Con velocidad de
crucero, la Unión Europea sigue desapareciendo del tablero mundial. Aferrada a
la guerra de Ucrania, trata de mantener la apariencia de que cuenta todavía
algo en el panorama internacional. Pero es un espejismo que ya no engaña a
nadie.
Europa en venta
El Viejo Topo
19 agosto, 2025
Donald Trump lo
ha dejado claro: para él, la Unión Europea no es un aliado, sino un parásito
que se ha enriquecido a costa del mercado norteamericano. Dijo que la UE fue
“creada para perjudicar a Estados Unidos”. Y, desde su campo de golf en
Escocia, selló un nuevo pacto comercial que consagra el sometimiento económico,
energético e industrial del continente europeo a los intereses de Washington.
Trump lo calificó como “el mayor acuerdo jamás hecho”. Las cifras que conocemos
lo evidencian.
Los aranceles
que se aplicarán a la UE serán del 15 % para la mayoría de productos europeos,
excepto el acero y el aluminio (estos bienes tendrán un arancel agravado). La
UE se compromete, por otra parte, a comprar combustibles fósiles a EE. UU. por
valor de 750.000 millones de euros en los próximos tres años (250.000 millones
anuales). De esta forma, dejará de adquirir petróleo y gas ruso, como lo hacía
hasta ahora, a través de intermediarios como India o Turquía.
En segundo
lugar, hay un compromiso por parte de la UE de comprar material militar
norteamericano por una cantidad inespecífica (se habla de 650.000 millones,
aunque el monto real permanece en secreto). De esta forma, la UE vincula su
seguridad al complejo militar-industrial estadounidense. Renuncia también a
establecer normas propias en inteligencia artificial y chips avanzados,
debiendo adaptarse a las normas que imponga Silicon Valley. El pacto impone un
arancel de impacto global, lo que implica que la política comercial común de la
UE está secuestrada. Este acuerdo consagra lo que muchos analistas ya temían:
la UE ha dejado de ser una unión de Estados soberanos para convertirse en un
protectorado transatlántico.
Trump, con su
continuo vaivén sobre aranceles, pretende suprimir o reducir los principales
impuestos que gravan a las grandes fortunas e incluso sueña, con los ingresos
generados por los aranceles, eliminar el Impuesto sobre la Renta. Pero hay más,
mucho más. Europa desmantela su base industrial para que Norteamérica la
reconstruya en su propio territorio. La vieja promesa de autonomía estratégica
europea ha sido enterrada. Los acuerdos sobre productos agrícolas, la industria
farmacéutica y otros sectores han sido sepultados bajo el sello de la
confidencialidad y el secretismo; a estas alturas, nadie en la UE conoce el
alcance real de la sumisión que representa este “supuesto pacto”.
Lo
especialmente paradójico es que Ursula von der Leyen no tiene potestad legal
para negociar, por ejemplo, contratos de armamento, competencia que recae en
los Estados miembros. Asistimos, pues, a un proceso de involución democrática.
La UE profundiza sus rasgos autoritarios: se decide el futuro de 27 países y más
de 485 millones de personas sin que haya existido ningún tipo de debate
parlamentario en el seno del Euro parlamento, y mucho menos en los parlamentos
nacionales; sin consulta entre los presidentes de los ejecutivos, ni con los
sectores económicos implicados y, evidentemente, sin que existan cláusulas de
protección a la industria continental.
La firma del
acuerdo en el resort de Turnberry (propiedad de Trump) no es una anécdota. El
escenario escogido es por sí mismo una humillación más. Hemos asistido en directo
al segundo secuestro de Europa. El primero lo protagonizó, según el mito
griego, el propio Zeus, cuando, transformado en toro blanco, secuestró a la
princesa Europa. El segundo lo representan un puñado de burócratas alejados de
los intereses de los países que dicen defender, pero que obedecen a quienes los
han encumbrado: los grandes grupos financieros transnacionales.
LAVROV,
MENDELÉIEV Y EL SUICIDIO EUROPEO
Desde Moscú, el
canciller ruso Serguéi Lavrov ha calificado el pacto de “suicida” y “estratégicamente
innecesario”, una decisión impuesta por el odio ideológico y la rusofobia que
domina las élites europeas. Según Lavrov, Úrsula von der Leyen está al servicio
de intereses espurios a los de la propia UE. Desde Rusia, incluso se la señala
como responsable directa del colapso energético europeo. Dmitri Mendeléiev,
vicepresidente del Consejo de Estado ruso, ha ido más allá: ha señalado que el
acuerdo es “humillante, destructivo y unilateral”; ha calificado a la
presidenta de la Comisión como una “vieja bruja loca”… Rusia se da cuenta de
que, durante décadas, será imposible un acercamiento entre Moscú y la UE.
El peligro
señalado por Zbigniew Brzezinski en su afamado libro El gran tablero
geopolítico —la amenaza que supondría para el unilateralismo estadounidense
una profundización de las relaciones entre Europa y Rusia— queda, de esta
forma, superado.
UN SOLO MERCADO
DIRIGIDO DESDE WASHINGTON
Este nuevo
pacto impone, como hemos señalado, un único mercado energético y comercial
transatlántico, diseñado para excluir a Rusia, condicionar a China y garantizar
la hegemonía norteamericana. El gas natural licuado (GNL) estadounidense, que
cuesta un 40 % más que el ruso, se convierte en el único recurso disponible
para una Europa que ya no puede firmar acuerdos con países sancionados por EE.
UU, ni explorar otras alternativas tecnológicas o energéticas. Todo ha sido
negociado entre bastidores. Lo acordado en Escocia se pretende inmodificable,
inimpugnable e innegociable.
EUROPA VENDIDA
La Unión
Europea nació bajo una premisa tácita: Alemania dirigiría el Continente a
través de una arquitectura institucional orientada al control económico y
monetario. La moneda única, el Tratado de Maastricht y la expansión hacia el
Este no fueron sino hitos fundamentales de ese diseño. Sin embargo, el tablero
geopolítico ha cambiado radicalmente. Hoy ya no es Berlín quien marca el rumbo,
sino Washington, con la anuencia activa de unas élites europeas que han
abdicado de cualquier pretensión soberana. La claudicación europea se consumó
con la centralización tecnocrática de Bruselas y el sometimiento financiero al
BCE. La consecuencia: la pérdida de soberanía nacional en nombre del “mercado
único”.
La guerra en
Ucrania no es el origen, sino el escenario en el que se despliega esta nueva
reconfiguración. Tras la retórica de apoyo a Kiev, se impone un objetivo más
profundo: rediseñar la economía europea según criterios exógenos, reforzar la
dependencia estructural del continente y consolidar su papel subordinado en el
orden imperial occidental. La estrategia no es nueva. Como ya ocurrió en las
dos guerras mundiales, se perfila un escenario en que Europa no actuará como
actor: pondrá los muertos y se transformará en un campo de batalla. Y, si
llegara el caso —como advirtió Trump con brutal franqueza— peleará “hasta el
último europeo”.
La cumbre
prevista para el 3 de septiembre en Pekín entre Trump, Putin y Xi Jinping
podría sellar, de producirse, un nuevo orden mundial en el que Europa apenas
será un actor marginal, dividido, empobrecido y sin capacidad de decisión. La
UE se ha enfrentado a Rusia y se enfrenta a Pekín. La arrogancia de la delegación
europea, cuando exigía a China en su reunión del 24 de julio que, poco menos,
rompiese las relaciones económicas con Rusia, contrasta con la cobardía frente
al supuesto aliado norteamericano.
LAS
CONSECUENCIAS
La Unión
Europea ha acordado (aunque aún no se sepa ni cuándo ni cómo se oficializará
con Estados Unidos) un paquete de medidas que consagran una nueva estructura
continental. Las consecuencias serán inmediatas: la primera, la pérdida total
de soberanía regulatoria. Las normas que rigen sectores clave de la economía
europea —desde la energía hasta la industria tecnológica, pasando por la
fiscalidad digital— ya no se decidirán en Bruselas. El corazón normativo del
continente ha sido externalizado a Washington. El Parlamento Europeo y la
Comisión han quedado reducidos a meras oficinas de implementación, incapaces de
disputar el diseño de reglas que afectan directamente a la vida de millones de
ciudadanos.
El alza brutal
del coste energético puede empujar a miles de pequeñas y medianas empresas a la
quiebra y dejar a millones de familias ante la disyuntiva entre calentar sus
hogares o llenar la nevera. El impacto económico no se mide únicamente en
grandes cifras macroeconómicas. Cada ciudadano europeo está asumiendo ya un
sobrecoste medio (algunos cálculos lo sitúan en unos 3.000 euros anuales). Es
un tributo silencioso: una transferencia forzada desde los bolsillos de las
clases trabajadoras —las más perjudicadas— hacia las grandes corporaciones
energéticas y los productores de gas licuado estadounidense.
Mientras tanto,
la tan publicitada “transición verde” europea ha colapsado. Lo que se presentó
como un proyecto ambicioso de reconversión ecológica ha devenido en una
operación estética, sin base económica ni respaldo estratégico. La escasez
energética, la dependencia de terceros países y la falta de una industria
propia de tecnologías limpias han vaciado de contenido toda política climática
efectiva. Europa no lidera, como se nos vendió, la transición hacia una energía
limpia: tiene que comprarla, y lo hace cada vez más cara.
¿POR QUÉ ESA
SUMISIÓN?
Frente a esta
situación de dependencia creciente, cabe preguntarse: ¿por qué?
A la asfixia
económica futura se suma la humillación comercial actual. El pasado 10 de
abril, en un gesto que rozaba la sumisión colonial, la Unión suspendió sus
propios aranceles para evitar una guerra comercial con Washington, al tiempo
que la administración estadounidense anunciaba su intención de elevar los suyos
hasta un 30 %. Toda la parafernalia de una supuesta contrapropuesta “dura” por
parte de la UE quedó, como hemos visto, en nada.
Úrsula von der
Leyen y los “negociadores” europeos quedaron satisfechos porque “solo” se les
aplicará un arancel del 15 %. Se presupone que se alcanzará una “nueva
estabilidad” bajo la premisa, eso sí, de que Donald Trump no exija nuevos
tributos saltándose unilateralmente los acuerdos, como lo hemos visto hacer en
múltiples ocasiones.
Pero hay otras
razones. La Comisión Europea, dominada por rusófobos, pretende, con esta cesión
de soberanía, conseguir que Trump continúe ayudando en la guerra ucraniana. La
derrota militar de Zelenski —o de su sustituto— pondría a la UE en una posición
insostenible.
Otra razón,
muchas veces silenciada, es que Alemania sigue siendo un país ocupado
militarmente, con decenas de bases estadounidenses en su territorio y un
aparato de inteligencia profundamente penetrado. Alemania nunca fue desnazificada
y ahora los nietos de los líderes nazis ocupan puestos de poder clave y siguen
siendo profundamente rusófobos. La guerra en Ucrania agota los recursos
alemanes, además de imponer, tras la voladura del Nord Stream 1
y 2, sobrecostes energéticos inasumibles para este país. Por otra parte, la
ocupación militar ha condicionado durante décadas la posición de Alemania y,
por extensión, la de toda la Unión.
Lo más
inquietante no es la sumisión de Europa a intereses ajenos, sino quién la
gestiona y con qué fines. Las antiguas élites nacionales han sido reemplazadas,
en gran medida, por una nueva clase dirigente que, como advierte William I.
Robinson en Mano dura, se ha integrado en una “clase capitalista
transnacional”. Esta nueva oligarquía ya no responde a proyectos nacionales ni
representa intereses productivos vinculados a territorios concretos. Sus
lealtades se han desplazado hacia los grandes circuitos globales de
acumulación: operan a escala planetaria, invierten donde hay mayor rentabilidad
y utilizan las estructuras estatales —incluida la propia UE— como instrumentos
para blindar su poder y maximizar beneficios.
EPILOGO. EPÍLOGO:
EUROPA EN VENTA
Úrsula von der
Leyen, no representa a Europa. Lo que se ha firmado en Escocia no es un acuerdo
comercial: es el acta de defunción de la soberanía europea. La
historia lo recordará como el momento en que el continente dejó de ser sujeto
de la historia para convertirse en un objeto más del tablero imperial. La
energía es el arma. El mercado, el campo de batalla. Y Europa, hoy, no tiene ni
ejército, ni estrategia, ni liderazgo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario