Este texto,
incluido en el libro Pacifismo, Ecología y política alternativa, de próxima
publicación en El Viejo Topo, es la trascripción de una conferencia dada en
Igualada en 1982. Casi lo mismo podría escribir Sacristán hoy.
Peligro de guerra
El Viejo Topo
21 julio, 2025
A PROPÓSITO DEL
PELIGRO DE GUERRA
Yo pensaba
proponer para reflexión, y para discusión después, el asunto de cómo hacer
frente al peligro de guerra. Hace por lo menos tres años o más que está
bastante claro que los estrategas y los estadistas (sobre todo occidentales,
desde luego, de los que sabemos mucho más) están aceptando ya la idea de eso
que llaman guerras nucleares «de teatro» o guerras nucleares «limita-das». Y
ahí «limitadas» quiere decir limitadas a Europa, lo cual para nosotros no es
una limitación, aunque lo sea para los americanos.
Cuando uno se
pregunta cómo hacer frente a este peligro en seguida se le ocurre que hay dos
maneras de enfrentarse con la cuestión, intentando entenderla para luego sacar
consecuencias prácticas. Una es examinar las causas del peligro de guerra, los
mecanismos que han ido llevando a una situación en la cual cada vez se hace más
verosímil una guerra nuclear. El otro modo es hacer simplemente frente a la
urgencia del peligro sin preguntarse mucho por las causas e intentando
organizar y activar un movimiento por la paz, por el desarme, contra la guerra.
A favor de lo primero, de partir de las causas del peligro de guerra, hay una
razón de fondo que es que para eliminar los efectos de algo hay que eliminar
las causas.
Si uno se
detiene un poco a pensar en las causas de este peligro de guerra, cualquiera
que sean sus simpatías políticas, si es una persona objetiva tendría que
reconocer que la iniciativa en el peligro de guerra nace no sólo ahora sino
siempre desde 1945 del lado propiamente capitalista, principalmente de los
Estados Unidos, pese a la apariencia doctrinal en contra. A primera vista
podría parecer –y alguien de ideas muy conservadoras podría creerlo– que la
agresividad venía del bloque del este o bien de otros países de ideología
comunista por el hecho de que en la tradición del movimiento comunista hay una
aspiración internacionalista que la gente de mentalidad burguesa más bien
interpreta como una especie de imperialismo.
Pero a pesar de
esas apariencias, el repaso de la historia después de la segunda guerra mundial
y de las fechas en que han ocurrido agravaciones importantes de la tensión
muestra en seguida que la iniciativa agresiva ha venido siempre del oeste. Por
ejemplo: se suele decir que las actitudes de guerra fría de las potencias
occidentales fueron una respuesta a lo que se llama el golpe de Praga, es
decir, la toma de poder por el Partido Comunista Checo. Pero eso es falso.
Porque el comienzo de la guerra fría, si alguna fecha de comienzo tiene, es un
célebre discurso de Churchill en marzo de 1946 en la universidad norteamericana
de Fulton, mientras que lo que se llama golpe de Praga es de dos años después,
de abril del 48. Asimismo, cuando se dice que la OTAN es la contrapartida del
Pacto de Varsovia se olvida que la OTAN está fundada el 4 de abril del 48,
mientras que el Pacto de Varsovia es de siete años después, del 55. Lo mismo,
por ejemplo, el mecanismo de la tensión internacional que provocó la
constitución de las dos mitades de Alemania en estados: la primera mitad de
Alemania que fue constituida en estado fue la occidental; la constitución de la
Alemania oriental como estado es posterior y es una réplica. Como sobre todo, dejando
aparte esta cuestión de fechas, es clara la base económica. Las dos veces que
el mundo ha estado al borde de la catástrofe que sería una guerra nuclear con
las armas actuales, han tenido que ver con dos momentos de crisis económica
capitalista. Uno, lo que se llamó la política del «volver atrás» que decía
Foster Dulles –que fue el momento peor de la guerra fría–, montada sobre la
base de que había que inventar –según dijo literalmente– la idea de un peligro
exterior para que el pueblo americano estuviera dispuesto a encajar el esfuerzo
económico de la readaptación de la economía americana a la situación de
postguerra. Y hoy está claro que el aumento de la belicosidad norteamericana
que ha culminado hace tres días con la declaración abierta del presidente
Reagan sobre la posibilidad de una guerra nuclear limitada a Europa, tiene que
ver con la profundísima crisis económica en que está la economía capitalista.
Crisis muy profunda de la que cada vez parece más claro que están dispuestos a
salir mediante un reajuste de sus políticas económicas que, como se basa en una
gran potenciación de los gastos de armamento, lleva constantemente al borde del
peligro de guerra. En un documento de mucho interés que ha publicado el último
número de «La calle», uno de los informes elaborados para el presi-dente Reagan
por sus técnicos electorales antes de la elección (los «Documentos de Santa
Fe»), llega a haber la frase muy reveladora que dice que «la distensión es la
muerte», es decir, que en una situación de distensión en la política
internacional no hay manera de volver a poner en marcha de una forma eficaz la
economía capitalista. Esto sería, desde luego lo es, bastante definitivo para
enfrentarse con la pregunta que planteaba, ¿cómo enfrentarse al peligro de
guerra?, si no fuera que desgraciadamente también el comportamiento
internacional de la Unión Soviética complica bastante la cuestión. Desde el
primer momento, un observador frío que intente ver los dos lados superando sus
simpatías, tendría que reconocer que también el gobierno soviético entra en
esta dinámica, en esta lógica de la carrera de armamentos, de una manera más o
menos inevitable. Es una cosa que entre gentes de izquierda social –como
supongo que son la mayoría de los aquí presentes y lo soy yo mismo– se dice
pocas veces, y quizá a alguno le parezca criticable lo que voy a decir. Pero
habría que decir, creo yo, que los cohetes soviéticos SS-20, aunque son
técnicamente muy inferiores y por tanto mucho menos agresivos que los cohetes
que los americanos nos invitan a tener (los proyectiles de crucero y los
«Persing»), de todas maneras no son claramente tampoco un arma defensiva. Son
unos cohetes móviles, de alcance medio, y por regla general un cohete de
alcance medio nunca es un cohete defensivo, siempre está pensado no para
asustar al contrario, sino más bien para percutirle en sitios muy determinados,
generalmente objetivos militares. Desde luego que es perfecta-mente explicable
que la Unión Soviética haya entrado desde el primer momento en esta lógica del
armamento por la sencilla razón, que todos conocemos, de que la Unión Soviética
es un país primero sitiado, cercado desde 1917 hasta 1939. Y en 1939–40 dejó de
ser sitiado para ser invadido. Es decir: que es un país que realmente ha estado
siempre sometido a un cerco y lo sigue estando hoy. Si miráis un mapa del mundo
os daréis cuenta del despliegue de bases americanas o de las varias alianzas
presididas por los americanos (la OTAN o la SEATO), completamente al-rededor
–salvo por el Polo, y aún así– de la Unión Soviética. De modo que no es que
haga ahora un reproche muy unilateral a la política soviética. Se comprende muy
bien que hayan entrado en esa carrera porque tienen una situación de país
sitiado desde siempre. Pero el hecho es que sobre todo la gente que nos hemos
educado en una tradición comunista nunca habríamos imaginado desde el punto de
vista de Marx y de Engels a una sociedad socialista rearmándose constantemente.
Ahí hay sin duda una im-portante y desgraciada discrepancia entre los ideales
de la gente que nos hemos educado como comunistas y la realidad de la
situación.
Así ocurre –y
eso tiene que ver mucho con el peligro de guerra– que tanto la OTAN como el
Pacto de Varsovia inevitable-mente funcionan y viven de acuerdo con una misma
lógica política. De acuerdo con la política de toda la vida. Y eso se puede
apreciar en declaraciones políticas o ideológicas de los dos bandos. Por
ejemplo, muy recientemente, en el último número de Actualidad Económica, se lee
un largo artículo y unas declaraciones de Garrigues Walker, el embajador, que
dice: «El neutralismo hoy es una utopía, la política internacional ha sido
siempre militar». Eso por el lado de las fuerzas sociales burguesas. Pero hace
muy pocos días en el mitin y fiesta que celebramos la Coordinadora Anti-OTAN de
Barcelona, un compañero del PORE, es decir, un marxista revolucionario, también
hizo una intervención para decir lo mismo: la política es sólo una determinada
forma de actividad militar. La paz –dijo literalmente– es sólo un paréntesis
entre dos guerras. Es decir, una determinante muy importante del peligro de
guerra es que ningún bando ideológico, no ya sólo la reacción capitalista sino
también –por causas a lo mejor inevitables, yo me limito a contarlo– en otros
bandos, la idea de lo que es la política y lo que es la guerra sigue siendo la
de los mili-tares, la del siglo XIX. Y eso con el armamento hoy presente es muy
grave, porque es la amenaza no ya sólo de que la paz vaya a ser un paréntesis
entre dos guerras, sino de que nunca más pueda haber una humanidad en paz.
Sobre este
punto, sobre cuáles serían las consecuencias de una guerra nuclear, una guerra
con armamento de hoy (cosa muy probable si se sigue con esta mentalidad del
siglo XIX de que la paz es sólo un paréntesis entre dos guerras, de que la
política siempre es guerra, de que la guerra es la política con otros medios),
se discute mucho. Se calcula que el armamento nuclear existente es siete veces
más grande que el que hace falta para exterminar todas las ciudades: por cada
ser humano vivo en la Tierra hay en este momento el equivalente de cuatro mil
kilos de TNT.
En estas
circunstancias decir que una guerra es inevitable, y que no pasará nada, y que
la humanidad ha superado muchas guerras, es una afirmación mucho más sangrienta
y yo diría criminal que en otras épocas. Los ideólogos más reaccionarios hacen
cálculos sobre eso. Y hacen cálculos, como es natural, para animar a la
industria de guerra. Un célebre instituto de prospectiva, el Instituto Hudson
de Nueva York, que está dirigido por un ideó-logo de los más reaccionarios del
mundo occidental, Kahn, se ha dedicado durante años a demostrar que aunque haya
una guerra nuclear no perecerá la humanidad, sino solo dos terceras partes.
Estos son cálculos siniestros y cínicos. Hay otro ideólogo americano que ha
llegado más lejos: Adrian Berry, del que está traducido al castellano su libro
principal que se titula Los próximos 0.000 años. Ahí ese energúmeno cuenta que
se puede arriesgar una guerra nuclear porque la humanidad no perecería de
ninguna manera, ya que matemáticamente con sólo que sobreviviera una centésima
parte de la humanidad en 400 años se habría repoblado la Tierra. Este tipo de
cálculo siniestro que están haciendo los consejeros militares revela una
mentalidad que está dispuesta a aceptar para ganar una guerra la muerte de por
lo menos dos terceras partes de la humanidad en el cálculo de Kahn, o incluso
mucho más en el cálculo de Berry. Pero además el tremendo sufrimiento de
irradiación y quemaduras de todo los que queden vivos y hayan sido afectados
por el armamento.
Es evidente, me
parece a mí, que en la tradición de las personas que nos hemos hecho con ideas
comunistas esto es inadmisible. Una idea o una ideología progresista –ya no
sólo comunista– es incompatible con la idea de que para hacer ese progreso haya
que pasar por la muerte y la tortura de por lo menos dos terceras partes de la
humanidad, que en este momento querría decir dos mil quinientos millones de
personas sufriendo y muriendo. Se podría sospechar que lo que quedara de esa
humanidad después de haber visto de qué crímenes fuera capaz, ya no tendría
voluntad ni siquiera de intentar una revolución social. Tendría tal pesimismo
sobre la especie –si es que alguien sobreviviera–, se avergonzaría tanto de ser
un individuo humano, un miembro de la especie capaz de haber hecho eso, que
probablemente se acabaría por muchos milenios la idea fundamental que nos ha
animado a la gente comunista durante muchos años: la idea de una nueva
sociedad, de una nueva moral, de una nueva cultura.
Este particular
horror del asunto –que no está tan lejano– es lo que motiva que aunque los
marxistas tengamos una determinada explicación del peligro de guerra, y los
católicos tengan otra o los que tengan otras ideas tengan otra explicación,
resulta fundamental no pararse en muchos detalles y lanzar todo un movimiento
que lo que quiera sea el desarme, primero el nuclear y luego el total. Esto, en
épocas menos terribles que la que estamos viviendo, llegó a ser objeto de un
acuerdo de las Naciones Unidas, que a finales del 61 o del 62 tomaron una
resolución de esas que ahora tanta gente dice que son utópicas y absurdas: la
resolución de aconsejar y de pedir a los países que empezaran un desarme que
llevara como objetivo final no ya al desarme nuclear sino a la disolución de los
ejércitos. Yo creo que hay que tener el coraje de aguantar las risas o las
ironías de esos realistas que nos llevan a la catástrofe en defensa de un
realismo más profundo que es el que puede evitar esa catástrofe.
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