Reproducimos
aquí en abierto este artículo publicado en el número de Junio de El Viejo Topo,
centrado en la figura de Henry Tanguy, cabeza de la resistencia francesa frente
a los nazis en París.
En la calle el Topo de Junio
El Viejo Topo
1 junio, 2025
Además de este
artículo en abierto. En el número 449 —El Viejo Topo, junio 2025—:
historia, política y cultura; del legado de Constantino al Egipto de Sisi,
entrevistas a Franquesa y Casinos, la segunda entrega sobre Walter Rodney, cine
con Kids y más reseñas de libros.
ROL-TANGUY.
UNOS DÍAS DE AGOSTO DE 1944
Bajo el
pabellón oeste que construyó Claude-Nicolas Ledoux en 1787 sobre las canteras
de piedra caliza de Tombe-Issoire, en la Plaine de Montrouge, que albergaban
desde el año anterior a las catacumbas, el gran osario de París, se encuentran
unas angostas escaleras que se adentran en las profundidades de la tierra hasta
llegar a un laberinto de dependencias oscuras donde Henry Rol-Tanguy instaló el
puesto de mando de la resistencia francesa en 1944: son apenas seis estancias
con la central telefónica, las bicicletas para asegurar la electricidad,
el bureau del Estado Mayor y unas angostas duchas y retretes.
Desde allí, hoy Denfert-Rochereau, se dirigió la insurrección para liberar
París de los nazis. El puesto de mando estuvo cerrado durante más de ochenta
años, hasta que en 2019 se consiguió su apertura al público.
Henry Tanguy
era un comunista francés, voluntario de las Brigadas Internacionales, que
combatió al fascismo en España junto al ejército republicano, y que cuando
miraba el Ebro en 1938 no podía imaginar que seis años después, con Francia
bajo la ocupación nazi, dirigiría la liberación de París desde un búnker
hermético a veinte metros de profundidad bajo esa plaza parisina de
Denfert-Rochereau. Tanguy estuvo en España desde 1937, y cayó herido en el
Ebro. Trabajó en la Renault de Boulogne-Billancourt, y conoció a quien sería su
esposa, Cécile, en 1936; ambos eran comunistas, se encontraron en los locales
de la CGT francesa, participaron en campañas de solidaridad con la España
republicana y se incorporaron después a las Brigadas Internacionales. Tuvieron
una larga vida: Rol-Tanguy murió en 2002, con 94 años; Cécile, en 2020, cuando
ya había cumplido 101 años, pero su existencia no siempre fue tranquila: el
padre de Cécile, un obrero comunista, fue detenido en abril de 1940 bajo el
gobierno de Paul Reynaud, antes de la ocupación nazi de Francia, deportado a
Auschwitz y asesinado en el campo de exterminio en 1942. Y la derrota y
la ocupación de Francia trajeron días duros para ambos, viendo morir a su hija:
Cécile recordaría después: «No me quedaba nada. Mi padre había sido
detenido, no sabía donde estaba mi marido, y mi niña había muerto.» La pequeña Françoise
tenía solo siete meses, y murió dos días antes de la entrada de los nazis en
París. Cécile, alias Lucie, lleva en el cochecito de sus hijos (Hélène y Jean,
nacidos durante la guerra en 1941 y 1943) documentos de la resistencia,
mensajes, pistolas y granadas, cócteles molotov, mientras Rol-Tanguy vive
oculto en diferentes domicilios, hilando la resistencia: adoptó entonces el
nombre Rol en memoria de su camarada Théo, que había sido asesinado por las
tropas franquistas en España. Henry Tanguy, convertido en el coronel Rol-Tanguy
de la resistencia contra los nazis, nunca escribió sus memorias, pero aceptó
verter sus recuerdos al historiador Roger Bourderon.
La primavera de
1940 fue atroz: el 3 de junio, los alemanes bombardean París y matan a 254 personas.
No serían las únicas víctimas, porque entre 1942 y 1944 estadounidenses y
británicos bombardearon también la ciudad: el 3 de marzo de 1942 atacan la
Renault y matan a casi 500 parisinos, y el 4 de abril de 1942 los
estadounidenses causan 300 muertos. Los bombardeos más violentos fueron en
abril de 1944, cuando las bombas angloestadounidenses mataron a 1.500 civiles.
Nadie lo hubiera imaginado antes, pero cuando las tropas alemanas se acercan a
París el gobierno francés sigue reprimiendo: el 6 de junio de 1940, los
periódicos revelan que más de cien militantes comunistas han sido detenidos, y
celebran la mano dura contra la «subversión». Cuatro días después, un tribunal
militar de París juzga a treinta y tres miembros del Partido Comunista Francés (PCF).
El presidente
del gobierno, Paul Reynaud; su predecesor, Daladier; su ministro del Interior,
Mandel, y el ex primer ministro Édouard Herriot, repetían en esos días que si
el gobierno abandonaba la capital ante la llegada de las tropas nazis, los
comunistas empezarían a saquear, asesinar e incendiar la ciudad. Pese a esos
temores, el gobierno abandona París el 11 de junio. Antes, ocho millones de
personas se han lanzado a las carreteras para escapar del ejército alemán, en
uno de los mayores éxodos de la historia de Europa. Desde el norte, los
franceses que huyen quieren alcanzar el sur, un refugio, una casa amiga. Los
tenderos cierran las puertas, las oficinas se vacían, las fábricas se detienen.
Millones de personas cargan con unas pocas pertenencias para escapar de la
guerra, de la ocupación alemana, en trenes abarrotados, en automóviles, coches
de caballos, bicicletas, en carros tirados por bestias, carretillas de mano,
atraviesan las pequeñas ciudades de provincias donde no pueden asistir a una
masa que bloquea las calles y los caminos. Por el camino, sufren los bombardeos
alemanes: más de cien mil franceses mueren en las carreteras y las cunetas, y
decenas de miles de niños se extravían; son huérfanos, se han perdido o han
sido abandonados, y vagan por la campiña. París y su periferia tenían, según el
censo de 1936, casi 5.000.000 de habitantes; cuando la Gestapo hace otro
recuento a finales de junio de 1940 para controlar el racionamiento, la ciudad
y su extrarradio solo tiene 1.737.000 residentes. En las dos primeras semanas
de junio, París se vacía, el caos y el pánico se apoderan de todos los
rincones, y Francia colapsa. El caos, la desorganización y la estampida
desesperada han sido tan impresionantes y demoledores que cuando las tropas
nazis entran en La Charité-sur-Loire, una pequeña localidad a doscientos
kilómetros al sur de París, encuentran vagones precintados que tienen en su
interior los archivos del servicio secreto militar francés, el Deuxiéme Bureau
del Estado Mayor. Tres días después de la salida del gobierno francés, la
Wehrmacht entra en París y el mando del general Bogislav von Studnitz se
instala en el hotel Crillon. En la sede del Ministerio del Interior, junto al
Elíseo, los alemanes descubren los archivos de la policía de seguridad, con los
expedientes del espionaje y contraespionaje. El 16 de junio, dimite Paul
Reynaud, que contaba en su gobierno con De Gaulle. Ocho días después de la
ocupación de París, Pétain firma el armisticio con Alemania; asegura que ha
salvado el honor del país, pero nace la Francia de Vichy, la del
colaboracionismo y la vergüenza. También, la resistencia.
La policía de
Vichy sigue los pasos de Rol-Tanguy, que vive en la clandestinidad cambiando
con frecuencia de domicilio. Carl Oberg es el jefe de la Gestapo en Francia, y
colabora con René Bousquet, el responsable de la policía del gobierno de Vichy;
su objetivo: desarticular la resistencia comunista. El Partido Comunista
Francés, que había sido prohibido por el gobierno de Édouard Daladier (uno de
los firmantes de los Acuerdos de Múnich) casi un año antes de la llegada de los
nazis a Francia, y sus periódicos clausurados, organiza durante la guerra
grupos armados de resistencia bajo el nombre de Francotiradores y Partisanos
(FTP), dirigidos por Jacques Duclos, Charles Tillon y Benoît Frachon.
Rol-Tanguy es desde 1942 el responsable de la región de París. Además de lanzar
ataques y sabotajes en las ciudades, los FTP organizan también el maquis en
zonas rurales y montañosas hostigando a las tropas alemanas. Para ser más
eficaz y facilitar sus movimientos, Tillon opta por grupos armados con no más
de veinte o veinticinco partisanos. Los maquis gaullistas optan por esperar al
desembarco de tropas aliadas en Francia. Los alemanes recurren a la tortura, el
asesinato y la deportación, al tiempo que siembran confusión entre los
franceses: Goebbels crea una Radio Humanité, utilizando el nombre del diario
del Partido Comunista y un lenguaje anticapitalista. En 1944, el PCF recibe un
duro golpe: varios centenares de partisanos comunistas son detenidos por la
policía de Klaus Barbie, varios son torturados hasta la muerte y otros
deportados a los campos de exterminio nazis.
En mayo de 1943
se celebra la primera reunión del Consejo Nacional de la Resistencia (CNR), con
Jean Moulin, delegado de De Gaulle. La unificación de las redes de la
resistencia era imprescindible, pero llega la detención y asesinato de Moulin
por las SS. Le sustituirá Georges Bidault y, tras la liberación de París, Louis
Saillant. Los gaullistas de Île-de-France colaboran con los comunistas. El
gobierno provisional del exilio estaba representado por Alexandre Parodi, que
fue nombrado en marzo de 1944. Su adjunto era el general Chaban-Delmas,
subordinado al general Koening, comandante de las Fuerzas Francesas del
Interior (FFI).
El programa de
la resistencia aprobado en marzo de 1944 indicaba las decisiones que adoptaría
el nuevo gobierno francés tras la derrota de los nazis: un plan de seguridad
social para garantizar medios de vida a todos los ciudadanos, los derechos
democráticos y un programa de nacionalizaciones que pretendía «el retorno a la
nación de los principales medios monopolistas de producción, fruto del trabajo
común, las fuentes de energía, la riqueza del subsuelo, las compañías de
seguros y los bancos principales». El programa llevaba la impronta del Partido
Comunista y el objetivo de asegurar la unidad de la resistencia.
El lunes 5 de
junio de 1944, el coronel Rol-Tanguy es nombrado por la resistencia comandante
de las FFI en la región de París. En julio se producen manifestaciones contra
los ocupantes, y el 10 de agosto se inicia la huelga de los ferroviarios. El 13
de agosto de 1944, aparecen en la calle de Belleville los cadáveres de dos
soldados alemanes, y el mismo día un sabotaje daña el depósito de las máquinas
de la estación de Bercy. En la pared, dejan una leyenda: «Tous au repos, la
Résistance«. El 15 de agosto, Chaban-Delmas llega desde Londres con una
misión: el jefe de las FFI, general Pierre Koenig, ordena a Rol-Tanguy que
detenga la insurrección. La orden se justifica alegando que los aliados iban a
llegar a la ciudad en los primeros días de septiembre, pero los comunistas se
lanzan a liberar París. Ese mismo día, los parisinos se sublevan, y en la
mañana del 16 de agosto una treintena de miembros de la resistencia con
ametralladoras y granadas subidos en tres camiones intentan entrar en el passage
Doisy, cerca del Arco del Triunfo, para atacar a militares alemanes
de la organización Todt. La acción es un desastre: advertidos, los hombres de
las SS bloquean al comando de la resistencia y tras un violento y prolongado
tiroteo matan a cuatro resistentes y capturan a otros veintisiete, y después a
veinte más en la Porte Maillot. El 17, la emisora colaboracionista
Radio París deja de emitir, y las tropas de ocupación circulan a toda velocidad
en los grandes bulevares, mientras centenares de personas se agolpan ante
la Porte Saint-Denis, con los alemanes cacheando al azar y
disparando a quienes están concentrados en el bulevar Bonne-Nouvelle. El
nerviosismo de los soldados alemanes es patente: tiran granadas en el interior
del Café Le Trou de la Lune, en la esquina de Saint-Denis y en el
bulevar Bonne-Nouvelle. Por la noche, continuan disparando ante cualquier
sospecha. Eisenhower, que manda las tropas estadounidenses, no piensa liberar
París, aunque De Gaulle, a la vista de la iniciativa de Rol-Tanguy y la
resistencia comunista, le insiste para que envíe tropas a la capital. El
general estadounidense acepta: como De Gaulle, no quiere tampoco que la
liberación de París sea protagonizada exclusivamente por los partisanos
comunistas.
Al día
siguiente, 18 de agosto, tampoco aparecen los periódicos y estalla la huelga
general. Charles Tillon, un metalúrgico que había sido diputado y que forma
parte del trío que dirige el Partido Comunista durante la ocupación y es
responsable de los francotiradores y partisanos comunistas, pone a todas sus
fuerzas de París y de Île-de-France a las órdenes de
Rol-Tanguy, mientras las tropas alemanas se atrincheran junto a los hoteles
Meurice, Crillon y Majestic, y ante la Ópera, en los Inválidos y en los
alrededores del Palais de Luxembourg.
Desde su puesto
de mando en Denfert-Rochereau, Rol-Tanguy llama a la movilización general, y
los partisanos se juegan la vida pegando la convocatoria en las calles de
París. Cécile ha escrito el llamamiento a la insurrección: «Aux patriotes
aptes à porter des armes. […] La France vous appelle! Aux armes, citoyens!»
¡A las armas, ciudadanos! Cécile, otras cuatro mujeres y la que está a cargo de
la central telefónica, aseguran las comunicaciones y los operativos: son la
columna vertebral del puesto de mando y, en el mayor secreto, reciben mensajes,
llamadas, partisanos. Junto a Rol-Tanguy está el Estado mayor de la
resistencia: Pierre Avia, Robert Villate, Eugène Van der Meersch, Antoine
Kargall, Pierre Robert, Victor Scarpazza, Francis Pornot. Tienen que evitar la
confusión sobre el terreno, los rumores y las informaciones falsas y las
provocaciones, y asegurar los ataques a los alemanes.
El sábado 19 se
producen más combates y los partisanos levantan barricadas, entre tiroteos en
las calles. Veinte mil soldados nazis están acantonados en París, y guardan
numerosos blindados y vehículos militares en el Grand Palais. La
resistencia consigue ocupar la Prefectura de policía, al lado de Notre-Dame, y
algunos edificios oficiales, ministerios, periódicos. Los alemanes atacan la
Prefectura, aunque se pacta una pequeña tregua en el consulado sueco. El
cónsul, Raoul Nordling, media en una nueva tregua el día 20, que se abandona
enseguida. Ese día, el coronel Rol-Tanguy organiza el levantamiento desde el
puesto de mando de la resistencia; envía instrucciones, coordina, dirige los
ataques. Miembros de la resistencia pedalean en las bicicletas del búnker
subterráneo para cargar las dinamos que aseguran la luz, y cuentan con una
centralita telefónica conectada con la defensa pasiva. En las oficinas de
la Inspection générale des carrières disponen de mapas de
todos los refugios de París y los alemanes, que conocen la existencia del
refugio, telefonean diariamente para interesarse por la situación: en el
búnker, con gran sangre fría, contestan cada jornada afirmando que no hay nada
extraño: la Gestapo ni siquiera sospecha que allí está el puesto de mando de la
resistencia, donde la actividad y la tensión son máximas: llegan mensajes, se
reciben llamadas, y milicianos recorren las calles en bicicletas para asegurar
el envío de refuerzos; mientras otros recogen información sobre los movimientos
alemanes para asegurar los ataques.
En el búnker,
el sigilo y la seguridad son extraordinarios, sobrecogedores. Todos saben que
se juegan la vida, pero eso no les detiene: ese día 20, un grupo de la
resistencia dirigido por Léo Hamon (nacido Lew Goldenberg, hijo de judíos
rusos) toma el ayuntamiento de París, y el puesto de mando de Rol-Tanguy envía
varios centenares de partisanos para defenderlo, y se parapetan en el Hôtel de
Ville, mientras otros miembros de la resistencia se apostan en las bocacalles
de Rivoli, Temple, Renard, para detener a las tropas nazis. La resistencia
mantiene la isla de la Cité en sus manos, y vigilan desde los tejados el
movimiento de los alemanes. Ese mismo día, el mariscal Pétain abandona Vichy
bajo protección alemana y se dirige hacia el Este del país. El 21, la
resistencia ocupa las sedes de todos los ministerios en París.
Charles Luizet,
nombrado prefecto de policía por el gobierno provisional, llega desde Córcega a
la Provenza y sube a París donde asume sus funciones, mientras Alexandre Parodi
pone la resistencia a las órdenes del coronel Rol-Tanguy. Pese a la tregua
pactada en el consulado sueco, siguen los combates en las calles y el barrio
Latino está cubierto de parapetos. El martes 22 de junio, la ciudad esta
paralizada por las barricadas que ha ordenado levantar Rol-Tanguy, los alemanes
son hostigados desde tejados y pisos altos y sufren emboscadas. Al día siguiente,
23, Hitler ordena a von Choltitz la destrucción de París, la voladura de todos
los puentes sobre el Sena. La confusión, el caos y los rumores se extienden por
la ciudad, con incendios en el Grand Palais y la amenaza del
alto mando alemán de dirigir la artillería contra los edificios oficiales
ocupados por la resistencia. Dos grandes banderas con la esvástica sobresalen
de los porches del hotel Meurice en la calle Rivoli. Nidos de ametralladoras
alemanas disparan ante cualquier sospecha, y decenas de miembros de la
resistencia son abatidos. Casi seiscientas barricadas bloquean las calles y los
suburbios. Los barrios obreros bullen de agitación. La resistencia va liberando
calles, edificios, mientras la ciudad vive horas tensas, en medio de los disparos,
de los murmullos en los portales, de carreras para escapar de las balas, del
miedo, de la ansiedad de los colaboracionistas. Ni siquiera los vélo-taxi (una
bicicleta que tiraba de un pequeño carro) circulan.
Cuando Hitler,
en el cuartel general de la Rastemburg prusiana (hoy, la polaca Kętrzyn), la
Guarida del lobo, pregunta a sus generales: ¿Arde París?, es ya demasiado
tarde. El jueves 24 es un día grande: fuerzas aliadas llegan a la
Croix-de-Berny, en Antony, a doce kilómetros de París, y al Pont de Sèvres, a
diez kilómetros, mientras el capitán Raymond Dronne, que manda La
Nueve (la 9.ª Compañía de la 2.ª División Blindada o División Leclerc),
compuesta por republicanos españoles, lanza tres secciones hacia el centro: una
la dirige él; otra, Amado Granell, y la tercera, Rafael Lafuente, y avanzan por
la avenida de Orléans. A las nueve y veinte de la noche consiguen llegar hasta
el ayuntamiento de París con tres blindados y once semiorugas: al frente está
Granell. Han llegado en el blindado Guadalajara; tras él, otros
republicanos españoles en los semiorugas Guernica, Madrid, Ebro, Brunete, Jarama, Teruel, Belchite.
En ese instante conmovedor y ansioso, repican todas las campanas de París junto
a la gran Emmanuel de la catedral de Notre-Dame, y algunos de
aquellos hombres endurecidos por la guerra, curtidos en la resistencia, no
pueden reprimir las lágrimas. El París de la revolución francesa y de la Comuna
respira de nuevo.
En las horas
siguientes, los republicanos españoles y la resistencia toman la plaza de la
Concorde, liberan la Asamblea Nacional y el imponente Hotel Majestic de la
avenida Kléber, sede la comandancia militar alemana. Muchos resistentes mueren,
centenares de cadáveres se encuentran por las calles, y todavía en la mañana
del día 25 siguen los combates: en las primeras horas de la tarde, el general
Dietrich von Choltitz capitula. Virgilio Botella, un combatiente de La
Nueve, cuenta en su libro La gran ilusión, que fueron tres
comunistas españoles de su Compañía quienes detuvieron a Von Choltitz en el
hotel Meurice. París era ya de la resistencia. Hoy, centenares de placas
recuerdan a quienes murieron aquellos días.
«El día más
grande tras la toma de la Bastilla», publica Life. Tras la
guerra, Von Choltitz, que se benefició de haber, supuestamente, desobedecido a
Hitler, salvando así a París, escribió sus memorias subrayando esa leyenda. En
realidad, no disponía de los recursos para destruir la capital francesa, y el
general trataba de salvar su vida evitando la acusación de haber cometido
crímenes de guerra. Dos años antes, Von Choltitz no había tenido escrúpulos en
ganarse el título de «carnicero de Sebastopol».
Junto con
Leclerc, Rol-Tanguy recibe en la estación de Montparnasse la rendición del
general Dietrich von Choltitz. Los hombres de La Nueve participaron
después en la toma de la Kehlsteinhaus, el Nido del
Águila del Führer en Berchtesgaden. De los ciento
cincuenta republicanos españoles de La Nueve, solo dieciséis sobrevivieron
a la guerra. Rol-Tanguy no se quedó en París: en agosto de 1944, la Alemania
nazi aún no había sido vencida, y se incorporó a la campaña militar hasta la
derrota final de Hitler.
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