martes, 19 de agosto de 2025

Europa en venta

 

Con velocidad de crucero, la Unión Europea sigue desapareciendo del tablero mundial. Aferrada a la guerra de Ucrania, trata de mantener la apariencia de que cuenta todavía algo en el panorama internacional. Pero es un espejismo que ya no engaña a nadie.


Europa en venta

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

19 agosto, 2025 



Donald Trump lo ha dejado claro: para él, la Unión Europea no es un aliado, sino un parásito que se ha enriquecido a costa del mercado norteamericano. Dijo que la UE fue “creada para perjudicar a Estados Unidos”. Y, desde su campo de golf en Escocia, selló un nuevo pacto comercial que consagra el sometimiento económico, energético e industrial del continente europeo a los intereses de Washington. Trump lo calificó como “el mayor acuerdo jamás hecho”. Las cifras que conocemos lo evidencian.

Los aranceles que se aplicarán a la UE serán del 15 % para la mayoría de productos europeos, excepto el acero y el aluminio (estos bienes tendrán un arancel agravado). La UE se compromete, por otra parte, a comprar combustibles fósiles a EE. UU. por valor de 750.000 millones de euros en los próximos tres años (250.000 millones anuales). De esta forma, dejará de adquirir petróleo y gas ruso, como lo hacía hasta ahora, a través de intermediarios como India o Turquía.

En segundo lugar, hay un compromiso por parte de la UE de comprar material militar norteamericano por una cantidad inespecífica (se habla de 650.000 millones, aunque el monto real permanece en secreto). De esta forma, la UE vincula su seguridad al complejo militar-industrial estadounidense. Renuncia también a establecer normas propias en inteligencia artificial y chips avanzados, debiendo adaptarse a las normas que imponga Silicon Valley. El pacto impone un arancel de impacto global, lo que implica que la política comercial común de la UE está secuestrada. Este acuerdo consagra lo que muchos analistas ya temían: la UE ha dejado de ser una unión de Estados soberanos para convertirse en un protectorado transatlántico.

Trump, con su continuo vaivén sobre aranceles, pretende suprimir o reducir los principales impuestos que gravan a las grandes fortunas e incluso sueña, con los ingresos generados por los aranceles, eliminar el Impuesto sobre la Renta. Pero hay más, mucho más. Europa desmantela su base industrial para que Norteamérica la reconstruya en su propio territorio. La vieja promesa de autonomía estratégica europea ha sido enterrada. Los acuerdos sobre productos agrícolas, la industria farmacéutica y otros sectores han sido sepultados bajo el sello de la confidencialidad y el secretismo; a estas alturas, nadie en la UE conoce el alcance real de la sumisión que representa este “supuesto pacto”.

Lo especialmente paradójico es que Ursula von der Leyen no tiene potestad legal para negociar, por ejemplo, contratos de armamento, competencia que recae en los Estados miembros. Asistimos, pues, a un proceso de involución democrática. La UE profundiza sus rasgos autoritarios: se decide el futuro de 27 países y más de 485 millones de personas sin que haya existido ningún tipo de debate parlamentario en el seno del Euro parlamento, y mucho menos en los parlamentos nacionales; sin consulta entre los presidentes de los ejecutivos, ni con los sectores económicos implicados y, evidentemente, sin que existan cláusulas de protección a la industria continental.

La firma del acuerdo en el resort de Turnberry (propiedad de Trump) no es una anécdota. El escenario escogido es por sí mismo una humillación más. Hemos asistido en directo al segundo secuestro de Europa. El primero lo protagonizó, según el mito griego, el propio Zeus, cuando, transformado en toro blanco, secuestró a la princesa Europa. El segundo lo representan un puñado de burócratas alejados de los intereses de los países que dicen defender, pero que obedecen a quienes los han encumbrado: los grandes grupos financieros transnacionales.

LAVROV, MENDELÉIEV Y EL SUICIDIO EUROPEO

Desde Moscú, el canciller ruso Serguéi Lavrov ha calificado el pacto de “suicida” y “estratégicamente innecesario”, una decisión impuesta por el odio ideológico y la rusofobia que domina las élites europeas. Según Lavrov, Úrsula von der Leyen está al servicio de intereses espurios a los de la propia UE. Desde Rusia, incluso se la señala como responsable directa del colapso energético europeo. Dmitri Mendeléiev, vicepresidente del Consejo de Estado ruso, ha ido más allá: ha señalado que el acuerdo es “humillante, destructivo y unilateral”; ha calificado a la presidenta de la Comisión como una “vieja bruja loca”… Rusia se da cuenta de que, durante décadas, será imposible un acercamiento entre Moscú y la UE.

El peligro señalado por Zbigniew Brzezinski en su afamado libro El gran tablero geopolítico —la amenaza que supondría para el unilateralismo estadounidense una profundización de las relaciones entre Europa y Rusia— queda, de esta forma, superado.

UN SOLO MERCADO DIRIGIDO DESDE WASHINGTON

Este nuevo pacto impone, como hemos señalado, un único mercado energético y comercial transatlántico, diseñado para excluir a Rusia, condicionar a China y garantizar la hegemonía norteamericana. El gas natural licuado (GNL) estadounidense, que cuesta un 40 % más que el ruso, se convierte en el único recurso disponible para una Europa que ya no puede firmar acuerdos con países sancionados por EE. UU, ni explorar otras alternativas tecnológicas o energéticas. Todo ha sido negociado entre bastidores. Lo acordado en Escocia se pretende inmodificable, inimpugnable e innegociable.

EUROPA VENDIDA

La Unión Europea nació bajo una premisa tácita: Alemania dirigiría el Continente a través de una arquitectura institucional orientada al control económico y monetario. La moneda única, el Tratado de Maastricht y la expansión hacia el Este no fueron sino hitos fundamentales de ese diseño. Sin embargo, el tablero geopolítico ha cambiado radicalmente. Hoy ya no es Berlín quien marca el rumbo, sino Washington, con la anuencia activa de unas élites europeas que han abdicado de cualquier pretensión soberana. La claudicación europea se consumó con la centralización tecnocrática de Bruselas y el sometimiento financiero al BCE. La consecuencia: la pérdida de soberanía nacional en nombre del “mercado único”.

La guerra en Ucrania no es el origen, sino el escenario en el que se despliega esta nueva reconfiguración. Tras la retórica de apoyo a Kiev, se impone un objetivo más profundo: rediseñar la economía europea según criterios exógenos, reforzar la dependencia estructural del continente y consolidar su papel subordinado en el orden imperial occidental. La estrategia no es nueva. Como ya ocurrió en las dos guerras mundiales, se perfila un escenario en que Europa no actuará como actor: pondrá los muertos y se transformará en un campo de batalla. Y, si llegara el caso —como advirtió Trump con brutal franqueza— peleará “hasta el último europeo”.

La cumbre prevista para el 3 de septiembre en Pekín entre Trump, Putin y Xi Jinping podría sellar, de producirse, un nuevo orden mundial en el que Europa apenas será un actor marginal, dividido, empobrecido y sin capacidad de decisión. La UE se ha enfrentado a Rusia y se enfrenta a Pekín. La arrogancia de la delegación europea, cuando exigía a China en su reunión del 24 de julio que, poco menos, rompiese las relaciones económicas con Rusia, contrasta con la cobardía frente al supuesto aliado norteamericano.

LAS CONSECUENCIAS

La Unión Europea ha acordado (aunque aún no se sepa ni cuándo ni cómo se oficializará con Estados Unidos) un paquete de medidas que consagran una nueva estructura continental. Las consecuencias serán inmediatas: la primera, la pérdida total de soberanía regulatoria. Las normas que rigen sectores clave de la economía europea —desde la energía hasta la industria tecnológica, pasando por la fiscalidad digital— ya no se decidirán en Bruselas. El corazón normativo del continente ha sido externalizado a Washington. El Parlamento Europeo y la Comisión han quedado reducidos a meras oficinas de implementación, incapaces de disputar el diseño de reglas que afectan directamente a la vida de millones de ciudadanos.

El alza brutal del coste energético puede empujar a miles de pequeñas y medianas empresas a la quiebra y dejar a millones de familias ante la disyuntiva entre calentar sus hogares o llenar la nevera. El impacto económico no se mide únicamente en grandes cifras macroeconómicas. Cada ciudadano europeo está asumiendo ya un sobrecoste medio (algunos cálculos lo sitúan en unos 3.000 euros anuales). Es un tributo silencioso: una transferencia forzada desde los bolsillos de las clases trabajadoras —las más perjudicadas— hacia las grandes corporaciones energéticas y los productores de gas licuado estadounidense.

Mientras tanto, la tan publicitada “transición verde” europea ha colapsado. Lo que se presentó como un proyecto ambicioso de reconversión ecológica ha devenido en una operación estética, sin base económica ni respaldo estratégico. La escasez energética, la dependencia de terceros países y la falta de una industria propia de tecnologías limpias han vaciado de contenido toda política climática efectiva. Europa no lidera, como se nos vendió, la transición hacia una energía limpia: tiene que comprarla, y lo hace cada vez más cara.

¿POR QUÉ ESA SUMISIÓN?

Frente a esta situación de dependencia creciente, cabe preguntarse: ¿por qué?

A la asfixia económica futura se suma la humillación comercial actual. El pasado 10 de abril, en un gesto que rozaba la sumisión colonial, la Unión suspendió sus propios aranceles para evitar una guerra comercial con Washington, al tiempo que la administración estadounidense anunciaba su intención de elevar los suyos hasta un 30 %. Toda la parafernalia de una supuesta contrapropuesta “dura” por parte de la UE quedó, como hemos visto, en nada.

Úrsula von der Leyen y los “negociadores” europeos quedaron satisfechos porque “solo” se les aplicará un arancel del 15 %. Se presupone que se alcanzará una “nueva estabilidad” bajo la premisa, eso sí, de que Donald Trump no exija nuevos tributos saltándose unilateralmente los acuerdos, como lo hemos visto hacer en múltiples ocasiones.

Pero hay otras razones. La Comisión Europea, dominada por rusófobos, pretende, con esta cesión de soberanía, conseguir que Trump continúe ayudando en la guerra ucraniana. La derrota militar de Zelenski —o de su sustituto— pondría a la UE en una posición insostenible.

Otra razón, muchas veces silenciada, es que Alemania sigue siendo un país ocupado militarmente, con decenas de bases estadounidenses en su territorio y un aparato de inteligencia profundamente penetrado. Alemania nunca fue desnazificada y ahora los nietos de los líderes nazis ocupan puestos de poder clave y siguen siendo profundamente rusófobos. La guerra en Ucrania agota los recursos alemanes, además de imponer, tras la voladura del Nord Stream 1 y 2, sobrecostes energéticos inasumibles para este país. Por otra parte, la ocupación militar ha condicionado durante décadas la posición de Alemania y, por extensión, la de toda la Unión.

Lo más inquietante no es la sumisión de Europa a intereses ajenos, sino quién la gestiona y con qué fines. Las antiguas élites nacionales han sido reemplazadas, en gran medida, por una nueva clase dirigente que, como advierte William I. Robinson en Mano dura, se ha integrado en una “clase capitalista transnacional”. Esta nueva oligarquía ya no responde a proyectos nacionales ni representa intereses productivos vinculados a territorios concretos. Sus lealtades se han desplazado hacia los grandes circuitos globales de acumulación: operan a escala planetaria, invierten donde hay mayor rentabilidad y utilizan las estructuras estatales —incluida la propia UE— como instrumentos para blindar su poder y maximizar beneficios.

EPILOGO. EPÍLOGO: EUROPA EN VENTA

Úrsula von der Leyen, no representa a Europa. Lo que se ha firmado en Escocia no es un acuerdo comercial: es el acta de defunción de la soberanía europea. La historia lo recordará como el momento en que el continente dejó de ser sujeto de la historia para convertirse en un objeto más del tablero imperial. La energía es el arma. El mercado, el campo de batalla. Y Europa, hoy, no tiene ni ejército, ni estrategia, ni liderazgo.

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