sábado, 24 de mayo de 2025
Supremacismo y opresión
Para Zhok es un
enigma que los defensores del crimen genocida de Israel –o los que prefieren
mirar hacia otro lado– puedan dormir por las noches. Y hay quien no solo
duerme, sino que le da palmaditas en la espalda a un criminal confeso como
Netanyahu.
Supremacismo y opresión
El Viejo Topo
24 mayo, 2025
Me había
prometido permanecer en silencio dada la manifiesta esterilidad del Logos en
esta fase histórica, pero me resulta difícil no decir una palabra, por
desgastada y rancia que sea en comparación con lo que sucede en Palestina.
Realmente no sé
cómo pueden dormir por las noches quienes apoyan y han apoyado, justifican y
han justificado las operaciones del ejército israelí en la Franja de Gaza y
Cisjordania durante los últimos diecisiete meses.
Es un verdadero
enigma para mí.
Esconderse
detrás de las psicopatías latentes de Netanyahu no absuelve a nadie. No
imaginéis que cuando Netanyahu se retire, tarde o temprano todo estará bien.
Nunca nada
volverá a estar bien.
Que lo que está
ocurriendo es un genocidio, incluso según las definiciones técnicas más
exigentes, sólo lo puede negar quien no sabe utilizar las palabras. Pero en
última instancia es irrelevante obsesionarse con las definiciones. Llámese
etnocidio, matanza sistemática de civiles, masacre diaria, o lo que sea.
Pero no es una
guerra.
Llamarlo guerra
es una mentira repugnante.
No hay guerra
cuando de un lado, como se ve en cientos de vídeos, hay civiles desarmados
caminando frente a un hospital, o en una calle en ruinas buscando agua o
pasando la noche en una tienda de campaña, y del otro lado llueven misiles de
última generación de la nada y los hacen pedazos.
No es una
guerra, es una matanza de seres humanos, es un exterminio.
No es guerra
cuando se corta el suministro de alimentos, agua y medicinas a una población
civil sitiada.
Esto no es
guerra, es tortura con fines genocidas.
Mucha gente
todavía se estremece cuando alguien establece un paralelismo entre las acciones
genocidas del NASDAP en el poder en Alemania y las acciones del ejército
israelí hoy.
Ahora bien, es
cierto que la historia nunca se repite de forma idéntica, de modo que hoy
técnicamente no existe ni nazismo, ni fascismo, ni existen los hunos de Atila.
Pero hay
aspectos comunes obvios.
Dos aspectos en
particular.
La primera es
la veneración unilateral de la victoria y de la violencia como expresión de una
fuerza que luego, al imponerse, se convertirá en ley y adquirirá legitimidad a
posteriori. Cuando Netanyahu le dice al Congreso de Estados Unidos con
perentoria satisfacción –en medio de estruendosos aplausos– que «cuando Estados
Unidos e Israel están juntos sólo ocurre una cosa: nosotros ganamos, ellos
pierden», encarna la esencia de esta concepción en la que la justicia no es
nada y la fuerza lo es todo.
Y es muy triste
decirlo, pero esta idea, aunque está literalmente en las antípodas de la
tradición cultural judía, que tiene la subordinación a la Ley como su elemento
central, está perfectamente en línea con la concepción del paganismo nihilista
y «nietzscheano» encarnado por las camisas pardas.
El segundo
aspecto es lo que permite que estas formas de opresión sangrienta, de
exterminio de inocentes, se ejerzan sin pestañear. Y lo único que permite esto
es una concepción que se sitúa, antropológicamente, en una posición superior e
inconmensurable con la de las víctimas.
Y este concepto
sólo tiene un nombre: racismo.
Se puede
discutir, y se ha discutido extensamente, si lo que sufrió el pueblo judío en
Alemania en la década de 1930 y hasta 1945 proporcionó una legitimidad moral
específica para la fundación de un Estado independiente en la tierra de
Palestina, y en qué medida.
Pero cualquiera
que haya sido esa legitimidad moral, Israel la ha perdido ahora y para siempre.
Fuente: Fermare la
guerra