miércoles, 25 de junio de 2025
Trump y Rubio aprietan el nudo
Los efectos del
endurecimiento del bloqueo estadounidense, la pandemia de COVID-19 y el regreso
de Trump con un vengativo Marco Rubio como secretario de Estado han agravado la
crisis en Cuba. La solidaridad con la isla es más importante que nunca.
Trump y Rubio aprietan el nudo
El Viejo Topo
25 junio, 2025
Cuba se
enfrenta una vez más a una crisis grave y multifacética, no debido a
los huracanes que azotan el
Caribe cada año, sino a la presión implacable y asfixiante que
ejerce su poderoso vecino del norte. Es la historia recurrente de un pueblo que
lucha por su independencia bajo un asedio y un bloqueo implacables. Mediante
acciones deliberadas, el Gobierno de los Estados Unidos ha construido y
aplicado meticulosamente barreras aún mayores que amenazan la propia
supervivencia del pueblo cubano.
La última
manifestación de esta crisis se produjo el 30 de mayo con el anuncio de ETECSA,
la empresa estatal de telecomunicaciones de Cuba, sobre una
importante subida de las tarifas de datos móviles. Aunque aparentemente
insignificante para los extranjeros, para los cubanos esto desencadenó una gran
crítica nacida de la frustración acumulada. Las nuevas tarifas, especialmente
las de datos adicionales, son elevadas en comparación con el salario medio.
Ahora, 3 GB adicionales cuestan 3.360 pesos cubanos, casi diez veces el precio
del plan mensual de 6 GB. No se trata de un simple ajuste de precios, sino de
un golpe para la gran mayoría de los 8 millones de usuarios de teléfonos
móviles de Cuba, muchos de los cuales dependen del acceso a internet para
estudiar, trabajar y comunicarse con sus familiares en el extranjero. Sin
embargo, el anuncio de ETECSA no es un hecho aislado, sino que pone de relieve
la enorme presión a la que se ve sometida Cuba para satisfacer las necesidades
básicas de su población bajo el bloqueo estadounidense.
Endurecimiento
del bloqueo
Para quienes no
estén tan familiarizados con la historia reciente de Cuba, la economía de la
isla, ya afectada por el devastador golpe de la pandemia al turismo y el bloqueo de
seis décadas, se ha visto aún más afectada desde que Trump asumió el
cargo. Las 243 sanciones impuestas por Trump entre 2017 y 2021 siguen vigentes,
una manta asfixiante que se ha entretejido en el tejido de la vida cotidiana.
Incluso bajo el mandato del presidente Biden, que hizo campaña con promesas de
cambio, se mantuvo la presión.
En 2017, los
Estados Unidos acusó a Cuba de “ataques sónicos” contra funcionarios de su
embajada. La acusación resultó ser falsa, pero sirvió a su propósito: fue un
pretexto para que Trump congelara las relaciones, colapsara el turismo y
cerrara la puerta a los más de 600.000 visitantes estadounidenses que visitaban
el país cada año. Luego, en 2020, se produjo el cierre de Western Union, lo que
interrumpió las remesas vitales. La suspensión de los servicios de visados en
la embajada estadounidense en La Habana en 2017 desencadenó la mayor ola de
migración irregular desde 1980, un éxodo desesperado de cubanos que buscaban
cualquier salida.
La devastación
económica desde entonces ha sido profunda. El PIB de Cuba se contrajo un
asombroso 15% en 2019 y un 11% adicional en 2020. Imaginen un país incapaz de
adquirir productos de primera necesidad debido a las restricciones bancarias,
con sus servicios públicos y sus industrias paralizados. Cuando el COVID-19
golpeó en 2020, el sólido
sistema de salud pública de Cuba, un motivo de
orgullo nacional, se vio sometido a una presión inmensa. Su única planta
de oxígeno, fundamental para tratar a los pacientes, dejó de
funcionar porque no podía importar piezas de repuesto debido al bloqueo. Miles
de cubanos luchaban por respirar, pero Washington se negó a hacer excepciones.
La respuesta de
Cuba a la crisis cada vez más profunda
La última
medida de Trump en el cargo, incluir a Cuba en la lista de países
patrocinadores del terrorismo en enero de 2021, fue un golpe devastador. Esta
designación hace casi imposible que Cuba realice transacciones financieras
normales, lo que corta el comercio vital. Luego, en los primeros 14 meses de la
administración Biden, la economía cubana perdió aproximadamente 6.350 millones
de dólares debido a las continuas sanciones de Trump, lo que impidió
inversiones cruciales en su anticuada red eléctrica y la compra de alimentos y
medicamentos. El peso cubano se desplomó, devaluando los ya bajos salarios del
sector público. Si bien el sistema de racionamiento proporciona una dieta de subsistencia,
este nivel de privación no se había sentido desde el “Período Especial” de la
década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética.
Ante estas
graves limitaciones, el Gobierno cubano ha tenido que adaptarse. En 2020,
comenzó a depender más
del sector privado como nueva fuente de empleo e importador de
productos básicos, una medida pragmática nacida de la necesidad. Desde 2021 se
han registrado más de 8.000 pequeñas y medianas empresas, y en 2023 el sector
privado estaba en camino de importar 1.000 millones de dólares en bienes. Si
bien este auge del sector privado ha impulsado la importación de algunos
suministros, también ha planteado nuevos retos para el proyecto socialista
cubano al crear disparidades de ingresos, lo que contrasta fuertemente con el
énfasis histórico de Cuba en la distribución equitativa de la riqueza.
El presidente
Miguel Díaz-Canel ha destacado constantemente el compromiso del
Gobierno con la prestación de servicios esenciales, al tiempo que reconoce la
necesidad de cambios debido a la situación actual de un bloqueo cada vez más
estricto. Define el proyecto socialista de justicia social de Cuba no solo como
bienestar, sino como una distribución justa de los ingresos, en la que quienes
ganan más contribuyen más y quienes no pueden hacerlo reciben apoyo. Esta es la
cuerda floja por la que camina la Revolución: equilibrar las realidades
económicas con sus principios fundamentales. Los dirigentes insisten en
salvaguardar el proyecto socialista y garantizar los servicios esenciales, al
tiempo que se resisten a las presiones para llevar a cabo importantes
privatizaciones.
La pandemia,
que diezmó el turismo, la principal industria de Cuba, agravó aún más la
crisis. A pesar de la disminución del acceso a divisas fuertes, el Gobierno
gastó cientos de millones de dólares en suministros médicos y siguió
garantizando los salarios, los alimentos, la electricidad y el agua, lo que
añadió 2.400 millones de dólares a su deuda para cubrir las necesidades
básicas.
Seis décadas de
intentos de cambio de régimen por parte de los Estados Unidos
El obstáculo
definitivo que consume todos los esfuerzos de Cuba por satisfacer las
necesidades básicas de su pueblo es el antagonismo abierto e implacable de
los Estados Unidos. El objetivo del Gobierno estadounidense desde el
primer día de la Revolución Cubana ha sido el cambio de
régimen, logrado mediante la creación de condiciones cada vez peores
y el patrocinio de la subversión interna. Si bien el bloqueo siempre ha
obstaculizado el desarrollo de Cuba, durante las tres primeras décadas, el
apoyo soviético y un entorno favorable en el Tercer Mundo compensaron gran
parte de su impacto. La década de 1990, conocida como el “Período Especial”,
fue una crisis de proporciones inmensas, ya que Cuba tuvo que enfrentarse por
sí sola al poderío del bloqueo estadounidense, pero esa época obligó a adoptar
respuestas innovadoras que le permitieron sobrevivir.
Sin embargo, el
momento actual es diferente. Los efectos acumulativos de las sanciones de
Trump, la pandemia, la recesión económica mundial, la inacción de Biden y
el regreso de
Trump con un vengativo
Marco Rubio como secretario de Estado han creado una tormenta
perfecta para que los Estados Unidos intente alcanzar sus objetivos de cambio
de régimen, que persigue desde hace mucho tiempo. El infame memorándum de
Lester Mallory de 1960, que afirmaba explícitamente que el objetivo del bloqueo
era provocar una rebelión interna a través del hambre y la desesperación, ha
encontrado una nueva y más sofisticada aplicación. Esta estrategia está obligando
al Estado cubano a adoptar medidas que pueden ser contrarias a su proyecto,
pero que son fundamentales para su supervivencia en un período de gran
hostilidad.
Las empresas
estatales, pilar fundamental de la economía socialista cubana, se están desmoronando
por la imposibilidad de financiar el mantenimiento que tanto necesitan o de
generar suficientes reservas de divisas, debido al bloqueo.
ETECSA,
fuertemente sancionada por los Estados Unidos, se ha quedado sin opciones para
renovar toda su infraestructura interna, salvo subir sus tarifas por primera
vez en años. Desde sus servidores hasta las estaciones base de radio, todo
requiere tecnología importada. El Estado, históricamente capaz de subvencionar
todo, desde la educación y la salud hasta el transporte y la alimentación, se
ve obligado a reducir, adaptar y, en algunos casos, renunciar a su capacidad
para satisfacer todas las necesidades a la vez. La recogida de basuras, los
servicios de agua y, lo que es más grave, la electricidad,
se enfrentan a retos tan graves que su mal funcionamiento
genera no solo frustración, sino también una creciente desconfianza en la capacidad
del Estado para resolver estos problemas.
Aunque el
Gobierno estadounidense, en sesenta años de guerra económica, no ha logrado
derrocar al Estado cubano, sus medidas han comenzado a tener ahora sus efectos
más graves, hasta el punto de que la Administración Trump y sus secuaces, como
Marco Rubio, están estrechando aún más el cerco sobre la capacidad del Estado
cubano para satisfacer las necesidades de su pueblo. Las medidas que Cuba
adopte en este momento no son signos de debilidad o rendición, sino una
consecuencia directa de la crisis que le ha impuesto el bloqueo.
Las respuestas
del pueblo a esta crisis han sido variadas. Desde julio de 2021, las protestas, a
menudo pequeñas y aisladas, se han convertido en algo habitual en
toda la isla, y los cubanos en general se han vuelto más críticos y exigentes
con el Estado cubano. En respuesta al aumento de precios de ETECSA, cubanos de
diversos sectores de la sociedad han expresado sus críticas. Entre ellos se
encuentran estudiantes y secciones de la Federación Estudiantil Universitaria
(FEU) en todos los campus, que, desde el anuncio, no solo han criticado, sino
que también han liderado negociaciones directas con el Estado cubano y ETECSA
para encontrar soluciones. No obstante, como era de esperar, las voces
anticubanas en los Estados Unidos han tratado de aprovechar este momento de
crisis para manipular las críticas de los estudiantes y convertirlas en
intentos de derrocar la Revolución Cubana.
En respuesta a
ello, Roberto Morales, un alto dirigente del Partido Comunista, condenó las “manipulaciones
mediáticas y distorsiones oportunistas” que “los enemigos de la Revolución han
intentado imponer”. Si bien las críticas legítimas del pueblo son comprensibles
y constituyen un aspecto importante de la vida en Cuba, sostiene que deben
considerarse en el contexto más amplio de una nación sitiada. El objetivo de
Trump y Rubio, como siempre ha sido el de los elementos anticubanos de Miami,
declara Morales, ha sido “sembrar el caos, promover la violencia y romper la
paz de nuestra patria”.
El coste humano
del bloqueo
Sin embargo,
una respuesta aún mayor a esta crisis ha sido la mayor ola migratoria de la
historia de Cuba, que ha superado la crisis del Mariel y la crisis de los
balseros de 1994 juntas. Casi 425.000 cubanos emigraron a los Estados Unidos en
2022 y 2023, lo que representa más del 4% de la población. Miles más se han ido
a España, México, Brasil y otros países. La población de Cuba ha caído por
debajo de los 10 millones por primera vez desde principios de la década de
1980, perdiendo el 13% de sus habitantes desde su pico en 2012. Sin embargo,
los Estados Unidos, que durante décadas ha creado las condiciones y promovido
esta migración masiva de cubanos, ha dado un giro radical. Los solicitantes de
asilo cubanos están siendo deportados y Cuba acaba de ser añadida a
la lista de países prohibidos por Trump, lo que impide a los cubanos viajar de
forma segura y legal a los Estados Unidos.
Esta es la
cruda realidad de Cuba: un país asediado, cuyo pueblo soporta grandes penurias
y cuyo Gobierno se adapta de formas que son necesarias y difíciles para la
supervivencia. Los retos son inmensos y los sacrificios de su pueblo son
profundos para mantener los logros de su revolución.
En este
contexto debe forjarse de nuevo la solidaridad de los pueblos del mundo y de los
Estados Unidos. No podemos limitarnos a ser conscientes, debemos ser
activos. Debemos ir más allá de la sensibilización y tomar medidas concretas
para apoyar al pueblo cubano. Esto significa exigir el fin del brutal y
genocida bloqueo estadounidense, una política cruel e inhumana que castiga a
toda una nación por su compromiso con la autodeterminación. Significa apoyar
los esfuerzos de ayuda humanitaria, abogar por el compromiso diplomático y
movilizarse por un mundo sin sanciones ni bloqueos. El pueblo cubano necesita
más que nuestra simpatía; necesita nuestra solidaridad activa e inquebrantable.
Fuente: Globetrotter
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