viernes, 19 de septiembre de 2025

Lenguaje y guerra

 

En el principio fue el verbo. Se empieza con la palabra, y poco importa que sean verdades, mentiras o posverdades. Intoxicadas por un verbo fácil, las masas –o parte de ellas– acaban por aplaudir las masacres. Sucedió ya en 1914. Sucede ahora, en Israel.


Lenguaje y guerra

 

Nevio Gambula

El Viejo Topo

19 septiembre, 2025



EL LENGUAJE PRECEDE A LA GUERRA

El lenguaje precede a la guerra, la prepara y la hace posible. Hoy, como en el pasado, políticos y periodistas construyen un marco narrativo que transforma la posibilidad de conflicto en una certeza inminente. La amenaza atribuida a Rusia y, en general, a las autocracias, se presenta no solo como un hecho geopolítico, sino como una imagen implacable, que se repite hasta convertirse en el telón de fondo natural e incuestionable del debate público.

En esta representación, el «nosotros» se identifica con el bloque occidental, retratado como el único bastión de la libertad y la democracia. Se contrasta con un «ellos», una entidad autoritaria definida únicamente por la barbarie y la amenaza. Esta retórica, amplificada por los medios de comunicación, desarma el pensamiento crítico y normaliza la idea de que la guerra es la única solución viable.

Así, incluso antes de que las armas hablen, el conflicto ya se ha librado en el plano lingüístico, mediante simplificaciones, etiquetas y la supresión de todo matiz. Es en esta gramática del conflicto donde se sientan las verdaderas bases de la guerra real.

La retórica del «nosotros contra ellos» también establece una jerarquía moral en la que el Otro se reduce a la pura barbarie. El «nosotros» occidental se proclama la medida de toda virtud, definiendo a otras civilizaciones como inferiores y transformando una presunta supremacía ética en un derecho de dominio. En esta visión, los bienes, los mercados e incluso los ejércitos se convierten en instrumentos de una misión universal: todo lo existente debe someterse a este poder abrumador, mientras que el lenguaje mismo se convierte en una herramienta para armar a los Estados y absolver a las oligarquías occidentales.

Este mecanismo no solo limita, sino que destruye la universalidad de los derechos. El derecho internacional, por ejemplo, se convierte en una balanza manipulada que pondera los crímenes basándose en alianzas. Un dron ruso que viola una frontera es un casus belli que provoca indignación mundial; sin embargo, un bombardeo israelí contra un Estado soberano corre el riesgo de convertirse en una simple nota a pie de página.

En el primer caso, se alza el grito de agresión, evocando la intervención militar; en el segundo, todo se reduce al «derecho a la defensa». Es el lenguaje el que decide la culpabilidad y la inocencia, transformando los cadáveres en «daños colaterales» y las violaciones de la ley en legítima defensa. La guerra, por lo tanto, no se libra solo con armas, sino con las palabras que las justifican.

La guerra solo se puede entender entendiendo cómo se habla de ella. La guerra solo se puede evitar dejando de hablar de ella como se habla. Esta reflexión de Karl Kraus debería ser la base de cualquier pensamiento crítico que realmente busque evitar el conflicto.

Sin embargo, para ser eficaz, este enfoque requiere construir un «nosotros» alternativo, distinto del de las élites que promueven un lenguaje militarista. Un «nosotros» que afirme, desde sus palabras, un principio de «humanidad común» y aspire a la democracia entre los pueblos, no a la hegemonía de unos sobre otros.

Estamos perdidos.

Fuente: Contropiano

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