El centro de gravedad
del mundo se desplaza hacia Oriente. La hegemonía occidental, que durante cinco
siglos parecía un destino inevitable, se revela hoy como un proyecto agotado,
sostenido por la inercia de su poder militar.
La OCS: mirando al futuro
El Viejo Topo
11 septiembre, 2025
La 25ª cumbre
de la organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es uno de esos eventos
multilaterales a los que es necesario prestar atención porque ilustran cómo el
orden mundial está transitando desde una configuración dominada por el bloque
euroatlántico del denominado “Occidente colectivo” hacia un futuro que pretende
ser multipolar, multinodal y multilateral. En la actualidad la OCS tiene diez
miembros formales: Bielorrusia, India, Irán, Kazajistán, China, Kirguistán,
Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, más varios países con el estatus de
observadores y otros estados “dialogantes”. Los idiomas oficiales son el ruso y
el chino.
La organización
se creó oficialmente el 15 de junio de 2001. Con anterioridad, entre 1995
y 1996, los que serían los cinco países fundadores (China, Rusia, Kazajistán,
Kirguistán y Tayikistán) alcanzaron un acuerdo para reducir sus tropas en las
fronteras comunes y fortalecer la confianza mutua en el ámbito militar. En el
2000 reafirmaron su interés en que Asia central fuera una “una zona de
paz, Buena vecindad, estabilidad y cooperación internacional equitativa”.
Uzbekistán se une ese año al grupo. Finalmente en 2001 se funda la Organización
propiamente dicha. El 7 de junio de 2002, en la cumbre celebrada en San
Petersburgo (Rusia), los Estados miembros firmaron[1] la
Carta de estatutos. En 2007, los miembros de la organización rubricaron[2] el
Tratado de Buena Vecindad, Amistad y Cooperación a largo plazo de sus
integrantes, al que se sumaron la India, Pakistán, Irán y Bielorrusia. En
2017 fueron admitidos India y Pakistán como miembros de pleno derecho; En 2023
se adhirió Irán, en 2024 Bielorrusia.
Hoy, la OCS
reúne a países con un territorio que representa más del 65
% del continente euroasiático y una población de más de 3.500
millones de personas, que generan más del 25% del PIB mundial. Agrupa el
15% del comercio global mientras mantiene un crecimiento promedio del 5.2 %.
Teniendo en cuenta esos datos, la OCS constituye una plataforma con un enorme
potencial.
El relato
Occidental siempre ha priorizado, en el momento de explicar la II Guerra
Mundial, el escenario europeo. De hecho, en la Guerra Mundial Antifascista,
Rusia y China sufrieron el empujón más brutal. En los 14 años que duró la guerra
de liberación desde 1931, cuando Japón atacó, hasta su final en 1945, China
perdió 35 millones de habitantes pero eliminó a 1,5 millones de soldados
japoneses. La guerra de liberación contra el invasor japonés absorbió enormes
recursos que Tokio no pudo utilizar contra las fuerzas norteamericanas. Eso
explica que las bajas estadounidenses no alcanzasen las 120.000.
Desde finales
del conflicto mundial la relación China/rusa se mantuvo, aunque hubo un período
de graves tensiones cuando la URSS rompió relaciones con la China de Mao. A
pesar de los altibajos pasados la conexión Rusa-China ha venido fortaleciéndose
sobre vínculos muy fuertes. La actual reunión de la Organización de Cooperación
de Shanghái ha sido, al igual que otros encuentros similares de los países BRICS,
una piedra, una más de las muchas que se necesitan para construir el nuevo
orden mundial.
Esta cumbre,
coincide, además, con la enorme demostración de poder militar del ejército
Popular de Liberación. Se conmemora el 80 aniversario de la derrota del Japón.
China no desea una confrontación, aunque ha evidenciado que está preparada para
la misma; lo demuestra la enorme paciencia estratégica que muestra en el
conflicto con EEUU por el tema de Taiwán. Las nuevas armas que ha mostrado en
las calles de Pekín como su “Triada nuclear”, su nuevo misil intercontinental
(20.000 km de alcance estimado) el DF-5C o los nuevos misiles hipersónicos, las
armas laser embarcadas como el LY-I o drones de superioridad aérea muestran que
en campos militares clave, China se halla por delante de la tecnología
Occidental. La noticia que ha recorrido el mundo coincidiendo con la
reunión de la OCS de que China ya ha desarrollado un chip “universal” con
velocidad 6G muestra que en el campo fundamental del procesamiento de datos y la
velocidad de internet, Pekín está por delante del mundo Occidental.
La Cumbre
señala que mientras Pekín mira a larga distancia, planifica a décadas vista,
Occidente carece de pensamiento estratégico similar; en Occidente se impone una
visión estereotipada donde el corto plazo, el afán de ganancias inmediatas
define la política e impide que una visión más amplia se desarrolle. Occidente,
acostumbrado al poder colonial que antaño poseía aún percibe la realidad como
una opción de “blanco o negro” de “amigo o enemigo”. Es por ello que les
preocupa la “deriva”, según ellos, de los países del Sur Global hacia las
nuevas oportunidades multilaterales que promueven tanto los BRICS como la OCS.
La creación de un Banco de Inversiones, que pueda en un momento determinado
sustituir al Banco Mundial, angustia al orden económico global. Los principales
países en desarrollo se están acercando a este polo político, lo que aumenta la
preocupación de Occidente. Por otro lado la UE sigue impertérrita por el camino
del aislamiento político, en una nueva demostración del vasallaje hacia
Washington han declinado la invitación a asistir a conmemoración, para “no
molestar al aliado Japón”.
A la Cumbre de
la OCS en Tianjin asistieron líderes de más de 20 países y jefes de 10 organizaciones
internacionales, entre ellas la propia ONU. Ha sido aclamada como la más grande
de la historia, lo que demuestra que muchos países prefieren la cooperación en
un marco multipolar.
La cobertura
mediática occidental ha tendido a interpretar esta cumbre como una mera
reacción frente a Occidente, subestimando su alcance real. Sin embargo, lo que
se está construyendo no es una reacción, sino un entramado de cooperación
institucional que fortalece la autonomía de Eurasia y del Sur global. El
contraste visual es evidente: mientras las fotografías de la OCS muestran a
jefes de Estado reunidos como iguales, las imágenes de líderes europeos
convocados por el presidente estadounidense en la Casa Blanca reflejan una
relación jerárquica y subordinada.
No solo acudieron
los miembros plenos, sino también países observadores (que pueden estar
interesados en integrarse) y los llamados “socios de diálogo” (sólo participan
en las reuniones), lo que refuerza su carácter expansivo. Conviene aclarar que
la OCS no es un grupo informal como los BRICS, que se asemeja al G7 o al G20,
con reuniones periódicas de jefes de Estado y de Gobierno y algunos grupos de
trabajo. La OCS, en cambio, es una organización internacional formalizada:
cuenta con membrecía plena, una secretaría permanente con sede en Pekín,
embajadores acreditados ante la institución y una estructura institucional
comparable a la ASEAN, con comités, órganos especializados y una mayor
institucionalización.
Como hemos
dicho, los miembros plenos actuales son diez: China y Rusia constituyen el
núcleo político y estratégico. Desde hace varios años ha sido capaz de integrar
a un país europeo como Bielorrusia; por otra parte el presidente eslovaco
Robert Fico también ha asistido. De este modo, la OCS se configura como una
auténtica organización transeuroasiática. A todos estos países se suman
observadores, como Mongolia, y socios de diálogo, entre los cuales destacan la
ya mencionada Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Nepal, Myanmar y Sri Lanka. La
presencia de Erdogan como socio de diálogo, aunque al mismo tiempo miembro de
la OTAN, otorga un matiz especialmente significativo a la organización. De
hecho, al margen de la cumbre principal se produjo una reunión bilateral entre
el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente turco, que muestra la
importancia que Moscú concede a la OCS como plataforma de diálogo y como
vehículo para moldear el nuevo orden mundial multilateral.
Rusia ha
subrayado esta relevancia al situar en la página oficial del Kremlin varios
comunicados sobre la cumbre: uno relativo a la intervención de Putin en el
Consejo de Jefes de Estado de la OCS, otro sobre su encuentro con Erdogan y un
tercero sobre la reunión con el primer ministro indio, Narendra Modi. Es claro
que el Kremlin otorga gran importancia a esta organización, pese a que en el
debate internacional la atención se haya centrado recientemente en los BRICS.
La OCS tiene la ventaja de contar con más de dos décadas de trayectoria y de
haber incorporado un componente de seguridad. A diferencia de los BRICS, que se
concentran en lo económico y financiero, la OCS dispone de un brazo
especializado en contraterrorismo y seguridad regional, aunque no constituye,
ni pretende construir, una alianza militar como la OTAN sí que se ponen en
común políticas de seguridad y antiterrorismo.
En este
contexto, la reunión entre Putin y Erdogan resulta significativa. En su
discurso público, Putin se dirigió a su “querido amigo” y destacó la
cooperación económica bilateral, el dinamismo del comercio, las inversiones recíprocas
y la asociación energética, todo ello en un tono constructivo que contrasta con
las tensiones abiertas en Siria o en el apoyo turco a Ucrania. El mensaje
implícito es claro: aunque Turquía sea miembro de la OTAN y juegue a dos
bandas, Rusia la reconoce como un socio con el que puede cooperar. En paralelo,
Erdogan obtiene visibilidad internacional demostrando a sus aliados
occidentales que Ankara no depende únicamente del marco euroatlántico.
La otra reunión
clave fue la de Putin con Narendra Modi. Ambos líderes destacaron la amistad
histórica, la confianza mutua y la asociación estratégica entre Rusia e India,
subrayando que incluso en las circunstancias más difíciles sus países han
cooperado hombro con hombro. Señalaron que ha sido superado el grave conflicto
en el valle de Galwan entre China e India. Modi introdujo, no obstante, un
mensaje sobre Ucrania, instando a que todas las partes busquen vías
constructivas para alcanzar una paz rápida y duradera, lo que muestra la
preocupación india por la prolongación del conflicto y su voluntad de mantener
un perfil propio frente a las presiones de Estados Unidos y Europa.
Putin, en su
intervención ante el Consejo de Jefes de Estado —máximo órgano de decisión de
la OCS—, reafirmó los principios fundamentales de la Carta de la ONU: primacía
del derecho internacional, autodeterminación de los pueblos, igualdad soberana,
no injerencia en asuntos internos y respeto a la independencia de los Estados,
lo que contrasta con las declaraciones de Marco Rubio Secretario de Estado con
Trump que dijo: “¡No me importa lo que dice la ONU!”. Putin
por el contrario subrayó que la OCS se construye sobre otros principios y que
su objetivo es promover un orden mundial multipolar, justo y equilibrado,
frente a los modelos eurocéntricos y euroatlánticos obsoletos. Enfatizó la
necesidad de una seguridad compartida, no excluyente, y propuso medidas
concretas como la emisión de bonos conjuntos, la creación de infraestructuras
de pagos y liquidaciones independientes y el establecimiento de un banco de
proyectos de inversión, todo ello con el fin de reducir la dependencia de
sistemas financieros dominados por Occidente, como el Swift.
En lo relativo
a Ucrania, Putin reiteró la narrativa rusa: el conflicto no surgió de una
agresión unilateral, sino de un golpe de Estado en Kiev apoyado por Occidente y
del empeño en integrar a Ucrania en la OTAN, lo que constituía una amenaza
existencial para Moscú. Señaló que Rusia valora los esfuerzos de China, India y
otros socios para encontrar una solución, pero insistió en que cualquier paz
duradera debe abordar las causas profundas del conflicto. Esta exposición ante
los socios de la OCS pretende consolidar la comprensión mutua y contrarrestar
la narrativa occidental de un aislamiento ruso.
El presidente
chino, Xi Jinping, propuso la Iniciativa de Gobernanza Global (IGG) en la
reunión «Organización de Cooperación de Shanghai Plus» en Tianjin. Es decir,
mantener a la ONU como referencia central internacional para resolver los
conflictos pero apuntó la necesidad de cambios dentro de la organización
fundamentalmente para dar más voz a los países del Sur Global. Por otra parte,
enfatizó en la dimensión civilizatoria de la OCS y en la necesidad de que sus
miembros, aun con disputas graves —como las existentes entre India y Pakistán,
o entre China e India—, busquen puntos en común y cooperen en áreas de interés
compartido. Xi enunció cinco principios: buscar consensos dejando de lado
diferencias; promover beneficios mutuos y resultados de ganancia compartida; defender
la apertura y la inclusión; salvaguardar el sistema internacional centrado en
la ONU y el comercio multilateral con la OMC como núcleo; y obtener resultados
tangibles y eficientes. Destacó asimismo la iniciativa de la Franja y la Ruta
como eje de conectividad global que extiende la influencia de la OCS hacia
África, América Latina y Europa.
En la sesión
ampliada, Xi insistió en que la OCS debe mantenerse fiel a los principios de no
alianza, no confrontación y no orientación contra terceros, rechazando la
lógica de sanciones y presiones que caracteriza la política estadounidense.
Defendió la integración frente a la desvinculación y abogó por una
globalización inclusiva y beneficiosa para todos. En definitiva la OCS y los
BRICS encarnan un modelo distinto, basado en el respeto a la soberanía, la
cooperación pragmática y el reconocimiento de las diferencias. En este marco,
rivales históricos como India y Pakistán, o incluso Turquía y Rusia, encuentran
espacios para colaborar. Es un paradigma que asusta al bloque transatlántico
porque desplaza la centralidad de su modelo hegemónico. Lo que emerge es un
orden multipolar en el que los Estados no se alinean automáticamente con un
bloque, sino que negocian, cooperan y buscan beneficios mutuos. No es un mundo en
blanco y negro, sino un escenario flexible y plural.
La cumbre de
Tianjin confirma que el futuro no se define ya en los pasillos de Bruselas o
Washington, sino en plataformas euroasiáticas como la OCS y en bloques
emergentes como los BRICS. La construcción del mundo multipolar avanza no
contra Occidente, sino al margen de él, pese a sus intentos de frenar o
deslegitimar estas iniciativas. Esa es la nueva realidad geopolítica que se
está gestando delante de nosotros.
El “Occidente
colectivo” asiste, entre la sorpresa y la impotencia, a su propia decadencia.
Sus proclamas de liderazgo global se diluyen en un mar de contradicciones:
economías endeudadas, una industria en retroceso, un sistema político
prisionero del cortoplacismo electoral y un modelo de dominación basado en sanciones
que ya no logra doblegar a sus adversarios. La política de coerción ha
fracasado: lejos de aislar a Rusia y China, ha acelerado la consolidación de un
eje euroasiático con proyección global.
Mientras
Estados Unidos y Europa se desgastan en guerras subsidiarias, en disputas
internas y en una transición energética interrumpida por la dependencia del gas
y petróleo estadounidense, la OCS teje redes de cooperación financiera,
energética, tecnológica y logística que anticipan un futuro alternativo. La
firma del acuerdo del gasoducto “Power of Siberia”, la creación de un Banco de
Inversión propio y los proyectos conjuntos en inteligencia artificial y 6G son
pruebas tangibles de un cambio de era.
La realidad es
que el centro de gravedad del mundo se desplaza hacia Oriente y hacia el Sur
Global. La hegemonía occidental, que durante cinco siglos se presentó como
destino inevitable, se revela hoy como un proyecto agotado, incapaz de ofrecer
soluciones universales y sostenido únicamente por la inercia de su poder
militar. La OCS demuestra que otro camino es posible: un orden multipolar donde
los pueblos no se subordinan a una metrópoli única, sino que cooperan desde la
pluralidad.
[1] http://kremlin.ru/supplement/3450
[2] https://rus.sectsco.org/20070816/203671.html
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