La desconocida historia de las
españolas del campo nazi de Mauthausen
Rebelion / España
12/05/2025
Fuentes: El Diario [Foto: Mujeres supervivientes de Mauthausen fotografiadas tras la liberación por el deportado español Francesc Boix (Francesc Boix)]
Campo de
concentración de Mauthausen (Austria), 7 de marzo de 1945. Josep Ester y
Joaquín Olaso son dos de los apenas 2.500 republicanos que continúan con vida
entre las alambradas del siniestro recinto. Por el camino se han quedado cerca
de 5.000 españoles antifascistas que han perecido hambrientos, exhaustos,
enfermos, fusilados, ahorcados, apaleados, devorados por los perros, gaseados…
Josep lleva
once meses encerrado en Mauthausen y Joaquín algo más de año y medio. Ambos
fueron capturados por la Gestapo y deportados por ser miembros de la
Resistencia. Para ellos ha sido algo más fácil sobrevivir porque, cuando
llegaron al campo, recibieron la ayuda de los prisioneros veteranos: los
republicanos que ingresaron en 1940 o 1941 y que habían logrado formar una
pequeña, pero eficaz organización clandestina.
Ellos fueron
los que peor lo pasaron y los que sufrieron la práctica totalidad de las bajas.
Ahora la situación es algo mejor y hay optimismo porque, incluso entre los
desnutridos inquilinos de los pijamas a rayas, circulan noticias que apuntan a
la inminente derrota de Hitler. Aunque el final de la guerra parece muy
próximo, no pueden confiarse. La sed de sangre de las SS no se ha aplacado y la
muerte sigue acechándoles. Súbitamente, un rumor empieza a correr de boca en
boca. En el convoy que acaba de llegar, formado por 2.000 mujeres y niños, hay
un pequeño grupo de prisioneras españolas; las primeras en la historia de
Mauthausen.
El largo camino hacia Mauthausen
Cinco días antes, el 2 de marzo de 1945, ocho asustadas mujeres intentan permanecer juntas en el nuevo viaje que están a punto de emprender. Las guardianas de las SS las golpean, amenazan y empujan hacia un tren de ganado que permanece parado. Están abandonando el infierno en el que han pasado los últimos meses: el campo de concentración de Ravensbrück 1.
Prisioneras recién liberadas en su barraca de Mauthausen
En él han
compartido cautiverio con otros dos centenares de españolas que, como ellas,
fueron apresadas y deportadas por haber sido miembros muy activos de la
Resistencia. Su experiencia previa en la Guerra de España, en la que la mayoría
había participado en la lucha contra los ejércitos de Franco, Hitler y
Mussolini, les resultó muy útil en el nuevo conflicto bélico en el que se
vieron inmersas cuando el Reich invadió Europa Occidental. Ni siquiera su detención,
las torturas y la posterior deportación les hizo doblar la rodilla.
En Ravensbrück
realizaron sabotajes en la fábrica de munición en la que eran obligadas a
trabajar. Esa determinación le costó la vida a no pocas compañeras, pero al
resto las unió todavía más. Las ocho mujeres consiguen subirse al mismo vagón.
Está atestado de compañeras de otras nacionalidades, algunas de las cuales
están acompañadas por hijos de corta edad. Los nazis las evacúan porque las
tropas soviéticas se encuentran muy cerca y tienen la certeza de que en unos
días liberarán Ravensbrück. Una vez dentro del vagón se miran atentamente las
unas a las otras, como si fuera la primera vez que se vieran.
Allí están
siete luchadoras españolas: Carlota García, Angelines Martínez, Feliciana
Pintos, Herminia Martorell, Carmen Zapater, Rosita de Silva y Alfonsina Bueno.
Junto a ellas, otra compatriota de acción y de corazón, Estucha Zilberberg. En
1936, esta polaca dejó su cómoda vida en Bruselas para viajar a España como
brigadista internacional. Hoy, sus ya hermanas la llaman Juanita.
Todas llevan
diez años burlando a la muerte. Quizás la que más cerca la tuvo fue Feliciana,
que logró sobrevivir al año y medio que pasó en el campo de exterminio de
Auschwitz-Birkenau. Hoy, sin embargo, la que peores papeletas tiene es
Angelines. Enferma de tuberculosis, su extrema debilidad preocupa a sus
compañeras. Carlota, a la que todas conocen como Charlie, no está dispuesta a
dejarla morir. Por eso actúa con rapidez, la tumba en un rincón y se centra en
cuidarla.
“Charlie estuvo
a mi lado en todo momento. Aquel viaje espantoso duraría cinco días y en el
trayecto murieron muchas de nuestras amigas. Una vez más Charlie fue mi ángel
de la guarda, dándome calor con su cuerpo, abrigándome con sus ropas y dándome
algo de alimento que me ponía en la boca, como se hace cuando se da de comer a
un pajarillo, ya que yo estaba completamente extenuada”, recordaría Angelines
muchos años después.
Un increíble reencuentro entre las alambradas nazis
A las forzadas pasajeras aquellos cinco días dentro del tren les parecieron cinco años: “Llegamos a Mauthausen medio muertas casi todas, en medio de los cadáveres de nuestras compañeras fallecidas en el viaje”, rememoraría Angelines. La pesadilla no terminó cuando las SS abrieron las puertas de los vagones: “Todavía nos quedaban por recorrer los cinco kilómetros de cuesta que conducían al campo. Para mí aquello representó un verdadero vía crucis y de no haber tenido a Charlie a mi lado jamás hubiese llegado a la cima de la colina. Los SS me hubieran liquidado de un balazo en la nuca, como hicieron con otras”.
Dos años antes
de llegar a Mauthausen, Feliciana Pintos fue deportada al campo de exterminio
de Auschwitz-Birkenau.
Cuanto más se
acercaban al campo, las imágenes que veían incrementaban su miedo, tristeza e
inquietud. En marzo de 1945 Mauthausen había sido ampliado para hacinar a miles
de prisioneros y prisioneras que habían sido trasladados en las marchas de la
muerte desde Auschwitz y desde otros campos. Se calcula que había más de 80.000
deportados en todos sus recintos. De ellos, unos 20.000 se repartían entre la
fortaleza central, el Campo Ruso y el llamado Campamento de Tiendas. Cuando por
fin llegaron a su destino final, los soldados apartaron a los niños y a algunas
de las mujeres; en total fueron cerca de 200 los miembros de ese convoy que ni
siquiera fueron registrados porque las SS decidieron asesinarlos.
El sufrimiento
y el terror solo empezó a disiparse en el momento en que las mujeres llegaron a
la zona de las duchas y la desinfección. Estucha nunca pudo ni quiso olvidar
aquel instante: “Se nos acercaron varios españoles que luego supimos que eran
peluqueros y empleados en diversos servicios del campo. Ellos fueron los que
nos prodigaron las primeras palabras de ánimo, asegurándonos su apoyo y su
ayuda en todos los terrenos, así como una protección eficaz”. Los prisioneros
españoles y la organización clandestina internacional se pusieron manos a la
obra y les hicieron llegar ropa y comida. Las mujeres les facilitaron sus
nombres y fue entonces cuando llegó la sorpresa.
Josep Ester y
Joaquín Olaso no podían creerlo. Sus esposas, Alfonsina Bueno y Carlota García,
estaban entre las recién llegadas. Ambos se las ingeniaron para acercarse hasta
su barraca y abrazarlas. La felicidad de constatar que el ser querido seguía
con vida se mezclaba con la tristeza y la incertidumbre de verse juntos en
aquel terrible destino. Un sentimiento aún más agridulce para Alfonsina, que
recibió una terrible noticia. Su padre había pasado por Mauthausen y acabó
siendo asesinado en la cámara de gas del Castillo de Hartheim.
47 días en Mauthausen
Los SS
destinaron a las españolas a diversos comandos de trabajo. Carmen, Charlie y
Estucha fueron enviadas a la estación de Amstetten, a 35 kilómetros de
Mauthausen, para retirar los escombros que provocaban los cada vez más
frecuentes bombardeos aliados. Cada ataque las sorprendía trabajando y
provocaba numerosas muertes entre las deportadas.
“Nuestra
desmoralización llegó a tal punto que un día decidimos negarnos a ir a sacar
escombros de aquella maldita estación. Decisión que tomamos por unanimidad. Los
SS estaban estupefactos, pues era la primera vez que un grupo de prisioneras se
les sublevaba (…) Los SS nos encerraron en una barraca y nos privaron de comida
y de agua. Y allí hubiésemos muerto de inanición si los españoles no se las
hubiesen arreglado para facilitarnos, cada día, varias raciones de sopa”,
rememoraba la brigadista polaca. Estucha, Charlie, Carmen y sus compañeras
habían protagonizado la primera huelga en los siete años de historia de
Mauthausen; algo a lo que nunca se atrevieron sus compañeros.
El 22 de abril,
47 días después de ingresar en el campo, llegó una dulce e inesperada
liberación. Dos semanas antes de la rendición final de Alemania, Himmler ordenó
a los responsables del campo que permitieran a la Cruz Roja Internacional
evacuar a los deportados y deportadas franceses. En ese grupo se incluyó a las
españolas. La organización clandestina internacional logró, además, que el
marido de Alfonsina, Josep Ester, se hiciera pasar por francés y se colara así
en el convoy que les condujo a la libertad.
Así terminó la
poco conocida odisea de las republicanas de Mauthausen. Un pequeño grupo que
formó parte de la historia de la deportación femenina española. Al menos
trescientas compatriotas fueron deportadas a campos de concentración nazis en los
que sufrieron tanto o más que sus compañeros varones. Ellas fueron aún más
olvidadas que ellos. Si conocemos algo de sus vidas y de su lucha es, en buena
medida, gracias a la superviviente de Ravensbrück Neus Català.
Muchas décadas
después del final de la guerra buscó a sus compañeras y les pidió que
escribieran sus vivencias. Después se encargó de publicarlas en un libro
esencial: De la resistencia y la deportación. Neus resumió así todo
ese proceso: “No supimos valorar lo que habíamos hecho. Por eso permanecimos en
silencio, incluso tras la muerte de Franco. Estábamos cansadas, pero al final
hicimos algo. Me costó mucho convencer a las mujeres de que contáramos nuestra
historia, pero lo hicimos”. Lo hicieron.
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