domingo, 21 de septiembre de 2025

La trampa de Kirk

 

La frase “son los mismos perros con distintos collares” describe bien la rivalidad política en EEUU. Dos sectores de la oligarquía, con distintos intereses, compiten para ver quien se lleva el trozo mayor del pastel. Los muertos solo cuentan como instrumentos.


La trampa de Kirk

Enrico Tomaselli

El Viejo Topo

21 septiembre, 2025 



¿Estamos todos realmente reducidos a la condición de perros de Pavlov? A juzgar por la resonancia que está teniendo el asesinato del joven líder conservador estadounidense, Charlie Kirk, se podría decir que sí. Para empezar, este episodio debe situarse en el contexto histórico, sociológico y político de Estados Unidos. Un país donde la violencia armada está extremadamente extendida (21.500 homicidios en 2020, el 77% de los cuales involucraron armas de fuego), donde el asesinato político no es nada nuevo, donde grupos de extrema derecha llevan años armándose y entrenándose, y, más recientemente, algunos grupos antifa han hecho lo mismo. Pero, sobre todo, un país donde la polarización política, a través de discursos extremadamente violentos ­–lo que los anglosajones llaman discurso de odio– se ha extendido cada vez más, incluso entre políticos prominentes, y en ambos bandos. Después de todo, la lógica de divide y vencerás siempre ha sido una herramienta de poder, y dado que Estados Unidos lleva mucho tiempo atravesando una crisis histórica, no sorprende que las oligarquías gobernantes también la utilicen internamente.

Conservadores y progresistas, radicales de la extrema derecha y antifa, están enfrascados en un conflicto vertical que divide al país a lo largo de una línea divisoria de arriba abajo, desde el liderazgo político hasta la ciudadanía. Esto, obviamente, resulta muy conveniente para quienes temen un conflicto horizontal como la peste, un conflicto que enfrente a los de abajo contra los de arriba.

Y, dicho sea de paso, este conflicto no enfrenta dos visiones de futuro diferentes, no cuestiona la pretensión estadounidense de hegemonía global, sino que, como mucho, discute sobre cómo debería ejercerse y, sobre todo, sobre quién debería liderarla. Pero aún más importante, la polarización de la sociedad norteamericana no solo es una función del poder y la lucha interna entre las élites gobernantes, sino que también crece y se intensifica a medida que ambos bandos se igualan en fuerza, arraigo y consenso. Esto desestabiliza el equilibrio y empuja a los involucrados a buscar una ventaja decisiva sobre sus adversarios, precisamente con el fin de «estabilizar» su propio dominio. En resumen, una posible segunda guerra civil estadounidense, algo que no es en absoluto descartable en un futuro próximo (sobre todo si se la imagina no con ejércitos opuestos, sino como una epidemia de estallidos violentos), no será un simple choque entre la derecha y la izquierda, sino un enfrentamiento entre diferentes sectores de la élite oligárquica, librado también por medios violentos y callejeros, precisamente porque la igualdad de poder requiere el uso de medios de lucha «extrainstitucionales».

Aún más patético resulta el enfrentamiento entre facciones europeas, que presentan descaradamente una representación ficticia del conflicto estadounidense como si estuviera impulsado por la misma lógica (histórica) europea. Esto demuestra cómo tanto la derecha como la izquierda están totalmente sujetas a la hegemonía cultural e informativa de Estados Unidos, que constantemente dicta su agenda. Ambas se caracterizan cada vez más por un posicionamiento político meramente reactivo, que –precisamente– solo se revitaliza cuando recibe estímulos externos, como los perros de Pavlov. La capacidad de construir una agenda política independiente y autónoma ha desaparecido definitivamente.

Fuente: Chaquetas Rojas

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