El suicidio de la cultura popular en España
El campo urbanizado
Rebelion / España
12/06/2025
Fuentes: Rebelión
Incluso los muy
pérfidos se han atrevido a explotar la nostalgia. Los museos sacan muy buenos
dividendos exhibiendo los fósiles de nuestros antepasados. Hay que sacarle el
jugo a esa historia tan sentimental de los campesinos y su folklore, las
tradiciones y costumbres; con esos vestidos de antaño, y esos rostros arrugados
y curtidos por el sol y esas manos deformes que los hacen aún más primitivos.
Pura arqueología: el esparto, el barro, las piedras, las cañas, el cuero o la
madera. La mutación se ha consumado y el gen urbano es el dominante. La
fuente donde nace el arte popular y las raíces de un pueblo se ha extinguido
por completo. Ayer con su yunta de bueyes el campesino cantaba y creaban
poesía, hoy en un tractor con aire acondicionado un autómata recoge la cosecha
aislado en su cabina escuchando el reguetón de moda. Ya nadie canta en lo
campos, los campos se han marchitado, los cantores han desaparecido, igual que
muchas especies animales también ellos se han extinguido. El colapso
demográfico de la «España vaciada» es una sentencia inapelable.
Como quien prostituye una hija; los cortijos, fincas o parcelas propiedad de los campesinos fueron rematados al mejor postor. El campo simboliza el retraso y lo importante es tener una buena cuenta corriente en el banco. Los «catetos» ignorantes vendieron y venden el patrimonio familiar de generaciones para comprarse un Mercedes Benz y un piso en la capital. Regalaron la tierra a los extranjeros que no comparten las mismas tradiciones y costumbres e imponen sus propias leyes: cercan sus propiedades con alambre de púas, cierran los caminos y ponen letreros de «Prohibido el paso. Propiedad Privada. Perro bravo» o contratan un guardia jurado con una escopeta y un bulldog pues se sienten inseguros. Hay que brindarles paz y tranquilidad a esos seres superiores, a las elites dominantes. Las leyes amparan al individuo y la propiedad privada por encima del bien común. Un egocentrismo atroz ha carcomido el alma del pueblo que como nuevos ricos se han vuelto avaros y pretenciosos. Ahora sus hijos servirán en las fábricas o, tal vez, con suerte sean funcionarios en algún ministerio. El sur de Europa, el Mediterráneo, es el objetivo prioritario de la pequeña burguesía europea ávida de sol y playa, restaurantes, casinos y discotecas.
A finales del
siglo XX una nueva oleada de emigrantes provenientes de todos los rincones del
planeta llega a Europa a suplir el déficit de mano de obra. Ellos son los
nuevos campesinos, son los nuevos peones y gañanes, los nuevos temporeros que
producirán grandes beneficios a los empresarios. Los inmigrantes son los
impulsores del tan mentado «milagro español», del renacer económico del campo
que en algunas regiones gracias a las exportaciones deja multimillonarias
regalías. Los siervos aumentan la producción a un bajo coste aunque la tierra
se quede estéril al quemarla con tantos agroquímicos y pesticidas. Lo principal
es que trabajen a destajo y recojan la cosecha en tiempo récord, que produzcan
el triple, horas extras incluidas, y como indocumentados, mejor, pues eleva la
plusvalía y se le resta un porcentaje de ganancias a la Seguridad Social. Se
precisan más camareros que atiendan los restaurantes, más sirvientas en los
hoteles, más prostitutas sudamericanas o de los países del este en los clubes
de carretera, más africanos para el Maresme y más «moros» en el Ejido o en el
campo de Murcia, más ecuatorianos en Huelva y, los que sobren, que se sumen a
las obras públicas, la industria o la construcción porque así lo exige la ley
de la oferta y la demanda. Y sin olvidarnos del primer mandamiento: santificar
el trabajo. De la casa a la fábrica o al campo, es igual y luego a descansar
unas horas frente al televisor para mañana temprano frescos rendir al máximo.
Este es el futuro que nos espera: una generación de seres fríos y calculadores
que glorifiquen el «time is money».
En los países
europeos la población activa agraria representa el 9% del total y los patrones
de comportamiento son similares al urbano. La agricultura en una alta proporción
está mecanizada y se ha convertido en una actividad empresarial con fuertes
aportaciones en capital. Hoy es imposible diferenciar en Europa una sociedad
urbana de una rural. La ciudad ha absorbido y dominado el campo. La
civilización postindustrial necesita un escape, una calidad de vida distinta,
un regreso a la naturaleza pues todo el mundo quiere huir de la polución, de
los ruidos, la delincuencia y los innumerables peligros que nos acechan. Las
clases más adineradas empiezan a colonizar el campo instalándose en
urbanizaciones y chalets en busca de esa tierra prometida donde gozar de un
jardín, de una parcela, de un huerto y respirar aire puro para sentirse de
nuevo humanos. Se crea, entonces, la «aldea virtual» con todas las comodidades
y privilegios de la ciudad. Los que vuelven al campo no son campesinos sino
ciudadanos con ansias de olvidarse de las tensiones de la gran urbe. El poseer
una casa en el campo obedece a intereses capitalistas y de mercado.
Para el
ciudadano español del siglo XXI lo ideal es vivir en un chalet pero cerca de
una autopista que lo comunique a uno rápidamente con los grandes centros
comerciales o la capital. Pero no importa pues hoy multinacionales como Amazon,
Ebay o las empresas de delivery son capaces de traernos en un
abrir y cerrar de ojos los productos más exóticos desde cualquier lugar del
mundo. Las urbanizaciones privadas están de moda y las inmobiliarias las
publicitan como el paradigma del bienestar. Aquí no se discrimina por raza,
ideología o religión pues lo importante es que el cliente posea el patrimonio
suficiente para pagarlas. El español medio desea ser propietario y no
vivir de alquiler aunque tenga que empeñarse con un banco por el resto de su
vida. Pero no se conforman con un piso sino que quieren una segunda
residencia, o sea, un chalet en la playa o una casa rural en la
montaña.
El campo otrora
atrasado y aburrido se ha convertido en el paraíso perdido donde todos queremos
regresar, pero, eso sí, como es de imaginar, en un auto de alta gama y con
todas las ventajas y comodidades de la ciudad. De ahí el éxito de la «aldea
virtual» y el increíble negocio de la urbanización del campo y por ende su
aburguesamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario