Hace ya muchos, muchos
años, Malcom X describió el sionismo como una forma de colonialismo. Una idea
que sin duda compartió con Fidel. Esa es la raíz del problema: un colonialismo
que se excusa con absurdas razones religiosas.
Una reunión en Harlem
El Viejo Topo
20 septiembre, 2025
UNA REUNIÓN EN
HARLEM: MALCOLM X, FIDEL CASTRO Y LA LUCHA POR PALESTINA
En septiembre
de 1960, en el corazón de la América negra, el Hotel Theresa de Harlem se
convirtió en el escenario de uno de los encuentros más extraordinarios del
mundo.
Cuando Malcolm
X y Fidel Castro se reunieron allí hace 65 años, el propio Harlem se transformó
en una encrucijada de fervor revolucionario. La cita dejaría una huella
indeleble no solo en la ciudad de Nueva York, sino en todo el mundo,
convirtiéndose en un momento decisivo que ayudó a formar la conciencia de
generaciones de luchadores por la libertad y aceleró el ritmo de la lucha por
la liberación en los Estados Unidos y en todo el mundo.
El encuentro
entre Fidel y Malcolm X en el Hotel Theresa no fue una mera sesión fotográfica,
sino un potente símbolo de una era de revolución y luchas de liberación
nacional cristalizada en un abrazo entre dos jóvenes revolucionarios que se
enfrentaban a la ira del imperio estadounidense y enviaban un poderoso mensaje
contra la hegemonía estadounidense y la opresión racial.
Este
acontecimiento, nacido de las circunstancias y el desafío, sigue teniendo una
profunda relevancia hoy en día, especialmente en el contexto de los debates
globales sobre la autodeterminación y la lucha en curso por la liberación de
Palestina. Al igual que la Revolución Cubana de 1960, que encarnó los sueños y
aspiraciones de los pueblos oprimidos de todo el mundo, la causa palestina y el
pueblo de Gaza sirven hoy en día de brújula para quienes buscan cambiar el
mundo. El inquebrantable espíritu de resistencia de Gaza se ha convertido en un
poderoso símbolo para una nueva generación de activistas que luchan por la
liberación en todo el mundo.
LA HOSTILIDAD
DE LOS EEUU Y LA BIENVENIDA DE HARLEM
La visita de
Fidel a Nueva York para el 15º período de sesiones de la Asamblea General de la
ONU fue recibida con hostilidad por parte de las élites estadounidenses. Cuando
él y la delegación cubana fueron inicialmente alojados en el Hotel Shelburne,
en el centro de la ciudad, la dirección exigió un cuantioso depósito en
efectivo de 20.000 dólares por “daños y perjuicios” y el Departamento de Estado
de los Estados Unidos restringió sus movimientos. Se trataba de un claro ataque
político, parte de una campaña más amplia de los Estados Unidos para aislar a
la joven Revolución Cubana, mientras los sabotajes y los atentados terroristas
de la CIA en la isla comenzaban a cobrar impulso.
Fue en ese
momento de tensión diplomática cuando un grupo de líderes negros, entre ellos
Malcolm X, intervino. Invitaron a Fidel y a la delegación cubana a trasladarse
al Hotel Theresa, un referente de la vida cultural y política afroamericana en
Harlem. Fidel aceptó, convirtiendo una ofensa diplomática en una poderosa
declaración política contra el intento de la Administración Eisenhower de
silenciarlo. Al trasladarse a Harlem, Fidel causaría un dolor de cabeza a
Washington al destacar intencionadamente la hipocresía de una nación que se
proclamaba defensora de la democracia y la libertad en el extranjero, mientras
que sus ciudadanos negros se enfrentaban a una segregación y opresión
sistémicas en su propio país.
El ambiente en
Harlem era electrizante. Miles de personas, desafiando la lluvia, se reunieron
frente al Hotel Theresa para vitorear al líder revolucionario, lo que
demostraba el apoyo popular de los afroamericanos a la lucha de Cuba contra el
imperialismo estadounidense.
Como el propio
Malcolm X escribió más tarde en su autobiografía, Fidel “logró un golpe
psicológico sobre el Departamento de Estado de los Estados Unidos cuando lo
confinó a Manhattan, sin imaginar que se quedaría en Harlem y causaría tal
impresión entre los negros”. Rosemari Mealy, en su obra Fidel y Malcolm
X: Recuerdos de un encuentro, destaca el profundo significado de esta
medida.
Señala que el
encuentro simbolizó “el respeto que ambos hombres se profesaban mutuamente” y su
lucha compartida por la autodeterminación y la liberación nacional. Para los
miles de personas que se reunieron fuera del hotel, “comenzó a gestarse la idea
de que Castro vendría aquí para quedarse porque había descubierto, como la
mayoría de los negros, el trato desagradable que se daba a los desfavorecidos
en el centro de la ciudad”. Fidel era visto como un revolucionario que había
“mandado al infierno a la América blanca”, como lo expresó un periódico negro
contemporáneo. Este poderoso sentimiento resonó profundamente en la comunidad.
ENCUENTRO
ANTIIMPERIALISTA EN EL CORAZÓN DE HARLEM
El encuentro en
el Hotel Theresa fue un momento crucial en la historia del internacionalismo y
la solidaridad antiimperialista. Demostró una clara comprensión de que la lucha
contra la opresión racial y por los derechos humanos en los Estados Unidos
estaba indisolublemente ligada a la lucha contra el colonialismo y el
imperialismo en el extranjero. Este es un tema central explorado por académicos
como Rosemari Mealy en su trabajo, que recopila relatos y reflexiones de
primera mano, destacando cómo la reunión simbolizó una era de descolonización y
luchas por los derechos humanos entre los pueblos negros y del Tercer Mundo a
nivel mundial. Fue un poderoso rechazo a la narrativa de la Guerra Fría que
trataba de presentar estos movimientos como aislados e ilegítimos.
La reunión puso
de manifiesto la hipocresía de las afirmaciones de los Estados Unidos de ser un
faro de libertad, mientras que sus propios ciudadanos negros se enfrentaban a
una segregación y una violencia sistémicas, no solo en el sur de los Estados
Unidos bajo Jim Crow, sino incluso en los centros urbanos del norte del país.
La decisión de Fidel de trasladarse a Harlem y sus posteriores reuniones con
líderes mundiales como Jawaharlal Nehru, de la India, y Gamal Abdel Nasser, de
Egipto, desde su “nueva sede” lo transformaron de una figura hemisférica en una
figura mundial. Como escribe Simon Hall en Ten Days in Harlem, las
acciones de Fidel pusieron de relieve que “la mancha de la segregación seguía
viva en el norte urbano” y situaron la política del antiimperialismo y la
igualdad racial en el centro de la Guerra Fría. La imagen del Hotel Theresa, un
establecimiento propiedad de negros, que servía de centro neurálgico para los
líderes mundiales que desafiaban el poder de los Estados Unidos, era una
manifestación tangible del auge del proyecto del Tercer Mundo de soberanía e
independencia en ciernes.
El 24 de
septiembre, el ambiente en la habitación de Fidel en el Hotel Theresa era
eléctrico, una pequeña habitación rebosante de la energía de una joven
revolución. Estaba abarrotada de guerrilleros cubanos, jóvenes que habían
descendido de las montañas de la Sierra Maestra menos de dos años antes. A sus
34 años, el propio Fidel era un torbellino de movimiento; su famosa barba y su
uniforme verde oliva irradiaban una energía inquieta. La habitación, abarrotada
de borradores de su próximo discurso ante la ONU y cables de noticias
esparcidos, servía de cuartel general improvisado. Frente a él se sentaba
Malcolm X, de 35 años, quien, con un elegante traje y una presencia igualmente
imponente, encarnaba el cada vez más militante movimiento de liberación negra
dentro de los Estados Unidos. El encuentro fue un intercambio profundo, aunque
breve, entre dos hombres que reconocían en el otro el reflejo de sus propias
luchas, una lucha compartida por lo que Fidel llamaría dos días después, en su
histórico discurso de cuatro horas ante la ONU, “la plena dignidad humana” de
todos los pueblos oprimidos. Solo se permitió la entrada a unos pocos
periodistas negros, ante los cuales Fidel, hablando en inglés, expresó su
admiración por la resistencia de los afroamericanos. “Admiro esto”, dijo. “Su
pueblo vive aquí y se enfrenta a esta propaganda todo el tiempo y, sin embargo,
lo entiende. Esto es muy interesante”. La respuesta de Malcolm X fue sucinta y
contundente: “Somos veinte millones y siempre lo entendemos”. Al salir del
hotel, frente a una multitud de periodistas hostiles que le preguntaban por su
simpatía hacia los cubanos, Malcolm X respondió desafiante: “Por favor, no nos
digan quiénes deben ser nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos”.
Aunque Fidel y
Malcolm X nunca volverían a verse en persona, sus vidas se entrelazaron a
través de un compromiso compartido con el internacionalismo. Solo unos años
después de su histórico encuentro, Malcolm X viajaría a Gaza, donde se reunió
con la recién formada Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y
escribió su impactante ensayo “La lógica sionista”, en el que describía el
sionismo como “una nueva forma de colonialismo”. Esta solidaridad reflejaba la
de la Revolución Cubana; delegaciones cubanas anteriores, entre las que se
encontraban Raúl Castro y el Che Guevara, también habían visitado Gaza, y Cuba
se convertiría en uno de los primeros países en reconocer tanto a la OLP como
al Estado palestino.
DE HARLEM A
PALESTINA
Los ecos del
encuentro de 1960 resuenan con fuerza en el próximo 80º período de sesiones de
alto nivel de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Los principios
fundamentales que definieron el encuentro entre Fidel y Malcolm X, la
autodeterminación, el antiimperialismo y la plena dignidad de los pueblos
oprimidos, están siendo hoy objeto de una intensa controversia. Esto es más
evidente en el genocidio que se está produciendo en Palestina, donde durante
casi dos años Israel, con el apoyo inquebrantable de los Estados Unidos, ha
tratado de erradicar al pueblo palestino en Gaza mediante una brutal campaña de
guerra sin fin, asedio y hambruna provocada por el hombre.
Hoy en día, la
lucha de los palestinos refleja el bloqueo opresivo y el asedio genocida que
Cuba ha soportado durante décadas. Mientras que la lucha de Cuba contra el
bloqueo y las sanciones de los Estados Unidos ha sido una prolongada guerra de
desgaste, marcada por una calculada desaparición del ciclo de noticias, la
experiencia palestina ha sido una carnicería constante y visceral. Los medios
de comunicación estadounidenses y occidentales deslegitiman constantemente la
realidad de ambos pueblos, pero difieren en su visibilidad inmediata y brutal.
La solidaridad que Malcolm X mostró hacia Cuba, al ver en Fidel un alma gemela
en la lucha contra el poderoso imperio estadounidense, es el mismo espíritu que
anima hoy a los movimientos pro palestinos. Al igual que Fidel y Malcolm X
reconocieron su causa común, una nueva generación de activistas de todo el
mundo vincula cada vez más la lucha palestina a sus propios movimientos
anticolonialistas, antirracistas y de liberación. En todos los continentes, la
bandera palestina y la keffiyeh se han vuelto inseparables de la lucha por la
autodeterminación. Millones de jóvenes de todo el mundo desafían hoy en día el
dominio de la hegemonía estadounidense y reorientan el debate sobre el derecho
humano fundamental de todos los pueblos oprimidos a vivir libres del
imperialismo a través del prisma de la lucha palestina.
La dinámica de
la reunión de 1960 se refleja en los debates actuales en la ONU. El Gobierno de
los Estados Unidos sigue utilizando su poder para reprimir a la oposición y
castigar a quienes desafían su agenda de política exterior, en particular en lo
que respecta a Palestina. La decisión sin precedentes tomada el 29 de agosto de
2025 por el secretario de Estado Marco Rubio de denegar
visados a toda la delegación palestina es un claro ejemplo de
ello. En una declaración, Rubio dejó claro que los Estados Unidos utilizará su
autoridad en materia de visados para promover su agenda política, afirmando que
“redunda en interés de nuestra seguridad nacional exigir responsabilidades a la
OLP y a la Autoridad Palestina por no cumplir sus compromisos y por socavar las
perspectivas de paz”.
Este acto de
aislamiento diplomático, muy similar al trato que recibió Fidel en 1960, tiene
por objeto deslegitimar la causa palestina e impedir que siga ganando terreno
en la escena internacional. A pesar de las contradicciones que plantea el papel
de la Autoridad Palestina como único representante del pueblo palestino en la
ONU, es importante reconocer que se trata de un intento de silenciar a un
pueblo cuya propia existencia está bajo asedio. Sin embargo, la cuestión más
candente es que la respuesta de la comunidad internacional al genocidio que se
está produciendo en Gaza debe ir más allá de simples expresiones de simpatía.
Aunque varios países europeos y aliados de los Estados Unidos están dispuestos
a reconocer formalmente la condición de Estado palestino, este gesto por sí
solo no será suficiente para poner fin al genocidio y a la hambruna provocada
por el hombre. La ONU debe ir más allá del reconocimiento simbólico y tomar
medidas concretas. Como mínimo, esto debe incluir sanciones contra Israel y un esfuerzo
concertado para poner fin al bloqueo de Gaza. Además, basándose en el derecho
internacional y en las acusaciones de crímenes de guerra y crímenes contra la
humanidad, se debe rechazar la presencia de Netanyahu o de cualquier
representante israelí en la Asamblea General de la ONU. ¿Cómo puede la ONU
acoger de forma creíble a personas que han sido declaradas responsables de
diseñar y ejecutar atrocidades masivas?
La lucha por
Palestina hoy en día, similar a la lucha de Cuba contra el bloqueo, es una lucha
por la autodeterminación. Las lecciones de la reunión entre Fidel y Malcolm X
son claras: la solidaridad entre movimientos es un arma poderosa contra el
imperialismo. Sesenta y cinco años después, seguimos inspirándonos en esa breve
pero monumental reunión en Harlem, aprendiendo que la solidaridad no es un mero
gesto, sino una herramienta vital en la lucha por la liberación.
Fuente: Globetrotter