Este artículo es
un extracto del texto de Ellen Meiskins Wood, «¿Qué es la agenda posmoderna?»,
en En defensa de la historia:Marxism and the Postmodern Agenda, eds. Ellen
Meiskins Wood y John Bellamy Foster (Monthly Review Press, 1997), 12-16.
Por un proyecto universal
El Viejo Topo
29 mayo, 2025
Este artículo
es un extracto del texto de Ellen Meiskins Wood, «¿Qué es la agenda
posmoderna?», en En defensa de
la historia:Marxism and
the Postmodern Agenda, eds. Ellen Meiskins Wood y John Bellamy
Foster (Monthly Review Press, 1997), 12-16.
¿QUÉ ES LA
AGENDA POSMODERNA?
Por Ellen
Meiskins Wood
Una de las
ironías del posmodernismo es que, al tiempo que abraza –o por lo menos se
rinde– al capitalismo, rechaza el «proyecto de la Ilustración», al que
responsabiliza de crímenes que más justamente deberían atribuirse al
capitalismo… Por supuesto, sería absurdo sostener que el capitalismo es
responsable de todos los males de la modernidad, o incluso negar los beneficios
materiales que a menudo lo han acompañado. Pero sería igualmente absurdo negar
los efectos destructivos asociados a los imperativos capitalistas de
autoexpansión, «productivismo», maximización de los beneficios y competencia.
Es difícil ver cómo estos efectos negativos proceden intrínsecamente de la
Ilustración. Como mínimo, debemos preguntarnos si un universalismo emancipador
equivale al expansionismo o imperialismo capitalista, y si los frutos de la
ciencia y la tecnología «occidentales» deben, por definición, servir a las
necesidades de la acumulación capitalista y a la destrucción de la naturaleza
que inevitablemente la acompaña.1
En cualquier
caso, vivimos un momento histórico que, más que ningún otro, exige un proyecto
universalista. Este es un momento histórico dominado por el capitalismo, el
sistema más universal que el mundo haya conocido jamás, tanto en el sentido de
que es global como en el de que penetra en todos los aspectos de la vida social
y el medio ambiente natural. Al abordar el capitalismo, la insistencia
posmodernista en que la realidad es fragmentaria y, por lo tanto, solo
accesible a «conocimientos» fragmentarios, resulta especialmente perversa e
incapacitante. La realidad social del capitalismo es «totalizadora» en grados y
formas sin precedentes. Su lógica de mercantilización, acumulación,
maximización de los beneficios y competencia impregna todo el orden social; y
la comprensión de este sistema «totalizador» requiere precisamente el tipo de
«conocimiento totalizador» que ofrece el marxismo y que rechazan los
posmodernistas.
La oposición al
sistema capitalista también nos obliga a recurrir a intereses y recursos que
unifican, en lugar de fragmentar, la lucha anticapitalista. En primer lugar, se
trata de los intereses y recursos de la clase, la fuerza más
universal capaz de unir las diversas luchas emancipadoras; pero, en última
instancia, estamos hablando de los intereses y recursos de nuestra humanidad
común, en la convicción de que, a pesar de nuestras diferencias manifiestas,
existen ciertas condiciones fundamentales e irreductibles comunes para el
bienestar y la realización humana que el capitalismo no puede satisfacer y el
socialismo sí.
Para la gente
de izquierda, y especialmente para una generación más joven de intelectuales y
estudiantes, el mayor atractivo del posmodernismo es su aparente apertura,
frente a los supuestos «cierres» de un sistema «totalizador» como el marxismo.
Pero esta pretensión de apertura es en gran medida espuria. El problema no es
solo que el posmodernismo representa un tipo de pluralismo intelectual que ha
socavado sus propios cimientos. Tampoco se trata simplemente de un eclecticismo
acrítico pero inofensivo. Hay algo más grave en juego. La «apertura» de los
conocimientos fragmentarios del posmodernismo y su énfasis en la «diferencia»
se consiguen a costa de cierres mucho más fundamentales. El posmodernismo es,
en su vertiente negativa, un sistema implacablemente «totalizante», que excluye
un amplio abanico de pensamiento crítico y políticas emancipadoras, y sus
cierres son definitivos y decisivos. Sus supuestos epistemológicos lo hacen
inaccesible a la crítica, tan inmune a ella como el dogma más rígido (¿cómo se
puede criticar un conjunto de ideas que a priori descarta la
práctica misma del argumento «racional»?). Y excluyen –no solo rechazando
dogmáticamente, sino también haciendo imposible– una comprensión sistemática de
nuestro momento histórico, una crítica global del capitalismo y prácticamente
cualquier acción eficaz.
Si el
posmodernismo nos dice algo, de forma distorsionada, sobre las condiciones del
capitalismo contemporáneo, el verdadero truco consiste en averiguar exactamente
cuáles son esas condiciones y hacia dónde vamos a partir de aquí. El truco, en
otras palabras, consiste en sugerir explicaciones históricas para estas
condiciones en lugar de simplemente someterse a ellas y entregarse a
adaptaciones ideológicas. El truco está en identificar los problemas reales a
los que las modas intelectuales actuales ofrecen soluciones falsas –o ninguna–
y, al hacerlo, desafiar los límites que imponen a la acción y la resistencia.
El truco está en responder a las condiciones actuales no como robots alegres (o
incluso miserables), sino como críticos…2
El mundo está
cada vez más poblado no por robots alegres, sino por seres humanos muy
enfadados. Tal y como están las cosas, hay muy pocos recursos intelectuales
disponibles para comprender ese enfado, y casi ninguno político (al menos en la
izquierda) para organizarlo. El posmodernismo actual, a pesar de su pesimismo
aparentemente derrotista, sigue arraigado en la «edad de oro del capitalismo».3 Es hora de dejar atrás ese legado y afrontar las
realidades actuales.
Notas
- Esto también plantea grandes interrogantes sobre la relación entre el
capitalismo y la Ilustración, que no hay espacio para discutir aquí. En «Modernidad,
posmodernidad o capitalismo?» [Monthly Review, julio-agosto
de 1996], intento esbozar algunas distinciones entre las condiciones
históricas que dieron lugar a la Ilustración y las que dieron lugar al
proceso de desarrollo capitalista.
- Sobre los «robots alegres», véase C. Wright Mills, The
Sociological Imagination(Oxford: Oxford University Press, 1955),
175.—Ed.
- En Eric Hobsbawm, The Age of Extremes: The Short Twentieth
Century, 1914–1991(Nueva York: Pantheon, 1995), 165–67. La «edad de
oro» (aproximadamente de 1947 a 1973) se encuentra entre la «edad de la catástrofe»
y el «derrumbe».
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