viernes, 12 de septiembre de 2025

La OCS: mirando al futuro

 

El centro de gravedad del mundo se desplaza hacia Oriente. La hegemonía occidental, que durante cinco siglos parecía un destino inevitable, se revela hoy como un proyecto agotado, sostenido por la inercia de su poder militar.


La OCS: mirando al futuro

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

11 septiembre, 2025 



La 25ª cumbre de la organización de Cooperación de Shanghái (OCS) es uno de esos eventos multilaterales a los que es necesario prestar atención porque ilustran cómo el orden mundial está transitando desde una configuración dominada por el bloque euroatlántico del denominado “Occidente colectivo” hacia un futuro que pretende ser multipolar, multinodal y multilateral. En la actualidad la OCS tiene diez miembros formales: Bielorrusia, India, Irán, Kazajistán, China, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán, más varios países con el estatus de observadores y otros estados “dialogantes”. Los idiomas oficiales son el ruso y el chino.

La organización se creó oficialmente el 15 de junio de 2001. Con anterioridad, entre 1995 y 1996, los que serían los cinco países fundadores (China, Rusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán) alcanzaron un acuerdo para reducir sus tropas en las fronteras comunes y fortalecer la confianza mutua en el ámbito militar. En el 2000 reafirmaron su interés en que Asia central fuera una “una zona de paz, Buena vecindad, estabilidad y cooperación internacional equitativa”. Uzbekistán se une ese año al grupo. Finalmente en 2001 se funda la Organización propiamente dicha. El 7 de junio de 2002, en la cumbre celebrada en San Petersburgo (Rusia), los Estados miembros firmaron[1] la Carta de estatutos. En 2007, los miembros de la organización  rubricaron[2] el Tratado de Buena Vecindad, Amistad y Cooperación a largo plazo de sus integrantes, al que se sumaron la India, Pakistán, Irán y Bielorrusia. En 2017 fueron admitidos India y Pakistán como miembros de pleno derecho; En 2023 se adhirió Irán, en 2024 Bielorrusia.

Hoy, la OCS reúne a países con un territorio que representa más del 65 % del continente euroasiático y una población de más de 3.500 millones de personas, que generan más del 25% del PIB mundial. Agrupa el 15% del comercio global mientras mantiene un crecimiento promedio del 5.2 %. Teniendo en cuenta esos datos, la OCS constituye una plataforma con un enorme potencial.

El relato Occidental siempre ha priorizado, en el momento de explicar la II Guerra Mundial, el escenario europeo. De hecho, en la Guerra Mundial Antifascista, Rusia y China sufrieron el empujón más brutal. En los 14 años que duró la guerra de liberación desde 1931, cuando Japón atacó, hasta su final en 1945, China perdió 35 millones de habitantes pero eliminó a 1,5 millones de soldados japoneses. La guerra de liberación contra el invasor japonés absorbió enormes recursos que Tokio no pudo utilizar contra las fuerzas norteamericanas. Eso explica que las bajas estadounidenses no alcanzasen las 120.000.

Desde finales del conflicto mundial la relación China/rusa se mantuvo, aunque hubo un período de graves tensiones cuando la URSS rompió relaciones con la China de Mao. A pesar de los altibajos pasados la conexión Rusa-China ha venido fortaleciéndose sobre vínculos muy fuertes. La actual reunión de la Organización de Cooperación de Shanghái ha sido, al igual que otros encuentros similares de los países BRICS, una piedra, una más de las muchas que se necesitan para construir el nuevo orden mundial.

Esta cumbre, coincide, además, con la enorme demostración de poder militar del ejército Popular de Liberación. Se conmemora el 80 aniversario de la derrota del Japón. China no desea una confrontación, aunque ha evidenciado que está preparada para la misma; lo demuestra la enorme paciencia estratégica que muestra en el conflicto con EEUU por el tema de Taiwán. Las nuevas armas que ha mostrado en las calles de Pekín como su “Triada nuclear”, su nuevo misil intercontinental (20.000 km de alcance estimado) el DF-5C o los nuevos misiles hipersónicos, las armas laser embarcadas como el LY-I o drones de superioridad aérea muestran que en campos militares clave, China se halla por delante de la tecnología Occidental.  La noticia que ha recorrido el mundo coincidiendo con la reunión de la OCS de que China ya ha desarrollado un chip “universal” con velocidad 6G muestra que en el campo fundamental del procesamiento de datos y la velocidad de internet, Pekín está por delante del mundo Occidental.

La Cumbre señala que mientras Pekín mira a larga distancia, planifica a décadas vista, Occidente carece de pensamiento estratégico similar; en Occidente se impone una visión estereotipada donde el corto plazo, el afán de ganancias inmediatas define la política e impide que una visión más amplia se desarrolle. Occidente, acostumbrado al poder colonial que antaño poseía aún percibe la realidad como una opción de “blanco o negro” de “amigo o enemigo”.  Es por ello que les preocupa la “deriva”, según ellos, de los países del Sur Global hacia las nuevas oportunidades multilaterales que promueven tanto los BRICS como la OCS. La creación de un Banco de Inversiones, que pueda en un momento determinado sustituir al Banco Mundial, angustia al orden económico global. Los principales países en desarrollo se están acercando a este polo político, lo que aumenta la preocupación de Occidente. Por otro lado la UE sigue impertérrita por el camino del aislamiento político, en una nueva demostración del vasallaje hacia Washington han declinado la invitación a asistir a conmemoración, para “no molestar al aliado Japón”.

A la Cumbre de la OCS en Tianjin asistieron líderes de más de 20 países y jefes de 10 organizaciones internacionales, entre ellas la propia ONU. Ha sido aclamada como la más grande de la historia, lo que demuestra que muchos países prefieren la cooperación en un marco multipolar.

La cobertura mediática occidental ha tendido a interpretar esta cumbre como una mera reacción frente a Occidente, subestimando su alcance real. Sin embargo, lo que se está construyendo no es una reacción, sino un entramado de cooperación institucional que fortalece la autonomía de Eurasia y del Sur global. El contraste visual es evidente: mientras las fotografías de la OCS muestran a jefes de Estado reunidos como iguales, las imágenes de líderes europeos convocados por el presidente estadounidense en la Casa Blanca reflejan una relación jerárquica y subordinada.

No solo acudieron los miembros plenos, sino también países observadores (que pueden estar interesados en integrarse) y los llamados “socios de diálogo” (sólo participan en las reuniones), lo que refuerza su carácter expansivo. Conviene aclarar que la OCS no es un grupo informal como los BRICS, que se asemeja al G7 o al G20, con reuniones periódicas de jefes de Estado y de Gobierno y algunos grupos de trabajo. La OCS, en cambio, es una organización internacional formalizada: cuenta con membrecía plena, una secretaría permanente con sede en Pekín, embajadores acreditados ante la institución y una estructura institucional comparable a la ASEAN, con comités, órganos especializados y una mayor institucionalización.

Como hemos dicho, los miembros plenos actuales son diez: China y Rusia constituyen el núcleo político y estratégico. Desde hace varios años ha sido capaz de integrar a un país europeo como Bielorrusia; por otra parte el presidente eslovaco Robert Fico también ha asistido. De este modo, la OCS se configura como una auténtica organización transeuroasiática. A todos estos países se suman observadores, como Mongolia, y socios de diálogo, entre los cuales destacan la ya mencionada Turquía, Arabia Saudí, Egipto, Nepal, Myanmar y Sri Lanka. La presencia de Erdogan como socio de diálogo, aunque al mismo tiempo miembro de la OTAN, otorga un matiz especialmente significativo a la organización. De hecho, al margen de la cumbre principal se produjo una reunión bilateral entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y el presidente turco, que muestra la importancia que Moscú concede a la OCS como plataforma de diálogo y como vehículo para moldear el nuevo orden mundial multilateral.

Rusia ha subrayado esta relevancia al situar en la página oficial del Kremlin varios comunicados sobre la cumbre: uno relativo a la intervención de Putin en el Consejo de Jefes de Estado de la OCS, otro sobre su encuentro con Erdogan y un tercero sobre la reunión con el primer ministro indio, Narendra Modi. Es claro que el Kremlin otorga gran importancia a esta organización, pese a que en el debate internacional la atención se haya centrado recientemente en los BRICS. La OCS tiene la ventaja de contar con más de dos décadas de trayectoria y de haber incorporado un componente de seguridad. A diferencia de los BRICS, que se concentran en lo económico y financiero, la OCS dispone de un brazo especializado en contraterrorismo y seguridad regional, aunque no constituye, ni pretende construir, una alianza militar como la OTAN sí que se ponen en común políticas de seguridad y antiterrorismo.

En este contexto, la reunión entre Putin y Erdogan resulta significativa. En su discurso público, Putin se dirigió a su “querido amigo” y destacó la cooperación económica bilateral, el dinamismo del comercio, las inversiones recíprocas y la asociación energética, todo ello en un tono constructivo que contrasta con las tensiones abiertas en Siria o en el apoyo turco a Ucrania. El mensaje implícito es claro: aunque Turquía sea miembro de la OTAN y juegue a dos bandas, Rusia la reconoce como un socio con el que puede cooperar. En paralelo, Erdogan obtiene visibilidad internacional demostrando a sus aliados occidentales que Ankara no depende únicamente del marco euroatlántico.

La otra reunión clave fue la de Putin con Narendra Modi. Ambos líderes destacaron la amistad histórica, la confianza mutua y la asociación estratégica entre Rusia e India, subrayando que incluso en las circunstancias más difíciles sus países han cooperado hombro con hombro. Señalaron que ha sido superado el grave conflicto en el valle de Galwan entre China e India. Modi introdujo, no obstante, un mensaje sobre Ucrania, instando a que todas las partes busquen vías constructivas para alcanzar una paz rápida y duradera, lo que muestra la preocupación india por la prolongación del conflicto y su voluntad de mantener un perfil propio frente a las presiones de Estados Unidos y Europa.

Putin, en su intervención ante el Consejo de Jefes de Estado —máximo órgano de decisión de la OCS—, reafirmó los principios fundamentales de la Carta de la ONU: primacía del derecho internacional, autodeterminación de los pueblos, igualdad soberana, no injerencia en asuntos internos y respeto a la independencia de los Estados, lo que contrasta con las declaraciones de Marco Rubio Secretario de Estado con Trump que dijo: “¡No me importa lo que dice la ONU!”. Putin por el contrario subrayó que la OCS se construye sobre otros principios y que su objetivo es promover un orden mundial multipolar, justo y equilibrado, frente a los modelos eurocéntricos y euroatlánticos obsoletos. Enfatizó la necesidad de una seguridad compartida, no excluyente, y propuso medidas concretas como la emisión de bonos conjuntos, la creación de infraestructuras de pagos y liquidaciones independientes y el establecimiento de un banco de proyectos de inversión, todo ello con el fin de reducir la dependencia de sistemas financieros dominados por Occidente, como el Swift.

En lo relativo a Ucrania, Putin reiteró la narrativa rusa: el conflicto no surgió de una agresión unilateral, sino de un golpe de Estado en Kiev apoyado por Occidente y del empeño en integrar a Ucrania en la OTAN, lo que constituía una amenaza existencial para Moscú. Señaló que Rusia valora los esfuerzos de China, India y otros socios para encontrar una solución, pero insistió en que cualquier paz duradera debe abordar las causas profundas del conflicto. Esta exposición ante los socios de la OCS pretende consolidar la comprensión mutua y contrarrestar la narrativa occidental de un aislamiento ruso.

El presidente chino, Xi Jinping, propuso la Iniciativa de Gobernanza Global (IGG) en la reunión «Organización de Cooperación de Shanghai Plus» en Tianjin. Es decir, mantener a la ONU como referencia central internacional para resolver los conflictos pero apuntó la necesidad de cambios dentro de la organización fundamentalmente para dar más voz a los países del Sur Global. Por otra parte, enfatizó en la dimensión civilizatoria de la OCS y en la necesidad de que sus miembros, aun con disputas graves —como las existentes entre India y Pakistán, o entre China e India—, busquen puntos en común y cooperen en áreas de interés compartido. Xi enunció cinco principios: buscar consensos dejando de lado diferencias; promover beneficios mutuos y resultados de ganancia compartida; defender la apertura y la inclusión; salvaguardar el sistema internacional centrado en la ONU y el comercio multilateral con la OMC como núcleo; y obtener resultados tangibles y eficientes. Destacó asimismo la iniciativa de la Franja y la Ruta como eje de conectividad global que extiende la influencia de la OCS hacia África, América Latina y Europa.

En la sesión ampliada, Xi insistió en que la OCS debe mantenerse fiel a los principios de no alianza, no confrontación y no orientación contra terceros, rechazando la lógica de sanciones y presiones que caracteriza la política estadounidense. Defendió la integración frente a la desvinculación y abogó por una globalización inclusiva y beneficiosa para todos. En definitiva la OCS y los BRICS encarnan un modelo distinto, basado en el respeto a la soberanía, la cooperación pragmática y el reconocimiento de las diferencias. En este marco, rivales históricos como India y Pakistán, o incluso Turquía y Rusia, encuentran espacios para colaborar. Es un paradigma que asusta al bloque transatlántico porque desplaza la centralidad de su modelo hegemónico. Lo que emerge es un orden multipolar en el que los Estados no se alinean automáticamente con un bloque, sino que negocian, cooperan y buscan beneficios mutuos. No es un mundo en blanco y negro, sino un escenario flexible y plural.

La cumbre de Tianjin confirma que el futuro no se define ya en los pasillos de Bruselas o Washington, sino en plataformas euroasiáticas como la OCS y en bloques emergentes como los BRICS. La construcción del mundo multipolar avanza no contra Occidente, sino al margen de él, pese a sus intentos de frenar o deslegitimar estas iniciativas. Esa es la nueva realidad geopolítica que se está gestando delante de nosotros.

El “Occidente colectivo” asiste, entre la sorpresa y la impotencia, a su propia decadencia. Sus proclamas de liderazgo global se diluyen en un mar de contradicciones: economías endeudadas, una industria en retroceso, un sistema político prisionero del cortoplacismo electoral y un modelo de dominación basado en sanciones que ya no logra doblegar a sus adversarios. La política de coerción ha fracasado: lejos de aislar a Rusia y China, ha acelerado la consolidación de un eje euroasiático con proyección global.

Mientras Estados Unidos y Europa se desgastan en guerras subsidiarias, en disputas internas y en una transición energética interrumpida por la dependencia del gas y petróleo estadounidense, la OCS teje redes de cooperación financiera, energética, tecnológica y logística que anticipan un futuro alternativo. La firma del acuerdo del gasoducto “Power of Siberia”, la creación de un Banco de Inversión propio y los proyectos conjuntos en inteligencia artificial y 6G son pruebas tangibles de un cambio de era.

La realidad es que el centro de gravedad del mundo se desplaza hacia Oriente y hacia el Sur Global. La hegemonía occidental, que durante cinco siglos se presentó como destino inevitable, se revela hoy como un proyecto agotado, incapaz de ofrecer soluciones universales y sostenido únicamente por la inercia de su poder militar. La OCS demuestra que otro camino es posible: un orden multipolar donde los pueblos no se subordinan a una metrópoli única, sino que cooperan desde la pluralidad.

[1] http://kremlin.ru/supplement/3450

[2] https://rus.sectsco.org/20070816/203671.html

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