Las
políticas de Trump, la disputa EEUU-China y la crisis del orden mundial (Parte
1)
Felipe Alegría y Ricardo Ayala / Liga Internacional de
los Trabajadores LITCI
Kaosenlared
31 de julio de 2025
Hay un verdadero terremoto
en la división mundial del trabajo (DMT), originado por el choque abierto entre
el carácter global de las cadenas de producción y la envoltura de
las fronteras nacionales en que estas se desenvuelven. Trump jugando con las
desigualdades entre países, utiliza los aranceles de acceso al mercado
norteamericano de manera pendenciera y reaccionaria, con el fin de favorecer
hasta las últimas consecuencias a una rama industrial que, sin embargo, no
conoce fronteras y no está sujeta a aranceles. Nos referimos a las Big
Techs, en su incesante acumulación de capital.
Son un pequeño núcleo de
empresas que se puede contar con los dedos de las manos, estadounidenses y
chinas, que están en la cima de la cadena de valor, pasan olímpicamente por
alto de las fronteras nacionales y están en el centro de la acumulación
capitalista actual. Entretanto, el resto de las empresas, en el cuadro de las
actuales cadenas de producción, están sujetas a los aranceles,
que atan a los países a su jerarquía dentro de la DMT. Las Big Techs se
apoyan y se alimentan de esta DMT, sin estar sujetas a las fronteras estatales.
La situación actual, con la
presidencia de Trump, ha llevado esta contradicción al paroxismo. El
capitalismo imperialista, sometido a la base mediocre de la propiedad privada y
la ganancia, incapaz de permitir que nuevos dispositivos y avances florezcan
globalmente y sin restricciones, los somete a las limitaciones de los Estados
nacionales.
Trump no pretende
reindustrializar los EE.UU., sino traer al país las industrias que están en la
cúspide de la tecnología (semiconductores) y, al mismo tiempo, imponer una
dominación de estilo colonial al resto del mundo, no solo ya a los países
semicoloniales sino también sometiendo a niveles desconocidos a los países imperialistas
de segundo y tercer nivel. Basta mirar los embargos a China en la guerra por la
supremacía tecnológica.
Trump impone a los países
semicoloniales relaciones parecidas a las del siglo XIX, basadas en el
parasitismo que Lenin ya denunciaba. El ejemplo del arancel a Brasil es
esclarecedor. Impone una tarifa del 50% y la justifica diciendo que la justicia
brasileña no puede condenar a Bolsonaro, su alumno, por el intento de golpe de
Estado. Sin embargo, toda la prensa burguesa seria de Brasil advierte que el
asunto de Bolsonaro no deja de ser una cortina de humo. Lo que verdaderamente
está detrás de la medida de Trump son los intereses de Zuckerberg (Meta), Visa
y MasterCard, la oposición al acuerdo alcanzado con China para la construcción
de un ferrocarril que lleve la soja desde Brasil hasta el puerto de Chancay en
el Pacífico (construido y gestionado por la empresa china Cosco), acortando las
exportaciones brasileñas en 10 días…, así como el reproche a las peroratas de
Lula sobre el multilateralismo o el lugar del dólar en el
mundo.
El diario O Globo,
que no es precisamente prensa nacionalista, explica que antes de que entrara en
funcionamiento el sistema de pago electrónico instantáneo «PIX», controlado por
el banco central brasileño y totalmente gratuito, «Meta había anunciado que
lanzaría un servicio de pago a través de WhastApp. Brasil sería una
especie de modelo para que Mark Zuckerberg, el dueño de Meta, expandiera la
operación a otros mercados. Había una gran expectación porque el servicio de mensajería
[ WhastApp] era casi omnipresente en el país«, y añade: pero «PIX caló
rápidamente en el gusto de los brasileños… Hoy en día, es utilizado por el 93%
de la población adulta del país (…) y se ha convertido en el método de pago más
popular en Brasil. PIX le quitó espacio al dinero efectivo físico, boletas y
tarjetas de débito [Visa y Mastercard…], principalmente. Con el desarrollo de
herramientas como PIX Installments y PIX Automatic, también se está empezando a
competir con las tarjetas de crédito, un segmento que sigue
creciendo en el país«.
En el artículo veremos
también cómo las Big Techs, íntimamente asociadas al Pentágono y el
negocio militar, están teniendo un desempeño fundamental en el genocidio
israelí de Gaza y Cisjordania. Por otro lado, como veremos a lo largo del
artículo, el orden mundial propugnado por Trump al servicio de las Big Techs,
lleva a aplastar toda disidencia, en primer lugar la del del movimiento de
masas estadounidense, también en el resto del mundo y, finalmente, la de los
sectores burgueses que no encajan en un orden mundial donde no hay «café para
todos».
*
* *
El déficit comercial
norteamericano está entroncado con el funcionamiento de un sistema monetario
cuyo patrón es el dólar y para cuyo mantenimiento EE.UU. deben permanecer en la
cima del sistema financiero mundial y sus oligopolios tecnológicos deben seguir
marcando la pauta de la revolución tecnológica.
Para ello, Trump pugna por
reformar la DMT, llevando a EEUU los sectores tecnológicos estratégicos (microprocesadores,
baterías, etc.), acabando con la dependencia respecto a la cadena de suministro
de China y de países cuyo futuro está por dilucidar, especialmente Taiwán.
EE.UU., como analizamos en
el artículo, tiene un fuerte superávit en la balanza de servicios.
Pero esta terminología oculta más de lo que revela sobre el contenido de
dichos servicios. Gustavo Machado, investigador del ILAESE y
estudioso de El Capital, al leer el borrador de este artículo nos hace una
valiosa observación sobre la acumulación de capital por parte de las Big
Techs, enmascarada en la contabilidad de la balanza de servicios. La
observación, sin duda, va más allá de los objetivos de este artículo:
“…Venden servicios porque
venden meramente el derecho de uso de bienes cuya propiedad sigue en manos de
las empresas estadounidenses. Cuando pagamos a Google, Windows, ChatGPT, etc.,
no compramos el producto, sino que pagamos por el derecho a usarlo. La nueva
revolución tecnológica en curso ha creado una infinidad de estos productos básicos.
Es el proceso llamado “servitización”, que no es la sustitución de bienes por
servicios, sino la sustitución de la venta de bienes por el pago por el derecho
a usarlos».
Esta forma de acumular
capital sitúa a las Big Techs más allá de las fronteras de los
Estados. Estas empresas sobrevuelan las fronteras nacionales, las hacen
obsoletas, eluden impuestos, aranceles y regulaciones de la competencia.
«Todo esto está ligado –Gustavo
añade- a la nueva revolución digital, que ha centralizado el uso de
todos los equipos electrónicos en nubes y datacenters, por lo que computadores,
televisores, teléfonos inteligentes no son más que puntos de contacto con estas
redes. Esta revolución ha sido la salvación de los Estados Unidos desde el
punto de vista tecnológico durante las últimas dos décadas, ya que lideran la
parte de software con un amplio margen, por medio de gigantescos monopolios
globales (Google, Microsoft, Meta, Apple, Amazon, etc.).
Este sector no está sujeto
a la desindustrialización, ya que la mayor parte de su núcleo de innovación y
código fuente primario se produce en Estados Unidos. Una pesquisa rápida y
aproximada que realicé muestra que: 1. en Google (Alphabet), el 60-70% del código
principal se desarrolla en EE. UU. 2. en Microsoft, el 70% del desarrollo de
productos clave (Windows, Azure) se realiza en EE.UU. 3. en Meta (Facebook), el
80% de la innovación en algoritmos y productos se hace en Estados Unidos. Estas
empresas producen bienes, mercancías: es la industria digital. Pero sus
productos, que valen miles de millones o incluso cientos de miles de millones
de dólares, no se venden como mercancías, sino que miles de millones de
personas, directa o indirectamente (a través de la publicidad), pagan por su
uso. Esto es lo que, hoy en día, se llama “servitización” que, desde el punto
de vista de la contabilidad económica oficial, no entra en la balanza
comercial, sino en la de servicios».
Si utilizáramos el criterio
señalado por Gustavo e incluyéramos el negocio de las Big Techs enla
balanza comercial de Estados Unidos, ésta tendría un enorme superávit. En
verdad, estamos ante una superestafa que utiliza un supuesto déficit comercial como
excusapara imponer un nuevo orden en el que las grandes empresas tecnológicas
reinen de forma absoluta. El problema es que esto requiere la semicolonización
de las cadenas de suministro chinas y significa que China es el principal
enemigo a batir, con sus datacenters, su moneda digital y sus
empresas que integran mensajería instantánea y venta online (un paso por
delante de Zuckerberg).
China, como nueva potencia
imperialista, tiende a reproducir el mismo tipo de jerarquía en la división
mundial del trabajo que promueve EE.UU., concentrando la alta tecnología y el
valor en China y extendiendo los escalones bajos de su cadena productiva a sus
áreas de influencia. Hoy, como explicamos en el artículo, China lucha por
sobrevivir al bloqueo trumpista, en medio de una considerable y creciente
sobreproducción de capital. Al mismo tiempo, cuanto más se eleva China en la
jerarquía productiva y aumenta su productividad, más incapaz se ve de generar
suficiente trabajo para su población.
Hay una pugna entre EE.UU.
y China que solo el futuro va a resolver y que está determinada por los
tiempos: ¿Cuánto va a demorar China en salir de esta encrucijada? ¿Va a entrar
Estados Unidos en recesión antes? ¿Y si uno, otro o ambos son objeto de un
levantamiento de las masas trabajadoras? Y junto a ello, ¿cuál va a ser el
curso de la guerra de Ucrania frente a la agresión rusa, el desarrollo de la
batalla contra el genocidio sionista, la crisis y la respuesta de masas en
Europa y en los países semicoloniales de América Latina y los diferentes
continentes? Aquí están las claves de bóveda de la situación.
1. La “política
arancelaria” de Trump
Uno de los grandes relatos
de la campaña electoral de Donald Trump fue que, mediante la imposición general
de aranceles, pondría fin al déficit comercial norteamericano, haría retornar
la industria al país y provocaría un fuerte aumento del empleo. Financiaría
asimismo los gastos federales y reduciría los impuestos.EE.UU., en suma,
volvería a una nueva edad de oro.
Ciertamente, el conflicto
de los aranceles está desempeñando un papel destacado en estos primeros meses
de gobierno Trump. Pero el problema, en verdad, no son los aranceles. La
política arancelaria de Trump es uno de los diferentes mecanismos que utiliza para
enfrentar la decadencia del imperialismo norteamericano y los desafíos a su
hegemonía.
Cuando EE.UU., la gran
potencia occidental triunfadora de la II Guerra Mundial, mantenía una
supremacía productiva y tecnológica indiscutible, es decir, durante la llamada
Guerra Fría y después, cuando promovió la globalización neoliberal, su bandera
era el libre comercio. EE.UU. mantuvo durante todo un período una
interesada generosidad comercial hacia una serie de países,
inicialmente Europa y Japón, necesarios para la expansión de los negocios de
sus multinacionales. Lo mismo puede decirse de su expansión a China.
La globalización significó
que la cadena industrial de valor, con sus diseños, sus materias primas, sus
componentes y ensamblajes, pasó a ser global, repartida por todo el mundo, con
un especialísimo destaque en China, adonde fueron deslocalizadas una enorme
cantidad de empresas industriales, con fuerte presencia norteamericana. La
globalización dio lugar a lo que conocimos como la Chimérica, donde
China, con una clase obrera barata y sin derechos, se
convirtió en el gran taller de las multinacionales norteamericanas (y de otros
países europeos y Japón).
En este período, en
particular durante la época de la Chimérica, el ingente déficit comercial
norteamericano respecto a China, lejos de ser un problema, era la otra cara de
una gigantesca transferencia de valor de China (del valor creado por su clase
obrera) hacia EE.UU., como consecuencia del intercambio desigual entre los dos
países, fruto de la enorme ventaja tecnológica norteamericana y la consiguiente
productividad.
De otro lado, la reducción
del intercambio económico a la balanza comercial oficial es un burdo engaño,
porque deja de lado la balanza de servicios, donde contabilizan los enormes
ingresos cobrados por las grandes high tech norteamericanas por el uso de sus
productos. Tampoco se contabilizan en la balanza comercial los servicios
financieros cobrados por sus bancos y entidades financieras, que
dominan los mercados mundiales. Y se olvidan, por supuesto, de incluir en los
cálculos las transferencias de beneficios de las multinacionales, bancos
y fondos de inversión norteamericanos en el exterior.
En cuanto a la creación de
empleo, los mismos trumpistas, como Stephen Miran, jefe del consejo de asesores
económicos de Trump, dejan en evidencia su demagogia cuando limitan el retorno
industrial a las manufacturas de alto contenido tecnológico, vinculadas al
control de la tecnología y de sus aplicaciones militares. Estas manufacturas,
sin embargo, son irrelevantes en la generación de empleo.
El problema del
imperialismo norteamericano no es el déficit comercial con China, sino el fin
de la Chimérica y el hecho de que China se haya convertido en un serio
competidor tecnológico y represente una amenaza para la continuidad de su
hegemonía. Este y no otro es su gran problema.
Los aranceles que
está negociando Trump buscan frenar el desarrollo chino,
agravar su sobreproducción de capital y torpedear la extensión de sus cadenas
de suministro y montaje en los países vecinos, a los que ha anunciado una
imposición de tarifas comerciales desorbitadas, entre el 25% y el 40%. A la
vez, Trump busca establecer un embargo comercial a la exportación de alta
tecnología norteamericana a China (particularmente la relacionada con los
semiconductores de última generación) y también impedir que otros países se
vinculen a las redes tecnológicas chinas. Sin embargo, EE.UU. sufre, al mismo
tiempo, una fuerte dependencia de China en buena parte de su cadena de
suministros y, muy en particular, respecto a las tierras raras,
donde ésta última mantiene actualmente una situación de quasi-monopolio.
Los aranceles anunciados
por Trump hacia los países semicoloniales son exorbitantes, prácticamente todos
han de pagar un peaje superiore al 25% para poder vender en
EE.UU., quedando obligados a colocar sus exportaciones a precios de saldo.
Representan la imposición de un grado de saqueo claramente superior al que han
sufrido durante décadas y buscan un sometimiento servil hacia EE.UU. Las consecuencias
negativas para los trabajadores de estos países van a ser enormes. El caso del
arancel del 50% a Brasil (con quien EE.UU. tiene, por lo demás, superávit
comercial) es expresión extrema de la política de Trump. El argumento del
juicio a Bolsonaro para justificarlo, más allá de su indecencia, oculta la
defensa de los intereses de las grandes tecnológicas y financieras
norteamericanas.
En el caso de la Unión
Europea (UE), el mayor socio comercial de EE.UU., Trump acaba de amenazar por
carta con unos aranceles generales del 30%, que, a decir del comisario europeo
de Comercio, Maros Sefcovic, “prácticamente prohibirían el comercio”. Es
una política enormemente agresiva que Trump se atreve aplicar aprovechando las
diferencias de intereses entre los distintos países miembros de la UE, que
Trump busca ahondar. Del mismo modo, es también un verdadero shock el que Trump
ha provocado en Japón y Corea del Sur, amenazados o ya castigados con un
arancel general del 25%.
2. La
política agresiva y chantajista de Trump no refleja la fortaleza del
imperialismo norteamericano sino la necesidad de reconstruir su hegemonía en
crisis
Durante largas décadas,
desde el fin de la IIa Guerra Mundial, de la que
emergió como gran vencedor, EE.UU. ha sido la potencia dominante indiscutida.
Su abrumadora hegemonía se sustentaba en su supremacía económica, asentada en
una productividad superior, en su tamaño y en su indiscutible dominio
financiero global. EE.UU. se valió durante todo este período de las llamadas
instituciones multilaterales donde, bajo su dirección, se
acordaban las reglas, dando un aire de democracia y permitiendo, en una
situación económica favorable, que las distintas potencias y burguesías
semicoloniales también se llevaran una parte del botín.
Por supuesto, cuando era
necesario, EE.UU. imponía directamente su voluntad, como cuando Nixon puso fin
al patrón oro o Reagan forzó el Acuerdo de Plaza. La culminación (y última
etapa) de este proceso fue la Globalización neoliberal, con el
famoso “Consenso de Washington” y la plena libertad de movimiento de
capitales y mercancías.
En el trasfondo de este
proceso, por descontado, siempre se hallaba el ejército norteamericano, con su
gigantesco arsenal, sus más de 700 bases en el mundo y sus selectivas intervenciones
militares, que se han sucedido a lo largo del tiempo, además de sus operaciones
encubiertas (golpes militares en Indonesia, Chile…).
Sin embargo, la supremacía
norteamericana comenzó a entrar en crisis ante la emergencia, a partir de 2008,
del imperialismo chino. Tal como señala el artículo “China, la potencia
imperialista emergente en pugna con EE.UU.”[1]: “EE.UU. continúa manteniendo la
hegemonía económica mundial, sustentada en una productividad de conjunto que
sobrepasa a la de China, a lo que hay que añadir su dominio financiero global
(y, por supuesto, geopolítico y militar). EE.UU. sigue siendo la primera
potencia en relación con la producción de los bienes de consumo final
(industria digital, electroelectrónica de punta, farmacéutica o aeroespacial).
China, sin embargo, alcanza ya un 12,24% mundial en este campo y es, al mismo
tiempo, el mayor productor global de medios de producción (30,83% en 2023).
Constituye, con diferencia, ‘la superpotencia manufacturera mundial’ y
aparecía, a finales de 2024, como la primera economía mundial según “paridad
poder adquisitivo” de su PIB; la segunda, tras EE.UU., contada en dólares
corrientes”. A todo esto que hay que añadir el elemento determinante
que representa su despegue como gran potencia tecnológica.
La agresiva pauta de Trump,
expresada en su guerra arancelaria y su política de
embargos,muestrael deterioro de la primacía económica norteamericana en
sectores de punta y refleja, en conjunto, la pérdida de la influencia global.
EE.UU., con Trump, ha
pasado a actuar al margen de las instituciones multilaterales[2]. La propia hegemonía financiera
norteamericana, tan decisiva, también ha comenzado a mostrar grietas ante la
envergadura de la deuda federal y el peso emergente de otras monedas en el
comercio mundial.
3. Una
estrategia global para reafirmar la supremacía norteamericana
La ofensiva arancelaria de
Trump, que en estos momentos ocupa un lugar notorio en los medios de
comunicación de todo el mundo, es solo parte de una estrategia global para
intentar revalidar la supremacía norteamericana. Integra diferentes elementos:
a. Asegurar el
mantenimiento de la superioridad tecnológica de EE.UU. respecto a China.
b. Preservar el dominio
norteamericano del sistema financiero mundial.
c. Remodelar la división
mundial del trabajo: 1/ concentrando la producción tecnológica estratégica en
EE.UU. 2/ sofocando el desarrollo y la expansión chinas y agravando su
sobreproducción y exceso de capitales; 3/ exprimiendo a las otras y 3/
sometiendo a los países semicoloniales a un grado de saqueo cualitativamente
superior.
d. Anular a la UE como polo
alternativo potencial, marginándola en la esfera internacional y promoviendo
las divisiones en su interior.
e. Asegurar la continuidad
de la supremacía militar norteamericana, en una carrera armamentística
desatada. Esta supremacía va asociada a la hegemonía tecnológica y al papel
económico central de la industria armamentística norteamericana, de la que
forman parte destacada las Big Techs.
f. 1/ Hacer pagar a sus
aliados de Europa y Asia el despliegue de sus tropas y redistribuir y
concentrar a éstas en la zona del Indo-Pacífico, frente a China, 2/ Delegar en
Israel la labor de gendarme de Oriente Medio, apoyando el genocidio palestino y
reconfigurando Oriente Medio alrededor de los Acuerdos de Abraham con los
regímenes reaccionarios del Golfo y 3/ Entregar a Putin parte de Ucrania, a
costa del pueblo ucraniano, y alejar a Rusia de China.
g. Modificar el patrón de
explotación en EE.UU., mediante rebaja de salarios, pensiones y derechos
laborales, recortes de servicios básicos (Medicare, Medicaid, educación, ayudas
sociales) y reducción de impuestos a los más ricos. Las deportaciones de
trabajadores inmigrantes buscan imponer el terror, reducir sus salarios y
degradar sus condiciones laborales a un estado de semiesclavitud.
Elon Musk y después Sergey
Brin (cofundador de Google) han sido de los primeros personajes públicos en
exigir el establecimiento de 60 horas o más de trabajo a la semana, emulando al
magnate chino Jack Ma (Alibaba), acérrimo defensor del sistema 996 (desde la 9h
de la mañana hasta las 9h de la noche, durante seis días semanales) vigente en
amplios sectores económicos de China.
h. Avanzar, para todo ello,
hacia un presidencialismo autoritario: un régimen político definido por graves
recortes a los derechos democráticos y la desaparición del equilibrio de
poderes propia de una democracia liberal, en beneficio de un régimen de
bonapartismo presidencial sin apenas controles. Una política que, lejos de
limitarse a EE.UU., promueven activamente en todo el mundo.
4. La
batalla por la superioridad tecnológica
Acabamos de señalar como
una prioridad vital de EE.UU.es mantener su hegemonía tecnológica. Dicha
hegemonía va vinculada particularmente a sus grandes empresas tecnológicas (big
techs), a sus desarrollos en Inteligencia Artificial (IA) y a los
semiconductores (chips) asociados de última generación. Sin duda, aquí el
enemigo a batir es China.
En el artículo citado de la
revista Marxismo Vivo nº 41, decíamos: “Al poco de la toma de posesión de
Trump, grandes tecnológicas norteamericanas anunciaban en la Casa Blanca una
inversión megamillonaria de US$500.000 millones. Objetivo: asegurar el
monopolio norteamericano sobre la IA, necesario para una apropiación mundial de
superganancias tecnológicas y para la hegemonía global norteamericana”.
[Sin embargo] “la irrupción, unos días más tarde, del chat chino de IA,
DeepSeek, cuestionaba estos planes y ponía en duda la primacía norteamericana en
la IA y el rol que China va a desempeñar en este terreno vital”.
Del mismo modo, hay que
conceder relevancia al nuevo chip de Huawei (Ascend 920C) para IA, que
representa un importante avance, concede un importante grado de autonomía a
China con respecto a Nvidia y le permite comercializarlo en el llamado Sur
Global, comenzando por el Sudeste asiático, creando un área vinculada a su
patrón tecnológico.
EE.UU. sigue manteniendo
actualmente la hegemonía tecnológica, aunque el final de la historia no está escrito.
No es extraño que Jake Sullivan, exconsejero de Seguridad Nacional de Biden,
afirmara en una conferencia titulada Special Competitive Studies
Project (16-9-2022) que “no permitirían a China liderar la IA
porque el dominio geopolítico del país estaba subordinado a la hegemonía en
este campo.”
Las grandes tecnológicas,
es decir, las Siete Magníficas (Alphabet/Google, Amazon,
Apple, Meta/Zuckerberg, Microsoft, Nvidia, Tesla), más el resto de oligopolios
tecnológicos de Silicon Valley como OpenAI, Palantir (Peter Thiel) o Anduril,
han integrado sus negocios con el complejo militar industrial, junto a los
ya clásicos Boeing, Lockheed Martin, Northrop Grumman o
General Dynamics. Está teniendo lugar ante nuestros ojos una fusión entre la
élite tecnológica y la élite militar norteamericanas, manifestada en el
reciente nombramiento por el Pentágono de cuatro tenientes generales entre los
altos directivos de Meta, OpenAI y Palantir. No nos debe, pues, extrañar que
estas high techs estén jugando un papel clave, de colaborador necesario del
ejército israelí, en el genocidio palestino, tal como acaba de denunciar
Francesca Albanese, la relatora especial de la ONU.
Los oligopolios
tecnológicos y el complejo militar-industrial, íntimamente unidos, junto a los
grandes bancos y fondos de inversión de Wall Street, forman el núcleo central
del capitalismo norteamericano. El gabinete Trump es su expresión política.
5. Mantener
la supremacía militar
La supremacía militar es el
punto en el que el dominio estadounidense sigue más firme y donde Trump se
apoya con especial intensidad, como hemos comprobado en la política de modernización del
arsenal, en su estrecha colaboración con Israel en el genocidio palestino y en
los bombardeos a las instalaciones nucleares de Irán.
Estamos sufriendo una
poderosa ola de rearme en la que cada semana somos testigos de nuevos
desarrollos militares, que incluyen la modernización y reforzamiento de los
arsenales nucleares, así como la irrupción masiva de armas de nueva generación,
dotadas de las nuevas tecnologías, en particular de la IA, y adaptadas a las
nuevas modalidades de guerra, en muchos casos testadas en Ucrania y Gaza.
EE.UU. encabeza los gastos
militares mundiales (US$ 997.000 millones/año), seguido a distancia por China
(314.000 millones), en tercer lugar, Rusia (149.000 millones) y, a distancia,
Alemania (88.500 millones), Reino Unido (81.800 millones), Francia (64.700
millones)[3] y otros.
En medio de un rearme
desbocado, Trump trabaja en un doble sentido: por un lado, haciendo pagar el
despliegue global de sus tropas a sus aliados en Europa y Asia
y, por otro, tratando de redistribuir y concentrar sus fuerzas hacia la zona
del Indo-Pacífico, frente a China[4], mientras delega en el
Estado genocida de Israel las tareas de gendarme de Oriente Medio y, asimismo,
busca un arreglo con la Rusia de Putin.
Trump ha conseguido
recientemente, en una muestra repulsiva de servilismo de los países europeos de
la OTAN (cuyos sistemas militares no son europeos sino, ante todo,
nacionales) que aumenten sus presupuestos militares hasta el 5% de su PIB. Este
brutal incremento, que implica fuertes ataques al Estado del Bienestar, se da
sobre el mantenimiento de la dependencia tecnológica hacia los sistemas
armamentísticos norteamericanos y viene acompañado de enormes pedidos a las
grandes empresas armamentísticas norteamericanas. El último envío
norteamericano de armas a Ucrania va a ser pagado por los países europeos de la
OTAN.
Todo esto refuerza
considerablemente a la industria armamentista de EE.UU., fortalece el peso
económico global de sus exportaciones y mantiene la primacía político-militar
norteamericana. A título de ejemplo, los aviones de combate F35, fabricados por
Lokheed Martin, que son el más avanzado de los aviones militares utilizados por
la mayoría de los países de la UE, no pueden despegar sin el permiso del
Pentágono.
6. Preservar
el dominio del sistema financiero internacional
Uno de los objetivos centrales
de Trump es mantener el dominio del sistema financiero mundial, vigente desde
la IIª Guerra Mundial, sustentado en el papel del dólar como moneda universal y
de reserva, dominante en el comercio y las finanzas mundiales. Como
consecuencia, una verdadera montaña de deuda federal, el 25% de los bonos del
Tesoro, está en manos de otros países. Este papel del dólar es el “privilegio
exorbitante” del que hablaba el expresidente francés Giscard d’Estaign: el
que permite a EE.UU. financiar con dinero de terceros países sus déficits
presupuestarios y comerciales.
El dólar no corre peligro
de ser destronado a corto plazo. Sin embargo, la envergadura de la deuda
federal (que ha dejado de disfrutar de la categoría de máxima solvencia que
otorgan las agencias de rating) abre importantes grietas en su papel como
moneda universal. La deuda federal en 2024 era, según la Reserva Federal de St.
Louis (integrante de la Reserva Federal), del 120,7% del PIB norteamericano
(¡40 billones de dólares!) La agencia de rating Moodys prevé que la deuda
llegue al 135% en 2035, con un déficit federal del 9% del PIB (en 2024 fue del
6,4%). La Oficina Presupuestaria del Congreso ha señalado que la ley
fiscal recién aprobada significará un aumento de 3,3 billones de deuda federal
en 10 años.
Todo esto representa un
aumento enorme del gasto público que se dedica al pago de unos intereses al
alza y, como una pescadilla que se muerde la cola, atenta contra el papel
internacional del dólar. A ello hay que añadir los efectos de los aranceles de
Trump, lo que también reforzará el protagonismo de otras monedas (como el yuan
o el euro) en los intercambios comerciales mundiales.
7. Transformar
la democracia liberal norteamericana en un régimen presidencial bonapartista
La estrategia de Trump
tiene un componente básico en la transformación de la democracia liberal
norteamericana en un régimen presidencialista de carácter bonapartista. Esto
quiere decir: disolver la tradicional división de poderes en beneficio de un
poder presidencial ilimitado, imponer una grave restricción de libertades y
derechos democráticos, reprimir la disidencia, establecer un estrecho control
de la población, someter a los medios de comunicación y militarizar el país.
Robert Reich[5] denuncia en un reciente artículo “el
peligro inherente a la superbase de datos de Palantir[6] [obtenida
a partir de la actuación del DOGE de Elon Musk] sobre todos los estadounidenses
[que incluye datos personales, laborales, médicos, bancarios y redes sociales],
alimentada por inteligencia artificial”.
Esta política, lejos de
limitarse a EE.UU., comprende al resto del mundo y se expresa en la
colaboración abierta de Trump con la AfD alemana, Bolsonaro, Meloni,
Orbán,Milei, Bukele y demás fuerzas de ultraderecha.
[1] Publicado en la revista Marxismo
Vivo núm. 21
[2] Trump ha arrinconado la
Organización Mundial de Comercio (OMC), se ha retirado de la OMS, del Tribunal
Penal Internacional (TPI), del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y del
Acuerdo de París de Cambio Climático. De la UNESCO ya lo hizo en 2017. Y no ha
tenido inconveniente en reclamar la anexión de Panamá, Canadá y Groenlandia
(ambos, además, miembros OTAN), contra los preceptos de la ONU.
[3] Según el instituto SIPRI de
Estocolmo.
[4] El punto militar más caliente de
conflicto frente a China es, sin duda, el estrecho de Taiwán y el mar del Sur
de China. En setiembre de 2024, la almirante Lisa Franchetti, entonces jefa de
las fuerzas navales norteamericanas, declaraba que los combates navales en el
mar Rojo y el mar Negro les servían para “prepararse para un ataque chino en
Taiwán”: “Yo estoy muy enfocada en 2027”. El nuevo Secretario de
Defensa de Trump, Pete Hegseth, en un memorándum interno ha señalado que la
defensa de Taiwán es el único de escenario para el que está planeada una guerra
importante, lo que significa el refuerzo de la presencia militar
norteamericana en la región, en particular submarinos, bombarderos, drones,
unidades especiales y marines.
[5] https://open.substack.com/pub/robertreich/p/palantir-the-worst-of-the-corporate?utm_campaign=post&utm_medium=web
[6] Palantir es una empresa
tecnológica de Silicon Valley cuyo propietario es PeterThiel, rabioso
ultraderechista. De origen sudafricano, es uno de los mayores apoyadores de
Trump y el padrino del vicepresidente Vance. Íntimamente asociado al Pentágono,
participa en primera línea en el genocidio palestino en Gaza y Cisjordania.
No hay comentarios:
Publicar un comentario