sábado, 16 de agosto de 2025
COESPE: Comunicado de solidaridad y denuncia ante los incendios forestales
COESPE:
Comunicado de solidaridad y denuncia ante los incendios forestales
Por Coordinadora
Estatal por la Defensa del Sistema Público de Pensiones (COESPE)
Kaosenlared
16 de agosto de 2025
Desde COESPE, expresamos
nuestra más profunda solidaridad con las víctimas de los incendios forestales,
así como con sus familias y comunidades afectadas. En estos momentos de dolor e
incertidumbre, nos unimos al sentimiento colectivo de quienes han perdido seres
queridos, viviendas, medios de vida y patrimonio natural.
Queremos también reconocer
y agradecer el esfuerzo incansable de los equipos de extinción y emergencia,
bomberos y brigadistas forestales, personal técnico, voluntariado y servicios
públicos que, con medios muchas veces insuficientes, enfrentan situaciones
extremas para proteger nuestras vidas, nuestros montes y nuestros pueblos.
La solidaridad vuelve a
demostrarse como un valor imprescindible: comunidades que se organizan, se
apoyan y se ofrecen ayuda mutua en momentos críticos, en contraste con la
inacción o pasividad de muchas administraciones.
Sin embargo, no podemos
dejar de denunciar la alarmante falta de políticas públicas efectivas de
prevención de incendios forestales. Años de recortes, descoordinación
institucional y abandono del medio rural están pasando una factura devastadora.
Los incendios no se apagan solo en verano. Se combaten con inversión,
planificación, empleo público digno, gestión forestal sostenible y políticas
rurales vivas durante todo el año.
Exigimos la fijeza del
empleo público en los servicios forestales y de emergencia, así como el
reconocimiento pleno de sus derechos laborales. No es aceptable que quienes
arriesgan su vida cada verano sigan en la precariedad, contratados de forma
temporal, sin estabilidad, sin reconocimiento ni recursos adecuados. Basta de
políticas especulativas y privatizadoras. La mayoría de la clase política nos
está mostrando un espectáculo bochornoso, con intervenciones que desvían la
responsabilidad que tienen como responsables y gestores de la protección civil,
sin dar ni una sola solución real a la necesidad de cambiar la política
forestal, atendiendo a las necesidades de la población, intentando enredar con
debates alejados de la realidad, mostrando así la total falta de empatía con
l@s que representan.
¡Basta de parches! ¡Por un
modelo de prevención real y por el respeto y dignificación de los trabajadores
y trabajadoras que cuidan nuestros montes!
AGOSTO 2025
COMISIÓN DE PORTAVOCÍA
COESPE
Acuerdo Trump/Von der Leyen: una expropiación de grandes proporciones
Acuerdo Trump/Von der Leyen:
una expropiación de grandes proporciones
Rebelion
16/08/2025
Fuentes: Rebelión
Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida y su frente
político-militar al borde del colapso. La Unión Europea, empezando por
Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra forma,
implique una victoria para Rusia.
Asombra que
asombre. Hay una rara y singularísima unanimidad, se trata un pésimo acuerdo
entre los Estados Unidos y la Unión Europea. Algunos, heroicos ellos, hablan de
rendición, de humillación, de traición. Hasta José Borrell lo critica
ásperamente; se demuestra, una vez más, que no hay mejor remedio para recobrar
lucidez que dejar el gobierno y un cargo tan gratificante como el de Alto
representante de la Unión para Asuntos Exteriores y de Seguridad. Por cierto,
siempre me pareció significativo que la diplomacia de la UE llevara incorporada
la seguridad y la defensa, eso que antes se llamaba ministerio de la guerra.
Borrell, se puede decir sin exageración, lo ejerció con coherencia hasta el
final: una diplomacia para la militarización y la guerra.
Lo que más me
impresiona es la desazón, la decepción, las lágrimas de aquellos que han
defendido, contra toda evidencia, la irreversible marcha de esta Unión Europea
hacia un Estado Federal capaz de convertirse en un sujeto geopolítico
determinante; sí, determinante, en un mundo que cambia radicalmente. Más Europa
y menos Estados nacionales fue su consigna favorita. La última formulación
resulta ahora enternecedora: autonomía estratégica europea. Ni más ni
menos.
La foto de
Úrsula von der Layen con el emperador Donald Trump lo explica todo o casi. Se
ha dicho en primera página con dolor: ¡Trump desnuda a Europa! Así es.
¿Qué aparece tras los oropeles de la propaganda y el autobombo? Una Europa
Fortaleza en proceso de militarización, que acentúa trágicamente su dependencia
de unos EEUU en crisis, actora secundaria en una guerra por delegación (Ucrania
mediante) de la OTAN contra Rusia.
Una Europa cada
vez más dividida entre una vieja derecha extrema y una extrema derecha empeñada
en demostrar que ellos son los verdaderos interlocutores del “amo y custodio”
del vínculo atlántico, defensor intransigente del Occidente verdadero. En
muchos países de la Unión, la contienda electoral se dirime cada vez más entre
estas dos versiones de las derechas, férreamente comprometidas con un
liberalismo conservador y autoritario. A su izquierda no va quedando demasiado;
hay excepciones, pero la tendencia general es la desintegración de la vieja
socialdemocracia y la progresiva desaparición de la izquierda alternativa en
sus varias versiones.
Esta es la
Unión Europea real que rinde pleitesía a Donald Trump y que, en muchos sentidos,
la explica.
La pregunta hay
que hacerla: ¿cómo entender una capitulación tan denigrante? La cuestión tiene
diversas aristas y exige algunas consideraciones previas. La primera, EEUU
tiene un sistema de alianzas organizado por círculos concéntricos. En su
centro, el Reino Unido y Australia; en un segundo nivel aparecen sus
protectorados político- militares, a saber, Alemania, Japón y Corea del Sur; en
un tercer nivel, Italia.
Parece
insólito, pero nunca se tiene en cuenta que estos países fueron potencias
derrotadas, vencidas, ocupadas y nuclearizadas; dicho con más claridad, son
países con una soberanía restringida, limitada. Sus sistemas políticos y sus
clases dirigentes fueron moldeadas, reconstruidas y organizadas por los EEUU y
son parte fundamental de su sistema de dominio y control global.
En segundo
lugar, lo que EEUU ha ofrecido siempre es protección a los grupos
económicamente dominantes frente al enemigo externo (la URSS) y el enemigo
interno (la izquierda socialista y comunista). La hegemonía norteamericana se
forjó en Europa combinando sabiamente (lo diremos en lostérminos de su
academia) poder duro (OTAN e intervención permanente en los Estados
singularmente considerados), poder blando (cooptación sistemática de las élites
económicas, políticas y culturales; apoyo a las fuerzas políticas afines y
promoción del modo de vida americano, desde su casi ilimitado control de los
aparatos ideológicos y los medios de comunicación), poder estructural, es
decir, su capacidad para fijar las reglas globales del sistema internacional y
controlar las grandes instituciones, sobre todo las económicas (FMI, BM,
OMC).
Claro está, la
“Guerra Fría” en los países de la periferia de la economía- mundo capitalista,
en las colonias, fue caliente casi siempre y los dispositivos de poder fueron
menos sofisticados, más directos, más brutales. Vincent Bevis lo explica bien
en su libro, el Método Yakarta.
La Unión
Europea, a pesar de las estupideces que suele decir Donald Trump, fue desde su
origen una construcción impulsada, tutelada y, en último término, guiada por
las diversas Administraciones norteamericanas. Toda estructura de poder tiende
a reproducirse y ganar más peso e influencia; la UE también ha cumplido ese
papel, siempre entre “un quiero y no puedo”, y, a veces, un no debo. Ha habido
momentos de mayor o menor autonomía pero, ésta siempre ha sido relativa,
dependiendo del cuadro internacional, de la dinámica interna de la Unión y,
sobre todo, de las necesidades de los EEUU.
Hay una etapa
histórica que explica con mucha precisión la dinámica de la Unión Europea
actual y da muchas pistas sobre los problemas actuales; me refiero al fin de la
URSS y a la desintegración del Pacto de Varsovia. Era un momento fundante. Bush
padre agradeció los servicios prestados a las elites soviéticas y apostó
claramente por un Nuevo Orden Internacional bajo hegemonía clara, nítida, de
los EEUU. El siglo XXI sería norteamericano.
En ese Nuevo
Orden la Unión Europea y la OTAN jugarían un papel especialmente relevante; al
final, se estableció una división del trabajo entre ellas, ajustadas según una
estrategia que privilegiaba en cada momento el vínculo atlántico, es decir, los
intereses globales de los EEUU.
La respuesta de
las clases dirigentes europeas es conocida: el Tratado de Maastricht, la rápida
integración de los países del Este, la ampliación de la OTAN, y, fundamental,
la unidad alemana. En esto tampoco cabe engañarse demasiado. La “vieja Europa”,
decadente y con sueños de grandeza caducos, daba vida a la “nueva Europa” con
los ex países socialistas como vanguardia armada, liberales, nacionalistas y
aliados privilegiados de los EEUU.
Acto inaugural,
1999: los 78 días de bombardeo de la OTAN sobre una Yugoslavia en proceso de
desmembramiento definitivo; por cierto, sin el mandato del Consejo de Seguridad
de las NNUU. Primakov, jefe de gobierno rusoen ese momento, tomó nota de lo que
llegaba; junto con él, los dirigentes chinos comprendieron, después del
bombardeo intencionado de su embajada en Belgrado, que la PAX americana inauguraba
un periodo de guerras y de conflictos y, sobre todo, que no duraría mucho.
Perfil bajo geopolítico y a reconstruirse, sabiendo que el factor tiempo sería
clave. La historia cuenta; cada vez más.
Biden y Trump
fueron dos respuestas a la crisis de la hegemonía norteamericana, siempre, no
hay que olvidarlo, desde una dialéctica compleja entre la realidad interna del
país y el declive imperial en un mudo que cambiaba rápidamente. Hilary Clinton
era la escogida, pero, contra todo pronóstico, ganó el candidato republicano.
Éste, como siempre, habló mucho, no hizo casi nada y demostró una incapacidad
de gestión clamorosa; al menos no se metió en ningún conflicto e intentó, sin
éxito, salirsealguno de ellos.
Hoy sabemos que
el “Rusiagate” fue una operación de inteligencia urdida por los demócratas y en
alianza con eso que se ha dado en llamar “el Estado profundo”. Aún así, hizo
falta una “gran coalición “de intereses y enormes recursos económicos para
ganar a un Trump que denunció fraude desde el primer momento. ¿Qué política
ganaba con Biden? ¿Qué América volvía?
El viejo equipo
de la Sra. Clinton había diseñado una estrategia internacional aceptable para
las clases medias, con un objetivo preciso: revertir el declive, oponerse
firmemente a un nuevo orden internacional sobre bases no norteamericanas. El
mundo unipolar tenía que ser redefinido, ampliando su base, incorporando a la
Unión Europea, dándole más protagonismo a los británicos y a un Japón que seria
decisivo en el conflicto con el único competidor realmente global: China. La
“trilateral” (pace Brzezininski) devenía en “Occidente colectivo”democrático y
“woke”, opuesto al tradicional autoritarismo de una Eurasia en proceso de
reorganización “espacio-temporal” en torno a un trípode formado por Rusia, Irán
y China.
Las elites
europeas se sumaron entusiastas a esta política y establecieron una sólida
alianza con una clase dirigente norteamericana con la que compartían cultura,
análisis y, sobre todo, objetivos. Claro está, había que disciplinar a aliados
que no acababan de entender la gravedad del momento y la necesidad de poner fin
viejas políticas.
La voladura del
“Nord Stream” 1 y 2 demostró que los EEUU iban en serio y que se ponía fin (era
uno de los objetivos fundamentales de la nueva estrategia) a cualquier posible
alianza entre Rusia y Alemania (pace Mackinder). Algunos pensaron que era el momento
para reclamar más autonomía y marcar perfil; no duró mucho y pronto la OTAN
(EEUU) controló la agenda política real y término siendo la dirección efectiva
de la Unión Europea. Insisto, las élites europeas compartían la estrategia de
la Administración Biden: Rusia primero, después China.
El factor
tiempo era clave. Se había perdido un tiempo precioso con la Presidencia Trump
y los progresos tecnológico-militares de Rusia y China eran tan relevantesque
pronto podrían hacer irreversible la llegada de un Nuevo Orden Internacional
Multipolar. Ucrania era la línea de demarcación y fractura. El Occidente
colectivo llevaba años preparándose para la batalla decisiva: crear las
condiciones para obligar a Rusia a escoger entre la guerra o la derrota
estratégica. El objetivo era cambio de régimen y desintegración de la Rusia de
Putin.
Las cosas no
salieron como se esperaba. Rusia no colapsó y, corriendo riesgos muy serios, se
reconstruyó política, económica, financiera y técnico-militarmente. Ucrania, a
pesar de los ingentes recursos humanos y materiales aportados por el Occidente
colectivo, pasó pronto a posiciones defensivas; la guerra de desgaste y el arte
operativo ruso fueron erosionando sus capacidades militares, sus reservas
estratégicas y resquebrajando los fundamentos de un régimen político construido
(Maidan-2014) para enfrentarse a Rusia como Estado y, también, como
civilización. Hubo un dato absolutamente revelador:
El Sur global,
votara lo que votara en la Asamblea general de la ONU, entendió desde el principio
que el conflicto ucraniano formaba parte de una estrategia del Occidente
colectivo para para defender su “Orden“, sus “reglas“ y sus ”privilegios”. No
hablar demasiado y aprovecharse (ganar autonomía) de las oportunidades de un
mundo que marchaba hacia la multipolaridad.
Cuando Trump se
sentó con doña Úrsula von der Layen en su campo de golf, lugar “exquisitamente
neutral”, teníamás que ganada la partida: diez países, entre ellos Alemania e
Italia, habían dicho que estaban de acuerdo con las condiciones impuestas por
el jefe. Todo menos una crisis con los EEUU ahora. Si de algo sabe Trump, al
fin y al cabo “señor del ladrillo”, es negociar. Esta vez no hizo falta
chantajear y ni amenazar, rendición completa. Lo acordado es conocido:
aranceles del 15% para los productos de la UE; acero y aluminio al 50%. Compra
de combustibles fósiles por valor de 750.000 millones de dólares en tres años e
inversiones, sobre todo en armas, por un importe de 600.000 millones.
Se trata de un
acuerdo-marco que obliga a negociar y poner negro sobre blanco un conjunto de
medidas y de instrumentos económicos y diplomáticos de dimensiones relevantes.
Lo firmó un jefe de Estado y una Presidenta de la Comisión que actuó como si
ella fuese su equivalente; no era el caso. Es más, dudo mucho que tuviera las
competencias jurídico-políticas necesarias para llegar a un pacto de este
nivel.
El acuerdo,
insisto, con números, plazos e instrumentos financieros debe pasar por el
Parlamento y, sobre todo, por el Consejo. De lo convenido a lo que se apruebe
definitivamente, queda mucho. Sobre todo, porque hay un problema de
factibilidad: lo estipulado tiene tales consecuencias técnico- productivas, de
gestión y de implementación que hay muchas dudas de que sea viable.
Lo acordado hay
que relacionarlo con dos cumbres casi simultaneas: la de la Haya y la de la UE
y China. En la primera, los EEUU consiguieron todo lo quisieron y más. Rearme
general, compra masiva de armas y, es la otra cara, la aceptación de que no
habría un complejo militar e industrial unificado europeo. La clave está en la
letra pequeña: los Estados se financiarán y, sobre todo, se endeudarán
individualmente, hasta llegar al 3’5 del PIB, más el 1’5 de gastos asociados a
seguridad y defensa. Se reproduce la jerarquización existente entre los Estados
según sus capacidades reales y se deja a Alemania la dirección efectiva del
proceso.
La cumbre Unión
Europea/China fue un fiasco y, sin embargo, pudo ser decisiva. ¿Por qué? Porque
Trump quiere que la UE se sume a su estrategia tecnológica, financiera y
político-militar contra China, es decir, que se “desacople” del gran imperio
del centro. Conclusión: más dependencia de los EEUU y, sobre todo, renuncia de
la Unión Europea a ser un sujeto autónomo en unas relaciones internacionales en
proceso de mutación.
Si se entiende
con una perspectiva de medio y largo plazo, la política de Trump, se
comprenderá rápidamente que no se trata de ocurrencias, de caprichos o de
respuestas improvisadas a una mala coyuntura geopolítica; no, es mucho más que
eso. Lo que el Presidente de los EEUU dice a sus los aliados del Occidente
colectivo es claro y distinto: si queréis conservar este Orden Internacional y
sus normas básicas que tanto os han beneficiado, tenéis que sacrificaros hoy
por la “gran potencia imprescindible” del mundo.
Así de simple:
acumulación por expropiación, empezando por los aliados. Otra cosa muy distinta
es que salga bien. Dicho de otra forma: los aliados deben financiar el coste
pasado, presente y futuro de su protección promoviendo la reindustrialización
de los EEUU, comprando armas y energía al por mayor e invirtiendo en tecnología
decisivas. En definitiva, crear un espacio económico, comercial, tecnológico y
político militar integrado según las necesidades de una Norteamérica en crisis.
No hace falta
tener mucha imaginación geopolítica para entender que se trata de prepararse
activamente para una guerra global. El repliegue sobre sí mismo de Occidente,
la creación de líneas de fractura y una presión permanente sobre las zonas clave
del planeta tiene mucho que ver con una estrategia prolongada y sostenida
contra un Sur Global en proceso, caótico muchas veces, de
(re)construcción.
Hay un dato que
se deja a un lado en los dramáticos análisis sobre traiciones, humillaciones y
demásagresiones. Me refiero, a la guerra por delegación de UE contra Rusia.
Trump puede amenazar y chantajear porque la UE y la OTAN están en guerra en
Ucrania y, lo que es peor, perdiéndola.
El asunto
podría explicarse así: tener como enemigo existencial de esta Europa a Rusia
implica necesariamente la dependencia estructural y permanente de los EEUU.
Solo pueden vencer con su apoyo logístico,sus bases militares, sus tecnologías
y sus capacidades estratégicas. Y viceversa: la autonomía estratégica europea
será posible con un acuerdo de paz, seguridad y desarrollo con Rusia.
Las clases
dirigentes europeas escogieron otro camino: negociar desde posiciones de fuerza
y bloquearla geopolíticamente. En esto nunca hubo diferencias sustanciales
entre la OTAN y la Unión Europea. El conflicto ucraniano servía a un doble
propósito: construir un potente y creíble enemigo externo que legitimara una
salida militarista a la crisis de la UE. El tiempo y los fracasos complicaron
mucho la situación; ahora se trata dealgo más importante, encontrar soluciones
a una grave situación económica vía rearme e impedir, cueste lo que cueste, la
victoria política de Rusia. Para convencer a Trump, para comprometerlo con la
guerra en Ucrania, están dispuestos a entregarle todo o casi; les va en ello
algo más que el prestigio.
Si Rusia gana,
se debilitará seriamente a una política (vínculo atlántico) y se definirá una
nueva arquitectura de seguridad que cuestionará, en sus fundamentos, la Unión
Europea tal como la conocemos hoy y a una OTAN en peligro de
desintegración.
Lo que viene
ahora dependerá mucho de los EEUU. Trump sabe que la guerra en Ucrania está
perdida y su frente político-militar, al borde del colapso. La Unión Europea,
empezando por Alemania, se oponen radicalmente a un acuerdo que, de una u otra
forma, implique una victoria para Rusia.
El Presidente
imperial, insisto, que ha conseguido de sus aliados todo lo que quería hasta
llegar a la humillación, no está dispuesto a entronizar a Putin como el
estadista que cambió la relación de fuerzas en Europa y puso las bases de un
nuevo sistema de seguridad global.
La reunión de
Alaska dará muchas pistas sobre los limites reales y las percepciones de los
actores fundamentales. La paz por medio de la fuerza implica jugar al límite,
corriendo siempre el riesgo de perder el control de la situación. Con Trump los
peligros se acentúan. Veremos.
Manolo Monereo. Abogado y politólogo español