martes, 4 de noviembre de 2025
Fascismo, deseo y revolución
En 2025 se cumplieron
cien años del nacimiento de Deleuze, quien fallecería un 4 de noviembre. La
publicación de El Anti-Edipo impactó de pleno en el pensamiento de izquierda,
siendo quizás el primer pilar sobre el que se desarrollaría lo posmoderno.
TOPOEXPRESS
Fascismo, deseo y revolución
El Viejo Topo
4 noviembre,
2025
En el centenario de Gilles Deleuze
1
Deleuze entona
el grito de Reich: “No, las masas no han sido engañadas, las masas desearon el
fascismo”. Wilheim Reich no esperó, como Adorno y algún otro, a comprobar si
era para tanto o convencidos, o esperanzados, de que aquello duraría poco. Al
fin y al cabo, para quienes auparon a Hitler a la cancillería, se trataba de un
arreglo temporal. En marzo del 33, apenas dos meses después de aquello, el
discípulo que le salió marxista a Freud recoge sus bártulos y se larga dejando una
nota: el fascismo no ha engañado a nadie.
Al año
siguiente, durante el Congreso del partido nazi, Leni Riefenstahl documenta
el hechizo, convierte a Nuremberg en un gran plató, controla la
iluminación, los escenarios, los planos, luego el montaje. Pero en El
triunfo de la voluntad no aparecen figurantes: las masas adoraban a
Hitler. ¿Cómo pueden las masas desear su propia opresión? Reich recupera lo que
ya La Boétie y Spinoza se preguntaron mucho antes del psicoanálisis, mucho
antes del materialismo histórico.
El Anti-Edipo se afana en indagar el motivo por el que un
individuo o un grupo desea su propia opresión. Para Deleuze, Reich acierta al
romper con la “falsa conciencia”, conectando el deseo con las formaciones de
poder. Aún hoy el alma bella se pregunta incómoda cómo es
posible que las masas adoren a Trump, a Milei y sus respuestas son idénticas a
la que Reich desmontó: es ignorancia, es falta de cultura, es demencia. Incluso
hay a quien le basta con llamar gilipollas al obrero de derechas. No, dice
Reich, el fascismo alemán triunfó porque resonó con deseos reprimidos
de orden, autoridad y pureza. Pero Deleuze no se queda en señalar el acierto,
sino que desborda los límites de las notas de Reich, y con ello los del propio
psicoanálisis: El freudomarxista alemán permanece anclado en
la visión individualista de la libido.
Anclaje (Verankerung)
es la voz que Reich usa para describir cómo la represión sexual, instigada por
la familia burguesa y su carácter autoritario, fija la sumisión en la psique y
genera sujetos que transfieren su obediencia al estado fascista. Una energía
libidinal reprimida que proyecta la angustia y señala la amenaza -marxista,
judía- entonces, o musulmana, negra, feminista, homosexual, transgénero o lo
que vaya valiendo-.
En Psicología
de masas del fascismo, Reich plantea la conexión entre el deseo y el poder,
pero sólo en el plano de los grandes conjuntos -el Estado, la Familia, la
Clase-, soslayando los pequeños agujeros negros que atrapan el deseo. Para
Deleuze la producción deseante está “antes de toda actualización en la división
familiar de los sexos y de las personas, y antes de la división social del
trabajo”, así como “invade las diversas formas de producción de goce y las
estructuras para reprimirlas”.
Reich continua
así en la estela representacional y privatizadora del deseo del psicoanálisis,
sigue concibiendo al inconsciente como teatro y al deseo como carencia. Pero el
inconsciente no es un teatro en el que comparezcan las fantasías y los
conflictos familiares, ni el deseo un vacío a rellenar por la necesidad, sino
que el inconsciente es un fábrica y el deseo es productor de realidad.
Junto a su
crítica al familiarismo edípico del psicoanálisis, Deleuze señala la virtud de
Freud en mostrar la esencia abstracta del deseo -como Marx mostró la de la riqueza-,
desvinculándolo de todo objeto particular. No son las cualidades propias las
que hacen deseable el objeto -ni las que le conceden su valor-, sino la carga,
la inversión de deseo en el objeto, o en formaciones de poder: deseo de
revolución, de servidumbre o de fascismo-. El Anti-Edipo denuncia
la “concepción idealista del deseo” como carencia y muestra como aquel no
procede de las necesidades, sino que son las necesidades las que derivan del
deseo. La carencia o la falta alimenta el “miedo abyecto a carecer” que
desembaraza a la vida del deseo y su potencia productiva. Deleuze -con Marx-,
nos recuerda que “el deseo siempre se mantiene cerca de las condiciones de
existencia objetiva” y, frente al marxismo “ortodoxo”, plantea una única
producción, la producción social de la existencia, terminando así con la
jerarquía estereotipada que mantiene “una infraestructura opaca frente a
superestructuras sociales e ideológicas”. La operación consiste en
“introducir el deseo en el mecanismo, introducir la producción en el deseo”
para que la teoría de cuenta de lo real. En efecto, la crítica deleuzeana
no se detiene en el psicoanálisis, sino que afecta gravemente a la gran
codificación marxista-leninista, incapaz ésta de hacerse cargo de los fenómenos
del deseo al alojarlo en la superestructura y ser tratado como “ideología”.
No hay
ideología, sólo hay organizaciones de poder que complican (con-plicare:
pliegan juntos) al deseo y la estructura económica. Deleuze distinguirá el
plano de los grandes conjuntos molares, de la dimensión molecular donde
funciona, de forma previa a toda individuación o subjetivación, el inconsciente
material y productivo. El orden molar, en el que Reich trabaja su crítica del
fascismo, es el propio de la representación y los significantes, las
interpretaciones y los discursos, el orden de las grandes máquinas sociales e
institucionales donde se produce sentido.
Lo molar y lo
molecular no se oponen sino que coexisten inseparablemente atravesando a toda
sociedad y todo individuo. Toda política es macropolítica, pero a la par es
también micropolítica: “un mundo de micropreceptos inconscientes, de afectos
inconscientes, una micropolítica de la percepción, del afecto, de la
conversación”, interacciones microscópicas que escapan a toda estructura: micromachismos,
microfascismos, micropolíticas del deseo, microformaciones de poder,
micro-Edipos.
El deseo no es
esencialmente revolucionario o fascista, sino que produce realidad
en función de su circulación, inversión y conexión en un agenciamiento, pasando
siempre por “niveles moleculares, microformaciones que ya moldean las posturas,
las actitudes, las percepciones, las anticipaciones, las semióticas…”.
Las masas
desearon el fascismo, las “masas” como ejemplo deleuzeano de lo molecular y de
su diferencia y complicación con lo molar -aquí, las clases-: “las clases están
talladas en las masas, las cristalizan, y las masas no cesan de fluir, de
escaparse de las clases”.
Asimismo, esta
tensión entre lo molar y lo molecular, inefable para la tosca dialéctica del
marxismo “ortodoxo”, sirve a Deleuze para distinguir al Estado totalitario del
fascismo. El fascismo es antes un cuerpo canceroso que un organismo totalitario
y su peligrosidad resulta de su potencia micropolítica o molecular como
“movimiento de masa”. El Estado autoritario funciona en el orden molar
deteniendo o ajustando el movimiento molecular, como un “modo especial de
totalización y centralización” mientras que “el fascismo es inseparable de
núcleos moleculares que pululan y saltan de un punto a otro, en interacción,
antes de resonar todos juntos en el Estado nacionalsocialista”. Deleuze cita a
Daniel Guerin, el anarquista queer francés que afirmó que si Hitler conquistó
el Estado Mayor alemán, fue porque disponía previamente de micro-organizaciones
que le proporcionaban “un medio incomparable, irreemplazable, para penetrar a
todas las células de la sociedad”.
Para el
fascismo no se trata, al contrario del totalitarismo, de controlar los efectos
molares del devenir molecular, sino de colonizarlo micro-políticamente. Su
funcionamiento se asemeja más a un hongo que a un virus, pues antes que
aparecer infectando células sanas, incapaz de reproducirse por sí mismo, el
fascismo produce esporas que se dispersan por el ambiente y germinan en la
materia en descomposición. Los miedos cotidianos muestran la podredumbre
molecular haciendo proliferar microagujeros negros como atractores de las
contrafugas paranoicas que animan “todas las catexis conformistas,
reaccionarias, fascistas”. Antes de “resonar” en el Estado, el fascismo es una
ingeniería del deseo que alimenta las pasiones tristes.
Lo molecular se
pliega incesantemente sobre lo molar: para lograr la “gran seguridad molar
organizada”, nada más conveniente que la implantación de “toda una inseguridad
molecular permanente”, un virtuosismo propiamente capitalista. Las
inseguridades pululan en la trama de la precariedad laboral y vital, en la
quiebra identitaria del Hombre-blanco-occidental-heterosexual y en el derrumbe
de las aspiraciones pequeñoburguesas de capas medias en pleno proceso de
desterritorialización. El miedo a que te ocupen la casa, el miedo a perder el
trabajo, el miedo a no encontrarlo, el miedo del macho ante las identidades
difusas, el miedo a la flacidez del gran falo del orden y la justicia. El miedo
a los bárbaros, la fórmula favorita de los Ministerios de Interior.
2
En uno de los
ensayos de Arte Duty Free, la filósofa y artista visual alemana
Hito Steyerl nos pide que “hablemos de fascismo”. Steyerl se refería a los
ataques de Oslo y Utoya, en los que el perpetrador logró aparecer más cerca de
la demencia que del terror. Anders Breivik se presentó en Youtube como cazador
de marxistas empuñando un fusil, en un video sólo retirado al día
siguiente de los ataques, pero eso no parecía convertirle en un fascista.
Además, sólo se declaraba “conservador y cristiano” en su perfil de Facebook,
con unos planteamientos homologables a los que por entonces entonaba el Tea
Party, y se declaraba admirador de Geert Wilders, el líder fascista neerlandés
del Partido de la Libertad. Dijeron que Breivik “estaba loco”, de nacionalismo
supremacista, pero loco al fin y al cabo. También ahora el alma bella dice
que Trump es un demente o un payaso, como Bukele o Milei, como Orban o Salvini,
como Netanyahu o Abascal, dementes ellos y gilipollas quienes les votan. Y sin
embargo, hay algo que le reconcome, que parece escaparse: un abismo cercano y
terrible al cual el alma bella no está dispuesta a asomarse.
Hablemos de
fascismo, dice Steyerl, pero no se trata sólo de que éste ocupe la
conversación; de hecho se habla mucho de fascismo: qué es, quién es el
fascista, explorando analogías o diferencias con el fascismo histórico y molar.
Se trata mejor de una llamada a afrontarlo tal como aparece sin caer, como
denunció Reich, en interpretaciones consoladoras. “Sí, lo digo en serio”, dice
Steyerl, “no de la psicología del mal en cuanto tal. No sobre la locura o la
fatalidad repentina e impredecible. Están tratando de evitar el tema. El tema
es el fascismo”.
Cuando se dice
que el fascismo fue derrotado y que sobre esa derrota se erigió la civilidad
democrática conquistada al capitalismo tardío, su regreso es presentado como el
fantasma que hay que conjurar a toda costa. La alarma antifascista podría no
ser más que eso, un conjuro: “¡No pasarán!”. Y esto puede tener su utilidad
para una reagrupación defensiva a nivel molar, pero sigue obviando las
metamorfosis de la agencia del deseo y sigue evitando asomarse al abismo
molecular que las nuevas formas de subjetivación abren en nuestro interior.
“Es muy fácil ser antifascista a nivel molar -se dice en Mil
Mesetas– sin ver el fascista que uno mismo es, que uno mismo cultiva y
alimenta, mima con moléculas personales y colectivas”.
Claro que
asomarse a tal abismo no está exento de riesgos, como bien supo Pasolini en
carne propia. Rojo y maricón, para unos, traidor y loco para otros, el poeta y
cineasta italiano supo atisbar las metamorfosis moleculares que alimentaban una
“segunda revolución capitalista”, un “neocapitalismo” que sigue produciendo
nuevas mercancías, pero asentándose ahora sobre la producción de subjetividad,
un modo de producción basado en la captura y encierro de las fuerzas vitales
por el poder corruptor del consumo.
La sensibilidad
molecular de Pasolini le permitió descubrir la emergencia de un fascismo
alejado de los uniformes y la retórica, que se oculta bajo las prácticas cotidianas
de la sociedad de consumo, que arrasa con la cultura obrera y campesina, que
homologa al ser humano a través de la televisión y el lenguaje de la
publicidad. Pasolini anuncia, hace medio siglo, un nuevo fascismo
“americanamente pragmático” cuyo fin es “la reorganización brutalmente
totalitaria del mundo”[1].
“Se está
instalando un neofascismo en comparación con el cual el antiguo quedará
reducido a una forma folklórica”, señala Deleuze poco después, insistiendo en
su modo molecular de proliferación, una “organización coordinada de todos los
pequeños miedos, las pequeñas angustias que hacen de nosotros unos
microfascistas encargados de sofocar el menor gesto, la menor cosa o la menor
palabra discordante en nuestras calles, en nuestros barrios”.
Por su parte,
Hito Steyerl apunta a una grieta en los modos en los que percibimos, que
estaría inscrita en lo más profundo del tejido del fascismo contemporáneo. El
fascismo busca “deshacerse de la representación completamente”, algo servido en
bandeja por la actual crisis simultanea de la representación política y de la
representación cultural: abandono de la política como medio de
organización de lo público -con la Unión Europea como instigadora, cómplice y
ejecutora-, y sobreabundancia de imágenes ajenas al problema de la
mímesis, haciendo y deshaciendo ellas mismas la realidad.
Efectivamente,
el nivel molecular funciona con semióticas asignificantes que, como nos recuerda
Lazzarato “no hacen discursos ni inventan historias”, conectan directamente con
la máquina, sin que medie la representación del sujeto, produciendo
operaciones, suscitando acciones. Los signos asignificantes actúan sobre las
cosas y producen un sentido sin significado, un sentido operativo para una
diagramática algorítmica.
A tenor de la
capacidad anticipatoria mostrada por Deleuze en su Post-scriptum sobre
las sociedades de control, no le sorprendería demasiado saber hasta qué
punto el capitalismo ha explotado la condición del deseo, no como energía
pulsional indiferenciada, sino como resultado de un montaje elaborado, de un “engineering de
altas interacciones”. El sentido operativo de las semióticas asignificantes
pasa hoy por la extracción máxima de plusvalía maquínica, mucho más allá de la
fría plusvalía basada en el trabajo asalariado. Los flujos de deseo son
encauzados algorítmicamente, diagramas de flujo que no juzgan nada, mera
tecnología de producción de carencia. Instagram te dice lo que deseas y de lo
que careces. Dividuos, fraccionados en mil datos comportamentales, rotos en mil
afectos, hace tiempo que al capital le sobra cualquier deliberación “racional”
por nuestra parte. Si Foucault planteaba la destrucción infinitesimal del
cuerpo en los espectáculos punitivos de las sociedades de soberanía, hoy se
hace espectáculo de la destrucción infinitesimal del alma.
La servidumbre
maquínica como modo de funcionamiento molecular de la máquina capitalista es
así funcional a la proliferación cancerosa del fascismo. Molecularmente, nada
es explicable con la razón, ni siquiera con la razón “instrumental”. El
fascismo es un modo determinado de agenciamiento del deseo, asentado sobre las
pasiones tristes, aterrado y paranoico.
Pero la
tecnología del deseo alcanza, ya no sólo a su codificación como carencia, no
sólo al encauzamiento algorítmico de sus flujos moleculares, sino también a la
posibilidad de su anulación: tecnología de la in-sensibilidad, de la catatonia
generalizada, que no acciona tanto las pasiones tristes como que elimina todo
poder querer. La seguridad social ya no sólo se basa en una
micropolítica de la inseguridad, sino también de la insensibilidad.
Benzodiazepinas para todes.
3
“Como tantos
otros, nosotros anunciamos el desarrollo de un fascismo generalizado. Aún no ha
hecho más que empezar”, dice Guattari en una entrevista junto a Deleuze poco
después de que en la primavera de 1972 El anti-Edipo cayera
como un “aerolito en el continente del saber y del mundo político”. Pero lejos
de todo fatalismo, de todo nihilismo pasivo ante la quiebra de sentido de las
esperanzas revolucionarias, este libro-arte-facto venía a sugerir el modo en
que las fuerzas del deseo podrían fugarse de su encierro, esquivar los agujeros
negros, ser nómadas. Guattari lo añade de inmediato: “o bien se construye una
máquina revolucionaria capaz de hacerse cargo del deseo y de los fenómenos del
deseo, o bien el deseo seguirá siendo manipulado por las fuerzas de opresión y
represión y terminará amenazando, incluso desde el interior, a las propias
máquinas revolucionarias.”
Desde entonces,
las fuerzas de opresión han afinado, ciencia y técnica por medio, la
manipulación del deseo, mientras “las máquinas revolucionarias” parecen haberse
consumido en su incapacidad para hacerse cargo del mismo. Mientras volvían, les
hemos guardado al fascismo sus armas; no sólo eso, las hemos pulido y les hemos
explicado las mejoras, antes de entregárselas. Nos quedamos con lo que de útil
resulta al capital la manipulación del deseo, y aun más, nos quedamos
encerrados en un campo de juego delimitado por líneas trazadas con la ceniza de
nuestros cuerpos. Desde entonces, la pasión resulta peligrosa, y el deseo no
sólo vale, sino que se vuelve imprescindible. La tecnología política del cuerpo
a la que aludía Foucault en Vigilar y castigar pasa hoy por
una tecnología del deseo, inmediatamente política, que nos rompe el alma en mil
pedazos.
De los tres
adversarios señalados por Foucault que El anti-Edipo combate,
el fascismo es el “estratégico”. Y no solamente el fascismo histórico, el
que supo movilizar el deseo de las masas, el que estetizó -hasta hoy- la
política, sino también “el fascismo que reside en cada uno de nosotros, que
invade nuestros espíritus y nuestras conductas cotidianas, el fascismo que nos
hace amar el poder, y desear a quienes nos dominan y explotan”.
Los otros dos
enemigos de El anti-Edipo quedan ligados al anti-fascismo
molecular en forma de “compromiso táctico”; por una parte, “los burócratas de
la revolución”, por otra “los lamentables técnicos del deseo”. Tras el reflujo
de la explosiva ola deseante del ‘68, éstos últimos pasaron a ocupar,
literalmente, los departamentos de marketing de la empresa, adoptando un
enfoque científico que superaba con creces el propio del psicoanálisis o la
semiología: la sociología, la psicología, la cibernética, la bioquímica o la
neurología puestas al servicio de la obtención de la plusvalía maquínica, naturalizando
“la ley binaria de la estructura y la falta”.
Por su parte,
los burócratas de la revolución -“los ascetas políticos, los militantes
tristes, los terroristas de la teoría, los funcionarios de la Verdad”-
obtuvieron refugio en las cúpulas de las “máquinas revolucionarias” a la espera
de tiempos mejores, atenazados por una concepción teleológica del proceso
histórico, expectantes ante el pendulazo que tarde o temprano terminaría
produciéndose. Hoy, “las máquinas revolucionarias” no sólo no constituyen
ninguna amenaza: en vez de generar problemas su papel ha quedado reducido a
plantear “mejores” soluciones, adoptando técnicas de agenciamiento del deseo,
ahora “marketing político” -expresión que haría las delicias de Leni
Riefenstahl-, y achacando a problemas-de-comunicación el que la revolución no
prolifere. Mientras tanto, conviene cantar las alabanzas de la táctica y la
estrategia en las preceptivas ceremonias de salvación y autoengaño. Se ama el
poder mucho antes que a la revolución.
“¿Cómo hacer para
no volverse fascista incluso cuando (sobre todo cuando) uno cree ser un
militante revolucionario?” la pregunta foucaultiana ante el Anti-Edipo,
convierte a éste en sus respuestas en una ética, una “guía para la vida
cotidiana”: despojar la acción política de toda forma de paranoia
unitaria y totalizante, no enamorarse del poder o “No imagine que es necesario
ser triste para ser militante, incluso si la cosa que se combate es
abominable”. En efecto, en el frontispicio del petrificado catecismo marxista-leninista
figura no sólo la opacidad de la infraestructura, sino su seriedad de fría
ciencia económica junto a la superestructura como cobijo de la ilusión óptica
de la ideología y de los fenómenos del deseo. La genial parodia de Lubitsch
en Ninotchka, sigue teniendo algo de verdad en la seriedad de Greta
Garbo, en su anti-patía, en su incapacidad para hacerse cargo del deseo, en su
gesto burocrático.
Deleuze
vivifica viejas categorías y las rescata de su recaída en las “ciencias humanas”;
tal es el caso del proletariado, que deja de ser una categoría zombificada de
la economía política, para ser vivificada con la filosofía y constituirse en
modelo de un devenir minoritario, en el que las definiciones no están basadas
en esencias, sino en ritmos y en fuerzas, en maneras de ocupación del
espacio-tiempo: “El proletariado no ocupaba el espacio-tiempo como la
burguesía”.
Tal es la
denuncia de Pasolini, la aculturación y la homologación de las capas populares
en el tiempo del consumo, un tiempo estéril sin la gracia campesina, un espacio
yermo. Por eso tildaba de superficial el antifascismo que se limita a combatir
símbolos del pasado, mientras ignoraba, e ignora, la instalación de una
servidumbre molecular, cotidiana y maquínica, en la consumación del sueño interclasista.
El antifascismo
“militante” se equivoca al combatir a su enemigo en el orden molar, en el orden
de las razones y los argumentos, en el orden del significante. Por ello tiende
a tildar de loco o enajenado al fascista, señalando la irracionalidad de sus
discursos y prácticas desde no se sabe muy bien qué noción de razón, a no ser
que sea aquella que ha acompañado a la máquina capitalista “civilizada”. Se
equivocan quienes explican el fascismo con la locura o la ignorancia, y mucho
más quienes pretenden extirparlo practicando un exorcismo a las capas populares
con el agua bendita de los discursos bienintencionados. Porque la locura y la
irracionalidad son las marcas de la máquina capitalista, una máquina que
funciona estropeándose, añadiendo nuevos axiomas tras cada avería, llamando a
cada crisis oportunidad y provocando que tras cada explosión del deseo, vuelva
Edipo a poner orden en el pueblo ingobernable.
Hace falta una
semiótica antes que una semiología; una etología antes que una antropología; un
diagrama antes que un programa. Se trata de construir vacuolas de resistencia
en agenciamientos creadores, de encauzar las fuerzas del deseo en los
encuentros alegres, aquellos que con Spinoza aumentan nuestra potencia de
actuar, de afectar y de ser afectado. “El lazo entre deseo y realidad es lo que
posee fuerza revolucionaria, y no su huida hacia formas de la representación”.
Hace falta eliminar con paciencia los micro-agujeros negros de la paranoia
fascista, hace falta una sabiduría sensible dedicada a liberar las fuerzas
vitales y afectivas de la jaula del Hombre.
Las citas están extraídas de:
Deleuze,
Gilles. La isla desierta y otros textos: textos y entrevistas
(1953-1974). Valencia: Pre-Textos, 2005.
Deleuze, Gilles
y Félix Guattari. Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia:
Pre-Textos, 2010.
El Anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Paidós, 1985.
Dosse,
François. Gilles Deleuze y Félix Guattari: biografía cruzada. México:
Fondo de Cultura Económica, 2009.
Lazzarato,
Maurizio. Signos y máquinas: el capitalismo y la producción de
subjetividad. Madrid: Enclave de Libros, 2020.
Pasolini, Pier
Paolo. Escritos corsarios. Barcelona: Seix Barral, 2009.
Steyerl,
Hito. Arte duty free. Buenos Aires: Caja Negra Editora, 2018.
Cuando las máscaras caen: EEUU, China y Rusia anulan el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui
Cuando las máscaras caen: EEUU, China y Rusia anulan el derecho a la
autodeterminación del pueblo saharaui
Rebelion
04/11/2025
Fuentes: Canarias semanal
¿Qué tipo de lecciones nos proporcionan Rusia y China con su
posicionamiento en contra del derecho a la autodeterminación del pueblo
saharaui en el Consejo de Seguridad de la ONU?
El pueblo
saharaui lleva casi medio siglo esperando y luchando por poder decidir su
futuro. Esta pasada semana, las grandes potencias hegemónicas de la ONU – EEUU,
China y Rusia no solo les dieron la espalda a sus reivindicaciones históricas,
sino que, además, le arrebataron la posibilidad de ejercer el derecho a la
autodeterminación en el futuro. La monarquía marroquí logró el respaldo
diplomático que necesitaba. ¿Qué poderosos intereses hicieron posible esta
inesperada decisión? ¿Cobra ahora sentido el giro en la política exterior
española de hace un par de años cuando Sánchez decidió apoyar el «Plan
marroquí» ? Nuestro colaborador Manuel Medina nos lo explica en este artículo
Durante
décadas, Marruecos ha venido cultivando una política exterior discreta,
persistente y meticulosa, orientada a la construcción de una «legitimidad»
que justificara su proyecto de anexión del Sáhara Occidental.
El conflicto,
que comenzó tras el abandono de España de su antigua colonia, en
1975, había quedado encallado en un callejón diplomático sin salida. Pero el Palacio
Real de Rabat, lejos de conformarse con el inmovilismo, apostó por
una vía distinta: convencer a los grandes actores del tablero
internacional de que su plan de “autonomía bajo soberanía
marroquí” era la única opción viable.
«El respaldo al «Plan marroquí» dejó al desnudo lo que de verdad defienden
las grandes potencias»
Para
ello, la diplomacia marroquí fue entretejiendo acuerdos económicos,
militares y estratégicos con actores aparentemente antagónicos, como Estados
Unidos, Rusia, China e incluso Israel. En
paralelo, Rabat invirtió fuertemente en el desarrollo del
territorio ocupado: carreteras, puertos, energía solar y grandes
inversiones extranjeras sirvieron para “normalizar” una
ocupación que ya casi nadie parecía cuestionar.
Con China, Marruecos profundizó
una relación que va mucho más allá de los vínculos comerciales. Pekín ha
encontrado en Marruecos una puerta de entrada a África
Occidental. A través de su iniciativa de la Franja y la Ruta,
ha financiado infraestructuras clave en Casablanca, El Aaiún y Dajla. Además, Marruecos
se convirtió en proveedor de fosfatos y metales raros fundamentales para la
industria tecnológica china. A cambio, recibió inversiones,
tecnología y respaldo en foros multilaterales.
Rusia, por su parte, ha visto en Marruecos un socio
útil en el norte de África. Si bien no ha habido un pacto
militar formal, sí han existido intercambios de entrenamiento,
cooperación en seguridad y ventas de armamento ligero. La discreta
relación entre Moscú y Rabat también le permitió a
Putin ganar influencia en la región sin comprometerse abiertamente con Argelia, un
tradicional y antiguo aliado de la hoy desaparecida Unión
Soviética.
Trump, Putin y Xi ‘aplauden’ sin palabras el fin del derecho a la
autodeterminación saharaui
El caso más
llamativo es el de Israel. Tras los «Acuerdos de
Abraham» y el reconocimiento estadounidense de la soberanía
marroquí sobre el Sáhara durante el primer mandato
de Donald Trump, Marruecos e Israel reforzaron su
cooperación en ámbitos como la ciberseguridad, la inteligencia, la
industria militar y la tecnología de vigilancia. Esta alianza, con
implicaciones profundas, ofreció a Rabat acceso a tecnología militar de
última generación y la bendición de Washington.
Todo este tejido
de alianzas tenía un objetivo común: construir una
red de apoyos geopolíticos que garantizara el respaldo —o al menos la neutralidad—
de las grandes potencias capitalistas en litigio cuando llegara el
momento de la verdad. Y ese momento llegó en la última sesión del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas, celebrada la semana pasada.
UNA SESIÓN QUE CAMBIÓ LA HISTORIA: LA VOTACIÓN EN LA ONU
En efecto, este 31 de
octubre de 2025 pasará a la historia como el día en que el Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas legitimó de facto el
plan de autonomía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental. La
resolución, redactada por Estados Unidos, fue aprobada con 11
votos a favor, con la abstención de Rusia, China y Mozambique,
y la ausencia de Argelia, que decidió no participar en el siniestro
contubernio como forma de protesta.
El texto
renovaba por un año más el mandato de la MINURSO —la misión de
la ONU en el territorio— pero introducía un giro
político clave: establecía que las negociaciones futuras se
basarían en la propuesta marroquí como único marco posible. En
la práctica, esto significa descartar de forma definitiva la vía
de la autodeterminación para el pueblo saharaui.
En el discurso
con el que el rey Mohammed VI celebró el evento no dejó
lugar a dudas sobre la lectura oficial del reino alauí:
“La comunidad internacional ha reconocido, por fin, el carácter
legítimo, serio y realista de nuestro plan de autonomía”, afirmó.
En su mensaje,
agradeció también explícitamente a Estados Unidos, España y Reino
Unido por su “compromiso con la paz y la estabilidad”.
Para Argelia,
esta operación ha representado una traición. Su
cancillería calificó la resolución como “una grave violación del
derecho internacional y de los principios de descolonización de las Naciones
Unidas”.
El Frente
Polisario, por su parte, denunció que se trata de “la legalización
de una ocupación militar mediante una coartada diplomática”.
Mientras
tanto, en la sede de la ONU, ni Rusia ni China pronunciaron
discursos encendidos. Sus embajadores se limitaron a justificar sus abstenciones como “decisiones
pragmáticas” destinadas a “no bloquear un proceso de paz
en curso”. Pero el mensaje era claro: ni Moscú ni Pekín
estaban dispuestos a usar su derecho a veto en el Consejo de Seguridad para
proteger la autodeterminación del pueblo saharaui.
«Marruecos sella su victoria en la ONU sin disparar una sola
bala»
DEL SÁHARA A LOS CONTRATOS: EL PRECIO DEL «GIRO COPERNICANO» ESPAÑOL
Cuando en marzo
de 2022 Pedro Sánchez reconoció por carta el plan
de autonomía marroquí como “la base más seria, creíble
y realista” para resolver el conflicto del Sáhara
Occidental, lo hizo haciendo trizas más de cuatro décadas de consenso
diplomático en España. Hasta entonces, todos los gobiernos —sin
importar su color político— habían mantenido una posición ambigua pero
coherente: apoyar las resoluciones de la ONU, sin inclinarse
por ninguna de las partes.
La
decisión generó estupor interno y escándalo internacional. Pero
ahora, con la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU que
legitima el plan marroquí como marco exclusivo de solución, el
movimiento de Sánchez cobra un nuevo y clarificador
sentido, que ayuda a que podamos descubrir lo que había detrás de aquella
sorprendente decisión. Lejos de ser un posicionamiento aislado o improvisado, todo
indica que España actuó como pieza anticipada en una
jugada más amplia y orquestada, diseñada para allanar el camino hacia
el aval multilateral que Rabat perseguía desde hace años, y
que ya contaba entonces con el sostén fundamental de Estados Unidos y
de Francia.
Tras el apoyo
español, Marruecos consiguió también el aval de Alemania
(agosto de 2022), Dinamarca (septiembre de 2024), Reino Unido
(1 de junio de 2025), Portugal (22 de julio de 2025) y Bélgica (Octubre
de 2025).
Sánchez, por tanto, no fue un verso suelto, sino un actor consciente de una
estrategia más amplia. Su gesto sirvió como prueba piloto: si
incluso la antigua potencia administradora daba por buena la
propuesta de autonomía, el camino hacia la legalización internacional
de la ocupación quedaba despejado.
España, a cambio, consolidó una mejora en sus relaciones
bilaterales con Marruecos, aseguró la colaboración en materia
migratoria y evitó crisis fronterizas en Ceuta, Melilla y Canarias.
Pero el precio fue alto: la credibilidad internacional de España como supuesta
defensora del derecho internacional y el principio de autodeterminación quedó
gravemente erosionada.
INTERESES ECONÓMICOS EN LA SOMBRA: FOSFATOS, ENERGÍA Y NEGOCIOS EN
EXPANSIÓN
Más allá
de la geopolítica, también hay razones económicas concretas que
podrían haber influido en la decisión española. Los territorios ocupados
del Sáhara Occidental contienen una de las mayores
reservas de fosfatos del mundo, un recurso vital para la agricultura
industrial, en el que España tiene intereses empresariales
crecientes, especialmente a través de multinacionales que operan en
colaboración con la OCP marroquí (la poderosa Oficina
Cherifiana de Fosfatos).
Además, las
aguas del Sáhara Occidental están entre las más ricas en pesca del Atlántico,
y desde hace años han sido objeto de acuerdos pesqueros entre la UE y
Marruecos, que incluyen ilegalmente esas aguas. España, cuyo
sector pesquero es uno de los más beneficiados por esos convenios, no
ha protestado nunca por esta inclusión, a pesar de las reiteradas denuncias
del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Por otro
lado, Rabat ha iniciado exploraciones para la extracción
de hidrocarburos en aguas saharauis, con la participación de compañías
extranjeras interesadas en el potencial energético de la región. No sería
extraño que España, a través de consorcios energéticos o acuerdos a puerta
cerrada, también aspirara a beneficiarse de estos valiosos recursos.
En este
contexto, el apoyo al plan marroquí puede haber sido una inversión
política de futuro, un modo de garantizar una posición favorable en
la nueva economía de los territorios ocupados, ahora que todo indica que el
«plan de autonomía» se convertirá en la base legal para las
futuras explotaciones económicas.
LA COMPLICIDAD RUSA Y CHINA: ¿ALIADOS O IMPERIOS EN SILENCIO?
Muchos
analistas esperaban que Rusia y China frenaran, con su derecho
de veto, esta resolución que consolida la posición
marroquí sobre el Sáhara Occidental. No ocurrió
así, sino todo lo contrario. Ambos países se
abstuvieron, lo que en la práctica fue una
forma explicita de dar luz verde al plan impulsado por Estados
Unidos sin, supuestamente, ensuciarse las manos. Es la estrategia
clásica del “no bloqueo”, que ya han empleado antes
cuando la decisión favorece sus intereses indirectamente o les evita
enemistades innecesarias.
Pero, ¿por
qué no votaron en contra? Las razones – ajenas a cualquier
consideración ética o legal sobre el derecho a la autodeterminación de los
saharauis – son también económicas y geopolíticas.
China,
por ejemplo, ha reforzado sus vínculos con Marruecos durante la última
década en múltiples frentes. No solo importa grandes cantidades de fosfatos —claves
para su producción agrícola— sino que también ha invertido en infraestructuras
como puertos, ferrocarriles y parques industriales, algunos situados en pleno
territorio saharaui ocupado. El plan de autonomía
marroquí ofrece a Pekín, por tanto, una “normalización” de
sus intereses económicos en la zona.
Por su
parte, Rusia, aunque mantiene históricas buenas relaciones
con Argelia, ha decidido no jugar fuerte en esta partida. Necesita
a Marruecos como actor estable en una región convulsa y
paga así su postura neutral ante la guerra en Ucrania. A ello
se suma el interés ruso por aumentar su influencia en África occidental,
donde Marruecos puede actuar como puente y aliado. Así, Moscú elige
una abstención “cómoda” que le permite
quedar bien con todos… menos con los saharauis.
Ambos
países, además, están profundamente interesados en proyectar la imagen de potencias
globales “constructivas” que no bloquean resoluciones
multilaterales. Pero esta postura revela lo que ya muchos
sospechan: ni China ni Rusia son garantes de los derechos de los
pueblos, sino actores que responden, como todas las grandes potencias
capitalistas, a sus propios cálculos mercantiles y
geopolíticos.
EL ANTECEDENTE LIBIO: CUANDO RUSIA Y CHINA TAMBIÉN SE LAVARON
LAS MANOS
Este no
es, en efecto, el primer caso en que Rusia y China dejan que
se apruebe una resolución que conlleva consecuencias dramáticas para un
país del Sur global. En 2011, ambos países se abstuvieron
en la votación de la ONU que dio comienzo a la intervención militar
de la OTAN en Libia, bajo la excusa de proteger a la población
civil.
El resultado
fue el derrocamiento de Muamar el Gadafi, el colapso del
Estado libio y el inicio de una guerra civil que, aún
hoy, sigue desangrando a ese país. Entonces —como ahora— la abstención
de Moscú y de Pekín permitió a las potencias occidentales intervenir
en Libia contando con cobertura legal. Años más
tarde, Rusia se quejaría de haber sido “engañada” por Washington, pero
lo cierto es que su abstención abrió la puerta a una operación que
destruyó uno de los Estados más desarrollados de África.
El paralelismo
ahora con el Sáhara es evidente. Ambos casos muestran que, cuando
se trata de defender el derecho internacional frente a los intereses imperiales,
los discursos se diluyen y las abstenciones hablan más fuerte que cualquier
tipo de manifiesto.
EL MUNDO REACCIONA: PERIODISMO, ACTIVISMO Y SILENCIO POLÍTICO
Las reacciones
al nuevo giro del conflicto del Sáhara han
sido disímiles. Algunos medios internacionales han tratado la noticia como un
paso hacia la “estabilidad”, comprando plenamente el
discurso de la monarquía alauita. Sin embargo, medios independientes,
organizaciones de derechos humanos y movimientos prosaharauis han
denunciado lo que consideran una traición al principio de
autodeterminación y un aval implícito a una ocupación militar.
En países
como España, Argelia, Sudáfrica y
varios de América Latina, periodistas y activistas han criticado
duramente la resolución, señalando que «la ONU ha renunciado a
su función como garante del derecho de los pueblos a decidir su futuro».
En redes
sociales, las etiquetas como #SaharaLibre, #NoALaAnexión o #ONUComplice se
viralizaron en cuestión de horas, acompañadas por imágenes de jóvenes saharauis
exiliados y veteranos del Polisario en los campamentos de Tinduf.
UNA LECCIÓN PARA LA IZQUIERDA GLOBAL:
¿HAY, POR FIN, UN IMPERIO BUENO?
Este episodio
deja una lección amarga – que quizá aún sean incapaces de aprender – a los
sectores de la izquierda confusa y difusa que
han depositado esperanzas en los BRICS como alternativa
geopolítica al dominio occidental. La posición de Rusia
y China muestra que estos países, más allá de su hueca retórica
antiimperialista, también actúan como potencias interesadas, capaces
de sacrificar cualquier principio por sus propios beneficios económicos y
estratégicos.
La idea de que los
BRICS, encabezados por Rusia y China, podían ser el contrapeso
moral y político al orden mundial hegemonizado por EE.UU. y sus
aliados, no ha tardado en desmoronarse con esta
decisión política -y otras, como el aval ruso al gobierno
yihadista impuesto al pueblo sirio-. ¿Cómo defender la
legitimidad de un bloque que se abstiene frente a una resolución que legaliza
una ocupación militar?
La última
votación en el Consejo de Seguridad de la ONU ha dejado al
descubierto el límite de ese endeble y engañoso relato que
pretende hacernos creer que el papel que no desempeñen las resistencias
antiimperialistas populares podría ser reemplazado por el accionar
de determinadas potencias capitalistas, por el mero hecho de que estas
sean competidoras del imperialismo estadounidense.
Ni Rusia ni China han mostrado voluntad de defender el derecho del pueblo
saharaui a decidir su destino. Al
contrario, han demostrado que cuando sus intereses están en juego son
capaces de dejar caer cualquier causa justa sin inmutarse.
De esta forma, Marruecos ha
logrado lo que parecía imposible: imponer su visión sobre el
futuro del Sáhara Occidental con la complicidad de las grandes
potencias capitalistas que con toda ferocidad están tratando de
repartirse el planeta. Y no solamente, como ha quedado trágicamente en
evidencia, de los Estados Unidos, Francia, España o Inglaterra. La diplomacia
del dinero, los contratos energéticos, la geoestrategia y
la pasividad internacional han conseguido lo que las armas no
habían logrado .
Para el pueblo
saharaui, empieza ahora una nueva fase, aún más cuesta
arriba, en la que su lucha por la autodeterminación se ve más
aislada que nunca. Y a quienes aún creen en la multipolaridad como sinónimo
de justicia, esta historia les obliga a realizar una reflexión
profunda: no hay imperios buenos cuando se trata
de defender los derechos de los pueblos.
FUENTES CONSULTADAS:
Frente Polisario – Representación
en Europa y ONU
(Pronunciamientos recientes sobre el giro diplomático y posicionamientos
oficiales).
Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE).
(Fallos contra los acuerdos comerciales entre la UE y Marruecos que incluyen
recursos saharauis).
Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos
(OHCHR)
(Informes sobre la situación humanitaria en el Sáhara ocupado).
Noticias sobre los Acuerdos de Abraham y relaciones Marruecos-Israel
– Al Jazeera, Middle East Monitor, Le Monde Diplomatique
(Información sobre cooperación militar, ciberseguridad e inteligencia).
Estudios sobre la relación China-Marruecos
– Africa Center for Strategic Studies, China Global Investment Tracker
(Desarrollo de infraestructuras, inversiones en energía y minería).
Análisis sobre Rusia y Marruecos
– Carnegie Moscow Center, The Diplomat
(Cooperación en seguridad, armas y presencia geopolítica en África.
Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados
con esa materia

