domingo, 27 de julio de 2025
Auge y caída del trabajador del conocimiento
Auge y caída del trabajador del conocimiento
Vinit
Ravishankar, Mostafa Abdou
Rebelion
26/07/2025
Fuentes: Jacobin
[Imagen: Un antiguo minero del carbón trabaja en una estación informática en la
oficina de Bit Source LLC en Pikeville, Kentucky, el 1 de febrero de 2016. (Sam
Owens / Bloomberg / Jim Ratliff vía Getty Images)]
En
teoría, los trabajadores del conocimiento iban a ser los beneficiarios del
neoliberalismo y la globalización. Sin embargo, la IA generativa y un mercado
laboral hipercompetitivo están empobreciéndolos también a ellos.
En una reciente reunión
de líderes empresariales y funcionarios del Gobierno estadounidense organizada por
la empresa de capital riesgo Andreessen Horowitz, el vicepresidente J. D. Vance
presentó un sorprendente y sincero análisis de los últimos
cincuenta años de política económica estadounidense. «La idea», afirmó, «era
que los países ricos ascenderían en la cadena de valor, mientras que los países
más pobres se encargarían de las tareas más sencillas».
Lo que quería decir con
esto es que, desde la década de 1970, los defensores de la globalización
asumieron que, aunque algunos trabajadores de lugares como Estados Unidos
podrían perder sus empleos en la industria manufacturera, la mayoría se
adaptaría. Lo harían, por usar una frase que se convirtió en un meme en la
década de 2010, «aprendiendo a programar». Al cambiar las minas de carbón por
los ordenadores portátiles, los trabajadores de Estados Unidos, donde se
concentrarían los empleos de alto valor, ocuparían una posición más alta en la
cadena de valor mundial que sus homólogos del Sur Global. En cambio, lamentó
Vance, lo que ocurrió fue que «a medida que mejoraban en el extremo inferior,
también empezaron a ponerse al día en el extremo superior».
La descripción que hace
Vance de esta tendencia es, en cierto sentido, más honesta que lo que el mundo
ha llegado a esperar de los políticos estadounidenses. Desde la Guerra Fría,
los líderes estadounidenses han vendido la globalización con expresiones
ingeniosas como «progreso», «integración» y «modernización», una forma de
economía de goteo para los Estados-nación que enriquecería aún más a los ricos
y elevaría a los «subdesarrollados». Y aunque es cierto que el nivel de vida ha
aumentado desde entonces, sobre todo en Asia Oriental, la realidad del resto
del mundo ha sido un crecimiento mediocre, acompañado del desastroso colapso de
las instituciones estatales y de bienestar.
Criticando los males de
la globalización, Vance postula un mundo moldeado por una carrera de suma cero
por la supremacía entre los Estados-nación. Sin embargo, en este relato falta
—o se omite convenientemente— un análisis serio de las clases, a pesar de que
son el eje principal que determina quién se beneficia de la globalización. Bajo
el nombre de nación se agrupan los explotadores y los explotados, los que
buscan sin piedad maximizar sus beneficios en todos los sectores y geografías,
y los que soportan el peso de este insaciable afán de acumulación.
Presentándose como
defensores de la clase trabajadora estadounidense, Vance y otros políticos como
él desvían la atención de sus patrocinadores multimillonarios hacia los
trabajadores extranjeros y una élite urbana liberal vagamente definida,
aprovechando en gran medida la división entre los trabajadores manuales y los trabajadores
de cuello blanco.
Fordismo
y posfordismo
El sistema económico
por el que Vance y otros miembros de la derecha populista sienten nostalgia es
lo que a menudo se denomina la era fordista del capitalismo. Durante su apogeo,
la llamada edad de oro del capitalismo, aproximadamente uno de cada seis
trabajadores estadounidenses estaba empleado, directa o indirectamente, en la
industria automovilística; hoy en día, la cifra es de poco menos del 3%.
El fordismo se
caracterizaba por el consumo masivo en toda la sociedad y la producción en masa
en fábricas organizadas según los principios tayloristas de
hiperestandarización de los métodos de trabajo, las herramientas y los equipos
para maximizar la eficiencia. Representó un período particularmente exitoso del
crecimiento capitalista. En Estados Unidos, por ejemplo, entre 1947 y 1979,
el salario medio de
los trabajadores sin funciones de supervisión aumentó un 2% anual, mientras que
el PIB real creció un 7,3%. En comparación, a partir de 1979, los salarios solo
crecieron un 0,3% anual, mientras que el PIB real creció apenas un 4,9%.
La desaparición del
fordismo, que comenzó en la década de 1970, fue provocada por la
intensificación de la competencia internacional.
Otros países capitalistas avanzados, como Alemania Occidental y Japón,
comenzaron a producir bienes similares a los de Estados Unidos. Los salarios
más bajos en esos países, combinados con la duplicación de la capacidad
productiva, acabaron ejerciendo una presión a la baja sobre los precios y, en
última instancia, sobre los beneficios.
Los efectos de este
colapso se manifestaron en cambios tanto en la producción de bienes como en los
patrones de consumo de los estadounidenses. Las fábricas ajustadas, coordinadas
por cadenas de suministro globalizadas cada vez más complejas, sustituyeron a
la fabricación nacional masiva de productos estandarizados. Los avances en la
automatización, la informática y las tecnologías de la comunicación facilitaron
esta transición al permitir la gestión de una mano de obra más flexible y
distribuida geográficamente.
Los patrones de consumo
de la población también cambiaron: los estadounidenses de a pie obtuvieron
acceso a una amplia gama de productos cada vez más individualizados a precios
más baratos, desde prendas de ropa diversas adaptadas a las subculturas
emergentes hasta Funko Pops infinitamente personalizables. Este modo de consumo
pronto se convirtió en la norma aspiracional de las clases medias de todo el
mundo.
Pero el declive del
fordismo también provocó la erosión del movimiento obrero en la mayor parte del
Norte Global. La causa inmediata fue la deslocalización de las fábricas y los
despidos masivos de trabajadores sindicalizados. A medida que estos
trabajadores fueron desplazados a espacios de trabajo más pequeños y dispersos
que exigía el sector servicios, su capacidad de organización se vio más
limitada.
Este periodo acabó
provocando derrotas aplastantes para
el movimiento sindical, y los antiguos centros productivos —el Rust Belt
estadounidense, el norte de Inglaterra, el norte de Francia— sufrieron una
rápida desindustrialización a medida que las fábricas se trasladaban al
extranjero, ayudadas por los contenedores de transporte estandarizados, los
inventarios informatizados, las redes de comunicación más rápidas y otras
innovaciones tecnológicas.
Esto creó una división
cartesiana dentro de la economía mundial entre una mente del Norte, donde se realizaba
el trabajo intelectual, creativo y directivo, y un cuerpo del Sur, responsable
de la producción de bienes físicos. El Tratado de Libre Comercio de América del
Norte (TLCAN), un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y
México, firmado en 1994, y la entrada de China en la Organización Mundial del
Comercio en 2001 exacerbaron estas tendencias. La producción se trasladó en su
mayor parte a Asia, inicialmente a Corea del Sur y Taiwán, y finalmente a China
continental.
Allí, las naciones con
grandes poblaciones campesinas y formas innovadoras de gobernanza práctica
ofrecían tanto mano de obra siempre disponible como una disciplina laboral
rígida. China, por ejemplo, con diferencia el mayor ejemplo de este tipo de
centro de fabricación, introdujo lo que se ha dado en llamar el «régimen de
trabajo dormitorio», que agrupaba a los trabajadores en alojamientos densos en
su lugar de trabajo, lo que permitía a la dirección de las fábricas un control
sin precedentes sobre la rutina diaria de sus empleados.
Mientras que un pequeño
grupo de países subdesarrollados de Asia oriental pudo beneficiarse de la
globalización, la gran mayoría de los países que se integraron en estas redes
—desde Egipto hasta Sudáfrica e Indonesia— sufrieron el deterioro tanto de la
capacidad del Estado como del bienestar bajo la disciplina del capital
financiero, y quedaron atrapados en servicios de bajo valor y en la producción
de productos básicos.
El
auge de la economía del conocimiento
Al mismo tiempo, los
rápidos avances en las tecnologías de la informática y las comunicaciones
contribuyeron al nacimiento de una nueva clase de trabajadores del
conocimiento: modeladores de datos, desarrolladores de software,
diseñadores de sistemas, analistas financieros e ingenieros de redes. Esta
nueva clase sirvió de intermediario para los flujos cada vez más desagregados
de capital, recursos, información y materias primas. Los miembros de esta clase
disfrutaban de una relativa estabilidad al recibir una mayor parte de los
beneficios de las empresas, ya fuera directamente a través de salarios más
altos o mediante la propiedad de acciones. Este subconjunto de la mano de obra
se convirtió en los gestores y facilitadores del capitalismo posfordista y vio
cómo su nivel de vida y su capacidad de consumo aumentaban cómodamente.
En la mente de los
defensores de la globalización, estos nuevos puestos de trabajo debían
compensar las pérdidas resultantes de la desindustrialización. Sin embargo, las
ganancias distribuidas por estos empleos fueron muy desiguales, y un pequeño
sector de hogares con ingresos altos se llevó la mayor parte de los beneficios:
el índice de Gini de desigualdad de ingresos en Estados
Unidos, por ejemplo, pasó de 0,45 en 1971 a 0,59 en 2023, un nivel que solo se
había visto antes de la Segunda Guerra Mundial.
En Estados Unidos, esta
élite de trabajadores se llevó la mayor parte de los beneficios de la
globalización; en Europa, la mayor fiscalidad mitigó en cierta medida esta
divergencia, redistribuyendo parte de las ganancias obtenidas por las nuevas
clases medias a una clase más amplia de trabajadores a través de lo que quedaba
del Estado de bienestar. Pero, en realidad, ambos modelos estaban bastante
desconectados de donde se generaba una gran parte de los beneficios: en las
fábricas de China y México y en las textiles de Bangladesh y Vietnam.
Emblemático de esta
nueva economía es el minorista de moda sueco H&M. En 2024, la empresa
registró un beneficio operativo de 1800 millones de dólares. Pagó un tipo
impositivo medio del 24,9%, prácticamente nada en Bangladesh, donde se produce
alrededor del 20% de sus prendas. Un diseñador de ropa en H&M puede ganar
hasta 100.000 dólares al año, mientras que el salario mínimo mensual de
un trabajador textil en Bangladesh solo se ha aumentado recientemente a 113
dólares: unos míseros 1356 dólares al año.
La IA
generativa y el giro hacia el interior del capital
En los últimos años, el
pequeño grupo de trabajadores que se ha beneficiado de la economía globalizada
ha empezado a sentir la presión. El auge de la IA generativa y la ansiedad
generalizada sobre sus efectos pueden interpretarse desde esta perspectiva.
Desde el lanzamiento de ChatGPT en noviembre de 2022, cada vez es más evidente
que innumerables formas de trabajo —el diseño gráfico, la redacción
publicitaria, la programación— están siendo rápidamente sometidas a la misma
lógica disciplinaria que antes se centraba en la fábrica.
Aunque la IA generativa
ha sido objeto de un entusiasmo injustificado y la tecnología dista mucho de
ser perfecta, su capacidad para escribir código informático o generar diseños
de productos e imágenes de marketing está mejorando
rápidamente. Ya no es del todo descabellado concluir que algo parecido a un
proceso de proletarización industrial podría llegar gradualmente a formas de
trabajo informativo y creativo que hasta ahora habían sido inmunes a estos
cambios.
Incluso si no aceptamos
las fantásticas nociones de inteligencia artificial general (una IA que podría
superar la inteligencia humana) o las grandilocuentes declaraciones sobre una
cuarta revolución industrial, en su forma actual los modelos de IA generativa
son capaces de ayudar a los capitalistas a imponer disciplina salarial a una
amplia gama de trabajadores del conocimiento. Su capacidad para buscar y
procesar de manera eficiente grandes volúmenes de texto supone una amenaza
particular para las profesiones basadas en el descubrimiento, la curación y la
organización del conocimiento.
Estos modelos también
se han implementado para automatizar ciertos aspectos del desarrollo de software y
la programación informática, lo que ha provocado una descalificación de los
programadores y ha reducido la influencia que antes tenían. Por ejemplo, un
modelo de lenguaje generativo ahora puede producir la mayor parte del código
necesario para crear un prototipo razonable de un sitio web o una aplicación
móvil en una o dos horas, un trabajo que normalmente le llevaría varios días a
un desarrollador de software medio.
En ámbitos como
el marketing, la creación de contenidos y la publicidad, los
modelos de IA generativa son capaces de sustituir una gran parte de las tareas
de los empleados. Que lo hagan bien o no es irrelevante: poco
impide que las fuerzas del mercado conviertan la basura de la IA en la nueva
norma.
El
declive de la aristocracia
El éxito de la obra Imperio,
de los filósofos Michael Hardt y Antonio Negri, a principios de milenio,
despertó un renovado interés por una corriente de análisis laboral
contemporáneo que había sido especialmente popular entre los marxistas
italianos desde la década de 1970. Estos pensadores, denominados
«posobreristas», como Maurizio Lazzarato, Paolo Virno y el propio Negri,
argumentaban que las formas informativas, culturales y comunicativas del
trabajo en red eran más resistentes a la medición y menos susceptibles de ser absorbidas
por los circuitos de la disciplina y la mercantilización. En el trabajo
inmaterial y cognitivo veían las semillas de la autonomía, la cooperación y el
potencial de formas de producción poscapitalistas, es decir, una forma de
liberación del trabajo explotador en sí mismo.
En retrospectiva, estas
ideas acabaron estando bastante desfasadas respecto a la realidad de cómo
acabaron evolucionando estos patrones de trabajo «inmaterial». Al igual que
otros avances recientes en diferentes tipos de trabajo intelectual —como el
desarrollo ágil de software o la creación de contenidos
métricos—, la IA generativa sirve para expandir la lógica de la fábrica
precisamente a estos patrones de trabajo aparentemente autónomos,
rutinizándolos y haciéndolos más susceptibles a la disciplina. Por ejemplo,
ahora se le puede pedir a un diseñador gráfico que entregue un modelo 3D en una
hora en lugar de en un día, y el empleador puede indicarle que utilice
Midjourney o cualquier otra herramienta de asistencia de IA.
Hoy en día, la red del
capital se está reduciendo. La malla que conecta a los productores de
microchips de las fábricas de Foxconn en Shenzhen con los empleados del Genius
Bar en Berlín y con los trabajadores tecnológicos de las oficinas de Apple en
Cupertino es cada vez más uniforme. Si bien la posición de los trabajadores de
gama baja y alta frente al capital es muy diferente, cada vez comparten más una
trayectoria descendente.
En lo que es una señal
reveladora para el sector tecnológico, las tasas de empleo de los programadores
informáticos en Estados Unidos se han desplomado hasta su nivel más bajo desde
la década de 1980. Esta presión ha erosionado visiblemente la capacidad de
negociación de los trabajadores, y no solo en lo que respecta a los salarios.
En 2018, los empleados de Google lograron detener la colaboración de la empresa
con el Ejército estadounidense en el marco del Proyecto Maven. El año pasado, en cambio,
más de cincuenta trabajadores fueron despedidos sumariamente tras
protestar por la complicidad de Google en el genocidio de Gaza. La aristocracia
de la economía del conocimiento, que en su día fue capaz de negociar sus
condiciones, está siendo destronada poco a poco.
Ahora más que nunca, es
esencial que luchemos contra la atomización que mantiene a los trabajadores
separados a lo largo de las cadenas de suministro globales. A medida que se
acelera el giro hacia dentro del capitalismo del Norte, se hace cada vez más
crucial mirar hacia fuera, cultivar alianzas y solidaridades con los ingenieros
de centros de datos, los trabajadores textiles, los trabajadores de
plataformas, los mineros de cobalto y todos aquellos relegados a la parte baja,
a las sombras del capitalismo global. El capital es hoy un adversario mucho más
formidable que hace medio siglo, y si queremos construir un movimiento obrero
exitoso, es crucial que construyamos de forma voluntaria y deliberada la
solidaridad y nos organicemos en todos los nodos de su red.
Traducción:
Natalia López
Fuente: https://jacobinlat.com/2025/07/auge-y-caida-del-trabajador-del-conocimiento/
¿Grietas en la OTAN?
Eslovenia “amenaza” con
someter a referéndum el incremento del gasto militar e incluso la pertenencia a
la OTAN. Un escalofrío recorre la espalda de algunos mandamases, preocupados
por un posible “efecto contagio”. Ojalá cunda el ejemplo.
¿Grietas en la OTAN?
El Viejo Topo
27 julio, 2025
¿La primera
grieta en la fortaleza de la OTAN?
Eslovenia abre
el dilema del referéndum
Como es sabido,
en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya (24-25 de junio), los líderes de
la alianza anunciaron triunfalmente una decisión
histórica: todos los miembros aumentarán el gasto militar hasta el
5% del PIB durante la próxima década. Pero detrás de la fachada de unidad se
esconde un profundo malestar. Casi ningún Estado miembro se mostró satisfecho
con esta decisión impuesta por Washington. No es de extrañar que algunos digan
ahora que la OTAN significa Organización del Atlántico Norte de Trump.
La cumbre en sí
fue un espectáculo privado
de Trump. Se deleitó con los halagos, fue llamado cariñosamente “papá”
e incluso recibió aplausos por desatar una agresión abierta contra Irán en coordinación
con Israel, un país que lleva ya 20 meses de campaña genocida en Gaza. Los
comentaristas susurraban que nunca antes se habían reunido en un solo lugar
tantos criminales de guerra, personas que, según cualquier lógica moral,
deberían estar enfrentándose a la justicia en lugar de brindar con copas de
champán.
Cuando terminó
el circo, muchos líderes esperaban en silencio que para 2035 esta locura se
haya olvidado, que Trump ya se haya ido y que, tal vez, sus países no
estuvieran en bancarrota por las delirantes ambiciones imperiales. Algunos
esperan una contabilidad creativa; otros rezan por milagros. Unos pocos se
frotan las manos con alegría, convencidos de que el lucro de la guerra traerá
puestos de trabajo y crecimiento. Sin embargo, al escuchar a los primeros
ministros de España y Eslovaquia,
y especialmente al presidente de
Croacia, quedó claro que todos se sentían como personajes atrapados en el
cuento popular El traje nuevo del emperador.
Justo cuando
parecía que esta farsa terminaría sin mayor drama –la cumbre de la OTAN más
cara, más corta y más vacía de la historia–, se produjo un acto inesperado de
resistencia por parte de uno de los Estados más pequeños de Europa: Eslovenia.
El partido de izquierda (Levica), parte de la coalición gobernante,
propuso un referéndum consultivo
para preguntar a los ciudadanos si apoyaban el aumento del gasto militar al 3%
del PIB. La propuesta se aprobó, no gracias a los votos del partido gobernante,
sino gracias al bloque conservador de la oposición liderado por Janez Janša, un
acérrimo atlantista que utilizó la votación para socavar al primer ministro
Robert Golob.
Acorralado,
Golob jugó su propia carta: un segundo referéndum en el que se planteaba a los
eslovenos la “verdadera pregunta”: permanecer en la OTAN y pagar, o marcharse.
Por el momento, el caos procedimental impide saber cuándo se celebrará
cualquiera de los dos referéndums, o si un compromiso político los enterrará a
ambos.
Para quienes no
estén familiarizados con la historia reciente de Eslovenia, recordemos que fue
la primera república yugoslava en separarse, donde los círculos disidentes
habían exigido un Estado pacífico
y desmilitarizado. Rechazaron el presupuesto militar de Yugoslavia y soñaban
con la neutralidad. Sin embargo, cuando la federación se derrumbó, Eslovenia
convirtió rápidamente su unidad de defensa territorial en un ejército nacional.
Más tarde, cuando quiso entrar en la UE, se le dijo: “Sin OTAN, no hay UE”. Los
eslovenos no estaban contentos con este chantaje, por lo que su Gobierno
celebró dos referendos el mismo día, el 23 de marzo de 2003, sobre la OTAN y la
UE. El movimiento pacifista llegó a publicar folletos titulados “No a la OTAN,
denos la paz”. Aun así, solo el 66% apoyó a la OTAN,
influido por las amenazas de que, de lo contrario, sus hijos tendrían que
cumplir el servicio militar obligatorio. El mensaje predominante era: “Sin
OTAN no hay UE”. El Gobierno hizo
una intensa campaña a favor del SÍ en ambos referéndums, presentándolos como un
paquete único para la seguridad nacional, la prosperidad y la pertenencia a
Occidente.
Eslovenia se
convirtió en miembro de pleno derecho de la OTAN el 29 de marzo de 2004, pocos
días antes de su adhesión a la UE. Estos referendos consolidaron la orientación
estratégica de Eslovenia hacia Occidente, pero dejaron un legado de malestar
público sobre la pertenencia a la OTAN, un escepticismo que ahora resurge en
medio de los debates sobre el gasto militar y el servicio obligatorio.
Veinte años
después, Eslovenia está despertando del sueño neoliberal. No solo está pagando
de nuevo por un ejército que no quiere, sino que las nuevas exigencias son
impresionantes: Levica calcula que destinar el 3% del PIB equivale al 20% del
presupuesto nacional. El servicio obligatorio se cierne como una espada de
Damocles, si las guerras se extienden por Europa y más allá.
Robert Golob
teme que el referéndum de Levica se apruebe, por lo que contraataca con el
miedo: ¿Quieren defenderse solos o permanecer bajo el paraguas de la OTAN,
aunque les cueste todo? Janša, a pesar de su lealtad atlantista, ayudó a que se
aprobara la propuesta de referéndum como golpe táctico contra Golob.
Al final, los
dos referéndums podrían desarrollarse así: los eslovenos dirán NO al aumento
del gasto militar y luego SÍ a permanecer en la OTAN, sometidos por la
propaganda nacional e internacional.
Pero, ¿por qué
es importante?
Porque, por
primera vez, los ciudadanos de un Estado miembro de la OTAN debatirán
públicamente sobre la organización más
peligrosa del mundo. La cuestión de la guerra plantea inevitablemente el viejo
dilema: ¿más para el pan o más para las bombas? ¿Aporta realmente seguridad la
OTAN? ¿Garantiza la pertenencia a ella la prosperidad y la paz?
Los eslovenos,
a pesar de su pragmatismo y su interés propio, siguen teniendo una chispa de
conciencia más amplia. Incluso la convocatoria de un solo referéndum, por no
hablar de dos, podría romper tabúes no solo en Eslovenia, sino en toda Europa.
Podría inspirar a otros atrapados en la trampa de complacer a un emperador que
se jacta de sus nuevos ropajes y de su inmenso poder, cuando en realidad está
desnudo y arruinado, tanto en su mente como en su moral y en sus arcas.
Que comiencen
los juegos. Que se abra por fin el debate, sean cuales sean los motivos que lo
susciten.
A veces basta
un pequeño Estado para inclinar la balanza de la opinión pública en todo un
continente.
Fuente: Globetrotter