Lenin criticando la falta de
responsabilidad y sentido del deber
DIARIO OCTUBRE / junio 2, 2025
«Le escribo bajo la impresión reciente de su carta, que acabo de leer. Su palabrerío irreflexivo es tan indignante que no puedo resistir el deseo de expresarle francamente mi opinión. Por favor, haga llegar mi carta a su autor, y dígale que no debe sentirse agraviado por el tono duro. Después de todo no está destinada a ser publicada.
La carta merece
respuesta, a mi juicio, porque pone especialmente de relieve uno de los rasgos
característicos del modo de ser de muchos revolucionarios de hoy: esperar
instrucciones, reclamar que todo venga de arriba, de otros, de afuera; quedarse
pasmados ante los fracasos provocados por la inactividad local, acumular quejas
sobre quejas e inventar recetas para una cura barata y simple de los males.
¡No inventarán
nada, señores! Si ustedes mismos permanecen inactivos, si permiten que se
produzcan escisiones ante sus propias narices y luego se ponen a suspirar y a
lamentarse, ninguna receta les servirá. Y es absurdo colmarnos de reproches por
ello. ¡No vayan a creer que nos sentimos agraviados por sus acusaciones y
ataques: han de saber que ya estamos acostumbrados, tan endiabladamente
acostumbrados que no nos conmueven!
Publicaciones
«de masas», «por decenas de puds» [unidad de masa equivalente a 16,38
kilogramos]: este grito de guerra de ustedes no es otra cosa que una receta
inventada para que otros los curen de su inactividad. Créanme, ¡ninguna de esas
recetas dará jamás resultados! Si ustedes mismos no se muestran despiertos y
enérgicos, nadie les ayudará de ninguna manera. Es muy poco razonable clamar:
dennos esto y lo otro, entreguen eso y lo de más allá, cuando ustedes mismos
deberían ocuparse de adquirir y entregar. Y es inútil que nos escriban, pues
nosotros desde aquí nada podemos hacer, mientras que ustedes mismos pueden y.
deben resolverlo: me refiero a la entrega de las publicaciones que editamos y
de que disponemos.
Algunos
«activistas» locales –llamados así por su inactividad–, que sólo vieron algunos
números de lskra y que no trabajan activamente para recibirla y difundirla en
masa, inventan una débil excusa: no es eso lo que queremos; ¡dennos
publicaciones de masas, para las masas! ¡Mastíquenlo por nosotros, pónganlo en
nuestra boca y quizá podamos tragarlo nosotros solos!
¡Qué
fenomenalmente absurdas son esas quejas para quienes saben y observan que
ellos, esos «activistas» locales, son incapaces de organizar la difusión
incluso de lo que tienen a su disposición. ¿No es acaso ridículo leer: dennos
decenas de puds, cuando ustedes son incapaces de aceptar y transportar ni
siquiera cinco puds? Empiecen por hacer esto, respetables «visionarios de una
hora» –pues ante el primer contratiempo lo abandonan todo, incluso todas sus
convicciones!–; hagan esto, y luego, cuando lo hayan hecho, y no una sino
decenas de veces, crecerá también la publicación a tenor de la demanda.
Y digo que
crecerá, porque sus quejas sobre las publicaciones de masas –que ustedes han
copiado sin ningún espíritu crítico y neciamente de los socialistas
revolucionarios, la gente de Svoboda y toda suerte de «inactivistas»
aturdidos–, provienen del olvido de una pequeña… muy pequeña trivialidad, o
sea, del olvido de que ustedes son incapaces de aceptar y distribuir siquiera
una centésima parte de las publicaciones de masas que editamos en la
actualidad. Tomaré una de las últimas listas de uno de nuestros pocos envíos
–mísera, lamentable, vergonzosamente pocos–. Los discursos de Nizhni Nóvgorod,
La Lucha en Rostov, el folleto sobre las huelgas, el folleto de Dyksztajn
[folleto que resumía qué es la plusvalía], me limitaré a estos. ¡Cuatro, sólo
cuatro pequeñeces! ¡¡Qué poco!!
¡Son cosas
viejas!, exclaman ustedes. Sí. Todos los partidos que disponen de buenas
publicaciones de divulgación distribuyen cosas viejas: Guesde y Lafargue,
Bebel, Bracke, Liebknecht y otros, durante décadas. ¿Entienden?: ¡durante
décadas! Y las únicas publicaciones de divulgación que son buenas, las únicas
publicaciones de divulgación que son adecuadas son las que son útiles durante
décadas. Pues las publicaciones de divulgación son una serie de manuales para
el pueblo, y los manuales enseñan el abecé, que no cambia en medio siglo. Esas
publicaciones de «divulgación» que los «cautiva» a ustedes y que el grupo
Svoboda y los socialistas revolucionarios editan por puds todos los meses, es
papel desperdiciado y charlatanería. Los charlatanes siempre se agitan y hacen
mucho ruido, y algunos ingenuos confunden eso con la actividad [*].
¡Sí, es muy
poco! Sí, necesitamos cuatrocientas, no cuatro.
Pero permítanme
que les pregunte: ¿han sido capaces de distribuir por decenas de miles, aunque
sólo sea estas cuatro cosas? No, no han sido capaces de hacerlo. No han sido
capaces de distribuirlas ni siquiera por centenares. Por eso gritan: ¡dennos
decenas de puds! –Nadie les dará nunca nada si no son ustedes capaces de tomar:
no lo olviden–.
¿¿Utilizaron
los centenares de ejemplares que les enviamos, les hicimos llegar, les pusimos
en la boca?? No, no fueron capaces de hacerlo. Ni siquiera en algo tan simple
como eso supieron vincular a las masas con la socialdemocracia. Todos los meses
recibimos decenas y cientos de proclamas, informes, noticias y cartas de todos
los confines de Rusia, pero ¡no hemos recibido ni una sola –¡piensen un poco en
el sentido exacto de las palabras «ni una sola»!– información sobre la
distribución de esos cientos de ejemplares entre las masas, sobre la impresión
que producen a las masas, sobre la reacción de las masas, sobre las discusiones
entre las masas a propósito de estas cosas! Nos colocan ustedes en una
situación en que el escritor escribe, el lector –el intelectual– lee; después
de lo cual ese mismo lector indolente lanza rayos y truenos contra el escritor
porque él –¡¡¡el escritor!!!– no proporciona publicaciones «por decenas de
puds» en todas partes. El hombre cuya única tarea es vincular al escritor con
las masas permanece sentado como un pavo enojado y clama: ¡dennos publicaciones
de masas! y, al mismo tiempo es incapaz. de utilizar ni siquiera una centésima
parte de lo que hay disponible.
Ustedes dirán,
por supuesto, que es imposible, imposible en general, vincular a Iskra,
por ejemplo, esta producción fundamental nuestra, con las masas. Sé que dirán
eso. Lo he oído cientos de veces y siempre he contestado que es mentira, que es
un subterfugio, una evasiva, incapacidad e indolencia, el deseo de que les
caigan del cielo en la boca perdices asadas.
Sé por
experiencia que personas emprendedoras han sido capaces de «vincular» a Iskra
–a esa Iskra archiintelectual, según la opinión de intelectualillos flojitos–
con la masa, incluso de obreros atrasados e incultos como son los de las
provincias industriales de los alrededores de Moscú. He conocido a obreros que
distribuían ellos mismos Iskra entre las masas –en esos lugares– y su única
observación era que había muy pocos ejemplares. Y no hace mucho escuché a «un
soldado del campo de batalla», que contaba como en uno de esos apartados
centros fabriles de Rusia central se lee Iskra a un mismo tiempo en muchos
círculos, en reuniones de 10 a 15 personas, y como el comité y los subcomités
mismos leen antes cada número y planean en conjunto cómo utilizar cada artículo
en charlas me agitación. Y sabían utilizar hasta esos escasos 5 a 8 ejemplares
–¡¡ocho como máximo!!– que era todo lo que recibían debido a la torpe
inactividad de los activistas que vegetan cerca de la frontera –que jamás
fueron capaces siquiera de organizar la recepción de los envíos de publicaciones,
y que esperan que el escritor dé a luz, no sólo artículos, sino también hombres
que realicen el trabajo por ellos–.
Dígannos con la
mano en el corazón: ¿utilizaron así muchos de ustedes cada ejemplar de Iskra
que recibieron –que les fue enviado, que les fue entregado–? ¡No contestan!
Bien, permítanme que les diga: uno de cada cien ejemplares que llegan a Rusia
–por las veleidades de la suerte y gracias a la inactividad de los «lectores»–
se utiliza de este modo, con discusiones sobre el valor agitativo de cada
suelto, con lecturas de cada suelto en círculos obreros, en todos los círculos
de todos los obreros habituados a reunirse en una ciudad determinada. ¡¡Y sin
embargo, personas incapaces de asimilar ni siquiera una centésima parte del
material que reciben, se lamentan: dennos decenas de puds!! ¡¡La fórmula de
Schedrín –el escritor escribe– aún considera al «lector» con mucho, muchísimo
optimismo!!
El lector de
hoy –entre los intelectuales socialdemócratas– ha llegado al extremo de
quejarse de los escritores porque los intelectuales locales son indolentes y
«dan órdenes» a los obreros, sin hacer nada por ellos. Y la queja es justa, mil
veces justa, sólo que… ¿está dirigida a quien corresponde? ¿¿No nos permitirían
devolvérsela a quien la envía con una doble multa como castigo?? ¿Qué les
parece, honorabilísimos señores quejosos? Si sus amigos son incapaces de
utilizar Iskra para lectura en los círculos obreros, si son incapaces de
destinar gente que se ocupe del envío y la distribución de las publicaciones,
si son incapaces de ayudar a los obreros a organizar círculos para ese fin,
¿¿por qué no arrojan por la borda a esos amigos inútiles?? ¿¿Se dan cuenta en
qué bonita situación se colocan ustedes cuando se quejan a nosotros de su
propia inutilidad??
Es un hecho que
los «prácticos» no utilizan ni una centésima parte de lo que podrían recibir. Y
es un hecho no menos indudable que esa especial variedad de publicaciones «de
masas» que esa gente inventa, no es más que un pretexto y una evasiva. En la
carta de 7 ts. 6 f. [seudónimo del autor de la carta que motivó a Lenin para
redactar esta], por ejemplo, se «nos» recomienda –a nosotros, naturalmente–
tres variedades:
1) Un periódico
popular. Mastíquenlo todo a fin de que sea posible asimilarlo sin necesidad de digerirlo,
a fin de que nosotros, los «activistas», no necesitemos para nada de estómago.
No importa que
hasta ahora jamás se haya visto en el mundo un «periódico popular» semejante,
pues un periódico da respuesta a todo, mientras que las publicaciones populares
instruyen sobre unas pocas cosas. No importa que todos nuestros ejemplos de
semejantes publicaciones, comenzando por Rabóchaya Misl y siguiendo por
Vperiod, Rabóchee Delo, Krásnoe Znamia, etc., resultasen necesaria e
indefectiblemente híbridos, no siendo ni populares ni periódicos. No importa
que todos los intentos de periódicos «obreros» no hiciesen más que alimentar, y
siempre alimentarán, la absurda división entre un movimiento intelectual y un
movimiento obrero –división provocada por la estupidez y la torpeza de los
intelectuales ¡quienes llegan al extremo de enviar quejas de su propia torpeza
desde el lugar del mal hasta los confines de la Tierra! –. No importa que todos
los intentos de periódicos «obreros» sólo hayan dado origen hasta ahora, y siempre
darán origen entre nosotros, a los métodos artesanos y a las teorías,
especiales y profundas, de Kazán, y Járkov. Nada de eso importa. ¡Ahí tiene a
la encantadora Svoboda y a los encantadores –«conmovedores»– socialistas
revolucionarios; ¡¡qué cantidad –¡uff qué cantidad!– de periódicos y revistas
populares publican!! ¡¡Naródnoe Delo, Krásnoe Znamia, Svoboda, una revista para
obreros; Otkliki, un periódico y una revista para obreros; Luchina, para
campesinos; Rabóchaya Misl, el periódico de Ginebra para los obreros de
Petersburgo!! No importa que todo eso sea una porquería, pero, con todo, es una
porquería de masas.
¡Y ustedes no
tienen más que Iskra; después de todo, acaba aburriendo! Treinta y un números y
todos de Iskra, mientras que con la gente encantadora, después de dos números
de un título –de porquería–, aparecen inmediatamente tres números de otro
título –de porquería–. ¡Eso sí que es energía, eso sí que es divertido, eso sí
que es nuevo! En tanto que nuestros socialdemócratas…
2) Y «ellos» siempre
tienen folletos nuevos. Cada separata se considera como un folleto, y todo esto
se divulga a gritos y se suman las hojas impresas −un millón de hojas: véase el
núm. 16 de Revoliutsiónnaya Rossía. ¡Han batido todos los récords! ¡Son
campeones!−.
¡Y en cambio
nosotros! Las reediciones no se cuentan como folletos, ¡¡delicadeza de
intelectuales y literatos!! Se reeditan los viejos, viejísimos folletos de
Dyksztajn, cuando hasta las muchachas de París y de Chernígov saben que diez
nuevos folletos −de porquería− valen cien veces más que uno viejo, pero bueno.
Sólo entre los
alemanes las cosas ocurren de tal modo que en 1903, por ejemplo, ¡¡se reeditó
por undécima vez «Nuestros objetivos» (1869), de Bebel, escrito hace 34 años!!
Eso es muy aburrido. Nuestros «encantadores» socialistas revolucionarios están
en erupción. ¡Pero nuestros «activistas» locales no saben utilizar ni los
viejos folletos de Plejánov −¡de hace 20 años: cosas viejas!, ¡al archivo con
ellas!−, ni un folleto «cualquiera» −¡uno solo!− sobre las huelgas o sobre la
memoria de Witte!
Esto, al margen
de que los «activistas» locales no mueven ni un dedo para obtener buenos
folletos de los escritores que se encuentran desterrados, y para lograr que
colaboren en «Iskra» los escritores Locales. ¿Para qué? ¡Es más fácil quejarse
que acometer esa fastidiosa tarea! Y el lector actual, sin sonrojarse, se
titula «iskrista» por la sencilla razón de que escribe sus quejas a Iskra.
Tampoco perturba lo más mínimo su conciencia que el 99% 0 sean siempre escritos
por los mismos tres escritores y medio. Ni encuentra necesario pensar siquiera
en que no hay que permitir que se suspenda la salida de Iskra y que la
publicación quincenal de 1 ½ a 2 hojas exige mucho trabajo. No obstante,
continúa exclamando con una fatuidad sin igual: ¡¡Treinta y un números, pero
quedan todavía muchos tontos y quejicas inútiles en las localidades! Un
argumento en verdad demoledor… sólo que, ¿para quién y para qué?
3) Proclamas.
¡Dennos
proclamas! ¡¡Los comités no pueden!! ¡Escriban, envíen, traigan −¿y
distribuyan?− proclamas!
Bueno… eso es
ya coherente. Yo abro la boca, y ustedes me la llenan: ¡he ahí una nueva forma
de relaciones entre el «escritor» y el práctico «iskrista»! Llegar hasta el
punto de afirmar que las organizaciones locales −¿integradas por «activistas»
pasmarotes?− no pueden editar proclamas locales, que hay que enviarlas del
extranjero, es el colmo. Es un tan grandioso −a mi criterio− coronamiento de
toda la carta de 7 ts. 6 f. que no me queda más que terminar con esa «corona».
Cualquiera otra adición o comentario no haría más que empañar su brillo». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Carta a F. V. Lengnik, 12 de febrero de
1903)
Anotaciones de
Bitácora (M-L):
[*] No es cierto, como nos pretendieron asegurar los «reconstitucionalistas»
(La Forja, Nº33, 2005), que hoy nos encontremos en una época similar a la de
fundación del Partido Socialista Obrero Español (1879) o del Grupo para la
Emancipación del Trabajo (1883). En aquellos días, y mucho antes, cuando casi
nadie había oído hablar de las ideas de Marx y Engels en España o Rusia, ni
tampoco había demasiados medios a su disposición, una de las tareas principales
del movimiento fue centrar los esfuerzos en labores de traducción y divulgación
de textos clásicos; ¿y quién puede no admirar tales esfuerzos? Ahora bien,
tratar de extrapolar dicha situación y medios al presente sería autolimitarse
sin razón. Para que el lector se haga una idea, Plejánov tuvo que dedicar gran
parte de su tiempo a la traducción y popularización de textos inéditos o
desconocidos en su país: «El manifiesto del partido comunista» (1882), «Trabajo
asalariado y capital» (1883), «Del socialismo utópico al socialismo científico»
(1884), «Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana» (1892) o
«El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte» (1894). Obras que hoy literalmente
están al alcance de cualquiera con acceso a Internet, e incluso son conocidas
en los mundos intelectuales de «izquierda» −sea esta más académica o radical−.
Estos intentos de algunos de querer trazar paralelismos históricos tan forzosos
como carentes de sentido también conllevan el olvido de que los mismos
Plejánov, Vera Zasúlich, Axelrod, Lenin, Pablo Iglesias Posse, Antonio García
Quejido, José Mesa y Leompar o Jaime Vera −entre otros tantos protagonistas
conocidos y anónimos−, no solo fueron meros «divulgadores», sino que por fuerza
de la necesidad en su actividad cotidiana acabaron siendo desde muy temprano
organizadores, investigadores y polemistas −basta recordar las trifulcas
ideológicas de los marxistas rusos contra los populistas y liberales o de los
marxistas españoles contra el republicanismo y el anarquismo−.
Actualmente, si
nos centramos en discutir lo que deben de ser las principales tareas de
formación y difusión, está claro que lo que debe hacerse es potenciar un nuevo
movimiento que se libere del peso de los estereotipos. Aún es común que haya
episodios en donde, desafortunadamente, una nueva organización arrastra la
tradición de la anterior sin si quiera preguntarse si dicha herencia es
beneficiosa, si la misma debe adaptarse o es directamente es un lastre a
soltar. Para que el lector nos entienda: dichas tareas de formación y difusión
no pueden partir ya de realizar una ponencia en la universidad más cercana para
explicar al público el capítulo «Burgueses y proletarios» de «El manifiesto
comunista» (1848) de Marx y Engels, ni un resumen de «El Estado y la
revolución» (1917) de Lenin en tu asamblea antifascista más cercana. Esto sería
sumamente ridículo, y por desgracia así proceden la mayoría de colectivos,
aunque lo nieguen. Estos títulos ni siquiera son libros desconocidos para la
gente interesada en el tema, así como tampoco para sus enemigos −otra cosa muy
diferente es qué entienden o qué han querido entender tras echarle una ojeada,
tema que ahora abordaremos−. A todo esto, ha de entenderse, pues, que estas
labores de «divulgación» implican literalmente: «Publicar, extender, poner al
alcance del público algo»; y si bien siempre serán bienvenidas y necesarias
para las capas más atrasadas −pues aclaran la esencia de la doctrina−, no
pueden ser centrales en las condiciones actuales por múltiples motivos ya
esgrimidos.
De hecho, las
rutinas y formaciones de las agrupaciones revisionistas no pasan de actos tales
como realizar charlas o mandar a sus militantes una gigantesca lista de «libros
clásicos» o «de interés» que nadie allí ha leído en su totalidad, ¿y qué ocurre
a partir de aquí? Los valientes que se adentran a tal tarea lo hacen sin
entender el contexto del autor y la obra, lo cual dificulta su asimilación.
Otros, pese a entender la base, les da pereza investigar más allá para
comprobar o traer datos actualizados, mientras que casi todos concluirán la
lectura o charla sin discutir nada de lo fundamental con sus compañeros. Por
fortuna, en el presente todo sujeto interesado puede acceder libremente a
millones de vídeos, sinopsis y podcast y todo tipo de material para leer u oír
estas cuestiones, bien sea en su versión completa o resumida por terceros. No
se nos malinterprete: este es otro gran aspecto positivo a tener en cuenta,
pero que lejos de significar la absoluta autonomía en la formación del
individuo, implica que no se debe descuidar que estos conocimientos sean
puestos en conjunto con otros compañeros para testearse mutuamente.
Ahora, una vez
aclarado esto, ¿cómo vamos a cometer la locura de dedicar nuestras principales
energías a tales menesteres de «divulgación» de lo ya conocido? El trabajo
verdaderamente urgente, tanto a nivel individual como colectivo, es otro mucho
más preciso y que requiere de mayor esfuerzo. Este es totalmente analítico, es
decir, crítico, pues incluye un estudio del movimiento político de referencia
−para entender los errores o prejuicios asumidos en el presente− y de las
condiciones y variaciones que la sociedad ha experimentado desde entonces −para
adaptarnos al momento y al próximo paso−:
«La
intelectualidad socialista sólo podrá pensar en una labor fecunda cuando acabe
con las ilusiones y pase a buscar apoyo en el desarrollo real y no en el
desarrollo deseable. (…) Esta teoría, basada en el estudio detallado y
minucioso de la historia y de la realidad. (…) Debe dar respuesta a las
demandas del proletariado, y si satisface las exigencias científicas, todo
despertar del pensamiento rebelde del proletariado. (…) Cuanto más progrese la
elaboración de esta teoría tanto más rápido será el crecimiento. (…) Por mucho
que todavía quede por hacer para elaborar esta teoría, la garantía de que los
socialistas realizarán dicha labor es la difusión entre ellos del materialismo,
único método científico que exige que todo programa formule exactamente el
proceso real. (…) En este caso, las condiciones de la labor teórica y la labor
práctica se funden en un todo, en una sola labor. (…) Estudiar, hacer
propaganda, organizar». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; ¿Quiénes son los
«amigos del pueblo» y cómo luchan contra los socialdemócratas?, 1894)
La pregunta
sería entonces, ¿qué han hecho estos señores por lograr tal objetivo? Como se
ha dicho ya, entre cero y nada. Y esta verdad, aunque amarga, no puede ser
ocultada, como no puede taparse el sol con un dedo.
Fuente: bitacoramarxistaleninista.blogspot.com
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