también: repitiéndola hasta que nos la
creemos nosotros mismos”.
“Lo que dijo
Vox el otro día, la deportación de los 8 millones de inmigrantes, cuando ni
siquiera hay 8 millones de inmigrantes, es parte de una estrategia que tiene
que ver con la psicología”, asegura Sergi Soler, historiador y profesor de la
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). “Básicamente, se trata de decir la
barbaridad más grande que puedas decir, para que luego otras cosas, que serían
barbaridades igualmente, parezcan más laxas o incluso moderadas”. El objetivo
final, apunta el experto, es la aceptación en la cultura del país de ciertas
ideas que son extremadamente racistas y neofascistas y que antes no estaban
encima de la mesa.
La ventana de Overton
La habituación
es la manera de ampliar lo que en sociología se conoce como la “ventana de
Overton”, que es el espectro de posibles opiniones que se pueden
expresar en el espacio público sin ser directamente descalificado. “La ventana
de Overton es aquello que determina las ideas que son socialmente aceptables o
no entreel público general”, detalla Soler. Y los intentos de ampliarla no
siempre tienen éxito. “Un ejemplo muy claro es cuando Vox empezó a introducir
la idea de que los españoles pudieran llevar armas, como en Estados Unidos”,
recuerda. “¿Qué pasó? Que incluso desde sus propias bases no estaban de acuerdo.
Porque esa idea estaba fuera de la ventana de lo socialmente aceptable”.
Se trata de decir la barbaridad más grande que puedas decir, para que luego
otras cosas, que serían barbaridades igualmente, parezcan más laxas o incluso
moderadas (Sergi Soler — Historiador y profesor de la
Universidad Autónoma de Barcelona (UAB)
“Para tener
éxito a nivel nacional, los partidos políticos no pueden presentar sus ideas
más radicales desde el inicio”, apunta Pretus. “A medida que las primeras ideas
disruptivas se van normalizando e integrando en el discurso político dominante,
se abre la posibilidad de plantear propuestas más radicales, que resultarán
entonces más fáciles de aceptar”. Entre las ideas que se han ido aceptando por
la presión de los mensajes extremistas en medios y redes sociales, Soler cita
el negacionismo científico o el argumento de que el feminismo lo que busca es
destruir al hombre. “Van moviendo la ventana hasta que el público general
acepta esas ideas”, recalca.
Para Luis Miller,
doctor en Sociología y científico titular del CSIC, añade el hecho de que
la rebeldía ha cambiado de bando, especialmente entre los
jóvenes. “El hecho de que alguien reaccione contra el consenso existente
permite a otros mostrar públicamente creencias que antes mantenían en privado”,
explica. “Y, una vez que se produce esta ruptura, se produce un proceso de
normalización de forma gradual de esas ideas”. En este sentido, recuerda
Miller, algunos expertos como Vicente
Valentim apuntan a que el crecimiento de la ultraderecha no
se debe tanto a que los votantes cambien de opinión, sino a que individuos que
ya tenían ideas de ultraderecha, pero que no mostraban esas opiniones por miedo
a sufrir repercusiones sociales, se deciden a dar el salto.
Cómo frenar la espiral del odio
En su artículo,
Sharot y Sunstein hacen algunas recomendaciones para salir de esta espiral
perniciosa y comenzar un proceso de deshabituación de las ideas autoritarias.
Para ello recomiendan ver las cosas a la luz de nuestras mejores prácticas
históricas, nuestros ideales más ambiciosos y nuestras aspiraciones más
elevadas. “Podemos deshabituarnos si mantenemos esas prácticas, ideales y
aspiraciones firmemente presentes, y si comparamos lo que sucede hoy no con lo
que sucedió ayer o anteayer, sino con lo que esperamos que suceda mañana”,
escriben.
Para Martínez
Otero, la música suena bien, pero la solución se antoja más complicada. “No
olvidemos que la habituación a la situación política actual tiene su origen en
una acción consciente, a escala global, y que está dirigida y perfectamente
engrasada por actores que tienen el control del diálogo colectivo a través de
la acción política, la prensa y las redes sociales”, señala. Y estos actores
tienen, además, una alta motivación para que las cosas sigan como están. “La
deshabituación, por el contrario, no cuenta con las mismas herramientas e
incluso parecería que debe hacerse a través de esfuerzos individuales”.
Hay una acción consciente, a escala global, y que está dirigida y
perfectamente engrasada por actores que tienen el control del diálogo colectivo
a través de la acción política, la prensa y las redes sociales (Luis Martínez
Otero — Neurocientífico del Instituto de Neurociencias de
Alicante (UMH-CSIC)
Para
contrarrestar este fenómeno, opina Clara Pretus, es importante no perder de
vista nuestros valores e ideales, porque nos pueden servir de andamio para ver
más allá de nuestro entorno inmediato, que se va erosionando. “Las crisis son
lo que ocurre mientras la mayoría de la población sigue con su día a día,
viendo videos de protestas violentas, represión policial y delitos de odio en
redes sociales, hasta que un día te toca a ti grabar con el móvil lo que está
ocurriendo en la puerta de tu casa”, asegura. “Una vez estás dentro, es difícil
salir del hoyo”.
“El
panorama ahora mismo es complicado”, admite Sergi Soler. “Porque cuando los
extremistas empiezan a perder el complejo, cuando empiezan a darse cuenta de
que pueden hablar un poco de lo que les dé la gana y que mucha gente les va a
aplaudir después de tantos años de lluvia fina, se produce un efecto de bola de
nieve en el que parece que arrollan como un tren”. Pero la ventana de Overton
no es inamovible y otras muchas veces se ha movido hacia la izquierda, avisa.
“En mi opinión, lo mejor que podemos hacer es dar la batalla cultural
incesantemente, porque nos hemos olvidado de hacerlo”, concluye. “Al final,
estoy convencido de que la lucha por los derechos siempre va a acabar ganando”.