sábado, 26 de julio de 2025

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA [España]

 

Los CUO de Gran Canaria organizan una formación sindical sobre la HUELGA

 

DIARIO OCTUBRE / julio 24, 2025

 

Javi Delgado (Unidad y Lucha).— ¿Puedo participar en la huelga si mi sindicato no es el convocante? ¿Me puedo pedir las horas sindicales para la huelga? ¿A qué hora es la huelga?

Preguntas como estas surgen cuando trabajadores y trabajadoras se acercan por primera vez a una huelga, denotando la falta de conocimiento técnico y político de esta herramienta de lucha obrera, seguramente la herramienta más potente de la clase trabajadora. Esto lo vivimos de cerca algunos compañeros de los CUO de Gran Canaria meses atrás, en la “Huelga por Palestina” del 27 de septiembre del 2024 y en la huelga del Hospital Clínico Veterinario de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, a finales de 2024[1].

A raíz de esta preocupación y repasando los itinerarios formativos de varios sindicatos, de mayor y de menor tamaño, sindicatos “amarillos” pero también de los que se reclaman como sindicatos de clase, nos encontramos una carencia enorme a la hora de formar a los y las sindicalistas en el uso de la Huelga. ¿Quién está explicando en la actualidad en las organizaciones sindicales cómo se organiza una huelga y qué aspectos se deben tener en cuenta para esta tenga probabilidades de éxito? Nuestro objetivo, por tanto, fue organizar una formación con esta temática. Y con esa idea nos pusimos manos a la obra.

Tras la exitosa formación sobre la Represión Sindical que realizamos meses atrás, los CUO de Gran Canaria organizamos el pasado 5 de junio, en horario de mañana, esta nueva formación. Con una participación de unos 20 representantes sindicales de diferentes organizaciones, arrancó una formación dividida en tres bloques: conceptos básicos y elementos políticos de la Huelga, aspectos técnico-jurídicos de la misma y finalmente, una mesa redonda y coloquio sobre tres experiencias reales de boca de sus protagonistas.

Dentro de los elementos políticos de la huelga, desde los CUO insistimos en la importancia de entender lo que supone parar la producción para el propio sistema capitalista. La importancia de la subjetividad y la conciencia que adquiere la clase trabajadora cuando decide parar y que el empresario deje de ingresar sus beneficios, porque el trabajador ya no le permite producir nada. El enorme poder que tiene la clase trabajadora y cómo la huelga permite que ese poder se visibilice de una manera muy clara.

Los conceptos concretos que más interés despertaron entre los presentes fueron los servicios mínimos, la importancia de la elección de un buen comité de huelga, así como el importante trabajo que se debe desarrollar en las asambleas de centro de trabajo durante la huelga.

El abogado Javier Armas insistió, por su parte, en la importancia que supone que la huelga sea un derecho fundamental. Apeló además a ser imaginativos cuando la patronal pone palos en las ruedas durante la huelga.

La mesa redonda final, que comenzó con la exposición de varias experiencias (Helados Kalise, Centro Sociosanitario el Pino y el Banco de Sangre), facilitó que los presentes expusieran sus casos y sus dudas a la hora de llevar a cabo paros parciales y huelgas indefinidas en sus centros de trabajo.

Tal fue el grado de interés que en las próximas semanas se va a realizar una segunda edición de esta formación, en horario de tarde para facilitar la participación de más trabajadores y trabajadoras.

En camino tenemos una formación específica sobre las mutuas.

Más formación sindical, más preparación, más conciencia de clase para la organización y la lucha.

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[1] Ver Unidad y Lucha de Enero 2025: La primera huelga del sector clínico veterinario cumple dos meses.

Fuente: unidadylucha.es

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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Recortes para la guerra

 

Merz quiere la guerra. Y Macron se prepara para ella. Regresa el pasado, pero esta vez acompañado de armamento nuclear. Financiar la guerra es caro, y el dinero solo puede salir de recortar el gasto social. Macron lo sabe, y ya lo hace. Ha llegado el invierno.


Recortes para la guerra

 

Eduardo Luque

El Viejo Topo

26 julio, 2025 



EUROPA SE BLINDA POR FUERA PERO SE DESMANTELA POR DENTRO

Durante años, la Unión Europea cultivó una imagen de potencia civilizadora, fundamentada en el respeto al derecho internacional, la cohesión social y la defensa del Estado de bienestar. No obstante, esa representación empieza a resquebrajarse. Una parte creciente de la ciudadanía europea comienza a tomar conciencia de la falsedad de ese relato: los llamados “valores europeos” no son principios universales, sino una retórica que encubre una lógica de expolio promovida por las élites financieras en detrimento de las mayorías sociales.

Desde su fundación, la UE se estructuró sobre la hegemonía alemana en el continente y fue concebida, en buena medida, como un dispositivo para neutralizar posibles insurrecciones populares que, durante la Guerra Fría, veían en la URSS una alternativa política y social. Como explicó David Harvey, para sostener las estructuras de dominación sobre las clases subalternas, tanto dentro como fuera de Europa, fue necesario «embridar al capitalismo» mediante nuevas modalidades de saqueo neocolonial. Los sistemas de bienestar que beneficiaron a sectores amplios de la población europea se alimentaron, durante décadas, de los excedentes generados por esa lógica de desposesión.

Hoy, ese orden muestra signos evidentes de agotamiento. El Sur Global comienza a abrirse paso, mientras emergen nuevas formas de multilateralismo que cuestionan los pilares del neoliberalismo global. En su intento de preservar la hegemonía, este revela cada vez con mayor crudeza su rostro autoritario: reprime los conflictos sociales con violencia, guarda silencio ante el genocidio palestino y tolera la violación sistemática de los derechos humanos. Las instituciones diseñadas para sostener ese poder —desde el FMI y el G7 hasta el Banco Mundial— atraviesan una crisis sistémica. En este contexto, la UE no puede seguir presentándose como un proyecto de paz surgido de las cenizas de dos guerras mundiales. Más bien fue un instrumento de continuidad para extender el modelo de dominación sobre sus antiguas colonias.

Hoy, la deriva autoritaria se hace patente en la normalización institucional de la extrema derecha, fenómeno que remite a los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Es la respuesta del capitalismo a su propia crisis: reducir la soberanía popular, transferir el poder a élites políticas desconectadas del control democrático y reforzar mecanismos de exclusión social.

Aunque la Unión Europea proclama defender los derechos de sus ciudadanos, los hechos desmienten esa afirmación. Su creciente dependencia del militarismo, su subordinación estratégica a la OTAN y, en última instancia, a los intereses de Estados Unidos, ponen en evidencia la renuncia efectiva a la “autonomía estratégica” tantas veces invocada. Dicha renuncia se concreta en tres planos fundamentales: el militar, el fiscal y el político.

La reciente cumbre del G7 ha sellado esta rendición: bajo presión directa o indirecta de Washington, los países europeos han renunciado a imponer nuevos o antiguos impuestos a gigantes estadounidenses como Google, Amazon, Apple o Microsoft, empresas que operan en suelo europeo y acumulan beneficios millonarios sin aportar proporcionalmente a las arcas públicas. El coste de esta cesión se calcula en más de 80.000 millones de euros anuales, que Europa deja de ingresar.

Simultáneamente, los líderes europeos han ratificado el objetivo de destinar el 5 % del PIB al gasto militar, lo que supone que uno de cada cinco euros del presupuesto anual deberá orientarse a armamento, defensa y producción militar. Esta reconfiguración del gasto público no solo altera la arquitectura fiscal de los Estados, sino que redefine las prioridades éticas y políticas del proyecto europeo.

Francia ilustra con crudeza esta transformación. El gobierno derechista de François Bayrou, designado para liderar el ajuste, ha anunciado recortes por 42.000 millones de euros en 2026 y una cifra similar para 2027, al tiempo que aumenta el presupuesto militar. Entre las partidas sacrificadas se cuentan los subsidios energéticos para pensionistas, la congelación de las pensiones —el llamado “año blanco”—, la reducción del empleo público, la privatización de servicios esenciales, y recortes en sanidad pública y transición ecológica…. Se trata de un ajuste brutal, ejecutado mientras el país —como buena parte del continente— se desliza hacia una forma de empobrecimiento estructural.

Las analogías históricas se imponen. En los años previos a la Revolución francesa, especialmente 1787 y 1788, Francia vivió los llamados “veranos sin sol”: crisis climáticas, malas cosechas, inflación galopante y una política fiscal regresiva que exprimía al pueblo para financiar guerras imperiales, mientras las clases privilegiadas permanecían al margen de la miseria. Thomas Jefferson, desde París, describía en 1787 la escena con amargura: “multitudes de condenados pisoteadas bajo los pies”. Hoy, la historia no se repite, pero rima. En lugar de aristócratas, hay corporaciones. En vez de castillos, sedes fiscales en Irlanda, Luxemburgo o Países Bajos. Y en lugar de guerras dinásticas, un rearme atlantista impulsado por Washington y seguido sumisamente por Bruselas, que desmantela el Estado social para alimentar al complejo militar-industrial.

La UE, por boca de sus líderes, invoca la llamada “economía de guerra”. No es una excepción transitoria: es la nueva doctrina económica europea, una especie de “keynesianismo militar”. Incluso organismos comunitarios han advertido que este giro compromete de forma directa la financiación de políticas ambientales y sociales. Pero sus advertencias caen en saco roto. El Parlamento Europeo ha pedido incluso una expansión “drástica” del gasto militar, financiada mediante bonos europeos. No se trata de una medida de emergencia: es una reorientación estructural.

El riesgo no es únicamente fiscal. Es político y social. Francia, por su historia de lucha, su tejido sindical y su memoria revolucionaria, representa el punto más inflamable del continente. Pero lo que allí sucede no es una excepción: es el síntoma de una enfermedad generalizada. La Europa social está siendo desmantelada en silencio, con la coartada permanente de amenazas externas —Rusia, China, terrorismo, inmigración— que sirven para justificar lo injustificable.

Las élites parecen no comprender que la historia tiene umbrales. Cuando se deja sin calefacción a los ancianos, sin vivienda a los jóvenes y sin sanidad a los trabajadores, no hay cohesión social que resista. Y cuando, al mismo tiempo, se exime de impuestos a quienes más se benefician del sistema y se refuerza el aparato represivo, la ruptura no es solo posible: es inminente.

La advertencia de Jefferson no es solo una imagen del pasado. Es una señal para nuestro presente. Europa se blinda por fuera, pero se desmantela por dentro. Y cuando el escudo se convierte en espada, no tarda en volverse contra los suyos.

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