La
guerra como necesidad del Capital y la posición revolucionaria frente a la
socialdemocracia
DIARIO OCTUBRE / julio 19, 2025
"No es hermoso morir, aunque sea por la libertad. No es hermoso, no os engañéis. Lo hermoso es vivir, vivir luchando y llevar la libertad como un relámpago en las manos. No queremos ser trigo bajo las botas de los generales. Queremos ser el pan que alimente la revolución." (Adaptación del poema "Los campos de batalla" de Nazim Hikmet)
Kike Parra (Unidad
y Lucha).— La guerra actúa como catarsis sistémica. El capitalismo, en esta
fase de crisis general, demuestra una total incapacidad estructural para
recomponerse. En este contexto, ha activado definitivamente toda su
potencialidad destructiva, poniendo así de manifiesto lo cercano del
advenimiento de su fin como modo de producción social, al menos con carácter
hegemónico.
El
capitalismo fue alimentando desde su origen una contradicción ontológica: su
impulso hacia la acumulación infinita choca contra los límites materiales de la
tasa de ganancia. Cuanto más madura el capitalismo, mayores son las evidencias
y los fenómenos que esa contradicción genera. En este sentido, históricamente,
la guerra ha formado una terapia de shock restauradora de la rentabilidad.
La guerra
reinventa el ciclo de acumulación. Lo hace por varias causas:
En primer
lugar, purga el capital muerto. Lo hace como un incendio forestal que arrasa la
masa y fertiliza el suelo. La destrucción bélica liquida capital constante
(fundamentalmente fijo: edificios y otras instalaciones e infraestructuras,
maquinaria…) Esto mitiga temporalmente la composición orgánica del capital,
aliviando la presión sobre la tasa de ganancia. Reduciendo la magnitud del
capital constante se recompone la relación sobre el variable, restaurando la
rentabilidad.
Sobre las
ruinas de la Europa de 1945 y bajo el Plan Marsall, se reconstruyó el
capitalismo con tecnología moderna. Se inició a partir de aquí la «Edad de Oro»
del capitalismo (1945-1973). La tasa de ganancia resucitó porque el capital
sobreviviente, revalorizado desde la lógica del sistema, más escaso, más
concentrado y actualizado, pudo explotar una fuerza laboral hambrienta y
desesperada.
El
desempleo masivo generado por la destrucción debilita el poder de negociación
de la clase trabajadora. Frente a la desvalorización de la fuerza de trabajo se
produce un aumento temporal de la plusvalía.
Para que
todo esto ocurra, la destrucción debe contenerse en unos límites. Una guerra de
carácter prolongado, o lógicamente nuclear o biológica, no arroja ganadores,
sino desolación. La perspectiva de la guerra total actual en la que nos
adentramos parece encajar en esta última dinámica.
En segundo
lugar, siguiendo la lógica del keynesianismo, el gasto militar funciona como un
desfibrilador que reanima el corazón detenido de la economía. El complejo
militar-industrial absorbe excedentes de capital y subsidia la innovación
tecnológica. Además, la geopolítica interviene en la transferencia
internacional de capital desde los países más débiles y subordinados a los más
fuertes o centrales del imperialismo interesados en el proceso bélico.
Estados
Unidos sigue siendo, con diferencia, el mayor inversor militar del mundo: casi
un billón de dólares en 2024. Por otro lado, las ventas de equipo militar
estadounidense a gobiernos extranjeros aumentaron un 29 % en 2024.
Esta es
una lógica prebélica, pero que tras el conflicto sigue generando dividendos.
Eso que se ha venido en llamar «tecnologías de doble uso» permiten que tras la
destrucción militar, la nueva composición orgánica del capital se realice
mediante tecnología de guerra transferida al campo civil. Una tecnología más
eficiente y productiva que moviliza riqueza (reajuste económico) desde unos
presupuestos de guerra que empobrecen a las capas populares hacia las
corporaciones victoriosas que se han ahorrado la inversión al desarrollo. Es un
modo de socializar pérdidas y privatizar ganancias.
Así se
entienden las políticas de rearme impulsadas por la Unión Europea y la OTAN con
el beneplácito del conjunto de partidos, incluidos los socialdemócratas que
componen el gobierno español.
Otro de
los factores a considerar y que supone un empujón al «desarrollo» económico,
circunscrito a los vencedores es lo que David Harvey señaló como despojo
violento cuando la acumulación ordinaria se estanca. En este sentido, la
geopolítica actual más violenta se abre camino y somete a los derrotados a
tratados desiguales, imposición de bases militares territoriales y control
(expolio) de recursos.
En la fase
actual del imperialismo que algunos han denominado de «carácter terminal», la
clase trabajadora debiera tener conciencia de lo que está en juego. No se trata
solo de una situación que deteriorará las condiciones materiales de vida, único
motivo de reproche de la socialdemocracia. Limitarse a la defensa del bienestar
social que se verá afectado por el incremento de las partidas militares es una
muestra de la pervivencia de la concepción eurocéntrica y colonialista de la
izquierda oportunista, de su falta de solidaridad e internacionalismo. Nuestro
bienestar por encima de la vida de los pueblos.
Ante la
actual situación bélica mundial no caben grises y la historia nos empuja a
escoger bando. La socialdemocracia, como siempre, ha elegido el lado del
opresor. Ha utilizado sus artes de ensoñación adormeciendo a las masas y ha
conducido a la clase trabajadora al pantano. Hoy sigue jugando el mismo rol
como gestor de intereses de la burguesía que en las anteriores grandes guerras,
dando bandazos entre el pacifismo retórico y la complicidad activa con el
imperialismo.
La
«defensa de la democracia» o del «mal menor» se siguen utilizando para servir
al imperialismo y a su vanguardia sionista, que de la mano de la OTAN nos lleva
en Ucrania, en Irán o Palestina o cualquier rincón del planeta al borde del
abismo, al genocidio generalizado.
La
socialdemocracia es, por tanto, un enemigo de clase. Es tanto más peligroso que
quienes abiertamente defienden el imperialismo porque se inserta entre las
estructuras de clase como un cáncer en el organismo y lo va corrompiendo hasta
inutilizarlo en su capacidad de lucha y transformación social.
Frente a
esta actitud, la del campo revolucionario no puede ser otra que la oposición
abierta, sincera y honesta. Enfrentarnos con todas nuestras armas a los planes
de destrucción del imperialismo y de las organizaciones criminales que como la
OTAN ejecutan sus dictados. La frase que solemos repetir de «nos va la vida en
ello», ante la barbarie televisada en directo, cada vez se entiende y comparte
más. Aprovechémoslo y organicemos la respuesta popular contra la guerra
imperialista. Avancemos hacia la revolución socialista como única defensa capaz
de evitar la aniquilación de la vida tal como la conocemos.
Fuente: unidadylucha.es
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