martes, 4 de noviembre de 2025

Fascismo, deseo y revolución

 

En 2025 se cumplieron cien años del nacimiento de Deleuze, quien fallecería un 4 de noviembre. La publicación de El Anti-Edipo impactó de pleno en el pensamiento de izquierda, siendo quizás el primer pilar sobre el que se desarrollaría lo posmoderno.

TOPOEXPRESS

Fascismo, deseo y revolución

 

José M. Mariscal Cifuentes

El Viejo Topo

4 noviembre, 2025 



En el centenario de Gilles Deleuze

1

Deleuze entona el grito de Reich: “No, las masas no han sido engañadas, las masas desearon el fascismo”. Wilheim Reich no esperó, como Adorno y algún otro, a comprobar si era para tanto o convencidos, o esperanzados, de que aquello duraría poco. Al fin y al cabo, para quienes auparon a Hitler a la cancillería, se trataba de un arreglo temporal. En marzo del 33, apenas dos meses después de aquello, el discípulo que le salió marxista a Freud recoge sus bártulos y se larga dejando una nota: el fascismo no ha engañado a nadie.

Al año siguiente, durante el Congreso del partido nazi, Leni Riefenstahl documenta el hechizo, convierte a Nuremberg en un gran plató, controla la iluminación, los escenarios, los planos, luego el montaje. Pero en El triunfo de la voluntad no aparecen figurantes: las masas adoraban a Hitler. ¿Cómo pueden las masas desear su propia opresión? Reich recupera lo que ya La Boétie y Spinoza se preguntaron mucho antes del psicoanálisis, mucho antes del materialismo histórico.

El Anti-Edipo se afana en indagar el motivo por el que un individuo o un grupo desea su propia opresión. Para Deleuze, Reich acierta al romper con la “falsa conciencia”, conectando el deseo con las formaciones de poder. Aún hoy el alma bella se pregunta incómoda cómo es posible que las masas adoren a Trump, a Milei y sus respuestas son idénticas a la que Reich desmontó: es ignorancia, es falta de cultura, es demenciaIncluso hay a quien le basta con llamar gilipollas al obrero de derechas. No, dice Reich, el fascismo alemán triunfó porque resonó con deseos reprimidos de orden, autoridad y pureza. Pero Deleuze no se queda en señalar el acierto, sino que desborda los límites de las notas de Reich, y con ello los del propio psicoanálisis: El freudomarxista alemán permanece anclado en la visión individualista de la libido.

Anclaje (Verankerung) es la voz que Reich usa para describir cómo la represión sexual, instigada por la familia burguesa y su carácter autoritario, fija la sumisión en la psique y genera sujetos que transfieren su obediencia al estado fascista. Una energía libidinal reprimida que proyecta la angustia y señala la amenaza -marxista, judía- entonces, o musulmana, negra, feminista, homosexual, transgénero o lo que vaya valiendo-.

En Psicología de masas del fascismo, Reich plantea la conexión entre el deseo y el poder, pero sólo en el plano de los grandes conjuntos -el Estado, la Familia, la Clase-, soslayando los pequeños agujeros negros que atrapan el deseo. Para Deleuze la producción deseante está “antes de toda actualización en la división familiar de los sexos y de las personas, y antes de la división social del trabajo”, así como “invade las diversas formas de producción de goce y las estructuras para reprimirlas”.

Reich continua así en la estela representacional y privatizadora del deseo del psicoanálisis, sigue concibiendo al inconsciente como teatro y al deseo como carencia. Pero el inconsciente no es un teatro en el que comparezcan las fantasías y los conflictos familiares, ni el deseo un vacío a rellenar por la necesidad, sino que el inconsciente es un fábrica y el deseo es productor de realidad.

Junto a su crítica al familiarismo edípico del psicoanálisis, Deleuze señala la virtud de Freud en mostrar la esencia abstracta del deseo -como Marx mostró la de la riqueza-, desvinculándolo de todo objeto particular. No son las cualidades propias las que hacen deseable el objeto -ni las que le conceden su valor-, sino la carga, la inversión de deseo en el objeto, o en formaciones de poder: deseo de revolución, de servidumbre o de fascismo-. El Anti-Edipo denuncia la “concepción idealista del deseo” como carencia y muestra como aquel no procede de las necesidades, sino que son las necesidades las que derivan del deseo. La carencia o la falta alimenta el “miedo abyecto a carecer” que desembaraza a la vida del deseo y su potencia productiva. Deleuze -con Marx-, nos recuerda que “el deseo siempre se mantiene cerca de las condiciones de existencia objetiva” y, frente al marxismo “ortodoxo”, plantea una única producción, la producción social de la existencia, terminando así con la jerarquía estereotipada que mantiene “una infraestructura opaca frente a superestructuras sociales e ideológicas”. La operación consiste en  “introducir el deseo en el mecanismo, introducir la producción en el deseo” para que la teoría de cuenta de lo real.  En efecto, la crítica deleuzeana no se detiene en el psicoanálisis, sino que afecta gravemente a la gran codificación marxista-leninista, incapaz ésta de hacerse cargo de los fenómenos del deseo al alojarlo en la superestructura y ser tratado como “ideología”.

No hay ideología, sólo hay organizaciones de poder que complican (con-plicare: pliegan juntos) al deseo y la estructura económica. Deleuze distinguirá el plano de los grandes conjuntos molares, de la dimensión molecular donde funciona, de forma previa a toda individuación o subjetivación, el inconsciente material y productivo. El orden molar, en el que Reich trabaja su crítica del fascismo, es el propio de la representación y los significantes, las interpretaciones y los discursos, el orden de las grandes máquinas sociales e institucionales donde se produce sentido.

Lo molar y lo molecular no se oponen sino que coexisten inseparablemente atravesando a toda sociedad y todo individuo. Toda política es macropolítica, pero a la par es también micropolítica: “un mundo de micropreceptos inconscientes, de afectos inconscientes, una micropolítica de la percepción, del afecto, de la conversación”, interacciones microscópicas que escapan a toda estructura: micromachismos, microfascismos, micropolíticas del deseo, microformaciones de poder, micro-Edipos.

El deseo no es esencialmente revolucionario o fascista, sino que produce realidad en función de su circulación, inversión y conexión en un agenciamiento, pasando siempre por “niveles moleculares, microformaciones que ya moldean las posturas, las actitudes, las percepciones, las anticipaciones, las semióticas…”.

Las masas desearon el fascismo, las “masas” como ejemplo deleuzeano de lo molecular y de su diferencia y complicación con lo molar -aquí, las clases-: “las clases están talladas en las masas, las cristalizan, y las masas no cesan de fluir, de escaparse de las clases”.

Asimismo, esta tensión entre lo molar y lo molecular, inefable para la tosca dialéctica del marxismo “ortodoxo”, sirve a Deleuze para distinguir al Estado totalitario del fascismo. El fascismo es antes un cuerpo canceroso que un organismo totalitario y su peligrosidad resulta de su potencia micropolítica o molecular como “movimiento de masa”. El Estado autoritario funciona en el orden molar deteniendo o ajustando el movimiento molecular, como un “modo especial de totalización y centralización” mientras que “el fascismo es inseparable de núcleos moleculares que pululan y saltan de un punto a otro, en interacción, antes de resonar todos juntos en el Estado nacionalsocialista”. Deleuze cita a Daniel Guerin, el anarquista queer francés que afirmó que si Hitler conquistó el Estado Mayor alemán, fue porque disponía previamente de micro-organizaciones que le proporcionaban “un medio incomparable, irreemplazable, para penetrar a todas las células de la sociedad”.

Para el fascismo no se trata, al contrario del totalitarismo, de controlar los efectos molares del devenir molecular, sino de colonizarlo micro-políticamente. Su funcionamiento se asemeja más a un hongo que a un virus, pues antes que aparecer infectando células sanas, incapaz de reproducirse por sí mismo, el fascismo produce esporas que se dispersan por el ambiente y germinan en la materia en descomposición. Los miedos cotidianos muestran la podredumbre molecular haciendo proliferar microagujeros negros como atractores de las contrafugas paranoicas que animan “todas las catexis conformistas, reaccionarias, fascistas”. Antes de “resonar” en el Estado, el fascismo es una ingeniería del deseo que alimenta las pasiones tristes.

Lo molecular se pliega incesantemente sobre lo molar: para lograr la “gran seguridad molar organizada”, nada más conveniente que la implantación de “toda una inseguridad molecular permanente”, un virtuosismo propiamente capitalista. Las inseguridades pululan en la trama de la precariedad laboral y vital, en la quiebra identitaria del Hombre-blanco-occidental-heterosexual y en el derrumbe de las aspiraciones pequeñoburguesas de capas medias en pleno proceso de desterritorialización. El miedo a que te ocupen la casa, el miedo a perder el trabajo, el miedo a no encontrarlo, el miedo del macho ante las identidades difusas, el miedo a la flacidez del gran falo del orden y la justicia. El miedo a los bárbaros, la fórmula favorita de los Ministerios de Interior.

2

En uno de los ensayos de Arte Duty Free, la filósofa y artista visual alemana Hito Steyerl nos pide que “hablemos de fascismo”. Steyerl se refería a los ataques de Oslo y Utoya, en los que el perpetrador logró aparecer más cerca de la demencia que del terror. Anders Breivik se presentó en Youtube como cazador de marxistas empuñando un fusil, en un video  sólo retirado al día siguiente de los ataques, pero eso no parecía convertirle en un fascista. Además, sólo se declaraba “conservador y cristiano” en su perfil de Facebook, con unos planteamientos homologables a los que por entonces entonaba el Tea Party, y se declaraba admirador de Geert Wilders, el líder fascista neerlandés del Partido de la Libertad. Dijeron que Breivik “estaba loco”, de nacionalismo supremacista, pero loco al fin y al cabo. También ahora el alma bella dice que Trump es un demente o un payaso, como Bukele o Milei, como Orban o Salvini, como Netanyahu o Abascal, dementes ellos y gilipollas quienes les votan. Y sin embargo, hay algo que le reconcome, que parece escaparse: un abismo cercano y terrible al cual el alma bella no está dispuesta a asomarse.

Hablemos de fascismo, dice Steyerl, pero no se trata sólo de que éste ocupe la conversación; de hecho se habla mucho de fascismo: qué es, quién es el fascista, explorando analogías o diferencias con el fascismo histórico y molar. Se trata mejor de una llamada a afrontarlo tal como aparece sin caer, como denunció Reich, en interpretaciones consoladoras. “Sí, lo digo en serio”, dice Steyerl, “no de la psicología del mal en cuanto tal. No sobre la locura o la fatalidad repentina e impredecible. Están tratando de evitar el tema. El tema es el fascismo”.

Cuando se dice que el fascismo fue derrotado y que sobre esa derrota se erigió la civilidad democrática conquistada al capitalismo tardío, su regreso es presentado como el fantasma que hay que conjurar a toda costa. La alarma antifascista podría no ser más que eso, un conjuro: “¡No pasarán!”. Y esto puede tener su utilidad para una reagrupación defensiva a nivel molar, pero sigue obviando las metamorfosis de la agencia del deseo y sigue evitando asomarse al abismo molecular que las nuevas formas de subjetivación abren en nuestro interior.  “Es muy fácil ser antifascista a nivel molar -se dice en Mil Mesetas– sin ver el fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y alimenta, mima con moléculas personales y colectivas”.

Claro que asomarse a tal abismo no está exento de riesgos, como bien supo Pasolini en carne propia. Rojo y maricón, para unos, traidor y loco para otros, el poeta y cineasta italiano supo atisbar las metamorfosis moleculares que alimentaban una “segunda revolución capitalista”, un “neocapitalismo” que sigue produciendo nuevas mercancías, pero asentándose ahora sobre la producción de subjetividad, un modo de producción basado en la captura y encierro de las fuerzas vitales por el poder corruptor del consumo.

La sensibilidad molecular de Pasolini le permitió descubrir la emergencia de un fascismo alejado de los uniformes y la retórica, que se oculta bajo las prácticas cotidianas de la sociedad de consumo, que arrasa con la cultura obrera y campesina, que homologa al ser humano a través de la televisión y el lenguaje de la publicidad. Pasolini anuncia, hace medio siglo, un nuevo fascismo “americanamente pragmático” cuyo fin es “la reorganización brutalmente totalitaria del mundo”[1].

“Se está instalando un neofascismo en comparación con el cual el antiguo quedará reducido a una forma folklórica”, señala Deleuze poco después, insistiendo en su modo molecular de proliferación, una “organización coordinada de todos los pequeños miedos, las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos microfascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor cosa o la menor palabra discordante en nuestras calles, en nuestros barrios”.

Por su parte, Hito Steyerl apunta a una grieta en los modos en los que percibimos, que estaría inscrita en lo más profundo del tejido del fascismo contemporáneo. El fascismo busca “deshacerse de la representación completamente”, algo servido en bandeja por la actual crisis simultanea de la representación política y de la representación cultural:  abandono de la política como medio de organización de lo público -con la Unión Europea como instigadora, cómplice y ejecutora-, y sobreabundancia de imágenes ajenas al problema de la mímesis, haciendo y deshaciendo ellas mismas la realidad.

Efectivamente, el nivel molecular funciona con semióticas asignificantes que, como nos recuerda Lazzarato “no hacen discursos ni inventan historias”, conectan directamente con la máquina, sin que medie la representación del sujeto, produciendo operaciones, suscitando acciones. Los signos asignificantes actúan sobre las cosas y producen un sentido sin significado, un sentido operativo para una diagramática algorítmica.

A tenor de la capacidad anticipatoria mostrada por Deleuze en su Post-scriptum sobre las sociedades de control, no le sorprendería demasiado saber hasta qué punto el capitalismo ha explotado la condición del deseo, no como energía pulsional indiferenciada, sino como resultado de un montaje elaborado, de un “engineering de altas interacciones”. El sentido operativo de las semióticas asignificantes pasa hoy por la extracción máxima de plusvalía maquínica, mucho más allá de la fría plusvalía basada en el trabajo asalariado. Los flujos de deseo son encauzados algorítmicamente, diagramas de flujo que no juzgan nada, mera tecnología de producción de carencia. Instagram te dice lo que deseas y de lo que careces. Dividuos, fraccionados en mil datos comportamentales, rotos en mil afectos, hace tiempo que al capital le sobra cualquier deliberación “racional” por nuestra parte. Si Foucault planteaba la destrucción infinitesimal del cuerpo en los espectáculos punitivos de las sociedades de soberanía, hoy se hace espectáculo de la destrucción infinitesimal del alma.

La servidumbre maquínica como modo de funcionamiento molecular de la máquina capitalista es así funcional a la proliferación cancerosa del fascismo. Molecularmente, nada es explicable con la razón, ni siquiera con la razón “instrumental”. El fascismo es un modo determinado de agenciamiento del deseo, asentado sobre las pasiones tristes, aterrado y paranoico.

Pero la tecnología del deseo alcanza, ya no sólo a su codificación como carencia, no sólo al encauzamiento algorítmico de sus flujos moleculares, sino también a la posibilidad de su anulación: tecnología de la in-sensibilidad, de la catatonia generalizada, que no acciona tanto las pasiones tristes como que elimina todo poder querer. La seguridad social ya no sólo se basa en una micropolítica de la inseguridad, sino también de la insensibilidad. Benzodiazepinas para todes.

3

“Como tantos otros, nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. Aún no ha hecho más que empezar”, dice Guattari en una entrevista junto a Deleuze poco después de que en la primavera de 1972 El anti-Edipo cayera como un “aerolito en el continente del saber y del mundo político”. Pero lejos de todo fatalismo, de todo nihilismo pasivo ante la quiebra de sentido de las esperanzas revolucionarias, este libro-arte-facto venía a sugerir el modo en que las fuerzas del deseo podrían fugarse de su encierro, esquivar los agujeros negros, ser nómadas. Guattari lo añade de inmediato: “o bien se construye una máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo del deseo y de los fenómenos del deseo, o bien el deseo seguirá siendo manipulado por las fuerzas de opresión y represión y terminará amenazando, incluso desde el interior, a las propias máquinas revolucionarias.”

Desde entonces, las fuerzas de opresión han afinado, ciencia y técnica por medio, la manipulación del deseo, mientras “las máquinas revolucionarias” parecen haberse consumido en su incapacidad para hacerse cargo del mismo. Mientras volvían, les hemos guardado al fascismo sus armas; no sólo eso, las hemos pulido y les hemos explicado las mejoras, antes de entregárselas. Nos quedamos con lo que de útil resulta al capital la manipulación del deseo, y aun más, nos quedamos encerrados en un campo de juego delimitado por líneas trazadas con la ceniza de nuestros cuerpos. Desde entonces, la pasión resulta peligrosa, y el deseo no sólo vale, sino que se vuelve imprescindible. La tecnología política del cuerpo a la que aludía Foucault en Vigilar y castigar pasa hoy por una tecnología del deseo, inmediatamente política, que nos rompe el alma en mil pedazos.

De los tres adversarios señalados por Foucault que El anti-Edipo combate, el fascismo es el “estratégico”.  Y no solamente el fascismo histórico, el que supo movilizar el deseo de las masas, el que estetizó -hasta hoy- la política, sino también “el fascismo que reside en cada uno de nosotros, que invade nuestros espíritus y nuestras conductas cotidianas, el fascismo que nos hace amar el poder, y desear a quienes nos dominan y explotan”.

Los otros dos enemigos de El anti-Edipo quedan ligados al anti-fascismo molecular en forma de “compromiso táctico”; por una parte, “los burócratas de la revolución”, por otra “los lamentables técnicos del deseo”. Tras el reflujo de la explosiva ola deseante del ‘68, éstos últimos pasaron a ocupar, literalmente, los departamentos de marketing de la empresa, adoptando un enfoque científico que superaba con creces el propio del psicoanálisis o la semiología: la sociología, la psicología, la cibernética, la bioquímica o la neurología puestas al servicio de la obtención de la plusvalía maquínica, naturalizando “la ley binaria de la estructura y la falta”.

Por su parte, los burócratas de la revolución -“los ascetas políticos, los militantes tristes, los terroristas de la teoría, los funcionarios de la Verdad”- obtuvieron refugio en las cúpulas de las “máquinas revolucionarias” a la espera de tiempos mejores, atenazados por una concepción teleológica del proceso histórico, expectantes ante el pendulazo que tarde o temprano terminaría produciéndose. Hoy, “las máquinas revolucionarias” no sólo no constituyen ninguna amenaza: en vez de generar problemas su papel ha quedado reducido a plantear “mejores” soluciones, adoptando técnicas de agenciamiento del deseo, ahora “marketing político” -expresión que haría las delicias de Leni Riefenstahl-, y achacando a problemas-de-comunicación el que la revolución no prolifere. Mientras tanto, conviene cantar las alabanzas de la táctica y la estrategia en las preceptivas ceremonias de salvación y autoengaño. Se ama el poder mucho antes que a la revolución.

“¿Cómo hacer para no volverse fascista incluso cuando (sobre todo cuando) uno cree ser un militante revolucionario?” la pregunta foucaultiana ante el Anti-Edipo, convierte a éste en sus respuestas en una ética, una “guía para la vida cotidiana”:  despojar la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizante, no enamorarse del poder o “No imagine que es necesario ser triste para ser militante, incluso si la cosa que se combate es abominable”. En efecto, en el frontispicio del petrificado catecismo marxista-leninista figura no sólo la opacidad de la infraestructura, sino su seriedad de fría ciencia económica junto a la superestructura como cobijo de la ilusión óptica de la ideología y de los fenómenos del deseo. La genial parodia de Lubitsch en Ninotchka, sigue teniendo algo de verdad en la seriedad de Greta Garbo, en su anti-patía, en su incapacidad para hacerse cargo del deseo, en su gesto burocrático.

Deleuze vivifica viejas categorías y las rescata de su recaída en las “ciencias humanas”; tal es el caso del proletariado, que deja de ser una categoría zombificada de la economía política, para ser vivificada con la filosofía y constituirse en modelo de un devenir minoritario, en el que las definiciones no están basadas en esencias, sino en ritmos y en fuerzas, en maneras de ocupación del espacio-tiempo: “El proletariado no ocupaba el espacio-tiempo como la burguesía”.

Tal es la denuncia de Pasolini, la aculturación y la homologación de las capas populares en el tiempo del consumo, un tiempo estéril sin la gracia campesina, un espacio yermo. Por eso tildaba de superficial el antifascismo que se limita a combatir símbolos del pasado, mientras ignoraba, e ignora, la instalación de una servidumbre molecular, cotidiana y maquínica, en la consumación del sueño interclasista.

El antifascismo “militante” se equivoca al combatir a su enemigo en el orden molar, en el orden de las razones y los argumentos, en el orden del significante. Por ello tiende a tildar de loco o enajenado al fascista, señalando la irracionalidad de sus discursos y prácticas desde no se sabe muy bien qué noción de razón, a no ser que sea aquella que ha acompañado a la máquina capitalista “civilizada”. Se equivocan quienes explican el fascismo con la locura o la ignorancia, y mucho más quienes pretenden extirparlo practicando un exorcismo a las capas populares con el agua bendita de los discursos bienintencionados. Porque la locura y la irracionalidad son las marcas de la máquina capitalista, una máquina que funciona estropeándose, añadiendo nuevos axiomas tras cada avería, llamando a cada crisis oportunidad y provocando que tras cada explosión del deseo, vuelva Edipo a poner orden en el pueblo ingobernable.

Hace falta una semiótica antes que una semiología; una etología antes que una antropología; un diagrama antes que un programa. Se trata de construir vacuolas de resistencia en agenciamientos creadores, de encauzar las fuerzas del deseo en los encuentros alegres, aquellos que con Spinoza aumentan nuestra potencia de actuar, de afectar y de ser afectado. “El lazo entre deseo y realidad es lo que posee fuerza revolucionaria, y no su huida hacia formas de la representación”. Hace falta eliminar con paciencia los micro-agujeros negros de la paranoia fascista, hace falta una sabiduría sensible dedicada a liberar las fuerzas vitales y afectivas de la jaula del Hombre.

Las citas están extraídas de:

Deleuze, Gilles. La isla desierta y otros textos: textos y entrevistas (1953-1974). Valencia: Pre-Textos, 2005.

Deleuze, Gilles y Félix Guattari. Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos, 2010.

El Anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Paidós, 1985.

Dosse, François. Gilles Deleuze y Félix Guattari: biografía cruzada. México: Fondo de Cultura Económica, 2009.

Lazzarato, Maurizio. Signos y máquinas: el capitalismo y la producción de subjetividad. Madrid: Enclave de Libros, 2020.

Pasolini, Pier Paolo. Escritos corsarios. Barcelona: Seix Barral, 2009.

Steyerl, Hito. Arte duty free. Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2018.

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Cuando las máscaras caen: EEUU, China y Rusia anulan el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui

 

Cuando las máscaras caen: EEUU, China y Rusia anulan el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui

 

 

Manuel Medina

Rebelion

04/11/2025 



Fuentes: Canarias semanal


¿Qué tipo de lecciones nos proporcionan Rusia y China con su posicionamiento en contra del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui en el Consejo de Seguridad de la ONU?

El pueblo saharaui lleva casi medio siglo esperando y luchando por poder decidir su futuro. Esta pasada semana, las grandes potencias hegemónicas de la ONU – EEUU, China y Rusia no solo les dieron la espalda a sus reivindicaciones históricas, sino que, además, le arrebataron la posibilidad de ejercer el derecho a la autodeterminación en el futuro. La monarquía marroquí logró el respaldo diplomático que necesitaba. ¿Qué poderosos intereses hicieron posible esta inesperada decisión? ¿Cobra ahora sentido el giro en la política exterior española de hace un par de años cuando Sánchez decidió apoyar el «Plan marroquí» ? Nuestro colaborador Manuel Medina nos lo explica en este artículo

Durante décadas, Marruecos ha venido cultivando una política exterior discreta, persistente y meticulosa, orientada a la construcción de una «legitimidad»  que justificara su proyecto de anexión del Sáhara Occidental.

El conflicto, que comenzó tras el abandono de España de su antigua colonia, en 1975, había quedado encallado en un callejón diplomático sin salida. Pero el Palacio Real de Rabat,  lejos de conformarse con el inmovilismo, apostó por una vía distinta: convencer a los grandes actores del tablero internacional de que su plan de “autonomía bajo soberanía marroquí” era la única opción viable.

«El respaldo al «Plan marroquí» dejó al desnudo lo que de verdad defienden las grandes potencias» 

 Para ello, la diplomacia marroquí fue entretejiendo acuerdos económicos, militares y estratégicos con actores aparentemente antagónicos, como Estados Unidos, Rusia, China e incluso Israel. En paralelo, Rabat invirtió fuertemente en el desarrollo del territorio ocupado: carreteras, puertos, energía solar y grandes inversiones extranjeras sirvieron para “normalizar” una ocupación que ya casi nadie parecía cuestionar.

Con China, Marruecos profundizó una relación que va mucho más allá de los vínculos comercialesPekín ha encontrado en Marruecos una puerta de entrada a África Occidental. A través de su iniciativa de la Franja y la Ruta, ha financiado infraestructuras clave en Casablanca, El Aaiún y Dajla. Además, Marruecos se convirtió en proveedor de fosfatos y metales raros fundamentales para la industria tecnológica china. A cambio, recibió inversiones, tecnología y respaldo en foros multilaterales.

Rusia, por su parte, ha visto en Marruecos un socio útil en el norte de África. Si bien no ha habido un pacto militar formal, sí han existido intercambios de entrenamiento, cooperación en seguridad y ventas de armamento ligero. La discreta relación entre Moscú y Rabat también le permitió a Putin ganar influencia en la región sin comprometerse abiertamente con Argelia, un tradicional y antiguo  aliado  de la hoy desaparecida Unión Soviética.

Trump, Putin y Xi ‘aplauden’ sin palabras el fin del derecho a la autodeterminación saharaui

El caso más llamativo es el de Israel. Tras los «Acuerdos de Abraham» y el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara  durante el primer mandato de Donald TrumpMarruecos e Israel reforzaron su cooperación en ámbitos como la ciberseguridad, la inteligencia, la industria militar y la tecnología de vigilancia. Esta alianza, con implicaciones profundas, ofreció a Rabat acceso a tecnología militar de última generación y la bendición de Washington.

Todo este tejido de alianzas tenía un objetivo común: construir una red de apoyos geopolíticos que garantizara el respaldo —o al menos la neutralidad— de las grandes potencias  capitalistas en litigio cuando llegara el momento de la verdad. Y ese momento llegó en la  última sesión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, celebrada la semana pasada.

UNA SESIÓN QUE CAMBIÓ LA HISTORIA: LA VOTACIÓN EN LA ONU

En efecto, este 31 de octubre de 2025 pasará a la historia como el día en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas legitimó de facto el plan de autonomía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. La resolución, redactada por Estados Unidos, fue aprobada con 11 votos a favor, con la abstención de Rusia, China y Mozambique, y la ausencia de Argelia, que decidió no participar en el siniestro contubernio como forma de protesta.

El texto renovaba por un año más el mandato de la MINURSO —la misión de la ONU en el territorio— pero introducía un giro político clave: establecía que las negociaciones futuras se basarían en la propuesta marroquí como único marco posible. En la práctica, esto significa descartar de forma definitiva lvía de la autodeterminación para el pueblo saharaui.

En el discurso con el que el rey Mohammed VI celebró el evento  no dejó lugar a dudas sobre la lectura oficial del reino alauí:

 “La comunidad internacional ha reconocido, por fin, el carácter legítimo, serio y realista de nuestro plan de autonomía”, afirmó.

En su mensaje, agradeció  también explícitamente a Estados UnidosEspaña y Reino Unido por su “compromiso con la paz y la estabilidad”.

 Para Argelia, esta operación ha representado una traición. Su cancillería calificó la resolución como “una grave violación del derecho internacional y de los principios de descolonización de las Naciones Unidas”.

 El Frente Polisario, por su parte, denunció que se trata de “la legalización de una ocupación militar mediante una coartada diplomática”.

 Mientras tanto, en la sede de la ONU, ni Rusia ni China pronunciaron discursos encendidos. Sus embajadores se limitaron a justificar sus abstenciones como “decisiones pragmáticas” destinadas a “no bloquear un proceso de paz en curso”. Pero el mensaje era claro: ni Moscú ni Pekín estaban dispuestos a usar su derecho a veto en el Consejo de Seguridad para proteger la autodeterminación del pueblo saharaui.

«Marruecos sella  su victoria en la ONU sin disparar una sola bala» 

DEL SÁHARA A LOS CONTRATOS: EL PRECIO DEL «GIRO COPERNICANO» ESPAÑOL

Cuando en marzo de 2022 Pedro Sánchez reconoció por carta el plan de autonomía marroquí como “la base más seria, creíble y realista” para resolver el conflicto del Sáhara Occidental, lo hizo haciendo trizas más de cuatro décadas de consenso diplomático en España. Hasta entonces, todos los gobiernos —sin importar su color político— habían mantenido una posición ambigua pero coherente: apoyar las resoluciones de la ONU, sin inclinarse por ninguna de las partes.

 La decisión generó estupor interno y escándalo internacional. Pero ahora, con la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU que legitima el plan marroquí como marco exclusivo de solución, el movimiento de Sánchez cobra un nuevo y clarificador sentido, que ayuda a que podamos descubrir lo que había detrás de aquella sorprendente decisión. Lejos de ser un posicionamiento aislado improvisado, todo indica que España actuó como pieza anticipada en una jugada más amplia y orquestada, diseñada para allanar el camino hacia el aval multilateral que Rabat perseguía desde hace años, y que ya contaba entonces con el sostén fundamental de Estados Unidos y de Francia. 

Tras el apoyo español, Marruecos consiguió también el aval de Alemania (agosto de 2022),  Dinamarca (septiembre de 2024), Reino Unido (1 de junio de 2025), Portugal (22 de julio de 2025) y  Bélgica (Octubre de 2025).

Sánchez, por tanto, no fue un verso suelto, sino un actor consciente de una estrategia más amplia. Su gesto sirvió como prueba piloto: si incluso la antigua potencia administradora daba por buena la propuesta de autonomía, el camino hacia la legalización internacional de la ocupación quedaba despejado.

España, a cambio, consolidó una mejora en sus relaciones bilaterales con Marruecos, aseguró la colaboración en materia migratoria y evitó crisis fronterizas en Ceuta, Melilla y Canarias. Pero el precio fue alto: la credibilidad internacional de España como supuesta defensora del derecho internacional y el principio de autodeterminación quedó gravemente erosionada.

INTERESES ECONÓMICOS EN LA SOMBRA: FOSFATOS, ENERGÍA Y NEGOCIOS EN EXPANSIÓN

 Más allá de la geopolítica, también hay razones económicas concretas que podrían haber influido en la decisión española. Los territorios ocupados del Sáhara Occidental contienen una de las mayores reservas de fosfatos del mundo, un recurso vital para la agricultura industrial, en el que España tiene intereses empresariales crecientes, especialmente a través de multinacionales que operan en colaboración con la OCP marroquí (la poderosa Oficina Cherifiana de Fosfatos).

 Además, las aguas del Sáhara Occidental están entre las más ricas en pesca del Atlántico, y desde hace años han sido objeto de acuerdos pesqueros entre la UE y Marruecos, que incluyen ilegalmente esas aguas. España, cuyo sector pesquero es uno de los más beneficiados por esos convenios, no ha protestado nunca por esta inclusión, a pesar de las reiteradas denuncias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

 Por otro lado, Rabat ha iniciado exploraciones para la extracción de hidrocarburos en aguas saharauis, con la participación de compañías extranjeras interesadas en el potencial energético de la región. No sería extraño que España, a través de consorcios energéticos o acuerdos a puerta cerrada, también aspirara a beneficiarse de estos  valiosos recursos.

En este contexto, el apoyo al plan marroquí puede haber sido una inversión política de futuro, un modo de garantizar una posición favorable en la nueva economía de los territorios ocupados, ahora que todo indica que el «plan de autonomía» se convertirá en la base legal para las futuras explotaciones económicas.

LA COMPLICIDAD RUSA Y CHINA: ¿ALIADOS O IMPERIOS EN SILENCIO?

Muchos analistas esperaban que Rusia y China frenaran, con su derecho de veto, esta resolución que consolida la posición marroquí sobre el Sáhara Occidental. No ocurrió asísino todo lo contrario. Ambos países se abstuvieron, lo que  en la práctica fue una forma  explicita de dar luz verde al plan impulsado por Estados Unidos sin, supuestamente, ensuciarse las manos. Es la estrategia clásica del “no bloqueo”, que ya han empleado antes cuando la decisión favorece sus intereses indirectamente o les evita enemistades innecesarias.

 Pero, ¿por qué no votaron en contra? Las razones – ajenas a cualquier consideración ética o legal sobre el derecho a la autodeterminación de los saharauis – son también económicas y geopolíticas

 China, por ejemplo, ha reforzado sus vínculos con Marruecos durante la última década en múltiples frentes. No solo importa grandes cantidades de fosfatos claves para su producción agrícola— sino que también ha invertido en infraestructuras como puertos, ferrocarriles y parques industriales, algunos situados en pleno territorio saharaui ocupado. El plan de autonomía marroquí  ofrece a Pekín, por tanto, una “normalización” de sus intereses económicos en la zona.

 Por su parte, Rusia, aunque mantiene históricas buenas relaciones con Argelia, ha decidido no jugar fuerte en esta partidaNecesita a Marruecos como actor estable en una región convulsa y paga así su postura neutral ante la guerra en Ucrania. A ello se suma el interés ruso por aumentar su influencia en África occidental, donde Marruecos puede actuar como puente y aliado. Así, Moscú elige una abstención “cómoda” que le permite quedar bien con todos… menos con los saharauis.

 Ambos países, además, están profundamente interesados en proyectar la imagen de potencias globales “constructivas” que no bloquean resoluciones multilaterales. Pero esta postura revela lo que ya muchos sospechan: ni China ni Rusia son garantes de los derechos de los pueblos, sino actores que responden, como todas las grandes potencias capitalistas, a sus propios cálculos mercantiles y geopolíticos.  

EL ANTECEDENTE LIBIO: CUANDO RUSIA Y CHINA  TAMBIÉN SE LAVARON LAS MANOS

 Este no es, en efecto, el primer caso en que Rusia y China dejan que se apruebe una resolución que conlleva consecuencias dramáticas para un país del Sur global. En 2011, ambos países se abstuvieron en la votación de la ONU que dio comienzo a la  intervención militar de la OTAN en Libia, bajo la excusa de proteger a la población civil.

El resultado fue el derrocamiento de Muamar el Gadafi, el colapso del Estado libio y el inicio de una guerra civil que, aún hoy, sigue desangrando a ese país. Entonces —como ahora— la abstención de Moscú y de Pekín permitió a las potencias occidentales intervenir en Libia contando con cobertura legal. Años más tarde, Rusia se quejaría de haber sido “engañada” por Washingtonpero lo cierto es que su abstención abrió la puerta a una operación que destruyó uno de los Estados más desarrollados de África

El paralelismo ahora con el Sáhara es evidente. Ambos casos muestran que, cuando se trata de defender el derecho internacional frente a los intereses imperiales, los discursos se diluyen y las abstenciones hablan más fuerte que cualquier tipo de manifiesto.

EL MUNDO REACCIONA: PERIODISMO, ACTIVISMO Y SILENCIO POLÍTICO

Las reacciones al nuevo giro del conflicto del Sáhara han sido disímiles. Algunos medios internacionales han tratado la noticia como un paso hacia la “estabilidad”, comprando plenamente el discurso de la monarquía alauita. Sin embargo, medios independientes, organizaciones de derechos humanos y movimientos prosaharauis han denunciado lo que consideran una traición al principio de autodeterminación y un aval implícito a una ocupación militar.

En países como EspañaArgeliaSudáfrica y varios de América Latina, periodistas y activistas han criticado duramente la resolución, señalando que «la ONU ha renunciado a su función como garante del derecho de los pueblos a decidir su futuro».

En redes sociales, las etiquetas como #SaharaLibre#NoALaAnexión o #ONUComplice se viralizaron en cuestión de horas, acompañadas por imágenes de jóvenes saharauis exiliados y veteranos del Polisario en los campamentos de Tinduf.

UNA LECCIÓN PARA LA IZQUIERDA GLOBAL: ¿HAY, POR FIN,  UN IMPERIO BUENO?

Este episodio deja una lección amarga – que quizá aún sean incapaces de aprender – a los sectores de la izquierda confusa y difusa que han depositado esperanzas en los BRICS como alternativa geopolítica al dominio occidental. La posición de Rusia y China muestra que estos países, más allá de su hueca retórica antiimperialista, también actúan como potencias interesadascapaces de sacrificar cualquier principio por sus propios beneficios económicos y estratégicos.

La idea de que los BRICS, encabezados por Rusia y China, podían ser el contrapeso moral y político al orden mundial hegemonizado por EE.UU. y sus aliados, no ha tardado en desmoronarse con esta decisión política -y otras, como el aval ruso al gobierno yihadista impuesto al pueblo sirio-.  ¿Cómo defender la legitimidad de un bloque que se abstiene frente a una resolución que legaliza una ocupación militar?

La última votación en el Consejo de Seguridad de la ONU ha dejado al descubierto el límite de ese endeble y engañoso relato que pretende hacernos creer que el papel que no desempeñen las resistencias antiimperialistas populares podría ser reemplazado por el accionar de determinadas potencias capitalistas, por el mero hecho de que estas sean competidoras del imperialismo estadounidense.  

Ni Rusia ni China han mostrado voluntad de defender el derecho del pueblo saharaui a decidir su destino. Al contrario, han demostrado que cuando sus intereses están en juego son capaces de dejar caer cualquier causa justa sin inmutarse.

De esta forma, Marruecos ha logrado lo que parecía imposible: imponer su visión sobre el futuro del Sáhara Occidental con la complicidad de las grandes potencias capitalistas que con toda ferocidad están tratando  de repartirse  el planeta. Y no solamente, como ha quedado trágicamente en evidencia, de los Estados Unidos, Francia, España o Inglaterra. La diplomacia del dinerolos contratos energéticos, la geoestrategia y la pasividad internacional han conseguido lo que las armas no habían logrado .

Para el pueblo saharaui, empieza ahora una nueva fase, aún más cuesta arriba, en la que su lucha por la autodeterminación se ve más aislada que nunca. Y a quienes aún creen en la multipolaridad como sinónimo de justicia, esta historia les obliga a realizar una reflexión profundano hay imperios buenos cuando se trata de defender los derechos de los pueblos.

FUENTES CONSULTADAS:

Frente Polisario – Representación en Europa y ONU
(Pronunciamientos recientes sobre el giro diplomático y posicionamientos oficiales).

Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).
(Fallos contra los acuerdos comerciales entre la UE y Marruecos que incluyen recursos saharauis).

Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR)
(Informes sobre la situación humanitaria en el Sáhara ocupado).

Noticias sobre los Acuerdos de Abraham y relaciones Marruecos-Israel
– Al Jazeera, Middle East Monitor, Le Monde Diplomatique
(Información sobre cooperación militar, ciberseguridad e inteligencia).

Estudios sobre la relación China-Marruecos
– Africa Center for Strategic Studies, China Global Investment Tracker
(Desarrollo de infraestructuras, inversiones en energía y minería).

Análisis sobre Rusia y Marruecos
– Carnegie Moscow Center, The Diplomat
(Cooperación en seguridad, armas y presencia geopolítica en África.
 

Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa materia

Fuente: https://canarias-semanal.org/art/38382/cuando-las-mascaras-caen-eeuu-china-y-rusia-anulan-el-derecho-a-la-autodeterminacion-del-pueblo-saharaui

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