La nueva realidad de Nepal
Rebelion
24/09/2025
Fuentes: Rebelión
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
El levantamiento liderado por jóvenes en Nepal ha derrocado a la vieja
guardia, pero su permanencia depende de si la indignación por la corrupción y
la desigualdad puede traducirse en un cambio político duradero.
Las protestas
que tuvieron lugar en Nepal hace dos semanas carecen de precedente. En apenas
24 horas un movimiento dispar mayoritariamente de jóvenes en las grandes
ciudades echó abajo todo el sistema político que había dominado la política
nepalí desde la revolución de 2006. El movimiento de la Generación Z se
enfrentó a una brutal represión policial y el número de muertos por las
protestas asciende a más de 70 personas.
Tras la
dimisión del primer ministro KP Oli el segundo día de las protestas se
produjeron disturbios generalizados e incendios provocados por infiltrados.
Algunos edificios gubernamentales fueron atacados en todo el país, en
particular el Tribunal Supremo y el complejo Singha Durbar, que alberga el
Parlamento y la mayoría de los principales ministerios. También fueron
incendiadas viviendas de líderes políticos y algunos negocios.
Este tipo de
inestabilidad política no es nueva en Nepal. El Partido Comunista de Nepal
(maoísta) lideró una guerra civil que duró una década, que consiguió el apoyo
popular de la clase trabajadora urbana y del campesinado, quienes emergían de
dos siglos de feudalismo, regímenes comerciales desiguales y el consiguiente
estancamiento económico. La guerra terminó en 2006 con el derrocamiento de la
monarquía de 240 años de antigüedad. Los maoístas entraron entonces en la
política tradicional con la promesa de una nueva constitución pero, debido a
una serie de errores políticos y la desilusión popular por las promesas
incumplidas, la vieja guardia de Nepal –los partidos políticos tradicionales
que habían dominado la política antes de la guerra civil– recuperó rápidamente
su base de apoyo, reforzada por las sólidas relaciones clientelares que habían
desarrollado entre las bases a lo largo de décadas.
El centrista
Congreso Nepalí y el partido Marxista-Leninista Unificado (UML), supuestamente
«comunista», que ya había perdido gran parte de sus credenciales izquierdistas,
triunfaron en las elecciones de 2013 y lideraron la redacción de la nueva
constitución, que diluía muchos de los elementos más progresistas del documento
provisional. Los maoístas quedaron reducidos a un tercer partido.
En 2015,
durante las semanas previas a la promulgación de la nueva constitución, se
desató una nueva ola de agitación popular. El descontento cundió entre los
grupos indígenas de Nepal, que representan más de un tercio de la población y,
sobre todo, entre la comunidad madhesi, el grupo dominante en las planicies del
sur de Nepal. Buscaban mayor autonomía regional y representación en la
constitución. Este movimiento también se vio contrarrestado por una brutal
represión policial, cuya inquietante repercusión coincidió con los sucesos de
la segunda semana de septiembre en Katmandú.
Quien llegó al
poder durante este período de agitación fue nada menos que KP Oli, del UML.
Aprovechó la inestabilidad en las planicies y la posterior intervención india
presentándose como un hombre fuerte y nacionalista, decidido a impulsar la
nueva constitución a cualquier precio, en gran medida a expensas de las
minorías nepalesas. Mientras las tierras bajas ardían, algunos sectores de
Katmandú celebraban la nueva constitución.
Los
acontecimientos de 2015 no solo supusieron la disolución efectiva de los
movimientos indígenas y madhesi en Nepal, sino también el fin de cualquier
alternativa genuina de izquierda. Los remanentes del partido maoísta, tras
sufrir varias escisiones, se unieron a una serie de gobiernos de coalición con
el Congreso Nepalí o el UML, y se integraron plenamente en el establishment.
Estos tres partidos dominaron la escena política durante el siguiente decenio.
Todo esto
cambió a principios de septiembre. Aunque algunos medios de comunicación
afirmaron que los jóvenes salieron a las calles para protestar contra la
propuesta de prohibir redes sociales como X, Facebook y WhatsApp, este fue solo
uno de los muchos detonantes. Lo que las protestas expresaron de forma más
palpable fue la ira y el disgusto por la corrupción, la impunidad y la riqueza
acumulada por la élite política.
Si bien Nepal
posee muchas características únicas, particularmente su relativo aislamiento
histórico de la economía mundial, la agitación política de esos días es parte
de un fenómeno global mucho más amplio que se produce en las economías de renta
baja y media de toda Asia, Latinoamérica, África y Europa Oriental. Nepal, como
muchas partes de la región, ha experimentado rápidos cambios políticos y
económicos. Tres décadas de neoliberalismo han perjudicado a las clases pobres
y trabajadoras, y la creciente integración en los mercados internacionales ha
traído consigo un aumento de las desigualdades, el incremento del coste de la
vida, la monetización rural y, con ello, una creciente demanda de efectivo.
Esto ha
afectado especialmente a los más pobres, como en la mayoría de los países que
dependen de las importaciones. En algunas zonas del país este cambio ha sido
rápido, comenzando cuando las carreteras se adentraron en las montañas tras el
fin de la guerra en 2006. En las zonas rurales del sur y sudeste asiático, la
agricultura se está volviendo cada vez más inviable para mantener a una
familia, y las generaciones más jóvenes, integradas en los flujos culturales
globalizados y conscientes de las dificultades de las generaciones mayores,
muestran cada vez menos interés por la vida rural.
Cuando gran
parte de Europa Occidental experimentó esta transición hacia el abandono de una
agricultura de subsistencia, un proceso marcado por la violencia estatal y
terrateniente y el despojo acontecido a finales de los siglos XVIII y XIX, el
campesinado se integró rápidamente en una clase obrera urbana en expansión y,
con el tiempo, un segmento más pequeño se incorporó a oficios cualificados o
profesionales. Esta misma transición se está produciendo en cierta medida en
China, aunque de forma más prolongada. Sin embargo, en las economías de renta baja
y media de Asia, como Nepal, Bangladesh, Sri Lanka, Filipinas e Indonesia, el
contexto macroeconómico es significativamente diferente.
Muchas de estas
economías se han visto distorsionadas por el imperialismo y los regímenes
comerciales desiguales. No existe un sector industrial con capacidad para
absorber la inmensa mano de obra que ve limitadas perspectivas en el campo, y
la escasa industria existente ha sido vendida y privatizada. Sin embargo, con
una economía global cada vez más multipolar, existen crecientes oportunidades
laborales no en el país, sino en el extranjero.
Dentro de este
contexto se ha alcanzado un equilibrio político-económico singular, en
particular durante las dos últimas décadas. A diferencia de Europa, la
agricultura capitalista no ha despegado y el campesinado se mantiene
prácticamente intacto, a pesar de las limitadas perspectivas. Muchas de las
familias que se dedican a la agricultura compaginan esta con la emigración al
exterior, siendo por lo general los hombres jóvenes (y algunas mujeres) quienes
salen a trabajar en economías de renta más elevada. Ya sea que el circuito
migratorio se dirija de Nepal, Bangladesh o Filipinas hacia los países del
Golfo, de Camboya a Tailandia o de Kirguistán a Rusia, los procesos económicos
subyacentes son similares. Representan una doble estrategia de subsistencia:
las remesas proporcionan el dinero que necesitan los hogares, mientras que la
agricultura proporciona alimentos a quienes se quedan y ofrece cierta seguridad
si la situación se complica.
En toda la
región el abandono parcial de la agricultura ha venido acompañado de una
drástica expansión de la educación superior y una juventud cada vez más
cualificada. En las zonas rurales, las generaciones mayores, desesperadas por
que sus hijos escapen del ciclo interminable de la agricultura de subsistencia
y el duro trabajo en el extranjero, han invertido considerablemente en la
educación de los jóvenes. En Nepal las familias invierten las remesas
procedentes del exterior en educación, no solo en escuelas privadas con tarifas
más altas, especialmente extendidas en el sur de Asia, sino, sobre todo, en
educación superior. Con la educación surge la perspectiva de trabajar en el
floreciente sector servicios –el único que experimentó gran crecimiento en el
Nepal posterior a la década de 1990– o la posibilidad de emigrar a destinos más
lucrativos como Europa, Australia, Corea del Sur o Japón.
Dado que las
instalaciones educativas de calidad son limitadas en las zonas rurales, en las
últimas dos décadas ha tenido lugar una nueva ola migratoria del campo a la
ciudad, impulsada en gran medida por la economía educativa. Se ha producido una
enorme migración a los centros urbanos de Nepal, no solo a Katmandú, sino
también a ciudades de segundo nivel como Pokhara, Biratnagar, Itahari e incluso
a sedes de distrito más pequeñas pero en rápido crecimiento.
Gran parte de
esta migración proviene del campesinado medio y medio-alto: aquellos que poseen
tierras y bienes y la posibilidad de obtener préstamos con garantía o de
comprar una pequeña parcela para construir una casa en el pueblo. En muchos
casos estos migrantes conservan algunos vínculos con su hogar de origen (por
ejemplo, sus abuelos administran los campos) y a menudo tienen familiares en el
extranjero, cuyas remesas financian las matrículas universitarias o escolares.
Se unen a jóvenes urbanos más establecidos, cuyos padres abandonaron la
agricultura hace una o dos generaciones, y juntos comparten aspiraciones de
clase media.
Sin embargo, el
crecimiento del sector de la educación superior y el aumento de los niveles
educativos han superado con creces la expansión de empleos profesionales bien
remunerados. La capacidad de una economía neoliberal, orientada a los servicios
y basada en la importación como la de Nepal, para absorber a su creciente
juventud educada es muy limitada. Mientras tanto, el acceso a los empleos más
codiciados en el sector servicios suele estar fuera del alcance de quienes
carecen de conexiones políticas, redes de casta o la capacidad de costear una
educación privada más exclusiva.
Mucha de la
nueva juventud urbana está entrando a formar parte de un vasto ejército de
«desempleados con estudios», cuya presencia constituye uno de los mayores
problemas políticos del siglo XXI, no solo en Nepal, sino en todo el mundo.
Este creciente grupo demográfico constituye una poderosa fuerza política. El
acceso instantáneo a internet y a las redes sociales no solo ha creado una
comunidad digital para los jóvenes, tanto ricos como pobres, sino que también
ha incrementado su conciencia política.
La cultura de
los influencers, un fenómeno de la era de los smartphones posterior
a la década de 2010, ha puesto de manifiesto las graves desigualdades
existentes, sobre todo en la élite capitalista emergente de muchos países de
renta baja. Esta élite ha acumulado riqueza mediante la inversión capitalista,
la búsqueda de rentas y la corrupción. Por esta razón cada vez es mayor el
rechazo y resentimiento hacia los “hijos de papá” (nepo babies). En
Asia, especialmente en Filipinas, este término también se ha aplicado para
referirse a los hijos de familias políticas o empresariales con buenos
contactos, que exhiben su fortuna ilícita en redes sociales.
La crítica a
los propios “hijos de papá” de Nepal ha sido un elemento crucial del movimiento
de la Generación Z, ya que los jóvenes urbanos se han encontrado en los mismos
espacios digitales que los influencers con conexiones
políticas, que hacen alarde de estilos de vida que contrastan marcadamente con
las experiencias cotidianas de la mayoría de los jóvenes. Este contexto ha
facilitado que la ira latente fuera creciendo entre amplios sectores de la
juventud urbana a nivel mundial. La ira contra la corrupción, la falta de
oportunidades y la inutilidad de de las inversiones en educación fueron
factores clave que dieron impulso a levantamientos juveniles en toda la región,
incluyendo Sri Lanka, Bangladesh y, más recientemente, Nepal. En este país, uno
de los más periféricos de la región en términos económicos, existe una
indignación particular contra la magnitud de la corrupción y las promesas
incumplidas del acuerdo político de posguerra.
Nepal se
enfrenta a importantes cuestiones políticas. El ejemplo de otras regiones que
experimentaron movimientos juveniles de masas muestra que las clases dominantes
suelen restablecer la autoridad con rapidez. Nepal ya ha vivido esta situación
en 2006 y 2015. Existe asimismo una cuestión más general: quién decide el
futuro político del país. Muchos de los movimientos juveniles han sido urbanos,
en lugar de rurales, lo que plantea problemas políticos si tomamos en cuenta la
demografía de muchos países de renta baja y media. Si bien Nepal se está
urbanizando rápidamente, aproximadamente tres cuartas partes de su población
aún vive en zonas rurales, dos tercios de las cuales están integradas en el
ciclo vital agricultura-remesas.
La guerra civil
se desencadenó en una economía rural configurada por una realidad política
distinta a la actual. Las remesas liberaron la presión que impulsó a muchos
jóvenes a unirse al movimiento maoísta. Sin embargo, dos décadas después del
fin de la guerra, las causas estructurales más profundas que provocan
inseguridad alimentaria y vital, tanto en zonas rurales como urbanas, siguen
sin abordarse. Estas incluyen las desigualdades extremas en la distribución de
tierras y bienes, a menudo estructuradas por castas y etnias, la destrucción de
industrias artesanales que antaño eran pujantes, una espiral de endeudamiento y
la escasez de oportunidades de empleo. La migración también ha fragmentado la
organización social rural, socavando la potencial movilización campesina.
Mientras tanto
los partidos políticos tradicionales han reafirmado su autoridad en las zonas
rurales, mediando en la distribución de los limitados recursos estatales e
infiltrándose en instituciones estatales y no estatales. Ahora es muy posible
que las elecciones den como resultado la reelección de líderes o partidos del
pasado desacreditados. En Nepal y en toda la región es imperativo que las
nuevas fuerzas políticas progresistas no rehuyan la lucha por el poder, sino
que, sobre todo, se mantengan conectadas con los movimientos que expresan las
preocupaciones de las clases pobres y trabajadoras.
Feyzi Ismail imparte clases en Goldsmiths,
Universidad de Londres. Sus temas de investigación incluyen las políticas de
protesta, el trabajo, la crisis climática y el antiimperialismo. Participa
activamente en movimientos británicos sindicales y contra la guerra.
Fraser Sugden es profesor asociado de Geografía en la
Universidad de Birmingham. Enseña economía política agraria y trabaja en el
campo de la migración, la reforma agraria, la investigación-acción y las
teorías marxistas del campesinado global y el imperialismo.
Fuente: https://africasacountry.com/2025/09/nepals-new-reality
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