sábado, 7 de junio de 2025

MÁS DE 90 000 TROPAS UCRANIANAS DESERTARON EN 2025! LOS RUSOS AVANZAN EN...

Hace 50 años los Estados Unidos abandonaron Vietnam. Los medios todavía no han aprendido la lección

 


Hace 50 años los Estados Unidos abandonaron Vietnam. Los medios todavía no han aprendido la lección


Norman Salomon

KAOSENLARED / Por Debates

 5 de junio de 2025 

 

El último helicóptero que despegó del tejado de la embajada norteamericana en Saigón el 30 de abril de 1975 marcó el final de la guerra de Vietnam. Cincuenta años después, la mitología sobre la cobertura de la guerra por parte de los medios de comunicación norteamericanos se basa en la errónea premisa de que los medios fueron fundamentales para que los norteamericanos se volvieran en contra de la guerra. Algunos afirman que los principales medios de comunicación socavaron un noble esfuerzo bélico, mientras que otros declaran que la cobertura alertó al público sobre las realidades de una guerra injusta. Ambas afirmaciones son erróneas.

Convertir a los medios en chivos expiatorios encaja perfectamente en las teorías de la «puñalada por la espalda» de los norteamericanos que no pueden soportar que su país perdiera una guerra contra indigentes combatientes vietnamitas. Y alabar a los medios de comunicación como catalizadores de la conciencia reavivada del país les otorga un crédito indebido al tiempo que fomenta las ilusiones sobre la cobertura informativa de las guerras de los Estados Unidos.

Hoy en día, el grueso de la población sigue sin tener ni idea de lo que hace el Pentágono en varios continentes. Las noticias fugaces sobre los ataques con misiles norteamericanos en diversos países -incluidos Irak, Siria, Yemen y Somalia desde el año pasado- se basan habitualmente en fuentes oficiales. Además, de acuerdo con el proyecto Costs of War [Costes de la Guerra] de la Universidad Brown, los Estados Unidos tienen «operaciones y programas militares dirigidos desde departamentos civiles con fines militares al menos en 78 países».

Cuando se trata de una acción militar de los Estados Unidos, los informes se convierten habitualmente en servicios taquigráficos para la Casa Blanca y el Pentágono. La pauta de la guerra de Vietnam se estableció a principios de agosto de 1964, cuando los medios de comunicación norteamericanos informaron con credulidad de las afirmaciones del presidente Lyndon Johnson y de su secretario de Defensa, Robert McNamara, de que lanchas cañoneras norvietnamitas habían atacado «sin mediar provocación» a dos destructores de la Marina norteamericana en el Golfo de Tonkín.

El relato oficial, lleno de engaños, llevó al Congreso a aprobar rápidamente (con sólo dos votos en contra) la Resolución del Golfo de Tonkin, que daba luz verde incondicional a la guerra contra Vietnam. Al presentar mentiras absolutas como verdades absolutas, los medios de comunicación más prestigiosos del país allanaron el camino para la escalada de una guerra que se cobró por encima de 3 millones de vidas en Vietnam.

Una forma de cobertura típica es la que llegaba de la mano del Washington Post, que publicó este titular el 5 de agosto de 1964, dos días antes de que se aprobara la resolución sobre la guerra, haciéndose eco de la noticia: «Aviones norteamericanos atacan Vietnam del Norte tras el segundo ataque a nuestros destructores; se toman medidas para detener la nueva agresión». Veinticuatro años después, pregunté si el periódico se había retractado alguna vez de su falsa información sobre los sucesos del Golfo de Tonkín. Cuando me puse en contacto con el reportero que había escrito gran parte de la cobertura política de aquellos acontecimientos por parte del Post, Murraey Marder, antiguo corresponsal diplomático jefe, me dijo: «Puedo asegurarle que no hubo nunca ninguna retractación».

Cuando le pregunté por qué no, la voz de Marder se tiñó de tristeza. «Si se hiciera una retractación», dijo, “habría que llevar a cabo una retractación prácticamente de toda la cobertura de la guerra de Vietnam”. Y añadió: «Si la prensa norteamericana hubiera hecho su trabajo y el Congreso el suyo, nunca nos habríamos visto implicados».

En el frente interno, los opositores a la guerra tuvieron que librar una ardua batalla contra el establishment mediático. Contrariamente al mito de que la cobertura informativa avivaba el fuego del sentimiento antibélico, los principales medios de comunicación se quedaron en realidad muy rezagados. En febrero de 1968 -el mismo mes en que el 49% de los norteamericanos encuestados afirmaba que el envío de tropas norteamericanas a Vietnam era «un error», mientras que el 41% declaraba que no lo era- el Boston Globe realizó una encuesta entre 39 de los principales periódicos norteamericanos. Ni uno solo había editorializado a favor de la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam.

Mientras tanto, las informaciones sobre la guerra tenían cualidades adormecedoras, con una cobertura apenas capaz de transmitir realidades humanas. Tras informar desde Vietnam a finales de la década de 1960, Michael Herr, corresponsal de la revista Esquire, escribió en su libro Dispatches que los medios de comunicación norteamericanos «nunca habían encontrado la manera de informar de manera significativa sobre la muerte, que era, por supuesto, de lo que se trataba en realidad». Las más repulsivas y transparentes tentativas de santidad en medio de la matanza recibían un tratamiento serio en los periódicos y en las ondas». Los reporteros que recibían lo último de los portavoces militares podían llegar a hastiarse fácilmente, ya que «la jerga de los avances [en la guerra] se te metía en la cabeza como si fueran balas», y después de vadear el diluvio de de noticias relacionadas con la guerra, «el sufrimiento resultaba en cierto modo algo poco impresionante».

Ningún aspecto de la mitología sobre la cobertura de Vietnam ha sido más tenaz que la creencia firmemente arraigada de que la televisión llevó la guerra a la sala de esta doméstica de los Estados Unidos, y en ese proceso suscitó su desaprobación. Aunque arraigada como tópico, la noción de que la televisión sirvió de baza contra la guerra se contradice con abundantes hechos, documentados por investigadores que volvieron a ver minuciosamente los noticiarios de las tres principales cadenas norteamericanas.

En su exhaustivo libro The ‘Uncensored War’: The Media and Vietnam, [La “guerra sin censura”: Los medios de comunicación y Vietnam], Daniel Hallin, estudioso del periodismo, resumió de qué manera las noticias televisadas les resultaban regularmente convenientes a los belicistas de Washington: «La cobertura televisiva de Vietnam deshumanizó al enemigo, lo despojó de todas sus emociones y motivos reconocibles y lo desterró no sólo de la esfera política, sino de la propia sociedad humana. Los norvietnamitas y el Vietcong eran ‘fanáticos’, ‘suicidas’, ‘salvajes’, ‘medio locos’. Estaban por debajo de los simples criminales… eran alimañas».

Los informativos de televisión desempeñaron un papel mucho más importante en la promoción de la guerra de Vietnam que en su cuestionamiento. Esto resultó especialmente cierto a lo largo de los diversos años de escalada que elevaron el número de tropas estadounidenses en el país a 500.000 efectivos a finales de 1967. A mediados de año, cuando Newsweek encargó una encuesta Harris para averiguar cómo afectaba la televisión a la opinión pública, la revista informaba: «La televisión ha animado a una mayoría decisiva de espectadores a apoyar la guerra». La encuesta reveló que el 64% afirmaba que la cobertura televisiva había aumentado realmente su apoyo a la guerra, mientras que sólo el 26% decía que había impulsado su oposición.

Pero, ¿qué hay de los memorables reportajes televisivos que mostraban las acciones militares norteamericanas de forma claramente desfavorable? Pues bien, son memorables porque fueron muy raros.

CBS Evening News [el telediario de la noche] causó revuelo en agosto de 1965 cuando el corresponsal Morley Safer hizo un reportaje a pie de obra junto a marines norteamericanos que recurrían a sus mecheros para quemar chozas en el pueblo de Cam Ne. «El hecho de que este particular esfuerzo periodístico se celebre hoy prácticamente por parte de todos los que escriben sobre el tema no significa, sin embargo, que ejemplificara la cobertura de la guerra durante este periodo», es lo que escribió el periodista Edward Jay Epstein en una serie de investigación que TV Guide publicó ocho años después. «Por el contrario, al analizar los noticiarios y guiones de las cadenas entre 1962 y 1968, pude encontrar pocos casos más comparables de destrucción o brutalidad indiscriminada por parte norteamericana «a pesar de que “cientos de aldeas survietnamitas fueron destruidas y evacuadas en ‘programas de reubicación’ durante este periodo».

Un destacado estudioso de la historia de la radiodifusión, Lawrence Lichty, de la Universidad de Wisconsin, llevó a cabo un análisis exhaustivo de los reportajes filmados que se emitieron durante ese mismo lapso de media docena de años y llegó a la conclusión de que esos reportajes de la televisión norteamericana que mostraban acciones crueles de las tropas norteamericanas en Vietnam «se podían contar con los dedos de una mano».

En general, la prensa norteamericana tuvo buen cuidado de mantenerse alejada de reportajes sobre las atrocidades de las tropas. En lugar de representar un periodismo intrépido, la saga mediática de la matanza más famosa de la guerra fue todo lo contrario.

En marzo de 1968, soldados del ejército norteamericano mataron a varios cientos de civiles desarmados de todas las edades en la aldea vietnamita de My Lai. En cuestión de meses, « Ron Ridenhour, veterano de Vietnam y otros periodistas presentaron pruebas de la matanza a los principales medios de comunicación nacionales, pero ni uno solo de los medios quiso tocar la historia», ha señalado Jeff Cohen, mi colega de RootsAction. «No fue hasta noviembre de 1969, más de un año y medio después de la matanza de My Lai, cuando la historia la publicó un pequeño medio alternativo, Dispatch News Service, y un tenaz reportero de investigación,  Seymour Hersh».

A medida que la guerra se alargaba, sin que se vislumbrara una victoria norteamericana, las controversias se volvieron feroces, pero ni los halcones ni las supuestas palomas del continente mediático cuestionaron el «derecho de los Estados Unidos a llevar a cabo una agresión contra Vietnam del Sur», según observó Noam Chomsky. «De hecho, ni siquiera admitieron que se estuviera produciendo. Lo llamaron ‘defensa’ de Vietnam del Sur, usando ‘defensa’ por ‘agresión’ a la manera orwelliana normativa».

Con pocas excepciones, los temas enmarcados en los medios de comunicación de masas eran cuestiones de eficacia, más que de moralidad, y mucho menos de Derecho internacional. Y este era el caso cuando Walter Cronkite, el presentador de noticias de la CBS -conocido como «el hombre más fiable de Estados Unidos»- ofreció los minutos de comentarios bélicos más legendarios de la historia de la televisión norteamericana.

Después de varios años de vitorer la guerra, Cronkite regresó de un viaje a Vietnam y elaboró un reportaje especial de una hora para la CBS que se emitió el 27 de febrero de 1968 y que terminaba con un comentario que sorprendió a los telespectadores con palabras pesimistas: «Decir que hoy estamos más cerca de la victoria es creer, frente a la evidencia, a los optimistas que se equivocaron en el pasado… Decir que estamos empantanados parece la única conclusión realista, aunque sea insatisfactoria».

Cronkite concluía su solemne valoración declarando: «La única salida racional será entonces negociar, no como vencedores, sino como un pueblo honorable que cumplió su promesa de defender la democracia y lo hizo lo mejor que pudo». Su angustia era evidente, en tanto que su mensaje se centraba mucho más en los fallos militares que en los morales.

El comentario de Cronkite no era el giro antibélico que algunos pretendían. Sus palabras reforzaban, en lugar de cuestionar, las afirmaciones oficiales de virtuosas intenciones que él y tantos otros periodistas norteamericanos habían hecho tanto por propagar, insistiendo en que los líderes que prosiguieron con tan horrible guerra año tras año eran «personas honorables» que trataban de cumplir «su promesa de defender la democracia».

En el mundo del que hablan los medios de comunicación dominantes, los Estados Unidos son defensores de la virtud frente a los actos ilícitos de malignos agentes. Sobre la marcha, los relatos distorsionados sobre la guerra de Vietnam han servido de parábola para las próximas guerras norteamericanas, en consonancia con la sentencia de George Orwell: «Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado».

Con escaso empuje mediático y mucha afirmación positiva, durante los últimos 50 años un presidente tras otro le ha dado la vuelta a lo que Estados Unidos hizo en Vietnam. Los telespectadores, conscientes de las mentiras metódicas y las enormes crueldades de la guerra, aprietan los dientes mientras los presidentes tergiversan la historia para presentar al Tío Sam como un gigante benévolo.

Los presidentes norteamericanos nunca se han acercado ni lo más mínimo a una descripción honesta de la guerra de Vietnam. Ninguno podría imaginarse el tipo de franqueza que ofreció sin rodeos Daniel Ellsberg, que filtró los Papeles del Pentágono, cuando afirmó: «No es que estuviéramos en el bando equivocado. Éramos nosotros el bando equivocado».

Dos meses después de asumir el cargo, a principios de 1977, el presidente Jimmy Carter se mostró desdeñoso cuando un periodista le preguntó si sentía «alguna obligación moral de ayudar a reconstruir» Vietnam. «Bueno, la destrucción fue mutua», es lo que respondió. «Fuimos allí para defender la libertad de los sudvietnamitas. Y no creo que debamos disculparnos o castigarnos o asumir la condición de culpables.»

Una docena de años más tarde, Ronald Reagan declaró en una reunión en el Monumento a los Veteranos de Vietnam, en Washington, que la guerra había sido una «causa noble», «aunque conducida de manera imperfecta, [era] la causa de la libertad».

Al anunciar relaciones diplomáticas formales con Vietnam en julio de 1995, el presidente Bill Clinton se sintió obligado a inventarse la historia. «Independientemente de lo que podamos pensar sobre las decisiones políticas de la era de Vietnam, los valerosos norteamericanos que allí lucharon y murieron tenían nobles motivos», manifestó. «Lucharon por la libertad y la independencia del pueblo vietnamita».

En el Monumento a los Caídos en la Guerra de Vietnam, en Washington, en mayo de 2012, el presidente Barack Obama habló de «honrar a nuestros veteranos de Vietnam no olvidando nunca las lecciones de esa guerra», entre las que se incluía «que cuando los Estados Unidos envíen nuestros hijos e hijas al peligro, vamos siempre a darles una misión clara; vamos a ofrecerles siempre una estrategia sólida». Pero Obama estaba todavía muy lejos de reproducir la trágica locura de la guerra de Vietnam.

Durante sus primeros años como presidente, Obama triplicó con creces con creces el número de tropas norteamericanas en Afganistán, llegando a un máximo de 100.000 efectivos en 2011. La adulación patriotera era irresistible. En la primavera de 2010, Obama declaró ante las tropas congregadas en Afganistán: «Todos vosotros representáis las virtudes y los valores que los Estados Unidos necesitan tan desesperadamente en estos momentos: sacrificio y abnegación, honor y decencia». Obama tenía cinco años cuando Johnson viajó a Vietnam y afirmó ante las tropas reunidas: «En toda nuestra larga historia, ningún ejército norteamericano se ha mostrado tan compasivo».

Desde octubre de 2023, los dos últimos presidentes han enseñado a una nueva generación de norteamericanos lo que Johnson y Richard Nixon enseñaron a los baby boomers durante la guerra de Vietnam. Cuando el Estado belicista calcula beneficios masivos para el complejo militar-industrial y ventajas geopolíticas para el gobierno norteamericano, las súplicas morales no entran en el cálculo político. Joe Biden y Donald Trump han permitido el asesinato masivo diario y sistemático de civiles palestinos en Gaza, posible gracias a los continuos envíos de armas norteamericanos a Israel, lo que convierte a los Estados Unidos en socio de pleno derecho en el genocidio, tal como han documentado Amnistía Internacional y Human Rights Watch.

La impunidad presidencial corre paralela a la flexibilidad de los medios de comunicación. Aunque han abundado las controversias sobre una amplia gama de esfuerzos bélicos norteamericanos, los argumentos habituales de los medios de comunicación no cuestionan la prerrogativa de Estados Unidos de imponer militarmente su voluntad en el mundo en la medida de lo posible. La guerra de Vietnam no fue una anomalía en su profusión de mendacidad oficial gubernamental ni en la conformidad general de los medios de comunicación de masas del país.

Dos años antes de morir, en junio de 2023, me dijo Ellsberg: «Que hay engaño, que a la opinión pública se la confunde cuando empieza el juego, en el enfoque de la guerra, de una manera que anima a aceptar la guerra y a apoyarla, eso es una realidad».

No es difícil engañar a la opinión pública, añadió: «A menudo lo que les estás diciendo es lo que les gustaría creer: que somos mejores que los demás, que somos superiores en nuestra moralidad y en nuestra percepción del mundo».

Norman Solomon dirige RootsAction y es director ejecutivo del Institute for Public Accuracy. Su último libro es “War Made Invisible: How America Hides the Human Toll of Its Military Machine” [“La Guerra invisibilizada: Cómo esconde Norteamericana el coste humano de su maquinaria bélica”].

Fuente: Sin Permiso

 

Peligro inminente…

 

Que en vísperas de una cita para hablar de paz, Ucrania (con la más que probable colaboración del MI6), lleve a cabo una acción militar que rebasa la línea roja que invita a una respuesta nuclear, anuncia una firme voluntad de proseguir con la guerra.


Peligro inminente…

 

Andrea Zhok

El Viejo Topo

7 junio, 2025 



PARA AQUELLOS QUE ESTÁN CELEBRANDO CON LA BANDERA UCRANIANA…

En vísperas de un nuevo intento de negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania en Estambul, Ucrania lanzó el ataque simultáneo más serio contra el interior de Rusia desde el comienzo de la guerra.

Se produjeron dos atentados con bomba en vías ferroviarias civiles, en Bryansk y Kursk. En el primer caso, se reportaron al menos siete muertos y 69 heridos. Del segundo, aún no se han recibido noticias definitivas.

Poco después se produjo el ataque simultáneo a tres aeródromos militares en las remotas regiones de Murmansk, Irkutsk y Amur.

Mediante la infiltración de camiones comerciales cerca de los aeropuertos, se liberaron cientos de drones que atacaron la aviación estratégica rusa.

Seguramente fueron destruidos al menos 4 bombarderos nucleares, pero lo más probable es que fueran 10; fuentes ucranianas hablan de 41 bombarderos destruidos, lo que haría de este episodio una especie de Pearl Harbor ruso.

Si se confirman las cifras ucranianas, aunque sean significativamente inferiores, esto representaría una reducción grave del potencial nuclear de Rusia.

Estoy seguro de que algunos de los que levantan la bandera ucraniana brindarán y aplaudirán por la gran medida.

Ahora bien, confieso que tengo miedo y si viviera en Ucrania tendría infinitamente más.

Según la doctrina nuclear rusa, incluso la destrucción de un solo bombardero estratégico en los hangares justifica una respuesta nuclear. Pero aquí nos enfrentamos a daños reales y significativos, algo que realmente limita el potencial de la defensa nacional rusa.

Tengan en cuenta que esto no cambia en absoluto el tipo de guerra que se ha librado en estos tres años, en los que los bombarderos estratégicos ni siquiera han despegado. Por lo tanto, no cambia nada en el equilibrio de poder en el frente.

Sin embargo, la perspectiva —apoyada día y noche por nuestra belicosa clase política— de un enfrentamiento directo en el futuro próximo entre Europa (o la OTAN) y Rusia ha cambiado mucho. Este golpe de los servicios secretos ucranianos, un golpe que no habría podido llevarse a cabo sin la ayuda activa de la inteligencia y la infraestructura de la OTAN, representa un debilitamiento objetivo del potencial de autodefensa ruso.

Ahora bien, mientras para Rusia la cuestión era simplemente ser paciente y dejar que el equilibrio de poder relativo siguiera su curso, el riesgo de una auténtica escalada, con un riesgo nuclear real, era mínimo. Putin siempre ha librado la guerra con miras a la paz futura, y el uso de medios de destrucción masiva habría comprometido la futura pacificación entre pueblos vecinos.

Así pues, por muy dura que fuese y estando relativamente libre de bajas civiles, la guerra permaneció estrictamente ligada a la línea del frente, y a la retaguardia sólo en la medida en que ésta abastecía al frente.

Ahora, sin embargo, con este doble golpe, por un lado sobre los civiles con una dinámica típicamente terrorista, y por otro sobre un sector militar de máxima importancia para la defensa nacional, la guerra da un salto cualitativo al que es difícil saber cómo puede reaccionar Rusia.

De hecho, esta operación ucraniana, en vísperas de las negociaciones de Estambul, es un evidente sabotaje a las propias negociaciones, que fracasaron incluso antes de comenzar.

Pero el problema más grave de todos, el que nunca tenemos en cuenta, al no recibir noticias directas de Rusia gracias a la diligente censura europea, está determinado por el frente interno.

Putin se ha mostrado repetidamente como un jugador de ajedrez frío y moderado, libre de reacciones violentas. Pero el poder, en cualquier sistema, reside en última instancia en cierto nivel de apoyo desde abajo: nadie gobierna solo. Y este es un caso en el que parece realmente difícil que, por enésima vez, Putin pueda poner buena cara a una mala partida, es decir, cruzar otra línea roja.

Muchos sitios web rusos literalmente piden la aniquilación nuclear de Ucrania.

¿Podrá Putin mantener la calma una vez más y no dar una «reacción ejemplar»?

Eso espero, pero objetivamente me sorprendería.

Estamos corriendo de noche con los faros apagados hacia un acantilado.

FuenteL’Antidiplomatico 

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Movilización contra el rearme

 

Movilización contra el rearme

 


INSURGENTE.ORG / 07.06.2025


Koldo, Víctor de Aldama y Pérez Dolset, el novio de Ayuso, el hermano de Pedro Sánchez, la mujer de Feijóo. Errejón, Correa, Crespo, Bárcenas… los nombres de los personajes que conforman el estercolero nacional y que ocupan a las terminales mediáticas del régimen, ofrecen un panorama diáfano del momento político. Ilustran el estado de las cosas y provocan el alejamiento de las mayorías de la participación social.

Y el caso es que no nos lo podemos permitir, por ejemplo, el gasto militar que exige Trump y que los gobiernos europeos aceptan encantados y buscando en la palabra Putin la justificación a todo (hace unas horas un ministro británico dijo que el alza de los precios en los supermercados ingleses era culpa directa de Putin, e hizo una mueca tipo «lo sabré yo»,,,) para alimentar a la industria armamentística,  que siempre aparece dispuesta a obtener beneficios gigantes con las crisis.

Este sábado hay una cita necesaria, importante, donde desde las calles se gritará contra esta política belicista que transfiere dinero de servicios públicos y sueldos a la guerra imperialista. La convocatoria abarca decenas de organizaciones, por haberlas haylas incluso que votan dentro de gobiernos que aumentan el gasto militar obedeciendo cual lacayos a la OTAN. A pesar de ellos y sus miserias electorales la movilización debe constituir el comienzo de la presencia de lo más consciente del país haciendo política en su medio natural: las calles.


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