Zohran Mamdani llevó a
cabo una excelente campaña. Pero su victoria fue posible gracias a una década
de arduo trabajo electoral por parte de los socialistas democráticos de la
ciudad de Nueva York y a la disfunción estructural del establishment político.
Mamdani contra el establishment
Michael Kinnucan
El Viejo Topo
8 noviembre, 2025
CÓMO ZOHRAN
MAMDANI TRIUNFÓ SOBRE UN ESTABLISHMENT DECRÉPITO
La asombrosa
victoria de Zohran Mamdani en las elecciones a la alcaldía de la ciudad de
Nueva York electrificará a la izquierda en todo el país —como debe ser—. Pero
¿qué significa esta victoria para los socialistas? Siempre resulta tentador
leer los resultados electorales en términos ideológicos amplios, como un índice
del estado de ánimo nacional o una reivindicación de una ideología. Todos
recordamos hace menos de un año, cuando la derrota de Kamala Harris mostró que
una nación cada vez más antiinmigrante se desplazaba hacia la derecha —y los
lectores mayores incluso recordarán que, hace cuatro años, el centrismo represivo
contra el crimen de Eric Adams era el futuro del Partido Demócrata—. (Ahora la
gente dice lo mismo sobre Zohran).
Pero las
elecciones nunca son referendos ordenados sobre una ideología o un programa.
Están determinadas en gran medida por los talentos y defectos de quien resulte
ser candidato. Si Mamdani no hubiera sido elegido para la legislatura del
estado de Nueva York en 2020, no habría estado en posición de postularse, y
ningún candidato de talento y compromiso similares lo habría reemplazado. Si
Eric Adams no hubiera sido notoriamente corrupto, bien podría estar ahora
navegando hacia la victoria, y quizás no habría surgido ningún candidato serio
para desafiarlo. No había ninguna garantía de que se presentara la oportunidad
de postular a un socialista democrático para la alcaldía de Nueva York en 2025,
ni de que, cuando esa oportunidad surgiera, existiera un candidato preparado
para aprovecharla.
Precisamente
por esa contingencia, el trabajo que posicionó a la izquierda para aprovechar
esa oportunidad fue crucial. Una parte significativa de ese trabajo fue
realizada por los Democratic Socialists of America (DSA) de la
ciudad de Nueva York (NYC-DSA), que durante la última década se ha dedicado a
elegir candidatos como Mamdani para el concejo municipal y la legislatura
estatal. Este capítulo y su capítulo hermano del valle de Mid-Hudson han
elegido a nueve legisladores estatales y dos concejales, todos comprometidos
con la causa de la clase trabajadora. Las elecciones para la alcaldía no
formaban parte del plan de la NYC-DSA hace ocho años, pero si nuestro capítulo
no hubiera trabajado incansablemente en las trincheras de las carreras para la
asamblea estatal, la capacidad organizativa, las relaciones de coalición, la
credibilidad y, lo más importante, el candidato, no habrían existido para una
contienda como esta.
Esa capacidad
organizativa también ha moldeado la forma en que se llevó a cabo la campaña. La
NYC-DSA ha desarrollado a lo largo de los años una ética de campaña única,
centrada en el «campo» —es decir, el puerta a puerta realizado por miles de
voluntarios individuales—. Para la NYC-DSA, el puerta a puerta no es
simplemente una táctica para ganar votos (aunque también lo es); es una forma
de incorporar a la gente común directamente en la campaña como un proyecto
colectivo, como participantes y coorganizadores, más que como observadores y
simpatizantes. Mamdani entiende claramente que su operación de 90.000
voluntarios fue clave para su éxito, y no es casualidad que esa operación haya
sido dirigida por la veterana militante de DSA Tascha Van Auken; la campaña se
apoyó (y mejoró) en una ética organizativa y una pericia técnica desarrolladas
a lo largo de años de campañas ganadas y perdidas dentro de la DSA.
Esta ética de
participación masiva explica más de lo que la mayoría de los observadores
externos entenderán sobre el poder de la campaña de Mamdani. No ha habido en mi
vida un momento en que la brecha entre el deseo politizado de la gente
(trabajar colectivamente para cambiar el mundo) y las oportunidades que se le
ofrecen haya sido mayor. En estas circunstancias, la capacidad de la campaña de
Mamdani para ofrecer a las personas no solo esperanza, sino también la
posibilidad de trabajar por el cambio y construir lazos con sus vecinos, ha
resultado revolucionaria.
Aun así, la
campaña bien podría haberse hundido ante oponentes más fuertes. He oído decir a
muchas personas este ciclo que Zohran ha tenido suerte con sus rivales: suerte
de que Adams fuera corrupto y estuviera endeudado con Trump, y suerte de que
Andrew Cuomo fuera un exgobernador desacreditado, dotado de una especie de
anticarisma esquelético, que cayó en desgracia por acoso sexual y cuyas
políticas durante sus años como gobernador son en gran parte responsables de
todo lo que hoy está mal en la ciudad de Nueva York.
Ciertamente, si
los donantes multimillonarios que respaldaron primero a Adams y luego a Cuomo
hubieran encontrado un mejor abanderado, la contienda podría haber sido
diferente. Pero les propongo que su fracaso no se debe exactamente —o no
exclusivamente— a la mala suerte. Hay razones estructurales por las cuales los
candidatos centristas son tan malos, razones que también quedaron muy en
evidencia en la campaña presidencial del año pasado.
Un Partido
Demócrata cada vez más desconectado de cualquier base significativa y
desprovisto incluso de una estructura interna coherente termina dominado por quien
esté en la cima y quien pueda recaudar más donaciones; no es casualidad que
esas personas resulten ser candidatos mediocres, desconectados, propensos al
escándalo y a la corrupción, ni es casualidad que, incluso cuando los donantes
centristas pueden ver que se avecina un desastre para ellos (Joe Biden en el
verano de 2024, Cuomo inmediatamente después de las primarias de este año),
carezcan de la capacidad colectiva para detenerlo. Esta forma de fracaso está
incorporada al sistema; el sistema es lo que es y eleva sistemáticamente a
personas como Adams y Cuomo al poder.
Más
sorprendente, al menos para mí, fue el éxito de Zohran en dominar el ala
progresista en las primarias. Este es el punto en el que más me tienta alzar
las manos y culpar a la contingencia: por razones que la ciencia aún no
comprende del todo, algunas personas simplemente son más carismáticas que
otras.
Eso explica
parte —pero no todo—. Un amplio espectro de políticos incluso progresistas está
atrapado en un modelo mental en el que los votantes se ubican en un espectro de
izquierda a derecha; en ese modelo, si los votantes se desplazan hacia la
derecha (como parecía suceder en 2024), entonces uno también se mueve hacia la
derecha. Actualmente existe una pequeña industria de comentaristas demócratas
que insisten en que, si los demócratas quieren vencer a Trump, deben
concentrarse en los temas prácticos de la vida cotidiana; en estos tiempos sin
precedentes, dicen, es demasiado arriesgado aspirar a medidas sin precedentes.
Esta visión del
mundo genera resultados cada vez más absurdos (Trump está ganando porque se
concentra en los «temas cotidianos», como secuestrar trabajadores de la
construcción y contagiar de sarampión a los niños). Pero los candidatos
«progresistas» compartían esta visión, y eso los llevó a malinterpretar
profundamente el momento político. Los votantes no estaban cansados de los
extremos y buscando el centro; no estaban cansados del progresismo de Biden y
buscando sentido común; estaban cansados de un statu quo que claramente no
funciona ni como política (no pueden pagar el alquiler) ni como política
institucional (gobernados por fascistas), y buscaban algo agresivamente nuevo.
Zohran ofreció eso.
Esta dimensión
de la campaña no puede entenderse al margen de la guerra en Gaza. Cuando
Mamdani anunció su candidatura, su apoyo rigurosamente principista y público a
los derechos palestinos fue considerado su mayor desventaja como candidato
—incluso más que su compromiso socialista democrático—. Resultó ser todo lo
contrario: un poderoso activo. Muchos votantes (particularmente, aunque no
exclusivamente, jóvenes y musulmanes) estaban cada vez más disgustados por la
evidente apología deshonesta de los demócratas tradicionales ante el genocidio
israelí; la negativa de Mamdani a comprometerse en este tema y su exigencia de
igualdad de derechos para los palestinos se convirtieron en una señal de su
valentía y autenticidad, no solo respecto a Israel-Palestina, sino de manera
más general. Muchos votantes tal vez no tuvieran una postura clara sobre la
solución de dos Estados, pero estaban hartos de las mentiras y evasivas.
¿Qué pasa
ahora? La elección de Mamdani representa un éxito más allá de los sueños más
ambiciosos de la mayoría de los socialistas neoyorquinos de hace ocho, cuatro o
dos años. Pero, como muchos han señalado, esto es solo el comienzo de la lucha.
Mucho dependerá de lo que logremos hacer juntos como ciudad en los próximos
cuatro años, tanto para ofrecer soluciones públicas a crisis como la vivienda y
el cuidado infantil como, ante todo, para proteger a los cientos de miles de
inmigrantes de Nueva York de la campaña de limpieza étnica de Trump.
Ciertamente no
hay ninguna garantía de éxito. Pero para los neoyorquinos, una administración
Mamdani ofrece la oportunidad de contraatacar —y para los socialistas de todo
el país, su campaña ofrece un modelo para construir la infraestructura
necesaria para conquistar el poder.
Michael
Kinnucan es miembro de los Socialistas Demócratas de América (DSA). Vive en
Brooklyn.
Traducción de Natalia López
Artículo
seleccionado por Carlos Valmaseda para la página Miscelánea de
Salvador López Arnal
Fuente: Jacobin Latinoamérica

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