La frase “son los mismos perros con distintos collares”
describe bien la rivalidad política en EEUU. Dos sectores de la oligarquía, con
distintos intereses, compiten para ver quien se lleva el trozo mayor del
pastel. Los muertos solo cuentan como instrumentos.
La trampa de Kirk
El Viejo Topo
21 septiembre, 2025
¿Estamos todos
realmente reducidos a la condición de perros de Pavlov? A juzgar por la
resonancia que está teniendo el asesinato del joven líder conservador
estadounidense, Charlie Kirk, se podría decir que sí. Para empezar, este
episodio debe situarse en el contexto histórico, sociológico y político de
Estados Unidos. Un país donde la violencia armada está extremadamente extendida
(21.500 homicidios en 2020, el 77% de los cuales involucraron armas de fuego),
donde el asesinato político no es nada nuevo, donde grupos de extrema derecha
llevan años armándose y entrenándose, y, más recientemente, algunos grupos
antifa han hecho lo mismo. Pero, sobre todo, un país donde la polarización
política, a través de discursos extremadamente violentos –lo que los
anglosajones llaman discurso de odio– se ha extendido cada vez más, incluso
entre políticos prominentes, y en ambos bandos. Después de todo, la lógica de
divide y vencerás siempre ha sido una herramienta de poder, y dado que Estados
Unidos lleva mucho tiempo atravesando una crisis histórica, no sorprende que
las oligarquías gobernantes también la utilicen internamente.
Conservadores y
progresistas, radicales de la extrema derecha y antifa, están enfrascados en un
conflicto vertical que divide al país a lo largo de una línea divisoria de
arriba abajo, desde el liderazgo político hasta la ciudadanía. Esto,
obviamente, resulta muy conveniente para quienes temen un conflicto horizontal
como la peste, un conflicto que enfrente a los de abajo contra los de arriba.
Y, dicho sea de
paso, este conflicto no enfrenta dos visiones de futuro diferentes, no
cuestiona la pretensión estadounidense de hegemonía global, sino que, como
mucho, discute sobre cómo debería ejercerse y, sobre todo, sobre quién debería
liderarla. Pero aún más importante, la polarización de la sociedad
norteamericana no solo es una función del poder y la lucha interna entre las
élites gobernantes, sino que también crece y se intensifica a medida que ambos
bandos se igualan en fuerza, arraigo y consenso. Esto desestabiliza el
equilibrio y empuja a los involucrados a buscar una ventaja decisiva sobre sus
adversarios, precisamente con el fin de «estabilizar» su propio dominio. En
resumen, una posible segunda guerra civil estadounidense, algo que no es en
absoluto descartable en un futuro próximo (sobre todo si se la imagina no con
ejércitos opuestos, sino como una epidemia de estallidos violentos), no será un
simple choque entre la derecha y la izquierda, sino un enfrentamiento entre
diferentes sectores de la élite oligárquica, librado también por medios
violentos y callejeros, precisamente porque la igualdad de poder requiere el
uso de medios de lucha «extrainstitucionales».
Aún más
patético resulta el enfrentamiento entre facciones europeas, que presentan
descaradamente una representación ficticia del conflicto estadounidense como si
estuviera impulsado por la misma lógica (histórica) europea. Esto demuestra
cómo tanto la derecha como la izquierda están totalmente sujetas a la hegemonía
cultural e informativa de Estados Unidos, que constantemente dicta su agenda.
Ambas se caracterizan cada vez más por un posicionamiento político meramente
reactivo, que –precisamente– solo se revitaliza cuando recibe estímulos
externos, como los perros de Pavlov. La capacidad de construir una agenda
política independiente y autónoma ha desaparecido definitivamente.
Fuente: Chaquetas Rojas
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